13. Juan Calvino y la ciudad más maloliente de Europa (Ginebra)

Uno de los mejores ejemplos de cómo la Biblia transformó a un país es la historia de Suiza.
Esta nación te deja sin aliento al recorrerla en automóvil. A ambos lados se extienden verdes campos intactos, enmarcados por montañas cubiertas de nieve. Chalets de cuento, con tejados a dos aguas y balcones llenos de flores, se acomodan en los valles y se alzan en las laderas. A medida que avanzas, te acercas a ciudades sólidas y prósperas, con jardines, parques, grandes mansiones y bulevares bordeados de elegantes tiendas llenas de ropa de diseñador y otros lujos.

Es tentador pensar que siempre fue así en la tierra de la sólida bandera roja con una simple cruz blanca en el centro. Pero Suiza solía ser terriblemente pobre, siempre a merced de sus vecinos más poderosos. La Reforma en Suiza involucró a muchas personas y lugares. Pero para entender la transformación en esta región podemos observar la historia detrás de una sola ciudad: Ginebra. Uno de nuestros líderes en JUCUM, el Dr. Tom Bloomer, ha realizado un estudio en profundidad de la historia suiza, especialmente la de Ginebra. Estoy en deuda con Tom y con Jim Stier por permitirme compartir esta historia de su próximo libro Transformation for the Nations. Ellos muestran cómo el peor de los lugares llegó a ser un ejemplo brillante para el mundo. Es una historia notable de transformación, arraigada en el poder de la Palabra de Dios.

Una ciudad transformada

Imagina que estamos visitando Ginebra en el año 1530. El olor nos golpea primero. Ginebra ciertamente se había ganado su apodo: “La ciudad más apestosa de Europa”. Al acercarnos, vemos murallas en ruinas y calles cubiertas de basura y desechos humanos. Los olores a vómito, vino agrio y orina nos contraen la nariz. Sujetamos fuertemente nuestras pertenencias al notar qué tipo de personas nos rodean. Ya habíamos escuchado sobre los muchos criminales de la ciudad, refugiados políticos, mercenarios, espías, marineros del Lago de Ginebra, comerciantes, prostitutas y habitantes desesperadamente pobres de los barrios bajos. Ahora que estamos aquí, nos alegra no tener que quedarnos mucho tiempo en este muladar.

Tal vez pienses que todas las ciudades de la Edad Media eran malolientes y pobres. Es cierto, pero Ginebra lo era de manera especial. Y fue asombroso lo rápido que la ciudad cambió.

De lo peor a lo mejor

¿Cómo pudo una ciudad tan terrible llegar a ser tan próspera? ¿Cómo un lugar de crimen y corrupción llegó a convertirse en cruce de caminos de la diplomacia internacional y centro de organismos humanitarios y organizaciones internacionales? ¿Cómo un lugar de gran ignorancia terminó albergando tantas escuelas prestigiosas a las que la élite mundial envía a sus hijos a estudiar? ¿Por qué Ginebra se convirtió en el sitio donde naciones enemigas se reúnen y firman importantes tratados? ¿Cómo esta ciudad y esta nación se mantuvieron libres y sin guerras durante tres siglos?

Por supuesto, un estudio completo de la historia de Ginebra y Suiza va más allá del alcance de este libro. Pero si queremos entender las diferencias entre las naciones, por qué unas son pobres y otras ricas, sin duda deberíamos prestar mucha atención a Suiza y, en particular, a Ginebra.

La transformación de Ginebra comenzó con un hombre llamado Juan Calvino.

Calvino fue tan importante para la Reforma francesa como lo fue Martín Lutero para la alemana. Calvino y otros Reformadores del mundo francófono enfatizaban la necesidad de la salvación personal. Instaban a las personas a arrepentirse y confiar en Dios. Pero no se detuvieron allí. Inmediatamente se dispusieron a enseñar de manera sistemática, usando sus púlpitos para reformar la sociedad.

Enseñando a los hombres libres a vivir

Durante siglos, la iglesia y los nobles habían sido la única autoridad en Ginebra. Nadie tenía que cuestionar qué hacer: todo se determinaba por ellos. Ginebra era una ciudad-estado independiente. Su pueblo era libre, pero ¿quién les diría cómo vivir? Calvino y sus amigos escudriñaron las Escrituras, enseñando al pueblo lo que Dios decía sobre cada área de la vida. Su meta era edificar una ciudad fundada en la Palabra de Dios, una ciudad que pudiera ser modelo para otras en toda Europa.

Calvino predicaba sermones que enfatizaban la responsabilidad individual y el valor del trabajo como adoración. En el pasado, los pensadores de la iglesia tendían a separar lo “sagrado” de lo “secular”, enseñando que solo la iglesia era santa, apartada de las cosas impuras y profanas de la vida diaria. Se suponía que la gente debía ir a la iglesia para recibir una especie de baño espiritual antes de sumergirse de nuevo en otra semana en el mundo sucio.

En contraste, los Reformadores enseñaban a la gente a lavar su mundo con la Palabra de Dios y con oración. Como Pablo le dijo a Timoteo en 1 Timoteo 4:4-5, toda la creación de Dios puede ser santificada. Calvino y los demás Reformadores veían la vida de manera holística. Cada trabajo podía ser un llamado de Dios. La adoración no era solo para el domingo. El trabajo hecho con excelencia los otros seis días también era adoración, “como para el Señor”. Los Reformadores creían que Dios era soberano sobre toda la vida, privada y pública. Los verdaderos discípulos rendían todo a la guía de Dios.

Estas y otras ideas de los Reformadores se propagaron rápidamente por el continente. Tan pronto como Calvino predicaba un sermón el domingo, este se imprimía en forma de panfleto y se distribuía por toda Europa. Estos sermones tocaban todo tipo de áreas.

Reforma en la familia y la sociedad

Los Reformadores predicaban sobre lo que significaba tener una familia centrada en Dios. Los hombres de Ginebra eran terribles padres: deshonestos, irresponsables y a menudo borrachos. El desorden en las familias se reflejaba en la pobreza e inmoralidad de la ciudad. Ahora los Reformadores enfatizaban el cuidado de las familias, mantenerse sobrios, trabajar duro, pagar sus cuentas, dar sus diezmos y ahorrar para el futuro. En Ginebra estas enseñanzas también tuvieron fuerza de ley, ya que el consejo de la ciudad promulgó el código que Calvino les presentó.

Cuando Max Weber, el economista alemán, buscaba las razones de la prosperidad occidental, afirmó que esta comenzó en Ginebra. En su libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo, dio crédito a Calvino y a sus enseñanzas en esa ciudad.

Juan Calvino buscó en la Palabra de Dios todo tipo de principios económicos; por ejemplo, enseñó a los banqueros a no cobrar intereses altos, pues eso era el pecado de la usura. Fijó las tasas de interés en un 4%, lo suficientemente altas para que el prestamista obtuviera alguna ganancia de su capital, pero lo bastante bajas para que el prestatario pudiera financiar una nueva empresa. La tasa de interés del 4% de Calvino perduró durante cuatro siglos en Suiza.

Toda esta enseñanza tuvo un impacto económico inmediato. Ginebra y Suiza comenzaron a prosperar.