Las últimas siete plagas – Apocalipsis 15–16:21

Apocalipsis 12–13 presentó la ira de las naciones (Apoc. 11:18) contra el remanente fiel de Dios, mientras Apocalipsis 14 describió el último mensaje de advertencia de Dios a las naciones. Ahora, el análisis se vuelve a la respuesta de Dios a la ira de las naciones. Los capítulos 15–16 describen la ejecución de la ira divina en términos del derramamiento de las siete copas de plagas sobre los seguidores y adoradores de la trinidad satánica.


Preparación Para Las Siete Últimas Plagas (15:1–8)

Esta sección es una continuación de Apocalipsis 14:14–20. Describe la preparación para la ejecución de la ira final de Dios sobre los impíos en el derramamiento de las siete últimas plagas. Antes de la ejecución de las plagas, Juan ve a los santos victoriosos celebrando la gran liberación después de haber pasado por la crisis final (15:2–4). Apocalipsis 15:2–4 parece actuar como un pasaje puente. Sirve tanto como la conclusión de los capítulos 12–14 como la introducción de las siete últimas plagas.1

1Y vi otra señal en el cielo, grande y maravillosa: siete ángeles que tenían las siete plagas, las últimas, porque en ellas la ira de Dios se completó.

2Y vi algo como un mar de vidrio mezclado con fuego, y los que habían vencido a la bestia y a su imagen y al número de su nombre, en pie sobre el mar de vidrio, con arpas de Dios. 3Y cantan el cántico de Moisés, el siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo:

“Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de las naciones. 4¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? Porque solo tú eres santo, porque todas las naciones vendrán y adorarán delante de ti, porque tus actos justos se han manifestado”.

5Y después de estas cosas miré, y el templo de la morada del testimonio estaba abierto en el cielo. 6Y los siete ángeles con las siete plagas salieron del templo, vestidos de lino puro y brillante, y ceñidos alrededor de su pecho con cintos de oro. 7Y uno de los cuatro seres vivientes dio a los siete ángeles siete copas de oro llenas con la ira de Dios quien vive para siempre. 8Y el templo se llenó de humo de la gloria de Dios y de su poder, y nadie podía entrar en el templo hasta que las siete plagas de los siete ángeles se completaron.

Notas

15:1 Señal en el cielo. Como en Apocalipsis 12:1, el griego sēmeion aquí significa una escena visual sorprendente que capta la atención de uno. Ver Notas sobre Apocalipsis 12:1.

La ira de Dios. La palabra griega que se usa aquí es thúmos (“ira”, “furia”), que denota una indignación o ira fuerte o apasionada (ver Notas sobre Apoc. 14:10).

15:3–4 El cántico. El cántico que Juan oye que cantaban los redimidos sobre el mar de vidrio es casi totalmente compuesto de frases del Antiguo Testamento: “Grandes y maravillosas son tus obras” (cf. Sal. 111:2–3); “Justos y verdaderos son tus caminos”(cf. Deut. 32:4; Sal. 145:17); “Rey de las naciones” (cf. Jer. 10:6–7); “¿Quién no te temerá, Oh Señor, y glorificará tu nombre?” (cf. Jer. 10:7); “Porque solo tú eres santo” (cf. 1 Sam. 2:2); “Todas las naciones vendrán y adorarán delante de ti” (cf. Sal. 86:9; Jer. 16:19).

Todopoderoso. Ver Notas sobre Apocalipsis 1:8.

15:5–8 El templo. La palabra griega que se usa aquí es naós que en Apocalipsis se refiere específicamente a la parte más interior del templo, el Lugar Santísimo, donde se ubica el trono de Dios. Para más sobre el significado de naós en el Apocalipsis, ver Notas sobre Apocalipsis 11:1.

15:7 Uno de los cuatro seres vivientes. Los cuatro seres vivientes, que probablemente son un orden exaltado de ángeles, de alguna manera están involucrados en la manifestación de la ira de Dios sobre la tierra (6:1, 3, 5, 7; 15:7). Ver Notas sobre Apocalipsis 4:6.

Copas de oro. En el Antiguo Testamento, copas de oro (gr. fiálē) son las vasijas que se usaban en el templo para el incienso y las ofrendas a Dios (cf. 1 Rey. 7:40, 45, 50; 2 Rey. 12:13; 25:15; cf. Apoc. 5:8). Las copas de oro en Apocalipsis 15–16 son muy probablemente las mismas que “la copa de su ira [de Dios]” (Apoc. 14:10).

Exposición

15:1 Una escena nueva y notable capta la atención de Juan. Él ve siete ángeles que tenían las siete plagas. Estos siete ángeles muy probablemente son los mismos ángeles que tocaron las trompetas (capítulos 8–9) para anunciar las plagas que fueron los juicios preliminares con la intención de conducir a los pecadores al arrepentimiento. Allí se les dieron las trompetas como instrumentos de juicio; ahora se les dan las copas. Las siete últimas plagas se dice que son las últimas, porque en ellas la ira de Dios se completó. La visitación de las siete últimas plagas completa las advertencias divinas al mundo rebelde. Los pecados de los seres humanos han llegado a su medida plena. Hasta ahora, la ira de Dios siempre ha sido suavizada con misericordia. Aquí, la situación cambia. Los impíos han de experimentar la ira final de Dios en su fuerza total, sin misericordia ni gracia (cf. Apoc. 14:10). Aquí está el cumplimiento de la amenaza del tercer ángel a quienes han elegido beber del seductor vino de la fornicación de Babilonia. Tienen que beber de la copa de la ira de Dios. Es de esta ira final de Dios, como se describe en la escena de la apertura del sexto sello, de la que los impíos procuran esconderse en las cuevas y las rocas de las montañas (Apoc. 6:16, 17). Las últimas plagas se derraman sobre los no arrepentidos como anticipo del juicio final.

15:2–4 Mientras los seguidores y adoradores de la trinidad satánica son los sujetos de la ira final de Dios, los santos están bajo el cuidado y protección vigilantes de Dios. Las plagas finales evidentemente no les hacen daño. Juan los ve de pie en una planicie que parece como un mar de vidrio. El mar de vidrio en Apocalipsis 4:6 está ubicado delante de Dios en la sala celestial del trono. Esto corresponde a lo que Juan vio en Apocalipsis 7, donde los redimidos que salieron de gran tribulación están de pie delante del trono de Dios en el templo celestial (Apoc. 7:9–15). Mientras en el capítulo 4 el mar de vidrio parecía como cristal limpio, esta vez está mezclado con fuego. El mar de vidrio está reflejando el colorido despliegue de la gloria de Dios expresada con relámpagos y “las siete antorchas de fuego” que arden delante del trono (Apoc. 4:5). Este nuevo detalle tiene la intención de reforzar el deslumbrante esplendor de la escena en la sala celestial del trono.2

Los redimidos también se ven con arpas de Dios y cantando el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero. Las arpas son instrumentos de alabanza a Dios (Apoc. 5:8; 14:2). El canto de los redimidos es un cántico de alabanza a Dios por la gran liberación y por el juicio de sus enemigos. El cántico de Moisés es el canto de liberación que cantó el pueblo de Israel cuando estaban parados junto al Mar Rojo mirando la destrucción de los egipcios (Éxo. 15). La gran liberación en el Éxodo es aquí el modelo para la gran liberación del pueblo de Dios de la crisis final.

Sin embargo, una diferencia importante existe entre el evento del Éxodo y Apocalipsis 15–16. Mientras el canto del Éxodo viene después de las plagas que afligieron a Egipto y que los israelitas fueron liberados de la esclavitud, en Apocalipsis 15 el cántico de Moisés y del Cordero están ubicados antes de la manifestación de las siete últimas plagas, mostrando que el elemento positivo de la redención en Apocalipsis 15–16 viene antes que los elementos negativos del juicio.3 El pueblo de Dios del tiempo del fin emerge victorioso de la gran tribulación después que su lealtad fuera severamente probada. Ellos han “lavado sus ropas y las han emblanquecido en la sangre del Cordero” (Apoc. 7:14). Ahora, así como el pueblo de Israel alabó a Dios junto al mar después que él los liberó de los egipcios, así los redimidos alaban a Dios por librarlos de la trinidad impía y de los que estaban de su lado y la adoraban. Su liberación y salvación es un resultado de lo que Cristo hizo en su favor en la cruz. Esto sugiere que hay un canto, más bien que dos, que los redimidos cantan en celebración de su gran liberación lograda por Cristo a favor de sus seguidores fieles.

De acuerdo con Apocalipsis 14:3, solo los redimidos pueden cantar ese canto de salvación. Han experimentado la liberación en la crisis final como ningún otro ser humano en la historia. Han permanecido firmes en su lealtad a Cristo y obedecido los mandamientos de Dios, rehusando ponerse del lado de la trinidad satánica y adorar a la bestia y recibir el número de su nombre. Ahora celebran su victoria sobre la trinidad satánica que Juan describe en términos de la celebración de Israel en el Mar Rojo.

El canto de los redimidos alaba al Señor Dios Todopoderoso por sus grandes y maravillosas obras, y sus caminos justos y verdaderos a favor de su pueblo. Lo que sale a la luz aquí es que los santos redimidos no saben de ninguno de sus propios logros o méritos.4 El cántico entero es acerca del Dios Todopoderoso del pacto, el gran libertador de su pueblo. Él es el que los protegió y preservó durante las horas de sus pruebas y angustias, y “es su gloria la que ahora comparten”.5 La victoria del remanente fiel de Dios, por lo tanto, es el resultado no de sus logros humanos, sino de las grandes y maravillosas obras de Dios y de sus caminos justos y verdaderos. El resto del cántico es una clara alusión a Apocalipsis 14:7: ¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? Porque solo tú eres santo, porque todas las naciones vendrán y adorarán delante de ti, porque tus actos justos se han manifestado. Muestra que los santos redimidos han aceptado el mensaje del evangelio eterno de los tres ángeles. Se han separado de Babilonia y de sus pecados. Por lo tanto, no recibirán” de sus plagas (Apoc. 18:4).

15:5–7 Luego, Juan ve que el templo de la morada del testimonio estaba abierto en el cielo. Mientras el templo celestial es el lugar donde se pueden encontrar la misericordia y la gracia de Dios, en Apocalipsis también es el lugar desde el cual emanan los juicios divinos cuando la gente rechaza el evangelio. Se habla del templo celestial como “la morada del testimonio” porque la ley de Dios estaba ubicada en el lugar santísimo del tabernáculo del Antiguo Testamento. Los siete ángeles con las siete plagas salieron del lugar santísimo del templo celestial “para mostrar que ninguna persona o nación puede desafiar con impunidad la Ley de Dios”.6 Los ángeles con las plagas salen de la misma presencia de Dios como sus comisionados para vengar. Dios es el que ejecuta su justa ira como la respuesta a las oraciones de su pueblo. Las siete últimas plagas son su respuesta a la ira de las naciones que tratan de destruir a su pueblo fiel (cf. Apoc. 13:11–17).

Los ángeles están vestidos de lino puro y brillante, y ceñidos alrededor de su pecho con cintos de oro. Su aspecto se describe de la manera del Cristo glorificado en la introducción al libro (Apoc. 1:13). Este vínculo con la descripción del Cristo glorificado sugiere que los ángeles vienen con la autoridad de Cristo quien los comisionó. Uno de los cuatro seres vivientes les da a los ángeles siete copas de oro llenas con la ira de Dios. Estas son las copas de las ofrendas que en el templo se daban a Dios. En Apocalipsis 5:8, las copas de oro están llenas de incienso, que representan las oraciones del pueblo de Dios que los veinticuatro ancianos ofrecen a Dios (cf. Apoc. 8:3–5). Sin embargo, esta vez las copas de oro de la intercesión llegan a ser los instrumentos de destrucción, llenos de la ira de Dios para ser derramados sobre los impíos. La misericordia cesó para aquellos sobre quienes la ira de Dios se ejecutará. La ejecución de la ira de Dios ha sido iniciada por las oraciones del pueblo fiel de Dios.7

15:8 En el momento en que los ángeles reciben las copas de la ira de Dios, el templo celestial se llenó de humo de la gloria de Dios y de su poder, y nadie podía entrar en el templo hasta que las siete plagas de los siete ángeles se completaron. Esto refleja la escena de la dedicación del tabernáculo en el desierto (Éxo. 40:34–35) y del templo de Salomón (1 Rey. 8:10–11). En ambas ocasiones, la nube de la gloria de Dios llenó la estructura del edificio de modo que los servicios no se pudieron realizar. Aquí, el templo celestial—el lugar preciso donde se había hecho la intercesión a favor de los seres humanos—está ahora lleno con la nube de la gloria de Dios de modo que nadie podía entrar. El tiempo de prueba había terminado y la intercesión a favor de los pecadores ya no existía. Los pecadores deben experimentar la plenitud de la ira final de Dios que no está mezclada con misericordia ni gracia, como consecuencia de su persistente resistencia y oposición al evangelio.


La Ejecución De Cinco De Las Últimas Plagas (16:1–11)

Ha llegado el tiempo para que los siete ángeles derramen las copas de la ira de Dios sobre la humanidad rebelde. El pueblo de Dios está sellado, y los vientos han de ser desatados (cf. 7:1–3). Lo que antes se describió como la copa del vino de la ira de Dios (14:10) y el pisar el lagar (14:17–20) se describen ahora simbólicamente como el derramamiento de las siete plagas. Los enemigos del pueblo del tiempo del fin de Dios han de experimentar la visitación completa de la ira de Dios sin mezcla de misericordia ni gracia. “Porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?” (Apoc. 6:17).

1Y oí una voz fuerte del templo que les dijo a los siete ángeles: “Vayan y derramen las siete copas de la ira de Dios sobre la tierra”:

2Y el primero fue y derramó su copa sobre la tierra, y una úlcera mala y dañina vino sobre los hombres que tenían la marca de la bestia y que adoraron su imagen.

3Y el segundo derramó su copa en el mar, y se hizo como sangre de muertos, y toda alma viviente murió en el mar.

4Y el tercero derramó su copa en los ríos y las fuentes de aguas, y se hizo sangre. 5Y oí al ángel de las aguas diciendo:

“Tú eres justo, quien es y que era, el Santo, Porque has juzgado estas cosas, 6porque ellos derramaron la sangre de santos y profetas, y les has dado la sangre para beber; ellos lo merecen.”

7Y oí que el altar decía: “Sí, Señor Dios el Todopoderoso, verdaderos y justos son tus juicios.”

8Y el cuarto derramó su copa sobre el sol, y se le dio que quemase a la gente con fuego. 9Y la gente se quemó con gran calor, y blasfemaron el nombre de Dios que tenía autoridad sobre estas plagas, y no se arrepintieron para darle gloria.

10Y el quinto derramó su copa sobre el trono de la bestia, y su reino se oscureció, y ellos se mordían las lenguas por causa del dolor, 11y blasfemaron al Dios del cielo por causa de sus dolores y por causa de sus úlceras, y no se arrepintieron de sus obras.

Notas

16:1 El templo. La palabra griega que se usa aquí, como en 15:5–8, es naós; muy probablemente se refiere al lugar santísimo, donde se ubica el trono de Dios. Ver Notas sobre Apocalipsis 11:1.

16:2 Una úlcera mala y dañina. El griego hélkos (“úlcera”, “llaga”) aquí se usa en la traducción griega del Antiguo Testamento (LXX) para las úlceras de la sexta plaga que hirió a Egipto (Éxo. 9:10–11). La misma palabra se usa con referencia a la aflicción que vino sobre Job, causándole gran dolor y sufrimiento (Job 2:7), de modo que tomaba “un tiesto para rascarse con él, y estaba sentado en medio de ceniza” (Job 2:8). Se las describe como “llagas malignas” que afectaban el cuerpo entero desde la planta de los pies a la coronilla de la cabeza (Deut. 28:35, NVI; Job 2:7). Una plaga de esta clase se usa a menudo como castigo por el pecado (Deut. 28:35; 2 Rey. 5:25–27; 2 Crón. 26:16–21).

16:5 El ángel de las aguas. Este ángel no se menciona en otra parte del libro del Apocalipsis. El libro pseudoepigráfico de 1 Enoc menciona “los ángeles que estaban a cargo de las aguas” (66:2). Sin embargo, es incierto si este es el sentido en Apocalipsis 16:5. La expresión más probablemente se refiere al ángel que derramó su copa en los suministros del agua, volviéndolos en sangre.

16:6 Ellos lo merecían. El griego áxioi eisin (“ellos son dignos”) muy probablemente significa “ellos lo merecen” (como lo traducen la RV60, BJ, NVI).

16:7 El altar. Esto es muy probablemente el altar del holocausto debajo del cual los santos martirizados claman por el juicio de sus enemigos en la escena de la apertura del quinto sello (ver Notas sobre Apoc. 6:9). Es menos probable que Juan pensara aquí en el altar del incienso del cual ascienden a Dios las oraciones de los santos en Apocalipsis 8:3–4, porque se habla de este altar como “el altar de oro” (Apoc. 8:3; 9:13). Ver Notas sobre Apocalipsis 8:3.

Todopoderoso. Ver Notas sobre Apocalipsis 1:8.

Exposición

16:1 Una voz fuerte desde el lugar santísimo del templo celestial ordena a los ángeles a derramar sus copas sobre los impíos. Esta voz que sale del lugar santísimo es probablemente la voz misma de Dios. Dios comisiona directamente a los ángeles como sus vengadores comisionados. Los impíos han “derramado” la sangre del pueblo de Dios (Apoc. 16:6); por lo tanto, las plagas de las copas ahora se derraman sobre ellos.

16:2 El primer ángel derrama su copa sobre la tierra. Como resultado, una úlcera mala y dañina aflige a los seres humanos. La plaga de la primera copa recuerda las llagas de la sexta plaga que cayó sobre Egipto (Éxo. 9:10–11; Deut. 28:27). Así como las úlceras afligieron solo a los egipcios y no a los israelitas, así las úlceras malas y dañinas de la primera de las últimas plagas aflige solo a los que tienen la marca de la bestia y que adoraron a su imagen. Los mismos reciben el resto de las plagas de las copas. Así, las últimas siete plagas son la visitación de la ira de Dios contra los que estuvieron del lado de la trinidad impía. Son los opresores que trataron de destruir al pueblo de Dios (Apoc. 13:15–17; 16:5–6). La plaga de la primera copa cumple la amenaza proclamada por el tercer ángel con respecto a cualquiera que “adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano”; advierte que tal persona “beberá del vino de la ira de Dios que está mezclado sin dilución en la copa de su ira” (Apoc. 14:9–10).

16:3–7 El segundo ángel y el tercero derramaron sus copas en el agua. El segundo ángel derrama su copa en el mar, que inmediatamente se vuelve como sangre de muertos, y toda alma viviente murió en el mar. El tercer ángel derrama su copa en los ríos y las fuentes de aguas, y llegaron a ser sangre. Esto recuerda la primera de las plagas egipcias cuando las aguas del Nilo se volvieron sangre (Éxo. 7:17–21). Estas dos plagas de las copas son paralelas a las plagas de la segunda y la tercera trompetas, que afectan y contaminan solo la tercera parte del suministro de agua y destruye la tercera parte de todo lo que vive en ella (Apoc. 8:8–11). Esta vez no se menciona ninguna proporción; estas plagas de las copas son completas en sus efectos. Sin agua para beber, la humanidad rebelde no sobrevivirá. En las plagas de las copas hay una intensificación de la ira divina ejecutada sobre los enemigos del pueblo de Dios a diferencia de las plagas de las trompetas que fueron solo un preaviso y una visitación preliminar de la ira de Dios.

Luego, Juan oye al ángel de las aguas que derramó su copa en las aguas y las volvió en sangre. Él declara lo apropiados que son los juicios de Dios sobre los impíos, como un eco del canto de los redimidos en Apocalipsis 15:3. Los impíos derramaron la sangre de santos y profetas. Se deleitaron en perseguir malvadamente al fiel pueblo de Dios. Ahora, se les da sangre para beber. La ejecución de las plagas sobre los impíos es adecuada a sus pecados.

En ese momento Juan oye que el altar decía: “Sí, Señor Dios el Todopoderoso, verdaderos y justos son tus juicios”. Este altar es muy probablemente el altar de los holocaustos mencionados en la escena de la apertura del quinto sello, desde el cual han estado subiendo a Dios las oraciones de los santos: “¿Hasta cuándo, oh Señor, santo y verdadero, no juzgarás y vengarás nuestra sangre sobre los que moran en la tierra?” (Apoc. 6:10). Se les dijo que esperaran un poco hasta que en el momento asignado sus oraciones serían respondidas. Aquí, la voz del altar afirma que las oraciones del pueblo de Dios son finalmente respondidas en las plagas. Dios está comenzando a ejecutar la plenitud de su desagrado contra los opresores de su pueblo. La justicia se está vindicando completamente.

16:8–9 El cuarto ángel derrama su copa sobre el sol, y se le dio que quemase a la gente con fuego. Al sonar de la cuarta trompeta, una disminución parcial de la intensidad del sol causó una oscuridad parcial sobre la tierra (cf. Apoc. 8:12). Sin embargo, la cuarta plaga, como otras, tiene efectos totales: la intensidad del calor del sol se aumenta enormemente. Como resultado, la gente se quemó con gran calor. Sin embargo, la plaga no los hizo cambiar sus caminos; siguen maldiciendo el nombre de Dios que tenía autoridad sobre estas plagas, y no se arrepintieron ni le dieron gloria. Estas personas reconocieron la mano de Dios en la ejecución de las plagas. No obstante, en lugar de arrepentirse, blasfemaron el nombre de Dios, como lo hace la bestia de cuyo lado se pusieron (Apoc. 13:6). Rebeldes, echaron la culpa a Dios por las consecuencias de sus propias acciones. Esto es paralelo a lo que Pablo declara del pueblo impío de su tiempo: “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido” (Rom. 1:21).

16:10–11 El quinto ángel derrama su copa sobre el trono de la bestia. Mientras las primeras cuatro plagas han afectado a la humanidad en general, la quinta plaga golpea el mismo asiento de la autoridad de Satanás. Satanás delegó a la bestia del mar su trono y gran autoridad (cf. Apoc. 13:2). La bestia ejerció autoridad sobre la tierra con la trinidad satánica (Apoc. 13:12). Sin embargo, aun el mismo asiento de la bestia no puede resistir la fuerza de las plagas. Esta escena recuerda la sexta plaga egipcia que afectó aun a los magos del faraón que “no podían estar delante de Moisés a causa del sarpullido” (Éxo. 9:11). El terror de las plagas produce caos en el reino de la bestia que se oscureció. Esta oscuridad sobrenatural es paralela a la novena plaga que afectó a toda la tierra de Egipto con una oscuridad total e intensa (Éxo. 10:21–23). La autoridad de la bestia sufre una gran humillación ante los ojos de los moradores de la tierra. Comienzan a darse cuenta de la impotencia de la trinidad impía para protegerlos de los efectos de las plagas.

La oscuridad de la quinta plaga intensifica el terror de los no arrepentidos de tal manera que la gente se mordían las lenguas por causa del dolor. El terror y dolor de cada plaga endureció cada vez más sus corazones. Aun las atroces e insoportables plagas no llevaron a los impíos a arrepentirse. En cambio, blasfemaron al Dios del cielo por causa de sus dolores y por causa de sus úlceras, y no se arrepintieron de sus obras. Al rechazar los mensajes de advertencia de Dios (Apoc. 14:6–12), los impíos rehusaron la última oportunidad de arrepentirse. La intercesión se ha completado en el santuario celestial, y “nadie podía entrar” en él (Apoc. 15:8). Los impíos continúan oponiéndose a Dios hasta que es demasiado tarde para regresar a él. Han decidido firmemente oponerse a Dios. Así, llegan a ser suelo fértil para el gran engaño final que arrastrará al mundo entero a la gran batalla entre Dios y Satanás, el engaño que se describe en la escena de la sexta plaga (Apoc. 16:13–14).


La Sexta Plaga (16:12–16)

La sexta plaga difiere de las cinco anteriores en que introduce la consumación de la historia de la tierra. Describe la preparación para la batalla final venidera entre Cristo y su pueblo fiel y Satanás y los adoradores de la bestia.

12Y el sexto derramó su copa sobre el gran río Éufrates, y su agua se secó, a fin de que el camino de los reyes del nacimiento del sol estuviera preparado. 13Y vi salir de la boca del dragón y de la boca de la bestia y de la boca del falso profeta tres espíritus inmundos como ranas; 14porque son espíritus de demonios que realizan señales, que salen a los reyes de todo el mundo habitado para reunirlos para la batalla del gran día del Dios el Todopoderoso. 15He aquí, vengo como ladrón. Bienaventurado es el que vela y guarda sus vestiduras de modo que no camine desnudo y vean su vergüenza”. 16Y él los reunió en el lugar llamado en hebreo “Armagedón”.

Notas

16:12 El gran río Éufrates. El Éufrates en el Antiguo Testamento, llamado “el gran río” (Gén. 15:18; Deut. 1:7; Jos. 1:4), es el límite que separaba al pueblo de Dios de sus enemigos, Asiria y Babilonia (ver Notas sobre Apoc. 9:14). Era el lugar desde el que las naciones archienemigas invadirían a Israel. Las imágenes del río Éufrates parece ser especialmente importantes por causa de la prominencia de Babilonia en el Apocalipsis. El Éufrates corría a través de la antigua ciudad de Babilonia. Como tal, era parte integral de la ciudad, alimentando sus cosechas y proveyendo agua para los habitantes de la ciudad. Sin ese río, Babilonia no podía sobrevivir. El concepto del Éufrates parece ser muy importante en el Apocalipsis por causa de lo destacado de las imágenes de Babilonia en la última porción del libro (ver Notas sobre Apoc. 14:8). Apocalipsis 17 indica que el río Éufrates debe entenderse simbólicamente. La prostituta Babilonia está sentada sobre “muchas aguas” (17:1). Jeremías 51:13 muestra que la expresión “muchas aguas” junto a las cuales estaba ubicada Babilonia es otra referencia al río Éufrates. El ángel le explica a Juan que las aguas sobre las que se sienta la Babilonia prostituta simbolizan los poderes nacionales del mundo: “pueblos y multitudes y naciones y lenguas” (Apoc. 17:15); estarán al servicio de la Babilonia del tiempo del fin y en oposición a Dios y a su pueblo.

Su agua se secó. El secamiento de las aguas en el Antiguo Testamento a menudo simboliza una acción poderosa de Dios a favor de su pueblo. Así fue con el Mar Rojo (Éxo. 14:21–22) y el río Jordán (Jos. 3:14–17). Con respecto a Babilonia, Dios amenazó por medio de Jeremías: “Y secaré su mar, y haré que su corriente quede seca” (Jer. 51:36). En Isaías, Dios “dice a las profundidades: Secaos, y tus ríos haré secar” (Isa. 44:27), a fin de restaurar a su pueblo a su tierra. En otras partes del Antiguo Testamento, el que Dios seque las aguas es preparatorio para la reunión del pueblo de Dios y traerlos de regreso a su tierra (cf. Isa. 11:15–16; 51:10–11; Zac. 10:10–11).

El secamiento del río Éufrates en Apocalipsis 16:12 es específicamente un eco del juicio de Dios sobre la antigua Babilonia como lo anunciaron los profetas del Antiguo Testamento. Isaías habló que Dios prometía secar las aguas del Éufrates para permitir que Ciro entrara a la ciudad y la conquistara (Isa. 44:27–28). Jeremías profetizó que el colapso de Babilonia sería el resultado del secamiento del río Éufrates (Jer. 50:35–38; 51:36–37). Sin embargo, la caída de Babilonia, la opresora del pueblo de Dios no fue un fin en sí misma. Su colapso sirvió al propósito de Dios de librar a su pueblo Israel de su opresor, y llevarlos a su patria para redificar Jerusalén y Judea: “Así ha dicho YHWH de los ejércitos: Oprimidos fueron los hijos de Israel y los hijos de Judá juntamente; y todos los que los tomaron cautivos los retuvieron; no los quisieron soltar. El redentor de ellos es el Fuerte; YHWH de los ejércitos es su nombre; de cierto abogará la causa de ellos para hacer reposar la tierra, y turbar a los moradores de Babilonia” (Jer. 50:33–34).

El agente en estos eventos sería Ciro el Persa (Isa. 44:26–28; 45:1–5, 13), quien por esta razón fue llamado el mesías de Dios, el ungido (Isa. 45:1), y “mi pastor” (44:28). Dios otorgó a este rey pagano estos títulos muy honrosos (Isa. 45:4) que más tarde fueron reservados para el Mesías de Israel. Ciro fue el elegido de Dios que conquistaría Babilonia secando el río Éufrates y proporcionando liberación al pueblo de Dios en el exilio. “Él edificará mi ciudad, y soltará mis cautivos” (Isa. 45:13; cf. 44:28). Así, como enfatiza Hans LaRondelle, en “su obra de liberación, Ciro sirvió como un tipo de la misión de liberación del Mesías”.8

El cumplimiento histórico de estas profecías fue registrado más tarde por el famoso historiador griego Herodoto9 y confirmado en tiempos modernos por el hallazgo del cilindro de Ciro.10 De acuerdo con Herodoto, Ciro el Persa capturó Babilonia secando el río Éufrates que fluía a través de la ciudad. Cuando se acercó a Babilonia, descubrió que los muros y las defensas eran demasiado fuertes y que la ciudad tenía vituallas para muchos años. Ciro usó una sección de sus soldados para desviar el flujo del agua que descendía, y llevarlas hacia un lago. De acuerdo con Daniel 5, era de noche mientras Babilonia tenía una celebración con bebidas cuando los persas entraron en la ciudad por el lecho seco del río por debajo de los muros de la ciudad en un ataque sorpresivo, conquistando a los excesivamente confiados defensores de Babilonia. Más tarde, Ciro promulgó un decreto permitiendo que Israel volviera a su patria y reconstruyera Jerusalén y el templo. Parece claro que Juan usó la escena histórica real para presentar simbólicamente el juicio final de Dios sobre la Babilonia del tiempo del fin que iniciaría la liberación del pueblo de Dios del tiempo del fin de sus opresores.

Los reyes del nacimiento del sol. La frase “del nacimiento del sol” es la referencia antigua al este (ver Notas sobre Apoc. 7:2). “Los reyes del nacimiento del sol” es una alusión a Ciro de Persia y sus fuerzas aliadas. Isaías predijo que Dios levantaría a Ciro, su mesías (Isa. 44:28; 45:1), quien vendría “desde el oriente” (Isa. 41:2; 46:11) o “del nacimiento del sol” (Isa. 41:25) contra Babilonia. Dios habló por medio de Isaías: “Yo lo desperté en justicia, y enderezaré todos sus caminos; él edificará mi ciudad, y soltará mis cautivos” (Isa. 45:13). LaRondelle declara: “Aunque provenía del este, Ciro invadió a Babilonia del norte”.11 ¿Por qué, entonces, se usa la forma plural “reyes” en el Apocalipsis? Ciro fue el comandante en jefe de las fuerzas aliadas de los reyes de Media y Persia (Jer. 51:11, 28). El secamiento de las aguas del Éufrates abrió el camino para Ciro y sus fuerzas aliadas—los “reyes del nacimiento del sol”—para capturar y dominar a Babilonia, para tomar el gobierno del mundo (cf. Dan. 5:28), y para liberar a Israel para que volviera a su tierra natal (cf. Esd. 1:1–4).

En el Nuevo Testamento, la frase “el nacimiento del sol” u “oriente” se usa a menudo metafóricamente con referencia a Jesucristo; se lo llama “la aurora” (“el sol naciente”, NVI) (Luc. 1:78) y la estrella de la mañana (Apoc. 22:16). Jesús describe su retorno a la tierra como procediendo de la dirección del sol naciente (Mat. 24:27–31). En Apocalipsis 7:2, el ángel con el sello de Dios viene de donde nace el sol (ver Notas sobre Apoc. 7:2). ¿Quiénes son estos reyes del “nacimiento del sol”? El hecho de que se los menciona como que vienen “del nacimiento del sol” sugiere que deben de algún modo estar relacionados con Cristo. Hans LaRondelle alega que ellos son ángeles no caídos de Dios “presentados como guerreros celestiales—reyes que vendrán a hacer guerra contra todos los reyes del mundo (Apoc. 19:14)”.12 En su concepto, los santos tendrán un rol pasivo más bien que activo en el conflicto final. “Los santos participarán en la victoria de Cristo, no en su batalla”.13 C. Mervyn Maxwell sugiere que Apocalipsis 16:16–17 indica que tanto Dios el Padre como Cristo “llegarán a la escena como los reyes del oriente”.14

Sin embargo, Juan el revelador provee la clave para su identidad. Apocalipsis 19:11–19 describe dos ejércitos opuestos en el conflicto final: Cristo el Guerrero y sus ejércitos contra “la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos” (Apoc. 19:19; cf. 16:13–16; 19:11–16). Se menciona a Cristo como el “Rey de reyes y Señor de señores” y está acompañado por los “que son llamados y elegidos y fieles” (Apoc. 17:14; cf. 19:16). Los títulos “llamados”, “elegidos” y “fieles” en el Nuevo Testamento se usan en forma consistente con referencia al pueblo de Dios (cf. Rom. 1:6–7; 1 Cor. 1:2; 1 Ped. 2:9). Los epítetos “señores” y “reyes” deben tomarse con referencia a los santos que en otros lugares del Apocalipsis se identifican como reyes y sacerdotes (Apoc. 1:6; 5:10; cf. 20:4, 6). En Apocalipsis 7 se los presenta simbólicamente como un ejército escatológico organizado en 144 unidades militares de 1.000 (7:2–8) listos para entrar en la última batalla (ver Notas sobre Apoc. 7:4). Se los menciona como “los ejércitos celestiales” (19:14) porque en el Apocalipsis se ve a los 144.000 como que ya están en los lugares celestiales (cf. Apoc. 14:1; 15:2; 19:1–5). En Apocalipsis 15:2, se los describe como “los que habían alcanzado la victoria sobre la bestia y su imagen, y su marca y el número de su nombre”. Los que se oponen a Dios siempre se mencionan en el libro como “los que moran en la tierra” (ver Notas sobre Apoc. 6:10). Los santos como los “ejércitos de Cristo que están en los cielos” están así en oposición con “los reyes de la tierra” que están bajo el liderazgo de la trinidad satánica (Apoc. 16:14; 19:19) cuyo número simbólico es “doscientos millones” (Apoc. 9:16). Si “los reyes de la tierra” son los poderes seculares y políticos del mundo al servicio de la trinidad satánica en la batalla final, entonces “los reyes del nacimiento del sol” son evidentemente Cristo—“Rey de reyes y Señor de señores”—y su ejército de los santos peleando contra la confederación satánica y proveyendo su liberación final y definitiva (Apoc. 19:14–16). Que los santos son a la vez el ejército de Cristo y los que son librados en la crisis final no es la única anomalía del libro. En 19:7–9, se describe a los santos tanto como la esposa del Cordero y como los invitados a la fiesta de bodas.

16:13 Boca. Sobre el significado de la “boca” con referencia a Satanás en el Apocalipsis, ver Notas sobre Apocalipsis 9:19.

El falso profeta. El falso profeta se menciona aquí y en Apocalipsis 19:20 y 20:10, donde siempre se encuentra en combinación con el dragón y la bestia del mar. Apocalipsis 19:20 describe al falso profeta como el que realizó señales en presencia de la bestia del mar por las que engañó a los que tienen la marca de la bestia y adoraron su imagen. Este rasgo muestra el carácter religioso y las actividades de la segunda bestia de Apocalipsis 13; la bestia de la tierra hace grandes señales, engañando a los que moran en la tierra por medio de las señales que se le dio a realizar delante de la bestia (Apoc. 13:13–14). Así las obras del falso profeta y la bestia de la tierra son idénticas. La bestia de la tierra ya no se menciona más en el libro después del capítulo 13 sino que se la menciona como el falso profeta, un miembro de la trinidad satánica. El falso profeta es otro nombre para la bestia de la tierra en su nuevo rol; está vinculado con “la imagen de la bestia”, engañando a la gente a ponerse del lado de la trinidad satánica y a adorar a la bestia del mar (Apoc. 13:15–17). Esta nueva designación de la bestia de la tierra se usa con el propósito de expresar el carácter y sus actividades engañosas que caracterizan a los falsos profetas en la Biblia (cf. Mat. 7:15; 24:24; 2 Ped. 2:1; 1 Juan 4:1; 2 Juan 7).

16:14 Espíritus. La palabra griega pnéuma significa tanto “espíritu” como “aliento”.

Todopoderoso. Ver Notas sobre Apocalipsis 1:8.

16:15 Bienaventurado es el que vela y guarda sus vestiduras. Esta es la tercera de las siete bienaventuranzas en el libro del Apocalipsis (ver Notas sobre Apoc. 1:3). F. F. Bruce señala a un pasaje de la Mishná que indica que el capitán del templo en Jerusalén hacía de noche sus rondas por los recintos del templo para controlar a los miembros de la policía del templo que vigilaba el templo. Si alguno era sorprendido durmiendo, sus ropas le eran quitadas y quemadas, y él era enviado desnudo, en desgracia.15 Esta costumbre puede arrojar algo de luz sobre el significado del texto.

Desnudo y vean su vergüenza. La desnudez en el mundo antiguo era considerada como una humillación severa (ver Notas sobre Apoc. 3:18). Un ejército derrotado sería severamente humillado si les sacaban las ropas y eran llevados desnudos a su cautividad. Isaías profetizó que los asirios llevarían a los cautivos de Egipto “desnudos y descalzos, y descubiertas las nalgas para vergüenza de Egipto” (Isa. 20:4). En el Apocalipsis, Dios juzgará a la Babilonia del tiempo del fin dejándola “desolada y desnuda” (Apoc. 17:16). En el Antiguo Testamento, esta era una señal del juicio divino. Ezequiel profetizó que al juzgar al Israel idólatra, Dios le quitaría las vestiduras y “ellos [sus enemigos] verán toda tu desnudez” (Eze. 16:37–39). En sus oráculos contra Nínive, Nahum anunció que Dios quitaría la ropa del pueblo de Nínive “y mostraré a las naciones tu desnudez, a los reinos tu vergüenza” (Nah. 3:5).

16:16 El lugar llamado en hebreo Armagedón. El término “Armagedón” (en griego harmagedōn) aparece solo aquí en el Apocalipsis. El nombre del lugar es muy incierto, y la palabra “Armagedón”, difícil. El texto dice que es un término hebreo. La palabra combina har (“monte”) con magedōn. Magedōn aparece tres veces en la Septuaginta (Jos. 12:22; Juec. 1:27; 2 Crón. 35:22), y mageddōn una vez en 2 Reyes 9:27 con referencia a Megido; así el nombre Armagedón significa “el monte de Megido”. Megido es una ciudad fortificada bien conocida en la parte norte de Israel en la llanura de Esdraelón, al pie del cordón del Carmelo entre el mar Mediterráneo y el Mar de Galilea. Siendo que la ciudad estaba en el valle de Jezreel o Esdraelón sobre la carretera principal de Egipto a Damasco, proporcionaba un pasaje natural para la invasión de Palestina; era un sitio estratégico muy importante. Su vecindad fue uno de los campos de batalla famosos que presenciaron las batallas mayores y más decisivas en la historia de Israel. En Megido, Barac y Débora derrotaron a Sísara y su ejército (Juec. 5:19–21), Ocozías fue muerto por Jehú (2 Rey. 9:27), y Josías fue muerto por el faraón Necao (2 Rey. 23:29–30; Zac. 12:11). Probablemente hubo otras batallas importantes allí, incluyendo la victoria de Gedeón sobre los madianitas (Juec. 7) y la derrota de Saúl por los filisteos (1 Sam. 31:1–7).

Sin embargo, el problema es que Megido estaba ubicada en una llanura en vez de una montaña. No hay ningún monte en Megido. Se han hecho diversas sugerencias sobre el tema. La idea que resulta más probable es que “el monte de Megido” se refiera al monte Carmelo, que estaba cerca de Megido.16 El monte Carmelo fue el lugar de una de las batallas más significativas en la historia de Israel: la batalla en la que el profeta Elías derrotó a los profetas de Baal (1 Rey. 18). Parece que esta batalla espiritual estuviera detrás de la batalla de Armagedón de Apocalipsis 16:16. La alusión al evento del Carmelo puede observarse ya en Apocalipsis 13:13–14 donde la bestia de la tierra hace “descender fuego del cielo a la tierra delante de los hombres”; esto recuerda el fuego que el profeta Elías pidió que descendiera del cielo (1 Rey. 18:38), que demostró que el Señor era el verdadero Dios de Israel que debía ser adorado.

William H. Shea señala paralelos adicionales entre la batalla de Armagedón de Apocalipsis 16 con 1 Reyes 18.17 Por ejemplo, así como Elías pidió a Acab que reuniera a todo Israel sobre el monte Carmelo para la contienda, así la trinidad satánica llama a sus seguidores a Armagedón. El sistema religioso apóstata involucrado en la batalla de Armagedón está representado por la gran ramera en Apocalipsis 17–18, que corresponde a la reina israelita Jezabel que fue una de las actoras principales en el escenario del monte Carmelo. El papel principal en reunir las fuerzas en Armagedón, de acuerdo con Apocalipsis 16:13, será desempeñado por el falso profeta. Esta es la primera vez que el término “falso profeta” aparece en el libro. En el evento del monte Carmelo, 850 falsos profetas estuvieron en el monte para oponerse a Elías. Así como los profetas de Baal fueron masacrados por Elías (1 Rey. 18:40), así los seguidores de la trinidad satánica serán derrotados de un modo semejante con la espada que sale de la boca de Cristo (cf. Apoc. 19:21).

Todo esto sugiere que, al describir la batalla final entre Cristo y las fuerzas de las tinieblas, Juan recordaba este evento del pasado de Israel. El nombre Armagedón debe ser tomado simbólicamente. No se refiere a ningún territorio geográfico ya sea en Palestina o en otro lugar, sino más bien el conflicto espiritual global final en el que la trinidad satánica y sus fuerzas sufrirán su derrota total y final mediante Cristo y sus ejércitos.

Exposición

16:12 El sexto ángel derrama su copa sobre el gran río Éufrates, y su agua se secó. El secamiento simbólico del río Éufrates evidentemente resulta en el colapso de la Babilonia del tiempo del fin, la opresora del pueblo de Dios del tiempo del fin. Las imágenes son obtenidas enteramente de la caída de la Babilonia antigua, el enemigo político y religioso de Israel en el Antiguo Testamento. Hans LaRondelle enfatiza: “La perspectiva de la caída futura de Babilonia está basada en la caída de la Babilonia antigua como su tipo ordenado. Los elementos teológicos esenciales siguen siendo los mismos, mientras que las restricciones étnicas y geográficas son eliminadas al darles proporciones cósmico-universales”.18

Con la destrucción de la antigua Babilonia, Dios deseaba liberar a su pueblo de sus opresores y llevarlos de la cautividad de nuevo a su patria (Jer. 50:33–34). El secamiento del Éufrates actuó así como “la preparación para la liberación de Israel”.19Así como el repentino secamiento del río Éufrates condujo al colapso de la Babilonia antigua (Isa. 44:27–28; Jer. 50:35–38; 51:36–37), así el secamiento simbólico de “el gran río Éufrates” es preparatorio del colapso de la Babilonia del tiempo del fin. La idea asegura a la iglesia de Cristo “la certeza de la caída de la Babilonia del tiempo del fin”.20 Como el colapso de la Babilonia antigua fue el cumplimiento de la profecía, así será el colapso de la Babilonia del tiempo del fin.

Juan el revelador deja claro que el Éufrates aquí debe entenderse figuradamente. Más tarde explica en 17:15 que el río Éufrates sobre el que mora la Babilonia del tiempo del fin (17:1; cf. Jer. 51:13) simboliza los poderes nacionales del mundo: “pueblos y multitudes y naciones y lenguas” que estarían al servicio de la Babilonia del tiempo del fin (Apoc. 17:18). El río Éufrates representa así la gente del mundo y “sus autoridades civiles que apoyan la autoridad religiosa de Babilonia en los últimos días”.21 El secamiento simbólico del río Éufrates significa, por consiguiente, que los poderes y naciones seculares del mundo que están al servicio de la Babilonia del tiempo del fin retirarán su apoyo a este sistema religioso.

Desafortunadamente, Juan no explica qué llevará a los poderes seculares a retirar su lealtad de la Babilonia y volverla contra ella (cf. Apoc. 17:15–16). Parece claro, sin embargo, que la situación pasa al frente en preparación para la sexta plaga. La proclamación del evangelio eterno por los tres ángeles ciertamente prepara el camino para eso. Sin embargo, un repentino cambio de actitud debe producirse, evidentemente, como resultado de notar la impotencia de Babilonia de proteger a sus seguidores del insoportable terror de las plagas. Las naciones de la tierra se desilusionan con la impotencia de Babilonia de protegerse ella misma, porque aun el mismo asiento de la autoridad de Satanás es golpeado por las plagas (Apoc. 16:10–11). Entretanto, los fieles están bajo el poder protector de Dios y evidentemente no reciben daño de las plagas. Las naciones desilusionadas juntas retirarán su apoyo a Babilonia y se volverán con tal hostilidad que destruirán completamente a Babilonia (cf. Apoc. 17:16–17). Este es el sentido en el cual debe entenderse el secamiento del río Éufrates.

El colapso de Babilonia, sin embargo, no es un fin en sí mismo. El secamiento del Éufrates prepara el camino para los reyes del nacimiento del sol. Aquí hay una referencia a Cristo (“Rey de reyes, y Señor de señores”) y sus ejércitos que consisten de los santos—los que son “llamados y escogidos y fieles” (Apoc. 17:14), y que son reyes y sacerdotes (Apoc. 1:6; 5:10)—para pelear contra la confederación mundial bajo el liderazgo de la trinidad satánica. Lo que tenemos aquí es la confederación de los santos del tiempo del fin listos para trabar la batalla directamente contra la confederación de las agencias del mal bajo el liderazgo de Satanás mismo. “En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro” (Dan. 12:1). Cristo viene para ayudar a su pueblo del tiempo del fin y librarlos de la opresión de Babilonia.

La escena de Apocalipsis 16:12 amplía más la famosa conquista de la antigua Babilonia por Ciro el Persa y sus fuerzas aliadas. Isaías menciona a Ciro como el mesías de Dios (Isa. 45:1) que vino del “nacimiento del sol” (Isa. 41:25; cf. 41:2; 46:11). El secamiento del río Éufrates proveyó el camino para que Ciro y sus ejércitos vencieran y destruyeran la Babilonia antigua, la opresora del pueblo de Israel. La destrucción de Babilonia por Ciro inició la liberación del pueblo de Dios de la cautividad y el retorno a su tierra natal (Isa. 45:13; Jer. 50:33–38; 51:36–37). Juan usa este incidente bien conocido para ilustrar la preparación para la batalla final entre Cristo y Satanás. El libro de Apocalipsis toma la captura de Babilonia por Ciro y la posterior liberación de Israel como una garantía de lo que Cristo con sus ejércitos hará para vencer a la Babilonia del tiempo del fin y proveer así la liberación definitiva de su pueblo (Apoc. 19:1–19).22

16:13–14 Juan ahora dirige nuestra atención a las fuerzas que se ordenan contra Cristo y su pueblo del tiempo del fin en preparación para la batalla final. Ve la trinidad satánica—el dragón, la bestia y el falso profeta—y tres espíritus inmundos que salen de la boca de ellos. Aquí hay una nueva designación de la bestia de la tierra en Apocalipsis 13:11–17 como el falso profeta, un personaje engañoso que descarría a la gente. Estas son las principales características de los falsos profetas en la Biblia. H. B. Swete describe a los falsos profetas como personas que “interpretan falsamente la mente de Dios. La verdadera religión no tiene peor enemigo, y Satanás, no tiene mejores aliados”.23 La bestia de la tierra, en su rol de falso profeta, está seduciendo a la gente a ponerse del lado de la trinidad satánica y a adorarla en vez de adorar a Dios. Como el tiempo de la primera venida de Cristo presenció actividades demoníacas intensas en una escala nunca vista anteriormente, así será al terminarse los días de la historia de la tierra.24 En su sermón sobre el Monte de los Olivos, Jesús advirtió a sus seguidores que al acercarse el tiempo del fin, “se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y harán señales y prodigios, para engañar, si fuese posible, aun a los escogidos” (Mar. 13:22; cf. Mat. 24:24; 2 Ped. 2:1).

Los tres espíritus inmundos que proceden de las bocas de la trinidad satánica se parecen a ranas. Como animales inmundos, las ranas representan la inmundicia. La inmundicia es de hecho la característica de la Babilonia del tiempo del fin (el nombre designa el triunvirato satánico). Babilonia está llena de “abominaciones y de la inmundicia de su fornicación” (Apoc. 17:4). Ella es “la habitación de demonios guarida de todo espíritu inmundo” (Apoc. 18:2). Los espíritus inmundos apareciendo como ranas nos recuerda la plaga de ranas en Egipto (Éxo. 8:1–15). Lo que es especialmente importante con respecto a la plaga egipcia de ranas es que fue la última plaga que los magos de faraón pudieron reproducir al imitar los milagros de Moisés por medio de artes engañosas, confundiendo así las mentes tanto del faraón como de los egipcios.25 En otras palabras, las ranas fueron el último engaño con el que los magos pudieron influir sobre el faraón y persuadirlo a oponerse a Dios, y no tomar en serio su mensaje dado a través de Moisés. Los tres demonios a manera de ranas de la sexta plaga son el último intento de Satanás de falsificar la obra de Dios, porque aparecen como la contraparte malvada de los tres ángeles de Apocalipsis 14. Además, el mensaje que envían a los que moran en la tierra es la antítesis del mensaje de advertencia que proclaman los tres ángeles.

Los demonios como ranas proceden de las bocas de la trinidad satánica. Esto indica que son los poderosos agentes de propaganda de Satanás que harán engaños persuasivos en la batalla final. Los tres demonios como ranas son el mismo “aliento” de la trinidad satánica en el último engaño. Satanás está decidido a ganar la victoria en la crisis final, y él capacita a los espíritus de demonios que realicen señales milagrosas. Esto nos recuerda claramente a Apocalipsis 13:13–14. Señales milagrosas son una parte de los engaños de Satanás del tiempo del fin para persuadir a la gente a ponerse del lado de la trinidad satánica en vez que del lado del verdadero Dios.

El propósito de los engaños milagrosos del tiempo del fin realizados por los demonios como ranas en la crisis final es persuadir a los reyes de todo el mundo habitado para reunirlos para la batalla del gran día del Dios Todopoderoso. El engaño es el método de persuasión de Satanás (cf. Apoc. 13:13–14; 20:7–9). Esto recuerda el “espíritu de mentira” que indujo a Acab a rechazar el mensaje que Dios le envió de ir a la batalla (1 Rey. 22:21–23). La trinidad satánica aquí envía a tres mensajeros demoníacos con el falso evangelio para persuadir a las autoridades seculares y políticas y a los poderes del mundo a ponerse del lado de ellos contra Dios y su pueblo para el gran día del Dios Todopoderoso. Parece que el espiritismo llegará a ser parte del engaño final “que arrasará al mundo”.26 Elena G. de White amonesta a los cristianos:

Pronto aparecerán en el cielo signos pavorosos de carácter sobrenatural, en prueba del poder milagroso de los demonios. Los espíritus de los demonios irán en busca de los reyes de la tierra y por todo el mundo para aprisionar a los hombres con engaños e inducirlos a que se unan a Satanás en su última lucha contra el gobierno de Dios. Mediante estos agentes, tanto los príncipes como los súbditos serán engañados. Surgirán entes que se darán por el mismo Cristo y reclamarán los títulos y el culto que pertenecen al Redentor del mundo. Harán curaciones milagrosas y asegurarán haber recibido del cielo revelaciones contrarias al testimonio de las Sagradas Escrituras.27

16:15 En medio de esta gráfica presentación de la gran preparación y reunión para la batalla final, Juan de repente inserta las palabras directas de Jesús quien hace apelaciones fervientes a su pueblo a estar listos y a no ser engañados: He aquí, vengo como ladrón. Esta venida de Jesús está en conexión con la batalla final. La apelación de Jesús a su pueblo del tiempo del fin es “para orientar sus vidas en el presente hacia la realidad escatológica venidera”.28 Por medio de persuasión engañosa, la trinidad satánica será capaz de reunir a los poderes seculares y políticos del mundo. Sin embargo, como Ciro inesperadamente triunfó sobre la antigua Babilonia (cf. Dan. 5), así la intervención de Cristo prevalecerá sobre la Babilonia del tiempo del fin: “El día del Señor vendrá así como ladrón en la noche; que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina… y no escaparán” (1 Tes. 5:2–3). Jesús a menudo advirtió de lo inesperado de la crisis final y de su venida (cf. Mat. 24:42–44; Luc. 21:34–35).

Cristo insta a sus seguidores a la vigilancia espiritual para este gran período crítico de la historia del mundo. Necesitan estar espiritualmente despiertos y vigilantes y permanecer listos, pues el día de Dios Todopoderoso puede venir en cualquier momento. Son como soldados vestidos y en alerta. Jesús amonesta a sus seguidores en la conclusión de su discurso sobre el monte de los Olivos: “Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra. Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre” (Luc. 21:34–36). “Velad, pues[…]para que cuando venga de repente, no os halle durmiendo. Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad” (Mar. 13:35–37).

En este tiempo crítico, los seguidores de Cristo se caracterizarán por estar espiritualmente alerta. Como declara Robert H. Mounce, ellos no serán “tomados por sorpresa como un soldado que, cuando suena la alarma, deba correr desnudo porque ha descuidado donde guardaba su vestimenta”,29 o como el guardia dormido que descubierto por el capitán a la puerta del templo, le quemaría la ropa y lo enviaría desnudo y en desgracia (ver Notas sobre Apoc. 16:15). Por lo tanto, se insta a cada cristiano a guardar sus vestiduras de modo que no camine desnudo y vean su vergüenza. Esta amonestación recuerda una apelación similar que hizo Jesús a la iglesia de Laodicea de tener “vestiduras blancas para que te vistas, de modo que no se exponga la vergüenza de tu desnudez” (Apoc. 3:18). Las vestiduras representan “las acciones justas de los santos´”, es decir, los requisitos para la participación en el encuentro con Cristo (Apoc. 19:7–9; Mat. 22:11–14). Simbolizan una lealtad y fidelidad sin compromisos a Cristo (Apoc. 3:4–5; 6:11; 7:9, 13–14; 19:8). Por otro lado, la desnudez denota una actitud de compromiso hacia Babilonia bajo su persuasión engañosa (cf. Apoc. 17:2; 18:3). Al derrotar a Babilonia, Dios hará que quede “desolada y desnuda” (Apoc. 17:16), como señal de severa humillación del ejército derrotado (cf. Isa. 20:4). Los que se comprometen con Babilonia tendrán una parte obvia en la humillación de ella. Solo los que están vestidos espiritualmente con el manto de la justicia de Cristo serán capaces de mantenerse en pie “en la hora de la prueba que está por venir sobre los que moran en la tierra” (Apoc. 3:10).

16:16 Juan muestra que los milagros engañosos de los demonios lograrán un éxito más allá de cualquier predicción o expectativa. Al rehusar creer el verdadero evangelio, la gente “creerá una mentira fuerte como un engaño poderoso” que acompaña a “milagros mentirosos” (cf. 2 Tes. 2:9–12).30 Satanás es capaz de persuadir a los poderes religiosos y seculares del mundo y reunirlos en el lugar llamado en hebreo Armagedón (“el monte de Megido”). Bruce M. Metzger correctamente observa que por causa de la importancia histórica de Megido como “el escenario de frecuentes batallas decisivas en los tiempos antiguos (Juec. 5:19–21; 2 Rey. 9:27; 23:29), aparecería que Juan está usando un lenguaje familiar para simbolizar el gran conflicto final entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal, una batalla en la que el mal será derrotado, no con armas sino por la Palabra encarnada de Dios, Jesucristo (19:13)”.31 Los poderes religiosos y seculares están todos unificados y organizados en un ejército bajo el liderazgo de la trinidad satánica para la batalla del gran días de Dios Todopoderoso. Esto recuerda el texto de Salmos 2:2: “Se levantarán los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra YHWH y contra su ungido”. La batalla de Armagedón es un eco del bien conocido conflicto sobre el monte Carmelo entre el profeta Elías y los profetas de Baal (1 Rey. 18). El problema a resolverse de una vez por todas sobre el Carmelo era identificar al verdadero Dios: “Si YHWH es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él” (1 Rey. 18:21).

El mismo asunto tendrá que resolverse en la gran batalla definitiva del Armagedón: ¿Es la verdadera trinidad o la trinidad satánica espuria la que se ha de seguir y adorar? La batalla resolverá finalmente el problema que Satanás introdujo en el principio: ¿Quién es el gobernante legítimo del universo? Esto indica además que la batalla final del Armagedón no es una batalla militar sino una espiritual: la batalla por la mente de la gente. Su conclusión será similar al conflicto en el Carmelo en el tiempo de Elías, cuando el pueblo reunido sobre el monte reconoció que “¡YHWH es el Dios! ¡YHWH es el Dios!” (1 Rey. 18:39).

Apocalipsis 16:12–16 no presenta la batalla misma, sino solo la preparación y la gran reunión de los poderes religiosos y políticos de la humanidad rebelde para el Armagedón. La batalla misma sigue a la sexta plaga y se describe en Apocalipsis 16:17–19:21. Juan ve más tarde “a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos reunidos para hacer guerra” contra Cristo que viene del cielo como Rey de reyes y Señor de señores acompañado por su ejército que consiste en sus santos (Apoc. 19:19; cf. 17:14). La batalla concluirá con una derrota total de la bestia y sus ejércitos (19:20–21) por aquel que de hecho es el Rey de reyes y Señor de señores legítimo (Apoc. 19:16).


La Séptima Plaga (16:17–21)

Esta sección concluye la visión de las siete últimas plagas. Con la séptima plaga, los lectores son llevados al mismo comienzo de la batalla del Armagedón.

17Y el séptimo derramó su copa en el aire, y una voz fuerte salió del templo desde el trono, diciendo: “Hecho está”. 18Y hubo destellos de relámpagos y voces y retumbar de truenos, y ocurrió un gran terremoto, tal como no ha habido desde que los seres humanos estuvieron sobre la tierra, tan poderoso fue el gran terremoto. 19Y la gran ciudad se dividió en tres partes, y las ciudades de las naciones cayeron. Y Babilonia la grande fue recordada delante de Dios para darle la copa del vino de la furia de su ira. 20Y toda isla huyó, y las montañas no se hallaron. 21Y cayó granizo grande como de un talento de peso del cielo sobre la gente, y la gente blasfemó a Dios por la plaga del granizo, porque su plaga fue extremadamente grande.

Notas

16:17 El templo. Sobre el significado y la importancia del templo celestial (gr. naós) en el Apocalipsis, ver Notas sobre Apocalipsis 11:1, 19.

El trono. Ver Notas sobre Apocalipsis 4:2.

16:18 Un gran terremoto. Este terremoto es evidentemente diferente del que fue mencionado al abrirse el sexto sello (Apoc. 6:12), que fue anterior a este. Ver Notas sobre Apocalipsis 6:12.

16:19 Tres partes. Ver Notas sobre Apocalipsis 8:7.

Babilonia la grande. Ver Notas sobre Apocalipsis 14:8.

La copa del vino. Ver Notas sobre Apocalipsis 14:10.

16:21 Granizo grande como de un talento de peso del cielo sobre la gente. El granizo a menudo es una de las armas de juicio de Dios en el Antiguo Testamento. El granizo destructivo de la séptima plaga sobre Egipto devastó el país (Éxo. 9:24–25). El granizo fue un arma de Dios contra los cinco reyes amorreos en la batalla contra Josué; más gente murió por el granizo que por la espada (Jos. 10:11). Ezequiel profetizó que Dios enviaría una “impetuosa lluvia, y piedras de granizo, fuego y azufre” contra Gog y Magog (Eze. 38:22). Dios le preguntó a Job: “¿Has visto los tesoros del granizo, que tengo reservados para el tiempo de angustia, para el día de la guerra y de la batalla?” (Job 38:22–23). Isaías y Ezequiel hablan de una lluvia torrencial y grande granizo que Dios enviará como juicio contra los infieles (Isa. 28:2; 30:30; Eze. 13:10–14). Cada piedra de granizo de la séptima plaga de la copa era “como de un talento”. La medida exacta de un talento es incierta; variaba “entre pueblos diferentes y en tiempos distintos”.32 Podía ser desde cincuenta a más de cien libras (de 25 a más de 45 kilogramos). Las piedras de granizo de la séptima plaga eran claramente de un tamaño enorme y, en consecuencia, de efecto devastador.

Extremadamente grande. A fin de mostrar la severidad de la séptima plaga, Juan usa la palabra griega sfódra (“extremadamente”, “muchísimo”) que no se usa en ninguna otra parte del libro.

Exposición

16:17–18 La séptima plaga proviene de la misma presencia de Dios. El último de los siete ángeles derrama su copa sobre el aire. En ese momento una fuerte voz sale del templo desde el trono. Esto recuerda Apocalipsis 16:1 donde “una voz fuerte del templo” comisiona a los siete ángeles a derramar sus copas. La voz viene del trono de Dios ubicado en el templo en el cielo (cf. Apoc. 4–5). El templo y el trono son inseparables en el Apocalipsis. El trono representa la fuerza controladora en el universo. Significa la misma presencia de Dios y su autoridad soberana sobre la creación. En Apocalipsis se presenta en oposición al trono de Satanás (Apoc. 2:13; 13:2) y al trono de la bestia (Apoc. 16:10). El hecho de que esta voz fuerte viene del trono de Dios sugiere que Dios mismo es quien habla.

La voz divina anuncia: Hecho está. Esto es una repetición del “Consumado es” del Calvario que anunció la victoria sobre Satanás y el comienzo del tiempo del fin (Juan 19:30). Esta vez la misma voz de Cristo proclama la conclusión de la historia de la tierra y la victoria final sobre Satanás y los poderes de las tinieblas. Una vez más esta voz se oirá en Apocalipsis (21:6). Anunciará la erradicación del pecado y el glorioso comienzo del reino eterno de Dios.

En ese momento, hubo destellos de relámpagos y voces y retumbar de truenos. En el Apocalipsis, este fenómeno está siempre asociado con el trono de Dios (cf. Apoc. 4:5; 8:5; 11:19). Además, ocurrió un gran terremoto, tal como no ha habido desde que los seres humanos estuvieron sobre la tierra, tan poderoso fue el gran terremoto. Los terremotos en el Antiguo Testamento se usaron para describir la visitación del juicio final de Dios sobre la tierra, mencionados como el Día de YHWH.

16:19 El severo terremoto sacude la gran ciudad, dividiéndola en tres partes. El término “gran ciudad” es una referencia a Babilonia (cf. Apoc. 17:18; 18:10). El reino de Satanás consiste de tres partes. La Babilonia del tiempo del fin está compuesta por la unión de la trinidad satánica. Al experimentar los juicios divinos, se divide en tres partes: el dragón, la bestia del mar y la bestia de la tierra. La unidad de la trinidad satánica está despedazada. Después que se dividió Babilonia, las ciudades de las naciones cayeron. Las naciones en Apocalipsis denota los poderes políticos y seculares del mundo que apoyaban la Babilonia del tiempo del fin y frustraban la obra de Dios sobre la tierra. El desmembramiento de la Babilonia del tiempo del fin lleva a su colapso inevitable.

Y Babilonia la grande fue recordada delante de Dios para darle la copa del vino de la furia de su ira. Esto anticipa Apocalipsis 18:5–6 donde Dios ha recordado las iniquidades de Babilonia y la castiga con “la copa que ella mezcló”, y él mezcla una doble porción para ella. También recuerda Apocalipsis 14:10 donde todos los que adoran a la bestia y a su imagen y reciben la marca son amenazados de beber “del vino de la ira de Dios que está mezclado sin dilución en la copa de su ira”. Lo que vemos aquí es que a Babilonia “que hizo que todas las naciones bebieran del vino de la ira de su fornicación” (Apoc. 14:8; 17:2; 18:3) Dios le da “la copa del vino de la furia de su ira”. Apocalipsis 14:19 presenta la ejecución del juicio sobre Babilonia y todos los que han elegido estar del lado de ella.

16:20–21 El severo terremoto hunde toda isla y las montañas. Esto nos recuerda la escena de la apertura del sexto sello en el cual “cada montaña e isla se movieron de sus lugares” (Apoc. 6:14). El autor de Hebreos señaló la conmoción final de la creación, “para que queden las inconmovibles”, o sea, el reino de Dios (Heb. 12:26–28). Finalmente, cayó granizo grande como de un talento de peso del cielo sobre la gente. Aquí tenemos otra presentación de la manifestación del juicio de Dios tomada del Antiguo Testamento. Así como Dios envió granizo para destruir los enemigos de Israel (cf. Jos. 10:11; Eze. 38:22), así en este caso, vemos la manifestación del juicio pleno y final sobre los enemigos del pueblo de Dios del tiempo del fin.

Sin embargo, este granizo excesivamente grande no produce ningún cambio en los impíos. Aquellos sobre quienes cayó el granizo blasfemaron a Dios por la plaga del granizo, porque su plaga fue extremadamente grande. Este es el tema recurrente de Apocalipsis 16; aquellos sobre quienes caen las últimas plagas responden maldiciendo a Dios y rehusando arrepentirse de sus malas obras (16:9, 11, 21). Esto es comprensible a la luz del hecho de que el tiempo de prueba se ha cerrado y la intercesión ya no está disponible (Apoc. 15:8). El fin ha llegado, y se ha fijado una línea de demarcación entre los que siguieron a Dios y los que estuvieron en oposición a él. Ya no hay más oportunidad para el arrepentimiento.33 Los pecadores no arrepentidos están más allá de la posibilidad de regresar. En la escena del sexto sello, se los presenta como buscando esconderse del rostro de Dios en “el gran día de su ira” (Apoc. 6:16). Es imposible cambiar su actitud hacia Dios aun con esta plaga “extremadamente grande”, y hacerlos volver a él.


Retrospección Sobre Apocalipsis 15–16

El propósito de Apocalipsis 15–16 es “revelar el plan de Dios pre-ordenado para el triunfo de sus fieles”.34 Las siete últimas plagas se presentan en Apocalipsis como la respuesta final de Dios a la ira de la Babilonia del tiempo del fin en sus intentos de destruir al pueblo fiel de Dios. Los capítulos 15–16 presentan un cuadro vívido de las consecuencias que el mundo cosechará como resultado de abandonar la ley de Dios y sus planes para los seres humanos. La violación de la ley divina resulta en la destrucción de los violadores. Pablo escribió: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gál. 6:7). Los que han estado destruyendo la tierra experimentarán su propia destrucción (Apoc. 11:18). Sin embargo, aun cuando Apocalipsis pinta el fin como una serie de eventos atemorizantes, Paulien declara que “estos eventos están bajo el control de Aquel que se preocupa profundamente por la raza humana, que ama a la raza humana tanto que estuvo dispuesto a morir por ella (Apoc. 5:5–12)”.35

La culminación de las siete plagas es la batalla del Armagedón. Como señala LaRondelle, “Armagedón es la respuesta del Cielo a los clamores del Israel de Dios pidiendo liberación de la opresora Babilonia”.36 La batalla de Armagedón garantiza que los poderes de este mundo que están en oposición a Dios finalmente encontrarán su fin como la respuesta a las oraciones del sufriente pueblo de Dios (cf. Apoc. 6:9–10). La preparación para la batalla final se describe en la escena de la sexta plaga, mientras que la batalla misma se describe en Apocalipsis 16:17–19:21.

Importante para la comprensión del verdadero carácter de la batalla de Armagedón es el interludio de Apocalipsis 16:15. En medio de la gráfica presentación de la gran preparación para la batalla del Armagedón, e inmediatamente antes de la descripción de la batalla final, Juan inserta una advertencia previa y una apelación de Jesús a su iglesia: “He aquí, vengo como ladrón. Bienaventurado es el que vela y guarda sus vestiduras de modo que no camine desnudo y vean su vergüenza” (16:15). La advertencia está insertada con el propósito de dar una firme seguridad al pueblo de Dios al afrontar el engaño final. Los seguidores de Cristo del tiempo del fin estarán en el mismo centro de la batalla del Armagedón. Deben recordar que el evento culminante de la crisis final es el retorno de Jesús. La venida Cristo en gloria y majestad ha de ser “el centro de la expectativa” del pueblo de Dios del tiempo del fin 37 Jesús los insta a prepararse espiritualmente y a ser hallados fieles y listos para el evento crítico en la historia de este mundo.

Es de importancia vital para el pueblo de Dios del tiempo del fin comprender el verdadero carácter de la batalla final para prepararse para ella. La advertencia de Cristo a su pueblo del tiempo del fin, en Apocalipsis 16:15, muestra claramente que la naturaleza de la batalla final en la que estará involucrado no es una batalla política y militar, sino más bien una batalla teológica y espiritual. No es una batalla por intereses económicos. Hans LaRondelle declara: “Las predicciones de guerras de una naturaleza puramente secular, separadas de Cristo y del divino plan de salvación, no son parte de las profecías del pacto del Antiguo Testamento o del NT [Nuevo Testamento] sobre la guerra del Armagedón. Las guerras de YHWH nunca fueron luchas políticas, seculares entre naciones”.38 Armagedón es “la batalla por la mente [y el intelecto] de cada ser humano sobre la tierra”.39 Pablo describe la naturaleza de la guerra del cristiano: “Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Cor. 10:3–5).

El Apocalipsis presenta la batalla final como parte del conflicto cósmico entre Cristo y su archi-adversario “el diablo y Satanás, el que engaña a todo el mundo” (Apoc. 12:9). El instigador de la batalla de Armagedón es el mismo Satanás que originó la guerra en el cielo, la perdió allí, y constantemente frustrado, llegó a airarse “con la mujer, y se fue a hacer guerra con los remanentes de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesús” (Apoc. 12:17). La batalla de Armagedón representa su firme determinación y último intento de destruir al pueblo de Dios y evitar el establecimiento del reino de Dios sobre la tierra. Pablo hizo claro que las actividades de Satanás en los días finales incluirán la persuasión que usa “con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos” (2 Tes. 2:9–10). Elena G. de White da una advertencia:

El “tiempo de angustia, cual nunca fue después que hubo gente” se iniciará pronto; y para entonces necesitaremos tener una experiencia que hoy por hoy no poseemos y que muchos no pueden lograr debido a su indolencia. Sucede muchas veces que los peligros que se esperan no resultan tan grandes como uno se los había imaginado; pero éste no es el caso respecto de la crisis que nos espera. La imaginación más fecunda no alcanza darse cuenta de la magnitud de tan dolorosa prueba. En aquel tiempo de tribulación, cada alma deberá sostenerse por sí sola ante Dios.40

Los seguidores de Cristo necesitan discernimiento espiritual al afrontar los engaños de la crisis final.

Armagedón es una batalla en la que toda la gente de la tierra tiene que dar su lealtad ya sea a Dios o a Satanás. El problema en última instancia será con respecto a quién es Dios, como sucedió en el monte Carmelo. Lo que Dios hizo en el Carmelo lo hará otra vez en la batallas final; él obtendrá la victoria triunfal sobre el opresor de su pueblo. Sin embargo, como declara LaRondelle, “el propósito fundamental del retorno de Cristo no es la destrucción de Babilonia” sino el establecimiento final “del gobierno de Dios en paz y justicia eternas sobre la tierra”.41