16. EL PRIMER ATAQUE CARDÍACO DE ROGER

Diciembre de 1984.

Mamá se había deshecho de su auto, así que viajó en un ómnibus Greyhound para venir a visitarnos. Llegó a tiempo para el Día de Acción de Gracias y se quedó con nosotros hasta después de las fiestas de Año Nuevo. En ese tiempo estábamos viviendo en Endecott, Nueva York. Una noche llevamos a mamá a su apartamento en el complejo de ciudadanos mayores en Niagara Falls, Ontario, y nos quedamos a pasar la noche. Roger durmió en su dormitorio y mamá y yo dormimos juntas en el sofá de la sala.

Mamá me despertó temprano esa mañana, diciendo:
—Hilda, no sé qué le pasa a Roger. Estuvo levantándose y acostándose toda la noche.

Yo había trabajado la noche anterior a llevar a mamá de regreso a su casa, y había dormido tan profundamente que no me desperté para oír a Roger moverse. Cuando fui a revisarlo, no podía creer lo que veía. Su color era ceniciento y transpiraba en exceso. Aun así, iba a intentar darse una ducha.
—¡No! —le dije—. Vamos al hospital de inmediato.

Subimos al auto para conducir hasta el hospital de regreso en los Estados Unidos. Yo manejaba, y enseguida me di cuenta de que Roger no llegaría tan lejos. Pero no sabía dónde estaba el hospital en Niagara Falls, Ontario. A una cuadra de la casa de mamá vi una farmacia. Me detuve, corrí adentro y pedí indicaciones, diciendo que mi esposo estaba gravemente enfermo. Dios me ayudó a llegar al hospital.

Me detuve frente a la entrada y corrí hacia la sala de emergencias, diciéndoles que mi esposo estaba en estado crítico y que se apuraran en sacarlo del auto. Lo llevaron en una camilla y desaparecieron tras unas puertas cerradas. Me senté en la sala de espera hasta que pude entrar a su habitación. Vi al médico de emergencias correr junto a mí mientras esperaba que me llamaran para ver a Roger. Más tarde supe que corría a buscar al cardiólogo, que estaba en el estacionamiento, de camino a su casa. Los dos corrieron de regreso hacia Roger. Parecieron horas antes de que supiera qué estaba pasando. Luego el doctor salió y dijo que no sabían si podrían salvarlo o no. Lo habían llevado de urgencia a la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos). Esto fue en el Greater Niagara General Hospital.

Mientras me sentaba cerca de la UCI, dos mujeres estaban cerca cuyos esposos también eran atendidos allí. Uno de los hombres había tenido un accidente automovilístico. El esposo de la otra mujer tenía una grave afección cardíaca. Ninguna sabía si sus maridos sobrevivirían. La esposa del accidentado estaba muy alterada por la condición de su marido y por darse cuenta de que habían dejado todas sus pertenencias en un hotel en Niagara Falls, Nueva York, donde estaban de vacaciones. No sé cómo Dios me dio fuerzas, pero la conduje hasta el hotel para recoger sus cosas y la llevé de nuevo al hospital, donde esperamos hasta que finalmente pudimos ver a nuestros esposos.

Aún no había llamado a mamá para contarle lo que estaba ocurriendo. Cuando lo hice, se mostró distante y desinteresada. Ni siquiera vino al hospital a acompañarme. Me sentí tan sola, como si hubiera caído en un agujero negro profundo y oscuro del cual no podía salir. Recuerdo estar en la sala de espera de emergencias, simplemente sentada allí en estado de shock. No recuerdo si fui a dormir a la casa de mamá. Ella estaba tan desapegada, diciendo cosas como:
—Si muere, tendrás que seguir adelante.

Esas palabras no me dieron ni fuerza ni esperanza. A veces no entendemos por qué nuestros propios seres queridos no pueden estar allí para nosotros, y sin embargo sabemos que ellos mismos atraviesan situaciones que les hacen imposible brindarnos apoyo.

Le agradezco a Dios que Él estuviera allí para Roger y para mí. Alabado sea el Señor, en el lapso de una semana ya estaba conduciendo a Roger de regreso a Endecott y a casa. Fue un verdadero milagro, uno que Roger relató en Incredible Answers to Prayer. Supongo que las cosas que mamá había vivido en su vida la habían endurecido o de algún modo la habían dejado incapaz de empatizar conmigo. Fue tan fuera de lo común que no mostrara cuidado ni amor. Ciertamente Dios estuvo allí para Roger y para mí, y para todos los pacientes en la UCI en ese momento. Como cuenta la historia de Roger, por críticos que estuvieran muchos de ellos, todos sobrevivieron.

Para ese momento Roger ya se había jubilado de sus cargos remunerados. Había escrito y publicado un libro antes de retirarse, Trip Into the Supernatural. Sus otros libros fueron escritos después de que se le diagnosticara miocardiopatía. Esta fue la condición que casi le costó la vida en la experiencia en Ontario Falls, Canadá.

Ya en casa, en Endecott, Roger se estaba recuperando de su episodio cardíaco, y pasaba la mayor parte de su tiempo en cama. Estaba tan débil y agotado que incluso bajar a comer lo dejaba exhausto.

Un día, mientras hacía compras en el centro comercial, pasé frente a la tienda de mascotas. Me detuve un momento a mirar por la ventana y vi tres cachorros de Schnauzer. Eran tan adorables que no pude resistirme. Entré a la tienda y pregunté si podía sostener a uno de ellos. Al tenerlo en brazos pensé que quizá esto ayudaría a Roger, dándole algo que lo necesitara. Llamé a Daniel y le dije:
—Encuéntrame en el centro comercial. Creo que encontré algo que puede ayudar a tu papá a sentirse mejor y a salir adelante.

Veinte minutos más tarde, Daniel estaba en la tienda de mascotas. Tuvo la misma dificultad que yo. Los tres cachorros se parecían y cada uno era encantador. No podíamos decidir cuál sería para Roger, así que llevamos el del medio. Cuando llegamos a casa, por supuesto Roger estaba en la cama. Daniel sostuvo al cachorro en una mano y dijo:
—¡Papá! Papá, mira lo que tengo.

Roger levantó la vista.
—¿Y eso para qué?

—Papá, es tuyo —dijo Daniel—. Mamá te compró un cachorro.

—¿Cómo voy a cuidar de eso? Si ni siquiera puedo cuidarme a mí mismo.

Pensó que nos habíamos vuelto locos. Entonces Daniel puso al cachorro en la cama de Roger, y este fue directo a su cara. Roger tocó su suave pelaje y ese fue el inicio de una maravillosa amistad entre ambos. Se volvieron inseparables.

Roger la llamó Krystal. Era hermosa: negra con hebras plateadas y zonas blancas en su pelo ondulado, lo que la hacía muy atractiva. Tenía grandes ojos oscuros que derretían nuestros corazones y un carácter muy alegre. Como Krystal necesitaba salir de vez en cuando, Roger comenzó a caminar de nuevo. Con el tiempo descubrió que necesitaba distintos artículos para cuidarla, y eso dio inicio a los viajes a la tienda de mascotas para comprar cosas como un mejor arnés y correa. Llevó a Krystal a la peluquería canina y preguntó si podían mostrarle cómo arreglarla. Esa joven mujer casada simpatizaba con Roger y sabía cuánto deseaba cuidar él mismo de su perra. En unos meses, ella le enseñó cómo acicalarla. Entonces la pequeña Krystal tuvo a su propio peluquero personal. Ese dulce y pequeño paquete de amor fue la inspiración para que Roger recuperara una vida más saludable.