Mensajes a las iglesias (Parte 1) – Apocalipsis 2:1–17

Los siete mensajes

Los siete mensajes fueron enviados a las congregaciones cristianas ubicadas en siete ciudades de la provincia romana de Asia a fines del primer siglo. Sin embargo, había más de siete iglesias en Asia Menor, incluyendo las de Colosas, Troas e Hierápolis. El hecho de que solo se escogieran siete iglesias sugiere su significado simbólico: siete es un número de plenitud. Esto indica que representaban a toda la iglesia cristiana. Su contenido puede aplicarse en tres niveles:

Aplicación histórica. Es primordial tener en cuenta que los siete mensajes fueron enviados originalmente a sus respectivas iglesias en Asia Menor. Eran iglesias reales con desafíos reales. Estas iglesias estaban situadas en importantes y prósperos centros urbanos, ubicados en la principal vía postal que las conectaba. Bajo el gobierno romano, generalmente disfrutaban de paz y prosperidad. Como muestra de gratitud y lealtad a Roma, varias ciudades erigieron templos para el culto al emperador. Dicho culto era obligatorio como deber de todos los ciudadanos. También se esperaba que los ciudadanos participaran en los eventos públicos de la ciudad y en ceremonias religiosas paganas. Quienes no participaban enfrentaban serias consecuencias.

Comisionado por Cristo, Juan escribió a las iglesias como su pastor para ayudarlas con los desafíos de su ambiente pagano. Por lo tanto, es de suma importancia descubrir cómo se aplicaban estos mensajes a los cristianos de Asia, a quienes originalmente fueron enviados.

Aplicación universal. Aunque enviados originalmente a las iglesias de Asia Menor, estos mensajes no fueron escritos únicamente para ellas. De la misma manera que Pablo escribió sus epístolas principalmente a las iglesias de su tiempo, pero que aún contienen mensajes atemporales para las generaciones posteriores de cristianos, así también los mensajes a las siete iglesias incluyen lecciones valiosas aplicables a los cristianos de todas las épocas.

Estos mensajes no se enviaron por separado, sino juntos como una sola carta (cf. Apoc. 1:11). La carta completa debía ser leída por todas las iglesias. Como cada mensaje concluye con una exhortación a escuchar lo que el Espíritu dice a las iglesias, cada mensaje se aplica por igual a todas, aunque cada uno fuera dirigido a una iglesia en particular. Estos mensajes, entonces, hablan a todos los cristianos y, en general, pueden representar diferentes tipos de cristianos en ciertos periodos de la historia o en distintos lugares. Por ejemplo, aunque la característica general del cristianismo de hoy es esencialmente laodicense, algunas iglesias o cristianos individuales pueden, en cambio, tener las características de la iglesia de Éfeso o de Esmirna.

Aplicación profética. El libro de Apocalipsis no especifica que los siete mensajes estén escritos como historia predictiva. Sin embargo, dado que había más de siete iglesias en Asia en el primer siglo y solo se seleccionaron estas siete, se implica una función simbólica. Además, Apocalipsis afirma ser un libro de profecía, lo cual señala el significado profético de estos mensajes (Apoc. 1:1–3). Por lo tanto, las condiciones espirituales de las siete iglesias corresponden notablemente a las condiciones espirituales del cristianismo en diferentes períodos de la historia. Todo esto muestra que los siete mensajes están destinados a proveer, desde la perspectiva celestial, una visión panorámica del cristianismo desde el primer siglo hasta el tiempo del fin.

Al estudiar estos mensajes uno por uno, primero exploraremos las ciudades en las que estaban ubicadas las siete iglesias para ver cómo las prácticas paganas afectaban a los cristianos allí. Luego, examinaremos de cerca cada mensaje para descubrir las valiosas lecciones que aportaron tanto a los cristianos en tiempos de Juan como a nosotros hoy. Finalmente, veremos cómo cada mensaje se aplica a un período particular de la historia cristiana.

Cada mensaje sigue el mismo formato, que consiste en: (1) una dirección, (2) una presentación de Jesús, (3) la evaluación de Jesús sobre la iglesia, (4) el consejo y la advertencia de Jesús a la iglesia, (5) un llamado a escuchar al Espíritu, y (6) las promesas para los vencedores. Comparando las partes paralelas de los mensajes, podemos obtener una comprensión más profunda de su significado.


El mensaje a Éfeso (2:1–7)

La primera iglesia a la que Jesús se dirigió estaba ubicada en Éfeso (la actual Selçuk, Turquía), la más cercana de las siete ciudades a Patmos:

1 Al ángel de la iglesia en Éfeso escribe: “Así dice el que sostiene las siete estrellas en su mano derecha, el que anda en medio de los siete candeleros de oro: 2 Yo conozco tus obras, tu arduo trabajo y tu perseverancia, y que no puedes soportar a los malos; has probado a los que se dicen ser apóstoles y no lo son, y los has hallado mentirosos; 3 has perseverado y soportado por causa de mi nombre, y no has desmayado. 4 Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor. 5 Recuerda, por tanto, de dónde has caído; arrepiéntete y haz las primeras obras. Pues si no, vendré a ti pronto y quitaré tu candelero de su lugar, si no te arrepientes. 6 Pero tienes esto: que odias las obras de los nicolaítas, las cuales yo también odio.

7 “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios.”


La ciudad de Éfeso

Éfeso era la capital de la provincia de Asia. Era la cuarta ciudad más grande del Imperio Romano, con una población de alrededor de un cuarto de millón. Situada en el mar Egeo, en la desembocadura del río Cayster, y en el cruce de dos grandes rutas comerciales, esta ciudad cosmopolita era conocida como la puerta de Asia. Era un famoso centro político, comercial y religioso. Estaba repleta de edificios públicos y comerciales, incluidos templos, teatros, gimnasios, termas y burdeles. También era sede de los Juegos Panionios: estos eventos atléticos anuales atraían a toda la población de Asia a Éfeso.

La ciudad contaba con dos templos dedicados al culto al emperador. Además, se han identificado alrededor de quince templos de distintas deidades en la ciudad del primer siglo. Éfeso también era famosa por sus prácticas y artes mágicas (cf. Hech. 19:19). El orgullo de la ciudad era la grandeza del templo de Artemisa (o Diana para los romanos), considerado una de las siete maravillas del mundo antiguo; atraía multitudes de peregrinos cada año a los festivales de Artemisia. Un gran negocio de platería estaba asociado al templo, lo que contribuía a la riqueza de la ciudad. El templo era, al mismo tiempo, tesorería y refugio para criminales fugitivos; además, desempeñaba un papel vital en la vida comunitaria.

La ciudad era, sin embargo, notoria por su inmoralidad y superstición; era considerada un lugar lleno de criminales. Fue allí donde se estableció la iglesia cristiana más influyente de la provincia. Fundada por Pablo durante sus tres años de ministerio allí, la iglesia creció rápidamente, convirtiéndose pronto en un importante centro del cristianismo primitivo (Hech. 19). En el tiempo en que se escribió Apocalipsis, la iglesia aún era fuerte en la fe y había preservado la pureza del evangelio. Es muy probable que la ciudad fuera residencia de Juan antes y después de su exilio.


El mensaje de Jesús a la iglesia

Jesús se presenta a la iglesia en Éfeso como “el que sostiene las siete estrellas en su mano derecha, el que anda en medio de los siete candeleros de oro” (Apoc. 2:1), lo cual denota su presencia en la iglesia y su conocimiento de su situación y necesidades. Jesús alaba a la iglesia por varias grandes cualidades. A pesar de vivir en un ambiente pagano y estar rodeados de un estilo de vida pagano y de prácticas inmorales, los miembros trabajaban arduamente y demostraban perseverancia por causa del evangelio. También se mantuvieron firmes frente a la persecución. A pesar de la presión externa, no habían desmayado. La iglesia era doctrinalmente sólida, ejercía discernimiento al probar a los falsos apóstoles y no toleraba sus falsas enseñanzas en medio de ella (2:2–3).

Los miembros, en particular, resistieron las prácticas de los nicolaítas (Apoc. 2:6). No está claro quiénes eran exactamente estas personas. Algunos autores cristianos primitivos los describen como seguidores herejes de Nicolás de Antioquía, uno de los siete diáconos de la iglesia de Jerusalén, que finalmente cayó en la herejía (Hech. 6:5). Ellos promovían el compromiso y la conformidad con las prácticas paganas para evitar las incomodidades y dificultades del aislamiento social y la inminente persecución. Los nicolaítas también se mencionan en el mensaje a la iglesia en Pérgamo, donde se los relaciona con otro grupo herético: los seguidores de la enseñanza de Balaam (Apoc. 2:14–15).

Varias décadas antes, Pablo había advertido a los efesios que “se levantarán de entre vosotros hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos” (Hech. 20:30). Ahora esta predicción se había cumplido. La iglesia, sin embargo, no se dejó seducir por las doctrinas perversas de los falsos maestros. Hizo todo esfuerzo por preservar la pureza del evangelio y evitar que la falsedad corrompiera a sus miembros. No mucho después de que se escribiera Apocalipsis, Ignacio, obispo de Antioquía, escribió una carta a los efesios, en la cual también alabó su valiente defensa de la verdad.

A pesar de estas grandes cualidades, esta iglesia trabajadora y fiel tenía una grave falla: estaba retrocediendo en el amor. En sus primeros días, los cristianos en Éfeso eran conocidos por su “fe en el Señor Jesús” y su “amor para con todos los santos” (Efes. 1:15). Ahora, varias décadas más tarde, ese amor se estaba apagando. Al poner todo el énfasis en las acciones correctas y en la sana doctrina, los miembros estaban declinando en su amor por Cristo, y como resultado, su amor mutuo se desvanecía. Su religión se había vuelto legalista y carente de amor. Hacían lo correcto, pero sus obras se habían enfriado, careciendo de amor hacia Cristo y hacia los demás.

La situación de la iglesia en Éfeso refleja la de Israel antes del Exilio, que, en palabras de Jeremías, perdió el amor ardiente y la devoción que tenía por Dios en los primeros días (Jer. 2:2). El pueblo de Israel había sido designado para ser testigo portador de la luz de Dios al mundo. Sin embargo, en su historia posterior, renunciaron a su amor por Dios, maltratando y oprimiendo a sus semejantes. Como resultado, Dios les quitó el privilegio de ser su pueblo portador de luz. Un castigo similar podía sobrevenir a la iglesia de Éfeso. Si la iglesia no reflejaba el amor de Dios, perdería la misma razón de su existencia. Corría peligro de que su candelero fuera removido de su lugar (Apoc. 2:5), de la misma manera en que Israel antiguo perdió ese privilegio.

Jesús apela a la iglesia con tres imperativos: “Recuerda”, “arrepiéntete” y “haz las primeras obras” (Apoc. 2:5). Primero, los efesios debían recordar. Como indica el texto griego, no habían olvidado la relación que una vez tuvieron con Cristo, pero habían fallado en perseverar en ella. Al recordar el amor ardiente hacia Cristo y entre ellos que fluía de sus corazones cuando aceptaron el evangelio, los miembros podían darse cuenta de su condición espiritual actual. Luego, debían arrepentirse. En la Biblia, el arrepentimiento denota un cambio radical en la vida. Jesús llama a los efesios a apartarse de su condición actual y volver a Dios.

Finalmente, los efesios debían hacer las primeras obras. Jesús no los insta a amar a costa de dejar de hacer lo correcto. La revitalización de su primer amor —el amor por Cristo— daría como resultado obrar bien. Si los cristianos en Éfeso regresaban a su primera devoción a Cristo, el amor hacia los demás se derramaría en su comunidad.

A lo largo de la historia, los cristianos siempre han estado tensionados entre las prácticas religiosas estrictas y la expresión del amor y compasión de Cristo. El mensaje a la iglesia en Éfeso es una advertencia perenne para todos los cristianos, cuyo interés primario es “hacer lo correcto”, a recordar siempre el tema central del evangelio: el amor de Dios.

Los vencedores —los que escuchan el consejo de Cristo— en Éfeso reciben la promesa de “comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios” (Apoc. 2:7). Después de que Adán y Eva pecaron, se les prohibió comer del árbol de la vida. Ahora, aquellos en Éfeso que se mantuvieran fieles y no participaran de las prácticas paganas tendrían permiso para comer de ese árbol en el Edén restaurado (22:2).

La situación de la iglesia en Éfeso corresponde apropiadamente a la situación y condición espiritual de la iglesia en general en el primer siglo. Este siglo se caracterizó por el amor y la fidelidad al evangelio. Pero, para cuando Juan escribió el libro de Apocalipsis, la iglesia había comenzado a perder el fuego de su primer amor, apartándose de la simplicidad y pureza del evangelio.


El mensaje a Esmirna (2:8–11)

El segundo mensaje fue dirigido a la iglesia en Esmirna (la actual Izmir, Turquía), una ciudad situada a unas treinta y cinco millas al norte de Éfeso. El mensaje de Cristo a esta iglesia es el más corto de los siete:

8 Al ángel de la iglesia en Esmirna escribe: “Así dice el primero y el postrero, el que estuvo muerto y volvió a la vida: 9 Yo conozco tu tribulación y tu pobreza (pero tú eres rico), y la blasfemia de los que se dicen ser judíos y no lo son, sino sinagoga de Satanás. 10 No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.

11 “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El que venciere no sufrirá daño de la segunda muerte.”


La ciudad de Esmirna

Esmirna era otra importante ciudad ubicada junto a Éfeso. Su localización geográfica le otorgaba la reputación de tener el puerto más conveniente y seguro de todas las ciudades comerciales de Asia. La ciudad también se hallaba en la gran encrucijada hacia Frigia y Lidia, lo que la convertía en una importante ruta comercial que conectaba Grecia y Asia. Su ubicación, el comercio y la fertilidad de la zona hicieron de Esmirna una ciudad muy rica, con una población de alrededor de doscientas mil personas.

La ciudad era también un centro político, religioso y cultural. Se enorgullecía de su famoso estadio, su biblioteca y el teatro público más grande de la provincia, con capacidad para veinte mil espectadores. Por su riqueza y su excepcional belleza, la ciudad afirmaba ser “la gloria de Asia”. También se destacaba por las industrias de la ciencia y la medicina que prosperaban allí. La ciudad se preciaba de ser la cuna del famoso poeta épico Homero.

Esmirna tenía el estatus de ciudad libre. Su relación especial con Roma le otorgó muchos privilegios. El Senado romano le concedió el honor de construir un templo en honor de Tiberio. Esto convirtió a Esmirna en un centro de culto al emperador. A finales del primer siglo y después, el culto al emperador se volvió obligatorio para todos los ciudadanos. Como acto de lealtad, era un deber cívico que los ciudadanos acudieran una vez al año al templo, quemaran incienso ante la estatua del emperador y proclamaran: “¡César es el Señor!”. Quienes hacían esto recibían un certificado que les permitía tener empleo o realizar negocios. Quienes se negaban enfrentaban persecución e incluso la muerte.

Esto explica la situación de los cristianos en Esmirna. Al no participar en el culto al emperador ni en los rituales religiosos paganos, se arriesgaban a perder su estatus legal, a sufrir persecución y hasta el martirio.


El mensaje de Jesús a la iglesia

Jesús se presenta a la iglesia en Esmirna como “el primero y el postrero, el que estuvo muerto y volvió a la vida” (Apoc. 2:8). Estas características de Jesús correspondían perfectamente a su situación. Los miembros estaban atravesando las dificultades de la persecución, anticipando incluso pruebas más severas. Jesús se les presenta como aquel que comprende su situación, pues también fue perseguido hasta la muerte. Él estaría con ellos en sus tribulaciones para sostenerlos.

Primero, Jesús conoce su tribulación. La palabra griega para tribulación aquí denota la presión de una carga que aplasta. Segundo, estaban en extrema pobreza y carecían de todo. Su pobreza estaba relacionada con la persecución que sufrían. Por su lealtad a Cristo, muchos miembros de la iglesia fueron marginados y perdieron sus empleos, mientras que algunos sufrieron prisión e incluso la muerte. Sin embargo, a pesar de su pobreza material, los cristianos de Esmirna eran ricos en gracia y fe.

Jesús también menciona la calumnia maliciosa de los judíos, que contribuyó significativamente a su situación. Los judíos en el Imperio romano solían estar exentos de adorar al emperador y a los dioses paganos. Sin embargo, hacia fines del primer siglo, los judíos en Esmirna se hallaban en una situación difícil con las autoridades locales. Como los romanos a menudo identificaban a los cristianos con los judíos, estos querían distanciarse de ellos. Difamaron a los cristianos ante los funcionarios, con acusaciones maliciosas, incitando a las autoridades a perseguirlos. Aunque se consideraban sinagoga de Dios, en realidad constituían “sinagoga de Satanás” al ser usados por Satanás para dañar al pueblo de Dios (Apoc. 2:9).

Los cristianos en Esmirna vivían con constante temor por su futuro. Jesús los anima tiernamente: “no temas” (Apoc. 2:10). “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18). Estaban a punto de enfrentar pruebas aún más serias y encarcelamiento durante un período de diez días —como los diez días de prueba asignados a Daniel y sus amigos en Babilonia (Dan. 1:12–15). Sin embargo, Jesús los insta a mantenerse fieles hasta la muerte, y les dará “la corona de la vida” (Apoc. 2:10). La corona mencionada es la guirnalda dada al vencedor en los antiguos Juegos Olímpicos. La corona que Jesús promete es vida eterna, a ser entregada en su segunda venida (2 Tim. 4:8). Como declaró Santiago: “Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman” (Sant. 1:12).

Los vencedores en Esmirna reciben la promesa de que no serán dañados por la segunda muerte (Apoc. 2:11). La muerte física es un sueño temporal y, como tal, no es una tragedia gracias a la esperanza de la resurrección. Es la segunda muerte la que debe temerse: la muerte eterna, de la cual no habrá resurrección. Jesús advirtió a sus seguidores: “No temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mat. 10:28).

La experiencia de la iglesia en Esmirna coincide con la dura persecución de los cristianos en todo el Imperio romano durante los siglos II y III. Los “diez días” (Apoc. 2:10) mencionados en el mensaje pueden aplicarse proféticamente a la famosa persecución imperial iniciada por el emperador Diocleciano y continuada por su sucesor Galerio (303–313 d.C.). De este modo, la iglesia de Esmirna podría representar el periodo en la historia de la iglesia desde comienzos del siglo II hasta aproximadamente el 313 d.C., cuando Constantino el Grande emitió el célebre Edicto de Milán, otorgando libertad religiosa a los cristianos.


El mensaje a Pérgamo (2:12–17)

El tercer mensaje fue dirigido a la iglesia ubicada en Pérgamo (la actual Bergama, Turquía), una ciudad situada a unas cuarenta millas al noreste de Esmirna:

12 Al ángel de la iglesia en Pérgamo escribe: “Así dice el que tiene la espada aguda de dos filos: 13 Yo sé dónde habitas, donde está el trono de Satanás; pero retienes mi nombre y no has negado mi fe, ni siquiera en los días de Antipas, mi testigo fiel, que fue muerto entre vosotros, donde mora Satanás. 14 Pero tengo unas pocas cosas contra ti: que tienes ahí a los que retienen la doctrina de Balaam, que enseñaba a Balac a poner tropiezo ante los hijos de Israel, a comer de lo sacrificado a los ídolos y a cometer fornicación. 15 Así también tienes tú a los que retienen la doctrina de los nicolaítas. 16 Por tanto, arrepiéntete; pues si no, vendré a ti pronto y pelearé contra ellos con la espada de mi boca.

17 “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita un nombre nuevo escrito, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe.”


La ciudad de Pérgamo

Pérgamo fue la capital de la provincia de Asia durante más de dos siglos y medio (aunque Éfeso también reclamaba ese honor). Además de su importancia política, Pérgamo era reconocida como un centro intelectual del mundo helenístico. Su famosa biblioteca, de casi doscientos mil volúmenes, era la segunda más grande del mundo antiguo, después de la de Alejandría. La ciudad fue también el lugar natal de Galeno, el célebre médico de la antigüedad, que estudió allí en la escuela de medicina dedicada a Asclepio.

Pérgamo era asimismo un importante centro religioso. Fue la primera ciudad de Asia en abrazar el culto al emperador y en construir un gran templo al emperador Augusto. Al igual que en Esmirna, el culto al emperador era obligatorio en Pérgamo: para obtener el certificado que les permitiera trabajar o ejercer el comercio, los ciudadanos debían ofrecer incienso ante la estatua del emperador y proclamar: “¡César es el Señor!”. Rehusarse significaba perder el estatus legal y enfrentar persecución.

La ciudad también era famosa por sus magníficos templos dedicados a Zeus, Atenea, Dionisio y Asclepio. En la acrópolis se encontraba el imponente altar de Zeus (cuya parte central hoy se exhibe en el Museo de Pérgamo, en Berlín). Cerca de la ciudad estaba el inmenso santuario de Asclepio, el dios griego de la sanidad. Asclepio era llamado “el Salvador” y se representaba con una serpiente (símbolo que aún conserva la medicina moderna). En tiempos de Juan, el santuario gozaba de gran popularidad: personas de todo el mundo acudían allí buscando sanidad de este dios-salvador. Esto convirtió a Pérgamo en el “Lourdes de la provincia de Asia”.

Todo esto creaba una situación difícil para los cristianos en Pérgamo. Estaban rodeados de paganismo y de espléndidos templos. Vivían en un ambiente hostil a su fe. Podían ver constantemente el humo que se elevaba del altar de Zeus, que dominaba toda la ciudad desde lo alto. Escuchaban historias de curaciones milagrosas en el asclepeion, justo cuando los milagros estaban desapareciendo de en medio de ellos. Por todo esto, la ciudad fue descrita como el lugar “donde está el trono de Satanás” y donde él habitaba (Apoc. 2:13).


El mensaje de Jesús a la iglesia

Jesús se identifica ante los cristianos de Pérgamo como “el que tiene la espada aguda de dos filos” (Apoc. 2:12). El gobernador romano en Pérgamo tenía el ius gladii (el derecho de la espada), es decir, el poder de sentenciar a muerte. Sin duda, usaba ese poder contra los cristianos. Sin embargo, Jesús les asegura que el verdadero poder sobre la vida y la muerte le pertenece solo a Él (cf. Apoc. 1:17–18). Los hombres pueden pretender tener ese poder, pero la última palabra la tiene Jesús: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).

Jesús les dice que conoce su situación: vivían en un lugar hostil, donde estaba el trono de Satanás, el centro mismo de sus actividades. Aun así, la mayoría permaneció fiel. No negaron la fe ni siquiera en los días de Antipas, un cristiano prominente que fue ejecutado por el gobernador romano debido a su lealtad a Cristo.

No todos los cristianos en Pérgamo permanecieron fieles. Algunos comprometieron su fe con las prácticas paganas. Se dividían en dos grupos: los nicolaítas y los que seguían “la doctrina de Balaam” (Apoc. 2:14–15). El hecho de que Jesús los mencione juntos sugiere que estaban relacionados. De hecho, Balaam en hebreo y Nicolaos en griego significan lo mismo: “el que conquista pueblos”. Así como Balaam sedujo a los israelitas en su camino hacia la Tierra Prometida para involucrarse en relaciones ilícitas con mujeres moabitas y practicar la idolatría (Núm. 31:16), estos individuos animaban a sus hermanos a evitar la persecución comprometiéndose con el culto al emperador y con las actividades religiosas paganas (Apoc. 2:14). Mientras que la iglesia en Éfeso había resistido fuertemente estas enseñanzas (cf. Apoc. 2:6), en Pérgamo algunos miembros sí las aceptaron.

Jesús exhorta a la iglesia a no comprometerse con las prácticas religiosas paganas y los llama al arrepentimiento. Si no se arrepienten y se apartan, el juicio es inminente: Cristo vendrá pronto y peleará contra ellos con la espada de su boca (Apoc. 2:16). Así como Balaam y los que pecaron con él murieron a espada (Núm. 31:8; cf. 25:1–9), un juicio similar recaería sobre los balaamitas y los nicolaítas. La única manera de evitar ese juicio era arrepentirse y volver a Cristo con decisión.

Los vencedores en Pérgamo, aquellos que rehusaban participar en las prácticas paganas, recibieron la promesa de comer del maná escondido —“el pan de los ángeles” (Sal. 78:25). Por rehusar el culto al emperador, se les negaba el certificado con sus nombres emitido por el gobernador romano. Pero Jesús les promete una piedrecita blanca con un nombre nuevo escrito en ella, que les otorgaba privilegios especiales muy superiores a cualquier beneficio de la vida pagana.

La situación de la iglesia de Pérgamo representa la condición de la iglesia cristiana en general durante el periodo posterior a la conversión de Constantino el Grande al cristianismo en el año 313 d.C. Una vez que la iglesia ganó su lucha contra el paganismo, los cristianos ya no temieron persecuciones externas. Sin embargo, muchos optaron por comprometer su fe, dejando que ideas y costumbres paganas entraran en la iglesia y reemplazaran gradualmente a la Biblia como fuente de enseñanza. Aunque muchos permanecieron fieles al evangelio, los siglos IV y V fueron testigos de un declive espiritual y apostasía, donde la iglesia luchó contra la tentación del compromiso.