1. El conflicto cósmico: La verdadera “madre de todas las guerras” – Brad Cole

Territorio ocupado por el enemigo: eso es este mundo. El cristianismo es la historia de cómo el rey legítimo ha desembarcado, podría decirse que desembarcado disfrazado, y nos llama a todos a participar en una gran campaña de sabotaje. — C.S. Lewis [1]

En 1844, un viajero cansado llegó  al Monasterio de Santa Catalina en el Monte Sinaí en busca de antiguos manuscritos bíblicos. Al final de un largo día, un monje avivó las brasas de su fría habitación. Mientras el fuego crepitaba, el asombrado visitante se percató de que la leña era una pila de antiguos manuscritos. Estas cuarenta y cuatro hojas se consideraban de escaso valor para el monasterio y habían sido desechadas descuidadamente en la basura. El viajero era el biblista alemán Constantin von Tischendorf, quien pronto determinó que aquella pila de «basura» era una traducción griega antigua del Antiguo Testamento prácticamente intacta. Este hallazgo llevó a von Tischendorf a descubrir otros manuscritos bíblicos en este monasterio, cientos de años más antiguos que los mejores disponibles para los eruditos de la época. En definitiva, el descubrimiento de von Tischendorf mejoró la precisión y la fiabilidad de nuestras traducciones actuales de la Biblia. [2]

A lo largo de los siglos, la teología cristiana ha tendido a construir toda creencia de importancia real en torno al tema central de la salvación personal. «¿Estoy salvado? ¿Cómo puedo  saber  que estoy salvado? ¿Qué se hizo para asegurar mi salvación? ¿Cómo «acepto» lo que se hizo por mí?», y así sucesivamente. Sin embargo, este enfoque en la salvación personal ha generado un punto ciego considerable en nuestra comprensión de Dios y del mundo que nos rodea. Quizás, como Von Tischendorf, debamos reconsiderar una perspectiva que ha sido ampliamente ignorada desde los primeros siglos de la iglesia cristiana primitiva.

Este libro reexaminará toda creencia acerca de Dios en el contexto de un conflicto cósmico: un conflicto de proporciones y trascendencia tan colosales que la paz y la seguridad del universo entero penden literalmente de un hilo. Hay mucho más en juego que nuestra propia salvación. De hecho, descubriremos que las medidas extremas y radicales que Dios emplea para vencer en este conflicto universal son las mismas que nos garantizan la salvación personal; son una y la misma.

¿A qué tipo de medidas extremas y radicales nos referimos? Cuando los reinos del mundo se enfrentan, lanzan bombas nucleares o estrellan aviones de pasajeros contra rascacielos. Pero ¿cómo libra el Dios todopoderoso del universo una guerra y sofoca una rebelión? El «arma nuclear» de Dios, que sacudió el cielo y la tierra, consistía en convertirse en un embrión y pasar nueve meses en el vientre materno. Pero eso es adelantarse a nuestra historia…


Recopilación de la historia clínica y elaboración del diagnóstico

Hace varios años, un médico de urgencias me llamó para que examinara a José, un hombre de 32 años que vivía en México. Mientras visitaba a su hermana cerca de Los Ángeles, empezó a tener visión doble, que progresó rápidamente hasta el punto de no poder abrir los ojos. Lo llevaron de urgencia al hospital, pero cuando lo vi, su estado había empeorado; apenas podía hablar y le faltaba el aire. Al principio, no estaba del todo claro qué le pasaba. Insistía en que había estado completamente sano hasta entonces y negaba haber tomado medicamentos o consumido drogas. Las tomografías cerebrales y los análisis de laboratorio exhaustivos resultaron normales, pero su estado seguía empeorando. Justo cuando parecía que José estaba a punto de perder la capacidad de respirar por sí mismo, le pregunté de nuevo: «¿Está seguro de que no había algo que le pasaba antes de enfermarse que no me haya contado?». Solo entonces, con voz débil y arrastrada, confesó: «Sí… me inyecto heroína, doctor». Con esta revelación, todo empezó a tener sentido. Luego relató cómo compraba heroína regularmente en México (conocida como «heroína negra»), la cual es conocida por causar botulismo. Un examen minucioso reveló puntos de inyección infectados y, finalmente, las pruebas confirmaron el diagnóstico de botulismo. Una vez obtenido el diagnóstico, recibió el tratamiento adecuado, lo que le permitió recuperarse por completo.

En medicina, realizar un diagnóstico correcto es el primer paso para seleccionar el tratamiento adecuado. De igual manera, al intentar comprender el sufrimiento que nos rodea a diario, nuestro diagnóstico del problema debe ser preciso si aspiramos a encontrar la solución. En el caso de José, realizar un diagnóstico correcto requería conocer su situación vital antes de desarrollar los síntomas del botulismo. La teología del conflicto cósmico plantea esta misma pregunta al intentar comprender un mundo aquejado por el pecado: «¿Estás seguro de que no había algo más antes de que enfermaras…?». Así pues, pongámonos manos a la obra e intentemos llegar al diagnóstico correcto de nuestro paciente enfermo: en este caso, la humanidad sufriente. Para ello, analizaremos la historia del problema del pecado.

Pero, ¿a quién sería la persona más indicada para entrevistar? Si preguntáramos a Abraham, David, Isaías, Jeremías, Daniel, Pedro o Juan, ¿no estarían todos de acuerdo con estas palabras sobre la condición pecaminosa y egocéntrica de su propio corazón: «No hago el bien que quiero hacer; al contrario, hago el mal que no quiero hacer… ¡Qué miserable soy! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?» (Romanos 7:19, 24, NVI).

Para comprender cómo la humanidad enfermó en primer lugar, necesitamos hablar con alguien que alguna vez estuvo sano. Adán y Eva tuvieron la notable distinción de que, al menos durante un tiempo, reflejaron el carácter de su Creador. «Dijo Dios: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza, conforme a nuestra naturaleza”… Y Dios creó al ser humano a imagen de Dios» (Génesis 1:26-27). En un momento dado, estos dos disfrutaron de la perfección del Edén en la presencia misma de Dios. Pero entonces algo sucedió que los llevó a enfermarse espiritualmente, al igual que José lo estaba físicamente. Para comprender nuestra propia condición, debemos preguntarnos: «¿Qué les sucedió a Adán y Eva? ¿Cómo enfermaron y nos contagiaron al resto?»

Antes de considerar lo que les sucedió a Adán y Eva, es crucial reconocer que no todo estaba bien en el universo cuando Dios creó el Edén, como lo demuestra la presencia de la astuta serpiente en el árbol. No es sino hasta el último libro de la Biblia que esta «antigua serpiente» se identifica positivamente como Satanás.

Entonces estalló la guerra en el cielo. Miguel y sus ángeles lucharon contra el dragón, quien luchó con sus ángeles; pero el dragón fue derrotado, y ni él ni sus ángeles pudieron permanecer más tiempo en el cielo. El enorme dragón —la serpiente antigua, que se llama Diablo o Satanás, el cual engaña al mundo entero— fue arrojado a la tierra, y todos sus ángeles con él. (Apocalipsis 12:7-9, NVI).

El relato del Edén se sitúa, pues, en el contexto de un conflicto celestial a gran escala [3]  en el que Satanás cuenta con ángeles de su lado: «todos sus ángeles con él». ¿Qué clase de guerra fue esta y qué tipo de armas se utilizaron? ¿Acaso Satanás creía que podía vencer a Dios por la fuerza?

La palabra griega para «guerra» es  polemos  , de la cual derivan palabras como «polémica» (el arte o la práctica de la argumentación o la controversia). Satanás es un engañador (Apocalipsis 12:9), y la guerra en el cielo no se libró con tanques ni rayos, sino con palabras. ¿Qué palabras? Podemos imaginar que, para cuando Satanás entabla su conversación con Eva junto al árbol, ha perfeccionado su técnica para alejar las mentes de Dios. Por lo tanto, sus palabras a Eva nos brindan una valiosa perspectiva sobre lo que pudo haberse dicho también en el reino celestial. ¿Qué sucedió realmente y cómo pudo una conversación sobre una fruta conducir a tal devastación? Intentemos comprender las implicaciones de las palabras tan calculadas de Satanás: «La serpiente era el animal más astuto que el Señor Dios había creado. La serpiente le preguntó a la mujer: “¿Conque Dios les ha dicho que no coman del fruto de ningún árbol del jardín?”» (Génesis 3:1).

La implicación es sutil, pero clara. «Oye… Eva. Mira, esto puede que no sea cierto, pero he oído que Dios no te deja comer ninguna fruta de este jardín. ¿De verdad Dios te ha restringido tanto, Eva? Mmm… es una pena que Dios no dé mucha libertad a sus criaturas».

Por supuesto, esto contradecía directamente las palabras de Dios a Adán y Eva: «Podéis comer del fruto de  cualquier  árbol del jardín…» (Génesis 2:16, NVI), es decir, de cualquiera, excepto uno. Quizás la implicación negativa sobre Dios hizo que Eva se preguntara por qué Dios le restringiría el acceso a algo en el jardín.

La insinuación de la serpiente de que Dios había limitado su libertad debería haber sido una gran señal de alarma para Eva y haberla hecho abandonar el lugar de inmediato. En cambio, neciamente entabló un diálogo con Satanás: «“Podemos comer del fruto de cualquier árbol del jardín”, respondió la mujer, “excepto del árbol que está en medio de él. Dios nos dijo que no comiéramos del fruto de ese árbol ni siquiera lo tocáramos; si lo hacemos, moriremos”» (Génesis 3:2, 3, NVI).

La débil respuesta de Eva a la acusación de Satanás de que Dios había restringido su libertad sugiere que ya estaba siendo atraída a la trampa que él estaba a punto de tenderle. «La serpiente respondió: “Eso no es cierto; no morirás. Dios lo dice porque sabe que, cuando la comas, serás como Dios y conocerás el bien y el mal”» (Génesis 3:4, 5, NVI).

En otras palabras: «¡Eva, Dios te ha mentido! ¡Dios no es de fiar! Primero, limita tu libertad incluso para acercarte a este árbol. Luego te amenaza con la muerte solo para impedir que comas un fruto que te haría bien. ¿Qué clase de «Dios» es ese, Eva?». Además, la sugerencia de que Eva podría alcanzar un estado superior al comer el fruto estaba diseñada para estimular sus deseos egoístas.

Así pues, Eva comió la fruta, pero comerla fue simplemente la acción que confirmó que creía las mentiras de Satanás sobre Dios. ¡No era una manzana envenenada, sino una mentira venenosa! Lo que Eva (y más tarde Adán) ingirió fue una mentira sobre el carácter de Dios. Eva devoró voluntariamente la mentira de que el Dios que la creó era restrictivo y poco fiable, y que egoístamente intentaba mantenerla en un estado inferior. Comer la fruta también simbolizó su deseo de elevarse. 

Poco después de comer el fruto, la realidad de Adán y Eva dio un vuelco radical. Ahora veían a Dios como el enemigo a temer, en lugar de a Satanás. La prueba de esto es que Dios salió a su encuentro en el jardín, pero Adán y Eva se escondieron entre los arbustos. «Te oí en el jardín; tuve miedo y me escondí de ti…» (Génesis 3:10). ¿Por qué se escondían? Dudaban de la bondad y la fidelidad de Dios. Se preguntaban si Dios realmente había estado de su lado desde el principio. ¡Y ese es el punto clave de la historia! El plan de Satanás era distorsionar el carácter de Dios e incitar a Adán y Eva a desconfiar de Él. Satanás sabía que, una vez que dejaran de confiar en Dios, serían incapaces de vencer sus tentaciones. Casi de inmediato, vemos la enfermedad espiritual que nos aflige a todos manifestada en el comportamiento de Adán y Eva: miedo, odio y egoísmo.

La historia del Edén es un microcosmos que magnifica la cuestión esencial de todas las cuestiones. ¡La pregunta central en el conflicto cósmico gira en torno a la veracidad del carácter de Dios!  Esta guerra sobre el carácter de Dios es la verdadera «Madre de todas las guerras». Dios podría haber ganado la batalla en el Jardín del Edén si Adán y Eva se hubieran negado a creer las mentiras de Satanás sobre su carácter. De hecho, podemos suponer con seguridad que no habría habido guerra en el cielo si los ángeles se hubieran negado a aceptar las tergiversaciones de Satanás sobre Dios.

La “guerra en el cielo” probablemente se libró de forma similar a la que presenciamos junto al árbol: una guerra de ideas y principios. Los candidatos políticos a menudo difaman y distorsionan el carácter de su oponente para obtener rédito político, y este es precisamente el tipo de campaña que Satanás libraba contra Dios: una campaña política basada en mentiras y engaños. Las campañas políticas buscan ganarse los corazones y las mentes. Si Adán y Eva se hubieran dado cuenta de que Satanás era un mentiroso indigno de confianza, habrían votado por Dios, y la historia del planeta Tierra sería completamente diferente.

José desarrolló todos los síntomas del botulismo por inyectarse heroína negra. Su visión doble, dificultad para tragar y debilidad eran solo los síntomas resultantes del uso de esta peligrosa forma de heroína. De igual manera, estamos espiritualmente enfermos con los síntomas del egoísmo, el odio y el miedo. No tendría sentido que un médico que tratara a José se limitara a tratar su visión doble o su debilidad. Más bien, necesitaba que se tratara y erradicara la infección subyacente del botulismo; solo entonces los síntomas comenzaron a mejorar. De la misma forma, los esfuerzos de Dios siempre han sido obrar en la raíz del problema, para vindicar su carácter digno de confianza en nuestras mentes y restaurarnos a una amistad sanadora y llena de confianza. En última instancia, esto se realizó en la persona de Jesucristo.  


La respuesta de Dios al conflicto

Para algunos, la idea de que Dios esté involucrado en algún tipo de conflicto cósmico puede parecer que disminuye su soberanía y poder. Después de todo, si Dios es todopoderoso, ¿cómo podría estar involucrado en una «guerra» que no pudiera resolverse con una sola palabra autorizada? Para responder a esta pregunta, consideremos algunas de las opciones que Dios pudo haber utilizado para derrotar la rebelión de Satanás. 

Dios podría haber usado la fuerza

Imaginen qué habría sucedido si Dios, mientras Satanás comenzaba a difundir sus mentiras, simplemente hubiera puesto fin al debate eliminando a Satanás. ¿Habría logrado la victoria? Si Barack Obama hubiera intentado ganar su campaña contra Mitt Romney asesinándolo, su apoyo se habría desvanecido y habría terminado en prisión en lugar de en la Casa Blanca. De igual manera, Dios habría perdido de inmediato y por completo la simpatía de los ángeles si hubiera usado la fuerza, tácticas de miedo o coerción. El uso de la fuerza podría haberles confirmado que Satanás probablemente tenía razón, y la rebelión se habría intensificado.

Dios tampoco podía ganar la guerra desterrando a Satanás al planeta más lejano, para que nunca más se supiera de él. De hecho, tal acto habría respaldado la primera acusación de Satanás contra Dios ante Eva: que no respetaba la libertad. Por eso, Dios le concedió a Satanás la libertad de ser escuchado, pero restringió su acceso a un solo árbol, impidiéndole acecharlos por todo el jardín. No hay relatos de Satanás saltando de detrás de cada arbusto, diciendo: «¡Eh, Eva…!». El árbol, en realidad, tenía como propósito proteger a Adán y Eva poniendo límites a Satanás; solo podían encontrarse con su versión distorsionada de la realidad si desobedecían la severa advertencia de Dios sobre el árbol (Génesis 2:16, 17). En el Reino de Dios no existe la falta de libertad. Satanás era libre de presentar sus mentiras; Adán y Eva eran libres de escuchar.

Dios podría haber utilizado argumentos y afirmaciones.

Es cierto que Dios ha dejado constancia de sus afirmaciones sobre Satanás. «Desde el principio fue un asesino, y nunca ha estado de parte de la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando miente, no hace lo que le es natural, porque es mentiroso y padre de la mentira» (Juan 8:44). Pero si Dios hubiera hecho esta declaración en el cielo cuando comenzó el conflicto (lo cual es muy probable), ¿se habría zanjado la discusión? Cuando un presidente hoy hace una proclamación audaz, como la que hizo Bill Clinton hace años —«No tuve relaciones sexuales con esa mujer»—, ¿estamos realmente convencidos de que sus palabras son ciertas? Dios necesitaba hacer más para ganarse la confianza del universo que simplemente afirmar: «Yo soy el amor personificado, y Satanás es un mentiroso».

La evidencia de Dios

La única manera en que Dios podía convencernos era brindándonos pruebas irrefutables de su amor y fidelidad. Del mismo modo, a un engañador solo se le puede vencer al exponerlo y desenmascararlo mediante la evidencia de sus propios actos.

Como engañador, Satanás consigue apoyo para su causa… mediante algo distinto a lo que realmente representa. Siendo así, la simple destrucción del engañador no bastará hasta que su verdadera naturaleza se manifieste. Esta percepción del conflicto cósmico depende de la presentación de pruebas para su resolución… debe ser desenmascarado mediante pruebas en contrario, es decir, mediante la evidencia de sus propios actos… el punto crucial radica en que un conflicto de esta naturaleza no puede resolverse por la fuerza… Es necesario permitir que Satanás cometa el mal para que su maldad se manifieste. El riesgo político que supone esta política para el gobierno divino, por no mencionar el riesgo teológico, es evidente. [4]

El relato bíblico está repleto de pruebas de que el carácter de Dios es completamente bueno y digno de confianza; por el contrario, también revela y expone el carácter de Satanás y la naturaleza de su reino. La acción más convincente de Dios para vindicar su carácter y desenmascarar el de Satanás fue hacerse hombre. En Jesús, Dios se convirtió en una prueba viviente.

Esta era la evidencia que Adán y Eva necesitaban mientras temblaban de miedo entre los arbustos. Mientras Eva reflexionaba sobre si Dios había restringido su libertad, ¿acaso pudo imaginar que Dios mismo restringiría la  suya  ? ¿Y hasta qué punto se dignó Dios, incluso a pasar nueve meses en el vientre de una mujer? ¿Acaso Adán y Eva pudieron imaginar que Aquel a quien tanto temían ese día viviría un día como un humilde carpintero? Y mientras Eva se preguntaba si Dios le había negado un fruto que la elevaría a un plano superior, ¿acaso pudo pasar por su mente la idea de que el Dios Todopoderoso pasaría de la posición infinitamente elevada de «Dios» a la más baja: muerto en una tumba?

Jesús vino a revelar la naturaleza de Dios y, por contraste, a exponer la naturaleza de Satanás. «A Dios nadie le ha visto jamás; pero el Unigénito, que es Dios, está cerca del corazón del Padre. Él nos lo ha revelado» (Juan 1:18). La noche antes de morir, Jesús declaró claramente que su misión era revelarnos a Dios.

Esta es la vida eterna: conocerte a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien enviaste. En la tierra te he glorificado al llevar a cabo la obra que me encomendaste…  He dado a conocer tu nombre  a la gente que me diste. (Juan 17:3-6, NVI, énfasis añadido).

La Biblia The Message  lo parafrasea así: “Te glorifiqué en la tierra al completar hasta el último detalle lo que me encomendaste… Les expliqué detalladamente tu carácter a los hombres y mujeres que me diste” (Juan 17:4, 6, MSG).

La vida eterna consiste en conocer verdaderamente a Dios y su carácter, y en entablar una relación real y personal con él. Sin embargo, esto sigue siendo imposible mientras nuestra concepción de Dios nos lleve a unirnos a Adán y Eva en la maleza. La misión que Jesús se atribuyó fue dar a conocer el nombre (el carácter) de Dios, y esto solo tendría sentido si el nombre (el carácter) de Dios hubiera sido calumniado y malinterpretado. Jesús vino a aclarar toda la confusión y a refutar de forma contundente las mentiras que parecen estar entretejidas en la esencia misma de nuestra comprensión de quién es Dios.

«El Hijo de Dios se manifestó precisamente para esto: para deshacer las obras del diablo» (1 Juan 3:8). «Jesús mismo se hizo semejante a ellos, compartiendo su naturaleza humana. Lo hizo para destruir al diablo mediante su muerte…» (Hebreos 2:4). Vino como «la luz del mundo» (Juan 8:12), «porque el dios maligno de este mundo mantiene sus mentes en tinieblas» (2 Corintios 4:4).

Y cuando Jesús murió, no debería haber quedado ni una pizca de duda sobre la veracidad de las mentiras de Satanás acerca de Dios. Jesús lo describió así: «Ha llegado el tiempo del juicio de este mundo, cuando Satanás, el príncipe de este mundo, será expulsado. Y cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí mismo» (Juan 12:31, 32, NTV).

¿De dónde es expulsado Satanás? Si el tema central de esta guerra es la fidelidad a Dios, es la caricatura que Satanás hace de Dios la que desaparece de nuestra mente cuando aceptamos la realidad del carácter de Dios revelado por Jesucristo. Si Jesús (Dios hecho hombre) permitió la tortura y la muerte en su propio cuerpo para salvar a la humanidad, sin duda es un Dios  digno  de confianza. Con la muerte de Jesús en la cruz, las mentiras de Satanás se revelan como completamente absurdas.

La sabiduría de la decisión de Dios de hacerse hombre y morir de una forma tan cruel debió parecerle una tontería a Satanás:

No es la sabiduría que pertenece a este mundo ni a los poderes que lo gobiernan, poderes que están perdiendo su poder… Ninguno de los gobernantes de este mundo conoció esta sabiduría. Si la hubieran conocido, no habrían crucificado al Señor de la gloria. (1 Corintios 2:6-8, NVI).

Si hubieran sabido que la forma en que Dios ganaría la guerra sería permitiendo que sus enemigos lo crucificaran, Satanás y los poderes que gobiernan este mundo jamás habrían incitado a la turba enfurecida a cometer las atrocidades que cometieron contra el Hijo de Dios. Quizás por un instante fugaz, Satanás creyó haber vencido con la muerte de Jesús; sin embargo, la realidad es que la muerte de Cristo selló su derrota. En la Cruz, quedamos plenamente convencidos de la fidelidad de Dios y de que Él es el amor personificado, mientras que, al mismo tiempo, el egoísmo de Satanás y la naturaleza maligna de su reino quedan al descubierto. «Despojó a todos los tiranos espirituales del universo de su falsa autoridad en la Cruz y los obligó a pasearse desnudos por las calles» (Colosenses 2:15, MSG).

Hubo un tiempo en que la guerra asoló el cielo: un conflicto cósmico sobre el carácter de Dios. Dios venció la guerra y restauró la paz en el cielo, y finalmente vencerá también la guerra aquí en la tierra. Lo hizo mediante su extraordinaria condescendencia al hacerse humano y morir de una forma tan humillante.

Por medio de su Hijo, Dios decidió reconciliar consigo mismo todo el universo. Dios reconcilió consigo mismo mediante la sangre de su Hijo en la cruz, y así reconcilió consigo mismo todas las cosas, tanto las que están en la tierra como las que están en el cielo. Antes ustedes estaban lejos de Dios y eran sus enemigos por las malas obras que hacían y los malos pensamientos que tenían. Pero ahora, mediante la muerte física de su Hijo, Dios los ha hecho sus amigos… (Colosenses 1:20-22, NVI).

El temor a Dios ha sido el tema central de la historia de la humanidad. Mientras Adán y Eva permanecieron ocultos,  no podían  ser amigos de Dios. Nadie se oculta de un amigo. Una de las características del culto pagano en todo el Antiguo Testamento se basa en el concepto de apaciguar a dioses airados que requieren mucha sangre para calmar su ira. Incluso las personas religiosas «leales» en tiempos de Jesús, que afirmaban adorar al Dios de Abraham, eran religiosas principalmente porque intentaban desesperadamente cumplir con las normas establecidas para, de alguna manera, reconciliarse con Dios. Su motivación para la obediencia se basaba, en parte, en el temor que provenía de sus ideas erróneas sobre Dios. Temían que Dios los castigara severamente si no obedecían las reglas. El pueblo elegido de Dios estaba «oculto» tanto como Adán y Eva, aunque afirmaban ser amigos leales de Dios. Jesús vino a sacarnos a todos «de entre los arbustos», por así decirlo, mediante la revelación de su carácter y para restaurar nuestra amistad amorosa con Él.

Porque, puesto que nuestra amistad con Dios fue restaurada por la muerte de su Hijo cuando aún éramos sus enemigos, ciertamente seremos salvos por la vida de su Hijo. Así que ahora podemos regocijarnos en nuestra maravillosa nueva relación con Dios, porque nuestro Señor Jesucristo nos ha hecho amigos de Dios.  (Romanos 5:10, 11, NTV).


El principio del reino de Dios

Si bien el carácter de Dios es el eje central de la gran controversia, hay otro asunto estrechamente relacionado en juego: su forma de gobernar. ¿Cuáles son los principios básicos del Reino de Dios frente al reino de Satanás? De nuevo, si lo comparamos con una campaña política, la cuestión no es solo la integridad del candidato, sino también cómo este gobernará el universo.

La Biblia revela que Dios y Satanás tienen formas de gobernar completamente diferentes. El reino de Satanás se basa en la ley del más fuerte, donde los más poderosos abusan de los más débiles y los humillan aún más. El reino de Dios se basa en el amor y el servicio al prójimo, como lo demuestra el hecho de que Dios se hiciera el más débil entre los débiles para servir a los demás, incluso hasta la muerte. Si queremos ocupar los primeros puestos en el reino de Dios, debemos estar dispuestos a humillarnos y servir a los demás como lo hizo Jesús (Marcos 9:35).

El reino de Satanás dice: «Si es necesario, te mataré para poder ascender un poco más». En contraste, el Reino de Dios dice: «Daré mi vida para que tú vivas». Si bien hoy vemos la supervivencia del más apto en la naturaleza, Dios no diseñó nuestro planeta para que el más fuerte cazara, matara y devorara al más débil. Lo que vemos a nuestro alrededor es una distorsión biológica y una prueba más de que Satanás, «el príncipe de este mundo» (Juan 12:31), ha tenido dominio sobre la vida en nuestro planeta. Cuando Dios finalmente vuelva a ser el gobernante de nuestro planeta, «lobos y ovejas convivirán en paz» (Isaías 11:6), y nuestra tierra será restaurada a la armonía con su principio de amor.

En el Jardín del Edén, vemos cómo su desconfianza en Dios llevó a Adán y Eva a exhibir de inmediato el principio egoísta y de supervivencia del más apto, propio del enemigo. Adán dejó de entregarse al servicio y al amor de su esposa y, en cambio, comenzó a acusarla (nótese también la acusación implícita contra Dios): «La mujer que pusiste aquí conmigo me dio del fruto, y yo comí» (Génesis 3:12). En otras palabras: «¡Es culpa de la mujer, Dios! ¡Y, por cierto, también es tu culpa por haberla creado!». De igual modo, Eva desvió la culpa hacia la serpiente e indirectamente hacia Dios por haberla creado: «La serpiente me engañó para que me la comiera» (Génesis 3:13). Lamentablemente, desde la caída de Adán y Eva hasta nuestros días, la infección del reino de Satanás —la supervivencia del más apto, el miedo, la culpa y el egoísmo— está entretejida en la esencia misma de nuestra naturaleza humana caída.

Así pues, al leer la Biblia, debemos prestar especial atención a estos dos temas centrales: «El carácter de Dios frente al de Satanás» y «La forma en que Dios gobierna su Reino frente a la forma en que Satanás gobierna el suyo». Una vez que nos acostumbremos a buscarlos, veremos que estos son los hilos conductores y las preguntas centrales que recorren toda la Escritura. Dos «dioses» rivales. Uno es el Creador verdadero, totalmente digno de nuestra adoración. El otro es una simple criatura que anhela ser adorada como un dios. Dos personalidades completamente diferentes: una que personifica el amor altruista y que daría su vida por ayudar incluso a sus enemigos; la otra, egocéntrica hasta la médula, que mataría a cualquiera que se interpusiera en su camino, incluso a su propio Creador. Dos gobiernos opuestos: uno que exige que los más fuertes ayuden y sirvan a los más débiles; el otro que exige que los más fuertes consuman a los más débiles.


El contexto de la realidad

El contexto es fundamental, sobre todo para comprender a Dios. El conflicto cósmico lo sitúa todo en un plano más amplio y nos proporciona un contexto más rico para entender la realidad que nos rodea. A medida que los problemas del conflicto cósmico se aclaran, empezamos a reconocer que estos principios contrapuestos, presentes en cada página de las Escrituras, también influyen en nuestra vida diaria. En mi experiencia, la incorporación de un conflicto cósmico sobre el carácter de Dios fue como pasar de un mundo bidimensional a uno tridimensional; y una vez que se produce un cambio tan fundamental, no hay vuelta atrás. Sería como vivir en una casa con las persianas bajadas durante los primeros treinta años de vida, sin imaginar que pudiera haber algo fuera de las paredes, hasta que un día alguien sube unas persianas, y luego otras, y otras, hasta que finalmente se revela un mundo completamente nuevo. Entonces, mientras la persona se maravilla ante todo el ajetreo que se desarrolla fuera de la ventana, surge un pensamiento estimulante: “¡En realidad estoy destinado a ser un participante activo en lo que está sucediendo ahí fuera! ¡Puedo salir por esa puerta y experimentar este nuevo mundo!”.


Job

La historia de Job ilustra esto a la perfección. Job carecía por completo de contexto para comprender sus terribles tragedias personales; ignoraba la conversación entre Dios y Satanás y no se daba cuenta de que era el centro de un debate ante los ángeles presentes. No escuchó lo que Dios dijo de él: «¿Te fijaste en mi siervo Job? No hay nadie en la tierra tan fiel y bueno como él. Me adora y se cuida de no hacer el mal» (Job 1:8).

Job se habría beneficiado de una perspectiva más amplia de la guerra celestial entre Dios y Satanás y de su importante papel en este conflicto. Sin este conocimiento, solo le quedaba andar a tientas en la oscuridad, preguntándose qué había sido de su amigo, Dios (Job 29:1-3).

No es sino hasta el final de la historia que Dios interviene para ampliar la limitada comprensión de la realidad que tenía Job. Antes de concluir la discusión diciéndoles a los tres amigos: «No hablaron la verdad acerca de mí, como lo hizo mi siervo Job» (Job 42:7, NVI), Dios intentó transmitirle a Job la idea de que existe un poderoso enemigo en conflicto con Él, contándole la historia de una bestia llamada Leviatán. Presten atención a algunas de las características descriptivas de esta bestia:

Su orgullo es invencible; nada puede doblegarlo. Nada puede penetrar esa piel orgullosa, impermeable a las armas y a la intemperie. (Job 41:15, 16, MSG).

Cuando se eleva, los dioses se asustan; cuando se estrella, se descontrolan. (Job 41:25, NRSV).

Nada en la tierra se le compara: es una criatura sin temor. Desprecia a todos los altivos; reina sobre todos los orgullosos. (Job 41:33, 34, NVI).

En otras partes de las Escrituras, esta misma bestia se describe con estas palabras: “En aquel día, Jehová usará su espada feroz y poderosa para castigar a Leviatán, la serpiente resbaladiza, a Leviatán, la serpiente tortuosa. Matará al monstruo que habita en el mar” (Isaías 27:1, GW).

¿Cuántas otras serpientes “escurridizas” y “tortuosas” describe la Biblia? Dios está tratando de “abrir las persianas” y arrojar nueva luz sobre la realidad de Job (¡y la nuestra!) con el mensaje de esta increíble historia, que es este: “Te falta solo una pieza del rompecabezas para explicar todo este dolor y sufrimiento, Job: ¡una gran controversia y un adversario poderosamente engañoso!”. 


Daniel

Daniel también pasaba por alto este contexto más amplio cuando parecía que Dios no respondía a su oración. En Daniel 9 leemos que oró fervientemente para que Dios cumpliera su promesa y permitiera a los judíos regresar a Jerusalén. Luego tuvo una visión tan perturbadora que guardó luto durante veintiún días (Daniel 10:2). Daniel debió preguntarse qué estaba sucediendo, pero continuó orando. Sorprendentemente, un ángel se le apareció para «abrir las persianas» y explicarle lo que ocurría en secreto, revelándole que Dios,  de hecho, estaba  actuando en respuesta a su oración (Daniel 10:11-13). El ángel procedió entonces a describir un intenso conflicto entre fuerzas angelicales buenas y malas que se desarrollaba en secreto durante esos veintiún días de oración (Daniel 10:13, 20; 11:1).

¡Imaginen la sorpresa de Daniel al descubrir que su oración había, en parte, incitado a fuerzas cósmicas a enfrentarse entre sí! En esta historia, Daniel fue un verdadero guerrero de la oración y se convirtió en un participante activo de la compleja batalla que se libraba entre Dios y Satanás. Daniel comprendió quién era el verdadero enemigo: uno mucho más siniestro que cualquier rey o reino de este mundo; y se dio cuenta de que «nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes espirituales malignos en las regiones celestes, contra autoridades, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas» (Efesios 6:12).

Al igual que Daniel, cuando comprendemos el conflicto cósmico, nos sentimos naturalmente impulsados ​​a participar. Descubrimos que Dios anhela que, en oración, nos alineemos con su voluntad, tal como lo hizo Daniel. «La oración del justo es poderosa» (Santiago 5:16), porque al orar por aquello que armoniza con el carácter y el reino de Dios, le permitimos intervenir contra Satanás en la controversia cósmica. «Todo lo que pidan en mi nombre, lo haré» (Juan 14:13) es la promesa de Jesús. Quizás comprender nuestro papel en este conflicto nos anime a creer en la palabra de Jesús y a orar con mayor urgencia y convicción. Dios nos ha dado el poder de unirnos activamente a él en esta gran controversia, intercediendo por su causa.


Ezequiel

Ezequiel, contemporáneo de Daniel, también necesitaba un contexto más amplio para su desalentadora situación. Después de que Nabucodonosor lo llevara cautivo a Babilonia durante la segunda invasión de Jerusalén, todo debió parecerle muy sombrío. Dios iluminó la perspectiva de Ezequiel con una serie de visiones increíbles. La primera fue una visión extraordinariamente compleja de ruedas dentro de ruedas, que Ezequiel interpretó así: «¡Me di cuenta de que estaba viendo el resplandor de la gloria del Señor!» (Ezequiel 1:28, NVI). El orden y la simetría de la escena debieron ser impactantes, pues infundieron en Ezequiel y en los cautivos de Babilonia la verdad de que Dios realmente tenía el control, aunque en ese momento no lo pareciera. Pero Dios también quería revelar a su pueblo (y a nosotros) un problema mucho mayor y más complejo que el que enfrentaban en el cautiverio, por lo que Ezequiel recibió más tarde una visión que describía a otro ser poderoso, inicialmente identificado como el rey de Tiro.

Hijo de hombre, dale al príncipe de Tiro este mensaje del Señor Soberano: «En tu gran orgullo proclamas: “¡Soy un dios! ¡Me siento en un trono divino en medio del mar!”»… «Hijo de hombre, llora por el rey de Tiro. Dale este mensaje del Señor Soberano: “Eras la perfección de la sabiduría y la belleza. Estabas en Edén, el jardín de Dios. Tus vestiduras estaban adornadas con toda clase de piedras preciosas… Te fueron dadas el día de tu creación. Yo te ordené y ungí como el poderoso ángel guardián. Tenías acceso al monte santo de Dios y caminabas entre las piedras de fuego. Eras intachable en todo lo que hacías desde el día de tu creación hasta el día en que se halló maldad en ti. Tu gran riqueza te llenó de violencia, y pecaste. Por eso te desterré del monte de Dios. Te expulsé, oh poderoso guardián, de tu lugar entre las piedras de fuego. Tu corazón se llenó de orgullo a causa de toda tu belleza. Corrompiste tu sabiduría por… “Por causa de tu esplendor, te arrojé a la tierra y te expuse a la mirada curiosa de los reyes”  (Ezequiel 28:2, 11-17, NTV).

Este pasaje describe la rebelión del “poderoso ángel guardián” que una vez habitó en la misma presencia de Dios, “entre las piedras de fuego”. Ahora su rebelión contra Dios se manifiesta aquí mismo en el planeta Tierra y ante todo el universo, ante “la mirada curiosa de los reyes”.  

Si los exiliados en Babilonia solo hubieran recibido la visión de un Dios todopoderoso en el capítulo 1 de Ezequiel, su pregunta natural sin respuesta habría sido: «Entonces, ¿por qué está todo tan desordenado?». Habrían recibido solo la mitad de la historia. Si bien es cierto que «el desorden» suele ser resultado de nuestros propios actos, el libro de Ezequiel nos invita a considerar el panorama general y la realidad de que nuestra experiencia en la tierra forma parte de algo mucho mayor. Estamos literalmente involucrados en un «espectáculo para todo el mundo de ángeles» (1 Corintios 4:9), y esta rebelión fue iniciada, de hecho, por «el poderoso ángel guardián» (Ezequiel 28:11). Incluso las Buenas Nuevas no se limitan a nuestra propia salvación. Pablo nos dice que las Buenas Nuevas revelan «cosas que incluso los ángeles querrían entender» (1 Pedro 1:12), cosas que determinan el resultado del conflicto cósmico entre el bien y el mal.

Este pasaje también expone el gran orgullo de Satanás, quien afirma: «¡Soy un dios!». Su mayor deseo es ser adorado como Dios. Cuando Dios mismo se encarnó, comenzó su ministerio yendo al desierto a enfrentarse a Satanás. En su narcisismo, Satanás —un ser creado— tuvo la osadía de pedirle a su Creador que se arrodillara y  lo adorara.  «Todo esto será tuyo si me adoras» (Lucas 4:7). Los ángeles en el cielo debieron observar con asombro cómo un ángel le hacía una petición tan audaz a Dios. Evidentemente, presenciaron todo el encuentro, porque cuando «el diablo se apartó de Jesús… vinieron ángeles y lo ayudaron» (Mateo 4:11).


Isaías

Isaías también vivió en tiempos desalentadores, cuando la gente tenía muy poca fe en Dios. Al igual que Ezequiel, Isaías también fue testigo de Dios en toda su gloria (Isaías 6), así como de una visión del orgulloso enemigo:

¡Cómo has caído del cielo, lucero resplandeciente, hijo de la mañana! Has sido arrojado a la tierra, tú que destruías las naciones del mundo. Porque te decías a ti mismo: «Subiré al cielo y levantaré mi trono por encima de las estrellas de Dios. Reinaré en el monte de los dioses, en lo alto del norte. Subiré a los cielos más altos y seré semejante al Altísimo». En cambio, serás derribado al lugar de los muertos, a sus profundidades más bajas. Allí todos te mirarán y preguntarán: «¿Es este el que sacudió la tierra e hizo temblar los reinos del mundo? ¿Es este el que destruyó el mundo y lo convirtió en un desierto? ¿Es este el rey que arrasó las ciudades más grandes del mundo y no tuvo misericordia de sus prisioneros?» (Isaías 14:12-17, NTV).

En este pasaje, el nombre  «hijo de la mañana  » significa literalmente «el resplandeciente» o «el brillante». La palabra hebrea es  helel,  que se aplica comúnmente al planeta Venus, una estrella tan brillante que puede verse incluso a mediodía. Por lo tanto, en latín, el nombre también se traduce como «lucero del alba», «portador de luz» o «Lucifer». Así, algunas versiones de la Biblia lo traducen como: «¡Cómo has caído del cielo, oh Lucifer, hijo de la mañana!» (Isaías 14:12, NVI).

Este pasaje de Isaías confirma aún más las aspiraciones egoístas y orgullosas de Lucifer, cuando se convirtió en Satanás y estableció un reino basado en el egoísmo, también conocido como la ley del más fuerte. Se nos advierte que no nos enorgullezcamos y seamos condenados, como le sucedió al diablo (1 Timoteo 3:6). ¡Jesús reprendió esta mentalidad orgullosa y egocéntrica! «Pero entre ustedes no será así. Si alguno quiere ser grande, deberá servir a los demás; y si alguno quiere ser el primero, deberá ser esclavo de los demás, como el Hijo del Hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida por redimir a muchos» (Mateo 20:26-28).

Jesús vino a revelar que su Reino no se parece en nada al reino de Satanás. Mientras Satanás y los que están en su reino intentan desesperadamente ascender al poder pisoteando a los demás, Jesús y los que están en su Reino descienden, se arrodillan y sirven.

La actitud que ustedes deben tener es la misma que tuvo Jesucristo: siempre tuvo la naturaleza de Dios, pero no creyó que por la fuerza debía intentar ser igual a Dios. Al contrario, por su propia voluntad renunció a todo lo que tenía y tomó la naturaleza de siervo. Se hizo semejante a los hombres, humilde y obediente hasta la muerte, la muerte en la cruz. (Filipenses 2:5-8, NVI).

¡Qué contraste tan marcado entre ambos reinos! El pasaje anterior nos invita a adoptar los principios altruistas y centrados en los demás del Reino de Dios: «La actitud que debéis tener es la misma que tuvo Jesucristo». La teología del conflicto cósmico no nos llama simplemente a admirar a Dios y su Reino desde la distancia, sino a unirnos a su Reino y adoptar la misma actitud que el Rey.


Los primeros cristianos

Los primeros cristianos esperaban el regreso de Jesús durante su vida, pero los años se convirtieron en décadas y la iglesia continuó sufriendo una persecución implacable. Para la iglesia primitiva, la situación debió ser muy desalentadora. Finalmente, el último del grupo original de discípulos que seguía con vida fue Juan, quien fue encarcelado en la isla de Patmos. Al igual que Job, Ezequiel e Isaías, aquellos primeros cristianos necesitaban una perspectiva más amplia, así que Dios les envió la carta que llamamos «Apocalipsis».  Apocalipsis  significa «revelar» o «aclarar» algo de gran importancia. El libro comienza con las palabras: «Esta es la revelación de Jesucristo» (Apocalipsis 1:1) y luego describe la tremenda batalla entre Cristo y Satanás. 

Este último libro de la Biblia, más que ningún otro, fue concebido como una llamada de atención para los primeros cristianos y para el pueblo de Dios en los últimos días de la historia de la Tierra. Exhorta a los seguidores de Jesús a considerar que hay mucho más en juego que el caos que vemos en nuestro pequeño planeta. Dios está librando una guerra en un campo de batalla mucho mayor, y el planeta Tierra es ahora la primera línea de esta guerra. Este libro menciona específicamente que «se desató una guerra en el cielo» y que la «antigua serpiente, que se llama Diablo o Satanás», fue «arrojada a la tierra, y todos sus ángeles con ella» (Apocalipsis 12:7-9). En contraste con la imagen de Satanás como un «enorme dragón rojo» (Apocalipsis 12:3), Dios es representado humildemente como «el Cordero que fue inmolado» (Apocalipsis 5:12). Se describe a las personas tomando partido en esta batalla: algunos reciben la marca de la bestia, mientras que otros reciben el sello de Dios. En el contexto de una batalla sobre el carácter de Dios y la naturaleza de su Reino, el libro del Apocalipsis se refiere una y otra vez al foco central de la verdad sobre Dios que Jesús reveló:

Este es su informe acerca del mensaje de Dios y la verdad revelada por Jesucristo. (Apocalipsis 1:2, NVI).

El dragón se enfureció contra la mujer y se fue a luchar contra el resto de sus descendientes, todos los que obedecen los mandamientos de Dios y son fieles a la verdad revelada por Jesús. (Apocalipsis 12:17, NVI).

Soy un siervo junto con ustedes y con los demás creyentes, todos los que se mantienen fieles a la verdad que Jesús reveló. ¡Adoren a Dios! Porque la verdad que Jesús reveló es la que inspira a los profetas. (Apocalipsis 19:10, NVI).

También vi las almas de los que habían sido ejecutados por haber proclamado la verdad que Jesús reveló y la palabra de Dios. (Apocalipsis 20:4, NVI).

El Apocalipsis describe cómo Dios ya ha ganado la batalla en el cielo. Satanás es expulsado del cielo, y los ángeles fieles ahora alaban a Dios con la mayor gloria. La encarnación de Dios y su muerte sacrificial constituyen los medios que aseguran la victoria en esta batalla celestial.

De nuevo miré, y oí ángeles, ¡miles y millones de ellos! Estaban de pie alrededor del trono, y los cuatro seres vivientes, y los ancianos, y cantaban a gran voz: «El Cordero que fue inmolado es digno de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, la honra, la gloria y la alabanza» (Apocalipsis 5:11, 12, NVI).

Desde la perspectiva de los primeros cristianos, era obvio que la guerra no había terminado, y debieron sentirse identificados con la descripción de una batalla que continuaba:

¡Alégrense, cielos, y todos los que en ellos habitan! ¡Pero qué terrible para la tierra y el mar! Porque el Diablo ha descendido a ustedes, lleno de furia, sabiendo que le queda poco tiempo. (Apocalipsis 12:12, NVI).

Los primeros cristianos debieron encontrar gran esperanza en la conclusión del libro. Dios promete que Satanás será derrotado y que todos los que siguen a Jesús un día morarán en la presencia de Dios. El Apocalipsis nos permite ver que, si bien este conflicto sobre el carácter de Dios aún continúa en nuestro planeta, podemos llenarnos de esperanza con el alentador mensaje de que Dios vencerá al final.


Nuestra misión en el conflicto cósmico

Se dice que «de todas las cosas que un pez difícilmente descubrirá, una de ellas es el agua». A pesar de que estamos literalmente inmersos en un conflicto cósmico que abarca prácticamente todos los aspectos de nuestra vida, esta perspectiva no suele incorporarse ni enfatizarse en la teología cristiana. Sin embargo, comprenderla es fundamental para todos los cristianos de hoy. ¿Por qué vivir en la ignorancia, como Job durante un tiempo, sin saber que las difíciles circunstancias de la Tierra son el foco de atención de Dios, Satanás e innumerables ángeles, y que tenemos un papel crucial que desempeñar? ¿Por qué vivir en la ignorancia, como Daniel durante un tiempo, sin saber que nuestra vida de oración es tan importante en la lucha contra el mal y para el avance del Reino de Dios?

Solo cuando comprendamos cuáles son los verdaderos problemas de esta guerra podremos luchar con eficacia. Como cristianos, estamos llamados a asumir la misma misión que Cristo, quien vino a ganar la guerra revelando el carácter amoroso de Dios y, por lo tanto, disipando las mentiras de Satanás. Tenemos un mandato supremo de Cristo, y estas son nuestras instrucciones en el conflicto cósmico:

Y ahora les doy un nuevo mandamiento: que se amen los unos a los otros. Como yo los he amado, así también ustedes deben amarse los unos a los otros. Si se aman los unos a los otros, entonces todos sabrán que son mis discípulos. (Juan 13:34, 35, NVI).

Cuando de verdad nos amamos los unos a los otros, revelamos a quienes nos rodean el carácter de nuestro Dios, que es el amor personificado (1 Juan 4:8). Cuando acatamos el mandato de Cristo de servir desinteresadamente en el mundo en lugar de dominar y controlar, demostramos a todos que el Reino de Dios se basa en el principio del servicio humilde a los demás.

Ante un mundo que sufre y se pregunta: «¿Por qué tanto dolor?», los cristianos deben tener una respuesta clara y convincente: «¡El enemigo ha hecho esto, no Dios!» (Mateo 13:28, NTV). Los seguidores de Cristo deben poder afirmar: «Sí, Dios es todopoderoso», pero al mismo tiempo explicar la historia de un conflicto universal y cómo el «poder» que Dios usó para ganar esta guerra fue hacerse un niño indefenso, un amigo compasivo y un siervo sufriente. Como cristianos, nuestra misión principal es vindicar la fidelidad de Dios y guiar a otros, uno a uno, fuera del temor y la desconfianza hacia Él, hacia la luz de la amorosa presencia de Jesús.

[1] . CS Lewis, Mero cristianismo (Nueva York, NY: Simon & Schuster, 1952), 51.

[2] . Luke Timothy Johnson, Ph.D., “El romance de los manuscritos”, conferencia para “The Great Courses”, en la serie “Historia de la Biblia”, 2008.

[3] . En su libro Saving God’s Reputation (Nueva York, NY: T&T Clark International, 2006), Sigve Tonstad presenta un excelente argumento para situar la “guerra en el cielo” descrita en Apocalipsis 12:7 como ocurrida antes de la creación de Adán y Eva.

[4] Sigve Tonstad, Salvando la reputación de Dios (Nueva York, NY: T&T Clark International, 2006), 129.