22. La transformación radical de Japón

Durante la guerra, las industrias de la Hermandad Omi se vieron ralentizadas, sus escuelas fueron tomadas y su labor religiosa obstaculizada. Los miembros más jóvenes fueron reclutados en el ejército y muchos murieron. Los líderes militares se apoderaron de la mayoría de sus instalaciones. Solo la necesidad del ejército japonés de Mentholatum evitó que la hermandad se desintegrara por completo.

Luego los líderes militares difundieron el rumor de que Vories era un espía estadounidense. El emperador Hirohito envió a su hermano a Omi-Hachiman para mostrar su apoyo, desviando así este ataque contra el arquitecto/misionero. Durante los últimos siete meses de la guerra, Vories y su esposa se refugiaron en las montañas. Tuvieron que buscar entre las colinas hojas y hierbas comestibles para no morir de hambre. Sin embargo, su precaria situación se revirtió rápidamente cuando los Aliados derrotaron a Japón y comenzó la ocupación estadounidense. Vories se encontró en una posición única: había nacido estadounidense, pero ahora era un hombre de negocios completamente versado en las costumbres japonesas y altamente respetado en todo el país. Se convirtió en enlace entre el nuevo gobierno y la autoridad de ocupación estadounidense, pasando tiempo tanto en el Palacio Imperial como en el cuartel general aliado.

Ayudando a un antiguo enemigo

Durante el periodo de reconstrucción, Vories volvió a esparcir la levadura del evangelio y de los principios bíblicos. El general Douglas MacArthur, Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas, se propuso rehacer al antiguo país enemigo, instaurando una amplia gama de reformas benévolas. MacArthur, de manera célebre, pidió que diez mil misioneros fueran a entrenar a los japoneses para vivir de una nueva manera; pero solo unos pocos cientos respondieron al llamado.

Otros aliados presionaron al general MacArthur para castigar al pueblo japonés y a todos sus líderes. Los rusos amenazaron con entrar y ocupar su parte del país para asegurarse de que se hiciera justicia. Pero MacArthur prevaleció. El general escribió al secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Henry Morgenthau, diciendo que deseaba “llevar a la tierra de nuestro enemigo vencido el consuelo, la esperanza y la fe de la moral cristiana.”

El general MacArthur estableció ambiciosos objetivos para reformar la nación. Levantó todas las restricciones a las actividades políticas, civiles y religiosas. Llevó a los peores criminales de guerra de Japón a la justicia. Liberó a los prisioneros políticos. Lanzó programas de alimentación para ayudar a los campesinos que habían sido obligados a luchar y a pagar impuestos exorbitantes durante la guerra. Ordenó a las tropas estadounidenses que no comieran ningún alimento necesario para el pueblo y rogó al gobierno de EE. UU. que enviara más provisiones.

Futuros magnates en la foto de clase

Ante estos esfuerzos de buena fe, el pueblo japonés comenzó a creer que los Estados Unidos ayudarían a su país. El general MacArthur modeló la nueva constitución de Japón a semejanza de la de Estados Unidos. Las mujeres obtuvieron el derecho al voto y la primera asamblea elegida democráticamente las declaró iguales ante la ley. Pronto se abrieron universidades para mujeres y ellas fueron elegidas para ocupar cargos públicos.

MacArthur estableció el nuevo sistema educativo. También trajo a empresarios estadounidenses cuidadosamente seleccionados para ayudar a los japoneses a sentar las bases de una nueva economía. Años después, vi una foto en la revista Forbes tomada en aquella época. Jóvenes japoneses posaban con su maestro estadounidense. Leí los nombres de los estudiantes y reconocí a varios que ahora están vinculados a marcas famosas en la economía global.

El pueblo japonés pasó los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial en un tiempo crítico de autoexamen. Habían librado la guerra tanto por razones religiosas como nacionalistas. Los japoneses creían que su emperador era un dios y que su raza era superior a todas las demás. Cuando su aplastante derrota desacreditó esas creencias, quedaron abiertos a nuevas ideas.

Alguien que les allanó el camino fue un hombre que había ganado su confianza a lo largo de las décadas: Vories. En Adventurers for God, Clarence Hall dice: “Bajo las reformas benévolas de MacArthur, fuertemente subrayadas con fe religiosa, Vories encontró a los japoneses ansiosos por aprender más acerca del cristianismo.”

El pueblo pidió a Vories que dictara conferencias en universidades, que dirigiera reuniones evangelísticas y que se reuniera con funcionarios del gobierno para discutir los “aspectos espirituales de la democracia.” Incluso el Palacio Imperial lo convocó varias veces para hablar con el emperador sobre la “democracia cristiana.”

Hubo otro cambio importante. La nueva constitución estableció la igualdad entre el pueblo japonés. Gracias a los esfuerzos de Vories, esta nueva igualdad incluyó a los Eta, o clase “impura”, que había estado segregada durante siglos, de forma semejante a los “intocables” en la India. Fue solo una manera más en la que Dios trajo bendición tras la maldad de los años de guerra. Usó a un misionero, a un general y a un pueblo en búsqueda para forjar un nuevo comienzo para Japón.

Cuando los estadounidenses ayudaron a los japoneses a reconstruir su país, incluida su nueva constitución, transmitieron aspectos de la cultura estadounidense que estaban basados en El Libro. Sin embargo, la honestidad japonesa respecto a las posesiones materiales, un principio básico de su cultura, fue más allá de lo que los estadounidenses podían enseñarles. Este valor cultural, junto con el efecto de la levadura escondida de William Vories y de los hermanos Omi, ha contribuido al resurgimiento económico de Japón.

Todos son responsables de obedecer la verdad de Dios: cada persona y cada nación. En el Antiguo Testamento, Deuteronomio 28 dice que si obedecemos los principios de El Libro, seremos bendecidos; si no lo hacemos, seremos maldecidos. Si hacemos lo que Dios ha dicho, seremos bendecidos aquí en la tierra, aun si no tenemos una Biblia o no conocemos a Jesús, la mayor bendición de todas. Los principios de Dios son relevantes, incluso cuando son seguidos por incrédulos, como en Japón. Por otro lado, si no obedecemos los principios de la Palabra de Dios, conoceremos el fracaso y la derrota. Esto es cierto para toda nación en la tierra, sin importar cuán grande sea su herencia.