6. Cuando Dios escucha

Muchos años atrás, tuve una experiencia de oración que dejó una huella imborrable en mí

Era el pastor de una congregación bastante grande y en crecimiento cuando una hermana piadosa de la iglesia me preguntó si tenía tiempo para orar con ella. Fue justo después del servicio de oración de mitad de semana. Su carga eran sus dos hijos. Si recuerdo bien, uno tenía doce años y el otro catorce, y estaban por enfrentar algunos de los años más desafiantes en la vida de una persona.

Los muchachos eran buenos chicos, pero su temor era que atravesar con éxito la adolescencia sería un verdadero desafío para ellos. Temía que su amor por Jesús se enfriara ante las muchas tentaciones y distracciones disponibles para los jóvenes de esa edad. Así que oramos. Ella oró por unos minutos, luego oré yo, luego ella volvió a orar, y así seguimos. Llevábamos unos cuarenta minutos orando, reclamando las promesas de Dios por la guía divina en favor de sus hijos, cuando de repente —yo estaba orando en ese momento— ella puso su mano sobre mi brazo y dijo suavemente:

“Basta, Pastor. No necesitamos orar más. Ahora sé que Dios ha escuchado nuestras oraciones.”

Eso fue algo que nunca había escuchado antes, aunque había crecido en la iglesia y ya llevaba diez años siendo pastor en ese entonces. Años más tarde, descubrí que la Biblia enseña precisamente esa clase de seguridad. Veámoslo en 1 Juan 5.


Orando por el pecador

El apóstol Juan escribió su primera carta a la iglesia cuando tenía más de noventa años. Las primeras generaciones de cristianos ya habían pasado, y algunas ideas extrañas y herejías doctrinales estaban afectando a la iglesia. Juan escribió para recordarles a los cristianos la confianza que podían tener en la salvación que Jesús les ofrecía, la lealtad del creyente hacia los mandamientos de Dios, y la seguridad de la obra transformadora de Dios en ellos.

Al final de su primera carta, se volvió muy práctico respecto al pecado (1 Juan 5:14–21). Y enseñó algo muy relevante para quienes desean saber cómo orar por el pecador:

“Y esta es la confianza que tenemos en Él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, Él nos oye. Y si sabemos que Él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho.
Si alguno ve a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará vida a los que cometen pecado que no sea de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida.”
(1 Juan 5:14–16)

Los dos primeros versículos dan la instrucción, y el último da el contexto. Se nos dice que oremos por aquellos cuyo pecado “no es de muerte” (v.16). ¿Acaso no todos los pecados llevan a la muerte eterna? ¿No dice Romanos 6:23 que “la paga del pecado es muerte”?
Sí… y no. Los pecados que son perdonados no llevan a la muerte. Más arriba en esta misma carta, Juan había dicho:

“Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.”
(1 Juan 1:9)

Y Jesús había dicho décadas antes que:

“Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada.”
(Mateo 12:31–32)


El ejemplo de Roger Morneau

Conocí a Roger Morneau hace unos treinta años. Era un adventista del séptimo día notable. A los veinte años, había sido un satanista practicante, pero por una serie de circunstancias llenas de gracia, Dios lo sacó de ese pozo de destrucción.
Los demonios nunca lo perdonaron y durante años intentaron acabar con su vida. Tenía muchos problemas de salud, principalmente un corazón enfermo. Los cardiólogos apenas podían creer que siguiera vivo con solo un 45 % de su corazón funcionando correctamente. Esta situación cardíaca lo obligaba a descansar mucho. Sin embargo, al tener más tiempo disponible, tuvo la oportunidad de desarrollar un ministerio de oración que incluía interceder por más de dos mil personas en todo el mundo. Era un hombre que creía profundamente en la oración.

Morneau escribió tres libros poderosos sobre las respuestas de Dios a sus oraciones. Uno de mis relatos favoritos tiene que ver con Henry. Henry tenía treinta y dos años y, desde los veinte, aparentemente había perdido sus facultades mentales debido al consumo intenso de drogas. Hijo de una pareja adventista fiel, pasaba la mayor parte de los días fumando en silencio y mirando una pared. Ocasionalmente se golpeaba con violencia el rostro, los brazos o las piernas hasta quedar cubierto de moretones. Otras veces estallaba en una furia incontrolable, gritando que nadie debía hablarle.

Evidentemente, su comportamiento era resultado de la opresión demoníaca. Dejó crecer su cabello hasta la mitad de la espalda y no permitía que nadie lo tocara. La mayor parte del tiempo no reconocía a sus padres, y su habla era ininteligible. La ciencia médica no podía ayudarlo. Sus padres estaban completamente desesperados.


Un día, la madre de Henry leyó uno de los libros de Morneau y logró localizarlo y comunicarse con él por teléfono. Le describió la situación desesperada de su hijo y le suplicó a Morneau que los ayudara orando por él. Morneau la animó y le repitió algunas promesas maravillosas sobre el poder de Dios para hacer lo imposible.

Unos meses después, el habla de Henry comenzó a volverse más clara, y él mismo pidió un corte de cabello. Pocos meses más tarde, dejó de fumar, y lo hizo de un día para otro. Su mente empezó a funcionar cada vez mejor. Sin embargo, el diablo no se rendiría tan fácilmente.

Un día, sin previo aviso, Henry se volvió extremadamente violento y amenazó con matar a su padre. Sus padres tuvieron que llamar a la policía y llevarlo a un hospital psiquiátrico. Su madre estaba destrozada. Quedó devastada por lo que había ocurrido, especialmente después de haber visto señales tan alentadoras de mejoría en la vida de Henry. Estaba a punto de perder la esperanza.

Lo que quedó claro para Morneau fue que las fuerzas de las tinieblas no entregarían a Henry sin una lucha poderosa. Pero solo unos días después, Henry despertó en aquel hospital completamente lúcido y sano, ¡y no recordaba nada de los últimos doce años de su vida! Amaba a sus padres, visitaba a sus viejos amigos… era un hombre nuevo.

Jesús dijo:

“Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada.”
(Mateo 12:31)

Y el apóstol Santiago escribió:

“Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados. Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados.”
(Santiago 5:15–16)

Dios escuchó las oraciones del hermano Morneau y de los padres de Henry para perdonar los pecados de Henry, ¡incluso cuando él mismo no podía pedirlo!


El papel del perdón y del Espíritu Santo

Una de las cosas que Morneau descubrió, después de muchos años de nutrirse con la Palabra de Dios y los escritos del Espíritu de Profecía mientras oraba por otros, fue el papel fundamental del perdón y del Espíritu Santo. De manera constante, él oraba por otros pidiendo a Dios que aplicara los méritos de la sangre derramada de Cristo para el perdón de sus pecados y para que el poder del Espíritu Santo les diera una nueva vida.

Todo puede ser perdonado siempre que pueda ser confesado (1 Juan 1:9). El problema surge con ese otro pecado, el pecado contra el Espíritu Santo; es decir, el pecado persistente en el que la persona no quiere arrepentirse ni dejarlo. Ese pecado, el pecado contra el Espíritu Santo, no será perdonado. ¿Por qué? Porque la persona ha cerrado sus oídos a la voz del Espíritu en relación con ese pecado en particular. Dios ya no puede influirla para el bien. No es que Dios no quiera seguir obrando en el pecador, sino que el pecador ha ignorado tanto tiempo el consejo de Dios que se ha vuelto inmune al Espíritu Santo.


Una ilustración práctica

Esta dinámica se ilustró claramente cuando nos mudamos de una iglesia en California a enseñar en una universidad del sur de los Estados Unidos. Conseguimos un departamento temporal cerca de la escuela, pero también cerca de un cruce de trenes. El primer tren de la mañana pasaba a las cinco en punto. En Estados Unidos, los trenes deben hacer sonar su fuerte silbato al acercarse a un cruce, y puede oírse desde muy lejos.

La primera noche allí, cuando todo estaba en silencio y yo dormía profundamente, de repente el tren hizo sonar su silbato al pasar a las cinco de la mañana. Como soy de sueño liviano, me desperté de inmediato, con el corazón acelerado, alarmado, ¡pensando que algo iba a atropellar nuestra casa! A la mañana siguiente ocurrió lo mismo. No estaba acostumbrado a un ruido tan fuerte a esa hora, y cada vez me sobresaltaba. Te preguntarás cómo logré dormir después de eso.

Solo hicieron falta unos pocos días para que mi mente subconsciente se acostumbrara al silbato del tren a las cinco de la mañana. Me di cuenta de que no había motivo para alarmarse, que solo era un tren pasando, y que podía seguir durmiendo. En una semana más o menos, ya no lo escuchaba. ¿Fue porque el tren dejó de pasar? No, el tren seguía cruzando a la misma hora todas las mañanas. ¿Fue porque el conductor dejó de tocar el silbato? Tampoco; el silbato seguía sonando. Lo que cambió fue mi expectativa subconsciente. Me había convencido de que no debía prestar atención a ese sonido, y con el tiempo dejé de oírlo.

Así es como opera el pecado contra el Espíritu Santo. Si somos conscientes de estar haciendo algo malo pero seguimos haciéndolo, ignorando el susurro del Espíritu que nos llama a detenernos o a entregarlo a Dios, finalmente eso nos conduce al pecado contra el Espíritu. El pecado que lleva a la muerte —o el pecado que literalmente conduce a una muerte irreversible— es aquel al que nos aferramos sin importar cuántas veces el Espíritu nos haya convencido de abandonarlo.

Es como un hombre que nada en un lago mientras sostiene una roca muy pesada: su negativa a soltarla acabará provocando que se ahogue.


¿Cómo saber si alguien ha cometido el pecado imperdonable?

¿Y cómo sabemos si la persona por la que deseamos orar ya ha cometido el pecado contra el Espíritu Santo o no? (Se nos dice que no oremos por tal persona, pues ya sería demasiado tarde). ¡No lo sabemos! Ese es el punto: Dios quiere que oremos por todo pecador, sin importar sus circunstancias, porque no podemos saber si esa persona está más allá de la redención o no.


La clave de la oración eficaz

Ese es el contexto de la promesa que se encuentra en 1 Juan 5:14–15. Veámosla nuevamente:

“Y esta es la confianza que tenemos en Él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, Él nos oye. Y si sabemos que Él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho.”

Creo que los versículos 14 y 15 forman lo que los estudiosos de la Biblia llaman un quiasmo, una estructura que muestra un paralelismo invertido. En este tipo de estructura, el primer punto corresponde o es paralelo al último; el segundo punto refleja al penúltimo, y así sucesivamente, hasta que el clímax o idea principal se encuentra en el centro.

Leámoslos nuevamente y observemos:
¿Ves el paralelismo entre la primera declaración del versículo 14 y la última del versículo 15?
Primero dice: “Esta es la confianza que tenemos en Él”, y al final: “sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho.”
Ambas hablan de tener algo. Así:

  • Primero: tenemos confianza en Dios.
  • Último: tenemos las peticiones que pedimos.

Ahora observemos la siguiente relación paralela: en el versículo 14, “si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad”, y en el versículo 15, “si sabemos que Él nos oye.”
Ambas son condiciones: comienzan con “si”. Toda la promesa depende de estas dos condiciones:

  1. Que oremos conforme a la voluntad de Dios (en el contexto de orar por el pecador).
  2. Que sepamos que Dios ha escuchado nuestra oración.

La declaración central —y por tanto el corazón de la promesa— es simplemente:

“Él nos oye.”

En la Biblia, “oír” no significa solo percibir un sonido, sino “escuchar con disposición favorable”, escuchar para responder.


El apóstol Juan escribió en un griego muy sencillo, porque su lengua materna era el hebreo, no el griego. El griego era la lingua franca de la época: el idioma del gobierno, la educación, los negocios y la literatura en el Imperio Romano, del mismo modo que hoy el inglés es la lengua común para comunicarse entre personas de distintas naciones. Pero aunque escribió en griego, Juan pensaba como hebreo.

En el pensamiento hebreo, el punto culminante de un argumento no se encuentra al final (como en el pensamiento occidental), sino en el centro.

Así que, según Juan, el hecho de que Dios nos escuche es la clave de nuestro éxito al orar por otros.


Las primeras y últimas afirmaciones —que tenemos confianza en Dios y que tenemos las peticiones que le hicimos— dependen de la maravillosa gracia y el poder de Dios. En otras palabras, es por lo que Dios hace que podemos tener confianza y recibir lo pedido.

Las otras dos afirmaciones —orar conforme a su voluntad y saber que Él nos oye— dependen de nosotros, los creyentes.

¿Oramos conforme a su voluntad? Siempre es su voluntad que las personas lleguen al arrepentimiento, ¿verdad? (2 Pedro 3:9).
¿Hemos llegado a estar seguros de que Él ha escuchado nuestras oraciones?


La certeza de ser escuchados

Cuando comprendí esta maravillosa verdad —que es tan importante saber que Dios ha escuchado nuestras oraciones como pedir conforme a su voluntad—, la oración de aquella hermana en la iglesia, tantos años atrás, cobró sentido.

Ella había estado orando por sus hijos toda la vida, y quizás con más fervor cuando veía los desafíos que se aproximaban. Pero por alguna razón, no había estado totalmente segura de que Dios había escuchado sus oraciones… hasta aquella noche.

Piénsalo: si seguimos pidiendo lo mismo a Dios después de estar seguros de que Él nos ha oído, esas oraciones ya no son expresiones de fe, sino de incredulidad.
Ese es el momento para expresar gratitud a Dios por la certeza de la oración respondida.

Si oramos conforme a su voluntad —y sabemos que es su voluntad que todos se arrepientan y lo sigan— debemos seguir orando, con fe, hasta que sepamos con certeza que Dios ha escuchado nuestra oración.

Ellen White, hablando de los maestros que oran por sus alumnos, escribió que el maestro:

“debe aprender cómo venir al Señor y suplicarle hasta recibir la seguridad de que sus peticiones han sido escuchadas.”

Seguimos orando, no porque Dios sea un dador reacio, sino porque nosotros somos reacios a creer.
Cuando elegimos confiar en su misericordia y en sus promesas, podemos estar seguros de que Dios ha escuchado nuestras oraciones.


La oración de fe será contestada

La sierva del Señor también escribió esto sobre la oración:

“Debemos mostrar una confianza firme e inquebrantable en Dios. A menudo Él demora en respondernos para probar nuestra fe o para examinar la sinceridad de nuestro deseo. Habiendo pedido conforme a su palabra, debemos creer su promesa y presentar nuestras peticiones con una determinación que no será negada.
Dios no dice: ‘Pide una vez y recibirás’. Nos invita a pedir, y a perseverar incansablemente en la oración.”


La historia de George Müller

¿Has leído la historia de George Müller?
Müller había sido un ladrón y un mentiroso. Llevaba una vida inmoral y bebía constantemente con sus amigos. Pero un día, a los veinte años, en una reunión cristiana en una casa, comprendió por qué Jesús había muerto en la cruz por él, y su corazón fue conquistado por el amor de Cristo.

Entró en el ministerio y pastoreó por algunos años, hasta que decidió vivir completamente por fe en Dios. Renunció a su salario como pastor y simplemente oraba para que Dios supliera todas sus necesidades.

Con el tiempo, fundó un orfanato en Bristol, Inglaterra. Durante setenta años de ministerio, cuidó a diez mil huérfanos, patrocinó a doscientos misioneros en el extranjero y sostuvo a cientos de empleados sin tener ningún patrocinador, fundación ni fuente fija de ingresos.

¿Cómo logró reunir, en términos actuales, el equivalente a 150 millones de dólares sin pedir dinero a nadie?
Probó que Dios era fiel. Confiaba plenamente en Él para cada necesidad.

A los treinta y nueve años, comenzó a orar por cinco de sus antiguos amigos fiesteros para que entregaran sus vidas a Cristo. Oraba por ellos cada día.
Después de dieciocho meses, el primero se convirtió. Müller dio gracias a Dios y siguió orando por los otros cuatro.
Después de cinco años más, el segundo se convirtió. Dio gracias y continuó orando por los tres restantes.
Tras seis años más, el tercero se entregó a Dios.
Siguió orando.

Pasaron las décadas, y los últimos dos no se convertían, aunque Müller oraba cada día por ellos. Alguien le preguntó si aún creía que serían salvos. Él respondió:

“Confío en Dios, sigo orando y espero la respuesta.”

Müller vivió hasta los noventa y tres años. Durante cincuenta y cuatro años, oró diariamente por esos dos amigos. Ya anciano, ellos aún no se habían convertido, pero Müller estaba seguro de que Dios había escuchado sus oraciones.

Poco antes de morir, el cuarto amigo se entregó a Cristo. Y algunos años después, también el quinto lo hizo.
¡Qué reunión tan gozosa tendrá Müller con esos dos hombres cuando Jesús regrese y resucite a los justos para vida eterna!


Dios oye nuestras oraciones

Dios oye nuestras oraciones.
Y cuando Dios oye, Él actúa.
Quizás eso tenía en mente el salmista cuando escribió:

“Amo a Jehová, pues ha oído
Mi voz y mis súplicas;
Porque ha inclinado a mí su oído,
Por tanto, le invocaré en todos mis días.”
(Salmo 116:1–2)


Preguntas para reflexión personal o en grupo

  1. ¿Cuál es tu experiencia respecto a tener la certeza de que Dios ha escuchado tus oraciones?
  2. ¿Tu comprensión sobre el pecado imperdonable coincide con lo que leíste en este capítulo? Si no, ¿en qué difiere?
  3. ¿Qué te sorprende más de la historia de Henry y su maravillosa transformación?
  4. ¿Qué piensas de la idea de que cuando Dios escucha, es porque piensa actuar?
  5. ¿Por quién estás orando hoy para que pase de la oscuridad a la luz, y de la pecaminosidad a la santidad?
  6. ¿Cuáles son algunas de tus luchas al orar durante mucho tiempo por un ser querido sin ver cambios aparentes?