Pedir en el nombre de Jesús implica un gran poder. Cuando presentamos nuestras peticiones ante el Dios Todopoderoso para que Él las lleve a cabo, Él, en Su gracia, nos permite participar de Su poder. Yo imagino pedir en el nombre de Jesús como algo semejante al acto de la creación —sí, la creación del universo. Esa Palabra de Dios sobrecargada de poder que creó miles de millones de galaxias en una explosión de materia, átomos, energía y luz hace tanto tiempo— eso se hizo en el nombre de Jesús (Colosenses 1:16).
«Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos… Porque Él dijo, y fue hecho; mandó, y existió» (Salmo 33:6, 9). Esa es la magnitud del poder disponible para los creyentes cuando oramos en Su nombre.
En el capítulo anterior, examinamos dos componentes de lo que significa orar en el nombre de Jesús: autoridad y acceso. En este capítulo estudiaremos dos más.
Alcance: Pide cualquier cosa
Tal vez el aspecto de las promesas de Jesús sobre la oración que nos resulta más difícil de creer es el hecho de que Él nos anima a pedir cualquier cosa. Otra palabra sorprendente que usa es “todo lo que”, como en:
«Y todo lo que pidáis en mi nombre, eso haré… Si algo pidieres en mi nombre, yo lo haré» (Juan 14:13-14).
O: «Yo os elegí y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, Él os lo dé» (Juan 15:16).
Estas son promesas asombrosas.
Cuando pedimos poco, es señal de que creemos que nuestro Dios es demasiado pequeño para ayudarnos con algo mayor. Sin embargo, según Jesús, ni siquiera el cielo es el límite. Es solo un punto de referencia, por así decirlo, en el camino hacia lo alto que podríamos llegar.
Las promesas en los capítulos 14 al 16 de Juan sobre el alcance aparentemente infinito de nuestras peticiones a Dios se basan en una declaración que Jesús hizo en el versículo justo anterior a cuando mencionó la oración:
«De cierto, de cierto os digo: el que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre» (Juan 14:12).
Jesús sanó a los enfermos, expulsó demonios y resucitó muertos. ¿Haremos obras mayores que esas?
Obras mayores. Mayores en alcance, puesto que tratamos con las oraciones de todo el cuerpo de creyentes y no solo de un Hombre. Esto fue demostrado por la iglesia del Nuevo Testamento. Pedro y Juan sanaron a un hombre lisiado de nacimiento (Hechos 3:1–10). Pablo expulsó demonios y sanó a los enfermos (Hechos 16:16–18; 19:11–12), y tanto Pedro como Pablo resucitaron muertos, tal como lo había hecho Jesús (Hechos 9:36–42; 20:7–12).
«Y por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo» (Hechos 5:12).
Y no solo por medio de los apóstoles: «Y Esteban, lleno de fe y de poder, hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo» (Hechos 6:8).
Asimismo, «Felipe descendió a la ciudad de Samaria y les predicaba a Cristo. Y la gente, unánime, escuchaba atentamente las cosas que decía Felipe, oyendo y viendo las señales que hacía. Porque de muchos que tenían espíritus inmundos, éstos salían dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados. Y hubo gran gozo en aquella ciudad» (Hechos 8:5–8).
¡Obras mayores, en verdad!
Recientemente, me encontré con una historia notable del poder de Dios a través de la oración. Bob Hunter era un agente del gobierno que vivía en Washington D. C. Era un nuevo cristiano y estaba tratando de comprender algunas de las promesas tan extravagantes que Jesús hace en la Biblia.
Un día, le preguntó a su amigo Doug Coe:
—Doug, ¿de verdad crees lo que dice la Biblia acerca de mover montañas cuando oramos?
Su amigo pensó un momento y respondió:
—Claro.
Agregó que esa afirmación debía entenderse en el contexto de todo lo demás que la Biblia dice acerca de la oración, pero que, sí, mover montañas también era algo que Dios podía hacer en respuesta a la oración.
Bob decidió que debía orar por algo grande. Decidió orar por África.
Doug le sugirió quizá empezar con un solo país en lugar de todo un continente. Así que Bob eligió Uganda.
Para animar a su nuevo amigo cristiano, Doug lo hizo aún más interesante. Le dijo:
—Te propongo una apuesta. Ora cuarenta y cinco días por Uganda —no puedes faltar ni un solo día—, y al final de los cuarenta y cinco días tú serás el juez de si algo significativo ha sucedido en el país. Si algo importante ocurre, tú me pagas quinientos dólares. Pero si tú crees que no ha pasado nada grande en Uganda mientras orabas durante seis semanas, simplemente me lo dices, y yo te daré quinientos dólares, sin hacer preguntas.
Bob aceptó las condiciones y oró cada día:
—¡Dios, ayuda a África! ¡Ayuda a Uganda!
Recuerda, era un cristiano nuevo. Sus oraciones eran simples, pero llenas de fe.
Según cuenta la historia, en el día treinta y dos, asistía a una gran cena en Washington y se sentó junto a una mujer mayor. Descubrió que ella vivía en Uganda y dirigía un orfanato allí. Bob comenzó a hacerle muchas preguntas sobre Uganda y sobre su ministerio. Finalmente, ella le preguntó por qué estaba tan interesado en Uganda, a lo que él respondió, algo avergonzado, con la historia del texto bíblico y la apuesta con su amigo.
La mujer terminó invitándolo a visitar el orfanato, y él aceptó.
El corazón de Bob fue conmovido por la difícil situación de los huérfanos en Uganda. Cuando regresó a casa, no podía quitarse de la mente la necesidad que había visto de atención médica básica. Comenzó a contactar compañías farmacéuticas y logró coordinar el envío de más de un millón de dólares en suministros médicos a Uganda.
La mujer del orfanato lo llamó para agradecerle y le pidió si podía volver a asistir a una ceremonia especial de agradecimiento.
Mientras tanto, el presidente de Uganda se enteró de la buena acción hecha por el orfanato y lo invitó a visitarlo. El presidente lo invitó a dar un paseo por la ciudad.
Durante el recorrido, Bob notó un corral lleno de hombres que parecían vivir en condiciones deplorables. Le dijeron que eran prisioneros políticos. La reacción de Bob fue espontánea y de corazón:
—Eso está mal. Tienes que dejarlos libres. No es correcto que seres humanos vivan en esas condiciones.
Una semana después de que Bob Hunter regresara a su casa, recibió otra llamada telefónica, esta vez del Departamento de Estado de los Estados Unidos. Le daban las gracias en nombre del gobierno estadounidense. Los prisioneros políticos que había visto unos días antes habían sido liberados, algo que el gobierno norteamericano había estado instando a Uganda a hacer durante años, pero sin éxito.
Varios meses después, el presidente ugandés pidió a Bob que regresara para orar por él mientras formaba un nuevo gobierno. Quería la guía de Dios en el proceso, y quería que Bob estuviera allí.
¿Se consideraría eso algo significativo como respuesta a la oración? ¡Yo diría que sí!
Influir en el presidente de una nación e impactar al ministerio de relaciones exteriores más poderoso del mundo es algo significativo.
Supongo que Doug no tuvo más remedio que pagarle a Bob los 500 dólares.
Todo esto sucedió porque un hombre decidió orar por cualquier cosa, sin importar cuán grande fuera —¡todo un país!—, como si no hubiera límite para lo que Dios pudiera hacer.
De hecho, no hubo límite alguno para lo que Dios hizo.
Del mismo modo, no hay límite para lo que la iglesia de Dios puede lograr al acercarse a Él en el nombre de Jesús.
Esto significa que Sus promesas respecto a “cualquier cosa” o “todo lo que” no son una invitación a oraciones indulgentes.
Debemos orar conforme a la voluntad de Dios y con la intención de cumplir Sus propósitos en la Tierra.
«Las oraciones de los discípulos serán oídas porque los fieles suplicantes pertenecen a Cristo y, al estar unidos con Él, ofrecen solo aquellas oraciones que le son agradables, y la mención formal de Su nombre procede de una correspondencia real con Él.»³
Certeza: ¡Recibirás!
Otro factor en las promesas de Jesús es la certeza que podemos tener acerca de recibir respuestas a nuestras oraciones.
Lee nuevamente estas promesas:
«Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá» (Mateo 7:7–8).
Jesús nos asegura que todo aquel que pide —en fe, conforme a Su voluntad— recibirá.
Esta promesa no está reservada para una élite espiritual ni para los teológicamente profundos; es para todos los que piden.
Cada texto de nuestra lista habla de certeza:
«Y todo lo que pidáis en mi nombre, eso haré… Si algo pidieres en mi nombre, yo lo haré» (Juan 14:13–14).
«Pedid lo que queráis, y os será hecho» (Juan 15:7).
«Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, Él os lo dé» (v. 16).
En otras palabras, Él es capaz de dártelo.
«Pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido» (Juan 16:24).
Ninguna de estas promesas muestra vacilación alguna de parte de Jesús. ¡Él promete con total seguridad que todo será nuestro si lo pedimos!
Mi promesa favorita es esta:
«Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mateo 18:19–20; énfasis añadido).
Observa que Jesús comienza diciendo: “Otra vez os digo.”
Obviamente, ya había mencionado esto antes, pero tal vez la promesa era tan asombrosa que Sus discípulos tuvieron dificultad para creerla.
Necesitó repetir Su promesa.
La siguiente desafía toda creencia:
«Por tanto os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá» (Marcos 11:24).
La mayoría de las personas lee este texto y niega con la cabeza, concluyendo que esto no puede significar literalmente lo que dice. Algunos creen que se trata de una hipérbole, una forma simbólica de hablar, que no debe tomarse literalmente.
Sin embargo, cuando observamos el contexto de esta declaración, nos damos cuenta de que Jesús está respondiendo al hecho de que maldijo una higuera literal, ¡y realmente se secó!
Por eso continuó diciendo:
«Tened fe en Dios. Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: “Quítate y échate en el mar”, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho» (vv. 22–23).
¿Estaba Jesús hablando de una montaña imaginaria?
Muchos así lo suponen. Piensan que Jesús debía estar refiriéndose a los problemas personales como “montañas” que necesitan ser removidas.
Sin embargo, cuando pronunció esas palabras, estaba de pie sobre una montaña literal, en Jerusalén, ¡y estaba rodeado de otras montañas!
Ahora bien, no debemos olvidar que la fe y el orar conforme a la voluntad de Dios, con un corazón rendido, son las condiciones para recibir respuesta a tales oraciones tan extraordinarias.
Revisaremos esas condiciones en el siguiente capítulo.
Pero si se cumplen esas condiciones, lo que Jesús está diciendo es que todo y cualquier cosa son posibles.
¿No fue acaso posible para Josué, mediante la oración, detener la puesta del sol hasta terminar la batalla del Señor? (Josué 10:12–14).
En términos de física y astronomía puras, lo que Josué pidió era literalmente imposible de responder sin causar una catástrofe en la Tierra y en todo el sistema solar.
Sin embargo, ¡sucedió literalmente!
El énfasis de Jesús en este texto (Marcos 11:24) es creer —contar con la respuesta desde el momento mismo en que se hace la petición—.
¡Vivir como quien ya ha recibido la respuesta en el instante en que presenta la oración a Dios!
«Cualquiera sea el don que Él promete —escribe Elena de White—, está incluido en la promesa misma… Tan ciertamente como la encina está en la bellota, así de cierto está el don de Dios en Su promesa. Si recibimos la promesa, tenemos el don.»⁴
Debemos recordar dos cosas cuando consideramos reclamar las promesas de Dios.
La primera es que el contexto de estas promesas tiene que ver con la obra de Dios en el mundo.
Estas promesas se relacionan con la misión de la iglesia para alcanzar a un mundo moribundo.
No podemos aplicar estas maravillosas promesas para obtener beneficios personales.
Por ejemplo, es poco probable que Dios responda una oración que diga:
«Dios, quisiera que pusieras un montón de paquetes de chicle en la esquina para que los lleve a casa»,
a menos que esa petición tenga algo que ver con el cumplimiento de la Gran Comisión.
«Él [Jesús] prometió responder cierto tipo de oraciones, incluyendo aquellas que coinciden con Sus planes para el mundo.»⁵
La segunda cosa que debemos recordar es orar oraciones específicas.
Cuando Jesús dio el modelo de oración, estaba compuesta de peticiones específicas (Mateo 6:9–13).
Cuando indicó a Su iglesia por qué orar, se refirió a cosas específicas, como orar por quienes nos persiguen (Mateo 5:43–44), orar para no caer en tentación (Marcos 14:38), orar para recibir el Espíritu Santo (Lucas 11:9–13) o orar por más obreros para la misión de Dios (Mateo 9:36–38).
En lo que respecta a la misión de Dios en el mundo, a menudo nosotros, en la iglesia, oramos de manera general.
“Bendice a los misioneros”, decimos, o “Que muchos lleguen a conocerte”, oramos.
Orar de manera general puede parecer lo más seguro, porque nadie puede probar que la oración no fue respondida.
En algún lugar del mundo, seguramente algún misionero fue bendecido, y alguien llegó a conocer a Cristo, pero no tenemos idea de quién.
Este tipo de oración no refleja el pensamiento desde la perspectiva de Dios, sino desde la nuestra.
Orar de esta forma general debilita nuestra fe en Dios.
Esperamos cada vez menos de Él.
Y como la oración es tan general, pronto olvidamos lo que pedimos o, peor aún, ni siquiera nos molestamos en buscar una respuesta.
Así que, en lugar de orar para que se haga evangelismo en nuestra iglesia, deberíamos orar, por ejemplo, para que cincuenta personas asistan a nuestro seminario de capacitación evangelística, o para que quince personas tomen la decisión de ser bautizadas y convertirse en Sus discípulos.
Entonces sabremos si Dios realmente está respondiendo la oración.⁶
Preguntas para discusión en grupo o reflexión personal
- Analiza la afirmación que aparece en la primera página de este capítulo y que dice:
«Cuando pedimos poco, es señal de que creemos que nuestro Dios es demasiado pequeño para ayudarnos con algo mayor».
¿Con qué frecuencia crees que esto es cierto? - ¿Qué opinas de la historia de Bob sobre orar por Uganda?
- Reflexiona sobre las promesas aparentemente absurdas de Jesús en Juan 14:13–14; 15:7, 16; y Mateo 18:19–20.
¿Qué piensas acerca de ellas? - ¿Por qué ordenó Josué, por la autoridad de Dios, que el sol se detuviera hasta que la batalla estuviera completada?
- ¿Cuáles son las dos cosas que debemos recordar cuando consideramos reclamar las promesas de Dios?