Epílogo – Apocalipsis 22:6–21

“Y he aquí, yo vengo pronto. Bienaventurado es el que guarda las palabras de la profecía de este libro”.

La visión de la nueva Jerusalén completa las profecías del Apocalipsis. Con Apocalipsis 22:6–21 Juan concluye su libro. Como el prólogo (Apoc. 1:1–8), el epílogo proporciona un resumen general del libro entero. Mucho del prólogo se repite aquí. Los temas introducidos en el prólogo que corren a través del libro llegan a su conclusión en el epílogo. El epílogo del Apocalipsis actúa así como la confirmación y la confiabilidad de todo lo que el libro contiene.

6Y él me dijo: “Estas palabras son fieles y verdaderas, y el Señor Dios de los espíritus de los profetas envió su ángel para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto. 7Y he aquí, yo vengo pronto. Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro”.

8Y yo, Juan, soy el que oyó y vio estas cosas. Y cuando las oí y las vi, caí para adorar a los pies del ángel que me mostró estas cosas. 9Y él me dijo: “Mira, no hagas esto; yo soy tu consiervo y de tus hermanos los profetas y de los que guardan las palabras de este libro; adora a Dios”. 10Y él me dijo: “No selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca. 11Que el injusto siga haciendo injusticias, y que el inmundo siga siendo inmundo, y que el justo siga haciendo justicias, y que el santo siga siendo santo.

12He aquí, yo vengo pronto, y mi recompensa está conmigo, para dar a cada uno según es su obra. 13Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin.

14Bienaventurados son los que lavan sus mantos, para que su autoridad sea sobre el árbol de vida y que puedan entrar por las puertas a la ciudad. 15Afuera están los perros y los hechiceros y los fornicarios y los asesinos y los idólatras y todo el que ama y practica la mentira.

16Yo, Jesús, he enviado mi ángel para dar testimonio a ustedes de estas cosas para las iglesias; Yo soy la Raíz y el descendiente de David, la brillante estrella de la mañana.”17Y el Espíritu y la esposa dicen: “¡Ven!” Y el que oye diga: “¡Ven!” Y el que tiene sed, venga. El que desea, tome del agua de la vida libremente.

18Yo mismo testifico a todo el que oye las palabras del libro de esta profecía, Dios: si alguno añade a ellas, Dios le añadirá las plagas escritas en este libro. 19Y si alguno quita de las palabras del libro de esta profecía, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la santa ciudad, que están escritas en este libro.

20El que testifica de estas cosas dice: “Sí, yo vengo pronto”. Amén. Ven, Señor Jesús.

21La gracia del Señor Jesús sea con todos.

Notas

22:6 Las cosas que deben suceder pronto. Ver Notas sobre Apocalipsis 1:1.

22:7 Bienaventurados. Esta es la sexta de las bienaventuranzas del Apocalipsis; ver además las Notas sobre Apocalipsis 1:3.

22:7, 12 Yo vengo. El tiempo presente futurista sugiere una acción que sucederá en el futuro como si ya estuviese ocurriendo en el presente. El uso del tiempo presente futurista enfatiza la certeza así como la inminencia de un evento, en este caso, la Segunda Venida (cf. Apoc. 1:7; 22:20).

22:13 El Alfa y la Omega. Ver Notas sobre Apocalipsis 1:8.

El principio y el fin. Ver Notas sobre Apocalipsis 21:6.

22:14 Bienaventurados. Esta es la séptima de las bienaventuranzas del Apocalipsis; ver además Notas sobre Apocalipsis 1:3.

Los que lavan sus mantos. El verbo “lavar” es el participio presente que indica una acción continuara en acción. En algunas versiones dice: “los que hacen sus mandamientos”. Esta diferencia textual muy probablemente se deba a un error del escriba. En griego, las dos declaraciones se parecen y suenan en forma similar. “Los que lavan sus mantos” es hoi plúnontes tas stolás en griego, y “los que hacen sus mandamientos” es hoi poioúntes tas ēntolás. En los manuscritos originales del Nuevo Testamento en griego, las palabras se escribían todas en letras mayúsculas y sin espacio entre ellas. En letras mayúsculas castellanas la similitud entre las dos frases es obvia:

HOIPLUNONTESTASSTOLAS

HOIPOIOUNTESTASĒNTOLAS

Si un escriba estaba leyendo la frase o escuchando a alguien que la leía, fácilmente podía sustituir “los que lavan sus mantos” con “los que hacen sus mandamientos”. Los manuscritos mejores y más tempranos tienen “los que lavan sus mantos”. La lectura “los que hacen sus mandamientos podría ser un error del escribiente que resulta de un error al leer o al escuchar el dictado.

La evidencia interna apoya esta conclusión. La lectura “los que hacen sus mandamientos” sería muy inusual, porque en otras partes del Apocalipsis Juan se refiere a guardar los mandamientos (cf. Apoc. 12:17; 14:12) o a guardar las palabras del libro (cf. 1:3; 2:26; 3:8, 10; 22:7, 9). Además, mientras guardar los mandamientos es una de las características del pueblo de Dios del tiempo del fin en el Apocalipsis, el lavar de los mantos proporciona la base para su salvación (Apoc. 7:14; cf. 5:9–10; 12:11). La sangre de Cristo es la que provee la victoria para el pueblo de Dios. Esto ciertamente no socava la importancia de los mandamientos, porque su observancia es muy enfatizada en el Apocalipsis. La importancia de los mandamientos no se basa en un texto, y en este caso nada se pierde con relación a ellos.

22:15 Los perros. Los perros eran como un símbolo negativo en la antigüedad. En el Antiguo Testamento un perro se usa, por ejemplo, con referencia a un prostituto varón (Deut. 23:17–18) y gente mala (2 Sam. 16:9; 2 Rey. 8:13; Sal. 22:16, 20; 59:6; Isa. 56:11). En el Nuevo Testamento simbolizan personas no santas (Mat. 7:6), los paganos (Mat. 15:26–27), y personas malas (Fil. 3:2; 2 Ped. 2:22).

22:16 La raíz[…]de David. Ver Notas sobre Apocalipsis 5:5.

22:20 Yo vengo pronto. Ver Notas sobre Apocalipsis 22:7.

Exposición

22:6–7 Al concluir la descripción de la nueva Jerusalén, el ángel asegura a Juan que estas palabras—es decir, todo lo que Juan vio y oyó y escribió—son fieles y verdaderas. Esta seguridad ya se había dado en la visión de la nueva Jerusalén (Apoc. 21:5); ahora, concluye la visión. Cristo en el Apocalipsis es “fiel y verdadero” (19:11; cf. 3:14); él promete: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mat. 24:35). El ángel enfatiza una vez más que las profecías del Apocalipsis son confiables como Cristo mismo es confiable. Todo lo que se predice en el libro ciertamente sucederá porque el Señor Dios de los espíritus de los profetas envió su ángel para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto. “El Señor Dios de los espíritus de los profetas” es una alusión directa a Apocalipsis 19:10, que quiere decir “el Dios que inspiró las mentes de los profetas”.1 La declaración sirve como una confirmación de que las cosas mostradas a Juan en la visión fueron dadas por el mismo Dios que inspiró a los profetas del Antiguo Testamento; por lo tanto, “deben ser tratadas con la misma seriedad”.2

Una vez más Cristo reitera la cercanía de su venida: He aquí, yo vengo pronto (Cf. Apoc. 3:11; 22:12, 20). Siendo que viene pronto, las palabras del Apocalipsis deben ser tomadas con seriedad. Cada generación del pueblo de Dios ha de vivir en constante expectativa de la inminente venida de Cristo. Las profecías del libro del Apocalipsis no fueron dadas para satisfacer la curiosidad de uno acerca del futuro, sino para amonestar al pueblo de Dios a perseverar y ser leales sin vacilación a Cristo frente a la opresión y la persecución mientras esperan la pronta venida de Cristo. A todos los que prestan atención a la palabra profética, se les promete una bendición especial: Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro. Esta es la sexta bienaventuranza en el libro del Apocalipsis, y reitera la de Apocalipsis 1:3. No es suficiente conocer el contenido del Apocalipsis. También tenemos que recordarlo. Antes del regreso de Cristo, habrá un gran engaño, y los que aceptan el mensaje de advertencia del Apocalipsis serán preservados de ese engaño.

22:8–9 Estos versículos también contienen repeticiones. Juan se identifica otra vez como Yo, Juan, soy el que oyó y vio estas cosas, así como lo hizo en la apertura del libro (cf. Apoc. 1:9). Todo lo que vio fue fielmente registrado. La revelación más reciente que le fue otorgada fue el aspecto de la gloria espectacular de la nueva Jerusalén. Emocionado por el esplendor de todo lo que oyó y vio, Juan otra vez se postra para adorar a los pies del ángel que me mostró estas cosas (cf. Apoc. 19:10). Otra vez el ángel le advierte que no lo haga: Yo soy tu consiervo y de tus hermanos los profetas y de los que guardan las palabras de este libro; adora a Dios. Esta doble experiencia de Juan y la exhortación de adorar solo a Dios es especialmente relevante para la generación del tiempo del fin. El problema central en la crisis final es la adoración. En el tiempo del fin, cuando todo el mundo se vuelva a adorar a la bestia y a la trinidad satánica (Apoc. 13:12), Dios envía su evangelio del tiempo del fin—la proclamación que se presenta en términos de los tres ángeles—instando a los habitantes de la tierra a tomar a Dios en serio como Creador y el único digno de adoración (Apoc. 14:7).

22:10–11 En contraste con la instrucción dada a Daniel de sellar la visión que le fue dada con respecto al tiempo del fin (Dan. 8:26; 12:4), el ángel ordena a Juan: No selles las palabras de la profecía de este libro. La razón para esta prohibición es clara: el tiempo está cerca. Las visiones del libro de Daniel no eran relevantes para la gente del tiempo de Daniel, ya que se referían al futuro tiempo del fin. De aquí la orden a Daniel de sellarlas. En Apocalipsis 5 Juan vio el rollo con siete sellos que Cristo era digno de des-sellar. Una parte del rollo fue revelada por medio de Juan a la iglesia, y está registrada en Apocalipsis 12–22:5. Se refiere a las cosas que son esenciales y útiles para el pueblo de Dios al aplicarlas a los eventos finales de la tierra. Ahora Cristo instruye a Juan a no sellar “las palabras de la profecía de este libro” de modo que puedan ser leídas.

Entre las declaraciones de que el fin está cerca y el anuncio de la pronta venida de Cristo hay un pronunciamiento solemne: Que el injusto siga haciendo injusticias, y que el inmundo siga siendo inmundo, y que el justo siga haciendo justicias, y que el santo siga siendo santo. A Daniel se le dijo que el quitar los sellos de la palabra de profecía en el tiempo del fin resultará en la polarización de los que acepten la palabra profética y los que la rechacen. Los que toman en serio la palabra profética “serán limpios, y emblanquecidos y purificados; los impíos procederán impíamente, y ninguno de los impíos entenderá, pero los entendidos comprenderán” (Dan. 12:10). La gente puede resistir el evangelio por algún tiempo. Finalmente se pronunciará un veredicto, sin embargo, será demasiado tarde para cambiar. El fin del tiempo de prueba significará la cesación de toda oportunidad de aceptar el evangelio y establecer una relación con Dios (cf. Apoc. 15:5–8). Cuando Cristo venga, él dará a “cada uno según su obra” (Apoc. 22:12).

22:12–13 Juan evidentemente desaparece ahora de la escena. La conclusión del libro pertenece a Cristo.3 Una vez más Cristo le recuerda a Juan y a los lectores del Apocalipsis su pronto regreso: Yo vengo pronto. Trae consigo su recompensa, y la dará a cada uno según es su obra. La declaración repite lo que se dijo en Apocalipsis 1:7–8. Esto también es casi una repetición de lo que Jesús les dijo a los discípulos en Mateo 16:27: que cuando venga en la gloria de su Padre, recompensará “a cada uno conforme a sus obras”. Esta declaración se repite a menudo en Pablo (Rom. 2:6; 14:12; 2 Cor. 5:10). Esto no indica que una persona es salvada por obras. En otras partes del libro, Juan concuerda con la clara enseñanza del Nuevo Testamento de que la salvación es un don de Dios (cf. Apoc. 7:10, 14). Sin embargo, aunque la salvación es por gracia, el juicio es de acuerdo con las obras. Las obras son la evidencia más fuerte de la salvación de la persona y de su relación con Cristo. Nuestro anhelo de encontrarnos con Cristo nos impulsará a vivir correctamente. Elena G. de White lo expresa de la siguiente manera:

Creer en la próxima venida del Hijo del Hombre en las nubes de los cielos no inducirá a los verdaderos cristianos a ser descuidados y negligentes en los asuntos comunes de la vida. Los que aguardan la pronta aparición de Cristo no estarán ociosos. Al contrario, serán diligentes en sus asuntos. No trabajarán con negligencia y falta de honradez, sino con fidelidad, presteza y esmero. Los que se lisonjean de que el descuido y la negligencia en las cosas de esta vida son evidencia de su espiritualidad y de su separación del mundo, incurren en un gran error. Su veracidad, fidelidad e integridad se prueban mediante las cosas temporales. Si son fieles en lo poco, lo serán en lo mucho.4

El que prometió volver y recompensar a cada uno de acuerdo con sus obras es el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin. (cf. Apoc. 1:8; 21:6). Él es de la A hasta la Z de la historia humana. Él es que el que sabe qué traerá el futuro y en última instancia controla el curso de la historia. La historia desde la perspectiva bíblica tiene un comienzo significativo por causa de Cristo; y por medio de él tendrá una conclusión significativa. “Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”, les escribió Pablo a los Filipenses (Fil. 1:6). Por causa de él y por medio de él el futuro está marcado con esperanza.

22:14–15 El texto habla de quienes tienen derecho de entrar a la ciudad y quienes serán excluidos de ella. Bienaventurados son los que lavan sus mantos. Esta es la séptima y última bienaventuranza del libro del Apocalipsis. El manto lavado en la sangre de Cristo es la condición para vivir en la nueva Jerusalén. Este concepto se ajusta bien al contexto de la enseñanza del Apocalipsis, así como de todo el Nuevo Testamento. Los mantos brillantes y limpios son “los actos justos de los santos” (Apoc. 19:8). “Me vistió con vestiduras de salvación” (Isa. 61:10). El lavado de los mantos y su emblanquecimiento se logra solo por la sangre de Cristo (Apoc. 7:14). Solo los lavados en la sangre del Cordero tienen acceso al árbol de vida y pueden entrar por las puertas de la ciudad. La salvación del pueblo de Dios y su acceso a la nueva Jerusalén es el resultado de lo que Cristo ha hecho por ellos más bien que por lo que ellos hicieron por sí mismo.

Ahora Cristo enumera los que están excluidos de la nueva Jerusalén. Dos listas similares ya se mencionaron antes en la última porción del libro (Apoc. 21:8, 27). Los excluidos son identificados como perros [los que no son santos] y los hechiceros y los fornicarios y los asesinos y los idólatras y todo el que ama y practica la mentira.Todos los que aman y practican cosas que son contrarias al evangelio están excluidos de la ciudad celestial.

22:16 Otra vez Cristo afirma lo quedó claro en el prólogo del libro: que él es la fuente de las visiones del Apocalipsis (Apoc. 1:1). Yo, Jesús, he enviado mi ángel para dar testimonio a ustedes de estas cosas para las iglesias. Cristo comisionó al ángel que proveyó las descripciones de las cosas que Juan vio en la visión. Como puede verse en Apocalipsis 22:6–16, él actúa en el papel de Cristo y expresa las palabras de Cristo. A menudo es difícil distinguir sus dichos de las palabras de Cristo. Como subrayamos en Apocalipsis 1:11, las cosas reveladas a Juan por medio del ángel tenían la intención de ser el testimonio de Cristo para las siete iglesias en el Asia Menor de los días de Juan.

Con el fin de no dejar dudas con respecto a quién habla, Cristo se identifica en el lenguaje de Apocalipsis 5 como la Raíz y el descendiente de David, la brillante estrella de la mañana. Cristo, el Mesías, es el cumplimiento de la profecía. Toda autoridad y dominio le fueron dados a él (Mat. 28:18; Apoc. 5). A los vencedores en la iglesia de Tiatira se les prometió “la estrella de la mañana” (Apoc. 2:28), es decir, Cristo mismo. Él es el amanecer de la nueva era por largo tiempo esperada, inaugurando el reino de Dios sobre la tierra.

22:17 La atención se concentra ahora en el testimonio del Espíritu por medio de las iglesias. El Espíritu y la esposa dicen: “¡Ven!” Tanto el que oye el llamado del Espíritu por medio de la iglesia como el que responde comenzarán a llamar a otros a venir a Cristo y recibir salvación. La conclusión del libro es una fuerte apelación al pueblo de Dios de tomar el libro del Apocalipsis con seriedad y venir a Cristo. El que tiene sed, venga. El que desea, tome del agua de la vida libremente. Esto evoca el llamado de Jesús en la Fiesta de los Tabernáculos: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba” (Juan 7:37). En Apocalipsis 21:6 Cristo prometió: “A los sedientos, yo les daré libremente de la fuente del agua de vida”. El mensaje del evangelio es acerca de la salvación como un don gratuito. En Dios toda la sed espiritual humana será satisfecha definitivamente.

22:18–19 En este punto, Juan añade una post data que contiene la solemne advertencia de Cristo a los lectores. El Apocalipsis es la palabra de Dios cuidadosamente diseñada para satisfacer las necesidades de los “sedientos”. Por lo tanto, es peligroso alterar su contenido y distorsionar y malinterpretar las enseñanzas del libro. Todo el que se confronta con el Apocalipsis de alguna manera, es advertido de que si alguno añade a ellas, Dios le añadirá las plagas escritas en este libro Y si alguno quita de las palabras del libro de esta profecía, él es igualmente culpable como el que añade a sus palabras: Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la santa ciudad, que están escritas en este libro. El castigo claramente es adecuado al crimen. Esta advertencia refleja Deuteronomio 4:2 donde Moisés amonesta a Israel: “No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de YHWH vuestro Dios que yo os ordeno”. La advertencia de Cristo no tiene que ver con la alteración de las palabras mismas del Apocalipsis, como si estuviera en juego algún tipo de inspiración verbal; más bien, es acerca de mal interpretar las enseñanzas del libro imponiendo al texto ideas o conceptos personales para sus propios propósitos.

22:20–21 Por última vez, Cristo recuerda a los lectores del Apocalipsis su pronta venida: Sí, yo vengo pronto. Todos los que se dan cuenta de la importancia del mensaje central del Apocalipsis responderá con un suspiro anhelante: Amén. Ven, Señor Jesús.

En su última declaración a los que esperan su retorno, Cristo les ofrece su gracia: La gracia del Señor Jesús sea con todos. Juan concluye su libro recordando al pueblo de Dios que en medio de toda la confusión y los temores con respecto a las cosas que han de venir sobre el mundo, su única esperanza está en la gracia de Cristo. Su gracia es suficiente para ellos. Los eventos finales anunciados en el libro pueden parecer temibles y el futuro sombrío, pero el pueblo de Dios tiene la seguridad de la presencia de Cristo con ellos (Mat. 28:20). Por medio de la gracia de Cristo el mensaje del libro del Apocalipsis fue dado a la iglesia. Esta gracia es prometida a todos los que toman con seriedad el mensaje del libro. Y por medio de la gracia de Cristo las promesas del libro llegarán a ser una realidad cuando el fiel pueblo de Dios llegue a la ciudad celestial. Allí reinarán con Cristo por toda la eternidad.


Retrospección Sobre Apocalipsis 22:6–21

El libro alcanza su conclusión. El epílogo termina con el mismo tema como comenzó el libro. Así el prólogo y el epílogo “están en estrecha relación mutua, y proporcionan el marco general para la sección central del Apocalipsis”.5 El epílogo afirma lo que ha sido hecho claro en el prólogo, que el Apocalipsis no fue escrito con el propósito de informar al lector acerca de los eventos finales para satisfacer su curiosidad acerca del futuro. El libro comienza y termina con la certidumbre de la presencia de Jesucristo con su pueblo a través del curso de la historia hasta el mismo tiempo del fin.

M. Eugene Boring destaca que el Apocalipsis, “desde la primera palabra a la última, es acerca del fin, pero no en un sentido especulativo. Él [Juan] escribe para animar a sus oyentes/lectores que se encuentren en una situación desesperada, algunos sin darse cuenta del tiempo crucial en el que viven. La revelación de Juan pinta el fin de la historia que comenzó en Génesis 1 y sigue a través de su Biblia, pero que no seguirá para siempre. Ya ha tenido su solución, y tendrá su capítulo final”.6 No obstante, como señala David L. Barr, el fin definitivo nunca parece alcanzarse en el libro del Apocalipsis.7 Esta estrategia literaria puede ser seguida a través del libro. El fin ha sido ofrecido repetidamente y adelantado en la conclusión de todas las visiones principales, solo para ser retirado e introducido otra vez en una nueva visión (p. ej., la apertura de los siete sellos [Apoc. 6:17–8:1], las siete trompetas [11:15–18], o la visión de los capítulos 12–14 [14:14–20]). No hay cierre. La terminación siempre “nos lleva de nuevo al principio”.8

Pasa lo mismo con respecto al “Hecho está” de la última visión (21:6). Esta visión describe un final: la batalla ha terminado, las fuerzas del mal fueron derrotadas, y el pecado, exterminado. La carta terminó. Sin embargo, Juan quiere que el lector entienda que el fin por largo tiempo esperado no ha llegado todavía. Jesús todavía viene pronto y todavía hay una batalla real que pelear. Los lectores todavía tienen “la tarea básica de guardar las palabras del libro” y dar testimonio del evangelio de Cristo.9

El libro rehúsa dejar descansar al lector. No quiere ponerlo en un estado de visión ilusoria o sueño utópico. Jesús viene pronto. Esto es solo una primera realidad. La segunda es que todavía estamos aquí. Mientras esperamos que llegue el fin, el lector tiene que tener una clara comprensión del mensaje del libro leyéndolo una y otra vez hasta que llegue el fin de todas las cosas.

En conclusión, el propósito del Apocalipsis, por sobre todo, es recordar constantemente al pueblo de Dios mientras afrontan opresión y dificultades a no mirar las cosas del mundo sino fijar sus ojos en aquél que es su única esperanza. El libro no es solo una revelación acerca del curso de la historia o de los eventos finales, sino más bien acerca de la presencia de Jesucristo con su pueblo fiel durante el curso de la historia y en los eventos finales. El Cristo del libro del Apocalipsis es la respuesta a todas las esperanzas y anhelos humanos en medio de los enigmas e incertidumbres de la vida. Él es quien tiene en sus manos el futuro. Más bien, él es nuestro futuro.

Una pareja de misioneros ancianos había trabajado en África durante muchos años y estaban volviendo a la ciudad de Nueva York a fin de jubilarse. No tenían ninguna pensión. Su salud estaba quebrantada. Estaban derrotados, desanimados y temerosos. Descubrieron que viajarían en el mismo barco con el Presidente Teodoro Roosevelt, quien regresaba de uno de sus expediciones de caza mayor. Nadie les prestó la más mínima atención a ellos. Observaban los bombos y platillos que acompañaban al séquito del presidente, mientras los pasajeros trataban de ver de alguna manera a este gran hombre.

Mientras el barco cruzaba el océano, el anciano misionero le dijo a su esposa:

“Algo anda mal. ¿Por qué hemos dado nuestras vidas en fiel servicio a Dios en el África todos estos años y no tenemos a nadie que se ocupe de nosotros? Aquí hay un hombre que viene de un viaje de cacería y todos hacen sobre él un gran alboroto, pero nadie nos da siquiera una mirada”.

“Querido, no debieras sentirte así” le dijo su esposa.

“No puedo evitarlo; no me parece correcto.”

Cuando el barco ancló en Nueva York, una banda esperaba para saludar al presidente. El alcalde y otros dignatarios estaban allí. Los diarios estaban llenos con noticias acerca de la llegada del presidente, pero nadie siquiera notó a esta pareja de misioneros. Bajaron del barco, encontraron un departamento barato en el Barrio Este, esperando que al día siguiente buscarían la manera de ganarse la vida en la ciudad.

Esa noche, el espíritu del hombre se quebró. Le dijo a su esposa:

No puedo soportarlo. Dios no nos está tratando equitativamente.

“¿Por qué no vas al dormitorio y le dices eso al Señor?” replicó su esposa.

Poco más tarde salió del dormitorio, pero ahora su rostro era completamente diferente. Su esposa le preguntó:

“Querido, ¿qué pasó?”

“El Señor lo arregló conmigo” le dijo. “Le dije cuán amargado me encontraba de que al presidente le dieran esa tremenda bienvenida de regreso a casa, y nadie salió a nuestro encuentro al regresar a casa. Y cuando terminé, me pareció como si el Señor puso su mano sobre mi hombro y me dijo: “Pero, hijo mío, ¡todavía no estás en casa!”10

Esto es evidentemente de lo que trata el libro del Apocalipsis. Tiene la intención de recordar al pueblo de Dios a través de la historia que este mundo no es su hogar. Mientras los cristianos soportan las dificultades de la vida, experimentando opresión y feroz oposición por causa de su lealtad a Cristo y al evangelio, deben recordar que todavía no están en casa. Sin embargo, viene el día, cuando serán bienvenidos a casa. Todo el cielo estará allí para saludarlos.

¡Sí, realmente, ven pronto Señor Jesús!