2. Los evangelios documentos histórico-literarios – Roberto D. Badenas

Declaración de objetivos

  • Comprender el proceso de formación de nuestros cuatro evangelios.
  • Analizar las principales tesis de la llamada “cuestión sinóptica”.
  • Tomar conciencia de los apoyos y desafíos que representan para la credibilidad de los evangelios los aportes de la crítica textual.
  • Explicar la importancia de los evangelios para conocer la historia de Jesús.
  • Identificar las principales fuentes históricas extra-bíblicas sobre Jesús.
  • Entender por qué la iglesia rechaza los evangelios apócrifos.

Introducción

Los evangelios del Nuevo Testamento son cuatro documentos de naturaleza singular, que relatan la vida y las enseñanzas de Jesús de Nazaret. El título de “evangelio” aplicado a un escrito es algo nuevo e insólito en la historia de la literatura, ya que el término griego euangelion significa simplemente “buena noticia”, y hasta el siglo I no se refiere nunca a un libro sino a un acontecimiento. Este término se utilizaba en el mundo helenístico en el lenguaje militar y político para referirse a anuncios procedentes de las más altas instancias, tales como el emperador, y cuyas felices consecuencias afectaban a todos (por ejemplo, las buenas noticias de la victoria en una batalla).1 Pronto los cristianos comenzaron a aplicar el término “evangelio”, en singular, a las “buenas nuevas” de salvación que había traído Jesús, e incluso a su misma persona, identificando al mensaje con el mensajero. Así lo hace, por ejemplo, Marcos, al afirmar: “El que quiera salvar su vida, la perderá; quién la pierda por mí y por el evangelio, la salvará” (Marcos 8:35).

Cuando los textos de lo que llegaría a llamarse “el Nuevo Testamento” fueron recopilados por la iglesia naciente, el singular de la buena noticia de la venida del Mesías se convirtió en el plural “evangelios” aplicado a las cuatro versiones de la vida de Jesús que conocemos: según Mateo, según Marcos, según Lucas y según Juan.2 Y así han llegado hasta nosotros los cuatro evangelios, portadores de la buena noticia por excelencia de la salvación en Jesús, vista desde el punto de vista de cuatro portavoces privilegiados, llamados “evangelistas”.

La rápida difusión de la “buena noticia” cristiana fuera del ámbito judío, necesitaba nuevas presentaciones del mensaje de Jesús adaptadas a nuevos contextos culturales y respondiendo a las necesidades de las iglesias locales. Diversos escritos aparecieron con esa misión, aunque sólo tenemos información fiable de unos pocos.3 Entre ellos destacan por su autoridad, inspiración, y fiabilidad los cuatro evangelios canónicos, los únicos reconocidos como inspirados por la naciente iglesia, desde el principio.4 Aun cuando algunos trabajaron sobre la base de documentos escritos (Lucas 1:1-3), sus autores no fueron meros recopiladores de datos que se limitaron a ordenar, traducir y retocar aquí y allá el material ya existente. Fueron verdaderos autores, quienes, al seleccionar, adaptar, ampliar o abreviar sus fuentes (tanto escritas como orales), dejaron su impronta personal y su experiencia de fe en Jesús de Nazaret, al servicio de las comunidades cristianas para las que escribieron,5 que, aunque unidas en una fe común, venían de culturas y contextos diferentes, separadas por la geografía y por el tiempo. Entre la redacción de nuestros primeros evangelios (Mateo y Marcos) y el último (Juan) pasaron varias décadas. El orden en el que se presentan en el canon del Nuevo Testamento, según los más antiguos manuscritos, es cronológico.6

No es posible encuadrar los evangelios en ningún género literario en uso. Aunque se trata de documentos portadores de una historia transcendental no son en realidad “biografías” de Jesús. El título que precede a cada uno de nuestros cuatro evangelios alude a su condición de testimonios “según” (kata) sus diferentes autores.7 La novedad radical que hace de los evangelios documentos de valor histórico y teológico absolutamente únicos, reside en que, a través ellos, Jesús de Nazaret, el protagonista de sus relatos, milagros y discursos, permanece vivo para los lectores, y su presencia, palabra y poder salvador siguen actuando en sus vidas. Porque no podemos considerar como meramente históricos los relatos de una Vida truncada por la muerte, que la resurrección situó en un “ahora” permanente, y que al mismo tiempo que abarca toda la historia humana la trasciende y la está llevando a una consumación gloriosa. Ésta es la perspectiva de fe desde la que los evangelistas componen sus relatos. Por eso, leer y meditar los evangelios después de dos mil años, no es sólo recordar un pasado, sino entrar en la realidad salvadora de un presente que nos hace vivir ya, en esperanza, las realidades prometidas para el futuro.

La formación de los evangelios

Jesús no dejó escrito ningún libro ni tenemos testimonios de que sus discípulos recibieran la orden de escribir nada. Sin embargo, documentos escritos relativos a su vida y enseñanzas, algunos evangelios y numerosas epístolas, empezaron a circular muy pocos años después de la ascensión de Jesús. Al intentar profundizar en el estudio de la formación de los evangelios, surgen preguntas tales como: ¿De qué manera pudo asegurarse Jesús de que sus enseñanzas fuesen transmitidas fielmente por sus discípulos? ¿Qué podemos nosotros saber de “la prehistoria” del evangelio antes de quedar plasmado en los textos escritos que conocemos? ¿Por qué y de qué manera se pasó de la predicación oral al mensaje escrito? ¿Qué garantías tenemos nosotros de encontrar el mensaje original de Cristo y los recuerdos reales de su vida en nuestros cuatro evangelios? ¿Hay algún testimonio sobre la formación de estos escritos que pueda aportarnos información fidedigna?

Sin duda que la información más útil nos la da el propio Lucas, en el prólogo de su evangelio, cuando afirma que “muchos han tomado a su cargo compilar un relato ordenado de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, tal como nos las transmitieron los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, me ha parecido también a mí, después de haber investigado todo con esmero desde su origen, escribirte ordenadamente, excelentísimo Teófilo, para que te percates bien de la solidez de las enseñanzas en las que fuiste instruido” (Lucas 1:1-4 RV77). Lucas afirma conocer varios intentos de redacción parciales, y alude a contenidos bien atestiguados, procedentes de una tradición oral fiable, anteriores a la redacción de su libro. Por su parte, Pablo, cuando se refiere al mensaje cristiano, utiliza expresiones concretas (“transmitir”, “recibir”, “mantener”, etc.,) que evocan fidelidad a un legado recibido (cf. 1 Corintios 11:23-26).

Los llamados “Padres de la Iglesia”, desde Ireneo de Lyon hasta Agustín de Hipona, afirman unánimes su creencia en la dependencia mutua de los evangelios en el orden canónico, es decir, que Mateo sería cronológicamente el primero en haber escrito, seguido por Marcos y más tarde por Lucas, y finalmente por Juan. Esta convicción perdura hasta el siglo XVIII, cuando es puesta en duda por exponentes de la crítica histórica, que postulan por la mayor antigüedad de Marcos y de otras fuentes. En el siglo XIX se generaliza la teoría llamada “de las dos fuentes”, suponiendo que los documentos escritos más antiguos serían, por una parte el evangelio de Marcos y por otra un “Proto-Mateo” arameo (o fuente “Q”). Con diversas variantes, esta tesis predominará hasta nuestros días, matizada, según los autores, con aportes concedidos a la tradición oral y a otras fuentes múltiples.

La explicación de la formación de los evangelios a partir de fuentes literarias resulta, sin embargo, un callejón sin salida, ya que no se encuentran pruebas capaces de demostrarla. Por eso el siglo XX verá la exploración de otras vías de investigación que intentarán distinguir, dentro de los contenidos de los evangelios, lo que es recogido por “tradición” de lo que es fruto de “redacción”. Entre 1919 y 1922, una serie de teólogos alemanes deciden abordar el estudio de la formación de los evangelios desde un nuevo enfoque centrado en la crítica literaria, conocido con el nombre de Formgeschichte (Método de la Historia de las Formas) o Crítica de las Formas, método que ya se había aplicado a algunos textos del AT por críticos como H. Gunkel (1862-1936). Por ese camino, la llamada Escuela de las Formas (representada principalmente por Rudolf Bultmann, Martín Dibelius y Karl Ludwig Schmidt, entre otros) se esforzará por distinguir varias etapas literarias anteriores a la redacción definitiva de nuestros evangelios. Esta teoría pretende que cada pasaje de los evangelios surgió y se desarrolló en una determinada “situación de vida” (Sitz im Leben) en la comunidad, de modo que los evangelios no son más que una especie de mosaico elaborado a partir de documentos preexistentes.8 Esos “medios” serían en realidad los verdaderos “creadores” de los evangelios, y los evangelistas no serían autores sino recopiladores de dichos materiales.9 Estas suposiciones llevadas al extremo despojan a los evangelistas de su personalidad como autores, desvirtuando a la vez el valor de la primera tradición cristiana al negarle su credibilidad.10

Como reacción a las especulaciones gratuitas de la Formgeschichte surge la escuela llamada Redaktiongeschichte (o Historia de la Redacción), centrándose en la tarea de los evangelistas como redactores, pero partiendo de las hipótesis de la Crítica de las Formas. Este enfoque deja de considerar a los evangelistas como meros recopiladores de relatos ya existentes, y los trata como teólogos que elaboran sus obras a partir de objetivos teológicos. Para los promotores de la Crítica de la Redacción, tales como Hans Conzelmann (1954), Willi Marxsen (1959) y Günther Bornkamm (1975), la teología de cada evangelista explica los contenidos de cada evangelio, la selección, la omisión o la adición de materiales, así como el agenciamiento de los diversos relatos, perícopas y comentarios interpretativos. Cada evangelista elige los contenidos, introducciones, conclusiones, títulos cristológicos etc. que convienen a sus intenciones. Sobre supuestos similares trabaja la Traditionsgeschichte, sondeando los procesos de desarrollo de las tradiciones evangélicas en las primeras comunidades eclesiales.11

Estos denodados esfuerzos para explicar la formación de los evangelios han dejado mucho desacuerdo entre los críticos, porque, a la hora de demostrar con pruebas sus argumentos, todos se adentran en un terreno muy subjetivo. Afirman el poder creador de la comunidad primitiva, pero no lo demuestran mediante ningún argumento serio, desoyendo además los numerosos testimonios de los primeros creyentes (cf. Lucas 1:1-4). Estamos de acuerdo con ellos en que los evangelios no son “biografías” de Jesús, en el sentido técnico de la palabra, pero no podemos, a menos que reconoscamos que los evangelistas fueron verdaderos autores. La tesis de la “evolución” de los materiales previos supuesta por los críticos es absolutamente artificial e hipotética. La presunta “desmitologización” que pretendían hacer de los textos evangélicos ha conducido en realidad a una injusta “deshistorización”. Hoy los expertos coinciden cada vez más en que el tiempo transcurrido entre Jesús y los evangelios es mucho más corto que lo que se pretendía y que nada en los textos prueba que hayan sido manipulados ni que sean meras recopilaciones, y menos aún que hayan sido directamente “inventados”. No hay duda de que del presunto subjetivismo de los autores hemos pasado al evidente subjetivismo de los intérpretes.

Actualmente podemos reconocer tres etapas principales en la formación de nuestros cuatro evangelios:

  1. La comunidad cristiana recoge la predicación y la acción de Jesús de boca de sus apóstoles, discípulos y testigos oculares, y transmite oralmente el mensaje del evangelio en la primera generación de creyentes (aproximadamente en los años 30-50 d.C.).
  2. En el seno de esta misma comunidad empiezan a redactarse los primeros relatos evangélicos escritos (en torno a los años 40-70 d.C.).
  3. A medida que fueron desapareciendo los testigos oculares, se hizo necesario fijar por escrito el mensaje vehiculado en la predicación oral. Teniendo en cuenta las necesidades de los destinatarios, los evangelistas redactan sus escritos, y la iglesia primitiva procede a su recopilación y difusión (entre los años 50 y 100 d.C.).

Esta formación progresiva de los evangelios, lejos de atentar contra la noción de inspiración, muestra que Dios ha estado a la obra inspirando e iluminando a los evangelistas y a las iglesias con las que trabajaron, para recoger y formular correctamente aquellos elementos esenciales de la predicación y de la vida de Cristo que Dios deseaba transmitir a la humanidad.12 A través de ellos el “Evangelio” se convirtió en “los cuatro Evangelios”, los textos más importantes del mundo cristiano porque nos transmiten la vida y las enseñanzas de Jesucristo, nuestro Maestro, Señor y Dios.

La cuestión sinóptica

Cuando observamos los evangelios como documentos literarios pronto nos damos cuenta de que tienen entre sí numerosas analogías (frases casi idénticas, relatos parecidos, contenidos similares)13 y también notables diferencias. ¿Cómo explicar ambas realidades? ¿Se copiaron unos de otros? ¿Usaron distintas fuentes informativas? A esta particularidad de los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas se ha dado en llamar “cuestión sinóptica”. El término “sinóptico”, derivado de la palabra griega synopsis, que significa “visión de conjunto”, ha sido aplicado, desde hace un par de siglos a los escritos de los tres primeros evangelios, por el gran parecido que tienen entre sí, en su contenido y estructura, particularidad que los distingue claramente del evangelio de Juan.14 Dado que vistos “en conjunto”, saltan a la vista las correspondencias mutuas y el mismo trazado básico, hoy se los conoce técnicamente con el nombre de “evangelios sinópticos”.

La literalidad del texto al reproducir el mensaje recibido no parece haber sido la preocupación principal de los evangelistas. Tomemos un ejemplo muy evidente: el título sobre la cruz, que por tratarse de un texto escrito debería estar perfectamente reproducido, palabra por palabra, en cada evangelio. Sin embargo, observamos discrepancias que demuestran que los evangelistas estaban más interesados en dejar claro el sentido general de aquel escrito, que en transcribirlo al pie de la letra. Así, Mateo (27:37) escribe “Este es Jesús, el rey de los judíos”, mientras que Marcos (15:26) apunta simplemente “El rey de los judíos”, Lucas (23:38) traduce “Este es el rey de los judíos” y Juan (19:19) transcribe “Jesús de Nazaret, rey de los judíos”. Se puede alegar que, dado que el título estaba escrito en tres lenguas: hebreo, griego y latín (Juan 19:20), cada evangelista pudo haber reproducido la traducción de un texto diferente. Pero ni siquiera eso explicaría la existencia de cuatro variantes tan claras como estas.

¿Hubo alguna fuente común a varios evangelios, o hubo varias fuentes? ¿Quién copió de quién? etc. Para los especialistas “la cuestión sinóptica” se centra en identificar las fuentes en las que se inspiraron los tres evangelistas mencionados. La discusión en torno al llamado “problema sinóptico” empieza a fines del siglo XVIII, con la publicación, por Johann Jakob Griesbach (1745-1812), de la primera sinopsis de los evangelios (1776). Este nuevo instrumento de trabajo, aplicado según los métodos de la crítica literaria, permite hacer una lectura paralela de los textos evangélicos y pone de manifiesto las grandes semejanzas que tienen entre sí, a la vez que sus innegables diferencias.15 Muchas semejanzas pueden explicarse por la misma temática; ciertas coincidencias en el orden de los relatos y en la correspondencia de las palabras podrían sugerir que los evangelios más tardíos copian a los anteriores; pero si es así, ¿cómo explicar las discrepancias?16

Para explicar este hecho sinóptico se han presentado varias hipótesis.

Hipótesis de un evangelio primitivo. Propuesta por G. E. Lessing (1784) y J. C. Eichhorn (1804), esta tesis supone la existencia de un evangelio originario arameo (o Ur-Evangelium, no conservado), del que nuestros evangelios serían versiones libres. Modificando ligeramente esta tesis, Charles Cutler Torrey (1893) supone que los primeros textos fueron escritos en arameo y luego traducidos al griego, lo que explicaría las grandes similitudes en la formulación de las palabras de Jesús. Es evidente que los evangelios revelan un componente semítico, que se debe a la cultura de sus protagonistas. Pero esta tesis, que podría explicar las coincidencias, no explica las divergencias, y como no presenta prueba alguna de la existencia del supuesto evangelio primitivo, no tiene apenas defensores en la actualidad.

Hipótesis de la diégesis. Sugerida por F. Schleiermacher (1817), esta hipótesis (Fragmentenhypoyhese) supone que, desde muy temprano, habría muchos fragmentos evangélicos dispersos circulando y que cada evangelista tomó los que le interesó. Esta tesis, que no cuenta con ningún apoyo histórico, explicaría muchas similitudes, pero no la concordancia en el orden de los evangelios sinópticos.

Hipótesis de Griesbach. Siguiendo la explicación propuesta ya por Agustín de Hipona de que los evangelistas conocieron unos los escritos de los otros y que los más recientes utilizaron la obra de los anteriores, J. J. Griesbach (1789) propone una dependencia literaria de unos evangelios sobre otros (Benützungshypothese), de modo que, por ejemplo, Marcos sería un resumen de Mateo y de Lucas Esta tesis, con diversas variantes, fue seguida por la escuela de F. H. Baur.

Hipótesis de las dos fuentes. Esta tesis, sugerida ya por H. Weisse (1838), lanzada por C. Lachmann (1835) y difundida más tarde en el mundo anglosajón por Burnett H. Streeter,17 sugiere que el evangelio de Marcos fue el más antiguo, y que los demás evangelios dependen de él y de una segunda fuente (llamada “Q” del alemán Quelle =“fuente”), identificada por algunos con los Logia de Mateo (o “proto-Mateo arameo”), común a Mateo y Lucas. La tesis de la prioridad de Marcos recibió inmediatamente un gran apoyo de la alta critica protestante de un lado, porque responde a la mentalidad del evolucionismo histórico, que da por sentado que los textos más amplios y complejos tienen que derivar necesariamente de un texto anterior más breve y sencillo, y del otro lado, del sector católico, ya que, si Marcos es en cierto sentido, “el evangelio de Pedro”, aquí encuentra un argumento adicional para reforzar la primacía de Pedro en la iglesia primitiva. Esta hipótesis es la que predomina hoy, matizada por variantes, que suponen la existencia de diversas fuentes secundarias.

Hipótesis de la tradición oral. Fue sugerida ya por J. G. Herder (1797) y revisada por J. C. Gieseler (1818), B. F. Westcott y Artur Wrigth (1875). Se basa en la supuesta existencia de una tradición oral preliteraria, que explicaría todas las coincidencias. Esta tradición oral, vehiculada en arameo primero y después en griego, tenía una consistencia suficiente para dar razón de las semejanzas que hay entre los evangelios sinópticos. Los más antiguos documentos de la iglesia primitiva (Papias e Ireneo entre otros), insisten en la fidelidad de los evangelios a la tradición oral, lo que podría explicar las similitudes entre los evangelios.18

En efecto, estudiada de cerca, una gran parte del material sinópico manifiesta haber tenido un origen oral y haber sido transmitida oralmente en la predicación cristiana y, por consiguiente, no parece haber sido elaborada literariamente por las comunidades de la segunda generación, como algunos pretenden. Las parábolas, por ejemplo, llevan la marca de una composición oral, al igual que la mayor parte del material de los discursos (acusados por algunos críticos de haber sido compuestos artificialmente por los evangelistas). Que el texto de los evangelios contiene numerosos elementos de sello oral, que ayudan a entender la gran similitud entre sí de numerosos pasajes sinópticos, es innegable. Pero esta tesis, para ser aceptada, debe completarse con el reconocimiento de la existencia de fuentes escritas, ya que Lucas (1:1-3) menciona la existencia de varios “evangelios” escritos anteriores al tercer evangelio.

En resumen, la cuestión sinóptica sigue abierta, pero los datos relativamente seguros podrían resumirse del siguiente modo: Según los testimonios cristianos más antiguos, los evangelistas dependen, más o menos, uno del otro en el orden siguiente: Mateo escribe sus recuerdos personales; Marcos conoce el evangelio de Mateo y cuenta los recuerdos de Pedro; Lucas conoce los dos evangelios y redacta el suyo añadiendo el fruto de sus investigaciones. La predicación viva y esas primeras fuentes escritas, junto con la diversa información personal de la que disponían los evangelistas, bastan para explicar las diferencias y las semejanzas entre los evangelios sinópticos. Nada apoya la hipótesis de que los evangelios fueran creaciones tardías de la Iglesia para justificar su fe en Jesús. Los parecidos entre los sinópticos se explican porque todos reproducen la misma tradición evangélica, pero también se entienden las divergencias por el carácter de quienes los escribieron y las diversas necesidades de sus diferentes destinatarios.

Los evangelios y la crítica textual

A pesar de la gran fidelidad con la que se han transmitido los textos de los evangelios para nuestro conocimiento, no conservamos ningún manuscrito original. Todos los “autógrafos” (originales en sentido estricto) quizá se perdieron y solo conservamos copias y traducciones. Tanto a las copias de los “originales” como a sus primeras “traducciones” se las denomina “testigos”.19 La llamada “crítica textual” de los evangelios tiene como objetivo restablecer con la mayor exactitud posible, por medio de una investigación metódica de todos los documentos que se conservan, el texto más antiguo y seguro posible.

De los cientos de copias que conservamos, pocas han llegado hasta nosotros sin variación alguna. Todas suelen presentar alguna variante, aunque sea mínima. Dichas fluctuaciones se deben, en su inmensa mayoría a equivocaciones involuntarias de los copistas, es decir, a errores de lectura o de audición cometidos no intencionadamente por amanuenses distraídos o incultos en la lengua que copiaban. Solo unas pocas se deben a correcciones hechas intencionadamente por amanuenses cultos, que se creían en la obligación de mejorar el texto recibido,20 o (esto es aún menos frecuente) de introducir en él sus opiniones personales.

Hay solo dos casos en los evangelios en los que la crítica textual se enfrenta a pasajes enteros. El más importante es la conclusión del evangelio de Marcos, de la que existen tres versiones diferentes: a) Algunos manuscritos terminan el texto insólitamente en 16:8, con la afirmación de que las mujeres, “saliendo del sepulcro, echaron a huir, pues temor y pasmo se había apoderado de ellas, y a nadie dijeron nada, pues tenían miedo”.21 Este final abrupto, como si el texto estuviese incompleto, no resulta muy verosímil, si tenemos en cuenta que, según los demás evangelios, las mujeres, después del choque inicial, sí que comunicaron a los apóstoles la buena noticia de la tumba vacía. No obstante, este final es considerado por algunos críticos como el más probable. b) Unos pocos manuscritos, siguiendo al codex Bobbiensis, añaden al final abrupto de 16:8 las palabras siguientes: “Ellas contaron brevemente a los compañeros de Pedro lo que les había sido anunciado. Luego Jesús mismo les apareció, y de oriente a occidente propagó por medio de ellos el mensaje sagrado e incorruptible de la salvación eterna”.22 Este final es el que cuenta con menos adeptos, porque el añadido parece bastante tardío. d) La mayoría de traducciones actuales incluyen en el texto de Marcos el “final canónico”, que se termina en 16:20. Aunque este “final largo” queda atestado ya desde el año 150, ha sido atacado por críticos que consideran que el estilo no parece de Marcos23 Pero su temprana aceptación en el canon presupone que no hay razones suficientes para dudar de su autoridad.24

El otro pasaje discutido por la crítica textual es el que corresponde en nuestras biblias al encuentro de Jesús con la mujer adúltera (Juan 7:53-8:11), que algunos evangelios omiten. Las posibilidades que se barajan son principalmente dos: que el relato sea una interpolación al texto original de Juan, o que el relato perteneciese al original y que algunos medios eclesiásticos hayan preferido excluirlo para evitar que fuese utilizado como apoyo bíblico a una eventual “despenalización” del adulterio. Tras análisis de estas variantes, evaluado los manuscritos existentes a la luz de los textos más seguros, daría la impresión de que es muy improbable que un relato tan genial como éste haya sido “fabricado” para añadirlo al evangelio (cf. Apocalipsis 22:18-19). Es mucho más verosímil que este pasaje incómodo formase parte del evangelio original, y que haya sido excluido en algunas familias de copias, destinadas a sectores estrictos de la iglesia preocupados por salvaguardar a toda costa la disciplina moral,25 reticentes a aceptar sin reservas la maravillosa gracia de Cristo.

Los evangelios y la historia de Jesús

Dado que los evangelios constituyen los principales documentos relativos a la historia de Jesús, los ataques en contra de su historicidad han abundado, sobre todo a partir del siglo XIX. Estos ataques se apoyan sobre todo en las discrepancias de los evangelios entre sí. Pero el argumento de las contradicciones no tiene mucho peso, porque éstas son mínimas cuando se comparan con todo el material en el que los evangelios concuerdan. Precisamente las diferencias en los relatos revelan que los evangelistas redactan su obra independientemente unos de otros. Su estilo denota una sorprendente objetividad, sin apenas comentarios, como si los autores dejasen que los hechos narrados hablen por sí mismos.

Por otra parte, los evangelios no tienen todos los mismos contenidos de interés histórico porque cada uno va destinado a un medio diferente. Así, Mateo se esfuerza por demostrar a los hebreos que Jesús es el Mesías anunciado a Israel por los profetas (Mateo 1:1-17, 21; 2:1-6; 16:13-17; etc.); Marcos se dirige a los romanos para demostrar que Jesús es el hijo de Dios (Marcos 1:1; 7:1-4; 12:42; 14:5; 15:39); Lucas intenta persuadir al excelentísimo Teófilo, y tras él, a los intelectuales griegos, exponiendo en orden, todo el material recogido acerca de la verdad de Jesús (Lucas 1:1-4; 24.13), mientras que Juan, finalmente, exhorta a los cristianos con sus reflexiones inspiradas para que afiancen su fe en Jesús y tengan vida eterna (Juan 20:30-31).

Contra la historicidad de los evangelios se argumenta también que muchas de las palabras de Jesús aparecen sin referencias cronológicas o geográficas precisas. Pero este argumento tampoco tiene mucho valor cuando se sabe que la intención principal de los evangelistas no era dejar constancia de donde o cuándo Jesús había pronunciado dichas palabras sino recoger lo que había dicho. Precisamente mantener intacto el depósito de la revelación fue la gran preocupación de la Iglesia primitiva, como hace constar Pablo: “Lo que me escuchaste en presencia de muchos testigos transmítelo a personas de fiar, que sean capaces de enseñárselo a otros” (2 Timoteo 2:2).

Un argumento muy importante en favor de la autenticidad de los relatos evangélicos se apoya en el hecho de que éstos no refieren solamente aquellos acontecimientos útiles para la Iglesia primitiva, sino también otros incómodos, o que podían ser motivo de escándalo.26 Porque los evangelios cuentan detalles que no contribuyeron a la imagen que la iglesia posterior hubiera deseado mantener: un Cristo que en vez de presentar el ejemplo de una muerte noble, grita el desamparo de Dios desde la cruz; unos discípulos incrédulos y cobardes, que no creen en la resurrección de su maestro; unas mujeres asustadas (incluyendo a una ex-prostituta), que se pretenden testigos oculares del Resucitado (Marcos 16:8-13)…Si los evangelistas se hubieran inventado los relatos de la resurrección, hubieron buscado como testigos a personas más respetables, como por ejemplo, a Nicodemo o a José de Arimatea, que eran miembros del Sanedrín. Si los evangelios se hubiesen inventado para justificar la fe en Jesús, sus autores no lo hubiesen contado de esta forma. Pero rezuman realismo. Defender la historicidad de Jesús les trajo, sin duda, muchos más problemas que ventajas a sus defensores. Porque ¿qué interés tendrían en no contar la verdad? ¿Qué podrían ganar con mentir? La crítica interna sale en defensa de la honradez de los relatos. Predican un Mesías humilde, crucificado, rechazado por judíos y gentiles, afrontando con valentía la hostilidad y hasta las persecuciones que podría acarrear el pretender ser sus testigos. Si hubiesen sabido que todo era mentira, no hubiesen arriesgado tanto sus vidas.

Por otra parte, ¿cómo hubieran podido conseguir partidarios para su causa mediante engaños? ¿Cómo esos modestos escritores hubieran podido inventar un personaje tan sublime como Cristo y una doctrina tan perfecta como la suya? Porque todo lo que narran era de dominio común: hechos acontecidos ante muchos testigos, incluyendo a seguidores y enemigos del Maestro. Los evangelios dan toda clase de detalles que los lectores podían verificar fácilmente: nombres de las personas mencionadas, lugares, circunstancias y fechas de los sucesos, etc. No se puede presentar ninguna prueba de que los judíos intentasen negar ni refutar uno solo de los hechos narrados, a pesar de que hicieron todo lo que pudieron para impedir su predicación a través de la violencia, la calumnia y la persecución a muerte (cf. Hechos 4:18). Pero los textos contienen muchos detalles comprobables, y la extensión de las conversiones entre compatriotas y contemporáneos sería muy difícil de explicar si los detalles de la historia de Jesús mencionados en los evangelios hubiesen sido falsos.

Concluyendo, diremos que un acervo fundamental de recuerdos auténticos sobre Jesús fue conservado por cuatro autores singulares que estaban especialmente preparados para recogerlos fielmente en sus escritos. A medida que el evangelio era predicado fuera de Palestina y por nuevos discípulos que no habían conocido a Jesús, dichos escritos fueron adquiriendo un valor testimonial cada vez mayor.27 Hemos de tener en cuenta que los evangelistas, o fueron testigos presenciales de los hechos que relatan, o recibieron la información de parte de testigos dignos de todo crédito. La fuente directa de su información es Jesús mismo. Sus palabras, a menudo reproducidas textualmente, junto a los recuerdos de sus actos y enseñanzas conservados por sus discípulos, constituyen la base irreemplazable de la tradición evangélica, el eslabón insustituible en la cadena de testimonios que nos unen a Cristo.28 Mateo y Juan fueron testigos oculares de mucho de lo que cuentan en sus relatos (Juan 1:14; 1 Juan 1:1-13). Marcos y Lucas no fueron testigos presenciales, pero transmiten relatos de testigos directos: Marcos de parte de Pedro (Hechos 4:20), y Lucas (compañero de Pablo y de los apóstoles), apoyándose en “lo que nos transmitieron aquellos que desde el principio fueron testigos y ministros de la palabra” (Lucas 1:1-3).

Podemos concluir entonces que los evangelios no son biografías, porque son más que eso. Su excepcional interés histórico reside en que son las primeras reflexiones sobre la vida y persona de Jesús, escritas a partir de fe y de la inspiración del Espíritu, en la primera generación cristiana. Por eso los evangelios son: genuinos (es decir, que fueron escritos por los autores a quienes se les atribuyen en el Canon); íntegros (es decir, que están completos y no contienen falsificaciones ni interpolaciones espurias); y auténticos (es decir, que merecen toda la credibilidad en lo que respecta a la veracidad de sus presuntos autores). Dicho de otra manera, los evangelistas escribían convencidos de que decían la verdad con el deseo de transmitirnos esa verdad. Su sinceridad se hace patente especialmente en los pasajes en los que revelan debilidades de los apóstoles, tales como las negaciones de Pedro (Lucas 22:54-62), o la incredulidad de Tomás (Juan 20:24-29), etc. Como el Jesús de la historia es inseparable del Cristo de la fe, y una fe que no se apoyase en la base de un Jesús histórico sería imposible, los evangelios juegan un papel insustituible en la fundamentación de la fe cristiana. Aunque no son documentos históricos en el sentido técnico de la expresión, nos cuentan la más importante de las historias.

Otras fuentes históricas de Jesús

El valor histórico de los relatos de los evangelios es tan importante en la transmisión de lo que sabemos sobre Jesús, que los críticos de todos los tiempos, han intentado minimizar dicho valor, reduciendo los datos irrefutables de la vida de Jesús a unos pocos: que fue un gran maestro itinerante al que la gente atribuyó poderes sobrenaturales, que tuvo problemas con los dirigentes religiosos de la nación, que fue ajusticiado bajo Poncio Pilato, que fue crucificado , y que su cuerpo desapareció sin dejar rastro después de la crucifixión. Siguiendo esta línea crítica W. Wrede en su obra El misterio mesiánico en los Evangelios (1901) llega a la conclusión de que los evangelios no son fuentes históricas sino meros relatos literario-teológicos destinados a ayudar a creer en Jesús como Mesías. Por la misma época J. Wellhausen difunde la idea de que los textos sagrados son sólo fuentes secundarias con respecto a los detalles históricos de la tradición de la que surgieron. Albert Schweitzer concluye, en su tesis doctoral, que los evangelios nos presentan no el Jesús de la historia sino el Cristo de la fe, de modo que nuestro acceso al Jesús histórico es definitivamente imposible.

Hoy se habla de historicidad —en el sentido más riguroso de la palabra— para referirse a acontecimientos de los que tenemos pruebas fehacientes, es decir, vestigios o testimonios que los acrediten suficientemente. En ese sentido es posible demostrar la existencia de Jesús, pero muy difícil probar la historicidad de cada detalle de los evangelios. Ahora bien, el que un hecho no se pueda probar históricamente no implica que no ocurrió. Los relatos de los testigos históricos de cualquier hecho, podemos juzgarlos porque pueden ser subjetivos, tendenciosos, deformados e incluso completamente falsos,29 pero no podemos substituirnos a dichos testigos. Podemos, sin embargo, comparar con otros su valor de testimonios.

La realidad histórica del hecho cristiano es muy importante porque el cristianismo “es el único mensaje religioso que no se basa en una sabiduría, ni en una idea, sino en una serie de afirmaciones históricas, especialmente en una: creo que Jesús resucitó de entre los muertos”.30 La naturaleza histórica de ese insólito hecho es tal que, para los cristianos “la historia se divide en dos mitades: antes y después de Cristo”.31 Por eso tantos han intentado negar la historicidad de Jesús, aunque hasta la fecha no sólo no se ha podido encontrar ningún documento serio que la niegue, sino que tenemos numerosos testimonios que la confirman.

Fuentes cristianas. En primer lugar están, además de los evangelios, los demás documentos cristianos. En efecto, muchas de las epístolas llegadas hasta nosotros son incluso más antiguas que algunos de los evangelios. Ellas nos transmiten informaciones tan esenciales sobre Jesús que podrían bastarnos para esbozar su historia.32 Además, algunas de sus declaraciones sobre Jesús nos aportan datos complementarios no incluidos en los evangelios (cf. Hechos 20:35; 1 Tesalonicenses 4:15). A partir del siglo II, es decir, ya en las generaciones inmediatamente siguientes a la de los autores del Nuevo Testamento, los testimonios de los escritos llamados patrísticos son irrefutables. Algunos críticos han argumentado que esos antiguos documentos cristianos carecen de valor histórico precisamente por ser cristianos. Pero ese argumento tendría el mismo valor que decir que para estudiar la vida de Darwin no sirven los documentos escritos por evolucionistas. La misma existencia de los evangelios apócrifos es una prueba indirecta, pero fehaciente, de la existencia histórica del personaje que esos escritos intentar describir a su manera.

Fuentes de la historiografía judía conviene notar que Flavio Josefo, el historiador judío más importante del siglo primero, en un escrito datado en torno al año 93 menciona claramente a Jesús en un pasaje que, aun despojado de las interpolaciones cristianas (aquí entre paréntesis), deja un testimonio calificado de “totalmente auténtico” hasta por escritores judíos:33

Aproximadamente en esa época […] vivió Jesús, un hombre sabio (si es lícito llamarle hombre), pues fue un hacedor de prodigios, un maestro de los hombres que recibían la verdad con placer. Atrajo a muchos judíos y a muchos gentiles (Era el Mesías); y cuando Pilato, a sugestión de nuestros principales hombres lo condenó a la cruz, los que lo habían amado desde el principio no dejaron de hacerlo (pues se apareció a ellos nuevamente vivo al tercer día, según los profetas divinos habían predicho esta y otras diez mil cosas maravillosas concernientes a él) y la casta de los cristianos, que toman el nombre de Jesús, no se ha extinguido hasta el momento.34

En otra ocasión, hablando de Anás el sumo sacerdote, dice que se apresuró a llevar ante el Sanedrín a Jacobo “el hermano de Jesús, que era llamado el Mesías”.35 Lo cual deja patente que la historiografía judía de la época confirma la historicidad de Jesús y de lo esencial de su mensaje y ministerio.

Fuentes de la historiografía romana. Jesús como personaje histórico fundador del mayor movimiento religioso de la historia, ha dejado también huellas indelebles en la historiografía del imperio romano, recogidas por algunos de los principales historiadores de la antigüedad.

  1. Tácito, en su biografía sobre Nerón, escrita en torno al año 114, explica el incendio de Roma (año 64) como una conspiración del emperador en contra de los cristianos, ya numerosos entonces en la capital del impero. De Jesús nos deja los siguientes datos: “Cristo, de quién les viene el nombre, fue condenado al suplicio por el gobernador de Judea Poncio Pilato, bajo el reinado de Tiberio”.36
  2. Suetonio (69-141) explica del siguiente modo una medida de expulsión tomada por el emperador Claudio: “Como los judíos no cesaban de sublevarse a instigación de un tal Crestos (¿Cristo?) los expulsó de Roma”.37 Y hablando de Nerón confirma que éste “envió al suplicio a los cristianos, seguidores de una superstición nueva y peligrosa”.38
  3. Plinio el joven (62-120), envía al emperador Trajano una carta en la que le describe el comportamiento de los cristianos perseguidos, que prueba la increíble expansión del cristianismo ya en torno al fin del siglo primero.39

Fuera de la historiografía propiamente dicha, también es interesante del testimonio de Luciano de Samosata (125-181), que contando la vida del filósofo Peregrino Proteo dice lo siguiente refiriéndose a Jesús:

Estos cristianos lo honraban como Dios, lo consideraban un legislador y lo elevaban como su guía, […] aquél hombre que fue crucificado en Palestina por haber introducido esta doctrina nueva en el mundo […] De hecho, estos desventurados estaban convencidos de que serían inmortales y vivirían por toda la eternidad, y en base a ello desprecian la muerte, y la mayor parte de ellos se entregan conscientemente a la muerte. Además, su primer legislador les convenció de que son todos hermanos entre sí una vez que tras haber rehusado venerar a los dioses griegos se postran ante aquel mismo sofista que fue crucificado y viven de acuerdo con sus normas.40

Aunque estos testimonios sobre Jesús nos pueden parecer muy reducidos de parte del mundo no cristiano, hemos de tener en cuenta que, en un principio, Jesús fue un personaje importante solo para los creyentes. Los medios oficiales no registraron la muerte de un joven carpintero de Nazaret, al que llamaban “Maestro”, porque eso no parecía tener interés histórico para los cronistas. Además, hasta el año 312 con la conversión de Constantino el cristianismo estuvo perseguido y sus enemigos destruyeron todos los documentos cristianos que pudieron. Por otra parte, no hay que confundir un hecho histórico con el hecho en sí. El que no queden pruebas históricas de ciertos acontecimientos no prueba que no ocurrieran realmente. No confundamos la historia documentada con la realidad vivida por sus protagonistas.

La parcialidad y las inexactitudes de los documentos no cristianos existentes, tampoco les quitan valor a dichos testimonios. Porque no hay que confundir verdad con exactitud: un dato puede no ser exacto y contener una gran verdad.41 Tampoco hay que confundir la realidad objetiva con verdad subjetiva. Un documento puede afirmar que Jesús era “un hombre sabio” intentando emitir una verdad objetiva (describiendo la labor de Jesús como maestro), aunque de modo subjetivo se pueda alegar (como hace la interpolación cristiana al pasaje de Josefo) “si es lícito llamarlo hombre”, sobre la base de la convicción cristiana de su divinidad. Desde el punto de vista histórico, el valor de esta afirmación está en el reconocimiento de Jesús como maestro destacado.

Juntando todas los datos seguros que aportan las diversas fuentes sobre la historicidad de Jesús, podemos afirmar que Jesús no sólo está definitivamente atestiguado en el centro de la historia humana, sino que la ha transformado tan radicalmente que hasta contamos los años a partir de su venida a este mundo.

Los evangelios apócrifos

Llamamos evangelios “apócrifos” (apokrifos, gr.; “escondido”) a aquellos textos, generalmente anónimos o pseudoepigráficos, que imitando el estilo y contenido de los evangelios canónicos, aportan versiones alternativas al contenido de estos.42 Muchos de ellos reflejan corrientes esotéricas (gnósticas), presuntamente portadoras de un sentido oculto, profundo y misterioso.43 Eso implica que el término “apócrifo” fue usado de modo positivo por los apologetas de esos textos, en el sentido de “documento portador de secretos”, y de modo negativo por el resto de los creyentes, en el sentido de “libro falso, espurio”. Si bien a lo largo de la historia estos textos han sido sistemáticamente rechazados por heréticos, tardíos o no fiables, hoy se da un movimiento contrario, que ha ido creciendo en estos últimos años, empeñado en que, al menos, algunos de estos textos (por ejemplo, el presunto Evangelio de Pedro, el llamado Evangelio de Judas o Evangelio de Tomás, etc.), podrían contener tradiciones antiguas, y que merecerían por consiguiente nuestra máxima atención.44

Los evangelios apócrifos son muy diversos, suelen presentar innumerables variantes y ser bastante tardíos con respecto a los evangelios canónicos. Entre ellos destacan:

  1. Los apócrifos de tipo “sinóptico” (es decir, conteniendo material comparable al de los evangelios canónicos): Evangelio de los nazarenos, Evangelio de los hebreos, Evangelio de los Ebionitas (o Evangelio de los doce apóstoles), Evangelio de los Egipcios, Evangelio de Pedro (de tendencia claramente doceta), etc. De ellos solo conocemos fragmentos y citas.
  2. Los evangelios gnósticos, presuntos transmisores de mensajes ocultos. Los más conocidos son el Evangelio de Tomás y el Evangelio de Felipe.
  3. Los evangelios que podríamos llamar “complementarios”, porque intentan aportar revelaciones sobre puntos de los que no hablan nuestros evangelios. Los más conocidos son los Evangelios de la infancia (en versiones árabe, armenia, etc., apoyando claramente el culto a María), el Evangelio de Nicodemo (llamado también Hechos de Pilato), etc.

Es probable que en algún sector del cristianismo, en el seno de algunas comunidades, y durante cierto tiempo, algunos de esos escritos gozasen de ascendencia, ya que algunos de ellos han dejado vestigios en leyendas y celebraciones litúrgicas populares (por ejemplo la tradición que habla de “tres reyes magos”, etc.). A pesar de ello, tanto las iglesias cristianas más respetables, así como los investigadores más reconocidos, consideran que los materiales apócrifos en general no aportan contenidos de relevancia para la fe de los creyentes. Sin embargo, para los estudiosos de historia eclesiástica el conocimiento de los evangelios apócrifos puede ser de cierta utilidad para conocer las desviaciones del pensamiento cristiano y las diversas formas de expresión de la fe que adoptaron ciertos grupos de creyentes en momentos específicos de la historia.

Preguntas de estudio

  1. ¿Cómo explicarías a un joven creyente, el modo de funcionamiento de la inspiración en el caso del evangelista Lucas, comparado con la inspiración de Elena de White al escribir ciertos libros?
  2. ¿Cómo afecta a tu fe el hecho de que algunos pasajes de los evangelios discrepen en algunos datos? ¿Cómo ayudarías a alguien que te dice que ese problema le hace dudar sobre la fiabilidad de la Biblia?
  3. ¿Cuán importante es para ti la cuestión de la fidelidad de los evangelistas a sus fuentes?
  4. ¿Qué información relevante sobre Jesús y los evangelios aporta la carta de Plinio el Joven a Trajano?
  5. Lee cinco pasajes de evangelios apócrifos diferentes y señala sus contradicciones con los evangelios canónicos.

Bibliografía sugerente para profundizar

Gerhardsson, Birger. Prehistoria de los evangelios. Santader: Salmo Terrae, 1977.

Knight, George W. Armonía de los evangelios. Nashville, TN.: Broadman & Holman, 2003.

Strauss, M. L. Four Portraits, One Jesus. Grand Rapids, MI.: Zondervan. 2007.

Messori, Vittorio. Hipótesis sobre Jesús. Bilbao: Mensajero, 1978.

Strobel, Lee. El caso de Cristo: una investigación exhaustiva. Miami: Vida, 2000.

Sobre la formación de los evangelios, ver: “La cuádruple narración evangélica”, en Comentario Bíblico Adventista del Séptimo Día (Buenos Aires: ACES, 1995), 5:180-185; “Armonía de los evangelios”, Ibíd., 186-193.

Para más detalles sobre el tema del Jesús histórico, consultar la Encyclopedia of the Historical Jesus (New York: Routledge, 2008), editada por Craig A. Evans.

Anexo 1

Carta de Plinio a Trajano y respuesta (s. II)

C. Plinio al emperador Trajano:

Señor, me hago una obligación de exponerte todas mis dudas. En efecto, quién mejor que tú podrá disipar mis dudas y aclarar mi ignorancia. Yo no había jamás asistido a la instrucción o a un juicio contra los cristianos, por tanto, no sé en qué consiste la información que se debe hacer en contra de ellos, ni sobre qué base condenarlos, como tampoco sé de las diversas penas a las cuales se les debe someter. Mi indecisión parte de una serie de puntos que no sé cómo resolver. ¿Debo tener en cuenta la diferencia de edades entre ellos o, sin distinguir entre jóvenes y viejos, los debo castigar a todos con la misma pena? ¿Debo conceder el perdón a aquellos que se arrepienten? Y, en aquellos que fueron cristianos, ¿subsiste el crimen una vez que dejaron de serlo? ¿Es el mismo nombre de cristianos, independiente de todo otro crimen, lo que debe ser castigado, o los crímenes relacionados con ese nombre? Te expongo la actitud que he tenido frente a los cristianos presentados ante mi tribunal. En el interrogatorio les he preguntado si son cristianos, luego durante el interrogatorio, a los que han dicho que sí, les he repetido la pregunta una segunda y tercera vez, y los he amenazado con el suplicio: si hay quienes persisten en su afirmación yo los hago matar. En mi criterio consideré necesario castigar a los que no abjuraron en forma obstinada. A los que entre estos eran ciudadanos romanos, los puse aparte para enviarlos frente al pretor de Roma. A medida que ha avanzado la investigación se han ido presentando casos diferentes. Me llegó una acusación anónima que contenía una larga lista de personas acusadas de ser cristianos. Unas me lo negaron formalmente diciendo que no lo eran más y otras me dijeron que no lo habían sido nunca. Por orden mía delante del tribunal ellos han invocado a los dioses, quemado incienso, ofrecido libaciones delante de sus estatuas y delante de la tuya que yo había hecho traer, finalmente ellos han maldecido a Cristo, cosas todas ellas que jamás un verdadero cristiano aceptaría hacer.

Otros, después de haberse declarado cristianos, aceptaron retractarse diciendo que lo habían sido precedentemente pero que habían dejado de serlo; algunos de éstos habían sido cristianos hasta hace tres años, otros lo habían dejado hace un período más largo, y otros hasta hace más de veinticinco años. Todos estos, igualmente, han adorado tu estatua y maldecido al Cristo. Han declarado que todo su error o su falta ha consistido en reunirse algunos días fijos antes de la salida del sol para cantar en comunidad los himnos en honor a Cristo que ellos reverencian como a un dios. Ellos se unen por un sacramento y no por acción criminal alguna, sino que al contrario, para no cometer fraudes, adulterios, para no faltar jamás a su palabra. Luego de esta primera ceremonia se separan y se vuelven a unir para un ágape en común, el cual, verdaderamente, nada tiene de malo. Los que ante mí pasaron han insistido en que ya han abandonado todas esas prácticas. Luego de mi edicto que, según tus órdenes, prohibía las asambleas secretas, he creído necesario llevar adelante mis investigaciones y he hecho torturar a dos esclavas, que ellos llaman “siervas”, para arrancarles la verdad. Lo único que he podido constatar es que tienen una superstición excesiva y miserable. Así, suspendiendo todo interrogatorio, recurro a tu sabiduría. La situación me ha parecido digna de un examen profundo, máxime teniendo en cuenta el número de los inculpados. Son una multitud de personas de todas las edades, de todos los sexos, de todas las condiciones. Esta superstición no ha infectado sólo las ciudades, sino que también los pueblos y los campos. Yo creo que será posible frenarla y reprimirla. Ya hay un hecho que está claro, y es que la muchedumbre comienza a volver a nuestros templos que antes estaban casi desiertos; los sacrificios solemnes, por largo tiempo interrumpidos, han retomado su curso. Creo que dentro de poco será fácil enmendar a la multitud.

De Trajano a Plinio el Joven:

Querido Plinio, tú has actuado muy bien en los procesos contra los cristianos. A este respecto no será posible establecer normas fijas. Ellos no deberán ser perseguidos, pero deberán ser castigados en caso de ser denunciados. En cualquier caso, si el acusado declara que deja de ser cristiano y lo prueba por la vía de los hechos, esto es, consciente en adorar a nuestros dioses, en ese caso debe ser perdonado. Por lo que respecta a las denuncias anónimas, estas no deben ser aceptadas por ningún motivo ya que ellas constituyen un detestable ejemplo: son cosas que no corresponden a nuestro siglo.

Cayo Plinio Cecilio Segundo, Panegírico de Trajano y Cartas, Cartas XCVII y XCVIII, tomo II, Biblioteca clásica, tomo CLV, Texto en latín del rescripto de Trajano en: Blanco, V., Orlandis, J., Textos Latinos: Patrísticos, Filosóficos, Jurídicos (Pampolona: Editorial Gómez, 1954), 103.


1 La palabra euangelion aparece primero en textos históricos: las “buenas noticias” se refieren, por lo general a triunfos bélicos (Cf. Flavio Josefo, Guerras, 2, 420; 4, 618; etc.), pero con el tiempo se aplica también a otros grandes eventos. Así, un decreto imperial fija una nueva fecha para el año nuevo, argumentando que, con el advenimiento de Augusto, el 23 de septiembre, día de su nacimiento, “es para todos el día de la Buena Noticia (euangelion)” OGIS 458 (Véase J. H. Moulton y G. Milligan, The Vocabulary of the Greek Testament Illustrated from the Papyri and other non-Literary Sources (Grand Rapids, MI.: Eerdmans, 1980), 259.

2 El primer testimonio cristiano conocido que menciona estos libros con el nombre de “evangelios” es de Justino Mártir, en su diálogo ficticio con el judío Trifón.

3 John E. Steinmueller, Introducción especial al Nuevo Testamento (Buenos Aires: Desclée de Brouwer, 1950), 43.

4 Cf. Ireneo de Lyon, Adversus Haereses, III, 11.8. Pocos años después Orígenes confirma este convencimiento: “La Iglesia solo tiene cuatro evangelios, todos los demás son heréticos” (Im Lucam homilía, I).

5 “Acerca de nuestra Biblia podríamos preguntar: ¿Por qué se necesita de Mateo, Marcos, Lucas y Juan en los Evangelios, por qué necesitan tratar las mismas cosas? […] El Señor dio su Palabra justamente en la forma en que quería que viniera. La dio mediante diferentes autores, cada uno con su propia individualidad, aunque trataron el mismo relato. […] No representan las cosas justamente en el mismo estilo. Cada uno tiene su propia experiencia, y esta diversidad amplía y profundiza el conocimiento que es presentado para suplir las necesidades de diversas mentes” (Elena de White, Mensajes selectos, 1:24-25.

6 Cf. Eusebio, Historia Eclesiástica, VI, 25.3

7 La preposición griega kata significa “según, de acuerdo con”. Aunque no podamos afirmar que los títulos Kata Loukan, etc. pertenezcan al manuscrito original, sabemos que se los conoce con ellos desde las más antiguas referencias que conservamos (Cf. Ireneo de Lyon, Adversus Haereses, I, 26.2; I, 27.2).

8 R. Bultmann clasifica así las diversas logia o “formas” anteriores a los evangelios: palabras de sabiduría y proverbios (Ej.: Mateo 6:19-34; 12:34; 24:28); declaraciones sobre leyes y reglas comunitarias (Ej.: Mateo 6:2-18; 18:15-22); palabras proféticas y apocalípticas (Ej.: Mateo 5:3-9; 11:5-6; 13:16-17); palabras de Jesús sobre sí mismo (Ej.: Mateo 10:34-36; 11:18-19); comparaciones y parábolas (Ej.: Mateo 13); apotegmas polémicos (Ej.: Marcos 2:1-12); apotegmas didácticos (Ej.: Marcos 10:17-22); apotegmas biográficos (Ej.: Marcos 6:1-6); apotegmas históricos que terminan con un aforismo (Ej.: Marcos 2:17), etc.

9 Según M. Dibelius, los relatos de milagros habrían tomado las siguientes “formas” anteriores a su inclusión en los evangelios: anécdotas y leyendas (relatos edificantes sin valor histórico: como el relato del joven rico); paradigmas (modelos para ilustrar la enseñanza dada en la predicación); “Novellen” o relatos cortos (Marcos 2:1-12); leyendas, es decir, episodios de la vida de Jesús (Lucas 2:41-50) o de sus discípulos (Lucas 5:1-11) sin base real; mitos, o pasajes incluidos por Pablo (Marcos 1:9-11); y el relato de la pasión.

10 Ver aportaciones y límites de este método en Juan Martínez, “Formgeschichte. La crítica de las formas y sus efectos en el pensamiento cristiano moderno” (www. Semillabiblica.files.wordpress.com/2012/06/).

11 Ver G. R. Osborne, “The Evangelical and Traditionsgeschichte” en JETS 21/2 (1978): 117-130.

12 “Dios se ha dignado comunicar la verdad al mundo por medio de instrumentos humanos, y él mismo, por su Santo Espíritu, habilitó a hombres y los hizo capaces de realizar esta obra. Guió la inteligencia de ellos en la elección de lo que debían decir y escribir. El tesoro fue confiado a vasos de barro, pero no por eso deja de ser del cielo. Aunque llevado a todo viento en el vehículo imperfecto del idioma humano, no por eso deja de ser el testimonio de Dios” (Elena de White, El conflicto de los siglos, 9).

13 Ver por ejemplo, las semejanzas entre Mateo 3:1-4, 11; Marcos 1:2-8; y, Lucas 3:1-4, 13; Mateo 9:1-17; Marcos 2:1-22; y, Lucas 5:17-39, etc.

14 Por ejemplo, solo el 5% del material del evangelio de Marcos no tienen paralelos en los demás evangelios, es decir, que solamente unos 30 versículos de los 609 que tiene son “exclusivos” suyos. Para un estudio ponderado sobre la cuestión sinóptica, véase Robert K. Marcos Iver, “The Problem of Synoptic Relationships” en The Four Faces of Jesús (Nampa: Pacific Press, 2000), 185-221.

15 Algunos versículos están como repetidos (cf. Mateo 3: 7-10 y Lucas 3: 7-9). El “material” sinóptico abarca la mitad de los versículos de Marcos (330/661), el tercio de los de Mateo (330/1068) y más del cuarto de Lucas (330/1150).

16 Ejemplos: Mateo 9:18; Marcos 5:21-23; Lucas 8: 40-42; Mateo 8: 28; Marcos 5:1-2; Lucas 8: 26-27; Mateo 8:1-3; Marcos 1:40-42; Lucas 5:12-13; Mateo 8: 25; Marcos 4:38; Lucas 8: 24; Mateo 10:28-31; Lucas 12:4-7; Mateo 8: 5-13; Lucas 7:1-10; 13:28-29; Mateo 26:27-28; Lucas 22:20.

17 Burnett H. Streeter, The Four Gospels: A Study in Origins (London: MacMillan, 1956).

18 Esta tesis insiste en la importancia concedida a la memorización de las sentencias de los maestros por parte de sus discípulos en las escuelas rabínicas de la época. Los llamados tannaim eran auténticos libros vivos, estudioso de las Escrituras dotados de una memoria prodigiosa. Diversos procedimientos mnemotécnicos unidos a la repetición incansable y a la composición de pequeñas unidades literarias destinadas a ser recitadas bajo formas estereotipadas, ayudaban a la memoria del discípulo. Estudios más recientes han confirmado la importancia de la tradición oral en la conservación de los textos evangélicos. Ver sobre todo Harald Riesenfeld, The Gospel Tradition and its Beginnings: A Study on the Limits of the “Formgeschichte” (London: Mowbray, 1957) y Birger Gerardsson, The Gospel Tradition (Malmö: CWK Gleerup, 1986).

19 El número de “testigos” de los evangelios es excepcional y crece sin cesar: hay casi 100 “papiros” (son las copias más antiguas, escritas en papel de origen vegetal) y más de 3000 “pergaminos” (escritos en cueros trabajados, muy costosos). Ver R. Dupont-Roc y Ph. Mercier, Los manuscritos de la Biblia y la crítica textual (Estella, Navarra: Verbo Divino, 2000).

20 Así, Orígenes confiesa haber alterado la ortografía de la palabra Betania en Juan 1:28 poniendo en su lugar Bethábara porque no tenía evidencias de la existencia de ninguna Betania en el valle del Jordán

21Cf. Kurt Aland et al, The Greek New Testament (3a ed.; London/New York: United Bible Societies, 1975), 196.

22 Ver A. Robert y A. Feuillet, Introducción a la Biblia. II. El Nuevo Testamento (Barcelona: Herder, 1970), 223-224.

23 Cf. Everett Harrison, Introducción al Nuevo Testamento (Grand Rapids, MI.: TELL, 1980), 87-88.

24 Es interesante observar que Elena de White cita como Palabra de Dios numerosos versículos de este final.

25 Cf. Raymond E. Brown, The Gospel According to John I-XII (The Anchor Bible, 29, New York: Doubleday, 1981), 335-338.

26 Así, Jesús afirma ignorar los tiempos de su segunda venida (Mateo 24:36); sus familiares lo tratan de loco (Marcos 3:21); sus apóstoles “no comprenden nada” de lo que él les dice (Lucas 18:34), etc.

27 Juan dice haber escrito su evangelio para acercarnos a Jesús y ayudarnos a creer en Él (Juan 20: 31).

28 Elena de White, Mensajes selectos, 1:18-19 y 25. “Mediante la inspiración de su Espíritu, el Señor dio la verdad a sus apóstoles, para que la expresaran de acuerdo con su mentalidad mediante el Espíritu Santo. Pero la mente no está sujeta, como si hubiera sido forzada dentro de cierto molde (Carta 53, 1900).

29 El historiador Polibio (201-120 AC) ya observó que algunos historiadores escriben la historia idealizándola pagados por los reyes para exaltarlos a ellos y a su patria, y otros que escriben para exaltarse a sí mismos (Historias 16.14).

30 Vittorio Messori, Hipótesis sobre Jesús (Bilbao: Mensajero, 1978), 30.

31 Maximiliano García Cordero, Jesucristo como problema (Guadalajara: Editorial OPE, 1970), 15.

32 Jesús desciende de David, y después de morir fue resucitado (Romanos 1:3-4); murió crucificado (2 Corintios 13:4), la noche que fue entregado instituyó la santa cena (1 Corintios 11:23-26), etc.

33 Ver, por ejemplo, Joseph Klausner, Jesús de Nazaret: su vida, su época, sus enseñanzas (Barcelona: Paidós, 1991), 56-57.

34 Flavio Josefo, Antigüedades judaicas, XVIII, iii, 3.

35 Ibíd., XX, ix, 1.

36 Tácito, Anales, libro XV, 4.

37 Suetonio, Vida de los doce césares (“Claudio”), libro V, 25. Es muy probable que, en esta época del cristianismo, en la que los cristianos todavía observaban el sábado, las autoridades no hayan hecho todavía una distinción clara entre judíos y cristianos, considerando a estos últimos como una simple secta de los primeros.

38 Suetonio, Vida de los doce césares (“Nerón”), libro VI, 16 y 19.

39 Plinio el Joven, Epistulae, X.96. Ver texto completo en anexo X.

40 Luciano de Samosata, La muerte de Peregrino, 11 y 13.

41 Así, una buena caricatura puede reflejar el carácter de una persona mejor que algunas fotografías, no siendo en teoría tan exacta como ellas.

42 Su carácter “oculto” parece ser precisamente el “valor añadido” reivindicado por algunos de estos textos frente a nuestros evangelios canónicos. Así, el Evangelio de Tomás, redactado en lengua copta, pero con alfabeto griego, empieza con las siguientes palabras: “He aquí las palabras escondidas dichas por Jesús y que Judas Tomás el Dídimo puso por escrito…”

43 Son frecuentes las frases de este tipo: “Quién encuentre la interpretación de estas palabras jamás conocerá la muerte”, etc.

44 Para una bibliografía básica ver M. Geerard, Clavis Apocryphorum Novi Testamenti (Turnhout: Brepols, 1992); J. H. Charlesworth, The New Testament Aocrypha and Pseudepigrapha (Londres: Metuchen, 1987); J. K. Elliot, The Apocryphal New Testament (Oxford: Oxford University Press, 1993); Aurelio de Santos Otero, Los Evangelios Apócrifos (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2009).