15. LA LUZ DE DIOS AÚN BRILLA

En 1969 vivíamos en Arcade cuando nos mudamos a Hunt, Nueva York, y comenzamos a vivir en una casa rodante que mi padre nos ayudó a comprar. En ese momento, por invitación del pastor A. J. Patzer, pensábamos en trasladar la casa rodante al terreno de la iglesia de Letchworth y considerarla nuestra iglesia local. Poco después comenzó la reunión campestre anual de una semana en el norte del estado de Nueva York. Roger se había ganado el respeto del pastor Patzer, presidente de la Conferencia de Nueva York de los Adventistas del Séptimo Día, y lo invitó a dar su testimonio personal en la reunión campestre. Todavía conservo la carta que envió a Roger.

13 de junio de 1969

Querido hermano Morneau:

Fue un verdadero placer para nosotros haber tenido la oportunidad de estar en Letchworth el pasado sábado, 7 de junio, y también de estar en su hogar después del servicio de iglesia en la tarde del sábado.

Escuché con mucho interés acerca de su aceptación de la fe adventista del séptimo día y del número de estudios bíblicos que tuvo cada noche y que, por supuesto, finalmente lo llevaron a unirse a la Iglesia Adventista del Séptimo Día.

La tarde del sábado 5 de julio, en nuestra reunión campestre, queremos presentar varias facetas ganadoras de almas de nuestra obra, y me encantaría tenerlo en nuestro programa y poder entrevistarlo en relación con el programa del sábado por la tarde.

¿Sería posible para usted estar en nuestra reunión campestre el sábado 5 de julio…?

Muchas gracias, esperando con ansias verlo, y con los más cordiales saludos cristianos,

Suyo en el servicio del Maestro,
A. J. Patzer, Presidente

Fue gracias a los comentarios del pastor Patzer y de otros amigos dedicados a Dios que Roger supo que el Señor lo estaba guiando a escribir sus muchas historias de oraciones contestadas.

Hunt, Nueva York, es un pequeño pueblo cerca de Nunda, donde yo trabajaba el turno de noche en el hospital de Dansville. Eran unos once kilómetros de trayecto, y el camino me llevaba por un par de colinas altas. Una noche salí de casa alrededor de las 10:30, ya que debía entrar de guardia a las 11:00. Casi había alcanzado la cima de la primera colina cuando, de repente, mi coche dejó de avanzar. No tenía control sobre la dirección, los frenos ni nada. Cuando solté el pie del acelerador, el coche comenzó a rodar hacia atrás cuesta abajo. Estaba aterrada, pues naturalmente el coche fue tomando velocidad mientras descendía. A la derecha había un terraplén, y a la izquierda una zanja profunda con paredes empinadas. Colocados a intervalos regulares junto al borde de la zanja, había postes de acero destinados a impedir que los autos salieran de la carretera y cayeran dentro.

Yo no tenía control sobre el coche y no podía hacer nada más que orar: “Oh, Señor, protégeme de volcarme”, clamé. El auto se desvió hacia el carril contrario y luego pasó entre los postes de acero sin tocarlos, ¡bum, bum, bum! hasta que se detuvo bruscamente con violencia en el fondo de la zanja. Mis manos seguían aferradas al volante con todas mis fuerzas. Me asombraba no haber sufrido lesión alguna. Primero di gracias a mi Salvador. Luego recordé que Roger, mi amado esposo, siempre guardaba una linterna grande en ambos autos. La encontré y me alegré de que funcionara. Comencé a agitar el haz de luz brillante hacia lo alto, en dirección a la carretera. La noche estaba completamente oscura, pero podía ver la luz de los vehículos que pasaban arriba. Oré: “Oh, Señor, Tú sabes que no hay manera de que yo pueda subir esta pendiente tan empinada por mí misma”. Poco después de esa oración escuché la voz de un hombre que llamaba desde la carretera: “¿Está bien?”.

“Estoy bien, pero no puedo subir la colina sola”, grité. Él bajó por el terraplén y me ayudó a escalar con su apoyo. Este buen hombre me llevó en su coche hasta Nunda, donde pude usar un teléfono. Llamé a Roger y le pedí que avisara al hospital explicando que no podría estar de guardia.

La historia que este hombre me contó durante el viaje a Nunda solo pudo venir de Dios. Vivía en Warsaw y tenía un trabajo nocturno cerca de Dansville. Algo lo impresionó para que regresara a casa por un camino distinto, mucho más largo e incluso en dirección contraria, pero pensó: “¡Por qué no!”. Así, iba conduciendo por la carretera hacia Nunda cuando creyó ver una luz brillando a su derecha. Cuanto más miraba, más brillante se volvía la luz. Entonces detuvo su coche y me llamó.

Nunca volví a ver a ese hombre ni me dio su nombre. ¿Podría haber sido mi ángel guardián? Solo en la eternidad lo sabré. Pero esto sí sé: estaba necesitada de ayuda y Dios contestó mi oración.

Al cabo de un año o algo más de que Roger trabajara para la compañía, quisieron que estuviera más cerca de la oficina de Syracuse, así que le dieron varias opciones de lugares donde mudarse. Él eligió Binghamton, Nueva York. Leland Mast le dio el crédito a Roger por muchos de los proyectos exitosos que experimentaron mientras estuvo con ellos. Roger se convirtió en su gerente de ventas. Había establecido a Leland Mast entre los francófonos en St. John, New Brunswick, Canadá, así como en otros lugares. Roger ayudó a organizar y contratar al personal para la sucursal de St. John. Siempre que podía nos llevaba como familia. Fue un gesto muy bueno de la compañía alentar a Roger a llevarnos a Daniel y a mí. Para entonces, nuestros hijos mayores, Linda y Donald, ya estaban casados.

Linda y su esposo tenían dos preciosos hijos, un hijo y una hija. Roger y yo amábamos tanto a toda nuestra familia, incluidos los yernos y nueras y, especialmente, a nuestros nietos. Sin embargo, hubo dificultades que Linda y su esposo no pudieron resolver, y su primer matrimonio terminó en divorcio.

Linda siempre fue brillante. Volvió a la universidad y trabajó en oficinas legales como secretaria. Conoció a su actual esposo, Mike Hatley, en el Walla Walla College. Los tres hijos de él —Michelle, Christina y James—de un matrimonio anterior vivían con él. Con los dos de Linda —Michael y Deborah— había cinco niños en el hogar. Para Roger y para mí fue un alivio saber que Linda y sus hijos estaban asentados. La alegría que dan los hijos compensa todo el dolor de esta vida.

Nuestro hijo mayor, Donald, fue a la universidad y se convirtió en enfermero titulado. Estábamos tan orgullosos de su profesión de cuidado y entrega, y de sus muchas buenas decisiones, como lo sigo estando hasta hoy. Donald nos ha dado cuatro nietos a quienes amamos profundamente: Danielle, Jennifer, Eden y Delight. Se ha casado más de una vez, y cada una de esas queridas esposas ha sido tan amada por Roger y por mí como nuestros propios hijos. El divorcio es sumamente doloroso para toda la familia. Un día dejaremos atrás ese dolor y nos regocijaremos de que estas familias estén unidas bajo el estandarte del cielo.

Roger eventualmente dejó la compañía telefónica debido a la presión para viajar por los estados del este en busca de más negocios. Poco tiempo después trabajó en el Binghamton Press, el principal periódico de la ciudad, como vendedor de publicidad. Se enorgullecía de diseñar los anuncios para sus clientes, desde anuncios de página completa hasta pequeños avisos, manteniéndose al tanto de los acontecimientos de la comunidad. Esto le brindó muchas oportunidades de hacer amigos. Nunca tuvo que trabajar en sábado. Sus compañeros realmente lo apreciaban, y Roger también sentía un profundo afecto por ellos y agradecía al Press por un trabajo tan gratificante.

Luego nuestro pastor en la iglesia adventista de Vestal Hills le pidió a Roger si estaría dispuesto a hablar en la reunión de jóvenes un viernes por la noche. Roger era maestro de escuela sabática de adultos y su clase estaba bien concurrida, pero no sabía de qué hablarles a los jóvenes. Cuando llegué a casa del trabajo a la mañana siguiente, Roger me contó que había estado pensando qué decir, y sintió la impresión de contar al grupo su propia experiencia con el espiritismo. No había hablado de eso en muchos, muchos años. De hecho, Roger había evitado mencionarlo porque no quería que nuestros hijos pensaran en su padre como alguien que alguna vez se involucró con tal oscuridad. Pero ahora nuestros hijos ya eran adultos, independientes y fuera de casa. Su fuerte convicción de advertir a la gente acerca del mundo espiritual de las tinieblas fue lo que impulsó a que toda la historia se revelara.

En esa reunión del viernes por la noche estaba un pastor visitante, William R. Lawson, que trabajaba con personas ciegas y estaba visitando a su familia en la zona. Quedó tan impresionado con las experiencias que contó Roger que se le acercó después de la reunión y le dijo que su historia debía ponerse por escrito. Roger lo tomó en serio, como una dirección de parte de Dios. Fue entonces cuando comenzó a escribir a mano el manuscrito que más tarde se convirtió en Un Viaje a lo Sobrenatural (A Trip Into the Supernatural).

Desde que salimos de esa zona de Nueva York, Roger y yo habíamos mantenido correspondencia con la autora June Strong. Ahora Roger contactó a June para pedirle ayuda sobre qué hacer para preparar su historia para su publicación. Ella fue su mentora: lo guió, le hizo sugerencias y lo refirió a la Review and Herald Publishing Association, donde uno de los editores, Gerald Wheeler, trabajó con él. El primer manuscrito que Roger envió estaba escrito a mano. Se lo devolvieron con la petición de que fuera mecanografiado, a doble espacio, para que fuera más fácil de leer y evaluar. Roger nunca había mecanografiado, pero compró una máquina de escribir manual y aprendió, golpeando las teclas. Finalmente, tuvo su historia mecanografiada y la envió nuevamente. Fue aceptada, y entonces comenzó el verdadero trabajo entre Gerald y Roger. El libro publicado salió en 1982.

Tras la buena acogida de los lectores de Un Viaje a lo Sobrenatural, la gente comenzó a escribirle a Roger. Él leía cada carta y a menudo respondía con sensibilidad a sus consultas. Roger aprendió por esas cartas que muchos buscaban desesperadamente a Dios, pero al parecer no sabían cómo tener una relación personal y dinámica con Él. Reflexionando sobre esto, Roger decidió escribir acerca de sus experiencias personales de oración con y por sus clientes, mostrando lo que ocurría después de sus oraciones. Esperaba que eso condujera a sus lectores a hablar con Dios y hacerlo su Amigo precioso, entregándole todas sus preocupaciones. Así fue como Roger comenzó a escribir su primer libro sobre la oración personal, titulado Increíbles Respuestas a la Oración (Incredible Answers to Prayer).