8. Jesús como maestro – Roberto D. Badenas

Declaración de objetivos

Esta unidad ha sido programada para que el estudiante:

  • Sepa identificar las diferencias entre la metodología de Jesús maestro y la de los maestros de su entorno, así como señalar en qué aspectos nos conviene imitarle.
  • Enumere los principios fundamentales del planteamiento educativo de Cristo e indique cuales considera aplicables a su propio ministerio.
  • Sea capaz de explicar el por qué de las parábolas de Jesús y de captar lo esencial de su mensaje.

Introducción

La misión que Jesús nos ha confiado es, además de evangelizadora, eminentemente educativa: “Por tanto, id, y haced discípulos en todas las naciones bautizándolos […] y enseñándoles a guardar todas las cosas que os he mandado” (Mateo 28:19-20). El evangelio, más que una doctrina que se profesa, es un estilo de vida que se asume, se enseña y se aprende. Esta unidad se propone contribuir a acercar al estudiante a Jesús, nuestro supremo Maestro, para aprender de él cómo transmitir sus enseñanzas, siguiendo su modelo.

Jesús y los maestros de Israel

El pueblo de Israel siempre concedió una gran importancia a la educación. La Torah ha sido comprendida, con razón, como un instrumento superior de enseñanza (ver, por ejemplo, el Salmo 119). Ya la ley de Moisés insta encarecidamente a los padres que eduquen a sus hijos en las instrucciones divinas (Deuteronomio 6:1-9). En tiempos de Jesús el hogar seguía siendo el medio privilegiado para la transmisión del legado espiritual a las nuevas generaciones. Pero desde el regreso de Israel de su último exilio, la sinagoga había venido en apoyo de la formación religiosa del pueblo de Dios, y en el siglo primero encontramos ya escuelas rabínicas bien establecidas.

En dichas escuelas los modos de transmisión de las tradiciones judías estaban muy arraigados, y todos seguían más o menos las pautas siguientes: repetición continua, aprendizaje de memoria, transmisión oral sin apenas notas escritas, y transmisión de maestro a discípulo. Diversas técnicas de memorización hacían posible que, a pesar de no tomar apenas notas escritas, los alumnos fuesen capaces de retener con altísima fidelidad las enseñanzas recibidas. La repetición de los pasajes bíblicos palabra por palabra se facilitaba al ser acompañada por ciertas formas de ritmo, una entonación y dicción establecida ritualmente, y astutos recursos mnemotécnicos.

Desde el principio Jesús sorprende a sus auditorios por su metodología diferente: “La gente se quedaba atónita de su doctrina, porque les enseñaba como quién tiene autoridad y no como los escribas” (Mateo 7:28-29; cf. Marcos 1:22; Lucas 4:32). Los propios alguaciles enviados por los sacerdotes para prenderlo confesaron que “jamás hombre alguno ha hablado como este hombre” (Juan 7:46; cf. 40-45).

Al observar sus oyentes que Jesús hablaba con autoridad, y no como los escribas, se referían al hecho de que el Maestro no recurría a las tradiciones judías ni a autoridades rabínicas para fundamentar sus explicaciones,1 sino que se apoyaba directamente sobre la autoridad de las Escrituras y de su propia autoridad personal.2 Desafiando a sus compatriotas, Jesús se atreve a aportar una nueva interpretación de la ley divina (Mateo 5:21-45).3 Además, al contrario de lo que ocurría con muchos escribas y fariseos, las palabras del Maestro eran coherentes con sus propios actos (Mateo 23:1-3).4

Lo primero que sorprendía a los habituados a las discusiones rabínicas o a los sermones de los fariseos era su manera de dirigirse a sus oyentes. Los evangelios, cada vez que hablan de sus enseñanzas lo presentan hablando en primera persona: “De cierto, de cierto yo os digo…” y fórmulas similares. Ya con estas simples palabras Jesús rompía con la tradición. La Mishna y el Talmud recogen, como en una tribuna libre, las opiniones de los grandes maestros, pero ninguna expresada en primera persona. Los puntos de vista de unos y otros se articulan, se oponen o se completan en un debate sin fin, y que deja siempre en el aire la posible intervención de nuevos interlocutores. Jesús sorprende y desconcierta por su audacia al presentar su propia comprensión de la verdad divina. Jesús habla en nombre de Dios, como revelación directa del Padre (Hebreos 1:1-2).

A pesar de su estilo radicalmente personal, Jesús fue reconocido como “maestro” (rabí en hebreo y didaskalos en griego) desde los primeros momentos de su ministerio público (Juan 1:38), incluso por sus enemigos (Lucas 10:25). Sin duda había algo especial en su actitud, en el tono de su voz, en la claridad de sus explicaciones, en lo oportuno de sus imágenes, y en la profundidad de sus ideas. Había sin duda un poco de todo eso y mucho más. Cuando estudiamos sus enseñanzas, descubrimos, como Nicodemo, el doctor de la ley, que nos encontramos ante un gran maestro, “el Maestro enviado de Dios”,5 portador de un mensaje insuperable e intemporal.

Un interesante estudio de Jesús como maestro presenta la siguiente lista de principios educativos observados en su modo de enseñar, que difieren de los de otros maestros contemporáneos:6

Enseñanza a la vez abierta y personalizada

Jesús no abre una escuela, como hacen los rabinos contemporáneos suyos, a la que acuden un grupo de hombres escogidos, para recibir enseñanzas reservadas a una élite. A diferencia de ello, Jesús no se limita a enseñar a sus discípulos, los receptores privilegiados de sus enseñanzas (Marcos 8:31; 9:31), sino también a la multitud, a todos los que querían escuchar sus palabras (ver Marcos 2:13; 4:1-34; 6:34; 7:14; 10:1; 11:18, etc.).7 Jesús enseña a todos, hombres, mujeres y niños (Mateo 14:21; 15:38). Y enseña en cualquier parte: en las sinagogas, en los poblados, junto al lago de Galilea, por el camino, en casas privadas o en el templo, es decir, allí donde se encuentran seres humanos dispuestos a escucharle. Además, Jesús presenta algunas de sus enseñanzas más profundas a auditorios de una sola persona: Nicodemo (Juan 3:1-15), la mujer Samaritana (Juan 4:1-42), etc.8

Incitación a la reflexión y cuestionamiento

Jesús no se ocupa de que sus discípulos memoricen los textos sagrados al pie de la letra, y no requiere que conozcan de memoria las interpretaciones de los grandes maestros tradicionales. A partir de la Escrituras y de la realidad cotidiana, sin transición, hace saltar a sus oyentes al nivel de la reflexión, invitándolos constantemente a meditar, a pensar, para que deduzcan por sí mismos sus conclusiones, sin necesidad de imponérselas (Lucas 12:24-27). Por eso recurre sin cesar a preguntas directas (Mateo 16:5-12, 13-15). Al acercarse su método en cierto sentido al diálogo griego, a menudo se ha comparado a Jesús con Sócrates, porque ambos fueron maestros prestigiosos y desinteresados, que no dejaron nada escrito y que murieron por causa de sus enseñanzas. Ambos se sirvieron preferentemente del diálogo como método de aprendizaje, pero mientras Sócrates busca ante todo desarrollar la inteligencia crítica de sus discípulos, Jesús busca suscitar su fe. Sócrates inicia a sus seguidores por la vía de la mayéutica al autoconocimiento (“Conócete a ti mismo”), a ser dueños de sus vidas, mientras que Jesús los invita a conocer a Dios para alcanzar la vida eterna (Juan 17:3).

Enseñanza de valores más que de normas o doctrinas

Jesús no se contenta, como sus contemporáneos, con que sus discípulos conozcan bien la ley de Moisés y la pongan en práctica de acuerdo a las interpretaciones avaladas por la tradición. Jesús quiere ir más allá de la ley, y que sus seguidores asuman y compartan los grandes valores de la existencia: el bien, la verdad, el amor, la fe en Dios y la vida eterna (Mateo 6:25-34).

Aprendizaje por la práctica y refuerzo positivo

Contrariamente a la pedagogía basada en mandamientos y prohibiciones, que refuerza la necesidad de más normas, y que resulta a la larga una fuente de desánimo, porque se focaliza sobre los fallos y defectos que se quieren corregir, Jesús estimula a los suyos con palabras de ánimo y aprecio, reforzando así sus comportamientos positivos (Mateo 25:21; Juan 8:11). Además, Jesús no se limita a transmitir unos conocimientos teóricos, sino que entrena a los suyos en el área práctica del servicio. Así los hace avanzar en un aprendizaje inteligente y progresivo, ya que es más eficaz evaluar y motivar a la vez, mientras todavía se está aprendiendo, que esperar a que termine el aprendizaje teórico para evaluar entonces en la práctica cuanto ha sido realmente asimilado. Y es que Jesús no sólo enseña, sino que además enseña a hacer y enseña a ser. (Marcos 6: 7-13)

Jesús educador: métodos

Quizá en lugar de hablar de “métodos” de enseñanza9 sería más acertado hablar de las características especiales de su planteamiento educativo. Entre muchos otros elementos de interés, a mi entender destacan los siguientes aspectos de su enfoque:

Sencillo y directo

Jesús habla de temas profundos con palabras sencillas. Un buen maestro sabe que a mayor sencillez, mayor sabiduría. Quienes utilizan un lenguaje erudito y alambicado solo pasan por sabios ante quienes no los entienden. En realidad, lo que demuestran con su oratoria no es su saber sino su vanidad. Quien, como Jesús, domina realmente un tema y lo ha calado hasta el fondo es capaz de exponerlo con toda sencillez. El vocabulario y las expresiones resultan accesibles a todos, independientemente de su nivel cultural. Destaca su claridad de expresión, su rechazo de razonamientos complejos, y su utilización de categorías universales del pensamiento, prescindiendo de tecnicismos, incluidos los religiosos. Su mensaje se arraiga en la vida cotidiana y se dirige sin rodeos a la experiencia personal diaria de sus oyentes. Va directo a lo esencial. Tiene claras sus prioridades (Mateo 6:33). Sus palabras son “de vida eterna” (Juan 6:69), y están tan lozanas hoy como el primer día en que fueron pronunciadas. Llevan el sello de la frescura y de la autenticidad. No hay nada de alambicado ni de rebuscado en sus exposiciones. Las ilustraciones están tomadas de la vida cotidiana o de la naturaleza, transfigurando los hechos triviales de la existencia diaria en lecciones espirituales definitivas. No es de extrañar que tanta gente lo buscase para escuchar sus mensajes (Marcos 4:1).

Realista y práctico

Observamos una ausencia total de teorías o elucubraciones relativas a cualquier curiosidad meramente intelectual. A la pregunta inútil de sus discípulos ante un joven nacido ciego de “¿quién ha pecado, él o sus padres para nacer ciego?” Jesús responde que nadie ha tenido la culpa de esa desgracia, y se aplica inmediatamente a obrar para su curación (Juan 9:1-7). Escasas referencias a la dogmática o a la teología sistemática, y nada de teología-ficción. A la pregunta de los saduceos que se burlaban de la resurrección (“¿De cuál de los hermanos será mujer una que se casó sucesivamente con siete?”), Jesús elude la controversia y responde que Dios no es un Dios de muertos sino de vivos” (Marcos 12:18-27). Todo su interés se centra en la realidad concreta del ser humano, de sus necesidades inmediatas y de sus relaciones con otros y con Dios. Su mensaje es eminentemente práctico, y su objetivo primero es cambiar el corazón humano, ponerlo en contacto con Dios, y tomar posición concreta a favor del prójimo Así, a la pregunta polémica de “¿quién es mi prójimo?” Jesús simplemente responde con la parábola del buen samaritano y despide al doctor de la ley diciéndole: “Ve y obra como él”. El resto resulta secundario.

Lógico y fundamentado en la Biblia

El Maestro tiene una mente alerta, que no se deja nunca llevar por las apariencias, sino que va al fondo de los problemas, y ve claras las soluciones. Así no se deja atrapar en la trampa que le tienden los delatores de la mujer adúltera (Juan 8:3) o los que le preguntan sobre la conveniencia de pagar impuestos (Mateo 22:21). Sale triunfante de sus detractores con reflejos rápidos y respuestas lógicas, coherentes, sabias y oportunas. Su inteligente capacidad de síntesis es capaz de resumir toda la ley en un doble “amarás” (Mateo 22:37-39). Sus respuestas ponen de manifiesto su gran dominio de la Escritura, que maneja con gran facilidad. Ante muchas preguntas de sus interlocutores, los remitirá a las enseñazas reveladas que debieran conocer, y que él ha memorizado desde su infancia. Las Sagradas Escrituras son su referencia ineludible: “¿No habéis leído…?” (Mateo 19:4; 22:31; Marcos 12:10, 26, etc.).

Original y creativo

Nadie puede en este mundo gloriarse de haber sido el maestro de Jesús de Nazaret. Jesús es un autodidacta profundamente creativo y original. Sus ilustraciones ponen de manifiesto la creatividad de Jesús al servicio del evangelio. Su modo de enseñar se aparta de los módulos tradicionales de su pueblo. No busca imponer sus ideas a toda costa sino, ante todo, despertar inquietudes con imágenes vivas, a veces hasta chocantes e hiperbólicas. Es capaz de presentar verdades tan intemporales como las contenidas en los diez mandamientos con formulaciones nuevas, bajo puntos de vista inéditos e insospechados: “Oísteis que fue dicho, pero yo os digo…” (Mateo 5:21, 27, 31, 33, 38). Su enfoque innovador revela una voluntad deliberada de salir de los senderos trillados y tradicionales para hacer resaltar las más profundas intenciones de la revelación divina. Los evangelios insisten en que las gentes estaban asombradas del modo que tenía de exponer sus ideas, completamente diferente del de los doctores de tu tiempo. Su originalidad reside no sólo en el contenido de sus predicaciones, sino en la manera de exponer de modo accesible las verdades más profundas, alejándose deliberadamente de los complicados métodos rabínicos de argumentación. Nos fascina la aparente facilidad de presentar las verdades más universales vestidas en un ropaje local. Habla al corazón de sus oyentes de los problemas e inquietudes que preocupan a todo ser humano, pero las plasma con un colorido ambiental local, para hacerlas accesibles a los más sencillos oyentes.

Ilustraciones apropiadas

En la enseñanza de Jesús “lo desconocido era ilustrado por lo conocido”.10 Su fuente primera de inspiración parece ser la naturaleza y el mundo rural de su entorno. Así, sabe por la dirección del viento si será portador de nubes de lluvia, o si por el contrario, traerá calor (Lucas 12:54-55), y se encuentra perfectamente informado de los sucesos acaecidos en su país (Lucas 13:1-4). Las plantas más comunes (trigo, cizaña, lirios del campo, higueras, cañas, mostaza, menta, eneldo o comino) y los animales más banales (peces, palomas, perros, serpientes, ovejas y cabras, zorras y lobos, cerdos, camellos y hasta mosquitos) le sirven de apoyo para sus más elevadas lecciones espirituales. Su profunda identificación con su entorno se deja entrever en las ilustraciones a las que recurre para exponer sus ideas: redes, lámparas, yugos, arados, ruedas de molino, el pan y el vino, la levadura o el aceite, etc., cualquier objeto, por familiar que sea, le sirve como ejemplo para ilustrar sus enseñanzas más sublimes. Los hombres y mujeres de su entorno son el objeto especial de su afecto y de su observación: amas de casa, campesinos, obreros, pastores, mercaderes o banqueros, señores y siervos, reyes y bandidos.

Jesús había observado que las imágenes podían activar ese resorte que todos necesitamos alguna vez para motivarnos. Decir a alguien: “Los que están sanos no necesitan médico” (Mateo 9:12), es más hábil que decir: “Los que se creen sabios no escuchan a nadie”. Muchas de las ilustraciones utilizadas por Jesús pertenecen a la categoría de “parábolas de lo evidente”, portadoras de una argumentación irrefutable. El recurso altruista es muy eficaz cuando se desea dar un consejo de manera indirecta. Porque no agrede el amor propio del interlocutor, ni interfiere en su libertad: es simplemente una descripción de la realidad que nadie puede negar: “Si la sal se vuelve sosa no sirve para nada”; “Una ciudad sobre un monte no se puede esconder”; “Las lámparas no se encienden para meterlas debajo de un cajón”. O “Los árboles se reconocen por sus frutos” (Mateo 5:13, 14, 15; 7:16-20). Estas declaraciones, al suscitar espontáneamente la adhesión mental de todos, evitan la controversia. Siendo lógicamente incuestionables, resultan mucho más eficaces que los argumentos, los consejos o los sermones moralizantes. La fuerza de su impacto reside en que incitan al otro a tomar posición sin imponerle nada.

Lecciones bien preparadas, movidas por el amor

Esa habilidad en asociar mensajes nuevos a realidades conocidas no se improvisa. El Maestro prepara sus lecciones, y combina magistralmente en sus relatos ética y estética. Para conmover las conciencias sin dejar de respetar la compleja mente humana, Jesús, piensa cuidadosamente sus mensajes. Como en todo arte, el estilo –el tono, la calidad de la voz, la inspiración del momento, el sentido de la oportunidad, desempeñan una función decisiva. Su respeto, humanidad, simpatía, ausencia de prejuicios y de dogmatismo en sus planteamientos, y su preocupación constante por el bien de sus oyentes, se aúnan en él con un sentido del humor particularmente fino. Del mismo modo que el artista, en su manera personal de enmarcar la realidad, le encuentra a esta otro punto de mira y otra perspectiva, el Maestro era capaz de presentarla bajo una luz distinta, abriéndonos la mente a una nueva visión de la vida, tanto a sus primeros oyentes como a nosotros hoy.

El fundamento de toda pedagogía que busque el bien máximo del discípulo, y por lo tanto, que no quiera ser ni autoritaria ni aséptica, es el afecto, la confianza plena, o en otras palabras, el amor genuino. Jesús une a la profundidad de su pensamiento la profundidad de su afecto. Por eso, su relación con sus discípulos, con los niños, con todos aquellos que aprecian sus enseñanzas, es tan importante como el propio mensaje. En esta relación, el amor se alía a la razón y hasta la supera. Por eso la fuerza de atracción de su entrañable inteligencia emocional sigue conquistándonos y motivándonos dos mil años después.

Coherente con sus actos

Jesús no teoriza: vive su mensaje. No hay ninguna distancia entre lo que él es y lo que enseña. Hasta entre sus mejores seguidores hay una clara distancia entre el ideal que predicamos y la realidad que vivimos. En el caso de Jesús su mensaje se identifica con su vida. “Practicaba lo que enseñaba […] Y más aún, él era lo que enseñaba. Sus palabras no sólo eran la expresión de la experiencia de su propia vida, sino de su propio carácter. No solo enseñó la verdad; él era la verdad. Eso fue lo que dio poder a su enseñanza”.11 Por eso, muchas veces Jesús puede enseñar sin palabras. Ante las preguntas de sus detractores Jesús a veces guarda silencio (Mateo 15:23; 26:63; 27:14). Y ante situaciones límites, inesperadamente pasa a la acción, porque lavar los pies de sus discípulos es una lección mucho más elocuente que cualquier discurso sobre la humildad y el servicio (Juan 13:2-15).

Las parábolas

La característica más sobresaliente de la forma que Jesús tenía de enseñar es el uso de parábolas.

Cómo definir el género “parábola”

Aunque se trata de un género particular, el término ‘parábola’ se ha aplicado a géneros literarios muy diversos:

  • Algunos la identifican con la fábula. Tanto entre los griegos y latinos como entre los árabes y sus herederos culturales, la fábula es un corto relato aleccionador que pertenece a la literatura moralizante. Su primera intención es fustigar los defectos de los hombres. En ella, animales y objetos inanimados denuncian, con reflexiones inteligentes, actitudes humanas condenables.12 Sin embargo, este no es el caso de las parábolas de los Evangelios. En ellas no hablan ni la oveja extraviada, ni los peces en la red. Solo hablan los seres racionales. Además, pocas de estas parábolas podrían ser consideradas moralizantes.
  • Se ha intentado también asociar la parábola con lo que los griegos llamaban mito, y que consiste en un relato legendario destinado a ilustrar una realidad difícil de explicar en términos racionales. El interés del mito no reside en su historicidad imaginaria, sino en su permanente verdad.13 Aunque algunas parábolas también subrayan verdades universales, su estilo es muy diferente al del mito. No hay nada de mítico o legendario en que alguien pierda una moneda, ni en que la cizaña crezca con el trigo. Se trata de realidades cotidianas, que no tienen nada de mitológico.
  • Otro género literario al que se ha intentado asimilar las parábolas es la alegoría, ese relato en clave, en el que cada detalle tiene un segundo significado. Así, en la alegoría de la viña (Isaías 5:1-7), la más famosa del Antiguo Testamento, la viña representa a Israel; el propietario, a Dios; etc. Aunque en las parábolas existen numerosos elementos alegóricos, toda alegoría contiene la explicación en sí misma y eso la diferencia de la parábola. Además, la alegoría suele ser estática mientras que las parábolas son dinámicas, es decir, que sus enseñanzas se transmiten a través de un relato que culmina en un desenlace portador del mensaje.

Difícilmente asimilable a los géneros mencionados, tenemos que reconocer la parábola como una forma de mashal,14 perteneciente a un subgénero literario especial, consistente en un relato que se caracteriza por su estilo narrativo, su brevedad y su final inesperado, que podría parecer próximo a la anécdota, el cuento, o el enigma. El significado etimológico del vocablo parabolé muestra que este sustantivo griego procede del lenguaje de la balística, y que está formado de la preposición para, que significa “al lado de” y de la raíz bal, que significa “lanzar”. En geometría aplicada a estrategias bélicas, la curva de parábola es la trayectoria de un proyectil lanzado por una catapulta, que sale de un punto A para alcanzar el punto B, siguiendo un itinerario indirecto, que le permite sortear obstáculos, por ejemplo, una muralla. La parábola, como recurso retórico, consiste también en un relato inesperado lanzado al público para que este reciba el impacto de su mensaje sin poder prepararse para evitarlo. Así pues, la parábola es, ante todo, un rodeo de comunicación estratégico,15 que más que para ilustrar o distraer, ha sido concebido para revelar y sorprender.16 El relato hace irrumpir lo insólito en el marco de lo que se creía conocido, interpelando al oyente en su percepción de la realidad. Eso le permite conservar intacta, indefinidamente, la fuerza de su impacto.

El que la parábola adopte a menudo un tono desenfadado, en apariencia menos serio que otros géneros bíblicos, no significa que se deba tomar a la ligera… En realidad, los temas tratados en las parábolas de Jesús nos afectan tanto que resultarían a veces demasiado duros si no fuesen abordados con una pizca de humor (como por ejemplo pretender excusarse para rechazar la invitación a la boda del hijo de un rey alegando que uno acaba de comprar una yunta de bueyes…). A nosotros, que ya las conocemos, y que nos encontramos a considerable distancia de su contexto original, las parábolas del Maestro nos parecen a primera vista sencillas. Hablan de trigo que germina, de monedas que se pierden, de mujeres que hacen pan, de hijos que se marchan de casa y de propietarios que tienen problemas con sus empleados. Como narran acontecimientos similares a los que nosotros vivimos, parecen más accesibles de lo que son en realidad. Sus primeros oyentes, sin embargo, se dieron cuenta enseguida de que, detrás de su modesta apariencia, las parábolas escondían dimensiones insospechadas. Más que historias para ilustrar ideas generales eran portadoras de sorprendentes mensajes. Analizadas atentamente no resultan tan anodinas como parecen, y no en balde se incluyen entre los pasajes más enigmáticos de las Escrituras.

¿Qué tienen esas historias tan breves para dar que hablar de ellas veinte siglos después? En realidad casi todas nos reservan algún detalle intrigante. No es normal pagar lo mismo a los vendimiadores que han trabajado una hora como a los que han trabajado todo el día. Ni tampoco es normal que el rico propietario alabe al intendente que le ha estado estafando (Lucas 14:19; 16: 8). Las parábolas están llenas de enigmas. Parecen apoyarse en la evidencia pero lo hacen en la extravagancia. Parecería, a menudo, que su intención fuese sorprender.17

Para comprenderlas hemos de tener en cuenta por lo menos tres realidades: el texto en el que aparecen, el contexto en que fueron escritas y los pretextos con que las abordamos.18 En primer lugar, hemos de tener en cuenta que las parábolas nos han llegado en forma de resumen. A partir de los textos conservados no podemos reconstruir exactamente lo que fueron los relatos originales. Las parábolas fueron contadas sin duda en arameo, escritas luego en griego y traducidas finalmente a nuestras lenguas. Pero en su origen fueron relatos vivos. No podemos comparar el efecto de nuestras parábolas escritas, con el que producía el Maestro mientras contaba sus historias por primera vez, de viva voz, a un auditorio en suspenso, con las emociones a flor de piel, y disfrutando de cada detalle.

Por otra parte, el contexto de las parábolas era muy diferente al nuestro. Era otra época, otras circunstancias. Aunque en el fondo los seres humanos hemos cambiado poco, muchos elementos antes comprensibles o habituales hoy nos resultan chocantes, como ir de boda con un frasco de aceite o sembrar de cizaña el campo del vecino. Las parábolas reproducen el ambiente y la vida de la Palestina de los años 30 de nuestra era. Hay que entenderlas en el contexto en el que nacieron, en un diálogo vivo entre el Maestro y sus interlocutores. Para captar personalmente su mensaje intemporal hay que escucharlas con suma atención, en su contexto literario, cultural y teológico, y abordarlas a la luz de su entorno histórico con toda nuestra buena voluntad, intuición y sensibilidad, pero también con todos los recursos a nuestro alcance.

A menudo, la clave de la interpretación está en el texto mismo. Muchas parábolas indican con qué finalidad fueron dichas. Así, por ejemplo, la parábola llamada del “Buen Samaritano” dice que fue relatada para explicar quién debe ser considerado como prójimo (Lucas 10:25-37). Hay algunas que nos han llegado en perícopas flotantes, sin contexto particular donde ubicarlas, pero la mayoría están situadas en un marco bien concreto. El contexto es vital. Un texto sin contexto es un pretexto. En realidad, muchas de las dificultades con que tropezamos para comprender las parábolas vienen de nuestros propios prejuicios. Pienso que la mayor dificultad que a muchos plantean las parábolas de Jesús es que creen conocerlas de antemano. Como ciertas parábolas van en contra de la corriente de sus deseos, procuran soslayar la tensión entre lo que ellas proponen y lo que ellos quisieran. Como sus primeros oyentes, también nos sentimos alcanzados en algunas de nuestros atrincheramientos. Asumir el impacto de cada parábola requería del oyente sincero, entonces como hoy, una gran dosis de valor, lucidez y humildad. Lo mejor para comprender la intención del relato es aventurarnos a entrar sin prejuicios en su espacio virtual, a seguirlo hasta el final, según el itinerario marcado por el narrador, para ir atando cabos y al fin aplicarnos el cuento.

Detrás del relato hay siempre una intención. Cuando abrimos nuestra mente a su mensaje tomamos conciencia de que éste esta dirigido a nosotros personalmente, y nos muestra como en un espejo aspectos inesperados de nuestra propia experiencia. Y es que mediante la exposición de acontecimientos supuestamente imaginarios, el maestro nos invita a poner en ejercicio la imaginación. La parábola nos interpela y solicita nuestra reacción. Siendo que la revelación divina puede ser comprendida hasta cierto punto, pero su significado jamás será agotado (1 Corintios 13: 9-12) es más realista no pretender entender las parábolas de una vez para siempre, y a la primera, y dejar que nos vayan instruyendo paso a paso. Sin embargo, debemos tener en cuenta que las parábolas no son oráculos misteriosos. La revelación divina se ha encarnado en el lenguaje humano, de la misma manera que se encarnó en Jesús de Nazaret (Juan 1:1-14).19 Y hoy, después de veinte siglos de actualidad, resulta difícil asegurar si estos textos tan ricos ganan o pierden al ser explicados. Lo que está fuera de dudas es que, para leer las parábolas con provecho, los actuales lectores debemos dejarnos llevar más por la inspiración del Maestro que las formuló que por la de sus presuntos intérpretes. Y es que, como las antenas parabólicas sobre nuestros tejados, estos relatos también nos permiten captar mensajes que vienen de muy lejos…

La fuerza didáctica de las imágenes

La parábola es, desde la antigüedad, uno de los recursos de enseñanza más eficaz, porque es ideal para facilitar el acceso inmediato a nuevos niveles de conocimiento. El narrador construye su relato sobre lo que el destinatario ya sabe, permitiéndole establecer conexiones inesperadas entre la realidad conocida y las ideas nuevas. El arte de la metáfora reside precisamente en la capacidad de establecer relaciones y semejanzas entre ideas y situaciones que, en principio, parecen no tener mucho en común, revelando así aspectos insospechados de la realidad. Al apelar a la imaginación, la parábola abre con mayor facilidad que otros géneros literarios la misteriosa puerta que lleva al mundo interior, ese ámbito mágico en el que cada uno construye su propia visión de las cosas, libre de prejuicios, complejos y presiones del mundo exterior. A través del concurso de la fantasía, la parábola ayuda a visualizar nociones abstractas, realidades que al espíritu le cuesta concebir y que sería imposible vislumbrar por otros medios.

El lenguaje narrativo es por excelencia el lenguaje de la relación. Su mensaje llega fácilmente al receptor cuando este se reconoce en la experiencia narrada. Por eso las anécdotas y las parábolas son mucho más eficaces que las órdenes directas para producir cambios en destinatarios reticentes. Una buena historia sustituye con ventaja, y con mayor elegancia, a los consejos que tendemos a dar y que, en realidad, rara vez son bien recibidos. La mente capta el mensaje y ve por sí sola el camino de la solución deseada sin que se lo indiquen. La solución a un problema surge espontáneamente al enfocarlo desde otro ángulo mediante una comparación: “Esto es como si le pusieras un parche nuevo a un tejido demasiado gastado. Lo que se necesita en este caso no es un remiendo, sino un traje nuevo”(Mateo 9:16-17).

Parábolas y anécdotas seducen porque no imponen nada, porque no amenazan. El oyente no llega a asociarlas con su caso personal hasta el final. Su comunicación indirecta respeta la autonomía del interlocutor, dejándole el espacio de libertad necesario para establecer por sí mismo el nexo entre lo escuchado y los propios problemas. Usadas hábilmente, parábolas, historias y anécdotas son recursos susceptibles de ejercer efectos inesperados, no sólo de valor didáctico sino hasta terapéutico, porque permiten superar de modo sutil y eficaz nuestros naturales bloqueos, resistencias y mecanismos de defensa, movilizando nuestras buenas disposiciones. A una persona temerosa, insegura, vacilante, el Maestro le dice algo parecido a esto: “Cuando se trabaja la tierra con un arado no se puede estar mirando constantemente atrás y hacer surcos derechos. Para no perder el rumbo hay que mirar hacia delante, no concentrarse en el retrovisor” (Lucas 9: 62). Este mensaje indirecto tiene mayor impacto que los consejos del tipo de: “Ocúpate de tu futuro en lugar de encerrarte en tu pasado”.

La interpretación de las parábolas

¿Por qué cada generación seguimos estudiando con tanto interés estos textos cuyo contenido conocemos casi de memoria? Las parábolas nos interpelan a través de una reinterpretación permanente de la experiencia humana. En las dificultades y en los temores, en las dudas y en las pruebas, estos enigmáticos relatos orientan e iluminan la misteriosa aventura de nuestra vida. Como tales, se prestan a ser leídas y releídas sin fin, a ser descubiertas bajo nuevas facetas, a la luz de nuestra experiencia personal y de nuestras cambiantes prioridades.

En otra época se dijo que la parábola era una forma primitiva del discurso. Hoy se admite por diversas razones que se trata, al contrario, de una forma de lenguaje superior, de didáctica eficaz en extremo. Para comprenderlas mejor hemos de tener en cuenta algunas realidades, y la primera es que la tradición cristiana no siempre supo entender su mensaje.

Los llamados “Padres de la Iglesia” se extraviaron en una lectura alegórica de estos textos basada en la confusión entre parábola y alegoría, y esa pauta equivocada de interpretación prevaleció hasta el siglo XIX. Las parábolas fueron utilizadas como dúctil soporte de las interpretaciones dogmáticas tradicionales. Para enderezar el tiro hubo que esperar a Adolf Jülicher, famoso exégeta alemán, quién revolucionó entre 1888 y 1892 la comprensión de las parábolas mostrando que la clásica lectura que las trataba como si fuesen alegorías alteraba su intención primitiva, que, a su juicio, era más ética que teológica. Medio siglo después, los trabajos de Joachim Jeremias aportan una nueva ruptura con respecto a la interpretación clásica, y a la propuesta por Jülicher, insistiendo en que Jesús utilizó sus parábolas, la mayoría de las veces, como instrumentos de persuasión, arraigados en la realidad concreta de la Palestina de su tiempo, e incluso como argumentos destinados no tanto a promover valores éticos como a responder a situaciones de conflicto.20

Las nuevas corrientes de las ciencias del lenguaje aportaron, a mediados del siglo XX, una revisión de las teorías interpretativas al estudiar las parábolas como procedimientos metafóricos. Por ese camino se llegó en nuestros días a un consenso general de que la parábola, más allá de su sentido literal, tiene siempre un sentido figurado, y que, para descifrarlo, se precisa una clave de lectura. Los trabajos de los expertos han mostrado que la parábola, como toda metáfora, no puede reducirse a una simple figura retórica.21 Se trata de un recurso de comunicación capaz de transmitir conceptos nuevos, al acercar campos semánticos diferentes de manera intencional. De ahí que contenga, la mayoría de las veces, elementos de sorpresa, e incluso de extravagancia. La parábola desconcierta a menudo con desenlaces insólitos: así, el padre ofrece un banquete al hijo que regresa a casa después de dilapidar la herencia (Lucas 15:23-24); o los obreros que sólo han trabajado una hora reciben lo mismo que los que han trabajado doce (Mateo 20:1-16). En ambos casos, el Maestro contrapone dos conceptos distintos de justicia: el clásico (expresado mediante las reacciones del hijo mayor y la de los obreros de la primera hora), arraigado en la lógica de la rentabilidad; y el suyo, que se basa en la lógica superior de la compasión y de la gracia, y en un concepto mucho más profundo de las relaciones humanas.

En la interpretación de las parábolas conviene recordar que el lenguaje figurado se presta mejor que otros a vehicular o formular revelaciones nuevas.

1. Así, lo más cotidiano puede servir para explicar lo más inefable. Jesús habla en sus parábolas de realidades conocidas por todos: la inquietud por la cosecha, el peso de una deuda, la angustia ante una pérdida. Explica lo desconocido a través de imágenes familiares. Lo que todos saben le sirve de modelo para lo que nadie sabe aún. Por ejemplo, que Dios es como un padre amante incomprendido por sus hijos (Lucas 15:11-32).

2. Aunque parezca paradójico, lo concreto sirve para expresar lo abstracto. Cuanto más abstracta es una idea más difícil es de formular. Dado el carácter esencialmente metafórico de las palabras, se necesita una gran creatividad para saber manejar imágenes capaces de comunicar principios espirituales. Sin embargo, eso lo consiguen las parábolas con naturalidad, sin resultar pretenciosas.

3. A la hora de interpretar hay que tener en cuenta que el carácter anecdótico de ciertos detalles permite mayor precisión a la parábola que a la alegoría. Muchos de los detalles de las parábolas son accesorios e intercambiables. Por ejemplo, la parábola de las diez vírgenes diría lo mismo si en vez de diez fueran seis u ocho, y la de los obreros contratados a horas distintas mantendría su mensaje si en lugar de trabajar en una viña trabajasen en la construcción, etc. El hecho de que los detalles sean secundarios da más peso a la intención central del relato, ya que obliga a buscarla sin dispersarse en una descodificación de lo periférico.

Podríamos decir que el secreto para entender las parábolas está simplemente en escuchar con atención su mensaje. Como indicios de lo indecible, estas “historias interminables” abren nuevos caminos de reflexión sobre una revelación de riqueza inagotable, y cuya intención se cifra tanto en responder preguntas como en suscitarlas.

Sin duda fueron muchos los factores que impulsaron al Maestro a escoger las parábolas como el medio más apropiado para hablar del reino de Dios. Al contrario del lenguaje de refuerzo, cuya intención es clarificar y explicar, la parábola es portadora de un lenguaje de cambio, destinado a transformar las ideas de los destinatarios, proponiéndoles alternativas inesperadas, un encuadre distinto de la vida, y una nueva percepción de sí mismos y del mundo. Estas cualidades permiten a las parábolas abrir espacios de libertad, que favorecen la toma de posición personal de aquellos a quienes van destinadas. Lo que el relato da a entender en el orden de lo ficticio se aplica a su vez, a nivel personal, en la vida real del destinatario, invitándolo a un acto de toma de posición y a una decisión. En su intención última, la parábola es un instrumento privilegiado al servicio de la conversión.22

Conclusiones y aplicaciones prácticas

Jesús, el divino Maestro, ejerció una influencia decisiva en la vida de sus discípulos, no sólo por medio de sus mensajes, sino también a través de su manera de enseñar, tan distinta de la de los doctores de la ley de su entorno. Nosotros también estamos llamados a aprender de Jesús, tanto en lo que concierne a los contenidos de nuestros mensajes como a la manera en que tendríamos que comunicarlos. Inspirados en los principios educativos de Cristo e inspirados por su espíritu, nosotros tenemos el deber de buscar la excelencia en la presentación del evangelio a los diversos auditorios en los que ejercemos nuestro ministerio, adecuando nuestras palabras, nuestras ilustraciones y nuestras enseñanzas, a las necesidades de nuestros interlocutores: los niños necesitan ideas claras y sencillas, presentadas a través de imágenes fáciles de captar; los adolescentes y jóvenes necesitan recursos que apelen a su inteligencia y su imaginación que los motiven y que los atraigan a desafíos elevados; etc.

Profundizando en los procedimientos didácticos del gran Maestro, y dejándonos inspirar por ellos, guiados por su espíritu, enriqueceremos nuestro ministerio y seremos capaces de enseñar cada vez más como Cristo.23

Preguntas de estudio

  1. ¿Qué ventajas encuentras entre los métodos de enseñanza de Jesús y los de los maestros de su tiempo?
  2. ¿Qué métodos de Jesús te parecen más relevantes y útiles para ti como educador?
  3. Busca tres ilustraciones de realidades contemporáneas que Jesús hubiera podido utilizar hoy en lugar de tres otras suyas, como por ejemplo, el yugo, la sal o la cizaña, para transmitir enseñanzas similares.
  4. Elabora tres parábolas a partir de eventos u objetos de nuestros días.

Bibliografía sugerente para profundizar

Badenas, Roberto. Para conocer al Maestro en sus parábolas. Madrid: Safeliz, 2002.

Taylor V, John W. “Jesucristo, el Maestro de los maestros”. Revista Educación Adventista 35 (2013): 16-22.

Cury, Augusto. El maestro de los maestros: análisis de la inteligencia de Cristo. Madrid: Plural Singular Ediciones, 2004.

White, Elena de. “Una ilustración de los métodos educativos de Cristo”, en La educación, 80-91.

White, Elena de. “La enseñanza más eficaz” en Palabras de vida del gran Maestro, 8-15.


1 He aquí un ejemplo: “Se dice que el rabí Isaac ben Josef dijo en nombre del rabí Johanan, que la tradición es como Rab Judá ben Ahad hijo de R. Huna dice en nombre de rabí Sheshet…” (Baba Metzia 33a)

2 Rabí Josef ben Judá afirma “no haber cedido nunca a quienes quisieron forzarme a decir alguna cosa que yo no hubiese oído decir a mis maestros” (Sukka 27b), y Rabí Johanan ben Zakkai “no dijo jamás en su vida nada que no hubiese oído decir a sus maestros” (Sukka 28a).

3 “Quien interprete la Torah de modo diferente al de la halaka (tradición) sea maldito” (Sanhedrin 99a)

4 “El verdadero maestro nunca se da crédito a sí mismo” (Abbot 6).

5 Ver White, La educación, 69-79.

6 Reuben L. Hilde, “An Introduction to the Teaching Principles of Jesús. Part I”, en The Journal of Adventist Education, 41/2 (1978-1979): 17-32; Part II, 41/3 (1979): 17-31.

7 “R. Aye dijo a R. Dimi […] que R. Judá dijo en nombre de Rab: Cualquiera que enseñe a un discípulo que no sea digno será arrojado a la Gehena […] y R. Zera dijo en nombre de Rab, que cualquiera que enseñe a un discípulo indigno es como si ofreciese un sacrificio a los ídolos” (Hullin 133a).

8 White, El deseado de todas las gentes, 165.

9 Sobre los métodos pedagógicos de Jesús, ver, entre otros pasajes de White, El deseado de todas las gentes, 218-220.

10 White, Palabras de vida del gran Maestro, 8.

11 White, La educación, 74.

12 El Antiguo Testamento registra un par de fábulas (Jueces 9: 7-15 y 2 Reyes 14: 9) pero el Nuevo Testamento no contiene ninguna.

13 Así, para explicar el efecto nefasto de encerrarse en uno mismo, los antiguos griegos evocaban el mito de Narciso. Un joven pastor de excepcional belleza, de tanto contemplarse se enamora de sí mismo, hasta el punto de que, en su deseo irresistible de abrazarse, muere ahogado. Los dioses, compadecidos, lo hacen renacer cada primavera en una flor que todavía lleva su nombre, y que parece absorta en la contemplación de sí misma.

14 Mashal es un término hebraico que significa a la vez ilustración y comparación, que se aplica a refranes, proverbios y enigmas, de intención didáctica.

15 Si se tiene en cuenta que el término griego parabole da origen a un verbo que significa “colocar una cosa al lado de otra a fin de comparar ambas”, la parábola es en primer lugar un símil continuado. Ver F. Lacueva, Diccionario de figuras de dicción usadas en la Biblia (Terrassa, Barcelona: CLIE, 1985), 635. Plutarco define la parábola como “la acción de optar por un camino indirecto” (Aratos, 22).

16 Véase, por ejemplo, el impacto del “ese hombre eres tú” con que concluye la parábola de Natán a David (2 Samuel 12:1-7).

17 La parábola es una historia o comparación tomada de la naturaleza o de la vida diaria “que atrae al oyente por su viveza o singularidad y deja a la mente con cierta duda sobre su aplicación exacta, de modo que la estimula a una reflexión activa”. C. H. Dodd, Las parábolas del reino (Madrid: Cristiandad, 1974), 25.

18 Ver D. Marguerat, Parábola (Cuadernos Bíblicos 75; Estella, Navarra: Verbo Divino, 1992), 5.

19 Ver White, Mensajes selectos, 1:23.

20 “Las parábolas de Jesús no son puras obras literarias (al menos en su primera intención); tampoco pretenden inculcar principios generales (no se crucificaría a un Maestro que cuenta historias amenas para corroborar una moral prudente), sino que cada una de ellas fue pronunciada en una situación concreta de la vida de Jesús, en unas circunstancias únicas a menudo imprevistas […] y en situaciones de lucha. Se trata pues de justificación, de defensa, de ataque, incluso desafío. Las parábolas son —no exclusivamente, pero en gran parte– armas de combate. Cada una de ellas exige una respuesta al instante”. Joachim Jeremias, Las parábolas de Jesús (Estella, Navarra: Verbo Divino, 1991), 26.

21 Ver, por ejemplo, Paul Ricoeur, La metáfora viva (Madrid: Cristiandad, 2001).

22 Adaptado de Roberto D. Badenas, Para conocer al maestro en sus parábolas (Madrid: Safeliz, 2002), 218-223.

23 Ver Roberto Badenas, “Should We Teach in Parables, Following Jesús?” en Biblical Parables. Essays in Honor of Robert M. Johnston (Thomas R. Shepherd & Ranko Stefanovic, eds. Berrien Springs: Andrews University Press, 2016), 236-250.