Revelación divina o impresión humana: el riesgo de buscar autoridad espiritual en experiencias personales
Hace algunos años, una mujer muy amable y sincera visitó la sede de la Asociación General en Silver Spring, Maryland, afirmando ser una profetisa verdadera. Durante nuestra conversación, le expliqué que la palabra “profeta” tiene varios significados en la actualidad; sin embargo, en el contexto bíblico, se refiere a una persona que recibe visiones y sueños sobrenaturales de Dios (Nm 12:6). Ella confirmó que ese era su caso. Luego le señalé que, para un verdadero profeta, el mensaje es más importante que el hecho de ser profeta; mientras que, para un falso profeta, el título es más importante que el mensaje mismo. Aquella señora pareció aceptar también esa distinción.
Al preguntarle qué mensaje deseaba transmitir, respondió que su contenido estaba relacionado con la importancia de la unidad en la iglesia. Entonces le dije que ese era un mensaje que ya habíamos aprendido de las enseñanzas de Jesús (Jn 17:20-23) y de Pablo (1 Co 1:10; Ef 4:11-14). Al notar que la mujer no iría mucho más allá de eso, mencioné que uno de los temas que estaban dividiendo a la iglesia era la cuestión de la ordenación de mujeres. Ella me aseguró que había recibido una revelación al respecto, pero que el Señor no le permitía divulgarla. “En ese caso”, respondí, “la revelación no aporta ningún beneficio a la iglesia”.
Con el paso del tiempo, conocí a varias personas que intentaron convencerme de su don profético. En los últimos tiempos, sin embargo, ha sido frecuente escuchar a predicadores afirmar que han recibido un mensaje específico del Señor para transmitir. Este fenómeno ha llevado a muchos a preguntarse si tales afirmaciones podrían ser el cumplimiento de la promesa de que el Señor derramaría Su “Espíritu sobre toda la humanidad” en los últimos días (Jl 2:28). Por eso, deseo destacar tres principios fundamentales que pueden ayudarnos a comprender el cumplimiento de esta significativa promesa.
Primacía de la Biblia
Al tratar cualquier revelación sobrenatural, el primer principio a considerar es la primacía de la Biblia sobre todas las manifestaciones carismáticas. Lamentablemente, muchos cristianos confían en experiencias subjetivas sin verificar su legitimidad basándose en las Escrituras. Algunos creen que quienes supuestamente reciben visiones, sueños o impresiones sobrenaturales están en un nivel espiritual superior al de los demás, que no las reciben.
Ciertamente, el Señor puede y todavía se revela de manera sobrenatural en la actualidad. Sin embargo, eso no debe interpretarse como prueba concluyente de verdadera espiritualidad. La Biblia muestra casos de personas impías que recibieron revelaciones sin convertirse en profetas (Gn 40; 41:1-36; Dn 2:1-45; 4:1-27, etc.). En realidad, la mayor evidencia de una fe salvadora es creer en la Palabra de Dios sin necesitar ninguna prueba externa que la confirme (Hb 11:1). Jesús le dijo a Tomás: “¿Creíste porque Me viste? Bienaventurados los que no vieron y creyeron” (Jn 20:29).
Comentando Génesis 40:16-19, Martín Lutero declaró:
“Digo con frecuencia que, al inicio de mi causa, siempre pedí al Señor que no me enviara sueños, visiones ni ángeles. Pues muchos espíritus fanáticos me atacaron: uno presumiendo de sueños, otro de visiones, y otro de revelaciones con las que intentaban instruirme. Pero yo respondía que no buscaba tales revelaciones y que, si alguna me fuera ofrecida, no confiaría en ella. Y oraba fervientemente a Dios para que me concediera el verdadero significado y entendimiento de las Sagradas Escrituras. Porque, si tengo la Palabra, sé que estoy siguiendo el camino correcto y no puedo desviarme ni ser fácilmente engañado.”
(Luther’s Works, Concordia Publishing House, 1955–1976, vol. 7, p. 119–120).
Revelaciones proféticas
Otro principio fundamental es la tarea crucial de diferenciar entre recibir revelaciones sobrenaturales y ser llamado al ministerio profético. Es triste constatar que muchas personas piensan que, al recibir un sueño profético u otra revelación divina, automáticamente se convierten en profetas. Esta creencia se intensifica cuando la revelación revela aspectos ocultos o incluye predicciones que se cumplen. Sin embargo, es importante reconocer que este es un tema complejo, en el cual las personas suelen permitir que la experiencia se imponga sobre las Escrituras.
Un análisis cuidadoso de la Biblia demuestra que Dios concedió revelaciones sobrenaturales no solo a verdaderos profetas (Nm 12:6), sino también a personas que no lo eran, como María, madre de Jesús (Lc 1:26-38), los sabios de Oriente (Mt 2:1-12), Balaam (Nm 22:7-35) e incluso su burra (Nm 22:21-30). Los sueños del copero y del panadero del faraón (Gn 40), así como los del propio faraón (Gn 41:1-36) y los de Nabucodonosor (Dn 2:1-45; 4:1-27), no los convirtieron en profetas. Esto significa que recibir revelaciones sobrenaturales no implica necesariamente un llamado al oficio profético.
La profecía sobre el derramamiento del Espíritu Santo “sobre toda la humanidad” (Jl 2:28) tuvo un cumplimiento parcial en Pentecostés (Hch 2:16-21), pero tendrá un cumplimiento mucho más amplio “antes de que venga el grande y terrible día del Señor” (Jl 2:31). En esa profecía, “aunque la alianza de Dios con Israel sigue siendo el marco de referencia, el ámbito del mensaje profético trasciende las fronteras nacionales y étnicas para retratar un Día del Señor universal” (Elias Brasil de Souza, “Joel 2:28–3:21”, en Comentario Bíblico Andrews, CPB, 2024, vol. 2, p. 786).
Pero eso no significa que todos sean llamados al oficio profético. Al mantener la “diversidad de dones”, donde solo “algunos” son profetas (1 Co 12:4-10; Ef 4:11), la promesa de Joel 2:28-32 enfatiza un derramamiento mundial del Espíritu Santo sin ningún tipo de barrera o discriminación étnica, de género o edad. Así, algunos “soñarán” y otros “tendrán visiones” (Jl 2:28). Sin embargo, esto no implica que todos se convertirán en profetas. Ciertamente, “hay diversidad de dones”, y el Espíritu los concede “a cada uno, en particular, como Él quiere” (1 Co 12:4,11). Tampoco significa que toda la humanidad será salva, como algunos defienden hoy. El texto deja claro que solo aquellos que invoquen el nombre del Señor serán salvos (Jl 2:32; cf. Is 56:1-7).
Humildad espiritual
El tercer principio fundamental se refiere a la necesidad de que el agente humano permanezca oculto detrás del mensaje bíblico que transmite. Aunque la mayoría de estos predicadores no afirme haber sido llamada al ministerio profético ni diga haber tenido visiones como los auténticos profetas, suelen presentar su experiencia espiritual como el motivo principal para hablar de cierto tema. No se puede negar que el Señor puede impresionar la mente humana de esa manera. El problema no es tanto el fenómeno en sí, sino cómo se usa comúnmente para obtener autoridad espiritual. Así, si el mensaje provino directamente de Dios, se lo considera casi infalible, y el predicador no puede ser cuestionado.
Los profetas bíblicos solían declarar que el Señor se les había manifestado e incluso les había hablado directamente, pero esto ocurría, por lo general, ante audiencias hostiles o escépticas. ¿Por qué los no profetas actuarían igual ante públicos receptivos? En muchos casos, este tipo de “testimonio” personal contribuye más a la fama espiritual del predicador que a la confiabilidad del mensaje. Así como los reformadores protestantes del siglo XVI, debemos basar la autoridad de nuestros predicadores actuales no en sus experiencias carismáticas, sino “en su fidelidad a la Palabra de Dios” (Alister E. McGrath, Reformation Thought, Wiley-Blackwell, 2012, p. 99).
Hace muchos años, mi hermano Edgar, que era anciano de iglesia, llegó a convencerse de que un ángel se le había aparecido de noche pidiéndole que predicara sobre la mayordomía cristiana en nuestra congregación. Entonces, se ofreció a los líderes de la iglesia y predicó sobre el tema, pero sin mencionar la experiencia con el ángel. Aquello fue una lección importante para mí. Edgar podría haber atraído la atención del público con aquel incidente, ganando notoriedad espiritual, pero prefirió dejar que el mensaje hablara por sí mismo, evitando la impresión de estar en un nivel espiritual superior.
Lamentablemente, la arrogancia espiritual limita la forma en que Dios se revela a nosotros. Si el Señor nos concediera visiones o sueños proféticos, o nos enviara ángeles de manera visible, esas experiencias podrían fácilmente alimentar nuestro orgullo espiritual. Nos veríamos como cristianos superiores, compartiendo “testimonios” que exaltan más a nosotros mismos que a Dios y Su Palabra. Como resultado, muchas personas se sentirían más atraídas por nosotros que por el propio Dios.
En un mundo lleno de “celebridades espirituales”, ¿por qué no humillarnos y permitir que el Espíritu nos use poderosamente en Su obra, sin enorgullecernos de nuestras experiencias y victorias espirituales? Si reconocemos la primacía de la Biblia sobre todas las experiencias carismáticas, distinguimos la recepción de revelaciones sobrenaturales del llamado al oficio profético, y nos ocultamos detrás del mensaje bíblico, estaremos en terreno seguro. De ese modo, ¡el Espíritu Santo podrá actuar de manera mucho más eficaz a través de nosotros!