5. La familia de JESÚS – Roberto D. Badenas

Declaración de objetivos

Esta unidad se propone:

  • Facilitar al estudiante el análisis de los datos más relevantes contenidos en los evangelios acerca de la familia de Jesús, y en concreto, acerca de María su madre, del grupo de sus “hermanos”, y de su también pariente y precursor, Juan el Bautista.
  • Ayudar al estudiante a comprender aquellos pasajes o situaciones familiares de Jesús que pueden resultar desconcertantes para algunos lectores de los evangelios, incluyendo las genealogías.
  • Invitar al estudiante a sacar conclusiones de utilidad para su propia familia y para su ministerio en favor de las familias de las eventuales iglesias a su cargo.

Introducción

Los evangelios aportan poca información sobre la familia de Jesús. Apenas unas cuantas declaraciones dispersas nos proporcionan escasos datos de su entorno familiar. Las referencias de Jesús a la familia a menudo entran en tensión con las costumbres de la sociedad patriarcal de su entorno. La mayoría de esas referencias, en efecto, se presentan cargadas de paradojas, sorpresas y hasta enigmas. Por ejemplo, no conservamos ningún pasaje en el que Jesús llame personalmente “madre” a María, ni que llame “hermanos” a los que los evangelios designan como sus hermanos, y tras los relatos de la infancia que terminan con el episodio del niño a los doce años en el templo, ya no encontramos ningún texto que se refiera a José, su padre adoptivo, que desaparece definitivamente del relato bíblico.

Sin embargo, Jesús hace referencia frecuente, en sus palabras, a términos del vocabulario de la familia, aunque los suele utilizar en un sentido distinto al literal o habitual. Así, llama “hermanos”, “hermanas” y “madre” a sus discípulos (Marcos 3:31-35), y siendo célibe, le agrada referirse a sí mismo en términos de “novio” o “esposo” (Mateo 9:15; Marcos 2:19-20; Lucas 5:34-35; Juan 3:29).

Los evangelios no pretenden en ningún momento trazar un retrato idílico de la llamada “sagrada familia”. Una simple lectura de los textos nos dan a entender, al contrario, que Jesús no tuvo una vida familiar exenta de problemas.

Los antepasados: las genealogías de Jesús

En los países del próximo oriente antiguo, se concedía mucha importancia al hecho de guardar registro de las raíces familiares. Y es que en aquellas sociedades, tan alejadas del individualismo de nuestro mundo contemporáneo occidentalizado, por encima de como individuo, el ser humano se ve a sí mismo, ante todo, como miembro de una familia. “¿De quién eres hijo?” (1 Samuel 17:58; Génesis 24:23), o “¿Quién es su padre?” (1 Samuel 10:12) son preguntas obligadas en cada presentación de un desconocido. En el mundo judío, en el que vivió Jesús, poder demostrar el linaje era de capital importancia: “Nosotros somos descendientes de Abraham… y no somos nacidos de fornicación” (Juan 8:33-41), argumentan los fariseos contra Jesús. Ser heredero de Abraham significa ser heredero de las promesas divinas hechas al patriarca. Los regresados del exilio que no pudieron “demostrar la casa de sus padres ni su genealogía, si eran de Israel” fueron excluidos del sacerdocio (Nehemías 7:61-65). Las genealogías eran para ellos algo parecido a lo que significan hoy para nosotros nuestros documentos de identidad.

Las genealogías de Jesús, en los evangelios, tienen como objetivo primordial demostrar, a lectores judíos o creyentes el carácter sagrado del Antiguo Testamento, que Jesús era, en efecto, el Mesías prometido: descendiente directo y heredero de Abraham y de David (Mateo 1:1), “Hijo de Dios” por partida doble (Lucas 2:23-38).

Los evangelios de Mateo y Lucas, son los únicos que hablan de los antepasados de Jesús, y lo hacen presentando dos linajes diferentes (o genealogías), encaminadas a demostrar a sus respectivos lectores, cada una a su manera, el pleno arraigo del Mesías en la historia del pueblo judío y su solidaridad fraternal con la familia humana en general.

La genealogía (toledot, heb.) es un género histórico literario muy apreciado entre los pueblos orientales, y muy importante en la Biblia. A nosotros, a primera vista, estas largas listas de nombres de antepasados, muchos de ellos desconocidos, nos parecen enumeraciones fastidiosas, pero para los estudiosos, estos archivos se revelan llenos de sentido e incluso de sorpresas.

Si comparamos la lista de Mateo 1:1-17 con la de Lucas 3:23-38, observamos entre ellas numerosas diferencias. En realidad solo coinciden en la primera serie de antepasados, desde Abraham hasta David, y en el eslabón entre Salatiel y Zorobabel.1 La lista de Lucas, cuenta 77 generaciones, mientras que la de Mateo, contabiliza solo 42. La de Mateo, parte de Abraham para llegar hasta Cristo, mientras que la de Lucas, se remonta desde Jesús hasta Adán. Mateo, presenta secuencias descendentes de padre a hijo (“Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacobs”, Mateo 1:2), mientras que Lucas, describe la genealogía en orden ascendente, con la expresión “hijo de” (apareciendo 71 veces en Lucas 3:23-38), es decir, de hijo a padre, finalizando con la expresión “hijo de Dios”, recordando la declaración del ángel a María (Lucas 1:35), de que Jesús sería llamado “Hijo de Dios”.

Las aparentes contradicciones entre ambas listas se resuelven si se acepta que la genealogía presentada por Mateo es la de José, mientras que la de Lucas, sería la de María. La primera (destinada principalmente a judíos), justificaría los derechos legales de Jesús al trono de Israel por línea paterna, mientras que la segunda, destinada a gentiles, justifica esos mismos derechos por vía de sangre, es decir, por vía materna, a la vez que hace a Jesús hermano de todos los seres humanos, descendentes comunes de Adán.

La genealogía mateana tiene como destinatarios prioritarios a los judíos no convertidos al cristianismo, que difícilmente podrían admitir el nacimiento virginal de Jesús. Para ellos, Jesús es hijo de José. La genealogía que Mateo presenta es, pues, su genealogía legal, a través de la cual puede considerarse heredero legítimo de David. Esta genealogía está formulada como una serie continua de “engendramientos” que, de padre a hijo, nos llevan desde Abraham hasta Jesús, pasando por el rey David. A algunos lectores les plantea problemas el que alguno de dichos engendramientos no sea directos, y concretamente, que el evangelista se salte tres generaciones entre Joram y Ozias y afirme que el bisabuelo “engendró” al bisnieto (cf. 1 Crónicas 3:11-12). Pero en la mentalidad bíblica esa manera de expresarse es frecuente, ya que lo que importa es que la línea sucesoria se conserve, de modo que Jesús puede considerarse sin problema “hijo” de Abraham e “hijo” de David, ya que “hijo”, en este contexto genealógico, se entiende como “descendiente legítimo”, y por consiguiente, como sucesor.

La existencia de alguna razón especial para proceder a una “selección” de antepasados, se revela en la manera en que Mateo fracciona la genealogía en tres secciones, de catorce generaciones cada una (1:1-5; 6-10; 11-16), correspondientes a los tres grandes períodos de la historia de Israel, desde sus inicios con Abraham hasta el Mesías: “De manera que todas las generaciones desde Abraham hasta David son catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones” (Mateo 1:17). Dios dirige la historia de su pueblo, y ahora, llegada “la plenitud de los tiempos” (Gálatas 4:4), ha enviado al Mesías.2 Al señalar que Jesús es descendiente de reyes, profetas y sacerdotes (los tres ministerios que eran ungidos para su consagración), subraya el hecho de que Jesús es el Ungido (significado literal del hebreo Mesías y del griego Kristos) por excelencia, el Cristo, el Mesías prometido.

Esta genealogía presenta otra particularidad digna de ser mencionada, y es que resalta, de modo casi ostentoso, que Jesús asume una herencia familiar no exenta de “esqueletos en el armario”, es decir, de antepasados culpables de faltas morales graves y de irregularidades familiares. Lo hace a través de la mención insólita de cinco mujeres singulares, en un contexto histórico en el que eso no ocurre, ya que las mujeres no suelen ser mencionadas en las genealogías bíblicas. Para colmo, tres de ellas son cananeas, es decir, extranjeras procedentes de pueblos proscritos: Tamar, cananea, cómplice de incesto con su suegro Judá (Génesis 38:12-26), Rahab, ramera cananea (Josías 2:11), y Rut, mendiga moabita (Rut 1:16-17; 2:12). A ellas se añade Betsabé, quizá hitita como su marido, marcada como adúltera ya en la manera de designarla como “la mujer de Urías heteo” (2 Samuel 11:1-12:24). La lista culmina finalmente con María, madre de Jesús, acusada sin duda por la sociedad de su entorno de “madre soltera” (Mateo 1:18-24).3 Todas estas mujeres tienen en común, por encima de cualquier otra consideración, su valentía y su clara voluntad de integrarse en el pueblo de Dios y de cumplir su parte en su historia. Finalmente, la mención de estas mujeres es una insólita lección de gracia divina: Dios no hace acepción de personas y extiende su misericordia a todos, sin exclusión de raza ni de condición social, y a pesar de las debilidades humanas.

La genealogía lucana tiene como destinatarios los cristianos procedentes del mundo gentil, es decir, de todas las naciones, que ya saben de la concepción virginal de Jesús, y que, por consiguiente, entienden que Jesús es el Mesías, no sólo legalmente, por parte de los derechos heredados de José, sino también según la carne, por parte de su madre María. La redacción del texto es reveladora: “Jesús […] siendo hijo, según se suponía, de José (pero en realidad), de Eli…etc”. (Lucas 3:23). Esta genealogía tiene la particularidad de proceder en sentido inverso a todas las demás en la Biblia. Todas suelen partir de Adán, o de los antepasados más ilustres, para darnos la lista de sus descendientes, mientras que la genealogía de Jesús redactada por Lucas, parte del Mesías para señalarnos sus antepasados, remontándose hasta Adán, es decir, mostrando que Jesús no es solo el Mesías del pueblo de Israel, sino el salvador de todo el mundo, el redentor de la humanidad entera.

En el Antiguo Testamento la historia humana tiende a realizarse en la posteridad, en un futuro dichoso en el que Dios cumplirá sus promesas de salvación. Lucas nos dice que Jesús es el descendiente esperado: el futuro ya ha llegado en Aquel que debía venir. Gracias a él la historia de la humanidad cobra todo su sentido. El nuevo Adán ya está con nosotros, sin más padre que Dios, como el primero. Y en él todos somos hermanos, pues todos descendemos del mismo Padre y tenemos el mismo Salvador. Lucas confiere a esta genealogía un claro mensaje de universalidad, central en un evangelio destinado a los gentiles.

Ambas genealogías subrayan la idea de que la historia de Jesús, inseparable de la del pueblo judío, es también inseparable de la historia de la humanidad entera. Toda la historia confluye en Cristo, su centro. En él converge el pasado y hacia él apunta el futuro: Él es el que tenía que venir, el que ya ha venido y el que volverá. Jesús es el Mesías, pero no como su pueblo espera. No lo es solo por su carga genética, por el mero hecho de ser descendiente de David, sino por ser, por excelencia, el Hijo de Dios encarnado (Mateo 1:1; Juan 1:1-14), resuelto a salvar a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21).

El 2 de septiembre del año 70, cuando un soldado romano, en la toma de Jerusalén por el general Tito, arrojó una antorcha encendida por la ventana de los archivos del templo, los registros de las genealogías legales del pueblo judío se convirtieron en cenizas. Gracias a las genealogías de Jesús conservadas en los evangelios, a partir de entonces, ningún otro judío podrá documentar, a partir de su genealogía, sus pretensiones mesiánicas.

María, madre de Jesús

Nunca jamás, en la historia de la humanidad, se le ha encomendado a ningún ser humano mayor responsabilidad que la de ser el instrumento humano de la encarnación del Verbo de Dios. Sin embargo, comparada con otros personajes bíblicos, los textos nos dicen más bien poco acerca de María, la que fue madre de Jesús. Su nombre es una variante del hebreo Myriam, nombre que en todo el Antiguo Testamento solo ostenta la hermana de Moisés (Éxodo 15:20), pero que el Nuevo Testamento es compartido por varias otras mujeres (Mateo 27:56, 61, 28:1: Marcos 15:40; 16:1; Lucas 8:2; 10:39; 24:10; Juan 11:1; 19:25; Hechos 12:12).

Datos evangélicos. Los evangelios nos dan a entender que María pertenecía a la tribu de Judá, que era descendiente de David, y que además estaba emparentada con Elisabeth, esposa del sacerdote Zacarías (Lucas 1:36; 39-56), descendiente, por consiguiente, de la tribu de Leví. Según algunos intérpretes, también estaría emparentada con la familia de Cleofas, ya que la expresión “la hermana de su madre”, referida a María (designando a una de las mujeres que se encontraban al pie de la cruz), sería la mujer de Cleofas (Juan 19:25), y en realidad, su cuñada, ya que es altamente improbable que las dos hermanas se llamasen “María”.

Pocos datos tenemos de su carácter, pero el ser elegida de entre todas las mujeres para servir de madre al Mesías, deja suponer que destacaba por una serie de virtudes que la hacían idónea para esa grave responsabilidad, y que permiten al ángel Gabriel llamarla “muy favorecida, el Señor está contigo” (Lucas 1:28), y a Elisabeth, su parienta, tratarla de “bendita entre todas la mujeres” (Lucas 1:42). Su devoción y su familiaridad con las Sagradas Escrituras quedan patentes en el canto que entona en casa del sacerdote Zacarías, y que es conocido, en la historia de la música clásica europea, con el título de Magnificat, en el que María alaba a Dios recitando una serie encadenada de textos bíblicos4 que habían llegado a formar parte de su pensamiento (Lucas 1:46-55).

El sobrio relato de los evangelios deja atisbar algunos rasgos de su discreta personalidad, como por ejemplo, su solicitud, al cuidar de su anciana parienta en los seis últimos meses de su embarazo y sin duda en los primeros días que siguieron al alumbramiento del pequeño Juan (Lucas 1:26, 39, 56). Cuando su propio parto la sorprende a ella misma en Belén, durante el viaje motivado por el empadronamiento de José su esposo, su previsión le permite hacer frente de modo airoso a esta importante emergencia: María ha previsto todo lo necesario. Los pastores encuentran al niño acostado en un pesebre, pero envuelto en verdaderos pañales (Lucas 2:16-19).

El hecho de aceptar quedarse embarazada antes de contraer matrimonio, pero estando ya desposada (o prometida) con José (Mateo 1.18), salvaguardaba su virginidad,5 pero dejaba a la pareja en una situación delicada, que a los ojos de aquella sociedad aparecía como culpable de haber trasgredido sus normas.6 Para José, aceptarla como mujer en esas circunstancias, sabiendo que el fruto de su vientre no era suyo, fue un acto de fe muy grande, que necesitó de una revelación divina para ser aceptado por el propio novio (Mateo 1:18-20, 24-25), y que el común de los mortales difícilmente podría creer. Pero para María, aceptar la carga de oprobio que iba a resultar de las sospechas de infidelidad a su prometido entre las gentes de su entorno, debió constituir un verdadero acto de heroísmo. Para Jesús, el haber sido concebido antes del matrimonio, siendo que sus contemporáneos no sabían nada de su concepción virginal, lo hacia aparecer en los sectores más religiosos de su sociedad, poco menos que como un bastardo.7

Al cumplir puntualmente sus deberes religiosos de purificación después del parto, María dará la ofrenda reservada para los más pobres: dos tórtolas (Lucas 2:27-37). En aquella temprana ocasión Simeón profetizará ya sus sufrimientos futuros. Pronto deberá huir a Egipto para salvar la vida de su bebé de la matanza decretada por Herodes. Providencialmente, los presentes de los magos proveerán los medios con que financiar el viaje y el potencialmente largo exilio de la familia en el extranjero (Mateo 2:11-23). Preocupados ante todo por la seguridad de su hijo, María y José deciden no regresar a Belén, población demasiado cercana a Jerusalén y a la fortaleza de Herodes, y deciden establecerse definitivamente en Nazaret (Mateo 2:20-21). Allí José asume responsablemente sus funciones de padre, iniciando a su hijo en el oficio de carpintero (Marcos 6:3), mientras que María instruye a Jesús en las Escrituras.8

Cuando lleven a Jesús a la edad de doce años a Jerusalén, en ocasión de la Pascua,9 María conocerá la angustia de perder a su hijo único durante tres días, en medio de la inmensa multitud de los peregrinos que atestan la gran ciudad. El hecho de encontrarlo en el templo, debería tranquilizarla de que su excelente educación estaba dando sus frutos: Jesús se ocupa desde entonces de “los asuntos de su Padre” (Lucas 2:41-52). Sin embargo, este episodio revela ya la incomprensión de su familia en lo que se refiere a la vocación de Jesús preadolescente: “Ellos no comprendieron aquellas palabras…Y su madre conservaba cuidadosamente estas cosas en su corazón” (Lucas 2:50-51).

La intervención de María en las bodas de Caná nos presenta a una mujer dispuesta a ayudar, atenta a las necesidades de los demás, y —¿por qué no?— un poco impaciente en su natural orgullo materno de que su hijo muestre que es el ungido de Dios.10 A partir de ese episodio, y durante todo el ministerio público de Jesús, María aparecerá junto a él esporádicamente, como si lo vigilase de lejos, a veces empujada por el grupo de los hermanastros del joven maestro, atormentada como madre y como creyente, dividida entre su amor y su fe.

María sigue a su hijo hasta el pie de la cruz, culminación de los sufrimientos predichos por el profeta, y la mayor prueba a la que se pueda someter el corazón de una madre. Cristo se preocupa por el bienestar de su afligida madre, y sin duda también por su devenir espiritual, y la confía a Juan, el discípulo amado, alejándola así de la nefasta influencia de sus hermanos, todavía inconversos (Juan 19:25-27). Quizá, al menos en parte, gracias a este gesto de amor, pocos días después de la resurrección de su hijo, María se encontrará en el aposento alto, con el grupo fiel de la iglesia naciente, y recibirá la efusión del Espíritu Santo (Hechos 1:14), volviendo a ser “llena de gracia”, como el día en que concibió a Cristo, aunque de otro modo.

Mitos eclesiales. Es preciso señalar que, a pesar de haber atravesado tan discretamente las páginas de los evangelios, la figura extraordinaria de María suscitó muy pronto el interés de las masas y a medida de que la iglesia se alejaba de su pureza original, llegó a convertir a la madre de Jesús en un objeto de culto.

María, llena de gracia. El evangelio no deja lugar a dudas: María es objeto de una especial gracia divina, escogida por Dios para dar a luz al Mesías. El ángel la llama “muy favorecida” (Lucas 1:28). Ella entiende las palabras del ángel en su verdadero sentido, como confirman sus propias declaraciones: “Porque Dios ha mirado la pequeñez de su sierva, por eso todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lucas 1:47-50). Con el paso del tiempo, ese “favor divino” (kejaritomene), será interpretado por la tradición como “plenitud de gracia”, convirtiendo a María en un ser sobrehumano. Así pues, forzando las palabras del ángel, se llega a la afirmación de que María fue siempre “llena de gracia”,11 desde su misma concepción, y para ello se deducirá que debió ser concebida sin pecado. De ahí surge la doctrina católica de “la inmaculada concepción de María”, libre del “pecado original” desde el instante mismo de su concepción.12

Nada en el evangelio permite esa suposición. Un día en que Jesús estaba predicando en público, una mujer del pueblo no encontró mejor fórmula para mostrar su entusiasmo por el Maestro que gritar: “¡Bienaventurado el vientre que te trajo y los pechos que mamaste!” Si Cristo hubiese querido atraer la atención de sus seguidores hacia la persona especialmente “bienaventurada” de María, aquí tenía la mejor ocasión. Sin embargo, Jesús respondió de modo tajante: “Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y la guardan” (Lucas 11:27-28), dando a entender que hay todavía una bienaventuranza mayor que la de haber llevado al Hijo de Dios en el vientre, y es la de llevar la Palabra de Dios en el corazón y en las acciones.

María, siempre virgen. El texto del evangelio deja claro que María quedó encinta siendo virgen (Mateo 1:18), cumpliendo así la profecía de que “la virgen concebirá y dará a luz un hijo” (Isaías 7:14). El dogma católico extiende esta afirmación bíblica a toda la vida de María, pretendiendo que fue virgen, además de antes del parto, también “en el parto, y después del parto” (Concilio Lateranense, año 649). Se trata de tres cosas humanamente imposibles. La primera la aceptamos por revelación divina. La segunda solo sería posible por un milagro especial, cuya finalidad ignoramos, pero cuya eventualidad no parece contemplada por el evangelista, que precisamente era médico, quién al hablar del nacimiento de Jesús emplea el término muy concreto y preciso de “abrir la matriz” (Lucas 2:23), expresión que hubiese evitado si hubiese querido salvaguardar un parto fisiológicamente milagroso. En cuanto a la virginidad después del parto, el evangelista la ignora, al afirmar que “José no conoció a María hasta que hubo dado a luz a su hijo primogénito” (Mateo 1:25), dando a entender discretamente que la vida conyugal de la pareja no tuvo nada de excepcional. La misma discreción sobre la vida privada de José y María debería ser nuestra, sin perder el tiempo en conjeturas que no tienen ninguna posibilidad de verificación, y que rebasan no sólo los límites de la teología sino también los del buen gusto.

María, madre de Dios. Las declaraciones bíblicas de que María fue la madre de Jesús, y de que Jesús (el Hijo) es Dios, se han unido en la tradición popular en un silogismo claramente tendencioso: “Si María es la madre de Jesús, y Jesús es Dios, María es la madre de Dios”. De ahí a rendirle culto casi como un ser divino solo hay un paso, el que ha dado la tradición católica,13 con las consecuencias que sabemos. María es un personaje bíblico único y excepcional, pero, como Jesús dijo: “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo servirás (Mateo 4:10).

La cuestión de los hermanos de Jesús

Los evangelios mencionan en repetidas ocasiones a los hermanos de Jesús,14 e incluso nos dan la lista de los nombres de los cuatro varones (Jacobo, Simón, Judas y José), precisando, además, que tenía varias hermanas (Mateo 13:55-56; Marcos 6:3). Estos hermanos aparecen siempre en grupo, y por lo general, en oposición a Jesús: no creen en él e intentan interferir en sus planes para que haga lo que ellos quieren (Juan 7:1-10); lo menosprecian y no lo aceptan como profeta (Mateo 13:55-58; Marcos 6:4-6). Prácticamente todos los textos que hablan de su familia, y en particular, de sus llamados “hermanos” (Juan 7:1-9) revelan conflictos patentes a nivel familiar, que llegan a extremos tan graves como para llegar a interferir en su ministerio diciendo en torno suyo que “estaba fuera de sí”, es decir, que había perdido la razón, procurando por todos los medios abortar su misión (Marcos 3:20-21, 31-35: Mateo 12:46-50; Lucas 8:19-21). Solo después de la resurrección, ganados por fin al evangelio, algunos de ellos se convierten en sus seguidores (Hechos 1:14), llegando uno de ellos llamado Jacobo (o Santiago), a ocupar un destacado lugar entre los apóstoles (Gálatas 1:18-19).

Siendo que la palabra “hermanos” aparece usada con cierta latitud en la Biblia, se ha cuestionado el grado exacto de parentesco que unía con Jesús a dichos “hermanos”.

  1. Una tesis los considera hijos de José y María, aunque los textos bíblicos no lo afirman nunca. Los partidarios de esta explicación se basan en que Mateo 1:25 dice que “José no conoció a María hasta el nacimiento de Jesús”, sobreentendiendo que a partir de ese evento la vida conyugal de José y María fue normal, quedando abierta por consiguiente al nacimiento de otros hijos. La argumentación se refuerza con la declaración de que Jesús fue el “primogénito” de María (Lucas 2:7), sobreentendiendo que si Jesús era el primero es que hubo más hijos. Pero esta conclusión resulta menos contundente si se tiene en cuenta que el término “primogénito” (prototokos) se aplicaba también al “primer nacido” aunque fuese hijo único.15 Además, si dichos hermanos fuesen hijos de María debían ser necesariamente más jóvenes que Jesús, y sin embargo en todas sus intervenciones se manifiestan como si ellos fueran mayores. Si Jesús era el primogénito, en aquella sociedad patriarcal, sus hermanos menores difícilmente hubiesen manifestado en público actitudes de mando sobre su hermano mayor. Y si hubiesen sido más jóvenes que Jesús, es difícil de entender que en la cruz él les “quitase” su madre para dársela a Juan (Juan 19:26, 27).
  2. Ante estas evidencias bíblicas, y también para reforzar la doctrina de la virginidad de María,16 otros invocan la costumbre bíblica de llamar “hermanos” a los parientes cercanos (cf. Génesis 13:8). En hebreo antiguo no había ninguna palabra específica para decir “primo”.17 La comparación de algunos textos de los evangelios (Mateo 27:56; Marcos 15:40 y Juan 19:25) parce indicar que la llamada “otra María”, mujer de Cleofas, madre de Jacobo y José (nombres de dos “hermanos” de Jesús) sería “hermana” (o cuñada) de María. Si así fuera, dos de los “hermanos” de Jesús no lo serían ni de padre ni de madre, y podrían ser sus primos. Aceptando que “Alfeo” fuese una deformación griega del semítico “Cleofas”, otros ven a sus hijos Jacobo y Judas como “hermanos” de Jesús y a la vez discípulos (Lucas 6:14-16). Aunque esta tesis tiene cierto apoyo en la tradición más antigua de la iglesia,18 no parece suficientemente demostrada.
  3. Otra tesis, mejor acogida, hace de los hermanos de Jesús, hijos de José, de un primer matrimonio.19 Esta es la tesis apoyada por Elena de White: “Sus hermanos, como se llamaba a los hijos de José […] siendo mayores que Jesús, les parecía que él debía estar sometido a sus dictados”.20 Todo da a entender que al empezar Jesús su ministerio José ya había muerto21 y que María había pasado a vivir, según la ley del levirato, con sus familiares más cercanos, parientes que incluían, en primer lugar, a los hijos de José, y quizá también a la familia de Cleofas.

En resumen, siendo que no se puede probar que María tuviese más hijos después de Jesús, y teniendo en cuenta que la designación de “hermanos” es general e imprecisa, pudiendo abarcar varios grados de parentesco, lo más verosímil es aceptar que, al menos, una parte de los llamados “hermanos” de Jesús fuesen hijos de José. Cabe la posibilidad, además, de que María, a la muerte de José, fuese acogida en la familia de Cleofas (marido de su hermana o cuñada llamada también María) y que algunos de los llamados “hermanos” de Jesús fuesen en realidad primos.

Juan el Bautista

Juan el Bautista, pariente de Jesús por parte de María, hijo del sacerdote Zacarías y de su esposa Elisabeth (Lucas 1:5-25, 39-80), es uno de los personajes más importantes del Nuevo Testamento, hasta el punto que Jesús dijo de él que “de entre los nacidos de mujeres, no hay mayor profeta que Juan el Bautista” (Lucas 7:28). Su grandeza moral, su poderosa predicación y su influencia magnética sobre las masas, nos hacen desear saber más de él.

Su influencia fue tal que el mayor historiador judío de la época, Flavio Josefo, que a penas alude en un párrafo a Jesús de Nazaret, no puede por menos que dedicar al Bautista los siguientes elogios: “Era un hombre bueno que exhortaba a los judíos a buscar a Dios, a ejercer la virtud, a obrar con justicia los unos para con los otros, y a proceder al bautismo […] Herodes temía que la gran influencia que Juan tenía sobre el pueblo le diese también el poder y la voluntad de soliviantar una rebelión, porque el pueblo parecía estar dispuesto a hacer todo lo que él les dijese”.22

Su nacimiento estuvo rodeado por milagros que sin duda causaron profunda impresión en su entorno, y que anunciaban ya su extraordinaria personalidad y su excepcional misión: “Será grande a los ojos de Señor […] y será lleno del Espíritu Santo aun desde el vientre de su madre […]” para preparar el camino del Señor “con el espíritu y el poder de Elías” (Lucas 1:15-17). El texto del evangelio precisa que “el niño crecía y se fortalecía en espíritu; y vivía en lugares desiertos hasta el día de su aparición pública ante Israel” (Lucas 1:80). Para prepararse a su dura misión pasa los años de la juventud bajo la severa disciplina del desierto, aprendiendo de la naturaleza y del Dios de la naturaleza.23

La descripción de su aspecto y de su régimen de vida, es cuando menos, desconcertante: “El mismo Juan, llevaba un vestido hecho de pelos de camello, y un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y su comida era langostas y miel silvestre” (Mateo 3:4). Esta declaración destaca su sobriedad y su profunda humildad.24 Sería un error considerar esta breve presentación del joven profeta como una descripción exhaustiva de su estilo de vida. Su ropa evocaba claramente su identificación personal con el ministerio de Elías (cf. 2 Reyes 1:8), y su régimen, marcado por la presencia de langostas25 y miel, simplemente indica que se alimentaba del modo más frugal, a base de lo que encontraba en su entorno natural.

Su predicación (comentando Isaías 40:11-11), evoca la costumbre oriental de solicitar de las gentes el allanado y la limpieza de los caminos de cualquier zona que fuera a ser visitada por el rey. Su llamado al arrepentimiento es en realidad un llamado a la conversión. El término griego metanoia (traducción del hebreo shuv) evoca un cambio de dirección, un cambio de manera de pensar, implicando un regreso a Dios. El bautismo pregonado por el Bautista debió evocar en las mentes de sus oyentes el “bautismo” de los prosélitos tal como era practicado en la época.26

Mateo y Lucas, nos presentan al Bautista como un gran reformador, preparando el camino de los corazones ante el juicio divino (Lucas 3:7-9). Marcos y Juan nos lo describen más claramente como el precursor del Mesías, esposo de Israel que viene a concluir su alianza de amor (Juan 3:29), y como el “Cordero de Dios que quita los pecados del mundo” (Juan 1:29; cf. Isaías 53). Como los antiguos profetas de Israel, Juan el Bautista no duda en cumplir su difícil misión de denunciar la conducta adúltera de Herodes Antipas. Encarcelado por este corrupto reyezuelo, cuando ya llevaba varios meses en la cárcel y Jesús no había hecho nada para liberarlo, el Bautista y sus discípulos se preguntan, si Jesús es el Mesías, por qué no interviene ante semejante injusticia. Para dispar estas dudas el Bautista envía a sus discípulos a Jesús con una pregunta dolorosa: “¿Eres tú el que había de venir o esperamos a otro?” (Mateo 11:1-3). A esta pregunta Jesús responde solo con hechos, mostrando cómo sus obras confirman las profecías (Isaías 53:5-7; 61:1). Jesús era en efecto el Mesías, pero su reino, muy distinto del que su pueblo esperaba, de momento, aun no era de este mundo. El informe de sus discípulos basta para devolverle la confianza al Bautista, y hacerlo capaz de afrontar con esperanza y valentía una de las muertes más injustas de toda la Biblia.27

El evangelio precisa que Juan era el “Elías que debía venir” (Mateo 11:14), a pesar de que, contrariamente a Elías, no hizo ningún milagro, porque su misión era preparar el camino que lleva a Cristo (Juan 10:41). Su misión profética, en la que se inspira la nuestra, no consiste en hacer milagros sino en ser fieles en proclamar la palabra divina recibida, y preparar al mundo para el encuentro con su Dios.

Conclusiones y aplicaciones

Hay muchas lecciones que podemos aprender de los pasajes de los evangelios dedicados a la familia de Jesús. En primer lugar, sus genealogías manifiestan de modo patente la profunda condescendencia divina, al encarnarse el Hijo de Dios en un ser humano como nosotros, haciéndose “en todo semejante a sus hermanos” (Hebreos 2:17), y mostrarnos hasta qué punto Jesús fue “Emmanuel, Dios con nosotros” (Mateo 1:23). Como él, el cristiano debe considerarse “un hombre para los demás hombres”, haciéndose solidario de toda la humanidad, porque Cristo “no se avergüenza de llamarlos hermanos” (Hebreos 2:11).

María nos presenta uno de los ejemplos más abnegados de aceptación de la voluntad divina. “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra” (Lucas 1:38). Esa absoluta confianza en Dios la lleva a pronunciar uno de los consejos más valiosos de todas las Escrituras, cuando, refiriéndose a Jesús, dijo a los sirvientes de Caná: “Haced lo que él os diga” (Juan 2:5).

La historia de los hermanos de Jesús, muestra que nunca debemos desesperar del poder de la gracia divina: después de haberse opuesto a Jesús durante todo su ministerio, finalmente, al menos algunos de ellos, fueron tocados por la gracia, y los encontramos en el aposento alto recibiendo el Espíritu Santo (Hechos 1:13), e incluso desempeñando funciones importantes en la iglesia primitiva (1 Corintios 9:5; Gálatas 1:19).

Juan el Bautista, es un tipo de la misión que Dios encarga a su pueblo en los últimos días, de predicar con el espíritu y el poder de Elías, para preparar al mundo para la segunda venida del Mesías.

Resumiendo, según los evangelios, podríamos decir que Jesús tuvo una vida familiar a la vez que excepcional, sorprendentemente “normal” en el sentido de comparable a la de muchos seres humanos. La familia tiene una enorme importancia, pero no es determinante. Todo aquel que desea hacer la voluntad de Dios es “familia de Cristo”. Él espera que, hasta que vuelva, nosotros seamos su familia en la tierra para quienes nos rodean (Marcos 3:35).

Palabras y conceptos claves

  • Jesús-familia
  • Genealogía-María
  • Mariolatría
  • Hermanos de Jesús
  • Primogénito-unigénito
  • Juan el Bautista

Preguntas de estudio

  1. ¿Por qué Mateo y Lucas consideraron necesario incluir genealogías de Jesús en sus evangelios?
  2. ¿Por qué crees que fue elegida María para ser la madre del Mesías?
  3. ¿Qué importancia le das a José en el plan divino relacionado con la encarnación?
  4. ¿Por qué piensas que tardaron tanto los hermanos de Jesús en aceptarlo como Mesías?
  5. ¿Qué te gustaría saber sobre la familia de Jesús que no sepamos y por qué?

Bibliografía sugerente para profundizar

Aron, Robert. Los años oscuros de Jesús. Bilbao: Ediciones EGA, 1991.

Johnsson, William G. Jesús of Nazareth: His Life. Silver Spring, MA.: Review and Herald, 2015, capítulo 6, “The Cousins”.

Muñoz Iglesias, Salvador, Los evangelios de la infancia. Madrid: B.A.C., 1990.

Pérez Millos, Samuel. “La genealogía del Rey (1:1-17)” en Comentario exegético al texto griego del Nuevo Testamento: Mateo. Barcelona: Editorial CLIE, 2009, 63-100.

Petersen, Silke. “María de Nazaret: Historia de una transformación” en La Biblia y las mujeres. El Nuevo Testamento: Narraciones e historia. Mercedes Navarro y Marinella Perroni, eds., Estella, Navarra: Verbo Divino, 2011, 349-369.

Pikaza, Xabier. La familia en la Biblia. Estella, Navarra: Verbo Divino, 2014, pp. 273-306.

Falgueras Salinas, Ignacio. “Las genealogías de Jesucristo”, en theologoumena.com/articulos_ifs/LASGENEALOGIAS DEJESUCRISTOB%5b1%.htm

White, Elena de. El deseado de todas las gentes, capítulos 18 (“A él conviene crecer”), 22 (“Encarcelamiento y muerte de Juan”), y 33 (“¿Quiénes son mis hermanos?”).


1 En la Biblia también se dan a veces dos genealogías diferentes de un mismo personaje, como ocurre con Judá en 1 Crónicas 2:3-41 y 4:1-23.

2 Algunos suponen que Mateo sigue una tradición judía (reflejada en el Libro de Enoch, 91, 15-17; 93:3-5), que agrupa cada etapa de la historia de Israel en períodos de “semanas proféticas” (como hace Daniel 9:1-27). Según este cómputo la historia del mundo estaría dividida en diez semanas de generaciones repartidas del modo siguiente: tres antes de Abraham, dos de Isaac a David, dos de Salomón al exilio, dos del exilio al “tiempo de la espada”, y entonces, con la venida del Mesías empieza la décima semana. Mateo precisaría que Jesús viene al final de la sexta semana de la historia de Israel (3×14 = 6×7). Lucas, siguiendo otro cómputo, amplia esta historia a todo el mundo, y contabiliza 77 generaciones (11×7), con lo que el Mesías inauguraría la doceava semana de la historia.

3 “Los desposorios (hebr. quiddushin o erusin) no eran, como hoy entre nosotros, la simple promesa de matrimonio futuro, sino el perfecto contrato legal de matrimonio, o sea el verdadero matrimonium ratum. Por lo tanto, la mujer desposada era esposa ya, podía recibir el acta de divorcio de su desposado-marido, a la muerte de éste pasaba a ser viuda en regla, y en caso de infidelidad era castigada como verdadera adúltera conforme a las normas de Deuteronomio 22:23-24. Esta situación jurídica es definida con exactitud por Filón cuando afirma que entre los judíos, contemporáneos de él y de Jesús, el desposorio valía tanto como el matrimonio (De specialLeg., III.12)”. Giuseppe Ricciotti, Vida de Jesucristo (9a ed., Barcelona: Editorial Luis Miracle, 1968), 245-246.

4 Entre otros, cita Génesis 30:13; Éxodo 15:16; Deuteronomio 7:9; Isaías 41:8; Miqueas 7:20; Salmo 33:4; 34:9; 65:19; 110: 9, etc.

5 La tradición católica quiere hacer de José un anciano, para salvaguardar a toda costa la virginidad post partum de María. Pero quienquiera que conozca la naturaleza humana sabe que la vejez no es garantía de castidad. Ajeno a esa cuestión, el evangelista afirma que “José no conoció a María hasta que esta hubo dado a luz su primogénito” (Mateo 1:25), lo cual deja en entredicho las pretensiones a la perpetua virginidad de María (“Virgen antes del parto, en el parto y después del parto”).

6 Entre los esponsales y el matrimonio mediaba un lapso de tiempo de un año completo para las vírgenes, para dejar patente su virginidad. Si durante este tiempo se demostraba que la joven había faltado a la fidelidad, se la consideraba igual de culpable que una verdadera esposa, por lo que, en teoría, podía ser condenada a muerte, aunque lo habitual era que fuese repudiada, que es lo que José estuvo a punto de hacer (Mateo 1:19).

7 Quizá es así como debemos entender la declaración de los interlocutores de Jesús en Juan 8:41, como confirma Elena de White: “Había quienes trataban de vilipendiarlo a causa de su nacimiento, y aun en su niñez tuvo que hacer frente a miradas escarnecedoras e impías murmuraciones” (El deseado de todas las gentes, 67).

8 “El niño Jesús no recibió instrucción en las escuelas de las sinagogas. Su madre fue su primera maestra humana. De labios de ella y de los rollos de los profetas, aprendió las cosas celestiales” (Ibíd., 49-50).

9 Se supone, a partir de la tradición de la celebración de la mayoría de edad espiritual a los 12-13 años, que Jesús asume allí por primera vez su condición de “hijo del mandamiento” (Bar Mitzva), y se responsabiliza personalmente de sus deberes religiosos (Lucas 2:41-42)

10 María “habría sido más que humana si no se hubiese mezclado con su santo gozo, un vestigio del orgullo natural de una madre amante. Al ver como las miradas se dirigían a Jesús, ella anheló verle probar a todos que era realmente el honrado de Dios. Esperaba que hubiese oportunidad de realizar un milagro delante de todos” (White, El deseado de todas las gentes, 119).

11 La expresión “lleno de gracia” (pleres jaritos) se da literalmente en Hechos 6:8, a propósito de Esteban, y sin embargo la Iglesia Católica nunca ha invocado ese texto, que es mucho más claro que Lucas 1:28, para afirmar la inmaculada concepción de Esteban.

12 La doctrina de la inmaculada concepción de María, tras siglos de ser discutida por los teólogos católicos, fue declarada dogma de fe por el papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854, en la bula definitoria Ineffabilis Deus.

13 La explicación católica de que el culto rendido a María no es del mismo tipo que el rendido a Dios es pura teoría. El la práctica el culto a María se ha generalizado. La dogmática católica distingue el culto de latria tributado a Dios del culto tributado a los santos, llamado de dulia. El culto a María entra en otra categoría especial, llamado de hiperdulía., inferior al que se rinde a Dios, pero superior al de los santos. La Biblia solo conoce un tipo de culto: el que debemos a Dios. Cualquier otro tipo de culto es considerado idolatría.

14 Mateo 12:46, 47; Marcos ٣:٢٠, ٢١, ٣١-٣٥; Lucas ٨:١٩-٢٠; Juan ٢:١٢; ٧:٣-١٠; Hechos ١:١٤.

15 “En el concepto bíblico “primogénito” apunta a la prioridad de existencia, al hecho de que no haya ninguno antes, a ser el fruto primero del padre o de la madre; ahí radica su dignidad y no en ser el primero de una serie, que es siempre realidad accesoria y derivada”. Enciclopedia de la Biblia (Barcelona: Garriga, 1965), 5:1256-1257). “Así lo confirma el hallazgo en Tell el-Yehudiyah (Egipto) de una inscripción judía datada, según parece, en el año 5 a.C. En el epitafio de una joven esposa, de nombre Arsinoe, a quién el primer parto truncó la vida. La inscripción pone en boca de la difunta estas palabras: “El Destino me condujo al término de mi vida entre el llanto del hijo primogénito” (Ibíd., 1184).

16 Esta es la tesis preferida por la comunidad católica. Ver Jacques Duquesne, Jésus (Bilbao: Desclée de Brouwer, 1995), 82.

17 El griego del Nuevo Testamento utiliza la palabra anepsios para precisar que “Juan Marcos era primo de Bernabé” (Colosenses 4:10).

18 Ver Eusebio, Historia eclesiástica, 3, 9:4.

19 Esta es la tesis de la tradición ortodoxa más antigua, así como de los primeros padres de la iglesia (Epifanio, Orígenes, Clemente, etc.).

20 Elena de White, El deseado de todas las gentes, 65, 66. “Los hijos y las hijas de José […] trataban de corregir las prácticas de Jesús de acuerdo con su propia norma” (69). “Los hijos de José […] sus hermanos” (288).

21 Ibíd., 118-119.

22 Flavio Josefo, Antigüedades Judaicas, 18.5 (traducción propia).

23 Véase White, El deseado de todas las gentes, 76.

24 “Juan era grande a la vista del Señor cuando, delante de los mensajeros del Sanedrín, delante de la gente y de sus propios discípulos, no buscó honra para sí mismo, sino que a todos indicó a Jesús como el Prometido. Su abnegado gozo en el ministerio de Cristo presenta el más alto tipo de nobleza que se haya revelado en el hombre” (White, El deseado de todas las gentes, 190-191).

25 La langosta de tierra (akrides, gr.) es una vianda limpia según Levítico 11:22.

26 La Mishna (Yebamot 47 a-b) describe el bautismo de los prosélitos tal como era practicado en el siglo II. El proceso comenzaba con un examen del candidato en el que se le preguntaba acerca de sus motivos para desear hacerse judío y se le advertía de los compromisos y riesgos que eso comportaba. Después se procedía a su circuncisión, y cuando el hombre ya estaba restablecido, se lo bautizaba. Se trataba de un rito iniciático para marcar el nacimiento a una nueva vida en relación con Dios.

27 Matar a alguien solo para satisfacer el capricho de una mujer no constituye, por desgracia, un acontecimiento aislado entre los poderosos de la antigüedad. Cicerón, en su obra De senectute relata cómo L. Flaminius, procónsul de la Galia hizo decapitar a un prisionero simplemente porque una cortesana le dijo que no había visto nunca decapitar a un hombre. Y Herodoto cuenta que el rey persa Jerjes, después de haberse excedido en la bebida, y tras prometérselo a la reina Amestris, hizo ejecutar a la rival de la reina, su propia cuñada (Daniel-Rops, Jesús and His Time, 264).