Declaración de objetivos
Los principales objetivos de este capítulo son:
- Que el estudiante comprenda que Jesús fue ungido del Espíritu Santo como Mesías desde su encarnación, y guiado por el Espíritu a lo largo de todo su ministerio mesiánico. Cristo es hoy el Mesías resucitado y el Mesías que ha prometido volver.
- Que entienda por qué el Jesús de los evangelios es la más plena revelación del Padre, en su persona y en su obra.
- Que sepa discernir que los milagros de Jesús relatados en los evangelios son, ante todo, pruebas específicas de su misión como Mesías.
Introducción
La esperanza de un Mesías por venir era una realidad viva en el entorno en el que predicó Jesús. “Las últimas profecías mesiánicas del Antiguo Testamento giraban, en el libro de Daniel, en torno a un misterioso personaje (el Hijo del Hombre) que encarnaba al “Reino de los Santos”, la teocracia mesiánica. La lucha de los macabeos había exasperado los sentimientos nacionalistas del pueblo judío. La literatura apocalíptica apócrifa —calcada sustancialmente en las perspectivas del libro de Daniel— encendía los ánimos de un pueblo que se creía destinado a dominar el mundo a pesar de estar hollado por las legiones romanas…Los antiguos vaticinios de los profetas estaban a punto de cumplirse”1 El Mesías (o “Ungido”) estaba por venir. “A este príncipe ideal se le señala como el instaurador de la paz, por llevar sobre sí el ceñidor de la justicia. Será el “Admirable Consejero, Dios fuerte, Príncipe de la paz” (Isaías 9:6). Sobre él descansará el espíritu de Yahvé en su múltiple manifestación (Isaías 11:2). En el Salmo 2 se le designa explícitamente como Mesías o Ungido de Yahvé, como lugarteniente suyo en la tierra. La palabra Ungido se aplicaba en el Antiguo Testamento a los sacerdotes y a los profetas y reyes (1 Samuel 12:5; Salmo 27:4), pero en los últimos tiempos es el nombre específico del Libertador de Israel”.2
La iglesia naciente, tal y como es descrita en la obra de Lucas, tanto el evangelio como el libro de los Hechos, representa un giro en la mentalidad del nuevo pueblo de Dios. Los “cada día” lucanos establecen una nueva forma de concebir el tiempo de la iglesia frente a la promesa; los cristianos viven la promesa fuera de los límites de toda clase de fechas establecidas (Hechos 1:7); se reúnen en el templo, cada día; incluso el pan que comparte es el pan del “mañana”3; se van añadiendo a la iglesia los que deben ser salvos, cada día; predican por las casas y celebran la cena del Señor, cada día, etc. La vivencia de esta nueva temporalidad requiere de una relectura del ser mismo de la Iglesia y de su misión4. Se observa una cercanía clara entre la percepción lucana y la paulina, y no es de extrañar, ya que Lucas es uno de los más íntimos colaboradores de Pablo5, y éste lo destaca como quién permanece a su lado cuando todos los demás lo han abandonado.6
Los evangelios, con Lucas a la cabeza, presentan, una mentalidad diferente a la de los creyentes de origen judío, porque Lucas sin duda, procede de una cultura de base diferente a la judía.7 Su comprensión del evangelio, que parte de un conocimiento importante del AT y del método derásico8, se acerca incesantemente a la forma en la que los nuevos conversos provenientes del paganismo deben comprender el cristianismo, no ya como un aspecto del judaísmo sino como un “camino” universal de salvación,9 proveniente de Israel pero que conduce a una forma nueva de entender las doctrinas, la Ley, la historia de la salvación y la salvación misma. Y sobre todo, a una nueva forma de entender al Mesías prometido al mundo entero. Esta universalización del cristianismo, que supera el pasado ampliando los esquemas sociales, temporales y teológicos, hace de los evangelios, y en particular de los escritos de Lucas, documentos esenciales para la comprensión de lo que el Mesías esperaba de la iglesia desarrollada en el tiempo.
La perspectiva universal del mesianismo de los evangelios hace que su mensaje siempre esté de actualidad. Así, el evangelio de Lucas, que es el que vamos a seguir como hilo conductor en este capítulo, es el producto de un proceso sistemático de compilación y reflexión10 que él mismo afirma11, usando una perspectiva histórica para comprender el sentido de la Iglesia y su misión en el desarrollo de la historia en la que Dios interviene.12 Entre el evangelio y el libro de los Hechos, Lucas, reescribe una Historia de la Salvación13 en la que el antiguo pueblo de Israel se desarrolla y crece dando lugar a una realidad más universal y con proyección eterna. Porque el Mesías esperado es universal y eterno, encuadrado en un punto de partida determinado, pero transcendiendo el umbral de la eternidad.
Los evangelios expresan de forma descriptiva la salvación como proceso universal inclusivo.14 Los gentiles van a descubrir que el Mesías prometido a Israel es también su Mesías. Por esto, Mateo mostrará que los primeros en buscar y encontrar al Mesías son unos sabios de oriente (Mateo 2:1-12) y Lucas dará gran importancia a la figura de Abraham, padre de la fe de todos los creyentes, remontando la genealogía de Jesús hasta Adán, padre de todos los hombres. Tanto en Mateo como en Lucas, las figuras relevantes para Israel se descubren como relevantes para todos los pueblos.
El cambio que representa la forma en la que los evangelios presentan la historia de Cristo, implica una nueva concepción del universo en sí mismo, y de la relación que el evangelio tiene con él15. Israel deja de ser el centro del universo para integrarse en él, en un tiempo, en unas coordenadas y con un propósito determinado que no tiene fin, que no caduca. Esta integración proyecta a Israel en lo que luego se va a denominar “la Iglesia” en la metanarrativa de la Historia de la Salvación.16
Concebir a Cristo como el Mesías prometido a los descendientes de Jacob, es una cosa y concebirlo como el Mesías prometido al mundo, es otra. La vocación mesiánica de Cristo es universal, así como también su sacerdocio y su oferta de salvación. Lucas, realiza una reflexión teológica y literaria inclusiva, pues no desecha lo que se ha dicho y escrito anteriormente, sino todo lo contrario, como él mismo dice al comienzo de su evangelio, se dedica a examinar con detenimiento cada una de las fuentes que están a su alcance y las fusiona literariamente en un solo cuerpo. Podríamos decir que los evangelios no rompen con el pasado judío del pueblo de Dios, sino que lo superan y lo dotan de un nuevo significado reinterpretándolo en clave universalista.
Los evangelios, ofrecen un retrato humano de Cristo, evitando insistir en su divinidad,17 aunque releen y reinterpretan18 las Escrituras, describiendo al Mesías con los sentimientos y fragilidades inherentes a su naturaleza humana. Pero no nos engañemos, no humanizan meramente a Jesús, sino que muestran su inherente humanidad. Al contrario que en los apócrifos, en los que observamos algunas representaciones artificiosas e incluso pomposas de Cristo, los evangelios presentan a Cristo de forma natural,19 aunque empleen profusamente, el título de “Señor”, para designarlo,20 lo que indica, que aunque lo describen en toda su humanidad también reconocen su poder y divinidad. Esta visión equilibrada hace que los evangelios utilicen títulos “divinos” para Jesús profusamente pero sin exclusividad, tanto antes de la resurrección como después. En virtud de los títulos empleados en los evangelios, podemos decir que para ellos, Cristo, es el mismo antes y después de la cruz, que no asume títulos mesiánicos nuevos después del Calvario, su resurrección no aporta nuevas funciones, sino una forma imperecedera y un ámbito renovado de ejercer los títulos que ya ostentaba.21
En los evangelios, tiene gran importancia la misión del Mesías en favor de los parias de la sociedad, aquellos grupos considerados no deseables para la convivencia.22 Así, Cristo, es representado como el que dignifica a aquellos que no tienen dignidad, el que recibe al pobre y a la viuda y los ayuda (e incluso alaba) y esto es fundamental para entender el concepto de Mesías en su tiempo. El Mesías enviado por Dios, es la respuesta a los humildes y desposeídos, a las mujeres, a los niños, a los extranjeros, a los enfermos, a los pecadores y las prostitutas, en definitiva, a la gran masa de población que constituyen la mayoría, sin relevancia en cualquier tipo de sociedad, en cualquier cultura.23 Mas qué los demás evangelistas, Lucas, ve a los invisibles, como médico, conoce la intimidad de los hombres y las consecuencias de sus errores, que sólo hallan respuesta en el Cristo.
Resulta evidente para el lector atento, que en los evangelios, el título de Cristo no es el título más usado en referencia a Jesús, pero sin duda el más importante desde un prisma teológico.24 Lucas es el único evangelista que constata que los primeros creyentes recibieron muy pronto el nombre de “cristianos”.25 Cristo era, visiblemente, el centro de las vidas de aquellos que se acogen en él a la salvación que sólo Dios puede proveer. Los nuevos creyentes retratan a Cristo en su conducta de forma entrañable. Para ellos, el Jesús humano, en quién reposa toda la humanidad, se ha encarnado también en sus seguidores, y se hace visible en sus vidas, en sus acciones y en sus relaciones sociales.
Jesús, el Mesías
Los términos “Mesías”, “Cristo” y “Ungido” son equivalentes, por lo que los usaremos indistintamente aunque preferentemente utilizaremos “Mesías” por su significado eminentemente teológico. El apelativo “Cristo” como título del Mesías surge del judaísmo helenístico, cuando el término מָשִׁיחַ (māšîaḥ) fue traducido al griego por los LXX como christos que es una traducción muy fiel pues tiene exactamente el mismo significado.26
En la época en la que se escribieron los evangelios, se creía que el Mesías aparecería con cierta inminencia.27 Lucas narra el episodio de la predicación de la profetisa Ana,28 de la que explícitamente se dice que hablaba de Jesús con “todos los que aguardaban la redención en Jerusalén”. Los evangelios son conocedores del sentimiento de proximidad de la aparición de la figura del Mesías. Incluso los enemigos de Jesús preguntan si Él es el Cristo.29 Desde un punto de vista histórico, sabemos que en los siglos I-II surgieron en Palestina algunos líderes a los que se les atribuyeron características mesiánicas, y que pretendieron actuar como grandes personajes.30
El ungimiento era un acto litúrgico de significado profundo en Israel, que se asociaba con un “derramamiento” del Espíritu sobre el ungido.31 La unción era un rito esencial en la coronación de los reyes de Israel que hacía del rey una persona santa. Esta santificación estaba simbolizada por el nezer, signo de consagración, y que era una diadema que portaba el monarca,32 casi idéntica a la que también portaba el sumo sacerdote,33 quién para iniciar sus funciones también era ungido.34 En español, el término “nazareo” designa a aquel que se consagraba al culto a Dios y que etimológicamente procede de nezer.35 El nazareato era una práctica que existía en el NT, desde tiempos de Moisés (Números 6:1-21), que comenzó siendo un carisma suscitado por el llamado de Dios36 y que terminó siendo un voto.37
El retrato de Cristo como el Mesías universal que presentan los evangelios es espléndido. Al principio de su obra, Lucas, ya avisa al lector de que él ha compilado lo que se ha escrito con anterioridad. Su selección es muy cuidadosa, e incluye los rasgos genéricos y los títulos de Jesús, que lo elevan desde su humanidad solidaria y común hacia otros aspectos que la trascienden y glorifican, que tienen que ver de forma determinante con el título de Ungido, de Cristo.
Esto Lucas lo desarrolla en 6 puntos:
La presentación del Mesías, comienza por la descripción de la concepción virginal de Jesús, en María, por obra del Espíritu Santo,38 en un lenguaje que, aunque claro y directo, está transido por el misterio. Resulta curioso que Lucas emplee un lenguaje claramente figurativo para narrar el hecho de la concepción siendo que él es médico, y por tanto un “hombre de ciencia” para lo que eso significaba en aquella época. La medicina es un área empírica de las ciencias, en la que es fundamental la observación y la deducción, pero en este caso estamos en el ámbito distinto de la revelación.
La fe de Lucas rechaza la tentación de exponer los hechos de forma naturalista. También abruma la sencillez y la fuerza dramática con la que se expresa, dando pruebas de su pericia y brillantez como escritor.39 La acción misteriosa del Espíritu da lugar a la concepción sobrenatural de Cristo en María, una mujer judía común, en la que lo más resaltable es su gran humildad. Lo que hace grande a María, por así decirlo, es lo que Dios ha hecho con ella. Porque su hijo Jesús es ante todo el Cristo, el Ungido de Dios y el Mesías de los hombres. Negar el misterio de la encarnación sería negar al Mesías. Dicho misterio es, en los evangelios, el comienzo de un viaje teológico por la historia de la salvación, que incluye el pasado, el presente y el futuro, en cumplimiento de la profecía mesiánica formulada en Isaías 7:14.
El Espíritu Santo, ocupa un lugar muy relevante en los escritos de Lucas,40 que lo describe principalmente como la potencia creadora de Dios. Podemos decir que el Espíritu “crea” a Jesús en María. Es un acontecimiento similar a la creación del mundo en el Génesis: un fenómeno misterioso que realiza Dios por su infinito poder. El relato de la concepción de Jesús está precedido por el de la concepción milagrosa de Juan el Bautista. Se establece un contraste entre los dos relatos que nos ayuda a comprender la dimensión del misterio en el Mesías prometido. En los dos casos actúa Dios directamente, pero solo en el caso de Jesús se menciona al Espíritu como agente de su concepción.41
El milagro de la concepción de Juan el Bautista, estriba en posibilitar lo que ha dejado de ser posible por las circunstancias de deterioro y vejez, por la infertilidad manifiesta. El milagro de la concepción de Jesús consiste en hacer posible lo imposible, la ausencia de varón hace humanamente inviable una concepción: ante esta ausencia se produce la presencia del Espíritu que infunde vida desde el principio,42 al “cubrir a María con su sombra”.43 Jesús es el Ungido, el Cristo y el Mesías desde su nacimiento por obra del Espíritu Santo.
El evangelio de Lucas describe la acción del Espíritu durante el ministerio de Cristo con una relevancia superior a los otros sinópticos. Así, el Espíritu se manifiesta en el acto inicial de su ministerio terrenal; durante el bautismo, el Espíritu desciende sobre el Mesías en forma corporal de paloma, acompañado de la voz de Dios que declara a Jesús “Hijo amado” y “Bien de Dios”.44 Este es un acto forense mediante el cual Dios hace una declaración ante los hombres, incontrovertible, un fenómeno sobrenatural que recuerda los tiempos veterotestamentarios. Dios se muestra en Trinidad en un mismo escenario inaudito y sin precedentes. Sin duda, esta escena redimensiona lo que significaba hasta el momento ser el Ungido de Dios, porque se supera la condición de un hombre vinculado a Dios, de un humano en estado de santificación plena, para encontrar a un hombre que se revela como el mismo Hijo de Dios, el Santo de los santos.
La siguiente escena, conocida como “las tentaciones del desierto”, dice que Jesús, lleno del Espíritu,45 fue conducido al desierto por el mismo Espíritu. Jesús derrota al diablo y éste lo deja “hasta el tiempo oportuno”, podríamos decir “hasta una ocasión más propicia”. A partir de la unción del Espíritu en el bautismo, Jesús es conducido por Él continuamente y la conducción del Espíritu se revela en que es capaz de vencer al diablo continuamente. Cuando regresa a Galilea,46 su unción se ha confirmado y se introduce un nuevo concepto teológico: Jesús manifiesta en sus actos el poder del Espíritu. Ser el Mesías, el Cristo, no sólo es ostentar un título, es actuar con el poder de Dios.
La escena siguiente evoca el mensaje de los profetas, que anunciaban que Cristo sería el Mesías esperado, el Ungido de Dios. Jesús va a Nazaret, a su tierra. El pueblo no ha cambiado pero Jesús sí. El día escogido es sábado. Jesús es Señor del sábado y en su día se manifiesta a su pueblo.47 En alusión a esto, encontramos que los hechos descritos por Mateo se presentan en una secuencia de narración paralela a Lucas;48 Jesús entra en la sinagoga un sábado, y lee un texto de Isaías que anuncia la unción del Espíritu y su vocación mesiánica.49 Tras un conflicto superado con los oyentes, todo acaba con la victoria de Jesús sobre el diablo en una curación sobre un endemoniado, que también se produce en un día de sábado, según Lucas Lo más destacable del relato lucano es que el texto que lee Jesús declara que antes de predicar a los pobres, sanar a los quebrantados de corazón, proclamar la libertad de los cautivos, devolver la vista a los ciegos, poner en libertad a los oprimidos y proclamar el año de la buena voluntad de Dios, debe ser ungido mediante el Espíritu Santo. Cristo se proclama el Mesías al comentar el texto de Isaías 61:1, por eso, tiene poder para realizar su misión; el Espíritu está constantemente con Él y lo asiste. El concepto de unción es más que un acto, ya que se articula como un proceso vital.
Después del regreso de los 70 primeros misioneros, se introduce un nuevo elemento como consecuencia de la unción del Espíritu. Lucas nos dice que Jesús se regocijó en el Espíritu Santo50 y pronuncia una alabanza que sólo Él podía articular, pero este gozo es compartido por las multitudes, que se llenan de alegría,51 Zaqueo,52 los apóstoles53 y el mismo Dios,54 porque el Espíritu produce alegría incontenible y manifiesta.55
Jesús, revelación del Padre
Como Mesías de Dios, solo Jesús conoce realmente al Padre y solo Él puede darlo a conocer. Ese es el gran cometido del Ungido de Dios: mostrar el carácter de Dios, la realeza divina y el verdadero sacerdocio. Y lo hace en un momento histórico concreto diferenciado de todos los demás, un momento que fue anunciado y que muchos esperaron a lo largo de la Historia. La manifestación del Ungido, del Cristo de Dios, es la consumación de los tiempos y el punto culminante de la historia de la salvación. La unción mesiánica de Jesús en el Espíritu, supone el cumplimiento profético del AT y el inicio de la plenitud de los tiempos.
Lucas nos presenta dos situaciones que expresan de forma especial la relación de Jesús con su Padre y que no encontramos en los otros tres evangelios. En Lucas 2:48 hallamos la primera de ellas, en el texto en el que Jesús habla de “los negocios de su Padre”. Anteriormente hemos hablado del ministerio público de Jesús y del cumplimiento profético que marca el inicio de dicho ministerio alcanzando la plenitud de los tiempos, pero Lucas es el único que nos dirá que Jesús, en su incipiente juventud y durante el rito de su salida de la niñez, ya era consciente, de algún modo, de su filiación divina.
El contexto en el que se producen las palabras de Jesús, es determinante para comprender lo vinculadas que están al acontecimiento mesiánico. Jesús habla en el templo, el lugar donde se simbolizaba la vida del Mesías en todo el ritual, pero sobre todo, en el rito sacrificial. Jesús es testigo del sacrificio y es consciente, además, de cómo éste le da la dimensión peculiar del templo como casa de su Padre. Jesús ha aceptado el templo como su hogar especial en la tierra, y solo el Ungido de Dios y los que son ungidos por Él, podrían hacer tal cosa. Los asuntos de Dios, son los asuntos de Jesús, porque Él es el Cristo, el Hijo del Dios vivo, y su negocio principal es el de ser el Mesías, lo que implica la salvación del mundo.
En coincidencia con los demás evangelios,56 el ministerio de Cristo se realiza en estrecha unión con el Padre. Pero Lucas nos sorprenderá nuevamente en Lucas 23: 46, cuando recoge el contenido del grito de Jesús antes de expirar. Jesús clama al Padre para entregar lo único que le queda que es el espíritu. Lucas emplea la expresión “Padre” en lugar del “Dios mío” de Mateo. Esta expresión resalta la proximidad y la filiación del Cristo en boca del mismo Jesús, en la hora de su muerte, con una fuerza superior a los demás relatos. Frente a los textos que destacan esta misma filiación en boca del centurión romano,57 el relato lucano hace de esa afirmación la apelación de un hijo a su padre, la recubre de intimidad y dependencia y nos muestra una relación real paterno-filial. El Mesías, ungido al comienzo de su ministerio público por el Espíritu, no dejará de realizar su labor hasta entregar su último aliento. Jesús es el revelador del Padre hasta el final de su vida y lo es, porque la unción de Dios es perpetua. El ungimiento implica un viaje de ida y vuelta a su Padre.58
Para Jesús, Dios es Padre de forma cósmica y absoluta, porque es el Padre celestial (Lucas 11:13). Como consecuencia es presentado como Padre omnipotente en la expresión “Señor del cielo y de la tierra” (Lucas 10:21), pero su rasgo fundamental es ser el Padre misericordioso, conjugando un poder y un amor absolutos, dedicándose en especial a los más débiles y desprotegidos (Lucas 10:21), y desarrollando un plano de intimidad e igualdad con el Hijo, con el que se identifica, pero no se confunde.
El Padre que revela Jesús en el evangelio es, sobre todo, salvador. En su “debilidad” por los más frágiles de sus hijos, se revela a ellos y les ofrece su reino, colmándolos de bendiciones (Lucas 12:32). Jesús revela al Padre a los seres humanos, y se dirige a ellos en Su nombre (Lucas 12:30), ofreciéndoles, entre otras gracias, el perdón de los pecados. Los que han sido perdonados pueden acercarse al Padre como hijos de pleno derecho (Lucas 11:2) y Dios les presta su atención de forma incondicional (Lucas 11:13). Conocer a Dios implica desechar el miedo, porque Dios mismo vela por sus hijos y provee para ellos (Lucas 12:32).
El amor incondicional del Padre se proyecta en sus hijos/discípulos, quienes deben amar incluso, sus enemigos y ser misericordiosos con todos (Lucas 6:36). Ser hijo/discípulo supone un acto de humildad, pues implica ponerse en el lugar de los más pequeños (Lucas 10:21) para ampararse en el Padre totalmente y abandonarse a su cuidado como sus niños (cf. Marcos 10:14).
Jesús revela al Dios Padre, que actúa en la historia de la humanidad de forma directa y programada en función de su amor compasivo y redentor que se explícita en su plan de salvación. Dios envía a su Hijo único para dar cumplimiento a sus propias promesas (Lucas 4:21). El Reino de Dios y su reinado se hacen visibles en la misión que Dios le confía, porque tiene autoridad para hacerlo y es el único que puede (Lucas 7:27 y 10:2). Jesús se refiere a su Padre como “el que me envió” (Lucas 10:16). La encomienda del envío continúa más allá de Cristo con los hijos/discípulos (Lucas 10:2). El envío es un signo de identidad, pues solo los hijos son enviados y participan activamente de la misión por encomienda del Padre. Los testigos, que serán los que den testimonio, son unos privilegiados (Lucas 7:22 y 10:21).
Jesús también revela al Padre en su dimensión futura de Juez, que trasciende el presente y lo dota de contenido y significado escatológico. A la aceptación de la salvación por parte del individuo que se inserta en el plan divino, se le añade la espera de un juicio, como esperanza de justicia cósmica. Así encontramos expresiones como “rendir cuentas” (Lucas 12:48), “ser medido” en virtud de la misericordia (Lucas 6:38), “ser juzgado” e incluso “condenado” (Lucas 6:37 y 12:48). En un contexto más negativo, se habla de “ser echado fuera” (Lucas 13:28), “ser abandonado” (Lucas 17:34 ss.), o ser arrojado a un lugar infernal (Lucas 12:5). Todo esto está condicionado a la aceptación del Hijo como único vínculo posible entre el Padre y la humanidad.
Cristo, como el Hijo, es el agente principal del proyecto soteriológico del Padre, y evoca esta acción salvadora de diversas maneras: Dios responde a las necesidades humanas (Lucas 11: 9-10) porque es sensible a estas en su amor misericordioso como Padre. La respuesta escatológica tiene que ver con la resurrección: Dios devuelve la vida a los hombres, pero no cualquier vida, sino la eterna (Lucas 14:14) siendo esta una necesidad que sólo Dios puede satisfacer. El camino de la salvación es un camino que sólo exige la vivencia de la fe. Así Cristo enseña que es la fe en el Padre la que salva (Lucas 7:50), una fe que no es exclusiva del pueblo de Israel, sino que se extiende por todo el mundo (Lucas 17:19). La acción salvadora de Cristo encomendada por el Padre es universal: Cristo aporta la salvación a todos los seres humanos. Cristo es el ejemplo de perdón máximo ofertado por el Padre (Lucas 7:47-48; 11:4; 12:10), como Hijo puede perdonar los pecados que el Padre perdona.
Quizás, el asunto más importante en la revelación del Padre al mundo por Jesucristo, es la proclamación de la llegada del reino de Dios. Jesús vincula su misión a la proclamación del reino de su Padre. Esta acción representa un misterio revelado a todos, incluso a los más débiles e insignificantes (Lucas 10:21), que deben sentirse felices por esta revelación del Padre en el Hijo (Lucas 10:23 ss.). Pero la tarea de Jesús va más allá de la proclamación del reino. Jesús tiene una relación tan íntima y personal con el Padre que lo convierte en su heraldo excepcional y único, y aceptar al Padre como rey implica aceptar al Cristo como Señor (Cf. Lucas 10:16), porque en su unidad comparten realeza y señorío. En el evangelio, Jesús enuncia el reino, pero no lo explica a penas (ver parábolas del Reino en Mateo 13), pues es la integración en dicho reino la que puede explicar en qué consiste, bajo el Señorío de Cristo y de su Padre: el reino es una vivencia, una experiencia de vida en Cristo.
Los milagros de Jesús
Para comenzar a hablar de milagros, deberíamos precisar qué entendemos por milagro. Los llamados “milagros” son obras que exceden el poder humano ni aun manipulando las leyes de la naturaleza, y que tampoco pueden explicarse por la ley de causa efecto natural. La sobrenaturalidad es la esencia del milagro. Como el ser sobrenatural por excelencia es Dios, entendemos que él es el agente principal de los verdaderos milagros. Pero esta sobrenaturalidad no es suficiente, ya que existen milagros engañosos, por lo que su significado teológico es esencial.
En sentido teológico, la unción del Espíritu de Dios es la única fuerza poderosa para realizar toda suerte de prodigios y señales. Jesús no conjura fuerzas taumaturgas ni se muestra como un sanador a la usanza de la época. Su lenguaje es sencillo, no hay una puesta en escena para los espectadores, sus gestos son de cercanía y redención y se centra en los que necesitan el milagro. Los milagros afirman a Cristo como el Salvador del mundo. La unción del Espíritu y la voluntad de su Padre le permiten compartir su poder sanador con los hombres. Los milagros muestran la filiación divina del Mesías: Él es el que sana todas nuestras dolencias, rescata nuestra vida del foso y perdona todos nuestros pecados y rebeliones (Salmo 103). La propia resurrección de Cristo será la mayor culminación de los milagros.
Nada más comenzar el relato de los Hechos, se describe la última escena del ministerio de Jesús sobre esta tierra (Hechos 1:6-11) en la que se incluyen dos diálogos de los apóstoles: uno con el Señor y otro con los ángeles. En los dos diálogos se habla del regreso de Jesús. Jesús recuerda que, debido a su temporalidad, el hombre no puede conocer el tiempo de su venida, sólo el Padre lo conoce como tal, pero lo importante para los cristianos es que van a recibir la unción del Espíritu, porque sólo esa unción puede habilitarlos para actuar como testigos de Cristo. En el segundo diálogo, los ángeles aseguran que Cristo volverá en un acontecer histórico, presentando un aspecto paradójico del acontecimiento escatológico que es el fin de la historia en sí misma. Los testigos son numerosos y han visto a Jesús siendo llevado al cielo: no se trata de una experiencia mística colectiva, sino de una parte de la historia personal de cada uno de los presentes, de su experiencia real. Jesús se ha marchado en un acontecimiento real que volverá a ocurrir en ocasión de su venida. Ser testigo de la ascensión es tan importante que se convierte en condición sine qua non para poder ser apóstol (Hechos 1:21-22). Este acontecimiento es principal para entender qué significan los milagros que Jesús realizó y qué diferencia fundamental existe con el quehacer típico de otros taumaturgos que le precedieron. Los milagros de Jesús se van a convertir en “señales”.
Será el evangelio de Juan quién llame a los milagros “señales”, no atendiendo sólo al número de las señales, que en este evangelio son 7 y tienen una dimensión simbólica, sino sobre todo al tipo de señales que desvelan a Cristo como el Hijo de Dios. Juan resalta el carácter permanente de dichas señales. Lucas recoge este sentido en Hechos 2:22, cuando Pedro proclama que Cristo era un hombre aprobado por Dios en maravillas, prodigios y señales.
Dios había anunciado por medio de los profetas que el mesías vendría manifestando grandes prodigios (Isaías 35: 5-6), los ojos de los ciegos serían abiertos, los sordos volverían a oír y los mudos a hablar, pero, sobre todo, se anuncia la liberación de los oprimidos. Los milagros tienen carácter probatorio de la autoridad de la revelación contenida en Jesucristo como portador de la Palabra y Palabra misma de Dios. Los milagros eran la manifestación de la gloria de Dios en Cristo, la prueba de la encarnación y, por tanto, de su filiación divina. Si miramos atentamente los milagros en relación con el pueblo de Israel, notaremos que su historia e identidad reposan fundamentalmente en el hecho milagroso. El pulso de la vida en Israel, se manifestaba y manifiesta aun hoy, en la celebración de eventos que tenían que ver con manifestaciones milagrosas de Dios para con su pueblo.
No podemos minimizar el que Jesús hiciera milagros ya que él mismo era un ser humano “milagroso”; la encarnación es un milagro insondable. La vida de Jesús no es comprensible sin los milagros, y la reflexión teológica se impone en la búsqueda del sentido tras cada milagro narrado, por esto es necesaria la cuádruple perspectiva evangélica, que puede trasladar al lector el pleno sentido de los actos milagrosos del Cristo.
La cuestión principal ante el milagro, que ya se suscita en su época, es ¿de donde viene su poder? Jesús se diferenciaba de los otros hacedores de milagros en que mientras aquellos invocaban el nombre de Dios, él lo hacía en su propio nombre, y mediante la fe en él mismo, las personas se salvaban (Marcos 5:34). Sin la fe en él, no se produce el milagro (Marcos 6:5). Por ello, los maestros de la Ley y los piadosos fariseos sospechan de Cristo, por hacer milagros y señales sin que quede clara su procedencia. Lucas (11:15-20), señala cuál es el origen del poder de Cristo: es el dedo de Dios que inaugura la llegada del Reino. Desde esta perspectiva, los milagros resuenan también como un eco de los acontecimientos fundadores de Israel como nación. El Mesías comienza liberando a los oprimidos, como en el Éxodo; calma el mar embravecido como el mar Rojo se abrió ante los hebreos; alimenta a la multitud como el pueblo de Israel fue alimentado por el maná. Así Jesús se muestra, no como un mesías, o un taumaturgo más, sino como el Mesías prometido que refunda el Reino eterno de Dios.
Los evangelios sinópticos presentan al Mesías como el enviado de Dios definitivo tras lo cual no vendría ningún otro, el Mesías cósmico que domina las fuerzas de la naturaleza (universo), puede caminar sobre las aguas y calmar la tempestad y los vientos. Pero al mismo tiempo, expresa una dimensión moral y espiritual en sus milagros, pues sana el cuerpo y perdona los pecados.
Conclusión y aplicaciones pastorales
Los evangelios dejan claro que la Iglesia tiene su fundamento y fundación en Cristo. El ungimiento de Cristo en el bautismo es el punto de inicio de un ministerio más que público, universal. La unción de Cristo anunciada por Isaías y revelada en la sinagoga de Nazaret constituye la hoja de ruta de la narración del ministerio de Cristo y la interpretación teológica de sus palabras y hechos.
La perspectiva presentada por Lucas representa un cambio en la mentalidad del creyente, pero no porque vaya en un sentido diferente a la del resto de la Biblia, sino porque amplía su visión hasta descubrir en ella una vocación universal que ya estaba presente en el contexto mesiánico veterotestamentario. Jesús en el Ungido de Dios para todos los hombres.
Los evangelios presentan al Cristo como un ser humano en una perspectiva sencilla y precisa, que no destaca solo por ser un ser humano excepcional, sino porque es un ser humano que presenta a Dios encarnado. Los evangelistas tienen la habilidad de mezclar la sencillez de lo humano con lo inefable de su divinidad en escenas que podríamos calificar casi de costumbristas. En ese contexto es presentado Jesús como Mesías ungido de Dios.
El bautismo de Jesús es el momento de su ungimiento por el Espíritu Santo como el Hijo de Dios para que se cumpliese, en parte, la plenitud de los tiempos, esa plenitud se completará con el regreso de Cristo tal y como lo vieron marchar. El Espíritu Santo no actúa puntualmente en el Mesías sino que lo acompaña permanentemente, incluso más allá de la muerte, tras su resurrección. El Cristo resucitado es el testigo fiel de las profecías y el garante de la veracidad del AT. El Ungido que ha resucitado se convierte en el argumento principal de la predicación de los primeros cristianos, pues son testimonios vivos de la autenticidad de la Palabra en la Escrituras.
La iglesia de hoy, que espera la vuelta del Mesías, está ungida por el Espíritu Santo y es el testigo de Cristo por el mismo Espíritu. Esta forma de ser en el mundo provee el cumplimiento del oráculo profético permanente en la Escritura y muestra un signo de identidad pleno para la Iglesia del siglo XXI. La Iglesia Ungida recibe poder para manifestar los dones del Espíritu, y habita el mundo sin vivirlo, transformándolo en la ampliación del Reino de los Cielos que habilita la unción del Espíritu Santo.
En la iglesia de Cristo se manifiestan históricamente los dones del Espíritu. El crecimiento a lo largo de los años de la Iglesia adventista, sus estructuras educativas, administrativas y servicios de salud muestran el derramamiento de los dones espirituales y su desarrollo. El don de Profecía manifestado en la persona de Elena de White ha nutrido a la Iglesia de dirección y consejo a lo largo de más de siglo y medio de existencia. En este sentido, el evangelio de Lucas representa una ayuda inestimable, pues frente a la sensación de urgencia frente a la parusía que preside el ánimo del cristianismo primitivo, propone una perspectiva de vivencia del evangelio proyectada en un tiempo que el hombre no puede calcular, una vivencia diaria que alcanza la realización acabada de la plenitud de los tiempos. Solo la unción del Espíritu habilita a la Iglesia en su diario vivir y solo por medio del mismo Espíritu, la Iglesia encarna la respuesta de redención de Dios a un mundo que perece y en el que todos tienen oportunidad de perdón y esperanza.
Palabras y conceptos claves
- Ungimiento
- Mesías
- Cristo
- Espíritu Santo
- Misión apostólica
- Evangelio de Lucas
- Vivencia del evangelio, cada día
- Sacerdocio universal de todos los creyentes
- Dones del Espíritu
- Historia de la salvación
Preguntas de estudio
- ¿Cómo argumenta Mateo la identidad mesiánica de Jesús?
- ¿Qué aporta el evangelio de Marcos a la comprensión del ministerio mesiánico de Cristo?
- ¿Qué expresiones utiliza Juan para decir que Jesús es el Mesías?
- ¿Qué profecías mesiánicas te parecen más claramente cumplidas en el ministerio de Jesús?
Bibliografía sugerente para profundizar
Bovon, F. El Evangelio según san Lucas I. Salamanca: Sígueme, 1995.
Carrillo Alday, S. El evangelio según san Lucas. Estella, Navarra: Verbo Divino, 2009.
Diez Macho, A. El Mesías anunciado y esperado, perfil humano de Jesús. Madrid: Santiago Apóstol, 1976.
Fitzmyer, Joseph A. El evangelio según Lucas I. Madrid: Cristiandad, 1986.
Guijarro, S. Los cuatro evangelios. Salamanca: Sígueme, 2012
Hendriksen, William. Comentario al Nuevo Testamento: Evangelio según san Lucas. Grand Rapids, MI.: CRC Publications, 2002.
Jeremias, Joachim. Teología del Nuevo Testamento. Salamanca: Sígueme, 1980.
Sánchez Mielgo, G. Claves para leer los evangelios sinópticos. Salamanca: Ediciones San Esteban, 1998.
Schmid, Josef. El evangelio según san Lucas. Barcelona: Herder, 1968.
Thielman, F. Teología del Nuevo Testamento. Miami, FL.: Editorial Vida, 2006.
Trenchard, E. Introducción a los cuatro evangelios. Grand Rapids, MI.: Portavoz, 2004.
Valverde, J. M., trad. Los cuatro evangelios. Madrid: Cristiandad, 1968.
1 Maximiliano García Cordero, “Jesús Mesías” en Jesucristo como problema (Guadalajara: Editorial OPE, 1970), 159.
2 Ibíd. 161-162.
3 F. Muñoz, “La oración del Padrenuestro (II parte)”, en Cauriensia, 4 (2009): 440-441.
4 A. Chouraqui, La Bible (Paris: Desclée de Brouwer, 2012), 1987-1989.
5 Cf. Filemón 1:24 y Colosenses 4:14.
6 Cf. 2 Timoteo 4:10-11.
7 J. Fitzmyer, El Evangelio según san Lucas (Madrid: Cristiandad, 1986), 1:81-91.
8 Cf. A. Del Agua Pérez, El Método Midrásico y la Exégesis del Nuevo Testamento (Valencia: Institución S. Jerónimo para la Investigación Bíblica, ١٩٨٥), ١٩١-١٩٣.
9 Hechos 16:17; 18:26; y sobre todo 19:9 y 23.
10 Del Agua Pérez, El Método Midrásico y la Exégesis del Nuevo Testamento, 57-59.
11 Cf. Lucas 1:1-4.
12 Cf. A. Diez Macho, El Mesías anunciado y esperado, perfil humano de Jesús (Madrid, Santiago Apóstol, 1976).
13 D. Marguerat, ed., Introduction au Nouveau Testament (Genève: Labor et Fides, 2000), 99-100.
14 F. Thielman, Teología del Nuevo Testamento (Miami, FL: Editorial Vida, 2006), 143-145.
15 Sería muy interesante tener en cuenta, sobre la Historia como revelación en la Biblia, la reflexión general presentada por L. A. Schökel (Madrid, Cristiandad, 1986), 35-40.
16 Thielman, Teología del Nuevo Testamento, 127-131.
17 J. Schmid, El evangelio según san Lucas (Barcelona: Herder, 1968), 31.
18 Aunque podríamos decir mucho más que reinterpretar, ya que en algunos textos como el del Padrenuestro (Lucas 11:1-4), en la que Lucas presenta una redacción más breve, podría intuirse que bebe directamente de una fuente más antigua que el evangelio de Mateo Cf. J. Jeremias, Teología del Nuevo Testamento (Salamanca: Sígueme, 1980), 1:231.
19 F. Bovon, El evangelio según san Lucas (Salamanca: Sígueme, 1995), 1:31.
20 Fitzmyer, El Evangelio según san Lucas, 332.
21 Lucas lo hace hasta 21 veces. Cf. Ibíd., 335.
22 S. Carrillo Alday, El evangelio según san Lucas (Estella, Navarra: Verbo Divino, 2009), 36-37.
23 Schmid, El evangelio según san Lucas, 33-34.
24 Fitzmyer, El Evangelio según san Lucas, 331-332.
25 Cf. Hechos 11:26.
26 X. L. Dufour, Vocabulario de teología bíblica (Barcelona: Herder, 1996), 529.
27 Cf. Juan 21:20-25.
28 Cf. Lucas 2:38.
29 Cf. Lucas 22: 67.
30 Cf. Hechos 8: 4.
31 R. De Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento (Barcelona: Herder, 1992), 155.
32 Cf. 2 Samuel 1:10.
33 Cf. Éxodo 39:30. Cf. De Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, 154-157.
34 Cf. Éxodo 29: 7.
35 De Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, 588.
36 Cf. Amós 2:11-12.
37 Cf. Hechos 18:18.
38 Cf. Lucas 1:34-35.
39 E. Trenchard, Introducción a los cuatro evangelios (Grand Rapids, MI.: Portavoz, 2004), 72.
40 Cf. Y. Congar, Espíritu Santo (Barcelona: Herder, 1991), 70-75.
41 Cf. S. Guijarro, El evangelio del Espíritu (Estella, Navarra: Verbo Divino, 1998), 25-28.
42 Cf. Génesis 1:1-2.
43 Cf. Lucas 1:35.
44 Cf. Lucas 3:22.
45 Cf. Lucas 4:1.
46 Cf. Lucas 4:14.
47 Cf. Lucas 4:18-19.
48 Cf. Mateo 12 en correspondencia con Lucas 4:16-39.
49 Cf. Isaías 42:1-4; 61:1-2.
50 Lucas 10:21.
51 Lucas 10:20.
52 Lucas 19: 6.
53 Lucas 19:37.
54 Lucas 15: 7, 10, 23-24, 32.
55 Carrillo Alday, El evangelio según san Lucas, 36.
56 Lucas 3:22; 9:35; 10, 21-22.
57 Marcos 15:39 y Mateo 27:54.
58 Carrillo Alday, El evangelio según san Lucas, 130.