Las siete últimas plagas
Las siete últimas plagas se derraman exclusivamente sobre aquellos que han elegido ponerse del lado de la trinidad satánica y recibir la marca de la bestia. Mientras que las primeras cinco plagas son literales, las dos últimas son claramente simbólicas y espirituales. La sexta plaga nos lleva al mismo umbral de la gran batalla de Armagedón, la cual tendrá lugar en el período final de la historia de esta tierra. La séptima plaga concluye el escenario; representa la caída de la Babilonia del tiempo del fin—el enemigo de Dios y de Su pueblo fiel.
La Sexta Plaga (16:12–16)
12 El sexto ángel derramó su copa sobre el gran río Éufrates; y su agua se secó, para que estuviera preparado el camino de los reyes del Oriente.
13 Y vi salir de la boca del dragón y de la boca de la bestia y de la boca del falso profeta, tres espíritus inmundos semejantes a ranas;
14 pues son espíritus de demonios, que hacen señales, y que van a los reyes de todo el mundo, a reunirlos para la batalla del gran día del Dios Todopoderoso.
15 (“He aquí, yo vengo como ladrón. Bienaventurado el que vela y guarda sus ropas, para que no ande desnudo y vean su vergüenza.”)
16 Y los reunió en el lugar que en hebreo se llama Armagedón.
El sexto ángel derrama su copa sobre el río Éufrates, secando sus aguas para preparar el camino a “los reyes del Oriente” (Apoc. 16:12). Esta escena es simbólica. Aquí, el lenguaje del Antiguo Testamento sobre la caída de la antigua Babilonia se usa para describir la batalla final entre la trinidad satánica con los adoradores de la bestia y Cristo con Su pueblo del tiempo del fin.
El río Éufrates ya había sido introducido en la sexta trompeta en relación con la batalla final, involucrando fuerzas malignas (Apoc. 9:24). En el Antiguo Testamento, el Éufrates era la frontera que separaba a Israel de sus enemigos: Asiria y Babilonia (Isa. 7:20; Jer. 46:10). Estas naciones enemigas venían contra el pueblo de Dios desde este gran río. Sus ataques son a menudo comparados con las aguas desbordantes del Éufrates, que inundaban la tierra de Judá (Isa. 8:7–8). El río Éufrates atravesaba Babilonia y era vital para la ciudad. Nutría los cultivos y proveía agua a la gente. Sin el río Éufrates, Babilonia no podía existir.
Babilonia fue introducida en Apocalipsis en el mensaje del segundo ángel (Apoc. 14:8). El significado de la Babilonia del tiempo del fin como actor clave en el conflicto final tiene sus raíces en la Babilonia histórica del Antiguo Testamento. Babilonia es representada como la opresora del pueblo de Dios. Conquistó Judá y llevó al pueblo al cautiverio. El río Éufrates fue también el lugar donde el pueblo de Dios estuvo en cautiverio babilónico (cf. Sal. 137).
En Apocalipsis, Babilonia es un símbolo de poderes religiosos unidos contra Dios y Su pueblo en los días finales de la historia de la tierra. Apocalipsis 17:1–2 presenta a Babilonia como una prostituta sentada sobre muchas aguas, seduciendo a las naciones de la tierra. “Muchas aguas” es otra referencia al Éufrates (cf. Jer. 51:13). Apocalipsis 17:15 explica que las aguas, o el Éufrates, sobre las cuales habita la Babilonia del tiempo del fin, simbolizan los poderes civiles, seculares y políticos mundiales. Esto también muestra que estos poderes mundiales, por un tiempo, se pondrán al servicio de esta confederación religiosa apóstata del tiempo del fin, organizada contra Dios y Su pueblo. Así como la Babilonia antigua era sostenida por el Éufrates, esta confederación religiosa del tiempo del fin existe con el apoyo de los poderes civiles, seculares y políticos del mundo. Sin embargo, en cierto momento, estas aguas simbólicas que sostienen a Babilonia se secarán.
El secamiento del Éufrates (16:12a)
El libro de Daniel describe al pueblo de Dios cuando eran cautivos en Babilonia. En el 539 a.C., Ciro el Grande de Persia vino con sus ejércitos y sitió la ciudad. Debido a las fuertes fortificaciones de Babilonia y su abundante provisión de agua y comida, la gente pensaba que la ciudad era inexpugnable. Sin embargo, en la noche en que los líderes estaban celebrando un banquete en el palacio del rey Belsasar, la ciudad fue tomada por el ejército persa (Dan. 5). Los historiadores antiguos afirman que los persas desviaron el río Éufrates y entraron en la ciudad a través del lecho seco, tomando a la ciudad por sorpresa. Debido a la caída de Babilonia, el pueblo de Dios pudo regresar a su tierra natal.
La captura de la antigua Babilonia por Ciro el Grande es el trasfondo de la escena de la sexta plaga. Como en el caso de la antigua Babilonia, aquí el secamiento simbólico del río Éufrates resulta en el colapso de la Babilonia del tiempo del fin—el enemigo de Dios y de Su pueblo. Esta escena debe entenderse simbólicamente, porque, como se indicó antes, el Éufrates en Apocalipsis representa los poderes civiles, seculares y políticos del mundo que apoyan a Babilonia (Apoc. 17:15). Mientras Babilonia tiene a todas las naciones de su lado (18:3), esos poderes eventualmente retirarán su apoyo y se volverán contra ella, provocando su caída (17:15–17). Así debe entenderse el secamiento del Éufrates.
Surge una pregunta: ¿Por qué los poderes civiles, seculares y políticos del mundo cambian repentinamente de actitud hacia Babilonia? Hasta la quinta plaga, la gente del mundo ha puesto su esperanza en Babilonia para protección. Al experimentar los desórdenes en la naturaleza, esperan que Babilonia los proteja. Sin embargo, al observar la quinta plaga golpeando el mismo asiento de la autoridad de la bestia, el pueblo desilusionado se da cuenta de la impotencia de Babilonia para protegerlos de los efectos de las plagas (Apoc. 16:10). Sintiendo que fueron engañados, y llenos de hostilidad, se unen para volverse contra Babilonia y destruirla (17:17).
No obstante, el dolor causado por las plagas no ablanda sus corazones. Mientras el pueblo del mundo se muerde la lengua de dolor, se llenan aún más de ira; continúan maldiciendo a Dios y se niegan a arrepentirse (Apoc. 16:11). Ahora están listos para volcar su furia contra el pueblo de Dios. De este modo, se convierten en terreno fértil para las intensas actividades demoníacas que atraen al mundo entero a la gran batalla de Armagedón (16:12–16).
Los reyes del Oriente (16:12b)
La razón del secamiento del Éufrates en Apocalipsis, y el posterior colapso de la Babilonia del tiempo del fin, es preparar el camino para “los reyes del Oriente” o del nacimiento del sol. Una vez más, Juan usa un lenguaje modelado según la conquista de la antigua Babilonia en el Antiguo Testamento. Los “reyes del Oriente” o del nacimiento del sol son una alusión a Ciro el Grande y sus ejércitos, quienes derribaron a la antigua Babilonia, opresora del pueblo de Dios. Isaías se refiere a Ciro el Grande como el mesías de Dios (Isa. 45:1), que vendría “del nacimiento del sol” (41:25). Su conquista de Babilonia liberó al pueblo de Dios del cautiverio y los devolvió a su tierra natal (44:28; Jer. 50:33–38).
Apocalipsis utiliza este evento histórico para retratar la batalla final entre Cristo y Satanás. De manera similar a cómo el Éufrates seco preparó el camino para que Ciro el Grande y sus fuerzas conquistaran la antigua Babilonia, el Éufrates simbólicamente seco también prepara el camino para la venida de “los reyes del Oriente” (Apoc. 16:12b). Como en el caso de la antigua Babilonia, el derrocamiento de la Babilonia del tiempo del fin trae la liberación definitiva al pueblo de Dios en el tiempo del fin y prepara el camino para su entrada en la Nueva Jerusalén.
¿Quiénes son los “reyes del Oriente” en este texto? Apocalipsis muestra claramente que son Cristo y Su ejército de santos, comprometidos en la batalla final: “Ellos pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque Él es Señor de señores y Rey de reyes, y los que están con Él son llamados, escogidos y fieles” (Apoc. 17:14). En Apocalipsis 19:14–16, cuando Jesús regrese, guiará a los ejércitos del cielo “vestidos de lino finísimo, blanco y limpio” (19:14). Esta es la vestidura de la esposa del Cordero y representa los actos justos del pueblo de Dios (19:7–8).
Algunos piensan que estos “reyes del Oriente” son ángeles celestiales. Jesús deja claro que en Su venida estará acompañado por ángeles celestiales (Mat. 24:30–31). Sin embargo, en la Biblia nunca se refiere a los ángeles como reyes, mientras que en Apocalipsis el pueblo de Dios es llamado reyes y sacerdotes (Apoc. 1:6; 5:10). En otras partes del libro, los santos del tiempo del fin son presentados como un ejército de 144,000 guerreros bajo el liderazgo de Jesucristo, luchando contra las fuerzas malignas (7:1–8; 14:1–5). Esto muestra que la batalla final de la historia de la tierra involucrará a Cristo y a Su pueblo fiel en un lado, y a la trinidad satánica y sus seguidores en el otro.
Los tres demonios semejantes a ranas (16:13–14)
El secamiento del río Éufrates sacude a la trinidad satánica—el dragón, la bestia del mar y la bestia de la tierra, que es llamada el falso profeta. En este punto, Satanás y sus dos asociados reúnen al mundo entero para el engaño final. De las bocas de la trinidad satánica salen tres espíritus demoníacos semejantes a ranas, que van a los líderes del mundo “para reunirlos para la batalla del gran día del Dios Todopoderoso” (Apoc. 16:13–14). Estos tres demonios que salen de las bocas de la trinidad satánica son el mismo “aliento” de la trinidad satánica en el último engaño.
Los espíritus semejantes a ranas recuerdan la plaga de las ranas en Egipto (Éx. 8:1–15). La plaga de las ranas fue la última plaga de Moisés que los magos del faraón pudieron duplicar y usar para influenciar al faraón a persistir en su oposición a Dios, rechazando el mensaje de Dios a través de Moisés. A la luz de este trasfondo del Antiguo Testamento, los tres demonios semejantes a ranas de la sexta plaga son el último intento de Satanás de falsificar la obra de Dios. Son presentados como el contrapunto de los tres ángeles en Apocalipsis 14. La trinidad satánica los envía con un falso evangelio para persuadir a las autoridades y poderes seculares y políticos del mundo a ponerse de su lado contra Dios y Su pueblo, en preparación para el gran día del Dios Todopoderoso.
Así, estos demonios semejantes a ranas son poderosos agentes de Satanás, que atraerán a la gente de la tierra hacia la batalla final. Esta situación recuerda al “espíritu engañador” que incitó al rey Acab a rechazar el mensaje que le había enviado Dios y en cambio ir a la batalla (1 Rey. 22:21–23). Satanás está decidido a ganar la victoria en la crisis final, y habilita a los espíritus demoníacos para realizar señales milagrosas. Su método de persuasión es el engaño. Las señales milagrosas son parte del engaño satánico del tiempo del fin para persuadir a la gente de ponerse del lado de la trinidad satánica en lugar del verdadero Dios (Apoc. 13:13–14). Elena White amonesta a los cristianos:
“Pronto se revelarán en los cielos espantosos espectáculos de carácter sobrenatural, en señal del poder de los demonios obradores de milagros. Los espíritus de los demonios irán a los reyes de la tierra y a todo el mundo, para afirmarlos en el engaño, y empujarlos a unirse con Satanás en su última lucha contra el gobierno del cielo. Por estos medios, gobernantes y súbditos serán igualmente engañados. Se levantarán personas pretendiendo ser Cristo mismo, y reclamando el título y la adoración que pertenecen al Redentor del mundo.”
Las actividades de la trinidad demoníaca tienen gran éxito. Las naciones del mundo vuelven a ser engañadas y someten sus poderes a Satanás contra el pueblo de Dios. Ahora, el escenario está preparado para la batalla final.
La advertencia a Laodicea (16:15)
Juan, el revelador, interrumpe por un momento la descripción de las actividades demoníacas que atraen a la gente de la tierra hacia la batalla final e inserta las palabras de Jesús, exhortando a Su pueblo a no perder el enfoque en Él en medio del Gran Engaño:
“He aquí, yo vengo como ladrón. Bienaventurado el que vela y guarda sus ropas, para que no ande desnudo y vean su vergüenza” (Apoc. 16:15).
Esta declaración apunta a la verdadera naturaleza de la batalla final. Muestra que la batalla final no es militar sino espiritual. Es la batalla por las mentes y los corazones de las personas.
El pueblo de Dios debe tomar en serio lo que pronto sucederá. Por medio de milagros engañosos, las fuerzas del mal ganarán la lealtad de la gente de la tierra. Harán grandes esfuerzos para engañar incluso al pueblo de Dios. Por eso, el pueblo de Dios debe estar espiritualmente despierto, vigilante y siempre preparado para enfrentar el Gran Engaño (cf. 1 Tes. 5:1–8).
La exhortación de Jesús a Sus seguidores de velar y guardar sus ropas (para que no anden desnudos y se vea su vergüenza) recuerda una práctica en el templo de Jerusalén. De noche, el capitán del templo inspeccionaba a los guardias de las puertas. Si encontraba a algún guardia dormido en su puesto, le quitaban y quemaban sus vestiduras, y era expulsado desnudo, en desgracia. Al aludir a esta práctica, Cristo insta a Sus seguidores a estar espiritualmente alertas. Deben ser como guardias del templo o soldados, vestidos y en guardia. Con una exhortación similar a Sus seguidores, Cristo concluyó Su discurso en el Monte de los Olivos:
“Velad, pues, no sea que, viniendo de repente, os halle dormidos. Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!” (Marcos 13:35–37).
La amonestación de Jesús en Apocalipsis 16:15 reitera Su llamamiento previo a la iglesia de Laodicea de vestirse con vestiduras blancas, para que la vergüenza de su desnudez no se descubra (Apoc. 3:18). Las vestiduras en Apocalipsis simbolizan lealtad y fidelidad inquebrantable a Cristo (3:4–5; 6:11; 7:9, 13–14; 19:8). Son el requisito para participar en el encuentro con Cristo cuando venga por segunda vez (19:7–9; Mat. 22:11–14).
Por otro lado, la desnudez denota una actitud de compromiso hacia Babilonia bajo su engaño seductor (cf. Apoc. 17:2; 18:3). Al derrotar a Babilonia, Dios la dejará “desolada y desnuda” (17:16), como señal de la humillación severa de un ejército derrotado (cf. Isa. 20:4). Aquellos que se comprometan con Babilonia también serán humillados y avergonzados. Solo los que estén espiritualmente vestidos con el manto de la justicia de Cristo podrán permanecer firmes en “la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero” (Apoc. 3:10).
Reunidos para Armagedón (16:16)
Los milagros demoníacos engañosos lograrán un éxito más allá de toda predicción o expectativa. Al rechazar el verdadero evangelio, la gente creerá la mentira acompañada por los milagros engañosos (2 Tes. 2:9–12). Los poderes del mundo se reunirán en el lugar que en hebreo se llama Armagedón, que significa “Monte de Meguido”.
En el Antiguo Testamento, Meguido era una ciudad fortaleza, situada en la llanura de Esdrelón, al pie de la sierra del Carmelo, entre el mar Mediterráneo y el mar de Galilea. La ciudad estaba ubicada en la gran ruta de Egipto a Damasco, lo que la convertía en un pasaje natural para la invasión de Palestina. Por ello, era un sitio estratégico muy importante.
La llanura de Esdrelón (o valle de Jezreel) era conocida por muchas batallas famosas en tiempos antiguos. En el Antiguo Testamento, la ciudad de Meguido fue escenario de muchas batallas decisivas en la historia de Israel. En Meguido, Barac y Débora derrotaron a Sísara y a su ejército (Jue. 5:19–21), Gedeón obtuvo la victoria sobre los madianitas (6:33), Saúl fue derrotado por los filisteos (1 Sam. 31), Ocozías fue herido por Jehú (2 Rey. 9:27), y Josías fue muerto por el faraón (2 Rey. 23:29–30).
Una vez más, Apocalipsis utiliza lenguaje familiar de la historia de Israel para describir el conflicto final entre Dios y las fuerzas del mal. Los poderes religiosos y seculares están unificados y organizados en un ejército bajo el liderazgo de la trinidad satánica para la batalla en el gran día de Dios. Son presentados en Apocalipsis 9:16 como fuerzas demoníacas que suman doscientos millones—en contraste con los 144,000 santos. Esto recuerda al Salmo 2:2:
“Los reyes de la tierra se levantarán, y príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su Ungido.”
El monte de Meguido era el monte Carmelo, situado cerca de Meguido. El monte Carmelo fue escenario de una de las batallas más significativas en la historia de Israel, la del profeta Elías contra los profetas de Baal (1 Rey. 18). La cuestión a resolver en el monte Carmelo era quién era el verdadero Dios: ¿el Señor o Baal? (18:21). El fuego que descendió del cielo a la tierra demostró que el Señor era el único Dios verdadero digno de adoración (18:38–39). En la batalla final, sin embargo, la bestia de la tierra hace descender fuego del cielo para falsificar la obra de Dios y engañar al mundo entero (Apoc. 13:13–14).
La cuestión a resolver en la batalla final es la misma que Satanás introdujo al inicio del Gran Conflicto: quién es el gobernante legítimo del universo. Es importante tener en cuenta que Armagedón no es una batalla militar librada en Palestina ni en otro lugar del Medio Oriente. Más bien, es una batalla espiritual entre Cristo y Sus seguidores y las fuerzas de las tinieblas. Es la batalla por las mentes de las personas. Como declaró Pablo:
“Las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Cor. 10:4–5).
El resultado de la batalla final será como el del conflicto en el Carmelo: el triunfo definitivo de Dios sobre las fuerzas de las tinieblas.
Apocalipsis 16:12–16 no describe la batalla en sí, sino únicamente la gran reunión de los poderes religiosos y políticos en Armagedón. La batalla en sí sigue a la sexta plaga y se describe en Apocalipsis 16:17–19:21. Juan más tarde ve “a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos reunidos para hacer guerra” contra Cristo, que viene del cielo acompañado por Su ejército de santos (Apoc. 19:19; cf. 17:14). La batalla concluirá con la derrota de la bestia y sus ejércitos (19:20–21) por el legítimo Rey de reyes y Señor de señores (19:16).
La Séptima Plaga (16:17–21)
17 Entonces el séptimo ángel derramó su copa en el aire, y salió una gran voz del templo, del trono, que decía: “Hecho está.”
18 Y hubo relámpagos, voces, truenos, y un gran terremoto; tal terremoto, tan grande, cual no lo hubo jamás desde que los hombres han estado sobre la tierra.
19 La gran ciudad fue dividida en tres partes, y las ciudades de las naciones cayeron. Y la gran Babilonia fue recordada delante de Dios, para darle la copa del vino del furor de Su ira.
20 Y toda isla huyó, y los montes no fueron hallados.
21 Y enormes granizos, que pesaban como un talento cada uno, cayeron del cielo sobre los hombres; y los hombres blasfemaron contra Dios por la plaga del granizo, porque su plaga fue sobremanera grande.
El último de los siete ángeles derrama su copa en el aire. En ese momento, una gran voz sale del templo, desde el trono de Dios, proclamando: “Hecho está” (Apoc. 16:17). El trono de Dios está ubicado en el templo celestial (capítulos 4–5). El trono significa el gobierno de Dios y Su autoridad soberana sobre la creación. En Apocalipsis, este trono está en oposición al trono de Satanás (2:13; 13:2) y al trono de la bestia (16:10). El hecho de que esta gran voz provenga del trono de Dios sugiere que es Dios mismo quien habla. Es la misma voz que, en Apocalipsis 16:1, comisionó a los siete ángeles a derramar sus copas.
En el Nuevo Testamento, la declaración “Hecho está” se pronuncia tres veces por Jesús. La primera vez fue en la cruz del Calvario, anunciando la victoria sobre Satanás y el inicio del tiempo del fin (Juan 19:30). Aquí, en Apocalipsis 16, la misma voz de Cristo proclama la conclusión de la historia de la tierra y la victoria final sobre Satanás y sus fuerzas malignas. Una vez más, y por última vez, “Hecho está” anunciará la erradicación definitiva del pecado y el glorioso comienzo del reino eterno de Dios en la tierra (Apoc. 21:6).
La proclamación “Hecho está” es seguida por “relámpagos, voces, truenos” (Apoc. 16:18). En Apocalipsis, estos fenómenos siempre están asociados con el trono de Dios (cf. 4:5; 8:5; 11:19). También ocurre un terremoto severo, como nunca antes en la historia (16:18). En el Antiguo Testamento, los terremotos están regularmente asociados con la visitación del juicio final de Dios sobre la tierra y son referidos como el Día del Señor. Este terremoto destruye Babilonia, dividiéndola en tres partes. La Babilonia del tiempo del fin está formada por la unión de la trinidad satánica en alianza con los poderes religiosos mundiales. La unión de la trinidad satánica se rompe; se divide en tres partes: el dragón, la bestia del mar y la bestia de la tierra.
La desintegración de la Babilonia del tiempo del fin conduce al colapso inevitable de “las ciudades de las naciones” (Apoc. 16:19). Las naciones aquí representan los poderes civiles, políticos y seculares que apoyaban a la Babilonia del tiempo del fin y obstaculizaban la obra de Dios en la tierra. Apocalipsis 16:12 muestra que estos poderes retirarán su apoyo a Babilonia. Ahora, esos mismos poderes que la apoyaban también se derrumban. Babilonia y todos los que se identificaron con ella están a punto de experimentar la plenitud del juicio divino.
Así, la gran Babilonia es recordada delante de Dios. Babilonia tiene que beber “la copa del vino del furor de Su ira” (Apoc. 16:19). En Apocalipsis 18:5–6, Dios recuerda las iniquidades de Babilonia y la castiga con “la copa que ella preparó,” duplicándole la porción. Asimismo, en Apocalipsis 14:10, todos los que adoran a la bestia y a su imagen y reciben la marca son amenazados con beber “del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en la copa de Su ira.” Ahora, Dios le da a Babilonia—“la que ha hecho beber a todas las naciones del vino de la pasión de su inmoralidad” (14:8; cf. 17:2; 18:3)—“la copa del vino del furor de Su ira” (16:19). Esta misma copa es también dada a todos los que se pusieron de su lado.
El terremoto de la séptima plaga sumerge todas las islas y montes en el mar. En la apertura del sexto sello, el terremoto mueve los montes e islas de sus lugares (Apoc. 6:14). El autor de Hebreos señala el sacudimiento final de la creación, “para que permanezcan las cosas inconmovibles,” es decir, el reino de Dios (Heb. 12:26–28).
Finalmente, el pasaje declara: “Y enormes granizos, que pesaban como un talento cada uno, cayeron del cielo sobre los hombres” (Apoc. 16:21). No está claro si estos granizos son literales o simbólicos. En el Antiguo Testamento, los granizos son usados como juicio contra los enemigos de Israel (Jos. 10:11; Ez. 38:22). De la misma manera, estos granizos se emplean como armas de juicio contra los enemigos del pueblo de Dios en el tiempo del fin.
Como sucede con las demás plagas, estos granizos no cambian a los impíos, quienes responden blasfemando contra Dios y rehusándose a arrepentirse de sus malas obras (Apoc. 16:9, 11, 21). Las plagas no hacen que nadie se arrepienta; más bien, revelan lo que hay en sus corazones rebeldes. El tiempo de gracia se ha cerrado, y la intercesión ya no está disponible (cf. 15:8). Es imposible que incluso esta plaga “sobremanera grande” cambie su actitud hacia Dios y los haga volver a Él (16:21).