De qué se trata el Apocalipsis – Apocalipsis 1:1–8

El prólogo de Apocalipsis (Ap. 1:1–8)

El prólogo de Apocalipsis (Ap. 1:1–8) identifica a Dios como el autor del Apocalipsis y como Aquel que habla a través de Su Hijo para mostrar a Su pueblo las cosas que han de suceder. Además, presenta al autor del libro y a sus destinatarios originales; luego, describe el tema central y el propósito del libro, así como la forma en que fue escrito. Finalmente, introduce la nota clave del libro. Los primeros ocho versículos de Apocalipsis son los siguientes:

1 La revelación de Jesucristo, que Dios le dio para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y la dio a conocer enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan, 2 quien dio testimonio de todo lo que vio: la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo. 3 Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de esta profecía y guardan las cosas en ella escritas, porque el tiempo está cerca.

4 Juan, a las siete iglesias que están en Asia: Gracia y paz a vosotros, de parte de Aquel que es, que era y que ha de venir, y de parte de los siete Espíritus que están delante de su trono, 5 y de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de los muertos y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos ama y nos liberó de nuestros pecados con su sangre, 6 e hizo de nosotros un reino, sacerdotes para su Dios y Padre, a Él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

7 He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, aun los que lo traspasaron; y todas las tribus de la tierra se lamentarán por Él. ¡Sí, amén! 8 “Yo soy el Alfa y la Omega,” dice el Señor Dios, “el que es, el que era y el que ha de venir, el Todopoderoso.”


El tema central de Apocalipsis (1:1a)

La declaración inicial genera el título del libro, llamándolo “la revelación de Jesucristo.” La palabra griega apokalypsis (apocalipsis) significa “descubrimiento,” “desvelamiento” o “revelación.” El Apocalipsis es, por lo tanto, un desvelamiento de Jesucristo.

En el idioma original, la frase “una revelación de Jesucristo” puede significar tanto que la revelación proviene de Jesús como que se trata de Jesús como el revelado. En cierto sentido, ambos significados están implícitos aquí. Aunque la revelación vino de Dios por medio de Jesucristo, quien la comunicó a Juan a través de un ángel (Ap. 1:1; cf. 22:16), el resto del libro testifica que Jesús es el tema principal de su contenido. Él es “el Alfa y la Omega” (es decir, de la A a la Z) del contenido del libro, “el principio y el fin” (21:6; 22:13), y “el primero y el último” (1:17; 22:13). El libro comienza y termina con Jesús.

El título indica lo que debe encontrarse en el libro. La declaración “[esta es una] revelación de Jesucristo” muestra que el enfoque principal del Apocalipsis es Jesucristo. Él es la clave que abre el verdadero significado del libro. Apocalipsis no es una especie de “apocalipsis de Hollywood” lleno de eventos extraños y horribles que caen sobre el mundo, causando miedo. Al nombrar su libro “la revelación de Jesucristo,” Juan, el autor inspirado, quiso decirle al lector que el libro que escribió ofrece un retrato único de Cristo que no se encuentra en otras partes de las Escrituras.

El libro de Apocalipsis es evangelio tanto como lo son los cuatro Evangelios. Los cuatro Evangelios y Apocalipsis hablan del mismo Jesús; sin embargo, se enfocan en diferentes aspectos de Sus funciones y existencia. Los Evangelios presentan a Jesús como el Hijo de Dios preexistente que entró en la experiencia humana para salvar a los seres humanos caídos y que, después de Su muerte en la cruz y posterior resurrección, ascendió al cielo. ¿Qué está haciendo ahora en el cielo? Apocalipsis revela la respuesta a esta pregunta. El libro muestra que, después de Su ascensión al cielo, Jesús se sentó en el trono celestial y ahora gobierna sobre todo el universo.

Los Evangelios también nos dicen que, antes de Su ascensión, Jesús hizo dos promesas sobre Sus futuras interacciones con Su pueblo: primero, que siempre estaría con ellos hasta el fin del mundo (Mat. 28:20); y segundo, que vendría otra vez para llevarlos consigo (Jn. 14:1–3). Apocalipsis retoma estas dos promesas. El libro describe, primero, cómo Jesús cumple la promesa de estar con Su pueblo a lo largo de la historia, hasta el fin (Ap. 1–18); y describe, segundo, cómo vendrá al final de la historia de este mundo y se unirá a ellos (caps. 19–22).

Sin Apocalipsis, nuestro conocimiento del ministerio de Cristo en el cielo en favor de Su pueblo sería vago. Apocalipsis es el evangelio en el sentido pleno de la palabra. Transmite la sustancia del evangelio como “las buenas nuevas.” Señala enfáticamente a Cristo glorificado como Aquel que, en virtud de Su propia muerte, conquistó la muerte y la tumba (Ap. 1:17–18). Él nunca abandonará a Su pueblo; siempre estará con ellos hasta que venga por segunda vez para llevarlos consigo.


El propósito del libro (1:1b)

El prólogo además afirma que el propósito de Apocalipsis es mostrar al pueblo de Dios “las cosas que deben suceder pronto” (Ap. 1:1). Es evidente que la representación de los eventos futuros ocupa gran parte del libro. Mientras que la primera mitad de Apocalipsis (caps. 1–11) delimita eventos mundiales que ocurren entre el primer siglo y el tiempo del fin, su segunda mitad (caps. 12–22) trata principalmente del tiempo del fin y de los acontecimientos que conducen a la Segunda Venida. Esta división plantea la pregunta: ¿Cómo puede el libro ser tanto el desvelamiento de Jesucristo como el desvelamiento de los eventos que han de suceder?

Por un lado, las profecías de Apocalipsis explican, desde la perspectiva de Dios, por qué sucederán los eventos predichos. Proporcionan la seguridad de que, sin importar lo que depare el futuro, Dios tiene el control. Todo lo que sucede cumple Sus planes y propósitos para este mundo.

Sin embargo, los eventos futuros predichos en Apocalipsis—ya sean los ya cumplidos o los que aún han de suceder—no son evidentemente el tema principal. No están registrados para hacer del Apocalipsis un libro divino de adivinación, ni se dan estas profecías para satisfacer nuestra curiosidad obsesiva acerca del futuro. Su propósito principal es asegurarnos de la presencia de Jesús con Su pueblo a lo largo de la historia y en sus eventos finales.

Cristo sabía, sin embargo, que el pleno impacto de Su promesa de estar con Su pueblo no sería efectivo sin explicar los eventos futuros a través de Su palabra profética. La representación gráfica de estos eventos en Su mensaje está diseñada para impresionarnos con la seriedad de la crisis final y nuestra necesidad de depender de Dios durante ese tiempo. Este tiempo de crisis recordará al pueblo de Dios la promesa de Cristo de estar con ellos para sostenerlos en esos momentos difíciles. “Estas cosas os he hablado,” dijo Jesús, “para que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho” (Jn. 16:4).

Debemos tener en cuenta que el cumplimiento de las profecías del tiempo del fin no debe ser objeto de especulaciones ni sensacionalismo. Apocalipsis nos informa sobre lo que sucederá en el mundo en el tiempo del fin. Lo que el libro no nos muestra, sin embargo, es exactamente cuándo y cómo tendrán lugar los eventos del tiempo del fin. Se han escrito libros y creado páginas web prediciendo con exactitud cómo se cumplirán estas profecías. Sin embargo, la mayoría de las ideas expresadas son engañosas, pues no provienen de la Biblia sino de imaginaciones basadas en interpretaciones alegóricas o en noticias de actualidad. El momento y la manera del desarrollo de los eventos finales son secretos que Dios ha reservado solo para Sí mismo (Mat. 24:36; Hech. 1:7). Serán claros para nosotros solo cuando se cumplan, no antes (Jn. 14:29; 16:4).

Cuando se entienden adecuadamente, las profecías de Apocalipsis tienen propósitos prácticos: enseñarnos cómo vivir hoy y prepararnos para el futuro. Estudiarlas debe hacernos mejores personas, motivarnos a tomar en serio nuestro destino eterno e inspirarnos a tratar de alcanzar a quienes nos rodean con el mensaje del evangelio.


Lenguaje simbólico del libro (1:1c)

El prólogo además explica que el contenido de Apocalipsis fue “señalado” (significado) a Juan en una visión. La palabra griega sēmainō significa principalmente: “mostrar por medio de señales o símbolos.” Esta palabra se usa en la traducción griega del Antiguo Testamento (la Septuaginta), donde Daniel explicó al rey Nabucodonosor que, por medio de un símbolo—la estatua hecha de oro, plata, bronce e hierro—Dios le había mostrado al rey “lo que sucederá en el futuro” (Dn. 2:45). De manera similar, al usar esta palabra en el prólogo de Apocalipsis, el revelador, Juan, informa al lector que las cosas registradas en el libro le fueron mostradas en Patmos en visiones mediante símbolos.

El libro de Apocalipsis no provee descripciones fotográficas de realidades celestiales o de eventos futuros que deban interpretarse literalmente. Aunque las escenas y eventos predichos en sí son reales, le fueron mostrados a Juan en presentaciones simbólicas. Bajo la inspiración del Espíritu Santo, Juan registró fielmente estas presentaciones simbólicas tal como le fueron mostradas (Ap. 1:2). Sin embargo, debido a la insuficiencia del lenguaje humano, Juan añadió símbolos propios. Sus intentos de expresar realidades celestiales con palabras humanas se señalan mediante marcadores como “como” o “semejante a.”

Mantener en mente el carácter simbólico de Apocalipsis nos resguardará contra la aplicación literal de los símbolos, lo cual distorsionaría el mensaje profético. Mientras que leer la Biblia en general presupone un entendimiento literal del texto (a menos que claramente señale simbolismo intencional), estudiar Apocalipsis requiere un entendimiento simbólico de las escenas y eventos registrados, salvo que el texto indique claramente que se debe entender literalmente.

No es, sin embargo, fácil determinar qué debe entenderse simbólicamente y qué debe entenderse literalmente en Apocalipsis. Aunque algunos símbolos están definidos en el libro (cf. Ap. 1:20; 12:9; 17:9–11, 15), la mayoría no lo están. Al tratar de determinar su significado, debemos ser cuidadosos de no imponer un sentido al texto proveniente de la imaginación alegórica o de significados actuales de esos símbolos. Su sentido debe estar controlado por la intención divina y por el significado que los símbolos tenían para aquellos a quienes el libro fue dirigido originalmente.

Al tratar con los símbolos de Apocalipsis, debemos recordar que Apocalipsis fue escrito hace casi dos milenios para los cristianos de la época de Juan (Ap. 1:4, 11). El lenguaje simbólico de Apocalipsis es el del siglo I. Al estudiar Apocalipsis hoy, debemos determinar el sentido que esos símbolos tenían para los destinatarios originales. Esto nos protegerá de nuestra tendencia natural a imponer sobre los símbolos significados que coinciden con nuestro tiempo y situación, en lugar del tiempo y lugar en el que Dios originalmente los comunicó a Su pueblo.

El lenguaje simbólico de Apocalipsis no nació en un vacío, sino que se tomó de realidades históricas. La mayor parte del simbolismo del libro proviene del Antiguo Testamento: alrededor de tres cuartas partes del texto del libro contienen alusiones directas o indirectas al Antiguo Testamento. Al presentar eventos futuros, la inspiración a menudo usa el lenguaje del pasado. Dios quiere grabar en nuestras mentes que Sus actos de salvación en el futuro serán semejantes a Sus actos de salvación en el pasado. Lo que Él hizo por Su pueblo en el pasado, lo hará por ellos en el futuro. No hay duda de que los lectores del primer siglo habrían entendido la mayoría de los símbolos de Apocalipsis a la luz de su trasfondo en el Antiguo Testamento.

Así, para descubrir el significado de los símbolos e imágenes de Apocalipsis, debemos prestar atención primero al Antiguo Testamento. Sin embargo, muchos símbolos en el libro—como bestias, cabezas, cuernos, estrellas, los cuatro vientos de la tierra, mujeres, un dragón de siete cabezas, etc.—también se usaban ampliamente en los escritos apocalípticos judíos de la época. Por lo tanto, eran parte habitual del vocabulario del siglo I. Además, las imágenes de Apocalipsis también habrían evocado escenas grecorromanas contemporáneas en la mente de los cristianos de ese tiempo.

Ellen White señala que “en el Apocalipsis todos los libros de la Biblia se encuentran y terminan.” Muchas secciones de Apocalipsis tienen paralelos directos en otros textos del Nuevo Testamento. Prestar cuidadosa atención a los paralelos en el Nuevo Testamento nos ayuda a obtener una comprensión más profunda del mensaje del libro.


Bienaventuranza al lector (1:3)

El libro promete una bendición especial a los lectores. La palabra “bienaventurado” (makarios) en el griego original significa “feliz.” Es la misma palabra que Jesús usó en el Sermón del Monte (Mat. 5:3–12) para referirse al gozo interior profundo que nadie ni nada en la vida puede quitar (Jn. 16:22), el cual sostiene a los fieles en medio de las dificultades de la vida. A los lectores de Apocalipsis se les promete esta felicidad especial cuando observan las instrucciones especificadas en la palabra profética.

Puede notarse el cambio en el texto de “el que lee” (singular) a “los que oyen” (plural), lo que sugiere una lectura pública de Apocalipsis en un contexto de iglesia. Los oyentes eran la congregación reunida para escuchar la lectura expositiva de las profecías del libro. Apocalipsis, por lo tanto, contempla individuos en la iglesia designados por Dios para hacer comprensibles las profecías del libro a la congregación. Sin embargo, esto no sugiere que el libro deba ser estudiado solo por unos pocos, sino por todo el cuerpo de creyentes. Cuando los creyentes entienden las profecías de Apocalipsis y responden tomando esas profecías a pecho, una gran bendición viene sobre ellos.


Saludos trinitarios (1:4–6)

Apocalipsis fue escrito originalmente en forma de epístola. Por lo tanto, comienza con la triple apertura de cartas que era común en esa época. Primero, se presentan el remitente y los destinatarios de la carta: “Juan, a las siete iglesias que están en Asia” (Ap. 1:4). Juan era uno de los doce discípulos. Estaba escribiendo a siete congregaciones cristianas en la provincia romana de Asia (hoy la parte suroeste de Turquía), que se encontraban en graves circunstancias espirituales que amenazaban con destruir su existencia como pueblo de Dios.

En Apocalipsis, esas siete iglesias representan a la iglesia a lo largo de la era cristiana. El número siete también tiene un significado simbólico: es el número de plenitud y perfección. Así, aunque fue escrito originalmente a esas iglesias, Apocalipsis también fue escrito para todo el pueblo de Dios a lo largo de la era cristiana.

La segunda parte de la apertura de la carta ofrece el saludo epistolar común entre los primeros cristianos: “Gracia y paz a vosotros” (cf. Ro. 1:7; 1 Pe. 1:2). La frase consiste en la palabra griega de saludo habitual charis (gracia) y la palabra hebrea shalom (paz). En el Nuevo Testamento, “gracia y paz” es más que un saludo casual. El orden de estas palabras es siempre “gracia y paz,” nunca “paz y gracia.” Bruce M. Metzger señala que esto se debe a que la gracia es el favor divino otorgado a los seres humanos y “la paz es el estado de bienestar espiritual que resulta de ello.”

Los dadores de gracia y paz son las tres personas de la Deidad. El primero mencionado es Dios el Padre, referido como “el que es, el que era y el que ha de venir” (Ap. 1:8; cf. 4:8). Este título tripartito evoca el nombre divino “Yo soy el que soy,” que interpretaba el nombre del pacto del Antiguo Testamento, Yahvé, y señalaba la existencia eterna de Dios (Éx. 3:14).

La segunda persona en la Trinidad es llamada “los siete Espíritus” (cf. Ap. 4:5; 5:6). Este nombre se refiere al Espíritu Santo, siendo siete un número de plenitud. El trasfondo veterotestamentario de esta identificación es la designación séptuple del Espíritu, hallada en la versión de la Septuaginta de Isaías 11:2 (el espíritu de sabiduría y entendimiento, el espíritu de consejo y fortaleza, el espíritu de conocimiento y piedad, y el espíritu de temor de Dios). También, en Zacarías 4, las siete lámparas simbolizan la actividad universal del Espíritu Santo en el mundo (Zac. 4:2). En Apocalipsis, “los siete Espíritus” corresponden a las siete iglesias en las que el Espíritu obra. La frase, por lo tanto, denota la plenitud y universalidad de la obra del Espíritu en la iglesia, capacitando a la iglesia para cumplir su misión.

La lista concluye con Jesucristo, identificado con un título triple: “El testigo fiel, el primogénito de los muertos y el soberano de los reyes de la tierra” (Ap. 1:5a). Este triple título evoca el Salmo 89, en el cual el rey davídico es el primogénito de Yahvé, el rey exaltado en la tierra y el testigo fiel de Yahvé (vv. 27, 37). Estos tres títulos de Jesús en Apocalipsis 1:5a corresponden a Sus funciones de Profeta, Sacerdote y Rey. Por Su testimonio fiel durante Su ministerio terrenal, Jesús ha recibido el honor de primogénito y ha sido exaltado a la posición más alta, por encima de todo poder y autoridad en el cielo y en la tierra (Ef. 1:20–22; 1 Pe. 3:22).

Habiendo declarado quién es realmente Jesús, Juan describe luego lo que Él hace: Él “nos ama y nos liberó de nuestros pecados con su sangre, e hizo de nosotros un reino, sacerdotes para su Dios y Padre” (Ap. 1:5b–6). Esta triple actividad de Jesús corresponde a Sus tres títulos. En el texto original, “[Él] nos ama” es una actividad continua: Él nos ama de manera constante. Este amor abarca igualmente el pasado, el presente y el futuro. El que nos ama nos ha liberado de nuestros pecados con Su sangre. En el texto original, el verbo “liberó” indica un acto completo en el pasado. En la cruz, Jesús murió y nos liberó de nuestros pecados para siempre.

Apocalipsis nos dice no solo lo que Cristo ha hecho por nosotros, sino también lo que llegamos a ser en Él. Él nos ha hecho “un reino, sacerdotes para su Dios y Padre” (cf. Ap. 5:9–10). Este es el estatus que disfrutan los redimidos debido a lo que Cristo hizo en la cruz del Calvario. Este título privilegiado fue prometido originalmente al antiguo Israel. Porque Dios amaba a Israel, los redimió de la esclavitud en Egipto y les prometió que serían Su reino de sacerdotes (Éx. 19:5–6). Este título privilegiado ahora se ofrece a la iglesia cristiana como el verdadero Israel de Dios (1 Pe. 2:9–10).

Lo que a Israel se le ofreció como promesa futura, ahora se ofrece a los cristianos sobre la base de lo que Cristo hizo en el pasado. Gracias al amor continuo de Cristo, los redimidos ya son elevados al glorioso estatus de “un reino y sacerdotes” (Ap. 5:9–10). Pablo explica que los redimidos ya fueron resucitados y sentados con Cristo en los lugares celestiales (Ef. 2:6). Mientras somos elevados a ese estatus, debemos tener en cuenta que todavía estamos en este mundo. Aunque en el mundo, no pertenecemos a este mundo. “Porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos ansiosamente a un Salvador, el Señor Jesucristo” (Fil. 3:20).


La nota clave del libro (1:7–8)

Al concluir el prólogo, Juan dirige la atención a la nota clave de la carta: el regreso de Jesús en majestad y gloria. Emplea la redacción de Daniel 7:13 (“viniendo con las nubes”) y de Zacarías 12:10 (“a quien traspasaron” y “se lamentarán por Él”), así como las palabras de Jesús en su discurso del Monte de los Olivos: “vendrán sobre las nubes del cielo” y “todas las tribus de la tierra harán lamentación” (Mat. 24:30). Juan quiere que entendamos que la venida de Cristo está arraigada tanto en la profecía bíblica como en la promesa de Cristo de volver otra vez. El lenguaje utilizado aquí apunta a una resurrección especial de ciertas personas inmediatamente antes del regreso de Cristo.

La promesa de volver es reiterada por Jesús tres veces en la conclusión del libro (Ap. 22:7, 12, 20). La Segunda Venida es la nota clave del libro; lo abre y lo cierra. Es el clímax de la profecía y el punto hacia el cual se dirige la historia. La venida de Cristo en gloria marcará la conclusión de la historia de este mundo y el comienzo del reino eterno de Dios.

En el Nuevo Testamento, Cristo siempre se refiere a Su venida con las palabras “Yo vengo” y no con “Yo vendré.” El presente futurista se refiere al evento futuro como si ya estuviera ocurriendo, demostrando así la certeza de la promesa de Cristo de volver. Esta certeza se afirma con la declaración: “Sí, amén.” En griego, se lee como “Nai, amén.” Nai es una palabra griega que significa amén, un afirmativo hebreo. Combinadas, las dos palabras expresan una afirmación enfática. Esta misma afirmación también concluye el libro: “‘Sí, vengo pronto.’ Amén. Ven, Señor Jesús” (Ap. 22:20).

Este texto se refiere a la venida literal y personal de Cristo en majestad y gloria. De esta manera, Apocalipsis está en armonía con la enseñanza del resto de la Biblia. La Biblia nunca enseña una venida invisible y secreta de Cristo. Por el contrario, todo ser humano lo verá venir, e incluso “los que lo traspasaron” (Ap. 1:7). Nadie quedará exento. Mientras que Su venida traerá liberación a los que lo esperan, traerá juicio a quienes han despreciado Su misericordia y Su amor.

La certeza de la Segunda Venida está arraigada en el hecho de que ha sido prometida por el mismo Dios, el gran “Yo soy,” que es “el Alfa y la Omega, … el que es, el que era y el que ha de venir, el Todopoderoso” (Ap. 1:8). Una promesa es tan fuerte como la persona que la da; es tan segura como la integridad y capacidad de esa persona para cumplir lo que dice. En la Biblia, la promesa de volver la da Dios, quien en el pasado ha cumplido todas Sus promesas. Él nos ha dado la seguridad de que Su promesa de regresar se cumplirá, tal como todas Sus promesas se han cumplido en el pasado.