Con Apocalipsis 4–5 comienza la segunda gran división del libro del Apocalipsis. Habiendo visto la visión de las “cosas que son”—específicamente, los mensajes a las siete iglesias (1:9–3:22)—a Juan se le muestran “las cosas que sucederán después de estas” (4:1; cf. 1:19). Así, las visiones de Apocalipsis 4 a 22:5 se refieren a las cosas que deben suceder después del tiempo de Juan y de las siete iglesias. Sin embargo, antes de proporcionar un vistazo panorámico de la historia de la iglesia y del mundo en la apertura simbólica de los siete sellos y el tocar de las siete trompetas, y en armonía con la estrategia de “identificación-descripción” del Apocalipsis, Juan primero describe las cualidades singulares de Cristo para la tarea de abrir los sellos (acerca de esta estrategia literaria, ver la “Introducción”).
Mientras en los capítulos 1:9 a 3:22 se ve a Jesús caminar en medio de las iglesias de la tierra (cf. 1:12; 3:1), con el capítulo 4 la escena se traslada al cielo. Allí, en el esplendor deslumbrante de la sala del trono celestial, toda la atención se concentra en el glorioso trono rodeado por seres celestiales que se reúnen para una ocasión especial. La magnífica liturgia se interrumpe por un momento, y todo el foco se circunscribe a un rollo sellado con siete sellos en la mano derecha de Dios. Juan entiende que nadie en el universo entero es “digno” de abrir ese rollo notable. Finalmente, la figura de un Cordero/semejante a un León, “la raíz de David”, que aparece “como inmolado”, es digno de abrir el rollo. Cuando toma el rollo de la mano derecha de Dios, una serie de himnos de alabanza resuenan por todo el universo.
La pieza central de los capítulos 4 y 5, el rollo de siete sellos, también parece ser el rasgo central de la segunda gran división del libro (caps. 4–11). Toda la disposición de esta sección parece girar alrededor de ese rollo misterioso. Esto es evidente por el hecho de que mientras el capítulo 5 introduce el rollo doblado y sellado con siete sellos, que nadie en todo el universo podía quitarle los sellos y desdoblarlo, el capítulo 10 presenta un rollo abierto que un ángel poderoso le da a Juan, el contenido del cual el revelador tiene que comunicar a las iglesias. Entre los capítulos 5 y 10 hay escenas simbólicas de la apertura de los siete sellos y el resonar de las siete trompetas que describen los eventos y las condiciones preparatorias para la apertura del rollo sellado.
De este modo parece que Apocalipsis 4–5 es la sección cardinal de todo el libro. Estos dos capítulos fijan el escenario para lo que sigue. Un conocimiento de su contenido es importante para comprender el resto del libro del Apocalipsis. Por lo tanto, debemos primero definir la escena que pinta Apocalipsis 4–5 junto con el significado y la importancia del rollo sellado en la escena. Más tarde demostraré cómo el rollo sellado define la disposición estructural no solo de los capítulos 4–11, sino también del resto del libro.
La entronización de Cristo
Parece que Apocalipsis 4–5 describen un evento específico y decisivo en la historia del universo. Se pueden plantear legítimamente algunas preguntas: ¿Qué evento se considera aquí? ¿Cuál es el propósito y el papel del rollo en este evento? Una evidencia persuasiva nos lleva a creer que estos dos capítulos describen la exaltación del Cristo glorificado, después de su ascensión al cielo, en el trono celestial a la diestra del Padre.
Pasaje trampolín: Apocalipsis 3:21
Apocalipsis 3:21 proporciona el primer argumento en favor del concepto de la ceremonia de entronización. Evidentemente, este texto actúa como un puente o trampolín que concluye la sección de los mensajes a las siete iglesias e introduce lo que sigue (ver la “Introducción” de este comentario). Si seguimos el modelo de texto trampolín, parece que la clave para comprender toda la escena de Apocalipsis 4–5 puede encontrarse en la declaración-resumen de las siete iglesias: “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” (3:21). Esta declaración actúa como el texto introductorio para Apocalipsis 4–7.1
De aquí que Apocalipsis 3:21, en el cual Cristo promete al vencedor (como una experiencia presente y continua) la recompensa futura de compartir su trono—así como él venció y se sentó con el Padre en su trono (como un evento pasado)—es el “pasaje trampolín” de la escena de los capítulos 4–5 y debería tomarse como el mejor punto de partida para la interpretación de toda la escena. Como observa Jon Paulien, los temas centrales de Apocalipsis 4–5 son el trono del Padre (cap. 4), Cristo que vence (5:5), y se une al Padre en su trono (5:6–14). “No es hasta Apocalipsis 7 que los redimidos tienen el permiso explícito para unirse en el regocijo y la adoración de la corte celestial (7:9–12). Así como la recompensa de los santos está relacionada con la de Cristo en Apocalipsis 3:21, así las dos escenas del trono en Apocalipsis 5 y 7:9ff, están relacionadas, aunque igualmente separadas cronológicamente”.2
De este modo, mientras la escena de Apocalipsis 4–5 con respecto a la entronización de Cristo sirve como una elaboración de la última parte de 3:21, la escena de 7:9–17 describe el cumplimiento de su primera parte con respecto a los vencedores que se unirán a Cristo en su trono. Paulien concluye: “Entre las dos escenas de tronos está el capítulo 6. Por lo tanto, los sellos del capítulo 6 corresponde a la afirmación de 3:21 (“el que venciere”); cubren el tiempo desde el triunfo del Cordero a la recompensa de los sellados”.3 Por lo tanto, parece que los sellos del capítulo 6 tienen que ver con el período progresivo en el que el pueblo de Dios está en el proceso de vencer, hasta que se unen con Cristo en su trono.
La ceremonia de entronización
El segundo argumento para el concepto de ceremonia de entronización es que el contexto y el lenguaje de Apocalipsis 4–5 son similares a los de las referencias proféticas del Antiguo Testamento a la venida del rey davídico futuro e ideal (o rey del linaje davídico). Como muestra el análisis exegético, todos los términos y frases clave (incluyendo el trono, “a la mano derecha”, “el León de la tribu de Judá”, “la raíz de David”, y “digno”) son elegidos deliberada y adecuadamente al describir la escena de Apocalipsis 5. Todos ellos tienen un denominador común: el cargo exaltado de honor y gobierno.4 En los libros proféticos del Antiguo Testamento, estos términos se usan con frecuencia con referencia al futuro rey ideal del linaje de David que se sentaría en el trono de David. Se usan en Apocalipsis 5 en términos del cumplimiento de la promesa del Antiguo Testamento con respecto a la exaltación de Jesucristo, el descendiente davídico prometido, al trono del universo.
Parece que la descripción de la escena en Apocalipsis 5 sigue el modelo de la ceremonia de coronación y entronización del Antiguo Testamento (cf. 2 Rey. 11:12–19; 2 Crón. 23:11–20). En el Antiguo Testamento, la ceremonia de entronización tenía dos etapas: la coronación, que se realizaba en el templo, y era seguida por la entronización, que se realizaba en el palacio real. La entronización consistía en la investidura del nuevo rey con los emblemas reales (2 Rey. 11:12) seguidos por el rito del ungimiento, que era el elemento esencial del rito de la coronación (cf. 2 Sam. 2:4; 5:3; 1 Rey. 1:34, 39; 2 Rey. 23:30). Ungir representaba la elección divina y la venida del Espíritu de Dios que tomaba posesión del rey ungido (1 Sam. 10:10; 16:13). El rey reinante llegaba a ser así el mesías de Dios (cf. 1 Sam. 24:7, 11; 26:9, 11, 16, 23; 2 Sam. 1:14–16; 19:22; Lam. 4:20). (“Ungido” es una traducción del hebreo “Mesías”.)
La ceremonia de la coronación concluía con una aclamación gozosa que rendía la multitud reunida al nuevo soberano: tanto dignatarios de la nación como el pueblo (1 Rey. 1:34, 39; 2 Rey. 11:12, 14). Al ofrecer una aclamación en honor del rey recién coronado, la gente reconocía la autoridad del rey y se sometía a ella. Después del rito de la coronación en el santuario, la multitud reunida dejaba el santuario e iba al palacio real donde el nuevo rey ocupaba su lugar en el trono (cf. 1 Rey. 1:46; 2 Rey. 11:19), acompañado por el gozo tumultuoso de la multitud (2 Rey. 11:20).
Cuando se compara Apocalipsis 5 con los informes de coronación del Antiguo Testamento, se detectan varios detalles paralelos. Primero, las dos partes de la antigua ceremonia de entronización (la primera en el santuario y la segunda en el palacio real) en Apocalipsis 5 se funden en uno y el mismo evento. Esto puede explicarse basados en el hecho de que en Apocalipsis el templo y el palacio no están diferenciados sino son una sola entidad, como se ve más tarde en este capítulo. Luego, la investidura del rey con un rollo/“testimonio” es paralelo a que el Cordero tome el rollo (Apoc. 5:7). Finalmente, el gozo de la entronización es particularmente destacado en Apocalipsis 5 donde el recién entronizado Cristo es saludado con la aclamación imperial: “¡Tú eres digno!”
Un análisis adicional de Apocalipsis 4–5 confirma que se tenía el propósito de realizar el evento de la coronación. En el capítulo 4 se prepara el escenario para la entronización de un gobernante. En la sala del trono celestial (con el esplendor deslumbrante de piedras preciosas, de un arco iris, truenos y relámpagos), toda la atención se concentra en el brillante trono rodeado por cuatro seres vivientes (un orden angélico exaltado) y los veinticuatro ancianos (humanidad redimida, como se verá más tarde). La aclamación incesante al “que está sentado sobre el trono” expresa la atmósfera expectante del momento espléndido. Mientras que el interior del templo/palacio está en el primer plano en el capítulo 4, en el capítulo 5 pasa a un segundo plano. Otro evento tiene predominio: toda la atención se enfoca en que el Cordero toma el rollo sellado, y es seguido por al arrobadora glorificación y adoración del “que está sentado en el trono” y del Cordero. Es especialmente importante que el tomar el rollo sellado, en lugar de su apertura, sea la causa del gozo e invoca la aclamación de los seres celestiales.
Algunos paralelos interesantes pueden notarse entre los capítulos 4 y 5. Primero, el que está “sentado” en el trono, en el capítulo 4, está igualado con la posesión del rollo sellado que tiene el Cordero, presumiblemente Cristo, en el capítulo 5. Segundo, en el capítulo 4, Dios es proclamado como digno de recibir la gloria, el honor y el poder porque él creó todas las cosas (4:11); en el capítulo 5, Cristo es proclamado digno de tomar el rollo sellado y abrir sus sellos porque fue inmolado (5:9). Luego, por virtud de tomar el rollo, Cristo es digno de recibir “el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza” (5:12). Esto equivale a tomar el gobierno. Esta interpretación parece estar en armonía con la comprensión más natural del texto según lo quería el autor.
De este modo se muestra el momento mismo cuando el Cristo resucitado, en el templo/palacio celestial, se acercó al trono y tomó el rollo del trono a la derecha de Dios como el símbolo de la transferencia de toda autoridad y soberanía, que Satán pretendía tener. Luego Cristo se sentó sobre el trono del universo a la derecha del Padre y recibió la adoración y clamores de aclamación que sólo pertenecen a la realeza.
El momento de la escena de Apocalipsis 4–5
¿Cuándo sucede realmente esta ascensión y asunción de autoridad? Numerosos textos del Nuevo Testamento testifican que la exaltación de Cristo en el trono celestial, a la mano derecha del Padre, sucedió después de su muerte expiatoria, su resurrección y ascensión al cielo (Hech. 2:32–36; 13:33–34; Rom. 8:34; Efe. 1:20–22; Heb. 1:3; 10:12; 12:2; 1 Ped. 3:21–22), es decir, en Pentecostés. (Apocalipsis 5:6 menciona que el Espíritu Santo fue enviado a toda la tierra, el evento que sucedió en Pentecostés; cf. Hech. 2:32–36.) G. R. Beasley-Murray nota: “A pesar de la declaración en 4:1, que Juan ahora ha de ver ‘las cosas que sucederán después de estas’, es evidente que la victoria de Cristo ya ha sucedido en su cruz y resurrección, que él ha ascendido al trono de Dios, que su reinado ha comenzado”.5
¿Cómo explicamos, entonces, que aunque Cristo ya se sentó con su Padre en su trono (cf. Apoc. 3:21), falta el momento real en que se sienta en el trono, en Apocalipsis 5? ¿Cómo es que Cristo y el trono, aunque estrechamente vinculados, aparecen separados y distintos a través de la mayor parte del libro? ¿Por qué no es hasta el establecimiento del reino escatológico que el trono divino llega a ser la prerrogativa real y el asiento del gobierno de Cristo (Apoc. 22:1, 3; cf. 7:17)? Parece que Apocalipsis 5 debe entenderse dentro del concepto general del Nuevo Testamento del “ya” y “no todavía”, o la escatología inaugurada y consumada. La escena de Apocalipsis 5 inaugura a Cristo en su ministerio real. Él ya es Rey del universo, ejerciendo su soberanía ya que “toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mat. 28:18; cf. Apoc. 2:27). De acuerdo con Pablo, “preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies” (1 Cor. 15:25). Este reinado de Cristo es el tema de Apocalipsis 6–11. La subyugación de toda rebelión no ha sucedido todavía, sin embargo, pero corresponde al juicio futuro (cf. 1 Cor. 15:24–28). Por ello, Juan reserva el sentarse de Cristo en el trono para el fin. Aunque la entronización de Cristo marca el comienzo del fin, el concepto de escatología consumada está ausente en Apocalipsis 5 y se reserva para el fin del libro.
Apocalipsis 4–5 y la escena del juicio
Un concepto popular sugiere que Apocalipsis 4–5 describen una escena de juicio. Los que sostienen esta idea creen que Apocalipsis 4–5 se edifica sobre Daniel 7:9–14. Son evidentes algunos paralelos con Daniel: la presencia de más de un trono (Dan. 7:9; cf. Apoc. 4:4), Dios sentado sobre el trono radiante (Dan. 7:9b; cf. Apoc. 4:2–3), la presencia de innumerables seres celestiales (Dan. 7:10b; cf. Apoc. 5:11), la mención de libro(s) (Dan. 7:10b; cf. Apoc. 5:1), el Hijo del hombre recibe dominio (Dan. 7:13–14; cf. Apoc. 5:6–9), y la presencia de los santos (Dan. 7:14; cf. Apoc. 5:9). Sin embargo, a pesar de los paralelos evidentes, nada en el texto indica que Apocalipsis 4–5 es una escena de juicio.
Primero de todo, en Apocalipsis 4–5 no aparece el lenguaje de juicio. Aunque el lenguaje del juicio aparece a menudo en el resto del libro (p. ej., Apoc. 6:10; 11:18; 14:7; 16:5; 17:1; 18:10, 20; 19:2; 20:4, 12–13), es evitado intencionalmente en Apocalipsis 4–5. La única presencia del lenguaje de juicio en la primera mitad del libro se encuentra en Apocalipsis 6:10; este texto deja claro que desde la perspectiva de los capítulos 4–5, el juicio no ha sucedido todavía. Los mártires debajo del altar claman: “¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?”
El uso de términos clave como “a la mano derecha”, “digno”, “el León de la tribu de Judá”, y “la raíz de David” no significa juicio sino realeza. Las aclamaciones de gloria, honor, poder, bendición y fortaleza (Apoc. 4:11; 5:13) no son apropiados en una escena de juicio, sino están dirigidas hacia un dignatario real que gobierna sobre el trono o está por sentarse allí. Estos gritos jubilosos de adoración no se oyen en las escenas de juicio en la Biblia (Dan. 7:9–14; Apoc. 20:11–15) o en la literatura apocalíptica judía. Sencillamente no armonizan con una atmósfera de juicio.
Finalmente, tanto en la literatura bíblica como en la judaica, las escenas de juicio incluyen la apertura de los “libros”. En Apocalipsis 5 hay solo un libro, el rollo sellado, y no se menciona su apertura. La causa de la explosión de gozo, adoración, aclamaciones reales, y adoración de los seres celestiales (Apoc. 5:7–14) es que Cristo lo toma, no que lo abre. La apertura de los “libros” del juicio se reserva para el fin del Apocalipsis, donde se describe el juicio final con un claro lenguaje de juicio (Apoc. 20:11–15).
Sin embargo, la acción del juicio no puede excluirse enteramente de la entronización. Debe notarse que las antiguas ceremonias de entronización también tenían importancia de juicio. El rey era considerado tanto un gobernante como un juez (cf. 1 Rey. 3:16–28; 7:7; Prov. 31:9). De este modo, a las ceremonias de entronización del Antiguo Testamento generalmente las seguían acciones de juicio cuando un recién entronizado rey procedía a castigar a quienes se habían mostrado desleales y rebeldes, y a conceder beneficios favorables a los adherentes leales (1 Rey. 2; 16:11; 2 Rey. 9:14–10:27; 11:1, 13–16). En Isaías 11:1–5, “la vara del tronco de Isaí” recibe el Espíritu de Dios con sabiduría y comprensión para juzgar al pueblo con justicia que fue ofrecida al recién coronado rey Salomón (cf. 1 Rey. 3:8–11). De acuerdo con los Salmos 2 y 110, un rey ungido y entronizado ejerce autoridad para reinar al juzgar a quienes fueron rebeldes (cf. Sal. 2:7–11 y Apoc. 19:15–16).
Por el mismo evento de la entronización de Cristo, a los fieles se les otorga el derecho de ser “para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra” (5:9–10; cf. 7:9–17). No obstante, las acciones del recién entronizado Cristo que siguen a la ceremonia de entronización (pintada en la apertura de los siete sellos) son “juicios preliminares” que suceden en la tierra en orden: guerras, matanzas, hambre y pestilencia. Como se ve en la referencia al capítulo 6, los conceptos de guerras, hambre, pestilencia y bestias salvajes recuerda las maldiciones del pacto en el Pentateuco (cf. Lev. 26:21–26) y su ejecución en el contexto del exilio babilónico (Jer. 14:12–13; 21:6–9; 24:10; 29:17, 18; Eze. 6:11–12; 33:27–29). Estos conceptos llegaron a ser términos técnicos para los “ayes” del pacto con los que Dios castigaría la apostasía y la deslealtad al pacto (Jer. 15:2–3; Eze. 5:12–17; 14:12–23; Hab. 3:12–16).6 La coronación de Cristo en Apocalipsis 5 marca así el comienzo de la ejecución del juicio.
De aquí que, aunque Apocalipsis 5 no es una escena de juicio, le sigue un juicio posterior. Así, cuando en Apocalipsis 5, Cristo es instalado en el trono celestial (que también es el trono del juicio [Apoc. 20:11–15; cf. Dan. 7:9–10]), él asume tanto las funciones reales como las de juez (cf. Juan 12:31–32). Su dignidad, y sus “siete cuernos, y siete ojos, los cuales son los siete espíritus de Dios” (Apoc. 5:6), significan su capacidad y derecho tanto de gobernar como de juzgar. El destino de la humanidad se pone en su mano cuando se acercó al trono celestial y tomó el libro sellado.
Se necesitan algunos comentarios con respecto al concepto popular de que Apocalipsis 4 y 5 describen la escena del juicio investigador de 1844.7 Primero, los argumentos precedentes no apoyan ningún concepto de escena de juicio con respecto a Apocalipsis 4–5. Segundo, si Apocalipsis 4–5 describen la escena del juicio investigador de 1844, entonces todo lo que sigue a Apocalipsis 5, incluyendo los siete sellos, las siete trompetas, y el ministerio de los dos testigos de Apocalipsis 11, ocurriría después del año 1844. Un análisis cuidadoso de Apocalipsis 6–11 no apoya tal idea. Además, el análisis de la disposición literaria de Apocalipsis en la introducción de este comentario muestra que la composición estructural de la primera mitad del libro se concentra en la era cristiana, en vez de hacerlo en un período escatológico. La evidencia claramente apoya la idea de que Apocalipsis 4–5 describe la entronización del Cristo resucitado a la diestra del Padre (cf. Dan. 7:13–14; Fil. 2:6–11), el evento que ocurrió en Pentecostés (Hech. 2:32–36), como la interpretación más satisfactoria. Esperaríamos, entonces, que el material que sigue a Apocalipsis 5 cubra la historia a lo largo de toda la era cristiana desde el siglo primero hasta la Segunda Venida.
El libro sellado de Apocalipsis 5
Si Apocalipsis 4–5 describen la escena de la exaltación del Cristo resucitado sobre el trono del universo a la diestra del Padre (y la evidencia apoya con fuerza tal concepto), entonces, ¿cuál es el rol y el significado del libro sellado descrito en la entronización? A fin de proporcionar una respuesta adecuada es necesario determinar el trasfondo apropiado del Antiguo Testamento para toda la escena de Apocalipsis 5.
El libro del pacto y la ceremonia de entronización
Nuestra búsqueda del motivo-tema del Antiguo Testamento en el cual el rollo está relacionado con el trono nos lleva a Deuteronomio 17:18–20. El texto muestra que el primer deber del rey israelita cuando asumía el trono era hacer una copia de la ley para sí en un rollo. Esta “ley”, el Libro del Pacto de Dios, era evidentemente lo que conocemos hoy como el libro de Deuteronomio. Moisés escribió su contenido en un rollo, y lo puso en el santuario para ser custodiado por los levitas (Deut. 31:9, 24, 26). De esta copia original de Deuteronomio, el recién coronado rey tenía que hacer una copia para sí mismo en ocasión de su entronización. El rey debía guardar el rollo a lo largo de toda su vida, para leerlo y estudiarlo en forma constante, y para obedecer diligentemente toda su instrucción.
El Libro del Pacto desempeñó un rol muy importante en la historia del Israel del Antiguo Testamento y de sus reyes. Cuando un rey israelita se sentaba sobre el trono, se le entregaba una copia del Libro del Pacto. Leemos, por ejemplo, cómo en la coronación del primer rey de Israel (Saúl), Samuel “recitó luego al pueblo las leyes del reino, y las escribió en un libro, el cual guardó delante de YHWH” (1 Sam. 10:25). En su entronización, de acuerdo con 2 Reyes 11:12, el rey de Judá, Joas, fue llevado a un lugar especial reservado para el rey en “la casa de YHWH” donde fue investido con los símbolos reales de “la corona y el testimonio”. Tanto la corona como “el testimonio” aparecen como señales del reino. Representaban el derecho a gobernar.
En el Antiguo Testamento, el testimonio siempre se usa con referencia a la ley y la instrucción de Dios (Éxo. 31:18; 32:15; Sal. 19:7; 119:13–16, 35–36, 143–144). El testimonio era claramente la exposición de la ley en el libro de Deuteronomio (cf. 4:45; 6:17, 20), o “una copia de esta ley”, de Deuteronomio 17:18. Es especialmente interesante que el joven príncipe Joás fuera proclamado rey después de que le pusieron la corona sobre la cabeza y una copia del Libro del Pacto en sus manos. También, en 2 Reyes 23, vemos al joven rey Josías tomando el rollo de Deuteronomio y aprendiendo de él.
Al sentarse sobre el trono, el nuevo rey comenzaría a reinar (1 Rey. 16:11; 2 Rey. 13:13). La posesión del rollo del Pacto y la capacidad de abrirlo y leerlo demostraba su derecho a gobernar y a tratar cualquier crisis que pudiera afrontar. Por otro lado, el rollo era un recordativo constante de que era responsable ante Dios, el Gran Rey, por el ejercicio de su poder. El trono real que ocupaba era, de hecho, “el trono de YHWH” (1 Crón. 29:23) o, más explícitamente, “el trono del reino de YHWH sobre Israel” (1 Crón. 28:5). El rey israelita era co-gobernante con Dios, honrado de sentarse a su mano derecha (Sal. 110:1; cf. 80:17).
Al cumplir sus deberes reales, el rey de Israel había de ser el representante de Dios y el mediador del pacto. Al poseer el Rollo del Pacto, asumía la responsabilidad de leer su contenido al pueblo en su reino en ciertas ocasiones. Por sobre todo, su deber era instruir al pueblo acerca de su contenido por medio de agentes especiales. Leemos, por ejemplo, de la gran reforma bajo el fiel rey Josafat, quien envió un equipo de príncipes y levitas, y “enseñaron en Judá, teniendo consigo el libro de la ley de YHWH, y recorrieron todas las ciudades de Judá enseñando al pueblo” (2 Crón. 17:7–9).
En todo el Antiguo Testamento, el Libro del Pacto desempeñó un papel decisivo en la vida y el destino del pueblo de Israel. Aunque la anterior coronación del rey Joás (2 Rey. 11:12) es la única referencia explícita que muestra que los reyes de Israel siguieron las reglas de Deuteronomio 17:18, algunas referencias indirectas sugieren que las vidas de los reyes fieles fue gobernada por las instrucciones del Libro del Pacto. Cada ascensión al trono era, al mismo tiempo, la renovación de la relación de pacto entre Dios, el Gran Rey y su pueblo.
Un momento importante en la historia de Israel sucedió con David, a quien Dios había “designado para que sea príncipe sobre su pueblo” (1 Sam. 13:14). Dios hizo un pacto con David, prometiéndole la perpetuidad de su dinastía (2 Sam. 7:1–17). “El Señor le ha hecho a David un firme juramento que no revocará: ‘A uno de tus propios descendientes lo pondré en tu trono’” (Sal. 132:11, NVI). Para experimentar el cumplimiento de esta promesa, David y sus descendientes debían vivir en armonía con el pacto como se indica en el Libro del Pacto: “Si tus hijos guardaren mi pacto, y mi testimonio que yo les enseñaré, sus hijos también se sentarán sobre tu trono para siempre” (Sal. 132:12). En su discurso final a Salomón, David lo animó: “Guarda los preceptos de YHWH tu Dios, andando en sus caminos, y observando sus estatutos y mandamientos, sus decretos y sus testimonios, de la manera que está escrito en la ley de Moisés, para que prosperes en todo lo que hagas y en todo aquello que emprendas; para que confirme YHWH la palabra que me habló” (1 Rey. 2:3–4; la cursiva fue añadida; cf. 1 Crón. 22:13).
El Sellamiento del Libro del Pacto
La historia posterior del reino de Israel muestra que sólo unos pocos de los reyes de Israel siguieron las instrucciones de Dios con respecto al Libro del Pacto. Los libros históricos claramente muestran que el ideal de Dios, de que el rey obedezca el Libro del Pacto, rara vez se cumplió. El colapso del reino de Israel se describe como un resultado de quebrantar el pacto con Dios (2 Rey. 17:7–23). La situación en Judá no fue más prometedora.
Los mensajes de los profetas en el período anterior al Exilio fueron esencialmente acusaciones a Judá y sus reyes por quebrantar el pacto. Este período se describe como de gran apostasía religiosa que pareció comenzar con el fracaso obvio de reyes como Acaz, al no vivir de acuerdo con el pacto davídico (cf. 2 Crón. 28:1–27; Isa. 7–12). Durante el reinado de Manasés y su sucesor Amón, el Libro del Pacto fue completamente olvidado. La reforma de Josías (2 Rey. 23) no cambió el curso de los reyes de Judá, y uno bien puede pensar si la mayor parte de la gente sufrió algún cambio de corazón. En la víspera del Exilio, Jeremías fue llamado a anunciar juicios amenazadores contra el rey infiel que se sentaba sobre “el trono de David” (Jer. 13:13; 22:2; 29:16; 36:30). Los juicios inminentes eran inevitables. El exilio a Babilonia marcó así la terminación del reino davídico y de la dinastía de David.
Especialmente importante es el hecho de que fue antes del Exilio y durante él que los profetas anunciaron el sellado de la revelación de Dios. El primer anuncio aparece en Isaías, el libro que desde el principio testifica de la gran apostasía del pueblo de Judá y de sus reyes: “Ata el testimonio, sella la ley entre mis discípulos” (Isa. 8:16). Vemos aquí que el sellamiento y el atado, y el testimonio y la ley, son paralelos. El testimonio representa “el libro de la ley”, es decir, el libro de Deuteronomio, depositado “al lado del arca del pacto de YHWH vuestro Dios” (Deut. 31:26) y con el cual los reyes de Israel eran investidos en su entronización (2 Rey. 11:12). Las visiones ahora fueron selladas porque el pueblo rehusó aceptarlas. Isaías se refiere más tarde a este Libro del Pacto sellado cuando compara sus visiones con las “palabras de libro sellado” el cual ninguno podía leer porque estaba sellado (Isa. 29:11). El “libro sellado” se refiere claramente al “testimonio” mencionado en Isaías 8:16 con una orden de sellarlo. El lenguaje figurativo del texto se refiere a un rollo que se enrolla, se ata con un cordel, y se sella. El contexto del pasaje sugiere el “sellamiento” simbólico de la revelación de Dios como resultado de la acción divina:
“Pierdan el juicio, quédense pasmados, pierdan la vista, quédense ciegos; embriáguense, pero no con vino; tambaléense, pero no por el licor. El Señor ha derramado sobre ustedes un espíritu de profundo sueño; a los profetas les cubrió los ojos, a los videntes les tapó la cara.
Para ustedes, toda esta visión no es otra cosa que palabras en un rollo de pergamino que está sellado. Si le dan el rollo a alguien que sepa leer, y le dicen: “Lea esto, por favor”éste responderá: “No puedo hacerlo; está sellado”. Y si le dan el rollo a alguien que no sepa leer, y le dicen: “Lea esto, por favor”, éste responderá: “No sé leer”. El Señor dice:
“Este pueblo me alaba con la boca y me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí,su adoración no es más que un mandato enseñado por hombres. Por esto…perecerá la sabiduría de su sabios, y se esfumará la inteligencia de sus inteligentes”. (Isa. 29:9–14, NVI)
Este pasaje indica que el “sellamiento” tenía que ver con la incapacidad de los seres humanos de discernir y comprender la voluntad revelada de Dios. El “sellamiento” en Isaías era claramente el resultado de la falta de disposición y de preparación del pueblo de Israel de adherirse a la revelación de Dios dada por medio de Moisés y de los profetas.
Que la revelación de Dios pudiera ser sellada al pueblo, se afirma explícitamente en el libro de Daniel, que fue escrito durante el Exilio: “Estas palabras están cerradas y selladas hasta el tiempo del fin” (Dan. 12:9; cf. 8:26; 12:4). El sellamiento aquí claramente implica el ocultamiento de la revelación de Dios, es decir, las predicciones y sus planes de juicio y salvación, durante un cierto tiempo.
Las fuentes judías proporcionan suficiente evidencia de que los judíos de los días de Juan creían, según los textos del Antiguo Testamento arriba citados, que la falta de disposición de los israelitas de prestar atención al Libro del Pacto causó su sellamiento. Esta idea aparece primero en la comunidad judía en Qumram. Un fragmento interesante que contiene un pesher sobre Isaías 29:10–11 muestra que los habitantes de Qumram evidentemente comprendían que el sellamiento implica la cancelación de la revelación de YHWH al pueblo:
Is 29:10–11 [Porque] 1el Señor derrama [sobre] vosotros [un aliento] de desfallecimiento y hará intermitentes [vuestros ojos—los profetas—y] 2cubrirá vuestras cabezas—los videntes–. Para vosotros [cualquier visión] será [como el texto de un 3[libro se]llado: lo dan a alguien que puede leer, diciéndo[le: Por favor lee esto,] 4[y él responderá: No puedo porque] está sellado.8
La idea de “Libro de la ley [Torah] sellado” también se encuentra en la Regla de Damasco:
Y con respecto al príncipe está escrito, “Él no multiplicará esposas para sí” (Deut. 17:17); pero David no había leído el libro sellado de la Ley que estaba en el arca (del Pacto), porque no fue abierto en Israel desde la muerte de Eleazar y Josué, y los ancianos quienes [o porque ellos] adoraron a Astarté. Fue escondido y (no fue) revelado hasta la venida de Sadoc.9
Este pasaje peculiar indica que la secta de Qumram sostenía que el “libro” de la Torah, que evidentemente se relacionaba con las reglas del reino de Deuteronomio 17:14–20 podía ser sellado debido a la falta de reyes en Israel; aquí en el texto fue “sellado” en el arca durante el tiempo desde Josué hasta el surgimiento de Sadoc al sacerdocio: el sumo sacerdote en el tiempo de David10 (es decir, durante el período “en que no había rey en Israel”). El “sellamiento” que evidentemente debe tomarse en forma simbólica, fue asignado exclusivamente al pecado y a la infidelidad de los líderes nacionales. Con el surgimiento del reino davídico, presumiblemente el rollo fue “des-sellado”.
Los rabíes judíos creían que la deslealtad de los reyes hebreos y su falta de disposición de seguir el Libro del Pacto provocaron su “sellamiento”. Tal idea ya está expresada en los Tárgums, donde el rechazo de la ley que hizo el pueblo, en el tiempo de Isaías, llegó a ser la base para el mandato del profeta: “Profeta, guarda el testimonio, no testifiques entre ellos, porque no prestarán atención. Sella y esconde la ley; ellos no desean aprender de ella”.11 El “sellamiento” estuvo asociado en la sinagoga con la amenaza del retiro de la Shekinah y de ir al Exilio.12 De acuerdo con la misma fuente, una tarea del “siervo, el Mesías” de YHWH sería “abrir los ojos de la casa de Israel que están tan ciegos como la Torah”.13
Los rabíes también creían que el sellamiento de la Ley comenzó durante el reinado del rey Acaz, que “hizo que cesaran los sacrificios, y selló la Torah, como está escrito: ‘Ata el testimonio, sella la ley entre mis discípulos’ (Isa. 8:16)”. Los reyes que vinieron después de Acaz—Manasés, Amón y Joacim—fueron igualmente culpables de rechazar la Ley, contribuyendo de este modo a su sellamiento.14 Evidentemente, comprendieron la desaparición del reino de Israel como la acción divina de un “guardar” simbólico del Libro del Pacto y esconder su contenido por un período definido.
El exilio babilónico y la caída de la monarquía marcaron en la mente judía el fin del reino davídico cuando el Libro del Pacto quedó “sellado”. El “sellamiento” de la revelación de Dios en tiempo de Isaías, fue claramente el resultado de la falta de disposición y de preparación del pueblo, de adherirse a la revelación de Dios dada por medio de Moisés y de los profetas. El “sellamiento” del Libro del Pacto no debiera entenderse en el sentido de que el pueblo no tenía acceso a conocer la voluntad de Dios, sino más bien que Israel ya no tenía un rey del linaje de David sobre el trono. Aunque más tarde el pueblo judío tuvo otra vez reyes, no eran descendientes legítimos de David. La promesa del Antiguo Testamento con respecto al rey ideal del linaje davídico en Israel, quedaría reservada para un tiempo escatológico futuro.
Cristo Como El Verdadero Rey Davídico
Después del Exilio, cuando el pueblo de Israel ya no tenía un rey davídico en el trono, tomaron la forma de una comunidad sujeta a una ley divina, bajo la cual los intérpretes dotados de autoridad, eran los sacerdotes en lugar de los reyes. Toda la esperanza de Israel gradualmente pasó a la aparición de un futuro rey del linaje de David que cumpliría el papel del ideal y verdadero rey de Israel.
Especialmente durante el período de la apostasía de los reyes de Judá y de la nación antes del Exilio, los profetas señalaron la futura venida del rey davídico ideal, el Mesías que se sentaría sobre el trono de David y fielmente instruiría al pueblo. De acuerdo con Jeremías, la desaparición del reinado israelita de ningún modo anulaba la promesa del pacto a David: “No faltará a David varón que se siente sobre el trono de la casa de Israel” (Jer. 33:17; cf. 23:5), porque Dios todavía era fiel a su promesa de pacto a David (Jer. 33:20–21). Durante el exilio babilónico, Ezequiel profetizó que con la venida del Mesías, la promesa del pacto dada a David lograría su realidad: “Mi siervo David será rey sobre ellos, y todos tendrán un solo pastor; y andarán en mis preceptos y mis estatutos guardarán, y los pondrán por obra” (Eze. 37:24; cf. 34:23–25).
Las fuentes judías posteriores al Exilio muestran cómo el pueblo esperaba ansiosamente la venida del descendiente davídico prometido, el Mesías o Cristo (“el Ungido”). Como un rey ideal, reinaría sobre el trono de David y fielmente instruiría al pueblo en la Ley de Dios.15 Con el telón de fondo del Antiguo Testamento de la terminación del reino davídico, y con el clima de expectativa del cumplimiento de la promesa del Antiguo Testamento entre el pueblo judío, Juan presenta a Cristo. Él es el “León de la tribu de Judá, el Retoño de David” (Apoc. 5:5), quien fue el único “digno” de tomar el rollo sellado como señal de reinado.
Como se podría esperar, la promesa del Antiguo Testamento con respecto al rey ideal del linaje de David se cumplió en la persona de Jesús, el Mesías en el Nuevo Testamento (Hech. 2:29–36; 13:22–38; Heb. 1:2–13). Cuando después de su resurrección Cristo fue instalado sobre el trono celestial a la diestra de Dios, la profecía del Antiguo Testamento se cumplió (Hech. 2:33–36; 5:31; Rom. 8:34; Efe. 1:20; Col. 3:1; Heb. 1:3, 13; 8:1; 10:12; 12:2; 1 Ped. 3:22). La promesa de Natán a David (2 Sam. 7:12–16) se consumó así en Jesucristo. Él es el descendiente de David (Luc. 1:27; Rom. 1:3; 2 Tim. 2:8) o “el hijo de David” (Mat. 9:27; 21:9; Mar. 10:47–48; Luc. 18:38–39). En Lucas, Gabriel le anunció a María que el hijo que tendría sería “llamado el Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (Luc. 1:32–33; Hech. 13:22–23). En su sermón de Pentecostés, Pedro presentó a Cristo como el legítimo descendiente del trono de David (Hech. 2:29–36). En Hebreos, la permanencia del trono de Dios se realizó en Cristo: “Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos” (cf. Heb. 8:1). En Jesucristo, todas las promesas de Dios encontraron su cumplimiento (2 Cor. 1:20).
Parece que Deuteronomio 17:18–20, con respecto al rey de Israel y al rollo de la ley, encuentra su pleno cumplimiento en la naturaleza del reinado que Jesús manifestó en el Nuevo Testamento. Como el Mesiánico Rey del linaje de David, en los cuatro Evangelios se presenta en el rol del gran maestro de la Ley. Por ejemplo, mientras el evangelio de Mateo enfatiza el rol de Jesús como rey (Mat. 1:1; 2:2; 25:31, 34; 27:11, 42), Jesús también es el expositor de la “ley” en el Sermón del Monte (capítulos 5 al 7).
De acuerdo con el informe de Lucas, inmediatamente después de su bautismo, Jesús recibió el ungimiento regio del Espíritu Santo y fue proclamado el Hijo de Dios. Como el Ungido de Dios, comenzó su ministerio público en la sinagoga de Nazaret, donde con el rollo de las Escrituras en sus manos, leyó Isaías 61:1: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Luc. 4:18, 19). Después de la lectura, concluyó: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros” (4:21), invocando así tanto la alabanza como la sorpresa de sus oyentes.
El Libro Sellado Como Símbolo De Reinado
Debemos entender Apocalipsis 5 contra el telón de fondo de la coronación de los reyes israelitas en el Antiguo Testamento, así como el rol del Deuteronomio como el Libro del Pacto en las ceremonias de coronación y en la historia de Israel. Ya hemos determinado que Apocalipsis 4 y 5 describen la ceremonia de entronización en la sala celestial del trono, en el que el Cristo resucitado fue instalado y exaltado sobre el trono del universo a la derecha del Padre como corregente. El rollo sellado en Apocalipsis debe, por tanto, tener el mismo significado e importancia que el Libro del Pacto en las entronizaciones del Antiguo Testamento. Ahora bien, Juan nos dice que el libro sellado ha sido entregado al rey ideal del linaje de David, el “Hijo” escatológico (Apoc. 1:13; 2:18; 14:14; cf. Dan. 7:13–14); él es hallado digno de tomar el rollo como señal de reinado y sentarse en el trono de su Padre como corregente (Apoc. 3:21). La entrega simbólica del rollo sellado en las manos de Cristo puede ser considerado como un “acto ceremonial formal, por el que él fue reconocido como el Gobernante Supremo del universo”,16 y la señal de la inauguración de su dominio universal y señorío sobre el mundo.
Esto plantea una pregunta obvia: ¿Por qué era necesario que Cristo recibiese el rollo del pacto? Debemos recordar que Juan escribió su Apocalipsis principalmente para lectores de su tiempo, que aparentemente estaban familiarizados con estos motivos del Antiguo Testamento y estaban con un espíritu expectante del cumplimiento de todas las profecías del Antiguo Testamento. Él no quería dejarlos con alguna duda de que esas profecías del Antiguo Testamento habían encontrado su cumplimiento en la persona y ministerio de Jesucristo. Él usó todo argumento posible para demostrar que a Cristo “toda potestad me [le] es dada en el cielo y en la tierra” (Mat. 28:18). Así él pintó la transferencia de la autoridad a Cristo según la costumbre del Antiguo Testamento en la entronización de los reyes israelitas del linaje de David.
Cristo ciertamente no tenía necesidad de un “rollo”, como la tenían los reyes de Israel, para recordarle sus deberes del pacto, así como él no tenía necesidad de ser bautizado (que fue su ungimiento) al comienzo de su ministerio terrenal. Al someterse al bautismo, sin embargo, dio la respuesta que todo Israel debía dar: “Así conviene que cumplamos toda justicia” (Mat. 3:15). El Padre declaró: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mat. 3:17). El pueblo de Israel había demostrado ser hijos desobedientes, frustrando a Dios; pero aquí estaba el “Hijo” en quien se había cumplido la verdadera calidad de hijo.
Esto explica por qué se describe a Cristo de acuerdo con el reinado israelita del pacto davídico. Los reyes davídicos demostraron ser hijos desobedientes e infieles al pacto. No obstante, donde ellos fracasaron, Cristo, el Hijo ideal de David, tuvo éxito. Por lo tanto, cuando en Apocalipsis 5 aparece Cristo en la escena en la forma simbólica de un cordero, como el único “digno” de tomar el rollo, él responde como los reyes del Antiguo Testamento—e Israel como nación—tendrían que haber respondido. El trono de David ya no está desocupado o no es efectivo, sino es transferido al Cristo triunfante, quien lleva adelante todos los planes de Dios. El libro del Pacto ya no está sellado ni su contenido escondido. Cuando Cristo lo recibió y estuvo en su posesión, se introdujo la venida del reino prometido. Desde ese momento en adelante, y en la misma presencia de Jesús, el reino de Dios se manifestó y sigue manifestándose.
El Significado Del Libro Sellado
La entrega del rollo de Deuteronomio, como el Libro del Pacto, a un rey recién coronado en el Antiguo Testamento (Deut. 17:18–20; 2 Rey. 11:12) parece ser el motivo clave, y provee un trasfondo satisfactorio para la escena de Apocalipsis 5. El libro actúa como un símbolo de la instalación del Cristo resucitado sobre el trono del universo, significando su autoridad y derecho de reinar.
El rollo sellado simboliza la promesa de Dios de dar el reino a su pueblo. Al ser entregado a Cristo, quien por medio de su muerte expiatoria y su resurrección cumplió la promesa con respecto al reino (Apoc. 5:9–10), el rollo significa que Cristo ha recibido el señorío así como la autoridad y el poder de reinar en ese reino (Apoc. 5:12; cf. Fil. 2:9–11; 1 Ped. 3:22). Que Cristo recibió el libro también significa la transferencia legítima a él del dominio del mundo que se perdió por causa del pecado. Así, con el rollo, el Padre instala a Cristo como el gobernante al final del tiempo, transfiriéndole a él la “realización de su plan para la historia”.17 Como se analiza más tarde, el libro sellado se relaciona con el concepto del “misterio de Dios”, la frase que en el Nuevo Testamento se refiere al plan de Dios de redimir y de reunir el universo entero, y de establecer su reino eterno.
Entendido de este modo, el rollo sellado parece ser el libro del pacto eterno de Dios, la revelación de sus actos salvíficos en favor de la humanidad. Es un “registro de la controversia cósmica”,18 símbolo de la esencia del plan y propósito de Dios para la raza humana y el universo entero. Contiene los juicios y la salvación que se liberarán en la Segunda Venida. Esto es exactamente lo que quiso decir Elena G. de White cuando dijo que es el “libro de la historia de las providencias de Dios, y la historia profética de las naciones y de la iglesia. Este contiene las declaraciones divinas, su autoridad, sus mandamientos, sus leyes, todo el consejo simbólico del Eterno, y la historia de todos los poderes gobernantes en las naciones. En lenguaje simbólico, ese rollo contiene la influencia de cada nación, lengua y pueblo desde el comienzo de la historia de la tierra hasta su final”.19
El Contenido Del Libro Sellado En Apocalipsis 5
Evidencias precisas indican que el libro sellado está estrechamente relacionado con el libro del Apocalipsis mismo. Primero de todo, se llama al contenido del libro un apokálupsis, que tiene el sentido literal de un “descubrir”. Este término evidentemente se refiere a “una revelación de lo que anteriormente estaba escondido”.20 Así, este término bien podría indicar que el Apocalipsis es una revelación del mensaje de Dios que estaba anteriormente sellado o mantenido oculto, hasta el tiempo señalado, debido a la deslealtad humana y su falta de fidelidad a Dios. Juan precisamente quería decir a sus lectores que había llegado el tiempo profetizado y que la revelación divina sellada estaba a punto de ser revelada debido a la “dignidad” del verdadero descendiente de David. De aquí la instrucción dada a Juan al final del libro: “No selles las palabras de la profecía de este libro” (22:10).
Segundo, el estrecho vínculo entre el rollo de Apocalipsis 5 y el libro del Apocalipsis reciben apoyo adicional por los asombrosos paralelos entre Apocalipsis 1 y 4–5. Apocalipsis 5 describe a Cristo al tomar el libro de la diestra de Dios, quien es el “Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir” (Apoc. 4:8; cf. 11:17), que es el nombre de YHWH, el Dios del pacto del Antiguo Testamento. En el capítulo 1 Dios da la revelación a Jesucristo quien de igual modo es identificado como “el Señor, el que era y que es y que viene, el Todopoderoso” (Apoc. 1:8; cf. 1:4). En ambos textos, “los siete espíritus” están delante de su trono (Apoc. 1:4; 4:5; 5:6).
Sin embargo, algunas diferencias entre los dos pasajes parecen ser de importancia especial. Primera, mientras Apocalipsis 5 pinta un libro sellado que nadie en el universo podía abrir y mirar su contenido (5:1–3), Apocalipsis 1 se refiere a un libro cuyo contenido está revelado (1:1–3; cf. 22:10). Segunda, mientras en Apocalipsis 5 el rollo está en la mano de Cristo simbolizando su derecho a reinar, en el capítulo 1 la revelación es dada a Cristo para ser trasmitida al pueblo de Dios. Cristo lo entrega, simbólicamente, por medio de un ángel a Juan, quien entonces “pasó a la iglesia, en la forma de ‘un libro [biblíon] de profecía’ (22:7, 10, 18, 19), las cosas que él había visto”.21 Así como se entregaba a los reyes del Antiguo Testamento un rollo del Pacto en su entronización, y debían instruir al pueblo por medio de instrumentos especialmente escogidos, así el Apocalipsis, que primero significa la autoridad real de Cristo, tiene el propósito de instruir a las iglesias por medio de instrumentos especialmente escogidos. Después de todo, el libro entero del Apocalipsis se dirige y envía al pueblo de Dios.
Aunque la evidencia vincula el libro sellado con el Apocalipsis, su contenido parece ser más amplio que el contenido del último libro de la Biblia. El libro mismo nos informa al mismo comienzo, que pasó de Dios a la iglesia por medio de una cadena de mediación: Dios el Padre entregó la revelación a Cristo, quien la trasmitió por medio de un ángel a Juan, quien lo pasó a la iglesia en la forma de un rollo o libro (1:11; 22:7, 10). Esto se corresponde notablemente con la escena de Apocalipsis 5 donde el Cristo recién entronizado, toma el libro sellado de la diestra del Padre. La apertura del rollo del Pacto que abrían los reyes israelitas era una actividad practicada después de su entronización. Esto parece ser una de las razonas por las que la escena de Apocalipsis 5 no dice nada acerca de abrir el libro sellado, pues todo el foco está sobre el hecho de que Cristo toma el lugar a la diestra del Padre como parte de la ceremonia de entronización.
Cuando llegamos al capítulo 10, el cuadro es completamente diferente. Allí vemos a un ángel fuerte que desciende del cielo con “un librito abierto” (Apoc. 10:2). El librito (gr. biblarídion) significa un pequeño rollo de papiro en comparación con el rollo de tamaño normal en Apocalipsis 5. El hecho de que este “librito” está abierto se expresa en griego con el participio perfecto pasivo. El tiempo perfecto indica que el contenido del rollito ha sido revelado en algún momento anterior. La forma pasiva actúa aquí como un pasivo divino hebreo, sugiriendo que el abrirlo fue acción de Dios. La razón principal para el uso de la expresión “librito” y el énfasis sobre el hecho de estar abierto puede ser para contrastarlo con el rollo del capítulo 5 que era más grande, estaba enrollado y sellado.
De acuerdo con Apocalipsis 10:7, el libro sellado se relaciona con el concepto del “misterio de Dios”, un término del Nuevo Testamento que siempre se usa en el sentido escatológico.22 Se refiere a todo el propósito de Dios de redimir y reunir al universo entero. Gira alrededor del pleno establecimiento del reinado de Dios y su reino eterno, identificando a “los ciudadanos que lo habitarán, y a aquellos que estarán excluidos de él”23 (cf. Apoc. 11:15–18). Aunque oculto durante mucho tiempo, el misterio ha sido revelado por medio de la predicación del evangelio (Rom. 16:25–26; 1 Cor. 2:6–10; Efe. 3:1–20; 1 Tim. 3:16). Este misterio está abierto al pueblo de Dios, pero cerrado a quienes están fuera del reino (Mat. 13:11). Sin embargo, parece que solo una parte de ese misterio ha sido revelado al pueblo de Dios, pues el ángel ordena a Juan que selle y no escriba lo que dijeron los siete truenos (10:4). El resto ha de ser revelado en la Segunda Venida, porque “en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comience a tocar la trompeta, el misterio de Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos los profetas” (Apoc. 10:7).
Todo eso puede sugerir que el librito trasmitido por medio del ángel a Juan en el capítulo 10 contiene solo una parte de la revelación divina de sus planes salvíficos y actos redentores representados por el libro sellado en el capítulo 5.24 Contiene la providencia y mensajes divinos esenciales que son útiles para el pueblo de Dios, que fueron mostrados a Juan en una presentación simbólica y que Juan pasó a la iglesia (cf. Apoc. 10:8–11).25 El aspecto específico del “misterio de Dios” será revelado en los días de la séptima trompeta. Así, la apertura final del libro sellado como el libro del destino, que es la revelación plena del misterio de Dios, ocurre en el juicio final (Apoc. 20:11–15).
| Disposición De Apocalipsis 4 a 22:5 | |
| Capítulos 4–5 | El Padre entrega a Cristo el libro sellado |
| Capítulos 6–9 | Pasos preparatorios para la apertura del libro sellado |
| Capítulos 10–11 | El librito con revelaciones parciales del contenido del libro sellado por Cristo a Juan por medio del ángel fuerte y por medio de Juan a las iglesias |
| Capítulos 12–22:5 | La revelación del contenido del librito (la apertura final del libro sellado se da en 20:11–15) |
En vista de todo lo presentado hasta aquí, el Apocalipsis puede considerarse como la divulgación parcial del misterio divino por medio de Juan al pueblo de Dios. El contenido de ese misterio, que nos ha sido revelado por medio de Juan en términos del librito del capítulo 10, evidentemente se describen en Apocalipsis 12 a 22:5 después que “el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo” (Apoc. 11:19). El Libro del Pacto se guardaba junto al arca del pacto (cf. Deut. 31:9, 24–26). La apertura final del libro sellado con su total divulgación del “misterio de Dios” corresponde a un período escatológico futuro de juicio “que llevará a la historia a su conclusión predeterminada”.26 El contenido del libro sellado, que es de importancia para el pueblo de Dios con respecto a “las cosas que deben suceder pronto” se revelan en Apocalipsis 12 a 22. (Ver además “Retrospección sobre Apocalipsis 10”, y “Panorama: Apocalipsis 12–22:5”.)