Con la destrucción de Satanás y de los no arrepentidos en el lago de fuego, Apocalipsis 20 concluye el círculo del juicio que comenzó con el capítulo 17. La escena cambia repentinamente de la ejecución del juicio a la visión del cielo nuevo y la tierra nueva y su capital, la nueva Jerusalén, que desciende del cielo. La sección tiene dos partes: Apocalipsis 21:1–8 es un panorama general de la tierra nueva, y 21:9–22:5 proporciona una descripción de la nueva Jerusalén. Al describir la tierra restaurada y su capital, Juan usa un lenguaje obtenido casi totalmente de los profetas del Antiguo Testamento, especialmente de Isaías y de Ezequiel.
El Cielo Y La Tierra Nuevos (21:1–8)
Juan ha presenciado el juicio de los impíos y la destrucción de Satanás, el originador de todo mal. La tierra está limpia del pecado y de los pecadores. La atención del vidente se vuelve ahora a la recompensa de los redimidos en la tierra restaurada como su morada.
1Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra han pasado, y el mar ya no es. 2Y vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo de Dios, preparada como una novia adornada para su esposo. 3Y oí una voz fuerte del trono que decía: “He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres, y él residirá con ellos, y ellos serán sus pueblos, y Dios mismo estará entre ellos, 4y él enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni tristeza, ni llanto, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron”. 5Y el que estaba sentado sobre el trono dijo: “He aquí, yo hago nuevas todas las cosas”. Y él dijo: “Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas”. 6Y él me dijo: “Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. A los sedientos, yo les daré libremente de la fuente del agua de vida. 7El vencedor heredará estas cosas, y yo seré Dios para él, y él me será hijo. 8Pero para los cobardes y los desleales y los abominables y los asesinos y los fornicarios y los hechiceros y los idólatras y todos los mentirosos, su parte será en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”.
Notas
21:1 Nuevo (también en los vers. 2 y 5). La palabra griega kainós puede usarse de diferentes maneras: “no usado” (p. ej., “odres nuevos” en Mat. 9:17), “algo no previamente presente” (p. ej., “nombre nuevo” en Apoc. 2:17), “en contraste con algo viejo” o “en el sentido de que lo que es viejo ha llegado a ser obsoleto, y debe ser remplazado por algo que es nuevo”.1 Parece que este último sentido ha de ser aplicado en Apocalipsis 21:1. La palabra se usa cuatro veces en Apocalipsis 21:1–5 e indica algo fundamentalmente nuevo. La creación nueva no es “sencillamente una mejora”;2 los cielos y la tierra viejos han llegado a ser obsoletos y son remplazados con nuevos. Pedro habla de una gran conflagración “en la que los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y sus obras que en ella hay serán quemadas”, para ser remplazados por “cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 Ped. 3:10, 13). Kainós indica algo nuevo en forma o cualidad más bien que nuevo en el tiempo (lo anterior). Esto último se expresa en griego con neós (cf. Mat. 9:17; 1 Cor. 5:7; Col. 3:10), aunque las dos palabras a veces parecen ser sinónimos. Al usar la palabra kainós en vez de neós en Apocalipsis 21:1, Juan está enfatizando probablemente que la creación nueva es una re-creación “con elementos existentes” en vez de una “creación ex nihilo” (cf. 2 Pe. 3:10).3
El mar. Sobre el aspecto negativo de la imagen del mar, ver Notas sobre Apocalipsis 13:1.
21:2 La santa ciudad, la nueva Jerusalén. Aquí la designación como “la nueva [gr. kainós] Jerusalén” sugiere un remplazo de la antigua Jerusalén. La Jerusalén antigua donde estaba el templo la llamaban la ciudad santa (Isa. 52:1; Dan. 9:24; Mat. 27:53). Sin embargo, la ciudad llegó a estar llena de pecado y desobediencia; en ella se derramó la sangre de profetas y apóstoles. Por lo tanto, Jerusalén fue condenada y destruida (cf. Mat. 23:37). En el Antiguo Testamento, la esperanza se cambió a una nueva Jerusalén transformada en la gloriosa morada de Dios y su pueblo.4 Se esperaba que Jerusalén llegara a ser la capital y el centro del mundo (Isa. 54:14). Isaías describió la Jerusalén restaurada como el centro de los cielos y tierra nuevos, donde “el sol nunca más te servirá de luz para el día, ni el resplandor de la luna te alumbrará, sino que YHWH te será por luz perpetua, y el Dios tuyo por tu gloria” (Isa. 60:19–20). Ezequiel visualizó la Jerusalén reconstruida y restaurada con las doce puertas (Eze. 48:31–35), donde estaría ubicado el trono de Dios y donde Dios moraría con su pueblo (Eze. 43:7).
La esperanza y el sueño de la nueva Jerusalén nunca se perdió entre el pueblo judío; llegó a ser especialmente fuerte durante el Período Intertestamental en relación con la Era Mesiánica.5 Por ejemplo, el libro apócrifo de Tobías describe la gloria futura de Jerusalén con un lenguaje que se parece al de Apocalipsis.6 En 2 Baruc, se habla de la Nueva Jerusalén como “renovada en gloria y que se perfeccionará en la eternidad”.7 El Nuevo Testamento describe al pueblo de Dios desde Abrahán, con su anhelo y sueño de la ciudad celestial (Heb. 11:10, 16; 12:22; 13:14). El Apocalipsis presenta la nueva Jerusalén—el centro de la tierra nueva—como el cumplimiento de todos los sueños, esperanzas y anhelos del pueblo de Dios a través de la historia. Parece que la presentación de la nueva Jerusalén apelaba no solo al sueño judío sino también a las esperanzas greco-romanas de “la ciudad ideal”.8
21:4 Muerte. La palabra se usa en griego con el artículo definido. Ver Notas sobre Apocalipsis 20:14.
21:6 El Alfa y la Omega. Ver Notas sobre Apocalipsis 1:8.
El principio y el fin. La palabra griega arjē puede usarse de diversas maneras: puede significar “principio” (en cuanto a tiempo), “gobernante”, “origen”, “fuente”, o “la causa primera”.9 Los últimos dos sentidos parecen ser el significado aquí: Dios es la fuente de todas las cosas (ver Notas sobre Apoc. 3:14). La palabra griega télos puede significar también varias cosas: “fin” (en el sentido de terminación o cesación), “conclusión”, “meta”, y “resto” o “remanente”.10 El significado aquí parece ser la “meta” más bien que el “fin” en cuanto a tiempo. Juan probablemente está diciendo que “toda vida comienza con Dios y termina en Dios”.11 El mismo pensamiento lo expresa Pablo: “Porque de él, y por él, y para él son todas las cosas” (Rom. 11:36).
Exposición
21:1 Juan ve un cielo nuevo y una tierra nueva, remplazando el primer cielo y la primera tierra han pasado. Aquí hay un comienzo nuevo. Dios primero creó los cielos y la tierra (Gén. 1:1) para ser el hogar de los seres humanos. Sin embargo, el pecado alteró la tierra, convirtiéndola en un lugar de rebelión contra Dios; toda la creación ha llegado a estar sujeta a corrupción y deterioro (cf. Rom. 8:19–22). Aun en el Antiguo Testamento, Dios prometió liberar la tierra de la esclavitud del pecado y la corrupción.12 Por ejemplo, Isaías profetizó: “Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento” (Isa. 65:17).
Pedro previó el cumplimiento de la promesa de Dios: “Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 Ped. 3:13). Juan enfatiza que la tierra vieja con su cielo atmosférico es remplazado ahora por una creación y restauración a su estado original.
Lo primero que Juan observa en la tierra nueva es que el mar ya no es. Aunque no habrá grandes masas de agua en la tierra nueva, la declaración puede también entenderse en forma metafórica. Para la mente judía, que no haya más mar significa el fin de las fuerzas hostiles a Dios y la humanidad.13 Juan afirma aquí que todos los temores y amenazas están eliminados, aun “los mares como los conocemos ahora no existirán”.14 Parece que la declaración refleja la propia experiencia de Juan en Patmos. Exiliado a esta isla desolada, Juan sufrió tribulación mientras estaba rodeado por el mar sin límites (cf. 1:9). El mar había llegado a ser para él un símbolo del mal que amenaza y destruye. Su propio sufrimiento debido a su fiel testimonio del evangelio, llega a ser el precursor de la experiencia del pueblo de Dios a través de la historia. El mar llega a ser el lugar metafórico de “condiciones sociales y políticas perturbadas y tormentosas de las cuales suelen surgir las tiranías”.15 Es del mar metafórico que viene la bestia que oprime al pueblo de Dios en Apocalipsis 13:1. No sorprende que en su última visión él ve primero de todo que el “mar ya no es” sobre la tierra nueva. Sea lo que fuere el mar, su ausencia en la tierra nueva significa la ausencia del mal que causa sufrimiento y dolor.
21:2 El centro y asiento del reino eterno sobre la tierra nueva es la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo de Dios. Juan edifica su descripción de esta nueva realidad sobre Isaías 65:17–19, donde Jerusalén es el centro de los cielos y tierra nuevos. Como la tierra vieja es remplazada con una nueva, así la nueva Jerusalén, “la santa ciudad” (también en 21:10), remplaza el centro de la esperanza del Antiguo Testamento, que fue llamada la ciudad santa (Isa. 52:1; Dan. 9:24). Como observa Roberto Badenas, la nueva Jerusalén llega a ser “para el cielo nuevo y la tierra nueva lo que la antigua Jerusalén nunca llegó a ser para Israel y el mundo”.16 El hecho de que Juan ve la ciudad “descender del cielo de Dios” indica que esta no es la vieja Jerusalén re-edificada en Palestina, sino la ciudad preparada por Cristo en los lugares celestiales (Juan 14:1–3) y actualizada sobre la tierra al final del milenio (cf. Apoc. 20:9). De acuerdo con el autor de Hebreos, el arquitecto y constructor de esta ciudad es Dios mismo (Heb. 11:10; cf. 12:22). La nueva Jerusalén en toda su gloria significa el cumplimiento final de las promesas de Dios y el cumplimiento de todos los sueños humanos de seguridad y protección.
La nueva Jerusalén que desciende del cielo a la tierra parece como una novia adornada para su esposo. Esto es un eco de Isaías 52:1; “Vístete tu ropa hermosa, oh Jerusalén, ciudad santa; porque nunca más vendrá a ti incircunciso ni inmundo”. En Apocalipsis 21:9, se habla de la nueva Jerusalén como “la desposada, la esposa del Cordero”. La misma identificación se usa antes con referencia a la iglesia (Apoc. 19:7–8). Los santos y la ciudad juntos son la esposa de Cristo. Están estrechamente conectadas. Ambos están adornados como una novia hermosamente vestida. La iglesia está vestida de lino fino (Apoc. 19:8), y la nueva Jerusalén aparece adornada con la gloria de Dios radiante como oro, perlas y piedras preciosas (Apoc. 21:18–21). Esto representa un agudo contraste con la auto glorificación de Babilonia profusamente adornada con oro, perlas y piedras preciosas (Apoc. 17:4). La nueva Jerusalén le pertenece a Cristo. Está poblada por el pueblo fiel de Dios que finalmente está en casa.
21:3–4 Juan oye una voz fuerte desde la misma proximidad de Dios anunciando que el tabernáculo de Dios está entre los hombres, y él residirá con ellos. En el Antiguo Testamento, el tabernáculo, y más tarde el templo, simbolizaban la presencia permanente de Dios entre Israel (Éxo. 25:8). En el tabernáculo el pueblo podía observar la gloria de Dios (cf. Éxo. 40:34–35; Lev. 9:23). Por causa de la infidelidad de Israel a Dios, su presencia fue quitada de ellos. De acuerdo con Juan 1:14, en Cristo, el Verbo encarnado, Dios puso su tabernáculo temporariamente entre los humanos, y ellos vieron su gloria. Ahora, en la consumación, la nueva Jerusalén es donde Dios instala su tienda (tabernáculo) con su pueblo en “unidad íntima”, y donde se manifiesta su gloria a través de la eternidad, como “se prefiguró por siglos con el tabernáculo”.17 (En Apocalipsis 21:16–27, la nueva Jerusalén tiene todas las características del templo del Antiguo Testamento.) Dios y la humanidad no estarán más separados; los redimidos ahora viven en la misma presencia de Dios para siempre, y sin barreras.18 Ya no hay más “necesidad de la existencia del santuario celestial o templo”.19
Los redimidos sobre la tierra nueva serán sus pueblos. Esta es la promesa dada originalmente al pueblo de Israel: “Y pondré mi morada en medio de vosotros… y andaré entre vosotros, y yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo” (Lev. 26:11–12; cf. Éxo. 29:45; Jer. 30:22). “Estará en medio de ellos mi tabernáculo, y seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” (Eze. 37:27). Juan pasa del singular “pueblo” al plural “pueblos”. La forma plural indica la inclusión de todos los hijos de Dios de todas las épocas—“de cada nación y tribu y pueblo y lengua” (Apoc. 7:9)—en la población de la tierra nueva.
En la nueva Jerusalén Dios mismo estará entre ellos siempre. Siglos antes, Ezequiel profetizó que el nombre de la Jerusalén restaurada sería “YHWH-sama”, [“YHWH está allí”] (Eze. 48:35). La nueva Jerusalén llega a ser el lugar perfecto para la reunión de los redimidos, un símbolo de la unión de Dios y su pueblo fiel largamente esperada. La presencia de Dios en la ciudad eliminará las cosas del orden anterior. Dios enjugará toda lágrima de sus ojos. Aquí se repite lo que fue anunciado antes en Apocalipsis 7:15–17, que declara que Dios extenderá su tabernáculo sobre los redimidos y enjugará toda lágrima de los ojos de ellos. Las lágrimas, normalmente causadas por la tristeza, el dolor, y la muerte, son los resultados de la caída. Ahora toda causa para las lágrimas es eliminada. En el paraíso restaurado, ya no habrá muerte, ni tristeza, ni llanto, ni dolor. Esto es un eco de la promesa de Dios dada siglos antes por medio de Isaías: “Destruirá a la muerte para siempre; y enjugará YHWH el Señor toda lágrima de todos los rostros; y quitará la afrenta de su pueblo de toda la tierra, porque YHWH lo ha dicho” (Isa. 25:8; cf. 35:10; 65:19). Apocalipsis describe el cumplimiento definitivo de esta promesa. Dios ha tratado con la causa de las lágrimas de su pueblo. Las primeras cosas pasaron, porque fueron “sorbida(s)… en victoria” (1 Cor. 15:54).
Juan usa el artículo definido con referencia a la muerte. Habla de la muerte como del enemigo de la raza humana. La conclusión del conflicto cósmico y el establecimiento del gobierno definitivo de Dios sobre la tierra marca el fin del pecado y de la muerte. Pablo enfatiza que “el postrer enemigo que será destruido [lit. “abolido”] es la muerte” (1 Cor. 15:26). Juan vio en Apocalipsis 20:14 que “la Muerte y el Hades fueron arrojados al lago de fuego”. La presencia de Dios entre su pueblo en la tierra nueva garantiza la libertad definitiva de la muerte. Cuando Jesús vivió en la carne (Juan 1:14), su presencia quitaba todo dolor, lágrimas y muerte. Esto lo entendieron bien María y Marta después que su hermano hubo muerto: “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto” (Juan 11:21, 32). Las hermanas sabían bien que en la presencia de Jesús las lágrimas y la muerte no tenían lugar. Del mismo modo, la presencia de Jesús entre su `pueblo en la tierra nueva significa libertad del dolor, las lágrimas, la muerte o cualquier otras prueba en la vida (cf. Apoc. 21:4).
21:5–6 En este momento, se oye la voz de Dios por primera vez pronunciando la conclusión de la restauración de la tierra: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Dios se compromete que hará todas estas cosas, un cumplimiento de lo que fue anunciado antes por medio de Isaías: “No os acordéis de las cosas pasadas, ni traigáis a memoria las cosas antiguas. He aquí que yo hago cosa nueva” (Isa. 43:18–19). De acuerdo con Pablo, toda la creación gime y sufre con dolores de parto ansiosamente anhelando la liberación de la corrupción. En la tierra nueva, “la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Rom. 8:21). Así la tierra nueva será “completamente diferente de la tierra de sufrimiento y muerte que conocemos y experimentamos”.20
A fin de que su pueblo mantenga estas palabras frescas en su memoria, Dios comisionó a Juan que las escribiera, porque estas palabras son fieles y verdaderas. La misma declaración concluye la invitación a la cena de bodas de Cristo y su esposa (Apoc. 19:9). Se repite para presentar a la nueva Jerusalén, la esposa del Cordero, y se reitera una vez más en Apocalipsis 22:6. En Apocalipsis, Cristo es “fiel y verdadero” (19:11; cf. 3:14), y también lo es su promesa. Él es quien garantiza la confiabilidad de las palabras proféticas; son confiables porque él mismo es confiable. Él es el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Esta pretensión abre y cierra el libro del Apocalipsis (Apoc. 1:8; 22:13). La promesa del fin venidero la da el que es Dios eterno y omnipresente. Todas las cosas comienzan con él y terminan con él. Él es el principio y la conclusión de todo lo que se encuentra en el Apocalipsis. Su promesa está en armonía con su naturaleza y planes eternos. Él controla el curso de la historia, y él llevará a la historia del mundo rebelde a su conclusión definitiva y hará un comienzo nuevo.
La restauración de la tierra a su estado original incluye “la satisfacción de la más profunda necesidad del hombre”.21 A los sedientos, yo les daré libremente de la fuente del agua de vida. Esta declaración anticipa Apocalipsis 22:1. Juan alude aquí a la promesa de Dios pronunciada siglos antes por medio de Isaías:
Los afligidos y menesterosos buscan las aguas, y no las hay: seca está de sed su lengua; yo YHWH los oiré, yo el Dios de Israel no los desampararé. En las alturas abriré ríos y fuentes en medio de los valles; abriré en el desierto estanques de aguas, y manantiales de aguas en la tierra seca. (Isa. 41:17–18)
Esta sed simboliza un anhelo de Dios. “Mi alma tiene sed de Dios,” clama el salmista, “del Dios vivo” (Sal. 42:2). “Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas” (Sal. 63:1). Beber de “la fuente del agua de vida” en Apocalipsis 21:6 está en contraste con beber del vino de la fornicación de Babilonia (Apoc. 17:2). En Dios, y solo en Dios, toda la sed humana de salvación será completamente apagada (cf. Mat. 5:6).
21:7 La conclusión de esta sección se da en términos de las bendiciones y maldiciones del Antiguo Testamento. El vencedor heredará todas estas cosas. ¿Qué cosas? Todas las cosas que Dios hace nuevas. La nueva Jerusalén es para todos los que están dispuestos a cumplir las condiciones de ingreso. La promesa dada aquí recuerda las repetidas promesas dadas a los vencedores en los mensajes a las siete iglesias (Apoc. 2–3). Los vencedores recibirán todas las cosas prometidas: acceso al árbol de vida (2:7); escape de la segunda muerte (2:11); el maná escondido, una piedra blanca, y un nombre nuevo (2:17); autoridad para reinar sobre las naciones y la estrella de la mañana (2:26–28); caminar con Jesús; y vestiduras blancas. Sus nombres no serán borrados del libro de la vida, pero reconocidos antes el Padre y los ángeles (3:4–5). Serán pilares en el templo de Dios quienes nunca lo dejarán, tendrán el nombre de Dios escrito sobre ellos (3:12), y se sentarán con Jesús en su trono (3:21). Los vencedores heredarán todas estas cosas así como muchas otras cosas prometidas en el Nuevo Testamento. Sin embargo, una promesa está por encima de todas: yo seré Dios para él, y él me será hijo. Los vencedores serán hijos de Dios, con todos los derechos de los herederos.
21:8 En contraste con los vencedores, los que siguieron a la trinidad satánica están excluidos de la familia de Dios y de la herencia.22 Están en un obvio contraste con los santos “que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apoc. 14:12). Los primeros mencionados son los cobardes, evidentemente contrastando con “la paciencia de los santos”. Esta cobardía no se refiere a “una timidez natural” o apocamiento, sino a “una falta de compromiso genuino”.23 Son los que, a fin de escapar a la incomodidad o a la persecución en el día de la prueba, niegan a Cristo y eligen su seguridad personal y comodidad en lugar de la fidelidad a Dios (cf. Mat. 13:21; Juan 12:42–43). “Los cobardes” se refieren en particular a la crisis final cuando muchos abandonarán su lealtad y obediencia a Dios y se pondrán del lado de la trinidad satánica al obedecer y adorar a Satanás.
Los desleales son los que resbalaron apartándose de su fe en Cristo en la crisis final. Están en contraste con los santos en Apocalipsis 14:12 que guardan su fe en Jesús. Los últimos en mencionarse son los que quebrantan los mandamientos de Dios: los asesinos y los fornicarios[…]y los idólatras y todos los mentirosos, todos en contraste con los que “guardan los mandamientos de Dios”. A este grupo pertenecen también los hechiceros, que tienen una relación especial con Satanás. En la escena de la sexta trompeta que describe los preparativos para la crisis final, los impíos rehúsan arrepentirse de sus hechicerías, asesinatos, fornicación y robos, y siguen adorando a los demonios (Apoc. 9:20–21). Por causa de sus corazones endurecidos por el pecado están excluidos de la ciudad celestial y de la familia de Dios. Mientras el pueblo de Dios tienen “parte en la primera resurrección” (Apoc. 20:6), los impíos encuentran su fin en la segunda muerte, en el lago de fuego que arde con fuego y azufre (cf. Apoc. 20:14–15).
La Nueva Jerusalén (21:9–22:5)
La nueva Jerusalén fue presentada en Apocalipsis 21:2 en términos de “una novia adornada para su esposo”. Antes de dar su descripción detallada, Juan enfatiza la certeza de los actos de re-creación de Dios; la presencia de Dios con la humanidad redimida; y la eliminación definitiva de las lágrimas, el dolor y la muerte. También describe a quienes están incluidos y excluidos de la ciudad celestial. Ahora se dirige a la ciudad celestial misma que se aproxima, describiendo a Jerusalén como resplandeciendo con radiante gloria (21:10–11). Al acercarse, entra a describir los muros de la ciudad (21:12–20), y finalmente las puertas de la ciudad (21:21). Habiendo descrito el exterior de la ciudad, Juan pasa adentro (21:22–22:5).
9Y uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas con las siete últimas plagas vino y me habló diciendo: “Ven, yo te mostraré la novia, la esposa del Cordero”. 10Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la santa ciudad, Jerusalén, que desciende del cielo de Dios, 11que tiene la gloria de Dios. Su resplandor era como una piedra preciosa, como una piedra de jaspe brillando como cristal. 12Tenía un grande y alto muro con doce puertas, y en las puertas doce ángeles, y nombres inscritos que son los nombres de las doce tribus de Israel; 13en el este había tres puertas, y en el norte tres puertas, y en el sur tres puertas y en el oeste tres puertas. 14Y el muro de la ciudad tenía doce fundamentos y sobre ellos los nombres de los doce apóstoles del Cordero.
15Y el que habló conmigo tenía una vara de medir de oro para medir la ciudad y sus puertas y su muro. 16Y la ciudad está puesta en cuadro, y su longitud es la misma que su anchura. Y él midió la ciudad con la vara, doce mil estadios: su longitud y su anchura y su altura son iguales. 17Y él midió su muro, 144 codos, de acuerdo a una medida humana, que es una medida angélica. 18Y el material de su muro era jaspe, y la ciudad era oro puro, como vidrio trasparente. 19Los fundamentos del muro de la ciudad estaban adornados con toda piedra preciosa. El primer fundamento era jaspe, el segundo zafiro, el tercero calcedonia, el cuarto esmeralda, 20el quinto sardónica, el sexto ónice, el séptimo crisólito, el octavo berilo, el noveno topacio, el décimo crisopraso, el undécimo jacinto y el duodécimo amatista. 21Y las doce puertas eran doce perlas, cada una de las puertas era una perla. Y la calle de la ciudad era oro puro, como vidrio trasparente.
22Y no vi templo en ella, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su templo. 23Y la ciudad no tenía necesidad del sol o de la luna que brillen sobre ella, porque la gloria de Dios la ilumina y el Cordero es su lámpara. 24Y las naciones andarán por su luz, y los reyes de la tierra traerán su gloria a ella. 25Y sus puertas no se cerrarán durante el día, porque allí no habrá noche, 26y traerán la gloria y el honor de las naciones a ella. 27Y nada inmundo entrará en ella, ninguno que practica la abominación y la mentira, sino solo los que están escritos en el libro de la vida del Cordero.
1Y él me mostró un río de agua de vida, brillante como el cristal, que sale del trono de Dios y del Cordero 2en el medio de su calle. Y de ambos lados del río estaba el árbol de la vida que produce doce frutos, dando su fruto cada mes, y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones. 3Y ya no habrá maldición. Y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán en adoración. 4Y ellos verán su rostro, y su nombre estará sobre sus frentes. 5Y ya no habrá más noche, y no tendrán necesidad de una lámpara ni de la luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará; y ellos reinarán por los siglos de los siglos.
Notas
21:9 La desposada, la esposa del Cordero. En el Antiguo Testamento, la restauración de Jerusalén se describe en términos de una boda. Isaías presenta la Jerusalén restaurada como adornada con ornamentos de novia (Isa. 49:18). También profetizó que “como el gozo del esposo con la esposa, así se gozará contigo el Dios tuyo” (Isa. 62:5; cf. 61:10).
21:10 Un monte grande y alto. El griego óros puede significar “montaña”, “monte”, o “colina”; la palabra también puede designar un lugar desierto (cf. Mat. 18:12).24 En el Nuevo Testamento, una ciudad está ubicada, en forma consistente, sobre un monte en vez de una montaña (cf. Mat. 5:14; Luc. 4:29; Heb. 12:22). El contexto sugiere que muy probablemente Juan pensaba en un monte artificial grande y alto formado por las ruinas y escombros de la Babilonia del tiempo del fin destruida, la gran ciudad (hoy los arqueólogos hablan de ellos como de un “tell”). Esta idea está apoyada por el hecho de que la visión de Juan se relaciona con una experiencia visionaria similar a la de Ezequiel cuando Dios lo trajo a la tierra de Israel y lo puso sobre un monte muy alto para mostrarle la ciudad restaurada de Jerusalén que fue reedificada sobre las ruinas de la ciudad destruida (Eze. 4:1–2). Construir una ciudad sobre un montículo constituido por las ruinas de una ciudad previa era una práctica bien conocida en la antigüedad. Tales montículos artificiales se mencionan en el libro de Josué: “Pero a todas las ciudades que estaban sobre colinas [tells], no las quemó Israel; únicamente a Hazor quemó Josué” (Jos. 11:13). Jeremías habla de la ciudad que “será edificada sobre su colina [tell]” (Jer. 30:18). Es probable que fuera el mismo ángel que llevó a Juan a presenciar tanto la destrucción de la Babilonia del tiempo del fin en el desierto (Apoc. 17:3) como al establecimiento de la nueva Jerusalén sobre el monte. Esto sugeriría que esta montaña está ubicada en el desierto como era el lugar de la destruida Babilonia (Babilonia misma está mencionada en Apocalipsis 17:9 como la ciudad asentada sobre siete colinas [gr. óroi]).
21:11 Resplandor. La palabra griega fōstēr significa “luminaria” o “resplandor”.25 La palabra indica algo del cual irradia luz.26
21:12 Doce. Ver Notas sobre Apocalipsis 7:4.
21:16 12.000 estadios. Un estadio (furlong) tenía unos 185 metros o 606 pies de largo. Doce mil estados serían aproximadamente 2.200 kilómetros o 1.400 millas. De acuerdo con el historiador griego Herodoto, la antigua Babilonia estaba “sobre una amplia planicie, y era un cuadrado exacto de ciento veinte furlongs de largo en cada sentido”.27 E. Schüssler Fiorenza sugiere que Juan describe la nueva Jerusalén siguiendo el modelo de la Babilonia histórica como nos la da a conocer Herodoto, “en lo que dice que la ciudad es ‘cuadrada’ y da su tamaño en furlongs, medidas que no se encuentran en el texto de Herodoto. Por ello es posible que la audiencia del Apocalipsis pueda haber reconocido que la descripción visionaria de Juan de la nueva Jerusalén alude a la de la Babilonia histórica y con ello describe la ciudad de Dios como la anti-imagen de Babilonia”.28
21:17 144 codos. Un codo tenía casi medio metro o 44,5 cm; 144 codos serían entonces unos 64 m (o 72 yardas) (sobre el simbolismo del número “ciento cuarenta y cuatro” ver Notas sobre Apoc. 7:4).
De acuerdo a una medida humana, que es una medida angélica. El significado de esta declaración es bastante oscuro. Puede señalar las enormes dimensiones del muro de la ciudad de acuerdo tanto a normas humanas como angélicas.
21:19 Con toda piedra preciosa. Las doce piedras que constituyen el fundamento del muro de la ciudad parecen ser la misma que decoran el pectoral del sumo sacerdote en el Antiguo Testamento, sobre el estaban inscritos los nombres de las doce tribus de Israel (Éxo. 28:17–20; 39:10–19). El problema es que solo ocho de las doce piedras se repiten en Apocalipsis 21:19–20. Algunos eruditos sugieren que esta diferencia puede indicar que Juan hizo su propia traducción de los nombres de las piedras del hebreo.29
21:22 Todopoderoso. Ver Notas sobre Apocalipsis 1:8.
22:1 Un río de agua de vida, brillante como el cristal, que sale del trono de Dios. “El agua de vida” aquí significa “el agua, que es vida”. La imagen del agua viva procedente de la ciudad proviene de varios textos del Antiguo Testamento. Apocalipsis 22:1 nos recuerda el río que fluía del Jardín del Edén, regando el jardín y haciéndolo fructífero, con el árbol de la vida en sus riberas (Gén. 2:9–10). El salmista habla del “río sus corrientes alegran la ciudad de Dios, el santuario de las moradas del Altísimo” (Sal. 46:4). Ezequiel vio en visión un río que fluía del templo, produciendo vida dondequiera pasaba. Sobre las dos riberas “crecerá toda clase de árboles frutales; sus hojas nunca caerán, ni faltará su fruto. A su tiempo madurará, porque sus aguas salen del santuario; y su fruto será para comer, y su hoja para medicina” (Eze. 47:12). Joel habló de una fuente que salía de la casa de YHWH (Joel 3:18). Zacarías profetizó de las aguas vivas que fluyen de la Jerusalén restaurada (Zac. 14:8).
Algunos han identificado el río de vida con el Espíritu Santo.30 Isaías puede estar haciendo un paralelo al hablar de la futura restauración de Israel: “Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre tierra árida; mi Espíritu derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos; y brotarán entre hierbas, como sauces junto a las riberas de las aguas” (Isa. 44:3–4). Jesús declaró: “El que cree en mí… de su interior correrán ríos de agua viva”. Juan comprendió que él se refería al “Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él” (Juan 7:38–39). La alusión al Espíritu Santo también se afirma en Apocalipsis 22:17 donde el llamado del Espíritu a venir es seguido por una invitación para que todos vengan y tomen gratuitamente del agua de vida. El río que fluye de la nueva Jerusalén simboliza la vida abundante que Dios provee a su pueblo en la tierra nueva por toda la eternidad. Juan puede contrastarlo con el río Éufrates que corría por medio de la antigua Babilonia, sobre las riberas del cual el exiliado pueblo de Dios anhelaba a Jerusalén, mientras sus enemigos los miraban con desprecio y desdén (Sal. 137:1–6).
El trono. Sobre el significado e importancia del trono celestial en el Apocalipsis, ver Notas sobre Apocalipsis 4:2.
22:2 En el medio de su calle. Como el griego original fue escrito sin puntuación, el texto aquí puede ser puntuado de dos maneras diferentes. El fin del versículo 1 puede tener un punto después de “Cordero”, seguido por una nueva oración que comienza con “En el medio de su calle y… (como en la RV60, la DHH, la BJ, el NT griego de las Sociedades Bíblicas Unidas, y otras). También “en medio de la calle de la ciudad” puede ser la terminación de la oración en el versículo 1 (como en la NVI, la VM, y otras). Si uno toma como correcta la primera lectura, entonces el río y la calle corren lado a lado, con el árbol de la vida entre ambos. La mayoría de los eruditos, incluyendo a David E. Aune, favorecen la segunda lectura porque Juan a menudo comienza oraciones nuevas con “y” (gr. kai) o a veces con una frase preposicional (tal como “después de estas cosas” en 4:1; 7:9; 18:1; 19:1).31 En este caso, el río aparece fluyendo por la calle amplia a través de la ciudad, atendiendo las necesidades de sus habitantes.
Las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones. El texto es una alusión directa a Ezequiel 47:12 que menciona “toda clase de árboles frutales” sobre las riberas del río que fluía del templo; las hojas del árbol era para la sanidad. Ezequiel también enfatiza que las hojas no se marchitarán. La “sanidad” mencionada por Ezequiel debe entenderse en el contexto de la idea del Antiguo Testamento de “sentarse” bajo el árbol. Morar “debajo de su parra y debajo de su higuera” se refiere al período ideal de paz y seguridad como gozaba el pueblo bajo Salomón (1 Rey. 4:24–25). El Exilio privó a la gente de tal bendición; Jeremías anunció que los árboles se secarían en la tierra apóstata (Jer. 8:13). La expresión la usó un profeta posterior con respecto a la paz y seguridad de la futura era mesiánica. Miqueas profetizó que “se sentará cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá quien los amedrente” (Miq. 4:4). “Zacarías profetizó: “En aquel día, dice YHWH de los ejércitos cada uno de vosotros convidará a su compañero, debajo de su vid y debajo de su higuera” (Zac. 3:10). A la luz de lo anterior, la “sanidad” en Ezequiel muy probablemente se refiere a las heridas emocionales del Exilio; las heridas de la gente se sanarían bajo las hojas verdes de los árboles de su patria renovada. En Apocalipsis 22:2, la frase que declara que “las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones” debe entenderse frente al concepto del Antiguo Testamento mencionado. Sin embargo, mientras en Ezequiel había avenidas de árboles (47:7, 12), Juan menciona solo uno: el árbol de vida; y en vez de “su hoja para medicina” en Ezequiel, Juan sustituye, “para la sanidad de las naciones”.
Exposición
21:9–10 Juan había presenciado antes el descenso de la nueva Jerusalén del cielo a la tierra (cf. 21:2). Ahora, uno de los siete ángeles que ejecutaron las siete últimas plagas llama a Juan para mostrarle la novia, la esposa del Cordero. El hecho de que se mencione este ángel en los mismos términos como el que antes llamó a Juan para presenciar “la sentencia contra la gran ramera” (Apoc. 17:1) sugiere que es el mismo ser celestial.32 Esta vez se comisionó al ángel para mostrar a Juan la esposa del Cordero en toda su gloria. En el caso de la condena a Babilonia, Juan fue llevado en el Espíritu al desierto (Apoc. 17:3). Ahora, de nuevo es llevado en el Espíritu, esta vez a un monte grande y alto para mostrarle la santa ciudad, Jerusalén, que desciende del cielo de Dios. Difícilmente puede ser accidental que ambas visiones usan el mismo lenguaje. Juan está estableciendo un contraste entre las dos ciudades, enemigas tradicionales, y sus destinos. El sitio del gran monte sobre el cual está ubicada la nueva Jerusalén podría ser el desierto donde la Babilonia del tiempo del fin, la prostituta,—la adversaria de Jerusalén y del pueblo de Dios—fue juzgada. Este gran monte está hecho, por así decirlo, con las ruinas y escombros de la destruida Babilonia, la gran ciudad. El mensaje que Juan trata de trasmitir en lenguaje figurado es que sobre las ruinas de la “orgullosa, malvada y corrupta Babilonia” se levanta la Nueva Jerusalén “pura y radiante con la gloria de Dios”.33
En Apocalipsis 21:3, una voz celestial identifica la santa ciudad como “el tabernáculo de Dios” en el que Dios habita con su pueblo. En la nueva Jerusalén no hay templo (21:22); porque por la permanente presencia de Dios, la ciudad actúa como el templo mismo. Por lo tanto, en el resto del texto, Juan describe la nueva Jerusalén en términos del templo del Antiguo Testamento. La descripción entera está basada en la visión del templo restaurado registrada en Ezequiel 40–48. Lo que Ezequiel vio antes, ahora se cumple. Aunque la nueva Jerusalén es presentada como una ciudad (el lugar donde vive el pueblo de Dios), por la permanente presencia de Dios, tiene todas las características de un templo.
21:11 Lo primero que nota Juan es la gloria de Dios que irradia desde la ciudad. La manifestación de la gloria de Dios fue la característica principal del templo del Antiguo Testamento que designaba la presencia de Dios (cf. Éxo. 40:34–35; Lev. 9:23; Eze. 43:1–5). La gloria radiante de Dios decora la nueva Jerusalén (Apoc. 21:12). Esta gloria indica la presencia permanente de Dios con su pueblo. Las palabras humanas son inadecuadas para expresar el resplandor de la gloria de Dios en la ciudad. A Juan le parece que es como el brillo de una piedra preciosa, como una piedra de jaspe brillando como cristal (cf. Apoc. 4:3). La gloria radiante de la presencia de Dios es más luminosa que los cuerpos celestiales, haciendo que su luz sea innecesaria (cf. Apoc. 21:23; 22:5).
21:12–14 La descripción posterior de la ciudad sigue el modelo de las ciudades antiguas que eran familiares para Juan. Ellas estaban rodeadas por muro con puertas, para la protección contra los enemigos. La nueva Jerusalén tiene un grande y alto muro. El templo restaurado en Ezequiel está rodeado por un alto muro (Eze. 40:5), esto afirma además las características de un templo de la nueva Jerusalén. El muro alrededor de la nueva Jerusalén no es para defensa, pues las fuerzas del mal han sido destruidas. El muro aquí está como un símbolo de seguridad y estabilidad. Dios dijo antes por medio del profeta Zacarías con respecto a la Jerusalén restaurada: “Yo seré para ella, dice YHWH, muro de fuego en derredor, y para gloria estaré en medio de ella” (Zac. 2:5).
El muro de la capital de la tierra nueva tiene doce puertas. Tres puertas en cada uno de sus lados: en el este había tres puertas, y en el norte tres puertas, y en el sur tres puertas, y en el oeste tres puertas. La nueva Jerusalén se ve aquí del mismo modo que la Jerusalén restaurada en la visión de Ezequiel con doce puertas (Eze. 48:31–35). Las doce puertas aquí representan la universalidad; Jesús previó que muchos “vendrán del oriente, y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios”· (Luc. 13:29). Aquí, esta predicción llega a su cumplimiento. La nueva Jerusalén es una ciudad universal; todos tienen acceso ilimitado a la presencia de Dios.
Sobre las puertas de la ciudad hay inscritos los nombres de las doce tribus de Israel. Este cuadro está construido sobre la visión del profeta Ezequiel (48:31–35). Además, el muro de la ciudad está sobre doce fundamentos sobre los cuales están inscritos los nombres de los doce apóstoles. Los doce apóstoles representan a la iglesia. De acuerdo con Pablo, la iglesia de Dios como un todo está edificada sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas (Efe. 2:20). La yuxtaposición de las doce tribus de Israel y los doce apóstoles ya está expresada en el número de los veinticuatro ancianos como los representantes simbólicos de todos los redimidos y fieles del pueblo de Dios (Apoc. 4:4). Los representados aquí vienen de la iglesia tanto del Antiguo como del Nuevo Testamentos así como el número simbólico de los sellados 144.000 (Apoc. 7:4–8). Por medio del simbolismo de las doce puertas con los nombres de las doce tribus de Israel, y los doce fundamentos que llevan los nombres de los doce apóstoles, Juan describe la nueva Jerusalén como el lugar del pueblo de Dios tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento en su totalidad.
Junto a las puertas había doce ángeles que están como centinelas. Con esto, Juan está recordando a sus lectores que la nueva Jerusalén está bien protegida; nada inmundo o abominable entrará allí (cf. Apoc. 21:27). Esto evoca la profecía de Isaías: “Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis de YHWH, no reposéis, ni le deis tregua, hasta que restablezca a Jerusalén, y la ponga por alabanza en la tierra” (Isa. 62:6–7). La nueva Jerusalén en Apocalipsis es el cumplimiento del antiguo sueño y esperanza de una ciudad ideal, un lugar de seguridad. En ella, como observa G. K. Beale, “todo el pueblo de Dios redimido a través de las edades experimentará una seguridad consumada en la inviolable nueva creación por causa de la presencia consumada y permanente de Dios allí”.34
21:15–17 Juan nota en las manos del ángel una vara de medir de oro para medir la ciudad sus puertas y su muro. Esto es similar a la visión de Ezequiel de un hombre con una vara de medir midiendo el templo (Eze. 40–42). También recuerda Apocalipsis 11:1–2 donde Juan fue invitado a medir el templo. Estos elementos afirman la descripción de la nueva Jerusalén como el templo donde habita Dios entre su pueblo. Por otro lado, el acto de medir aquí “y la declaración de las medidas, sin duda son para destacar que el hogar celestial es adecuado y amplio”.35
La nueva Jerusalén le aparece a Juan como puesta en cuadro. Cada lado tiene 12.000 estadios de longitud. Las medidas de la nueva Jerusalén reflejan la descripción de la antigua Babilonia que hace Herodoto; de acuerdo con este historiador antiguo, Babilonia estaba edificada con forma cuadrada.36 Sin embargo, las medidas revelan que la forma real de la Nueva Jerusalén es un cubo perfecto; su longitud y su anchura y su altura son iguales. Puede notarse que un cubo consiste de doce cantos. Cada canto de la nueva Jerusalén tiene 12.000 estadios de largo, o sea 144.000 estadios para la ciudad entera.37 Ciento cuarenta y cuatro mil es el número de la totalidad del pueblo de Dios (Apoc. 7:4). Esto apunta a la universalidad de la ciudad; la nueva Jerusalén es el hogar ideal del redimido pueblo de Dios tanto del Antiguo como del Nuevo Testamentos (ver Notas sobre Apoc. 7:4).
El simbolismo más importante de la forma de esta ciudad colosal reside en el hecho de que es un cubo perfecto, como era el Lugar Santísimo del templo del Antiguo Testamento (1 Rey. 6:20).38 La nueva Jerusalén es realmente el lugar de la presencia de Dios con su pueblo, el templo de Dios en la tierra nueva. En el templo antiguo, el sumo sacerdote era el único que tenía el privilegio de entrar al Lugar Santísimo y encontrarse con Dios allí, cara a cara. En la nueva Jerusalén, “el privilegio de estar en la presencia inmediata de Dios… es ahora concedido a todo el pueblo de Dios” (cf. Apoc. 22:3–4).39
Las medidas del muro de la ciudad también revelan un simbolismo numérico. El texto no indica si la altura o el espesor del muro es de 144 codos. Sin embargo, Juan ya ha mencionado que el muro era “grande y alto” (vers. 12). Además, él especifica la altura de la ciudad como siendo de 12.000 estadios. Por lo tanto, es natural comprender que los 144 codos se refieren al espesor del muro. Este muro figuradamente grueso del muro afirma la seguridad de la nueva Jerusalén. “Yo seré para ella, dice YHWH, muro de fuego en derredor, y para gloria estaré en medio de ella” (Zac. 2:5). Cualquiera sea el propósito que pudiera tener al describir las medidas de la ciudad, de acuerdo tanto a normas de medidas humanas y angélicas, es un lugar ideal protegido y seguro para habitar.
21:18–21 Juan ahora regresa al tema del resplandor de la nueva Jerusalén mencionado en Apocalipsis 21:11. Aun el muro de la ciudad irradia la gloria de Dios, siendo hecha de jaspe. Los edificios de la ciudad están hechos de oro puro, claro como vidrio trasparente. Esto refleja la descripción que da Josefo del templo de Herodes: “Ahora a la cara exterior del templo en su frente no le faltaba nada para probablemente sorprender ya sea las mentes de los hombres o sus ojos, porque estaba cubierta completamente con láminas de oro de gran peso, y, a los primeros rayos del sol, reflejaban un esplendor de fuego, y hacía que todos los que se forzaban a mirarlo a desviar los ojos, así como lo hubieran hecho ante los rayos del mismo sol”.40 Juan explica además que los fundamentos que sostenían el muro de la ciudad contenían toda piedra preciosa sobre los cuales estaban grabados los nombres de los doce apóstoles (Apoc. 21:14). Estas piedras correspondían a las doce piedras preciosas que se encontraban en el pectoral del sumo sacerdote del Antiguo Testamento sobre el cual estaban grabados los nombres de las doce tribus de Israel (Éxo. 28:17–20). La ciudad también ofrece las doce puertas que son doce perlas; cada puerta es una enorme perla.
Finalmente, la calle de la ciudad está hecha de oro puro, como vidrio trasparente. El piso del templo de Salomón estaba recubierto con oro (1 Rey. 6:30). Esta calle es un contraste evidente con “la calle de la gran ciudad” donde los cuerpos de los dos testigos—que simbolizaban el pueblo de Dios oprimido y perseguido danto su testimonio de Dios en el mundo—fueron expuestos al ridículo y las burlas públicos (Apoc. 11:8–10). En la ciudad celestial, el pueblo oprimido de Dios ha sido vindicado. Ahora están caminando por las calles de la nueva Jerusalén; la calle de la opresión y el sufrimiento que pisaron ha sido remplazada por la calle de la victoria y de la gloria.41
Estas descripciones de la nueva Jerusalén reflejan la profecía de Isaías de la restauración futura de Jerusalén: “He aquí que yo cimentaré tus piedras sobre carbunclo [turquesas, NVI] y sobre zafiros te fundaré. Tus ventanas pondré de piedras preciosas, tus puertas de piedras de carbunclo, y toda tu muralla de piedras preciosas” (Isa. 54:11–12). Un lenguaje similar se usa en el libro deuterocanónico de Tobías al describir la gloria futura de Jerusalén:
Las puertas de Jerusalén serán rehechas con zafiros y esmeraldas, y de piedras preciosas sus murallas. Las torres de Jerusalén serán alzadas con oro y con oro sus defensas. Las plazas de Jerusalén serán soladas con rubí y piedras de Ofir; las puertas de Jerusalén entonarán cantos de alegría y todas sus casas cantarán: ¡Aleluya! ¡Bendito sea el Dios de Israel! Y los benditos bendecirán al Santo Nombre Por todos los siglos de los siglos.42
La nueva Jerusalén cumple todos los sueños con respecto a la Jerusalén restaurada del pueblo judío de los días de Juan. La ciudad resplandece con la gloria de Dios que es imposible describir adecuadamente con el lenguaje humano.
21:22 Al concluir la descripción del ornamento de la nueva Jerusalén, Juan declara que él no ve templo en ella, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su templo.
21:23–26 Todas las piedras preciosas y los edificios y las calles de oro que están para la gloria de Dios hacen innecesaria la luz del sol y de la luna. La nueva Jerusalén no tenía necesidad del sol o de la luna que brillen sobre ella, porque la gloria de Dios la ilumina y el Cordero es su lámpara. Esta visión refleja la profecía de Isaías:
El sol nunca más te servirá de luz para el día, ni el resplandor de la luna te alumbrará, sino que YHWH te será por luz perpetua, y el Dios tuyo por tu gloria. No se pondrá jamás tu sol, ni menguará tu luna; porque YHWH te será por luz perpetua, y los días de tu luto serán acabados. (Isa. 60:19–20)
Juan declara además que las naciones andarán por su luz, y los reyes de la tierra traerán su gloria a ella. Las naciones y reyes mencionados aquí son muy probablemente los redimidos del mundo entero (a los que se refiere en Apoc. 1:6; 5:9; 7:9).43 Aquí se cumple lo que profetizó Isaías con respecto al antiguo Israel: “Y andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu nacimiento” (Isa. 60:3). Los profetas del Antiguo Testamento repetidamente hablan de que las naciones y sus reyes vendrán a adorar a Dios en Jerusalén (Isa. 2:2–4; 56:6–7; Jer. 3:17; Zac. 8:21–23). El libro deuterocanónico de Tobías expresa la misma esperanza del pueblo judío: “Vendrán a ti de lejos pueblos numerosos, y los habitantes del confín del mundo, al Nombre del Señor, tu Dios, llevando en sus manos los obsequios para el Rey del Cielo”.44 La nueva Jerusalén es el cumplimiento de todos los sueños del Antiguo Testamento con respecto a la Jerusalén terrenal.
Las puertas de la ciudad no se cerrarán durante el día, porque allí no habrá noche. Esta es otra alusión a la profecía de Isaías: “Tus puertas estarán de continuo abiertas; no se cerrarán de día ni de noche” (Isa. 60:11). Las puertas de la ciudad no necesitan cerrarse, no solo porque no hay enemigos allí, sino por causa de la presencia permanente de Dios en la ciudad. Las puertas abiertas harán posible para todas las personas el “acceso a la presencia de Dios” inmediato y sin obstáculos.45 Una vez más Juan toma de Isaías 60 y declara que las naciones y los reyes traerán la gloria y el honor de las naciones a ella. Isaías visualizaba el día cuando las puertas de Jerusalén estarían abiertas continuamente “para que a ti sean traídas las riquezas de las naciones, y conducidos a ti sus reyes… Para decorar el lugar de mi santuario; y yo honraré el lugar de mis pies” (Isa. 60:11b–13).
21:27 En este punto se da otra lista de exclusiones de la nueva Jerusalén: nada inmundo entrará en ella, ninguno que practica la abominación y la mentira. La inmundicia y la infidelidad caracterizaron a la antigua Jerusalén. Isaías profetizó que la inmundicia y la infidelidad serían excluidas de la nueva Jerusalén: “Vístete tu ropa hermosa, oh Jerusalén, ciudad santa; porque nunca más vendrá a ti incircunciso ni inmundo” (Isa. 52:1). Nada inmundo había de entrar en el templo del Antiguo Testamento. Siendo que la nueva Jerusalén es el templo de Dios, nadie ni nada inmundo y abominable tiene lugar en ella.
Lo inmundo y los que practican abominación mencionados aquí son los que bebieron de la “copa de oro llena con las abominaciones y las cosas inmundas de su fornicación” (Apoc. 17:4), es decir, los que sucumbieron al engaño del tiempo del fin. Solo los que están escritos en el libro de la vida del Cordero habitarán en la nueva Jerusalén, en contraste con aquellos “cuyos nombres no están escritos en el libro de vida del Cordero” que se pusieron del lado de la trinidad satánica y adoraron a la bestia (cf. Apoc. 13:8; 17:8). Todos ellos encontraron su fin en el lago de fuego (Apoc. 20:15). La única manera de vivir en la nueva Jerusalén es mediante una entrega total y una lealtad a Cristo aquí y ahora (cf. Apoc. 21:7). Esta es una fuerte alusión a la profecía de Isaías: “Y acontecerá que el que quedare en Sion, y el que fuere dejado en Jerusalén, será llamado santo; todos los que en Jerusalén estén registrados entre los vivientes” (Isa. 4:3).
22:1 Ahora el ángel le muestra a Juan un río de agua de vida brillante como el cristal. El río sale del trono de Dios y del Cordero en el medio de su calle. Juan toma este cuadro de varios textos del Antiguo Testamento. Primero de todos, el cuadro muestra el río que fluía del Edén que regaba el jardín y lo hacía fructífero (Gén. 2:10). Una alusión más fuerte al río que fluye desde el templo y da vida a todos aparece en la visión de Ezequiel (Eze. 47:1–12). También nos recuerda otros textos del Antiguo Testamento que hablan del río de aguas vivas que fluye de la Jerusalén restaurada y hace fructificar la tierra (cf. Joel 3:18; Zac. 14:8). Todo lo prefigurado en los profetas, Juan lo ve cumplido.46 El río de agua de vida en la Nueva Jerusalén está en contraste con la Babilonia que moraba sobre muchas aguas (cf. Apoc. 17:1, 15). El río Éufrates era una parte integral de la antigua Babilonia; fluía a través de la ciudad. De acuerdo con Salmos 137:1–6, junto al río Éufrates en Babilonia el pueblo de Dios estaba sentado como cautivo, anhelando a Jerusalén. Ahora, Babilonia es cosa del pasado, y la cautividad del pueblo de Dios ha terminado. Junto a las corrientes vivas del río de la vida que fluyen por medio de la Nueva Jerusalén los redimidos finalmente hallarán su descanso.
Es especialmente significativo que esta es la primera vez en el libro que el trono es mencionado como “el trono del Cordero”. Hasta aquí, ha actuado como la prerrogativa de Dios el Padre, como un símbolo de su gobierno. Apocalipsis 3:21 hace claro, sin embargo, que Cristo se sentó en el trono del Padre como co-regente. No es hasta la destrucción definitiva del mal y el establecimiento del reino después del milenio que Cristo toma el control completo del trono. Ahora se habla del trono como el asiento del gobierno del Padre y del Cordero (Apoc. 22:1, 3; cf. 7:17). “Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos” (1 Cor. 15:28).
22:2 Y de ambos lados del río estaba el árbol de la vida. Claramente un árbol está en ambos lados del río. Esta es una alusión al Jardín del Edén con el árbol de la vida a orillas del río que fluía del jardín (Gén. 2:9). El comer del árbol de la vida en el Edén hacía que la persona “viva para siempre” (Gén. 3:22). Después de haber sido expulsados del jardín se les prohibió acercarse al árbol de la vida y comer de él (Gén. 3:23–24). El árbol de la vida en la nueva Jerusalén simboliza la vida eterna libre de muerte y de sufrimiento. En la tierra nueva—el jardín del Edén restaurado—el árbol de la vida ya no está prohibido; está ubicado en medio de la nueva Jerusalén, y todos los redimidos tienen acceso a él. Una vez más los seres humanos compartirán el don de la vida eterna que gozó Adán antes de que el pecado entrara al mundo. Todo lo que se perdió por Adán ahora es recuperado por medio de Cristo.
El árbol de la vida lleva doce frutos, dando su fruto cada mes, y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones. La fruta del árbol que da vida está perpetuamente disponible para los redimidos en la tierra nueva. Juan toma esta descripción de la visión de Ezequiel del río que fluía desde el templo: “Y junto al río, en la ribera, a uno y otro lado, crecerá toda clase de árboles frutales; sus hojas nunca caerán, ni faltará su fruto. A su tiempo madurará, porque sus aguas salen del santuario; y su fruto será para comer, y su hoja para medicina” (Eze. 47:12). Sin embargo, a diferencia de Ezequiel, Juan especifica que las hojas son para la sanidad de las naciones (o gentiles). No significa, como afirman algunos expositores, que las hojas del árbol de la vida tienen un poder sanador para evitar enfermedades.47 Con la aniquilación del mal, la enfermedad y la muerte han sido eliminadas para siempre de la tierra restaurada. “La sanidad de las naciones” se refiere figuradamente a la eliminación de todas las barreras y separaciones nacionales y lingüísticas. El reino de Dios no está limitado a los judíos o a cualquier otra nación. La nueva Jerusalén está habitada por personas de todas las naciones, tribus y lenguas (Apoc. 5:9; 7:9), incluyendo los egipcios, asirios, babilonios, romanos y judíos. Las hojas del árbol de la vida sanan las brechas entre las naciones. Las naciones ya no son “gentiles” sino están unidos en una familia como el verdadero pueblo de Dios (cf. 21:24–26). Lo que Miqueas anticipó siglos antes se está cumpliendo ahora: “No alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán más para la guerra. Y se sentará cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá quien los amedrente” (Miq. 4:3–4; cf. Isa. 2:4). Allí sobre la ribera del río de la vida los redimidos “convidará(n) a su compañero” (Zac. 3:10) a sentarse bajo el árbol de la vida. Las cualidades curativas de las hojas del árbol sanarán todas las heridas—raciales, étnicas, tribales o lingüísticas—que hayan dividido y resquebrajado a la humanidad durante siglos.
22:3–4 La siguiente declaración es problemática por la puntuación: y ya no habrá maldición. Si la declaración es una conclusión de la oración anterior, tiene más sentido. El pecado ha traído una maldición a la tierra (Gén. 3:17–19; 5:29). El aspecto más doloroso de la maldición fue la expulsión del Edén y del árbol de la vida (Gén. 3:22–24). Con la erradicación del pecado, la maldición desaparece. Los redimidos vuelven al Edén restaurado con acceso completo al árbol de la vida. La profecía de Zacarías finalmente llegará a cumplirse: “Y morarán en ella, y no habrá nunca más maldición, sino que Jerusalén será habitada confiadamente” (Zac. 14:11).
El objeto central de la tierra nueva es el trono de Dios y del Cordero. La importancia de la referencia al trono de Dios en la nueva Jerusalén, se encuentra a la luz del hecho de que Juan escribió a cristianos que sufrían bajo la persecución del trono de la Roma imperial. El trono como símbolo de la autoridad romana y del poder fue usado a menudo por Satanás para destruir y corromper la tierra. En la nueva Jerusalén, el trono—como el símbolo del poder de Dios—significa la sujeción definitiva de los poderes de Satanás y la presencia permanente de Dios entre los salvados (cf. Eze. 43:7). El lugar en Apocalipsis “del cual emanan todos los juicios” ahora llega a ser “la fuente de vida y felicidad eternas”.48
Los redimidos pueden acercarse ahora libremente a Dios y le servirán en adoración. Verán su rostro. Tienen el privilegio que le fue negado aun a Moisés: “No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá” (Éxo. 33:20). Viene el día, sin embargo, en que “le veremos tal como él es” (1 Juan 3:2). No solo lo veremos, sino también su nombre estará sobre sus frentes. (Aquí hay otro cumplimiento de la promesa dada a los vencedores cf. 3:12). Esto repite lo que se dijo antes con respecto a los 144.000 de pie en el Monte Sion en Apocalipsis 14:1 con el nombre de Dios escrito en sus frentes. Por cuanto los redimidos rehusaron aceptar en sus frentes la marca con el nombre de la bestia (Apoc. 15:2), se los recompensa con llevar el nombre de Dios. Un nombre en la Biblia representa el carácter. Los redimidos reflejarán el carácter de Dios en sus vidas durante toda la eternidad.
22:5 Al concluir su descripción del hogar de los redimidos, Juan repite lo que ya había dicho antes. La presencia permanente de la gloria de Dios en la tierra nueva brilla más que la luz de los cuerpos celestiales, haciendo que su luz sea innecesaria. Ya no habrá más noche, y no tendrán necesidad de una lámpara ni de la luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará (cf. Apoc. 21:23, 25). En el resplandor de la gloria de Dios, los redimidos reinarán por los siglos de los siglos. En el libro del Apocalipsis, se declara repetidamente que Dios es el que vive y reina por los siglos de los siglos (4:9–10; 10:6; 11:15; 15:7). Por virtud de la muerte de Cristo en la cruz, los redimidos son hechos reyes y sacerdotes (Apoc. 1:6; 5:10). Pablo declaró: “Si resistimos, también reinaremos con él” (2 Tim. 2:12, NVI). Ahora, al final del gran drama cósmico, los redimidos morarán en la presencia permanente de Dios, gozando de una relación íntima con él y reinando con él por toda la eternidad.
Retrospección Sobre Apocalipsis 21–22:5
La descripción de la tierra nueva en Apocalipsis 21–22:5 con su ciudad capital concluye el círculo del gran drama cósmico. El mal es destruido en forma permanente, y la paz, el gozo y la seguridad se restauran sobre la tierra como eran al principio. Así como Dios les dio originalmente a los seres humanos un jardín como su lugar de habitación, así en la tierra nueva él les da a los redimidos una ciudad, la Nueva Jerusalén como su morada. La nueva Jerusalén es la ciudad que el pueblo de Dios—desde la expulsión de Adán del Jardín del Edén—ha estado esperando. Abrahán mismo anheló esa ciudad (Heb. 11:16). Parece que la nueva Jerusalén está descrita en Apocalipsis como el cumplimiento de todos los sueños y esperanzas de los seres humanos a través de la historia de este mundo.
Surge una pregunta natural: ¿Es la nueva Jerusalén, como se la describe en Apocalipsis 21–22:5 una ciudad literal o ha de entenderse como un símbolo de una realidad superior que está más allá de la comprensión humana? El Apocalipsis parece presentar a la nueva Jerusalén como un lugar real habitado por personas reales. No obstante, es importante recordar el carácter simbólico del libro del Apocalipsis como un todo. En este punto, el Comentario Bíblico Adventista sugiere precaución: “En una profecía pictórica, el grado de identidad entre la escena que se presenta y la realidad exige una cuidadosa interpretación”.49 Aunque como una realidad futura, la nueva Jerusalén se describe en términos de ciudades antiguas familiares a los lectores originales del Apocalipsis. Badenas nos recuerda: “En el tiempo de Juan la ciudad era la unificadora humana y social de la civilización. Todos pertenecían a una ciudad. Los antiguos identificaban su pueblo con su ciudad capital. La gloria de los reyes eran las ciudades que habían construido o conquistado. Una ciudad que pudiera identificarse como la ciudad de Dios era probablemente el mejor símbolo para representar la gloria del reino de Dios”.50
Sin embargo, no siempre nos resulta claro dónde trazar exactamente la línea de demarcación entre lo literal y lo simbólico con respecto a la nueva Jerusalén. El lenguaje pictórico usado para describir la ciudad se deriva de varias fuentes. Por eso es imposible comprender la descripción de la nueva Jerusalén sin comprender algo de su trasfondo.
Primero de todo, la nueva Jerusalén opera como el remplazo del jardín del Edén, el paraíso perdido (cf. Gén. 2–3). Como había un río y un árbol de vida en el centro mismo del jardín (cf. Gén. 2:9–10), así hay un río que fluye del trono de Dios y el árbol de la vida está en el medio de la ciudad (Apoc. 22:1). Como seres humanos reflejamos la imagen de Dios al principio (Gén. 1:27), así los redimidos reflejarán el carácter de Dios (Apoc. 22:4). Génesis cuenta la maldición original, el aspecto más doloroso del cual fue la expulsión del jardín y la exclusión del árbol de la vida (Gén. 3:22–24). En la nueva Jerusalén, “ya no habrá maldición” (Apoc. 22:3). Los redimidos son devueltos al paraíso perdido y tienen acceso sin obstáculos al árbol de la vida. Apocalipsis 21–22:5 proporcionan respuestas a algunas de las preguntas básicas con respecto a la apariencia de la tierra nueva. La nueva Jerusalén indica el cumplimiento de las promesas de Dios con respecto al paraíso perdido; todo lo que se perdió en Adán ha de ser recuperado definitivamente por medio de Cristo.51 Sobre las riberas de las aguas de vida y bajo el árbol de vida “el pueblo de Dios, por tanto tiempo peregrino y errante, encontrará un hogar”.52 Las promesas dadas a los vencedores en los mensajes a las siete iglesias (Apoc. 2–3) se cumplirán todas definitivamente en esa ciudad-jardín.
Juan continúa su descripción combinando el motivo del Jardín del Edén con la descripción detallada del templo terrenal restaurado de la visión del profeta Ezequiel (Eze. 40–48). Tanto Ezequiel como Juan fueron llevados a un monte alto desde el cual vieron la ciudad de Jerusalén (Eze. 40:2; Apoc. 21:9–10). Como en la visión de Ezequiel el templo se llenó con la gloria de Dios, así en Apocalipsis 21:11 la nueva Jerusalén tiene la gloria de Dios. En ambas visiones, la ciudad se ve con un muro alto con doce puertas—tres puertas de cada lado de la ciudad—inscritas con los nombres de las doce tribus de Israel (Eze. 48:31–35; Apoc. 21:12–13). Tanto Ezequiel como Juan vieron un personaje celestial con una vara para medir la ciudad, las puertas y el muro (Eze. 40:3–42:20). Ambas ciudades eran cuadradas (Eze. 48:20; Apoc. 21:16). En ambas visiones, la ciudad contenía el trono de Dios, quien mora entre su pueblo (Eze. 43:7; Apoc. 21:3, 5; 22:1). Finalmente, ambos textos declaran ciertas restricciones con respecto a los habitantes potenciales de la ciudad (Eze. 44:6–14; Apoc. 21:8, 27). Estas características indican, como declara Badenas, que “la restauración de Jerusalén prometida, dada a Israel por medio del profeta Ezequiel, ha alcanzado su cumplimiento [definitivo] en la ciudad celestial”.53 El Apocalipsis presenta así la nueva Jerusalén como el cumplimiento del sueño y las esperanzas proféticas de la ciudad ideal, el sueño que nunca se concretó con la antigua Jerusalén.
La descripción de la Nueva Jerusalén en Apocalipsis 21–22 también tiene muchos paralelos con la descripción de Babilonia en Apocalipsis 17–18. Las dos ciudades están puestas una frente a otra. Los paralelos y contrastes entre sus descripciones se dan en “Panorama: Apocalipsis 12–22:5”.54 El mismo ángel de las plagas de las siete copas introdujo ambas visiones (17:1; 21:9). En ambos casos, Juan es llevado por el Espíritu para presenciar la escena (17:3; 21:10). Se habla de Babilonia como la gran prostituta (17:1), y la Nueva Jerusalén como la esposa del Cordero (21:9). Ambas están adornadas con piedras preciosas (17:4; 21:11). La Babilonia prostituta ofrece la copa de las abominaciones (17:4; 18:3), y la Nueva Jerusalén ofrece el agua de vida (22:1). Babilonia es la morada de demonios (18:2), y la Nueva Jerusalén es la morada de Dios (21:3). Mientras Babilonia está llena de cosas inmundas, abominaciones y pecado (18:2, 4–5), nada inmundo ni abominable se halla en la nueva Jerusalén (21:27). Las naciones y los reyes en Babilonia (17:15) dan su poder y autoridad a la bestia (17:12–13); del mismo modo, las naciones y los reyes traen su gloria a la nueva Jerusalén (21:24). Mientras la Nueva Jerusalén tiene un río de vida que fluye en medio de ella (22:1), Babilonia está situada sobre “muchas aguas”, es decir, el Éufrates (17:1). Finalmente, mientras Babilonia se caracteriza por su rebelión contra Dios, la nueva Jerusalén se caracteriza por su fidelidad a él.
Sin embargo, existe un agudo contraste entre los habitantes de las dos ciudades. Los excluidos de la Nueva Jerusalén se describen en los mismos términos que los habitantes de Babilonia. Por ejemplo, los ciudadanos de Babilonia son aquellos cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida (17:8), mientras que los habitantes de la Nueva Jerusalén son aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida (21:27). Mientras los asesinos, fornicarios y hechiceros están excluidos de la ciudad celestial (21:8), Babilonia está llena de asesinos (17:6; 18:24), fornicarios (17:2; 18:3, 9), y hechiceros (18:23). Jerusalén simboliza al pueblo de Dios, mientras Babilonia simboliza a los enemigos de Dios y de su pueblo.
En un sentido real, Babilonia representa las falsas esperanzas y sueños terrenales. Es lo mejor que los seres humanos son capaces de crear y ofrecer. Babilonia ofrece prosperidad, dinero, poder, éxito y gratificación sensual, todo lo cual desean los pecadores. No es extraño que la destrucción de Babilonia hace añicos todos los engaños, esperanzas y sueños, como lo indica la serie de endechas en Apocalipsis 18. Por otro lado, la nueva Jerusalén es la respuesta de Dios a los sueños destrozados y esperanzas vanas. La ciudad celestial es su oferta de lo mejor que los seres humanos puedan anhelar y soñar. La ciudad es un lugar de reunión del pueblo fiel de Dios a través de la historia. Sus puertas están abiertas de par en par en todas direcciones, aceptando personas de cada grupo étnico, tribal o lingüístico. Se quitaron las barreras de toda clase. Cada uno que está dispuesto a entrar en la ciudad y cumplir las condiciones es bienvenido.
Por sobre todo, la nueva Jerusalén funciona como el templo ideal de la morada de Dios entre los fieles. La ciudad fue presentada en forma de un cubo perfecto, como el Lugar Santísimo del templo del Antiguo Testamento (1 Rey. 6:20). Es el lugar de la unión por largo tiempo esperada entre Dios y su pueblo. Desde la expulsión del jardín del Edén, la humanidad ha estado separada de Dios. En los servicios del templo, solo los sacerdotes tenían acceso inmediato a Dios; el pueblo común podía encontrarse con Dios solo a través de un mediador. En la nueva Jerusalén, no es necesario ningún templo, porque la ciudad es el templo mismo. El privilegio de estar en la presencia inmediata de Dios, anteriormente reservada exclusivamente para el sumo sacerdote en el santuario terrenal, se otorga ahora a todo el pueblo de Dios (cf. Apoc. 22:3–4). Además, como no había lugar en el templo antiguo para nada inmundo o abominable, así “nada inmundo entrará en” la nueva Jerusalén, “ninguno que practica la abominación y la mentira”, sino solo “los que están escritos en el libro de la vida del Cordero” (Apoc. 21:27).
De este modo, Apocalipsis 21–22:5 presenta la nueva Jerusalén como un lugar real habitado por los redimidos y caracterizado por la presencia de Dios. La descripción de la ciudad, sin embargo, se presenta en un lenguaje que los seres humanos pueden comprender; proviene de diversas fuentes. La descripción de la capital de la tierra nueva en Apocalipsis 21–22:5 es sugerente. La ciudad misma y la vida en ella están más allá de cualquier imaginación humana. Pablo declaró: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Cor. 2:9). Todo lenguaje imaginativo que se use para describir la realidad celestial es inadecuado e insuficiente. Cuando Juan presenta la Nueva Jerusalén en términos de oro y piedras preciosas, él no está realmente preocupado por el oro. El oro y las piedras preciosas “solo sirven como pálidas ilustraciones” de la gloria y el esplendor que los redimidos gozarán en la tierra nueva, “las riquezas de esta edad no se pueden comparar con las riquezas por venir”.55
Es suficiente decir que la nueva Jerusalén es la respuesta de Dios a todos los anhelos y sueños humanos de la ciudad ideal que está saturada de esperanza y anticipación de una vida mejor. Lo que los profetas profetizaron y previeron finalmente se ejecutará. La nueva Jerusalén es la ciudad ideal porque la presencia de Dios expulsará todo temor, dolor e incertidumbre. La vida en la nueva Jerusalén es la palabra final de Dios a las esperanzas vanas y sueños utópicos de prosperidad basados en la estrategia y el esfuerzo humanos. La nueva Jerusalén ofrece vida sin fin y felicidad sin límites. Cristo deja que los lectores del libro del Apocalipsis sepan que es importante estar allá (Apoc. 22:17).