Los dos testigos – Apocalipsis 11:1–14

Muchos comentadores consideran que Apocalipsis 11:1–14 es uno de los pasajes más difíciles de interpretar del Apocalipsis. Esta sección es muy importante porque parece proveer información adicional con respecto a lo que sucede en la sección previa (10:8–11). Uno debe recordar, entonces, que Apocalipsis 11 es una parte de la sexta trompeta del mismo modo que lo es el capítulo 10. El capítulo tiene dos partes: la medición del templo (11:1–2) y los dos testigos (11:3–14).


La Medición Del Templo (11:1–2)

Observamos en Apocalipsis 10:8–11 cómo Juan pasó de ser un espectador pasivo a participar activamente en la visión. Comió el librito y asimiló su contenido. Después, se lo comisionó a profetizar otra vez con respecto a muchos pueblos. ¿Cuál es el mensaje que debe ser proclamado al mundo? Parece que la apertura de la siguiente sección nos da una pista.

1Y se me dio una caña de medir como una vara, diciendo: “Levántate y mide el templo de Dios y el altar y a los que adoran en él. 2Y excluye el atrio exterior y no lo midas, porque ha sido dado a las naciones; y ellos pisotearán la ciudad santa por cuarenta y dos meses”.

Notas

11:1 Una caña de medir. La palabra griega kálamos (“caña”) denota una planta con un tallo hueco que crecía en el valle del Jordán. La caña era recta y larga (podía alcanzar una longitud de más de tres metros), y como tal era adecuada para usar como una vara de medir.

Medir. La palabra griega metréō (“medir”) en un sentido figurado puede significar evaluar o juzgar. Los pasajes del Nuevo Testamento que se caracterizan por la palabra métron o metréō se refieren a “la obra judicial de Dios en el Juicio Final”1 (cf. Mat. 7:2; Mar. 4:24). La palabra usada para el proceso de medir en Apocalipsis 11:1 también aparece en 2 Corintios 10:12 con referencia a algunos miembros de la iglesia de Corinto que se estaban midiendo o evaluando consigo mismos.

En los tiempos del Antiguo Testamento, el medir involucraba juicio con respecto a quién viviría y quién moriría. Por ejemplo, “David derrotó a Moab, y los midió con un cordel, haciéndolos tender por tierra; y midió dos cordeles para hacerlos morir, y un cordel entero para preservarles la vida” (2 Sam. 8:2). En este sentido se debe entender el proceso de medir en Apocalipsis 11.

Kenneth Strand sugiere que el único trasfondo del Antiguo Testamento que explica adecuadamente el proceso de medir especificado en Apocalipsis 11:1 es Levítico 16. Muestra en forma persuasiva cómo la medición del templo, del altar, y de los adoradores tiene su mayor paralelo temático con la descripción del ritual del Día de Expiación israelita.2 En ese día, se hacía expiación por los sacerdotes mismos, por el santuario, el altar, y la congregación (cf. Lev. 16:33). El único otro lugar en la Biblia donde se mencionan juntos el santuario, el altar y la gente es aquí en Apocalipsis 11:1–2. “Con la excepción de la omisión del sacerdocio en Apocalipsis 11:1, los mismos tres elementos bajo consideración son comunes en ambos pasajes: templo, altar, y adoradores. El hecho de que se hizo una omisión específica es perfectamente lógica, porque Cristo como el Sumo Sacerdote del NT [Nuevo Testamento], no necesitaría expiación (o ‘medición’) por sí mismo”.3 Strand además observa una cosa en común en el orden o secuencia de los tres elementos en ambos textos. “En ambos casos, el movimiento es del santuario/templo al altar a los adoradores”.4 Strand concluye con la siguiente observación:

El paralelo en Apocalipsis 11:1 ciertamente abarca, también, una “medición” en lo espiritual, más bien que en el sentido físico. Esto es obvio por el contexto, en el que el “templo” y el “altar” se refieren a entidades celestiales, no a un templo físico en la ciudad de Jerusalén (cf. el uso general de la imagen del templo en el Apocalipsis, como p. ej., en 4–5, 8:3–5; 11:19, etc.). Y la caña de “medir” a los adoradores mismos es en sí misma una terminología que tiene implicaciones espirituales, no físicas.5

El templo de Dios. La palabra griega usada aquí es naós que en Apocalipsis se refiere a la parte más interna del templo, el Lugar Santísimo. Naós se distingue de hierón (que no aparece en Apocalipsis), que se refiere a todo el complejo del templo, incluyendo los atrios y la propiedad del templo (cf. Mat. 4:5; Juan 2:14). De este modo, en los evangelios Jesús siempre se encontraba enseñando en el hierón (Mat. 26:55; Luc. 21:37; Juan 7:28).

Se han sugerido varias ideas con respecto al significado del templo que se mide en Apocalipsis 11:1: (1) La idea más popular es que el templo representa la iglesia cristiana, o el pueblo de Dios (cf. 1 Cor. 3:16). La vulnerabilidad de este concepto se ve en el hecho de que aunque la palabra “templo” aparece con frecuencia en Apocalipsis, nunca simboliza a la iglesia. Juan es muy consistente en distinguir entre el templo y el pueblo de Dios (“el templo, el altar y a los que adoran en él”; cf. Apoc. 7:17; 15:8). (2) Otra idea sostiene que Juan se refiere al templo de Jerusalén. Este camino de interpretación pasa por alto el hecho de que el templo de Jerusalén había sido destruido unos veinte años antes de que se escribiera el Apocalipsis, y no existía en los días de Juan (ca. 90 d. C.). (3) Es más probable que Juan se refiera a medir el templo en el cielo. Para Juan hay un templo real en el cielo, ya que continuamente se refiere a él o a su mobiliario en sus visiones (3:12; 7:15; 11:19; 14:17; 15:5–8; 16:1, 17). También es digno de notar que la expresión “templo de Dios” se usa en forma consistente en el libro para referirse al templo celestial (3:12; 11:19; cf. 7:15).

El altar. Aunque el texto no especifica qué altar está a la vista aquí, sin duda es el altar del incienso. No puede ser el altar del holocausto que estaba ubicado afuera en el ambiente del templo del Antiguo Testamento, el altar de oro del incienso estaba “delante del velo que está junto al arca del testimonio” (cf. Éxo. 30:6). Es el mismo altar de oro asociado con las oraciones de los santos que Dios escucha en Apocalipsis 8:3–6.

11:2 Excluye. El griego ekbállō exōthen significa literalmente “echar afuera”, “arrojar afuera”. La palabra se usa aquí en el sentido de “excluir” el atrio exterior de la medición del templo y sus recintos, del mismo modo que se usa en Juan 9:34–35 con respecto a la excomunión del ciego de la sinagoga (cf. 3 Juan 10).

El atrio exterior. El templo de Jerusalén estaba dividido en dos atrios. El atrio interior consistía de tres recintos: el Atrio de los Sacerdotes, el Atrio de los Israelitas y el Atrio de las Mujeres. El atrio exterior era el Atrio de los Gentiles. Era un patio no cubierto fuera del edificio del templo, separado del atrio interior por una barrera. Los gentiles podían estar en esta parte del templo, pero no se les permitía pasar más allá de la barrera, bajo pena de muerte. Había tabletas que marcaban el recinto con una advertencia de que cualquier gentil que pasara más allá de ese punto era responsable por su propia muerte.

Naciones. El griego éthnoi significa “naciones” o “gentiles”. En Apocalipsis, estas son fuerzas hostiles a Dios y a su pueblo, y se oponen a la predicación del evangelio (Apoc. 11:2, 18; 14:8; 16:19; 18:3, 23; 19:15; 20:3, 8).

Pisotearán. El griego patéō significa “hollar bajo los pies”, “pisotear”. La palabra se usa metafóricamente en Apocalipsis 14:20 y 19:15 con referencia a pisotear a los malvados bajo la ira de Dios (cf. Isa. 63:3). En el Antiguo Testamento, la expresión se refiere a menudo a la opresión del pueblo de Dios por naciones enemigas (Isa. 63:18; Jer. 12:10). La imagen de pisotear es especialmente destacada en el libro de Daniel con referencia a la cuarta bestia, que representa al Imperio Romano, que pisoteaba sus presas bajo sus pies (Dan. 7:7, 19, 23), y a las actividades del cuerno pequeño que surgió de los diez cuernos de la cuarta bestia (Dan. 8:9–13); tal persecución se dirigió específicamente “contra los santos del Altísimo”, durante “ tiempo, y tiempos, y medio tiempo” (Dan. 7:25). Jesús profetizó que Jerusalén sería “hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan” (Luc. 21:24). El pisotear la santa ciudad durante cuarenta y dos meses evidentemente se corresponde con los cuarenta y dos meses de las actividades de la bestia del mar de Apocalipsis 13:1–10. De este modo el pisoteo de la santa ciudad es idéntico con las actividades de la bestia del mar.

Cuarenta y dos meses. La designación de cuarenta y dos meses se menciona solo aquí y en 13:5 con referencia a la simbólica bestia del mar y sus actividades al perseguir al pueblo de Dios. Este período es evidentemente el mismo que los 1.260 días (11:3; 12:6) y el “tiempo, y tiempos, y medio tiempo” (12:14). El paralelo entre Apocalipsis 12:6 y 14 indica que un tiempo y tiempos y medio tiempo y los 1.260 días se refieren al mismo tiempo de persecución de la mujer. Si estas tres designaciones de tiempo se refieren al mismo período, ¿de dónde vienen estas designaciones? Sin duda son tomadas de Daniel (7:24–25 y 12:7), donde la frase se refiere exclusivamente al período de las actividades del simbólico cuerno pequeño de oprimir y perseguir a los santos de Dios. Juan toma la profecía de Daniel y la desarrolla adicionalmente en el simbólico Anticristo, la bestia del mar en Apocalipsis 13:1–10, en el que cuarenta y dos meses corresponden al tiempo, tiempos y medio tiempo de Daniel: es decir, un año (360 días), dos años (720 días) y medio año (180 días, que hacen un total de 1.260 días).6

La interpretación más plausible entiende que estas designaciones de tiempo (repetidas de una y otra manera en los capítulos 11 y 12–13) no es un período literal de tiempo de cuarenta y dos meses, sino se refiere al período profético de más de doce siglos, conocido como la Edad Media, durante la cual la iglesia, como Israel en el Éxodo, sufrió las dificultades de la peregrinación en el “desierto” (cf. Apoc. 12:6, 14). Fue el tiempo cuando la Biblia se mantuvo en la oscuridad y los que seguían sus enseñanzas generalmente eran condenados y perseguidos. LeRoy E. Froom observó que entre los intérpretes historicistas hay desacuerdo “en cuanto a cuándo comenzar y cuándo terminar el período de los 1.260 días del Anticristo, pero estaban todos unidos en la convicción de que un período de 1.260 años se le había asignado, y que se acercaba a su fin”.7 Las fechas que comúnmente se sugieren para el comienzo de este período incluyen los años 455, 508, 538, 606 y 756. Hans K. LaRondelle trató extensamente el tema, quien llegó a la conclusión que las designaciones de cuarenta y dos meses, tiempo, tiempos y medio tiempo, y los 1.260 días se aplican al período de 1.260 años reales, sin embargo, “sin ser dogmáticos acerca de la fijación precisa de la fecha en la historia eclesiástica”.8 Sin embargo, sobre la base del simbolismo día por año en la profecía bíblica, en la que un día profético representa un año literal,9 los adventistas del séptimo día han sostenido, tradicionalmente, el año 538 d. C. como el año cuando la iglesia—habiéndose liberado del dominio Arriano—se estableció como un poder eclesiástico. Entonces, eso marcaría el comienzo de este período profético. El año 1798—cuando los eventos de la Revolución Francesa sacudieron el opresivo poder político-religioso de la iglesia—señalaría el fin del período de los cuarenta y dos meses/1.260 días.10

Sin embargo, parece que las tres designaciones de tiempo tienen importancia tanto cuantitativa como cualitativa. Los cuarenta y dos meses podrían señalar, primero de todo, a los tres años y medio del testimonio de Elías (cf. Luc. 4:25; Sant. 5:17) durante la gran apostasía y persecución en los días de la pagana reina Jezabel, cuando se cerró el cielo durante tres años y medio (Apoc. 11:3, 6). Además señala los tres años y medio de la vida de testificación en “el cilicio” del rechazo y la humillación. Una fecha exacta del ministerio de Jesús no es posible partiendo de los evangelios sinópticos; sin embargo, el evangelio de Juan se refiere a tres celebraciones de Pascua (2:13; 6:4; 13:1). Siendo que su ministerio comenzó varios meses antes de la primera Pascua, generalmente se ha considerado que el ministerio terrenal de Jesús abarcó unos tres años y medio. Esto estaría en armonía con la profecía de Daniel de media semana que generalmente se interpreta como una referencia a la vida y ministerio de Jesús (Dan. 9:27). Así, los cuarenta y dos meses en un primer nivel, relacionaría las experiencias de la iglesia con la experiencia de Elías durante la gran apostasía de Israel. En el segundo nivel, los seguidores de Cristo pasarían por lo que Jesús pasó durante sus tres años y medio de vida de fiel testificación. Jesús declaró: “Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Juan 15:20).

Cualquiera sea a lo que se refiere la designación de tiempo de los cuarenta y dos meses, en Apocalipsis están siempre asociados con los malvados quienes, por largo tiempo, tuvieron dominio sobre el fiel pueblo de Dios, oprimiéndolos y persiguiéndolos (cf. Apoc. 11:2; 13:5). Por otro lado, los 1.260 días/años siempre se asocian con los fieles, designando el período asignado por Cristo al pueblo de Dios quien, aunque oprimido y perseguido, está bajo la protección especial de Dios al dar su testimonio del evangelio en el mundo (cf. Apoc. 11:3; 12:6).

Exposición

11:1 Juan recibió una caña de medir como una vara, con instrucciones para medir el templo de Dios y el altar y a los que adoran en él. Siglos antes, Ezequiel vio en visión una figura divina midiendo cuidadosamente cada parte del templo (Eze. 40–42). Una medición siempre es un trabajo preliminar antes de una construcción. En la visión de Ezequiel se midió el templo con el propósito de restaurarlo (cf. Eze. 39:25–29). La escena en la visión tenía la intención de motivar a los israelitas a arrepentirse de sus pecados y volver a Dios. El templo fue destruido porque Israel fue infiel y apostató. El acto simbólico de medir el templo era un mensaje firme de seguridad para el pueblo de que Dios estaba comprometido con la restauración del templo y ser otra vez el Dios de Israel, y hacer de Israel su pueblo (cf. Eze. 39:25–29, el texto introductorio a la posterior medición del templo). La reconstrucción del templo debe entenderse como un nuevo intento de Dios de restaurar su relación con Israel (cf. 43:7–11).

Por lo menos dos cosas pueden observarse en el texto de Ezequiel. Primera, la medición del templo fue después del décimo día del primer mes, que era el Día de la Expiación. En ese día Dios vino con la promesa de restaurar el templo y traer de vuelta al pueblo a una relación con él. Segunda, la medición en la visión de Ezequiel era con referencia a tres cosas: el templo mismo (Eze. 40:3—43:12), el altar de los sacrificios (43:23–27), y la gente (44–48:35). La medición del templo en la visión de Juan, debe entenderse en el contexto de la visión de Ezequiel.

Cuando Juan habla de medir el templo y su altar, no se refiere a la reconstrucción real del templo de Jerusalén que había dejado de existir por el tiempo en que se escribió el Apocalipsis. Para Juan, hay un templo real en el cielo. El templo celestial es el concepto más céntrico del libro del Apocalipsis. Juan lo percibe como la morada de Dios donde está ubicado su trono y desde el cual gobierna el universo. Además, es el centro de todas las actividades divinas: el lugar donde se planean todas las estrategias y se hacen todas las decisiones con respecto a la tierra. Por eso, los poderes enemigos opuestos a Dios tienen una fuerte hostilidad hacia el templo celestial (cf. Apoc. 13:6).

El acto de la medición de Juan involucra a los adoradores. En Jesucristo, el pueblo salvado por Dios son hechos “un reino y sacerdotes para Dios” (Apoc. 5:10; cf. 1:6). Según Pablo, los cristianos se levantan con Cristo y los hace sentar con él en los lugares celestiales (Efe. 2:6). El pueblo salvado por Dios ya está elevado a los lugares celestiales y participa con Jesús en su gloria. Sus oraciones se ofrecen “sobre el altar de oro” desde el cual ascienden ante Dios (Apoc. 8:3–4).

¿Cómo entendemos, entonces, esta visión de la medición del templo celestial y de su altar y sus adoradores en la experiencia de Juan? A la luz del trasfondo de Ezequiel, esta medición tiene que ver con la restauración del templo con referencia a la gente. Observamos que en la visión de Ezequiel la medición y la restauración involucraban el templo, el altar e Israel. Kenneth Strand nota que estos tres elementos también se mencionan en Levítico 16:16–19, 30–31, con referencia al Día de la Expiación.11 Ya observamos en Ezequiel que el Día de la Expiación también era el momento de medir el templo. Así parece que estos dos textos que tienen un trasfondo del Antiguo Testamento son la clave para comprender lo que está ocurriendo en Apocalipsis 11:1.

El Día de la Expiación era el día más solemne del calendario sagrado judío, cuando el santuario era purificado de todos los pecados que se acumularon durante el año. Es una especie de día final de “medición” centro del año cúltico de Israel. Como nota Kenneth Strand, ese día tenía una atmósfera de “juicio final, porque en ese día sucedería la separación: la gente que no se ‘afligía’, y toda persona que ‘no se afligiere en este mismo día, será cortada de su pueblo’ (Lev. 23:28–29)”.12

En Apocalipsis, se traza una línea divisoria clara sobre la base de la adoración: los que temen, adoran y sirven a Dios (cf. 11:18; 14:7; 15:4; 19:10), y los que adoran al dragón y a la bestia (cf. 13:4, 8, 12, 15; 14:9–11; 16:2; 19:20). Sobre esa distinción se basa el reconocimiento de los dos grupos en el libro. En 2 Samuel 8:2, se ilustra especialmente cómo la medición involucra el juicio con respecto a quién vivirá y quién morirá. Así, la medición de los santos en el Apocalipsis tiene un significado figurado, y lleva en sí un fuerte sentido de evaluación en un juicio. Tiene que ver con decidir entre los que sirven a Dios y los que no lo hacen. Todo eso sucede antes de que los justos puedan recibir su recompensa y los malvados su condenación (Apoc. 11:8).

El comparar los interludios entre el sexto y el séptimo sellos y la sexta y la séptima trompetas, sugiere que la medición de Apocalipsis 11:1 está relacionada con el sellamiento del pueblo de Dios (Apoc. 7:1–4). Como nota J. Masynberde Ford, “así como el sellamiento de los elegidos precede al séptimo sello”, así “la medición de los santos y la exclusión de los extraños precede a la séptima trompeta”.13 La medición y el sellamiento deben ser puestos lado a lado, porque ambos describen la obra divina de la gracia en las vidas humanas. La medición, sin embargo, tiene el propósito de decidir quién será sellado, es decir, los que pertenecen a Dios y son fieles a él. Estos serán protegidos durante el tiempo de la tribulación final.

11:2 La voz del cielo instruye a Juan: excluye el atrio exterior y no lo midas, porque ha sido dado a las naciones. El atrio exterior del templo de Jerusalén era el lugar fuera del edificio del templo donde se permitía adorar a los gentiles. El hecho de que el atrio que se menciona aquí “ha sido dado a las naciones [o los gentiles]” sugiere que Juan pensaba en este atrio exterior. Se excluye de la medición porque fue dado a las naciones, o sea a los gentiles, que en el Apocalipsis son fuerzas hostiles a Dios y a su pueblo (cf. Apoc. 11:18). El atrio exterior está, evidentemente, en contraste con el templo de Dios en el cielo y los adoradores. Parece representar las fuerzas (en otras partes del libro se refiere a ellas como “los moradores de la tierra”, Apoc. 3:10; 6:10; 8:13; 11:10; 13:8, 14; 17:2) que son hostiles a Dios y al evangelio, persiguiendo en forma cruel al fiel pueblo de Dios, y están excluidos del reino.

Es digno de notar que la exclusión es una parte de la medición. La medición separa a los cristianos genuinos de los que profesan el cristianismo pero son apóstatas. Como en el caso de la medición del templo en Ezequiel, a ningún extranjero que fuera “incircunciso de corazón e incircunciso de carne” se le permitía entrar al templo (Eze. 44:9). Así, en la visión de Juan los gentiles están excluidos. No pertenecen a la comunidad de los creyentes. Solo se mide a los adoradores de Dios: aquellos santos cuyas oraciones, ofrecidas “sobre el altar de oro”, ascienden delante de Dios (Apoc. 8:3–4). Una exclusión similar se menciona en la última parte del libro en conexión con la medición de la Nueva Jerusalén (Apoc. 21:15–17), que actúa como el templo de la tierra nueva (Apoc. 21:2–3). Los infieles están excluidos de la recompensa de la nueva Jerusalén y se encuentran fuera del templo-ciudad (21:27). “Mas los perros estarán fuera, y los hechiceros, y los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira” (Apoc. 22:15).

El entregar el atrio exterior a las naciones, o los gentiles, significa que ellos pisotearán la ciudad santa por cuarenta y dos meses. El punto de partida para comprender esta imagen es la profecía de Jesús de que “Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan” (Luc. 21:24). Lucas 21:24 y Apocalipsis 11:2 tienen un común denominador: la ciudad santa será hollada por las naciones o los gentiles. Los cuarenta y dos meses equivalen a “los tiempos de los gentiles” a quienes se les permite oprimir al pueblo de Dios por un tiempo limitado. El pisoteo al que se refirió Jesús llegó a ser el prototipo14 de la opresión y persecución que el pueblo de Dios ha experimentado por los poderes que son hostiles a Dios y al evangelio. Apocalipsis 11:18 habla de las naciones airadas que “destruyen la tierra”. Su hostilidad tiene un límite, porque llegará el momento cuando los que destruyen la tierra serán destruidos a su vez (cf. Apoc. 19:20–21).

Parece que tanto Lucas 21:24 como Apocalipsis 11:2 tienen un trasfondo común en el libro de Daniel. En la imagen simbólica de la cuarta bestia, Daniel presenta al poderoso Imperio Romano que pisotearía a las naciones conquistadas (Dan. 7:7, 19, 23). El profeta además describe al cuerno pequeño que surgió posteriormente de entre los diez cuernos de la cuarta bestia. Este poder, hostil a Dios, se dice que “hablará palabras contra el Altísimo, y a los santos del Altísimo quebrantará” por “tiempo, y tiempos, y medio tiempo” (Dan. 7:25), o tres años y medio. Las actividades adicionales de este poder enemigo descrito en Daniel 8:9–13 se caracteriza por pisotear el lugar santo y a sus adoradores.

En este sentido debe entenderse el pisoteo de la santa ciudad en Apocalipsis 11:2. “La santa ciudad” representa al pueblo de Dios que es oprimido y perseguido por el Anticristo. Esta opresión es similar al pisoteo de Jerusalén “por los gentiles” (Luc. 21:24), en contraste con “la gran ciudad” de Apocalipsis 11:8. Las actividades de este poder perseguidor se describen en Apocalipsis 13:1–10 en la presentación simbólica de la bestia del mar cuyos adoradores son llamados “los que moran en la tierra” (Apoc. 13:8, 12, 14). Este poder opresor también es el descrito en Daniel 7:25; el tiempo que se le dio es de cuarenta y dos meses (Apoc. 13:5) históricamente cumplidos durante la Edad Media (generalmente datados de 538 d. C. a 1798). Durante este período la bestia “abrió su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar su nombre, su tabernáculo, es decir, a los que moran en el cielo [los adoradores de Cristo]” (13:6).

Apocalipsis 13:1–10 proporciona la clave para comprender el hollar de la santa ciudad por los gentiles durante los cuarenta y dos meses. Una cosa es clara: el contexto de Apocalipsis 11 indica que no está la intención de que este sea un tiempo literal. Los cuarenta y dos meses asignados a las naciones o gentiles representa un período específico de unos 1.200 años durante los cuales el fiel pueblo de Dios soportará dificultades y sufrimientos por causa de su fidelidad a Cristo. Parece claro que Daniel 7–9, Apocalipsis 11:2–13, y Apocalipsis 13:1–10 están relacionados y deben entenderse en conexión mutua.


Los Dos Testigos (11:3–14)

Es importante recordar que Apocalipsis 11:3–14 es la conclusión del interludio entre la sexta y la séptima trompetas. Se construye sobre la sección precedente de Apocalipsis 10:8–11:2, proveyendo información adicional con respecto a Apocalipsis 10:8–11, o sea, la experiencia del pueblo de Dios en el mundo hostil mientras dan testimonio del evangelio.

3Yo comisionaré a mis dos testigos, y ellos profetizarán por 1.260 días vestidos de cilicio. 4Estos son los dos olivos y los dos candeleros que están delante del Señor de la tierra. 5Y si alguno quiere dañarlos, viene fuego de sus bocas y devora a sus enemigos; y si alguno quisiera dañarlos, él debe ser muerto. 6Ellos tienen autoridad de cerrar el cielo, para que no dé lluvia durante los días de su profecía; y ellos tienen autoridad sobre las aguas para volverlas en sangre, y herir la tierra con toda plaga tantas veces como deseen. 7Y cuando completen su testimonio, la bestia que sale del abismo hará guerra contra ellos, y los conquistará y los matará. 8Y sus cuerpos muertos estarán en la calle de la gran ciudad, que se llama espiritualmente Sodoma y Egipto, donde también fue crucificado su Señor. 9Y aquellos de los pueblos y tribus y lenguas y naciones contemplarán sus cuerpos muertos por tres días y medio, y no permitirán que sus cuerpos muertos sean puestos en una tumba. 10Y aquellos que moran en la tierra se regocijarán sobre ellos y se alegrarán, y se enviarán regalos unos a otros, porque estos dos profetas atormentaban a los que moran sobre la tierra. 11Y después de tres días y medio el aliento de vida de Dios entró en ellos, y se pusieron sobre sus pies, y un gran temor cayó sobre los que los miraban. 12Y ellos oyeron una gran voz del cielo que les decía: “¡Suban aquí!” Y ellos subieron al cielo en la nube, y sus enemigos los vieron.13Y en la misma hora hubo un gran terremoto, y un décimo de la ciudad cayó, y 7.000 personas murieron en el terremoto; y el resto de la gente se asustó y dio gloria al Dios del cielo. 14El segundo ay ha pasado; he aquí, el tercer ay viene rápidamente.

Notas

11:3 Yo comisionaré. Literalmente, “yo daré” (gr. dōsō), que significa que los dos testigos han recibido autoridad divina. La frase es una construcción hebrea que significa “yo comisionaré”.15

Mis dos testigos. La palabra griega mártus significa tanto “testigo” como “mártir” (ver Notas sobre Apoc. 1:5). Se han ofrecido varias sugerencias con respecto a la identidad de los dos testigos: la Ley y los Profetas, la Ley y el Evangelio, Moisés y Elías, o dos profetas que actuarían como Moisés y Elías en los últimos días. Los más persuasivos son los que identifican a los dos testigos como la Biblia o como el pueblo de Dios.

De acuerdo con lo anterior, los dos testigos representan a la Biblia, tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo. Jesús dejó claro que el Antiguo Testamento “da(n) testimonio” de él (Juan 5:39; cf. Luc. 24:25–27, 44). Del mismo modo, el Nuevo Testamento da testimonio de la vida, obra y palabras de Jesús, y de su muerte expiatoria y su ministerio posterior a la resurrección a favor de su pueblo. Además, el mensaje de Dios se presenta en el Apocalipsis como la palabra de Dios y el testimonio de Jesús (Apoc. 1:2, 9). Si alguno desea herir a los dos testigos, ellos tienen autoridad de devorar a sus enemigos con fuego, cerrar el cielo para que no llueva, volver las aguas en sangre, y herir la tierra con toda plaga (Apoc. 11:5–6). En el Antiguo Testamento, la Palabra de Dios, por medio de Moisés, trajo las plagas sobre Egipto (Éxo. 7–11). En Jeremías 5:14, la Palabra de Dios es como un fuego en la boca de Jeremías. La Palabra de Dios por medio de Elías también cerró el cielo y no hubo lluvia en la tierra por tres años y medio (1 Rey. 17:1). Es digno de notar que el final del Apocalipsis presenta una amenaza a cualquiera que altera las “palabras de la profecía” del libro del Apocalipsis (22:18–19). A la luz de esta comprensión, la matanza de los dos testigos (Apoc. 11:7–10) significaría que el pueblo rechazó la Biblia por un tiempo. Su resurrección significaría una renovación del interés en el mensaje de la Biblia.

Otro concepto sugiere que los dos testigos representan al pueblo de Dios.16 En el Nuevo Testamento, testificar es la tarea principal del pueblo de Dios. Jesús a menudo se refirió a sus discípulos como testigos (cf. Juan 15:27; Luc. 24:48). Antes de su ascensión, Jesús dejó claro a sus discípulos: “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hech. 1:8; cf. 2:32; 3:15; 5:32). De acuerdo con Jesús, la predicación del evangelio antes del fin es “para testimonio a todas las naciones” (Mat. 24:14). En Apocalipsis, testificar es la razón por la que se persigue al pueblo de Dios (2:13; 6:9; 12:11; 17:6; 20:4). Es la iglesia que da testimonio de Jesús (Apoc. 17:6; 20:4).

Como muestra lo que antecede, la evidencia sugiere que los dos testigos representan al pueblo de Dios, es decir, la iglesia (el Israel tanto del Antiguo como del Nuevo Testamentos). En otro nivel, igualmente podría simbolizar la Biblia como “la palabra de Dios y el testimonio de Jesús”. Estas dos identificaciones no deberían considerarse como necesariamente excluyentes. La Palabra de Dios se manifiesta por medio de la predicación y por la enseñanza de la iglesia. Debería entenderse que los dos testigos representan al pueblo de Dios en sus funciones sacerdotales y reales (cf. Apoc. 1:6; 5:10),17 cuya tarea principal es como la de Josué, Zorobabel, Moisés y Elías: dar testimonio profético al mundo apóstata.18 Para los adventistas del séptimo día, es especialmente interesante que la comprensión de Elena G. de White de los dos testigos se da en este doble sentido. Mientras en una ocasión ella declaró que “estos dos testigos representan las Escrituras del Antiguo Testamento y del Nuevo”,19 en otra declaró que “la iglesia verá todavía tiempos angustiosos. Profetizará vestida de luto […] Han de ser sus testigos en el mundo, instrumentos que han de realizar una obra especial y gloriosa para el día de su retribución”.20

1.260 días. Ver Notas sobre Apocalipsis 11:2.

11:4 Los dos olivos y los dos candeleros que están delante del Señor de la tierra. Aquí hay una referencia a Zacarías 4. El profeta vio en visión el candelero con siete lámparas y a cada lado, dos olivos con dos ramas que brotan de los olivos. Estos dos árboles se dice que representan “los dos ungidos que están delante del Señor de toda la tierra” (4:14). En Zacarías 4, estos “dos ungidos” son Josué, el sumo sacerdote, y Zorobabel, el gobernador de Judea, quienes restauraron el templo. Mientras Zacarías solo vio un candelero, Juan toma los dos árboles de olivas y los dos candeleros para representar a los dos testigos en sus roles regios y sacerdotales (cf. Apoc. 1:6; 5:10).

11:7 Cuando completen su testimoniose refiere al final de los 1.260 días que los dos testigos han pasado vestidos de cilicio.

La bestia que sale del abismo. Esta bestia a menudo es identificada con la bestia que sube del mar de Apocalipsis 13:1–10, porque, al igual que la bestia que sube del abismo, hace guerra con los santos y los vence (Apoc. 13:7; cf. Dan. 7:21). Además, es digno de notar que la bestia de Apocalipsis 13 tiene un poder dominante sobre el pueblo de Dios durante los cuarenta y dos meses, que en Apocalipsis 11 es el período en que profetizan los dos testigos. La declaración “cuando completen su testimonio” (Apoc. 11:7) indica que después de los cuarenta y dos meses, o 1.260 días, la bestia que sube del abismo de Apocalipsis 11 se traba en guerra contra los dos testigos y los mata. La bestia que sube del abismo probablemente no es Satanás, que está representado por el dragón en Apocalipsis (Apoc. 12). Siendo que las bestias representan poderes políticos en el libro de Daniel, la bestia del abismo debe entenderse como una clase de poder político o religioso que domina el mundo o parte de él.

Habiendo entendido que los dos testigos son las Escrituras, los adventistas del séptimo día han interpretado la bestia del abismo como la Revolución Francesa. La muerte de los testigos ha sido interpretada como el gran ataque contra la Biblia en el contexto de la Revolución Francesa, que vino inmediatamente después del período profético de los 1.260 días. Elena G. de White dedicó todo el capítulo 16 de El Conflicto de los Siglos a esta interpretación. La Revolución Francesa fue un período de terror cuando los sentimientos antirreligiosos y ateos recorrieron el país, resultando en el rechazo del cristianismo y de la Biblia, y la creciente marea de ateísmo y secularismo con su hostilidad total hacia la Palabra de Dios en todo el mundo. Si los dos testigos simbolizan la Biblia, esta interpretación histórica parece apropiada. Desde el tiempo de la Revolución Francesa, la iglesia ha presenciado la difusión más amplia y triunfante del evangelio en todo el mundo.

Aunque esta aplicación histórica es bastante sustentable, es importante que se comprenda que los dos testigos no se limitan a la Biblia. Los libros del Apocalipsis y de Daniel nunca restringen el ataque de los poderes del mal contra la Biblia como libro, sino se extiende al pueblo fiel de Dios mientras predica la palabra de Dios y el testimonio de Jesús. Los poderes del mal hacen guerra contra los santos (cf. Dan. 7:21; Apoc. 12:17; 13:7). Juan pensaba en el pueblo de Dios y los poderes del mal que los perseguían cuando describía la escena de los dos testigos y su testimonio profético.

El abismo. Ver Notas sobre Apocalipsis 9:1.

11:8 Sus cuerpos muertos. El griego tiene el sustantivo colectivo singular, to ptōma autōn (“el cuerpo muerto de ellos”) aquí y en el versículo 9, donde se usa otra vez antes de pasar de nuevo al plural. Lo mismo aparece en el versículo 5 con referencia a la boca. Esto sugiere la naturaleza corporativa de los dos testigos, que es especialmente significativa a la luz de la comprensión de los dos testigos como el pueblo de Dios. Como observa G. K. Beale, mientras son “un ‘cuerpo’ testificador de Cristo que testifican[…]ellos son también muchos testigos esparcidos por toda la tierra”.21

La gran ciudad.El Antiguo Testamento está repleto de referencias a las grandes ciudades (incluyendo Nínive, Tiro y Babilonia) que se oponían a Dios y molestaban a su pueblo. Esta gran ciudad está en contraste con la “santa ciudad” de Apocalipsis 11:2 (cf. Dan. 9:24; Apoc. 21:2, 10; 22:19). La gran ciudad en Apocalipsis se refiere en forma consistente a Babilonia como el poder del mal del tiempo del fin está en oposición a Dios (cf. 14:8; 16:19; 17:18; 18:10, 16, 18–19, 21). Ver además Notas sobre Apocalipsis 14:8. Los adventistas del séptimo día han creído tradicionalmente que Francia manifestó todas las características de la “gran ciudad” hacia el fin del período profético de los 1.260 años.

Sodoma y Egipto, donde también fue crucificado su Señor. Los profetas con frecuencia igualaron a Jerusalén, como la ciudad profesa de Dios en los días de su apostasía, con Sodoma (Isa. 1:9–10; 3:9; Jer. 23:14; Eze. 16:48–58). Tanto Sodoma como Egipto son renombradas en el Antiguo Testamento por su maldad y como lugares donde el pueblo de Dios “vivió como extranjeros bajo persecución”.22 Sodoma representa el pecado de todas clases y una degradación moral total (Gén. 18:20–21; 19:4–11). Por otro lado, Egipto es conocido por su arrogancia atea y auto suficiencia como opresor del pueblo de Dios. Esa actitud se expresó primero en las palabras altivas del faraón del Éxodo: “¿Quién es Jehová…? Yo no conozco a Jehová” (Éxo. 5:2). El profeta Ezequiel menciona la “soberbia de Egipto” (Eze. 32:12). En la profecía de Amós, Israel llegó a ser como Sodoma y Egipto; y sería castigada de acuerdo con esto (Amós 4:10–11).

11:10 Los que moran en la tierra. Ver Notas sobre Apocalipsis 6:10.

Enviarán regalos unos a otros. Este intercambio de regalos (una costumbre común en el Cercano Oriente) nos recuerda la fiesta judía de Purim, cuando los judíos celebraban su liberación con “gozo y para enviar porciones cada uno a su vecino y dádivas a los pobres” (Est. 9:22; cf. Neh. 8:10–12).23

11:13 Hubo un gran terremoto. La cláusula aparece también en Apocalipsis 6:12 con referencia al sexto sello. Esto sugiere que el “gran terremoto” mencionado en 11:13 es el mismo descrito al abrir el sexto sello.

El resto de la gente se asustó y dio gloria al Dios del cielo. Varios argumentos sugieren que aquí se demuestra un arrepentimiento genuino. Primero, “Temed a Dios y dadle gloria (Apoc. 14:7) es un llamado al arrepentimiento. Segundo, dar gloria a Dios en toda la Biblia (Luc. 17:18; Juan 9:24; Hech. 12:23; Rom. 4:20; 1 Ped. 2:12) y también en Apocalipsis sugiere una actitud positiva hacia Dios (Apoc. 15:4; 16:9; 19:7). Lo que leemos en Apocalipsis 11:13 es lo contrario a lo que encontramos en Apocalipsis 9:20–21 y 16:9.

Exposición

11:3 La voz del cielo que antes comisionó a Juan para profetizar con respecto a muchas naciones, y que posteriormente le ordenó medir el templo, el altar, y a los adoradores, ahora hace un anuncio: Yo comisionaré a mis dos testigos, y ellos profetizarán por 1.260 días vestidos de cilicio. “Yo les daré” (traducción literal del griego) significa que los dos testigos recibirán la autoridad divina y el poder de profetizar. Este profetizar se relaciona con Apocalipsis 10:11, en donde Juan es comisionado para profetizar con respecto a muchas naciones. Apocalipsis 11:3–14 claramente muestra que la comisión de profetizar dada a Juan se extiende a la iglesia para ser un testigo fiel del evangelio. Esto significa la comisión dada por Jesús a los discípulos: “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hech. 1:8).

El número de testigos en Apocalipsis 11 recuerda la ley de los dos testigos en el antiguo sistema legal en Israel (Deut. 19:15; cf. Núm. 35:30; Deut. 17:6; Heb. 10:28), que prescribía dos como el número de testigos para el sistema legal judío. Para establecer que algo es verdadero, dos testigos tenían que dar testimonios correspondientes y corroborativos (cf. Mat. 18:16; 2 Cor. 13:1; 1 Tim. 5:19). Jesús dijo a los fariseos: “Y en vuestra ley está escrito que el testimonio de dos hombres es verdadero” (Juan 8:17). De acuerdo con esta práctica, Jesús comisionó a los discípulos como sus testigos enviándolos de dos en dos (Mar. 6:7; Luc. 10:1). En la iglesia primitiva se continuó la misma práctica. (Hech. 13:2; 15:39–41). Así, el testimonio dado por los dos testigos de Apocalipsis 11 sugiere la seriedad y la importancia del mensaje que proclaman. El mundo no puede rechazar el testimonio profético sin sufrir serias consecuencias y juicios.

El período en que profetizaron los dos testigos—“1.260 días”—es el mismo período designado para que los gentiles pisoteen y opriman al pueblo de Dios (cf. Apoc. 11:2; 12:6, 14; 13:6). Mientras en el Apocalipsis los cuarenta y dos meses son asignados a los malvados, los 1.260 días es el período usado con referencia al pueblo de Dios, como se mencionó antes con referencia a Apocalipsis 11:2. Parece que no había intención de indicar tiempo literal aquí, sino un período específico de más de 1.200 años durante la Edad Media—generalmente fechado de 538 d. C. a 1798—cuando el pueblo de Dios experimentó la amargura de dificultades intensas y persecución al dar su testimonio a favor de Cristo. Esto está claramente indicado por la vestimenta de los dos testigos durante el tiempo de su fiel testimonio. Están vestidos de cilicio, que en el Antiguo Testamento es la vestimenta usual de los profetas al cumplir su ministerio profético (Isa. 20:2; Zac. 13:4; cf. Mat. 3:4). Y esto evidentemente tiene algo que ver con el efecto amargo experimentado al compartir el mensaje del evangelio en Apocalipsis 10:8–11.

11:4–6 La voz del cielo da a Juan varios indicios para la identificación de los dos testigos. Primero, son los dos olivos y los dos candeleros que están delante del Señor de la tierra. Juan señala claramente a la visión de Zacarías donde los dos árboles de olivas se dice que representan a “los dos ungidos, que están delante del Señor de toda la tierra” (Zac. 4:14). Se refieren a Josué el sumo sacerdote y a Zorobabel el gobernador, quienes estaban restaurando el templo. Al referirse a Zacarías 4, Juan indica que la actividad de los dos testigos se parece a los roles de Josué y Zorobabel. Abarcan los roles sacerdotales y regios. Es especialmente importante que los dos testigos están relacionados con la restauración del templo (cf. Apoc. 11:1–2). Así como el Espíritu Santo actuó por medio de los ungidos al restaurar el templo y sus servicios en Jerusalén (Zac. 4:6), así el Espíritu Santo usa a los dos testigos como los que llevan el mensaje del evangelio por todo el mundo. Este mensaje está centrado en el tema de la restauración del santuario celestial y en el amor y la actividad de Dios en el mundo.

Aunque experimentaron la amargura de la oposición y la persecución durante el período de su actividad profética, estos dos testigos evidentemente no tienen poder y son destruidos. Si alguno quiere dañarlos, viene fuego de sus bocas y devora a sus enemigos; y si alguno quisiera dañarlos, él debe ser muerto. Este fuego que sale de sus bocas recuerda, primero de todo, a Elías quien llamó fuego del cielo para devorar a los soldados que Ocozías envió repetidamente para arrestar al profeta (2 Rey. 1:9–14). También recuerda las palabras de Dios que llegaron a ser fuego en la boca de Jeremías, devorando al pueblo rebelde e infiel (Jer. 5:14). Ellos tienen autoridad de cerrar el cielo, para que no dé lluvia durante los días de su profecía. Aquí hay otra alusión a la actividad profética de Elías durante la gran apostasía y ausencia de la palabra de Dios en Israel. Se refiere a la terrible sequía que Elías le profetizó al rey Acab (1 Rey. 17:1); el cielo se cerró y no hubo lluvia en la tierra por tres años y medio (cf. Luc. 4:25; Sant. 5:17). Los dos testigos también tienen autoridad sobre las aguas para volverlas en sangre, y herir la tierra con toda plaga tantas veces como deseen. Esto evidentemente refleja las plagas de Egipto que Moisés inició cuando el faraón rehusó permitir que los israelitas salieran de Egipto. Como resultado, la tierra de Egipto fue herida con toda clase de plagas (Éxo. 7–11).

El lenguaje que se usa en la descripción de los dos testigos indica que los roles y actividades de los testigos se parece, primero de todo, “a los ungidos” en el tiempo de la reconstrucción del templo en Jerusalén, es decir, Josué el sacerdote y Zorobabel el gobernador. Segundo, su rol y actividades se parecen a los de Moisés y Elías, quienes se encontraron con Jesús sobre el Monte de la Transfiguración y hablaron con él con respecto a lo que Jesús experimentaría al final de su vida en Jerusalén (cf. Luc. 9:31). El profeta Malaquías predijo la venida de Elías antes de la venida del Día de YHWH (Mal. 4:5–6). Sin embargo, estos dos testigos han de entenderse no como Moisés y Elías que vuelven a la tierra, sino como personajes simbólicos. Su actividad de testificación sigue el modelo de los roles y actividades de dos de los mayores profetas en la historia de Israel, Moisés y Elías. El mismo poder divino que acompañó la actividad profética de los profetas más grandes, así como las de Josué y Zorobabel, se manifestará en la testificación de estos dos personajes simbólicos que representan los agentes de testificación elegidos por Dios.

¿Quiénes son, entonces, los dos testigos de Apocalipsis 11? La evidencia indica que podrían simbolizar ya sea la Biblia como la palabra de Dios (“la palabra de Dios y el testimonio de Jesús”), o el pueblo de Dios al dar testimonio a favor del evangelio en el mundo. Por lo tanto, parecería muy apropiado comprender los dos testigos de Apocalipsis 11 como el pueblo de Dios en sus roles regios y sacerdotales (Apoc. 1:6; 5:10) mientras dan su testimonio profético de la Palabra de Dios. Su testificación recuerda cuando Jesús comisionó a los discípulos y los envió de a dos como sus testigos (Mar. 6:7; Luc. 10:1). La seriedad y la importancia de la testificación se basaba en la ley del Antiguo Testamento que exigía dos testigos con testimonios correspondientes y corroborativos a fin de que su testimonio fuera válido (Deut. 19:15; Juan 8:17; Heb. 10:28).

11:7–10 A los dos testigos se les dio un período determinado para su testificación profética. Después que completaron su testificación mientras vestían cilicio durante los 1.260 días, la bestia que sale del abismo hará guerra contra ellos, y los conquistará y los matará. ¿Quién es esta bestia que sale del abismo y hace guerra contra los dos testigos? Vimos antes que el abismo o el pozo sin fondo representa la morada de los ángeles caídos, los demonios (cf. Luc. 8:31; 2 Ped. 2:4; Judas 6). Es el lugar de donde salieron las langostas demoníacas que atacaron al pueblo en la escena de la quinta trompeta (Apoc. 9:1–11). Esto sugiere el origen demoníaco de la bestia que ataca a los dos testigos. En Apocalipsis 13, la bestia “que sube del mar” tiene el poder de dominar al pueblo de Dios durante cuarenta y dos meses. Después del período en que los dos testigos ya completaron su testificación profética, sube la bestia del abismo para hacer guerra contra ellos. Apocalipsis 17:8 menciona otra bestia que sale del abismo y sobre la cual se sienta Babilonia la ramera. La bestia que hace guerra contra los dos testigos, y los molesta y los persigue, es una autoridad aprobada y apoyada por Satanás mismo. Los adventistas del séptimo día generalmente han identificado la muerte de los dos testigos con el asalto ateo contra la Biblia y la abolición de la religión durante la Revolución Francesa que apareció enseguida después de la conclusión del período profético de los 1.260 días.

Los dos testigos yacen muertos y expuestos públicamente en la calle de la gran ciudad. El griego original dice “el cuerpo muerto de ellos”, que muestra que los dos testigos son un solo individuo; nunca están separados. En los tiempos antiguos, era una desgracia y la tragedia más grande dejar cuerpos muertos expuestos y privados de sepultura (cf. 1 Rey. 13:22; Sal. 79:3; Jer. 8:1–2; 14:16). Los dos testigos son rechazados por el mundo junto con el mensaje que predicaban. Ahora sufren un gran ultraje en su muerte. La gran ciudad se llama espiritualmente Sodoma y Egipto. En otras palabras, la gran ciudad donde los testigos fueron martirizados, integra la maldad y degradación moral de Sodoma (Gén. 18:20–21; 19:4–11) con la arrogancia y auto suficiencia atea de Egipto (cf. Éxo. 5:2). Ambas ciudades fueron lugares donde el pueblo de Dios “vivió como extranjeros bajo persecución”.24

La gran ciudad es además identificada como donde también fue crucificado su Señor. Lo que sucede con esos dos testigos es “lo que ya sucedió a su Señor en Jerusalén”.25 Sus adversarios son los que Jesús enfrentó antes. Así como Jerusalén rechazó a Jesús y lo envió a la muerte, así esta gran ciudad simbólica—cristianos profesos bajo el control de un poder político—persigue al pueblo de Dios.

Los cuerpos muertos de los testigos se encontraron expuestos y sin sepultar durante tres días y medio, un día por cada año en que testificaron vestidos de cilicio. Este período también corresponde al tiempo que Jesús pasó en la tumba. Durante este período los dos testigos permanecieron expuestos en las calles de la gran ciudad mientras hombres de los pueblos y tribus y lenguas y naciones contemplan con placer maligno sus cadáveres, rehusándoles una adecuada y respetuosa sepultura. La referencia a “pueblos y tribus y lenguas y naciones” recuerda la comisión dada a Juan de profetizar “a muchos pueblos y naciones y lenguas y reyes” (Apoc. 10:11). Evidentemente son la misma gente. Aquí parece que tenemos una descripción de la amargura que Juan gustó después de comer el librito (cf. Apoc. 10:8–11). El pueblo de Dios a menudo experimenta una amargura dolorosa porque su testimonio solo encuentra rechazo y burlas.

Los que moran en la tierra se regocijan sobre los cuerpos de los testigos, se alegran e intercambian regalos como la expresión de su celebración. “Los que moran en la tierra” en Apocalipsis siempre es una referencia a los impíos. Evidentemente ellos son “los pueblos y tribus y lenguas y naciones” de Apocalipsis 11:9. Aquí, están celebrando la muerte de los testigos porque estos dos profetas atormentaban a los que moran en la tierra. Este tormento se expresó evidentemente en “perturbar la conciencia de los hombres por su pecaminosidad” y su impiedad.26 El evangelio expresado por medio del testimonio del pueblo de Dios “siempre ha perturbado las conciencias de los hombres malos”.27 Para el rey Acab, el profeta Elías era “el que turbas a Israel” (1 Rey. 18:17) y su enemigo (1 Rey. 21:20). Acab también odiaba al profeta Miqueas porque no le profetizaba el bien para él, sino el mal (1 Rey. 22:8, 18). Cuando Pablo predicó ante Félix el gobernador “acerca de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero”, el espantado Félix rehusó seguir escuchando a Pablo y lo despidió (Hech. 24:25). Y Jesús anunció a sus discípulos: “Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre” (Mar. 13:13). La Palabra de Dios siempre “trae tormentos a los que oyen la Palabra sin rendirse a ella”.28

11:11–13 La celebración terminó. Después de tres días y medio, el aliento de vida de Dios entró en ellos, y se pusieron sobre sus pies. El aliento de vida es aquí la referencia a Génesis 2:7; es Dios quien devuelve la vida a los testigos. Esta escena de darles vida a los dos testigos recuerda la visión de Ezequiel del valle de los huesos secos, la profecía de la restauración de Israel del exilio babilónico. Sus enemigos ven a Israel como habiendo sido asesinados. Mientras Ezequiel profetizaba, el aliento entró en los cuerpos muertos, y volvieron a la vida y se pusieron en pie (Eze. 37:1–10). Siempre que el mundo piensa que ha silenciado la voz de los fieles testigos que los “atormentaban”, la vindicación se describe simbólicamente con la resurrección y ascensión de los dos testigos. Como declara Desmond Ford: “Los justos pueden ser derribados, pero no dejados fuera de combate”.29 Aplicándolo históricamente, una de las consecuencias de la Revolución Francesa fue un gran reavivamiento del interés en la Biblia, manifestado particularmente en el establecimiento de las grandes sociedades bíblicas y numerosas sociedades misioneras durante el tiempo posterior. Dos testigos así volvieron a la vida y el escenario se preparó para una amplia predicación del evangelio: más que en cualquier otro momento de la historia. Traerlos de vuelta a la vida hizo que los enemigos tuvieran gran temor aunque antes se habían alegrado por su muerte desgraciada.

Una voz del cielo llamó a los testigos resucitados. Y ellos subieron al cielo en la nube, y sus enemigos los vieron. Sus enemigos fueron identificados antes como “los pueblos y tribus y lenguas y naciones” (11:9) y “los que moran en la tierra” (11:10). La ascensión de los testigos recuerda la ascensión de Jesús al cielo en una nube después de su resurrección (Hech. 1:9). Sabemos que tanto Elías como Moisés fueron llevados al cielo (2 Rey. 2:11; Judas 9). Los testigos, habiendo completado su testificación profética, son elevados milagrosamente al cielo en la nube. Su exaltación de su condición de humillación en la que habían estado añade terror a los moradores de la tierra.

La predicación del evangelio, sin embargo, no ha terminado todavía; en Apocalipsis 14:6, Juan ve los tres ángeles que proclaman el mensaje final del evangelio a “los que moran en la tierra, y a toda nación y tribu y lengua y pueblo”. El texto señala hacia la proclamación final del evangelio cerca del fin de la historia de la tierra.

Y en la misma hora hubo un gran terremoto que sucedió cuando los testigos subieron al cielo. Este terremoto, como el del sexto sello, señala el comienzo del tiempo del fin y de los eventos finales de la historia de este mundo. “El símbolo de un terremoto se usa repetidas veces en las Escrituras para describir la agitación y perturbación que caracterizarán al mundo inmediatamente antes de la segunda venida de Cristo (ver Mar. 13:8; Apoc. 16:18)”.30 El terremoto causa la destrucción de un décimo de la ciudad, produciendo la muerte de 7.000 personas. Esta ciudad es evidentemente “la gran ciudad” figurada, llamada Sodoma y Egipto que, en Apocalipsis 18, se llama Babilonia. Las 7.000 personas muertas en el colapso de la gran ciudad representan la totalidad de los incrédulos endurecidos.31 Nos recuerda a los 7.000 que permanecieron fieles durante el ministerio de Elías (1 Rey. 19:18). En Romanos 11:4–5, este número representa la totalidad del remanente de Israel. Aquí solo ocurre un colapso parcial de la gran ciudad de Babilonia; su destrucción total ocurre en Apocalipsis 18.

El terremoto, junto con el colapso parcial de la gran ciudad, crea un efecto positivo en la gente sobreviviente. Y el resto de la gente se asustó y dio gloria al Dios del cielo. Parece que aquí se ve el arrepentimiento genuino. Eso recuerda la confesión del rey Nabucodonosor al dar gloria al Dios del cielo después de experimentar el castigo divino (Dan. 4:34–37). Los supervivientes del colapso de la gran ciudad parecen dar la respuesta que demanda el primer ángel de Apocalipsis 17: “Temed a Dios y dadle gloria” (Apoc. 14:7). Esto sugiere que la vindicación de los dos testigos (Apoc. 11:11–13) es paralela a la proclamación del evangelio eterno del primer ángel de Apocalipsis 14. Parece claro que el foco principal de Apocalipsis 11 es la proclamación del evangelio por medio de la iglesia. Al acercarse la historia de la tierra a su fin, el evangelio será proclamado una vez más con gran poder y mucha gente lo aceptará.

11:14 Juan concluye la sección con esta declaración: El segundo ay ha pasado; he aquí, el tercer ay viene rápidamente. El primero y el segundo ay estuvieron relacionados con el tocar de la quinta y la sexta trompetas, respectivamente. Es natural, por lo tanto, comprender el tocar de la séptima trompeta como el tercer ay que está listo para ocurrir, que nos lleva a comprender que se completa el misterio de Dios (cf. Apoc. 10:7).


Retrospección Sobre Apocalipsis 11:1–14

Apocalipsis 11:1–14 concluye el interludio entre el toque de la sexta y la séptima trompetas. En el capítulo 10 quedamos con la comisión a Juan de profetizar con respecto a muchos pueblos (Apoc. 10:8–11). Apocalipsis 11:1–14 proporciona alguna información adicional con respecto al contenido del mensaje que la iglesia, por medio de Juan fue comisionada para profetizar al mundo en el tiempo del fin (11:1–2), junto con una explicación de la amarga experiencia que la proclamación del evangelio trae sobre los que lo proclaman (11:3–13).

Apocalipsis 11:1–2 indica que la restauración del santuario celestial y sus servicios, con referencia a la preparación de los santos para la Segunda Venida, reside en el corazón de la proclamación final del evangelio. La restauración del santuario, del altar, y de los adoradores tiene que ver con el gobierno de Dios sobre el universo. Durante la historia del pecado sobre esta tierra, el carácter de Dios y la forma en que trata a sus súbditos ha estado bajo un ataque constante. La restauración del mensaje del santuario tiene el propósito de vindicar el carácter de Dios ante el universo entero, restaurar su gobierno legítimo, y establecer el reino. Además involucra la restauración del mensaje del evangelio con respecto a la obra expiatoria de Cristo y su justicia como el único medio de salvación.

La restauración del mensaje del santuario también incluye la preparación del pueblo de Dios para el reino. Esta preparación involucra la restauración de los aspectos mental, físico y espiritual de sus vidas. Apocalipsis 11:1–2 indica que la proclamación del mensaje del evangelio eterno que la iglesia fue comisionada a “profetizar” en la etapa final de la historia de este mundo será en el contexto de la restauración del santuario celestial. La experiencia del pueblo de Dios mientras proclaman el mensaje del evangelio es además descrito en la presentación de los testigos en la siguiente sección.

Apocalipsis 11:3–14 describe la amargura y el dolor simbólicos que el pueblo de Dios experimenta al proclamar el mensaje del evangelio al mundo. Aunque los adventistas del séptimo día han interpretado esta sección del Apocalipsis como habiéndose cumplido durante el período de la Edad Media, en el contexto de la Revolución Francesa, su importancia para la gente del tiempo del fin va más allá de esta ubicación temporal y geográfica. Esta escena de los dos testigos simbólicos, quienesquiera que sean, muestra que Dios tuvo cuidado de sus santos en el pasado, y todavía tiene en el presente a los que son fieles a la comisión de dar testimonio del evangelio al mundo. Él los usa como usó a Moisés en el Éxodo, a Elías durante la gran apostasía en Israel, y a Josué y Zorobabel en el tiempo post exílico de la reconstrucción del templo de Jerusalén.

Al dar testimonio al mundo, los siervos de Dios a menudo experimentan acoso y persecución. Pero sea lo que fuere que les sucede a ellos en “la gran ciudad”, el pueblo de Dios experimenta lo que ya sucedió con su Señor en Jerusalén. Estar con él y hablar de él es la comisión principal de la iglesia. “Esto es porque la función del ministerio profético de la iglesia al mundo es poner en vigor universal lo que Jesús logró con su propio testimonio profético, muerte y resurrección”.32 Los adversarios de Dios pueden acosar y perseguir a los fieles testigos de Dios en un intento de silenciarlos, y puede parecer que los enemigos han logrado la victoria. Pero la profecía hace claro que nos estamos acercando a un tiempo cuando veremos que el evangelio es proclamado una vez más con gran poder y en la gloria de Dios. Esta proclamación final iluminará toda la tierra con la gloria del mensaje del evangelio (cf. Apoc. 18:1).