Los santos sellados y la gran multitud – Apocalipsis 7:1-17

La escena de Apocalipsis 7 está insertada en forma de paréntesis entre la apertura del sexto y el séptimo sellos. La conclusión del sexto sello nos lleva a los eventos finales de la historia de la tierra que termina en la Segunda Venida de Cristo. Con el juicio que se acerca, las masas rebeldes procuran esconderse de la ira del Cordero, clamando llenos de pánico: “¿Quién podrá sostenerse [en el gran día de su ira]?” (6:17). Apocalipsis 7 responde a esa pregunta: Los que podrán sostenerse en el gran día son los 144.000 y la gran multitud. Por ello, el capítulo 7, se divide en dos partes: la primera se ocupa de los 144.000 sellados (7:1–8), y la segunda describe la gran multitud que está en la presencia del trono de Dios después de pasar por el tiempo de la gran tribulación (7:9–17).


Los Santos Sellados (7:1–8)

Apocalipsis 7:1–8 describe los 144.000 como provenientes de las doce tribus de Israel, y están sellados en sus frentes para su protección de las destrucciones escatológicas que vienen sobre la tierra.

1Después de esto vi a cuatro ángeles en pie en los cuatro ángulos de la tierra, reteniendo los cuatro vientos de la tierra, de modo que el viento no sople sobre la tierra o sobre el mar o sobre cualquier árbol. 2Y vi otro ángel ascender desde el nacimiento del sol, teniendo el sello del Dios viviente, y clamó con fuerte voz a los cuatro ángeles a quienes se les dio dañar la tierra y el mar, 3diciendo: “No dañen la tierra o el mar o los árboles hasta que hayamos sellado a los siervos de nuestro Dios sobre sus frentes”.4Y oí el número de los que han sido sellados, 144.000 sellados de cada tribu de los hijos de Israel:

5de la tribu de Judá 12.000 sellados,

de la tribu de Rubén 12.000,

de la tribu de Gad 12.000,

6de la tribu de Aser 12.000,

de la tribu de Neftalí 12.000,

de la tribu de Manasés 12.000,

7de la tribu de Simeón 12.000,

de la tribu de Leví 12.000,

de la tribu de Isacar 12.000,

8de la tribu de Zabulón 12.000,

de la tribu de José 12.000,

de la tribu de Benjamín 12.000 sellados.

Notas

7:1 Los cuatro ángulos de la tierra. Esta frase se usaba en el antiguo Cercano Oriente como nosotros usamos hoy “los cuatro puntos cardinales”1 para describir la importancia global de un evento. Así Isaías habla de reunir a los desterrados de Israel y los dispersados de Judá de los cuatro confines de la tierra” (Isa. 11:12). Ezequiel visualizó que el fin venía sobre los cuatro extremos de la tierra (Eze. 7:2). Los cuatro ángulos en Apocalipsis 7:1 evidentemente corresponden a los cuatro vientos mencionados después.

Cuatro vientos. Los vientos en el Antiguo Testamento simbolizaban las fuerzas destructivas que son los agentes de Dios. Los vientos son los carros de Dios (Jer. 4:13). Dios viene con sus carros como un torbellino para ejecutar juicios (Isa. 66:15–16). Jeremías anunció el juicio venidero contra Jerusalén como “un viento abrasador” “desde las estériles lomas del desierto” (Jer. 4:11–12; cf. 23:19–20; 51:1–2). El viento de Jehová salió con furia cayendo sobre la cabeza de los malos (Jer. 23:19; 30:23). Oseas habló del viento de Jehová que venía desde el desierto, destruyendo la fertilidad de la tierra (Ose. 13:15). Daniel vio en visión los cuatro vientos del cielo agitando el gran mar del cual estaban saliendo las cuatro bestias (Dan. 7:2; cf. 8:8; 11:4). Dios le dijo a Jeremías que enviaría sus cuatro vientos sobre Elam y esparciría al pueblo (Jer. 49:36). En Zacarías 6:5–7, los cuatro caballos son interpretados como los “cuatro vientos [‘espíritus’, NVI] de los cielos”; esto podría sugerir que los cuatro vientos de Apocalipsis 7:1 son “otra manera de referirse a los cuatro jinetes del capítulo 6”.2 La siguiente declaración del libro apócrifo Eclesiástico (o Sirac) arroja algo de luz sobre el significado figurado del viento con referencia al juicio divino en la mente judía: “Hay vientos creados para el castigo, en su furor ha endurecido él sus látigos; al tiempo de la consumación su fuerza expanden, y desahogan el furor del que los hizo”.3

7:2 Desde el nacimiento del sol. Como en el antiguo Cercano Oriente, esta frase era una manera de designar el este. En el Antiguo Testamento, el este a menudo se usa con referencia a Dios. El Edén estaba en el oriente (Gén. 2:8). En Ezequiel, la gloria de Dios venía del este al templo (Eze. 43:2). En el Nuevo Testamento, el este siempre está asociado con Cristo. Los magos vieron la estrella en el oriente anunciando al recién nacido Rey (Mat. 2:2, 9). Jesús es llamado el sol naciente (Luc. 1:78, NVI) y la estrella de la mañana (Apoc. 22:16). Jesús habló de la señal del Hijo del Hombre que aparecía del oriente (Mat. 24:27–30). Así el “otro ángel [que vio] ascender desde el nacimiento del sol” en 7:2 probablemente fue comisionado por Cristo, o aun es posible que pudiera ser Cristo mismo.

7:3 Hasta que hayamos sellado a los siervos de nuestro Dios sobre sus frentes. Esta escena es tomada de Ezequiel 9 y pinta en lenguaje simbólico la escena de la destrucción de Jerusalén antes del Exilio. El profeta vio en la visión a un mensajero celestial a quien describe como “un varón vestido de lino, el cual traía a su cintura un tintero de escribano”. Se lo había instruido que recorriera la ciudad y marcara las frentes de aquellos que fueran fieles, antes de que comenzara la matanza de los habitantes de Jerusalén. Los verdugos recibieron la indicación de que no debían tocar a ninguno que estuviera marcado. La señal en la frente distinguiría a los que fueran el propio pueblo fiel de Dios de los demás que eran infieles e idólatras, proveyéndoles protección del juicio venidero (Eze. 9:1–11).

La antigua idea básica del sellamiento era indicar propiedad. Cuando algo estaba sellado, como un documento, era para su ratificación o para la protección de su contenido (ver Notas sobre Apoc. 5:1). Este sellamiento de personas en el Nuevo Testamento denota identificación de quienes son pueblo fiel a Dios. El sellamiento es algo que sucede cuando una persona va a Cristo. Estar sellado con el sello del Espíritu Santo es la señal de un cristiano genuino que pertenece a Dios y la señal de certeza de la salvación. “En él también vosotros”, explica Pablo, “habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria” (Efe. 1:13–14; cf. 2 Cor. 1:21–22). “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Efe. 4:30). Los cristianos genuinos son aquellos a quienes Dios reconoce como su propio pueblo. Esto es claro en Pablo: “Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2 Tim. 2:19). Así se llama al pueblo fiel del Apocalipsis, los “sellados” (9:4; 14:1; 22:4) porque pertenecen a Dios como su posesión. El sello de Dios consiste en el nombre de Dios escrito sobre las frentes: “Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sión, y con él 144.000, que tenían el nombre de él y el de su Padre escrito en la frente” (Apoc. 14:1). “Y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes” (Apoc. 22:4; cf. 3:12).

Jon Paulien nota: “Apocalipsis 7:1–3 no limita explícitamente el sellamiento del tiempo del fin; meramente se concentra en la importancia de la obra del sellamiento en el marco del tiempo del fin”.4 Apocalipsis 9:4 claramente confirma esta suposición. En el tiempo de la crisis final de la historia de este mundo, el sellamiento tendrá un significado adicional como una señal de protección, así como en la visión de Ezequiel los que fueron marcados fueron protegidos durante los juicios que cayeron sobre Jerusalén (9:1–7). El siguiente texto de los Rollos del Mar Muerto indica que algunos grupos judaicos previeron la repetición escatológica de la visión de Ezequiel: “Pero todo el resto será entregado a la espada cuando el Mesías de Aarón y de Israel venga, así como sucedió durante el tiempo del primer castigo, como dijo Ezequiel: ‘Ponles una señal en la frente a los hombres que gimen y claman’ (Eze. 9:4), pero al resto les fue dado la espada que se desquita por las violaciones del pacto. Y tal es el veredicto sobre todos los miembros del pacto que no se sostienen firmes de estas leyes; ellos son condenados a la destrucción por Belial”.5

El sellamiento escatológico, como señal de protección, es paralelo también a la marca en “la puerta de la casa con la sangre del cordero pascual designada para proteger a los israelitas de las plagas del Éxodo, que iniciaron la liberación de Israel” (Éxo. 12:21–23).6 Es la ratificación final del pueblo de Dios de ser fieles a él en la crisis final. Estando sellado, el pueblo de Dios está bajo la protección especial del Espíritu Santo de las fuerzas destructivas de las siete últimas plagas. Esto es exactamente lo que Jesús quería decir cuando prometió proteger a los creyentes de Filadelfia “de la hora de la prueba que está por venir sobre los que moran en la tierra” (Apoc. 3:10).

Mientras en el Apocalipsis el fiel pueblo de Dios es sellado (Apoc. 9:4; 14:1; 22:4), se describe a los que se oponen a Dios y al evangelio como marcados con el nombre de la bestia. Como tales, ellos son propiedad de la bestia (13:16–17; 14:9; 16:2; 19:20; 20:4). Mientras el sello de Dios consiste en el nombre de Dios sobre las frentes, la marca de la bestia consiste en el nombre de la bestia sobre la frente o en la mano (Apoc. 13:17). “La recepción de la marca de la bestia y el sello de Dios, que consiste en los nombres de la bestia o de Dios, denota conformidad con el carácter de Satanás o de Dios. En el conflicto final todos tendrán la imagen de lo demoníaco o de lo divino”.7 (Sobre el sello como la prueba decisiva en la crisis final, ver Notas sobre Apocalipsis 13:16).

7:4 Y oí el número. Esta frase aparece aquí y en 9:16. Mientras aquí Juan conoce el número del pueblo sellado de Dios, en 9:16 se dice que los adversarios de Dios son doscientos millones. Ambos números deben, por supuesto, tomarse como simbólicos.

144.000. Este número está compuesto por doce multiplicado por doce y luego multiplicado por mil. Doce es el número de las tribus de Israel; también es el número de la iglesia construida sobre el fundamento de los doce apóstoles (cf. Efe. 2:20). En la Nueva Jerusalén, las doce puertas reciben el nombre de las doce tribus de Israel, y sus doce fundamentos tienen los nombres de los doce apóstoles, representando así al Israel del Antiguo y del Nuevo Testamento. Así 144 (12×12) representa la totalidad de Israel, es decir, la totalidad del pueblo de Dios tanto de los tiempos del Antiguo como del Nuevo Testamentos.

El número 1.000 (heb. ‘elef) puede tener diferentes significados en el Antiguo Testamento. Puede ser un número literal de exactamente 1.000. Pero también puede denotar una subdivisión tribal (Núm. 31:5; Jos. 22:14, 21; 1 Sam. 10:19; 23:23; Miq. 5:2) o una unidad militar de unos 1.000 soldados. Israel como nación estaba administrativamente organizado en unidades tribales. En tiempos de guerra, sin embargo, su ejército se organizaba en unidades militares de 1.000 con sus subunidades (Núm. 1:16; 10:4; 31:4–6; 1 Sam. 8:12; 18:13; cf. Éxo. 18:21, 25; 1 Sam. 22:7). Mil era así la unidad militar básica en el antiguo Israel. La frase “millares de Israel” se usa como un sinónimo para el ejército de Israel y tiene la misma connotación como “los batallones de Israel”.8 Los 144.000 sellados está compuesto por 144 unidades militares, doce de cada tribu, significando una totalidad de Israel con sus doce tribus.9 Juan usa estas imágenes de batalla para pintar la “iglesia en su aspecto de lucha terrenal, la ‘iglesia militante’”.10 Siendo que 144.000 están a punto de pasar por la gran tribulación, es natural y muy apropiado comprender a los santos sellados del capítulo 7 en términos de un ejército militar organizado en unidades que siguen el modelo del antiguo sistema militar de Israel.

De cada tribu de los hijos de Israel. Una manera de entenderlo es que señala al Israel literal. Otros sostienen que Israel aquí se refiere simbólicamente a la iglesia como el Israel espiritual. El problema con la primera idea es que las doce tribus ya no existen. El reino del Norte, Israel, que estaba compuesto por diez tribus, desaparecieron de la historia con la conquista asiria en el siglo octavo a. C. (2 Rey. 17:5–23). La mayor parte de las personas que pertenecían a esas diez tribus fueron deportadas de Palestina y fueron esparcidas entre las naciones del Cercano Oriente. En el transcurso de la historia, llegaron a asimilarse con esas naciones (cf. 2 Rey. 17:24–41) o amalgamarse entre sí. Así, como en el tiempo de Juan existían solo dos tribus todavía, las doce tribus ya no representan “una entidad histórica sino solo teológica”.11

Además, la lista de las doce tribus en Apocalipsis 7 difiere de cualquier lista en el Antiguo Testamento:

Apocalipsis 7Génesis 49Números 1:5–15Ezequiel 48
JudáRubénRubénDan
RubénSimeónSimeónAser
GadLeviJudáNeftalí
AserJudáIsacarManasés
NeftalíZabulónZabulónEfraín
ManasésIsacarEfraínRubén
SimeónDanManasésJudá
LeviGadBenjamínBenjamín
IsacarAserDanSimeón
ZabulónNeftalíAserIsacar
JoséJoséGadZabulón
BenjamínBenjamínNeftalíGad

La lista de los paralelos en el orden de las tribus es diferente: Judá viene primero, antes que Rubén, el mayor de los hijos de Jacob. Como observa Douglas Ezell: “Judá nunca es puesto primero en ninguna lista de las tribus en el Antiguo Testamento (Gén. 49; Eze. 48). Este desplazamiento es fácilmente explicado cuando se recuerda que el Cordero, el Mesías, vino de la tribu de Judá (Apoc. 5:5–6). Él está a la cabeza de este círculo ampliado del pueblo de Dios”.12

Se omiten Dan y Efraín, y las tribus de José y Leví se incluyen, aun cuando el Antiguo Testamento no menciona una tribu de José. En realidad, José, como el hijo favorito de Jacob, recibió una doble porción de tal manera que sus dos hijos, Manasés y Efraín, llegaron a ser las cabezas de las tribus. Israel tenía realmente trece en lugar de doce tribus. La decimotercera era la tribu de Leví, la tribu sacerdotal, que nunca recibió la herencia. Las tribus de Dan y Efraín en el Antiguo Testamento se describen como apóstatas. En su discurso en el lecho de muerte, Jacob habló de Dan como “serpiente junto al camino, víbora junto a la senda, que muerde los talones del caballo, y hace caer hacia atrás al jinete” (Gén. 49:17). En la etapa tribal de la historia de Israel, los de la tribu de Dan se hicieron una imagen de talla (Juec. 18:27–31). Durante el tiempo de la monarquía dividida, Dan llegó a ser uno de los centros de adoración idolátrica que competía con el templo en Jerusalén (1 Rey. 12:29–30; 2 Rey. 10:29). Una referencia interesante a Dan se encuentra en Jeremías: “Desde Dan se oyó el bufido de sus caballos; al sonido de los relinchos de sus corceles tembló toda la tierra; y vinieron y devoraron la tierra y su abundancia” (Jer. 8:16). Estos textos fueron entendidos más tarde por los rabíes judíos como refiriéndose al Anticristo que vendría de la tribu de Dan.

Del mismo modo, Efraín llegó a ser un símbolo de la apostasía y la idolatría de Israel para los profetas (Ose. 4:17; 8:9–11; 12:1; cf. 2 Crón. 30:1,10). El salmista describe a Efraín como “arqueros armados, volvieron las espaldas en el día de la batalla. No guardaron el pacto de Dios” (Sal. 78:9–10). En el tiempo de Isaías, Efraín se confederó con Siria contra Judá (Isa. 7:2–9), poniéndose así del lado de los enemigos del pueblo de Dios. Es muy probable que, por causa de la tradición, Juan omitió a Dan, así como a Efraín, de la lista de las tribus, e incluyó la tribu de Leví que no era contada entre las doce tribus en el Antiguo Testamento. Parece claro, entonces, que Juan tenía en vista a la iglesia, no al Israel literal. En el Nuevo Testamento, la iglesia cristiana es el nuevo y verdadero Israel de Dios (cf. Rom. 2:28–29; 9:6–8; Gál. 3:29; 6:16; Sant. 1:1) y la recipiente de todos los privilegios y las promesas previamente dadas al Israel del Antiguo Testamento.

Exposición

7:1 Más adelante en la visión, Juan ve cuatro ángeles en pie en los cuatro ángulos de la tierra, reteniendo los cuatro vientos de la tierra. Este “retener” de los cuatro ángeles podría contrastar con el “llamado” de los cuatro jinetes de Apocalipsis 6. El hecho de que los cuatro seres vivientes llaman a los cuatro caballos que salgan sugiere que los cuatro ángeles que retienen los cuatro vientos pueden ser los cuatro seres vivientes quienes, como vimos antes, son ángeles exaltados (Apoc. 4:6–7).

Estos ángeles son evidentemente agentes de Dios asignados a restringir las fuerzas destructivas, que están simbolizadas en términos de los cuatro vientos, de destruir la tierra, el mar o cualquier árbol. La tierra y el mar denotan universalidad. En el capítulo 10, encontramos al ángel poderoso parado sobre el mar y la tierra (10:5). Ay de la tierra y del mar porque Satanás ha descendido sobre ellos (12:12). Dios es el creador del cielo, la tierra y el mar (14:7). En el capítulo 7, la tierra y el mar aparentemente tienen un simbolismo negativo. Es especialmente interesante que la tierra y el mar sean los lugares de donde vienen las dos bestias de Apocalipsis 13. Los árboles aquí simbolizan la vida sobre la tierra. Así encontramos en estos textos los desastres y eventos inminentes del fin del tiempo que vienen sobre la tierra, que son de naturaleza universal.

7:2–3 Juan ve luego otro ángel ascender desde el nacimiento del sol, teniendo el sello del Dios viviente. Este ángel que viene desde el este está en el control último. El concepto del “nacimiento del sol” que se encuentra en otras partes del Nuevo Testamento está asociado con Cristo. El hecho de que este ángel ordena a los cuatro ángeles de un rango superior, presumiblemente querubines, sugiere que él es el comandante de los ejércitos celestiales; en el libro del Apocalipsis el comandante de los ángeles celestiales es Miguel (12:7), y Miguel, evidentemente, es Cristo. No hay dudas de que en la aparición de este ángel tenemos la presencia de Jesús mismo.

Este ángel ordena a los cuatro ángeles exaltados a no soltar esas fuerzas destructivashasta que hayamos sellado a los siervos de nuestro Dios sobre sus frentes. Aquí se pueden observar varias cosas. Primero, se presenta a Cristo como el que está a cargo de todo y en el control del momento en que ocurrirán los últimos eventos. Él no permitirá que los eventos finales entren en acción hasta que el pueblo de Dios sea sellado.

Segundo, antes de que venga la gran tribulación del tiempo del fin, el fiel pueblo de Dios ha de ser sellado en sus frentes con el fin de ser protegidos. El propósito principal del sellamiento del pueblo de Dios es darles la seguridad de la salvación. Al recibir a Cristo y entregarse a él, una persona recibe el sello de propiedad de Dios y es sellado por el Espíritu Santo (2 Cor. 1:21–22; Efe. 1:13–14; 4:30). La presencia del Espíritu Santo es la señal de que tal persona pertenece a Dios como su propia posesión. Pablo resume el sello de Dios en estas palabras: “Conoce el Señor a los que son suyos” (2 Tim. 2:19). El sellamiento corresponde evidentemente al lavado de las vestiduras, emblanqueciéndolas en la sangre del Cordero (Apoc. 7:14; 22:14). El sellamiento es, así, la señal simbólica de un cristiano real o genuino. El sellamiento es lo que distingue a tal persona de otras. Ezell declara: “Así, desde los días de Juan hasta el fin, el sellamiento de Dios de los suyos por medio de la oferta del evangelio continúa durante todo el período desde la cruz y la resurrección hasta el fin. Los que tienen el sello de Dios sobre sus frentes (Apoc. 7:3) podrán sostenerse en el gran día de la ira”.13

En la crisis final de la historia de este mundo, el sellamiento logrará un significado e importancia adicionales: es la ratificación final del pueblo de Dios que estará a favor de Dios en la crisis final. Beatrice S. Neall nota:

El sello de Dios tiene el propósito de proteger a los santos de los poderes demoníacos que torturan a los hombres de modo que busquen la muerte antes que la vida (Apoc. 9:4–6). También los santos son protegidos de las siete últimas plagas, que caen solo sobre los adoradores de la bestia (16:2). El sello, entonces, protege a los santos de ser derrotados por el enemigo, y de los juicios de Dios. No los protege de la ira de la bestia (13:15, 17) En forma similar, la marca de la bestia protege a sus seguidores de la persecución de la bestia, pero no de la ira de Dios (14:9–11).14

En la misma línea de pensamiento, Hans K. LaRondelle explica:

Los siervos de Dios ya están en posesión del sello espiritual del Espíritu Santo recibido en su bautismo en Cristo. Por lo tanto, están “en Cristo”. Pero solo después que los siervos de Dios del tiempo del fin hayan sido probados con respecto a la marca de la bestia y se hayan encontrado leales hasta la muerte, recibirán de sus ángeles el “sello” apocalíptico singular como la marca de la aprobación divina y escudo contra las fuerzas de la muerte y la destrucción”.15

Al acercarse el fin, el fiel remanente de Dios debe proclamar el mensaje final del evangelio al mundo. Después de eso, deben pasar por los eventos finales de la historia de este mundo, referidos como “la gran tribulación”. Durante ese tiempo de crisis, necesitarán la protección especial del Espíritu Santo. Entonces ellos experimentarán el cumplimiento de la promesa de Cristo dada a los creyentes en Filadelfia: “Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que está por venir sobre los que moran en la tierra” (Apoc. 3:10). Igual que todos los israelitas que marcaron las puertas de su casa con la sangre del cordero pascual fueron protegidos de las plagas del Éxodo (Éxo. 12:21–23), y como los fieles marcados en la visión de Ezequiel fueron protegidos durante los juicios que cayeron sobre Jerusalén (9:1–11), así el Espíritu Santo proveerá una protección especial para los cristianos en la hora escatológica de prueba.

Apocalipsis 7 indica claramente que se sella al pueblo de Dios no para eximirlos de la hora de la prueba,—evidentemente sufren de hambre, sed, y del calor ardiente de la cuarta plaga (Apoc. 7:16; cf. 16:8–9)—sino para pasar la prueba con seguridad (cf. Apoc. 7:14). Sea lo que fuere el sellamiento, es evidentemente un proceso por el cual cada cristiano debe pasar, y que llega a su clímax y a una nueva significación justo antes de la Segunda Venida. El sellamiento de Apocalipsis 7 debe entenderse como la culminación final del proceso de sellamiento sobre la tierra, cuando la predicación del evangelio llegará a su fin y la gracia ya no estará disponible.

Finalmente, el texto sugiere que hasta que venga la hora de la prueba, los impíos estarán parcialmente protegidos junto con los justos. Como los malvados persiguen al pueblo fiel de Dios, ellos experimentan los juicios de las siete trompetas como anticipo de su destrucción final. Los juicios preliminares del toque de las siete trompetas, sin embargo, son parciales e incompletos. Pero cuando venga la hora de la gran tribulación y el pueblo de Dios esté plenamente sellado e identificado como propio de Dios, y protegidos como tales, los ángeles que detienen los vientos liberarán las fuerzas destructivas de las plagas finales (Apoc. 16). Entonces los malvados experimentarán la fuerza, la severidad y la universalidad completas de los desastres finales que caerán sobre la tierra. Como declaró Pedro: “Sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio” (2 Ped. 2:9).

7:4–8 Juan oye el número de los sellados del pueblo de Dios: 144.000 sellados de cada tribu de los hijos de Israel. Tanto el número como Israel deben entenderse simbólicamente con referencia a la iglesia como el verdadero Israel de Dios. En el Nuevo Testamento, los seguidores de Cristo constituyen el nuevo Israel como pueblo de Dios. Por ejemplo, cuando Santiago envía saludos a “las doce tribus que están en la dispersión” (Sant. 1:1), él pensaba en la iglesia. Pablo llamó a los cristianos en Galacia el “Israel de Dios (Gál. 6:16), quienes son la simiente de Abrahán y los herederos de las promesas de Dios (Gál. 3:29). En otro lugar, él explica que “no todos los que descienden de Israel son israelitas” (Rom. 9:6–8). Esto concuerda con las palabras de Jesús que hizo claro que los doce apóstoles han remplazado las doce tribus de Israel (Mat. 19:28). Al describir el pueblo de Dios del tiempo del fin en términos del Israel del Antiguo Testamento, Juan estaba en armonía con el concepto general del Nuevo Testamento de acuerdo con el cual los seguidores de Jesucristo son el verdadero Israel de Dios, los que reciben todos los privilegios y las promesas que anteriormente se habían dado al antiguo Israel de Dios.

La descripción simbólica de que los santos sellados son 144.000—12.000 de cada tribu—es especialmente importante para la identificación correcta de este grupo así como la del grupo que más adelante se menciona como la gran multitud (7:9). El contexto muestra que los 144.000 deben ser tomados como un número simbólico en vez de un número literal. El número aquí “no denota una limitación numérica de los que son sellados”, sino más bien su “perfección final”.6 El pueblo sellado de Dios está ahora en el umbral de la gran tribulación que ha de venir sobre los habitantes de la tierra (Apoc. 3:10). Están por entrar en la mayor de las batallas de la historia de este planeta. Es bastante apropiado esperar que Juan los describa como el gran ejército de Jesucristo organizado en unidades militares según el modelo del antiguo ejército de Israel en tiempos de guerra (cf. Núm. 1:16; 31:3–7). Cada tribu aquí tiene doce unidades militares que consisten en 1.000 soldados, un total de 144 unidades.

Los 144.000 santos sellados están representados aquí como un ejército organizado bajo la conducción de Jesucristo. Su número representa la totalidad de Israel lista para entrar en la batalla del gran día de Dios Todopoderoso contra Satanás y su ejército. Más tarde en la visión, Juan ve otro ejército, el adversario de Dios y enemigo de su pueblo, que está listo para la batalla, y oye su número que es doscientos millones (9:16).

El número 144.000 designa simbólicamente a los verdaderos y fieles seguidores de Jesucristo del tiempo del fin como el Israel de Dios. Las tribus de Dan y Efraín están excluidos de la lista. En el Antiguo Testamento, ambas tribus están descritas como apóstatas. Esto sugiere que la infidelidad de estas dos tribus puede explicar su exclusión de la lista de las tribus del Israel escatológico. Los 144.000 son el verdadero Israel, puro y sin mancha (Apoc. 14:1–5). Ellos “han lavado sus ropas y las han emblanquecido en la sangre del Cordero” (7:14). Más tarde se los describe como “los que no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes. Estos son los que siguen al Cordero por dondequiera que va. Estos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero; y en sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios” (14:4–5). La infidelidad y apostasía demostrada por las tribus de Dan y Efraín no tienen lugar entre el pueblo fiel de Dios que ha de pasar por el tiempo de la gran tribulación. Están sellados y así protegidos por Dios. Solo el pueblo victorioso de Cristo, se sostendrá en pie aquel día en la presencia del trono de Dios (como el cumplimiento de la promesa dada en Apoc. 3:21) y recibir su herencia eterna (Apoc. 7:14–17).

Los 144.000 son los santos del tiempo del fin, los representantes de todo el pueblo fiel de Dios a través de los siglos. La crisis final por la que han de pasar es simbólica de lo que el pueblo de Dios ha experimentado desde la muerte de Abel.


La Gran Multitud (7:9–17)

La primera parte de Apocalipsis 7 respondió a la pregunta con respecto a quienes podrán sostenerse en pie ante la ira de Dios y del Cordero; la sección siguiente apunta a los que han pasado por la gran tribulación y participan en la salvación escatológica.

9Después de estas cosas miré, y he aquí, una gran multitud que ninguno podía contar, de cada nación y tribu y pueblo y lengua, parada ante el trono y ante el Cordero, vestidos de ropas blancas y con palmas en sus manos. 10Y gritaban en alta voz diciendo: “Salvación a nuestro Dios sentado en el trono y al Cordero”.

11Y todos los ángeles estaban alrededor del trono y los ancianos y los seres vivientes, y ellos cayeron sobre sus rostros delante del trono y adoraron a Dios, 12diciendo: “¡Amén! Bendición y gloria y sabiduría y gratitude y honor y poder y fortaleza a nuestro Dios por los siglos de los siglos. ¡Amén!”

13Y uno de los ancianos respondiendo me dijo: “Estos vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son y de donde han venido?” 14Y yo le dije: “Mi Señor, tú sabes”. Y él me dijo: “Estos son los que están saliendo de la gran tribulación, y han lavado sus ropas y las han emblanquecido en la sangre del Cordero.

15Por tanto, ellos están delante del trono de Dios, y le sirven en adoración día y noche en su templo, y el que estaba sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. 16Ya no tendrán más hambre ni sed, ni el sol caerá sobre ellos ni ningún calor, 17porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará y los guiará a fuentes de agua de vida; y Dios enjugará cada lágrima de sus ojos”.

Notas

7:9 Y miré, y he aquí, una gran multitud que ninguno podía contar. Visto superficialmente, este grupo es diferente de los 144.000 mencionados anteriormente. Aunque el primer grupo estaba numerado y consistía en las doce tribus simbólicas de Israel, del segundo se dice que nadie podía contar la multitud, y son los redimidos de “cada nación y tribu y pueblo y lengua”. Sin embargo, la evidencia sugiere que los 144.000 y la gran multitud son uno y el mismo grupo.

Este concepto está basado en el hecho de que Juan usa una técnica literaria especial que entra en juego aquí. Según esta técnica literaria, lo que Juan primero oye en la visión y lo que posteriormente ve es realmente una y la misma cosa. Lo que ve es realmente la explicación adicional de lo que oyó antes. Por ejemplo, en el prólogo del libro, Juan “oye una voz fuerte como de una trompeta” detrás de él (1:10); cuando se da vuelta, no ve una trompeta sino a Jesús caminando en medio de los siete candeleros (1:12–13). En el capítulo 5, él oye que el León de la tribu de Judá ha vencido; cuando se da vuelta para ver al león, ve el Cordero como que había sido inmolado (5:5–6). Más tarde, en el capítulo 17, oye de “la gran prostituta sentada sobre muchas aguas”; lo que más tarde ve es “una mujer sentada sobre una bestia escarlata” cuyo nombre es Babilonia (17:1–5). En la última visión, Juan primero oye de “la novia, la esposa del Cordero”, pero realmente ve “la santa ciudad de Jerusalén” en su gloria, simbolizada por piedras preciosas (21:9–12).

Esta técnica literaria es la clave para comprender estos dos grupos del pueblo de Dios en el capítulo 7. Juan primero oye el número de 144.000 como el pueblo de Dios en orden de batalla y sellado sobre la tierra. Luego, en 7:9–14, cuando ve este mismo grupo, le parecen a él, en realidad, como una gran multitud que ninguno puede contar. Estamos de acuerdo con esos eruditos que concluyen con razón, que los 144.000 y la gran multitud son el mismo grupo del pueblo de Dios en sus diferentes roles y circunstancias.17

Herman Hoeksema explicó que

la multitud incontable y los 144.000 no son clases diferentes de personas, sino básicamente la misma. Esto se ve, en primer lugar, por el hecho de que la gran tribulación es una de las ideas principales en ambos pasajes, el que habla de los 144.000 y el que ahora estamos analizando. En realidad, ambos pasajes encuentran su razón, la razón por la que son revelados, en la venida de la gran tribulación sobre la iglesia. El propósito de ambos pasajes evidentemente es revelar a la iglesia su posición precaria en el mundo, y no obstante, su seguridad con respecto a la gran tribulación. La única diferencia es que los 144.000 todavía afrontan la tribulación, mientras la multitud innumerable ya pasó por ella. Es muy evidente que es la misma multitud: la una presentada en medio de la gran tribulación, o más bien, como a punto de pasar por ella, y la otra presentada como que ya la ha experimentado y la ha vencido. Por lo tanto, es la misma multitud, solo que en diferentes estados, en diferentes momentos, y por lo tanto desde diferentes puntos de vista. En la primera parte ellos están sobre la tierra; en la segunda parte están ya en la gloria, en la nueva economía del reino que está completado. En la primera están en la tribulación; en la segunda ya han pasado por esa tribulación.18

Con palmas en sus manos. Las hojas de palma son un símbolo de triunfo y victoria. Cuando, bajo la conducción de los Macabeos, Jerusalén fue liberada de la opresión religiosa de Antíoco Epífanes, la gente celebró la victoria con hojas de palma y arpas y salmos.19 En ocasión de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, la multitud lo saludó haciendo ondear palmas (Juan 12:13) Aquí, en Apocalipsis 7, los redimidos se presentan como celebrando la victoria al agitar hojas de palmas.

7:14 La gran tribulación. Esta frase se usa primero en Daniel 12:1: “Y será tiempo de angustia [en el Antiguo Testamento griego, “tribulación”], cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro”. Probablemente el mismo tiempo de crisis del cual Cristo prometió preservar a los creyentes de Filadelfia: “Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que está por venir sobre los que moran en la tierra” (Apoc. 3:10). Esta hora de prueba o de gran tribulación se describe en detalle en Apocalipsis 13:11–17, y en los capítulos 15–18.

Exposición

7:9–14 En la primera mitad del capítulo, Juan oyó el número de 144.000 como el pueblo sellado de Dios. Cuando se da vuelta para verlos, realmente ve a una gran multitud que ninguno podía contar.Superficialmente, la gran multitud y los 144.000 parecen ser dos grupos diferentes. Sin embargo, una mirada más cuidadosa sugiere que son uno y el mismo grupo del pueblo redimido de Dios en diferentes roles, circunstancias y períodos, y desde distintos puntos de vista. Hoeksema dice: “En la primera parte están sobre la tierra; en la segunda parte ya están en la gloria de la nueva economía del reino que está completada. En la primera están en la tribulación; en la segunda ya han pasado por ella.20 Ya no necesitan la protección del sellamiento divino.21

Al ver la multitud, el revelador nota que son de cada nación y tribu y pueblo y lengua. Esto recuerda el “reino de sacerdotes” descrito antes como el pueblo de cada nación, tribu, pueblo y lengua (Apoc. 1:6; 5:9). Como ese título fue tomado del Antiguo Testamento y transferido a los seguidores de Cristo, así esta enumeración de las tribus es una descripción simbólica de los seguidores de Cristo. Aquí tenemos la terminación de los siervos de Dios mencionada en la escena de la apertura del quinto sello (6:11).

Podemos ver que los 144.000 parados en el umbral de lo que se conoce como “la gran tribulación” (7:14) o “la hora de la prueba” (3:10) están listos para librar la mayor guerra de la historia de la humanidad. Al abrir los siete sellos, Juan describe las pruebas y tribulaciones del pueblo fiel de Dios a través de la historia hasta el retorno de Cristo a esta tierra. La gran tribulación por la cual ha de pasar el pueblo de Dios del tiempo del fin es la culminación de las pruebas y tribulaciones que el pueblo de Dios ha soportado desde los días de Juan hasta el fin. Los 144.000 están, por lo tanto, presentados como el pueblo militante de Dios, el verdadero Israel dividido en doce tribus y organizado en unidades militares siguiendo el modelo del ejército de Israel del Antiguo Testamento. Están sellados con el propósito de ser protegidos de los justos juicios de Dios que están por caer sobre los malvados.

La gran tribulación misma no es descrita en Apocalipsis 7 sino más tarde, en Apocalipsis 13:11–17 y los capítulos 15 a 18. Juan está interesado aquí no en la tribulación misma, sino más bien en la pregunta planteada antes por los impíos: “El gran día de su ira ha llegado, y ¿quién es capaz de mantenerse en pie?” (Apoc. 6:17). La respuesta a la pregunta es clara: la gran multitud que está delante del trono de Dios. Ellos y los 144.000 son el mismo grupo. Mientras que antes fue presentado como el grupo militar ante el umbral de la gran tribulación, listo para entablar combate, ahora se lo menciona como los que están saliendo de la gran tribulación (Apoc. 7:14). La gran tribulación está detrás, y la batalla ha concluido. Por esto el pueblo fiel de Dios ya no está organizado en unidades militares, sino están presentados como una muchedumbre gozosa que vuelve de la batalla y celebra la victoria triunfal.

La gran multitud aparece en ropas blancas y con palmas en sus manos. Tanto la ropa blanca como las palmas son señales de triunfo y victoria. Las ropas blancas nos recuerdan a los generales y soldados romanos vestidos de túnicas blancas celebrando sus triunfos después de una guerra exitosa. 22 La escena también nos recuerda las hojas de palmeras que se usaban para la celebración y el gozo festivo de la victoria militar. Aquí tenemos el cumplimiento de la promesa dada a los vencedores en Sardis, que ellos andarían delante de Cristo vestidos con ropas blancas (3:4–5; cf. 3:18). Se dice que la gran multitud ha lavado sus ropas y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. (7:14). Como la sangre del cordero pascual en la puerta de la casa protegió a los israelitas de las plagas del Éxodo, así la sangre del Cordero, Cristo mismo, proveyó la liberación del Israel escatológico (cf. Apoc. 22:14). Su triunfo es un resultado de la gran victoria de Cristo lograda en la cruz. La gran promesa dada en Apocalipsis 3:21 ha llegado ahora a su cumplimiento. Los vencedores de todas las épocas tienen su parte con Cristo en su trono.

El grito de la muchedumbre redimida ante el trono revela que su triunfo no es el resultado de sus propios esfuerzos y logros: Salvación a nuestro Dios sentado en el trono y al Cordero. La multitud redimida no dice nada acerca de sus propios logros. Es Dios quien los protegió y los preservó durante las horas de sus pruebas y angustias. Su victoria es, por lo tanto, el resultado de lo que Cristo ha hecho por ellos en vez de lo que ellos han logrado por sí mismos. William Barclay lo dice de la siguiente manera:

El grito de los fieles triunfantes atribuye la salvación a Dios. Es Dios quien los trajo a través de las pruebas y tribulaciones y angustias; y ahora comparten su gloria. Dios es el gran salvador, el gran libertador de su pueblo. Y la liberación que él da no es la liberación del escape sino la liberación de la conquista. No es una liberación que salva al hombre de los problemas sino una que los lleva en forma triunfante a través de los problemas. No hace que la vida sea más fácil, sino la hace grandiosa. No es parte de la esperanza del cristiano buscar una vida en la que el hombre sea salvo de las dificultades y las angustias; la esperanza cristiana es que el hombre en Cristo pueda soportar cualquier clase de dificultades y angustia, y permanecer en pie a través de todas ellas, y salir en gloria al otro lado.23

En Apocalipsis 7:10–12 tenemos una repetición del himno de Apocalipsis 5:9–14. Su propósito puede ser mostrar que en Apocalipsis 7 tenemos el cumplimiento de la promesa dada en 3:21.24 Por causa de su muerte en la cruz, Cristo ha “comprado para Dios” con su sangre gente “de cada tribu y lengua y pueblo y nación” y los ha hecho “un reino y sacerdotes para nuestro Dios, y reinará sobre la tierra” (5:9–10). Los redimidos de Apocalipsis 7, “de cada nación y tribu y pueblo y lengua”, reconocen que su salvación no es su mérito sino un resultado de lo que Cristo ha hecho por ellos (7:9–10).

La escena de Apocalipsis 7 se refiere a la experiencia del pueblo de Dios a través de la historia de la gran controversia entre el bien y el mal. Los 144.000 sellados y la gran multitud del pueblo de Dios vestidos de ropas blancas, habiendo pasado a través de la gran tribulación, se relacionan de una manera especial con los mártires bajo el altar en la escena de la apertura del quinto sello. A estos mártires vestidos de ropas blancas se les dijo que descansaran un poco mientras sus hermanos que estaban por ser muertos pudieran ser hechos completos (6:11). Los 144.000 y la gran multitud representan al pueblo de Dios oprimido y perseguido que finalmente están ahora hechos completos.

7:15–17 En estos tres versículos Juan resume lo que él describe más tarde en los capítulos 21–22. Tenemos aquí la primera vislumbre de la gloriosa recompensa de los redimidos. Ellos están delante del trono de Dios, y le sirven en adoración día y noche en su templo. En las escenas finales de la historia de la tierra, mientras con temor del juicio los no arrepentidos procuran esconderse “del rostro del que está sentado en el trono y de la ira del Cordero” (Apoc. 6:16), se ve a los redimidos parados “ante el trono y ante el Cordero” (Apoc. 7:9). Este cuadro de los redimidos ante el trono de Dios sirviéndole en su templo recuerda Apocalipsis 1:6 y 5:10, donde se refiere que los redimidos son reyes y sacerdotes para Dios. También nos recuerda Apocalipsis 20:6 donde se los pinta en su rol como sacerdotes reinando con Cristo en el reino celestial después de la Segunda Venida. En Apocalipsis 7:15, ellos sirven a Dios en su templo, que evidentemente actúa como el centro de gobierno del universo entero. Los redimidos aquí parecen ser miembros del concilio de Dios en el cielo, participando en los asuntos del gobierno del universo.

Y el que estaba sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. (La Biblia de Jerusalén traduce el texto diciendo que Dios “extenderá su tienda sobre ellos”). La idea aquí es que Dios extenderá la tienda de su presencia sobre su pueblo. Esto recuerda la presencia de Dios entre el pueblo de Israel en el desierto, cuando el asentó su tabernáculo entre ellos en la aparición del pilar de nube y el pilar de fuego. La presencia de Dios en medio del Antiguo Israel les proporcionó un abrigo supremo del sol ardiente y las tormentas, y del hambre y la sed. Dios habló por medio de Ezequiel: “Estará en medio de ellos mi tabernáculo, y seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” (Eze. 37:27). El texto también refleja la profecía de Isaías con respecto a la limpieza de las hijas de Sión y la restauración del monte de Sión: “porque sobre toda gloria habrá un dosel, y habrá un abrigo para sombra contra el calor del día, para refugio y escondedero contra el turbión y contra el aguacero” (Isa. 4:2–6). Lo que tenemos aquí en Apocalipsis 7 es el cumplimiento máximo del propósito divino. Ya no tendrán más hambre ni sed, ni el sol caerá sobre ellos ni ningún calor. Isaías profetizó unos pocos siglos antes: “No tendrán hambre ni sed, ni el calor ni el sol los afligirá; porque el que tiene de ellos misericordia los guiará, y los conducirá a manantiales de aguas” (Isa. 49:10). El calor ardiente, el hambre, la sed y las lágrimas están entre las pruebas que caracterizan las plagas de la gran tribulación (cf. Apoc. 16). En Apocalipsis 7 Dios está escudando a su pueblo del desierto espiritual: la gran tribulación. Su peregrinación por el desierto terminó.

Por cuanto la presencia de Dios provee refugio, ellos ya no experimentarán las pruebas de la vida, no más lágrimas ni muerte, porque Dios enjugará cada lágrima de sus ojos. Aquí se hace realidad lo que Isaías anticipó: “Destruirá la muerte para siempre; y enjugará Jehová el Señor toda lágrima de todos los rostros; y quitará la afrenta de su pueblo de toda la tierra; porque Jehová lo ha dicho” (Isa. 25:8). Al final del libro Juan exclama: “He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni tristeza, ni llanto ni dolor allí, porque las primeras cosas han pasado” (Apoc. 21:3–4).

Apocalipsis 7:15 también recuerda cuando Jesús hizo su tabernáculo en la carne entre el pueblo, y cuando “vimos su gloria” (Juan 1:14). En su presencia no había lugar para el dolor, lágrimas y muerte. Esto es lo que entendieron las dos hermanas, Marta y María, después que su hermano Lázaro murió: “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto” (Juan 11:21, 32). La presencia de Cristo con su pueblo en la tierra nueva es una garantía firme de una vida caracterizada por la libertad del dolor, lágrimas, muerte o cualquier prueba (cf. Apoc. 21:4).

La presencia visible de Cristo pastoreará a los redimidos y los guiará a fuentes de agua de vida. David E. Aune observa que tanto en la Biblia como en la literatura griega la relación entre un rey y su pueblo se compara a un pastor y su rebaño (cf. Isa. 44:28; Jer. 3:15; Nah. 3:18).25 Ezequiel profetizó que Dios pondría sobre Israel “un pastor, y él las apacentará; a mi siervo David, él las apacentará, y él les será por pastor” (Eze. 34:23). “Mi siervo David será rey sobre ellos, y todos ellos tendrán un solo pastor; y andarán en mis preceptos, y mis estatutos guardarán, y los pondrán por obra” (Eze. 37:24). Esta profecía se cumplirá con Cristo. En el Nuevo Testamento, con frecuencia se lo llama el Buen Pastor (Mat. 25:32; Juan 10:1–16; Heb. 13:20; 1 Ped. 2:25; 5:4). Cristo pastorea a su pueblo aquí en Apocalipsis 7:17.

Otra profecía de Isaías ahora alcanza su cumplimiento: “Y mi pueblo habitará en morada de paz, en habitaciones seguras, y en recreos de reposo” (Isa. 32:18). Allí en las pacíficas llanuras y junto a las corrientes vivas del país celestial, “el pueblo de Dios, por tanto tiempo peregrino y errante, encontrará un hogar”.26


Retrospección Sobre Apocalipsis 7

El propósito obvio de Apocalipsis 7 es “alertar a la iglesia a su necesidad de prepararse para el conflicto final. Los vientos de lucha están por comenzar su obra de devastación. No hay tiempo para demoras. Al mismo tiempo, la restricción de los vientos muestra que la misericordia de Dios le está dando a su pueblo tiempo para prepararse. También hay seguridad en el mensaje del sellamiento. El sello mismo es la garantía de que los santos están seguros. Una vez que estén sellados, sus caracteres son inviolables, no sujetos a cambio, no importa cuán severa sea la tentación. La perfección matemática y la simetría de los 144.000 indica que el plan de Dios para su Israel está perfectamente realizado, a pesar de los eventos que sacudan a la iglesia y al mundo (6:12–17)”.27

El libro del Apocalipsis no sustenta la idea de que Dios tiene dos grupos diferentes de su pueblo en la tierra.28 En otras partes del libro, Juan el revelador indica claramente que él piensa en solo un pueblo cuando se refiere a ellos como los siervos de Dios (1:1), el remanente (12:17), los santos (14:12), y la esposa del Cordero (19:7–8; cf. capítulo 12).29 Los dos grupos del pueblo redimido de Dios en el capítulo 7, o sea, los 144.000 y la gran multitud, están claramente relacionados. Son el mismo pueblo que se ve en dos etapas de su historia y en sus diferentes roles. Primero se los describe como la iglesia militante ante el umbral de la gran tribulación, sellados a fin de ser protegidos de las plagas que están por caer sobre los enemigos de Dios y de su pueblo.30 Entonces, ellos están representados como la iglesia triunfante saliendo victoriosamente de la gran tribulación. La guerra terminó y su victoria es completa. Ahora están delante del trono de Dios recibiendo su recompensa eterna.

La pregunta principal que trata Apocalipsis 7 con respecto a los 144.000 no es quiénes son, sino más bien qué son. No son un grupo selecto del pueblo de Dios separado del cuerpo mayor y quienes reciben privilegios especiales no disponibles para el resto del pueblo fiel de Dios. Neall declara: “Ellos no son los primeros en ser sellados; los santos fueron sellados en los días de Pablo. No son los primeros en estar sin culpa ni mancha. No son los primeros en ser perseguidos, o en seguir al Cordero, o en ser redimidos de la Tierra, o en cantar ‘un cántico nuevo al Señor’. La descripción óctuple de Juan de los 144.000 que se encuentra en Apocalipsis 14:1–5 indica que ellos comparten una herencia común con los santos de todas las edades”.31

De esta manera el libro del Apocalipsis está en concordancia con la enseñanza general del Nuevo Testamento de que en el reino de Dios no hay clanes, cliques, o rangos; no hay privilegios disponibles para algunos y no para otros. Apocalipsis 7 no presenta la idea de que la generación final del pueblo de Dios alcanzará “un nivel de santidad nunca alcanzado antes” por el pueblo de Dios.32 En el plan divino de salvación, todo se debe a la gracia de Dios. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efe. 2:8–9). La salvación es el resultado de lo que Cristo ha realizado sobre la cruz más bien que le propia santidad y obras de cada uno.

El criterio divino para la salvación ha sido siempre el mismo para todas las generaciones. Juan el Revelador, deja claro que el pueblo fiel de Dios del tiempo del fin son los que “han lavado sus ropas y las han emblanquecido en la sangre del Cordero” (7:14; cf. 12:11). La victoria de Cristo en la cruz es lo que los ha hecho victoriosos (12:11), y es por medio de su protección (7:2–3 que saldrán triunfantes de la gran tribulación (7:14). Neall también hace estas observaciones interesantes:

La cuestión con respecto a un estado de impecabilidad depende de si el pecado se define como un acto o una naturaleza. La última generación viviente del pueblo de Dios ciertamente debe estar libre de actos pecaminosos; sin embargo, no pierden su naturaleza pecaminosa, corruptible hasta que se vistan de incorrupción en la Segunda Venida (1 Cor. 15:53).

En el libro del Apocalipsis los santos siempre están conquistando (marcado por el tiempo presente en griego); solo Cristo ha conquistado (tiempo aoristo). Aun durante las siete últimas plagas los santos todavía están conquistando a la bestia y su imagen (15:2, griego). Todavía contienden con el enemigo de afuera y de adentro. Su mayor pecado, que debe ser vencido durante la tribulación, es la falta de fe. No obstante están conquistando, no siendo conquistados. Son victoriosos en la lucha con el mal. Son perfectos en su carácter—eligen solo la voluntad de Dios—mientras siguen conscientes de tener que vencer su naturaleza pecaminosa. Sin embargo, están sellados y son sin mancha por medio de los méritos del Cordero (7:14).33

En este punto, Elena de White advierte al pueblo de Dios contra involucrarse en “disputas por cuestiones que no los ayudarán espiritualmente, como ¿quiénes formarán parte del grupo de los 144.000? Esto lo sabrán dentro de poco, sin sombra de duda, los elegidos de Dios”.34 En otro lugar ella suplica a los fieles: “Esforcémonos con todo el poder que Dios nos ha dado para estar entre los ciento cuarenta y cuatro mil”.35

Cualquiera sea el concepto que tengamos, una lección debe obtenerse ciertamente de la visión de santos sellados delante del trono de Apocalipsis 7. Como muestra la visión de la apertura de los siete sellos, el pueblo fiel de Dios a menudo afronta experiencias desagradables de la vida y pruebas por causa del evangelio. Los eventos de Apocalipsis 6 son iniciados por la actividad de Cristo en el cielo. Esto indica que el cielo y la tierra están estrechamente vinculados; nada sucede en la tierra sin el conocimiento del que está entronizado en el cielo que reina sobre el universo. El libro del Apocalipsis declara claramente que Dios provee poder, protección y criterios guiadores para quienes se entregan sin reservas a Aquel que murió por ellos en la cruz del Calvario y que reina en los lugares celestiales. Podemos vencer el pecado solo por medio de él, quien es realmente el verdadero Vencedor.

Cuando el pueblo fiel de Dios esté a punto de pasar por el conflicto final, tiene la firme seguridad de que Dios los protegerá y los consolará durante el tiempo de la gran tribulación como protegió y consoló a su pueblo a través de la historia. El futuro puede a veces parecer sombrío. No obstante el Cristo resucitado está en el control. Él es la fuente de fortaleza y esperanza para los redimidos durante su jornada terrenal hasta que él, el Señor y Rey, venga otra vez y more con ellos para siempre (Apoc. 7:15).