Apocalipsis 4 y 5 constituye una unidad literaria y temática. El capítulo 4 es la primera parte de la visión del libro sellado; como tal, establece el escenario para la escena de Apocalipsis 5. El capítulo describe la sala del trono celestial y las huestes celestiales que allí adoran y alaban a Dios, quien está sentado en el trono.
1Después de estas cosas miré, y he aquí, una puerta abierta en el cielo, y la primera voz que oí fue como de trompeta hablándome, diciendo: “Sube aquí, y te mostraré las cosas que deben suceder después de estas cosas”. 2Inmediatamente estaba en el Espíritu; y he aquí, un trono estaba en el cielo, y sobre el trono había Uno sentado; 3y el que estaba sentado tenía la apariencia de piedras de jaspe y de sardio y un arcoíris alrededor del trono tenía la apariencia como de esmeralda. 4Y alrededor del trono había veinticuatro tronos, y sobre los tronos estaban sentados veinticuatro ancianos vestidos de vestiduras blancas y sobre sus cabezas había coronas de oro. 5Y del trono salían destellos de relámpagos y sonidos y retumbar de truenos; y siete antorchas de fuego estaban ardiendo ante el trono, que son los siete Espíritus de Dios, 6y ante el trono había algo como un mar de vidrio, como cristal.
Y en medio del trono y alrededor del trono había cuatro seres vivientes llenos de ojos por delante y por detrás; 7el primer ser viviente era como un león, el segundo ser viviente como un becerro, y el tercer ser viviente tenía un rostro como el de un hombre, y el cuarto ser viviente como un águila volando. 8Y los cuatro seres vivientes, cada uno de ellos tenía seis alas, y están llenos de ojos alrededor y adentro; y no tienen descanso de día ni noche, diciendo:
“¡Santo, santo, santo Señor Dios, el Todopoderoso, que era y que es y que viene!”
9Y cada vez que los seres vivientes daban gloria y honor y gracias al que estaba sentado sobre el trono, el que vive por siempre jamás, 10los veinticuatro ancianos caen postrados ante el que está sentado en el trono y adoran al que vive para siempre jamás, y arrojan sus coronas ante el trono y dicen:
11“Tú eres digno, nuestro Señor y Dios, de recibir gloria y honor y poder, porque tú creaste todas las cosas y porque por tu voluntad existen y fueron creadas.”
Notas
4:1 Una puerta abierta en el cielo.En el Antiguo Testamento griego (LXX), la palabra thúra (“puerta”) aparece más de doscientas veces, muchas de las cuales se relacionan directamente con el santuario/templo.1 El participio perfecto del verbo “abrir” indica que la puerta se había abierto antes que Juan la vio en la visión. La puerta por la cual Juan observaba el interior de la sala del trono, muy probablemente era la puerta del templo celestial.
Ha habido debate entre algunos expositores historicistas con respecto a si la sala del trono fue el lugar de la escena de Apocalipsis 4–5 y si involucra el lugar santo o el lugar santísimo del templo celestial. La evidencia sugiere con fuerza que ambos apartamentos estaban a la vista, debido al hecho de que Juan vio en la sala del trono los artículos del lugar santo del templo terrenal y el trono (simbolizado por el arca del pacto que estaba en el lugar santísimo del templo terrenal cf. 1 Sam. 4:4; Sal. 99:1). Esto sugiere que no está a la vista ningún apartamento especial en esta escena. La cortina que separaba los dos apartamentos estaba quitada, por así decirlo, y los lugares santo y santísimo estaban unidos para formar una sola sala del trono. Hubo solo dos ocasiones en el templo terrenal en las que el templo entero se vio involucrado: la inauguración del santuario (Éxo. 40; 1 Rey. 7–8) y el Día de la Expiación (Lev. 16). Esto sería apropiado para la escena de Apocalipsis 4–5 que muestra la inauguración del santuario celestial y el establecimiento de Cristo tanto en su ministerio sacerdotal y real después de su muerte en la cruz y su resurrección.
Las cosas que deben suceder después de estas cosas. “Estas cosas” evidentemente se refiere a “las cosas que son” (Apoc. 1:19), es decir, el mensaje a las siete iglesias (ver Notas sobre Apoc. 1:19).
4:2 El trono. Sin duda, el concepto del trono de Dios en el Antiguo Testamento como una expresión simbólica de su majestad soberana y su autoridad de gobernante tomó sus imágenes de los tronos terrenales en los tiempos antiguos. Cuando un soberano tomaba asiento sobre el trono, tenía poder regio. A menudo se describe a Dios sentado sobre el trono en el cielo (1 Rey. 22:19; Sal. 47:8; Isa. 6:1; Eze. 1:26; Dan. 7:9), reinando en majestad y gloria abrumadoras (Sal. 93:1–2; 97:1–9; 99:1–5) y rodeado por las huestes celestiales (1 Rey. 22:19; Isa. 6:1–3; Eze. 1:4–24; Dan. 7:9–10). Se considera que el Arca del Pacto es el trono de Dios, invisiblemente presente sobre la tierra (cf. 1 Sam. 4:4). El trono de Dios es uno de los elementos en el cielo que con mayor frecuencia aparece en el libro del Apocalipsis (se lo menciona en 16 de sus 22 capítulos). Se lo encuentra al comienzo del libro (1:4) y al final de él (22:3). A veces se usa como una referencia a Dios (por ejemplo, “una voz del trono” podría significar “Dios está diciendo” (16:17; 19:5), o “delante del trono”, podría indicar “delante de Dios” (7:9; 14:3). En la nueva Jerusalén, “el trono de Dios y del Cordero” (Apoc. 22:3; cf. Apoc. 22:1), significa la sujeción última de los poderes de Satanás y la presencia permanente de Dios entre su pueblo salvado (Apoc. 21:3; Eze. 43:7).
4:3 La apariencia de piedras de jaspe y de sardio, y un arco iris alrededor del trono tenía la apariencia como de esmeralda. La identificación de estas tres piedras preciosas es muy problemática. Platón menciona el jaspe, el sardio y la esmeralda como representantes de piedras preciosas.2 Están entre las piedras preciosas que adornaban al rey de Tiro (Eze. 28:13) y se encuentran en el pectoral del Sumo Sacerdote en el Antiguo Testamento, que tenía los nombres de las tribus de Israel (Éxo. 28:17–20). También están en los cimientos de la Nueva Jerusalén (Apoc. 21:19) que tienen inscritos los nombres de los doce apóstoles (21:14). Como observa J. Massynberde Ford, el sardio (sárdica, cornalina, o rubí en algunas versiones) y el jaspe son la primera y la última de las piedras en el pectoral del Sumo Sacerdote, que representaban a Rubén, el mayor, y a Benjamín, el menor, de los hijos de Jacob. La esmeralda es la cuarta piedra en la lista y representa a Judá,3 que es especialmente significativo a la luz del título “el León de la tribu de Judá-” (5:5).
4:4 Veinticuatro ancianos. Además de aparecer en los capítulos 4 y 5 (4:4, 10; 5:8, 11, 14), los veinticuatro ancianos se mencionan varias otras veces en el libro (7:11, 13; 11:16; 14:3; 19:4). Siendo que el autor del Apocalipsis nunca identifica a los ancianos, su identidad queda abierta y ambigua. A través del libro, se los describe como sentados sobre tronos que rodean el trono de Dios, vestidos de blanco, con coronas sobre sus cabezas (4:4; 11:16). Adoran y alaban a Dios continuamente (4:10, 11; 5:8–10, 14; 11:16–18; 19:4); llevan a Dios las oraciones de los santos (5:8) y en dos ocasiones, uno de ellos le explica a Juan lo que éste no entiende en las visiones (5:5; 7:13–14). Evidentemente, son algún tipo de seres celestiales. Se han propuesto diferentes ideas acerca de su identidad.4 La más aceptada sugiere que los veinticuatro ancianos deben entenderse como ángeles siendo que están en el cielo y no en la tierra.5
Sin embargo, la evidencia indica con firmeza que los veinticuatro ancianos son seres humanos redimidos y glorificados. Primero, los ángeles nunca son llamados ancianos, en la Biblia, ni en la literatura judaica; nunca se los describe compartiendo el trono de Dios, sino estando parados en la presencia de Dios. Segundo, los veinticuatro ancianos visten ropas blancas. Las ropas blancas en el Apocalipsis se relacionan, en forma consistente, con el pueblo fiel de Dios (3:4–5, 18; 6:11; 7:9, 13–14). Los ángeles nunca se describen en al Apocalipsis como vistiendo mantos blancos. Tercero, los ancianos también tienen coronas de victoria de oro. En griego, es stéfanos, la corona de victoria (ver Notas sobre Apoc. 2:10), en vez de la corona real (gr. diádēma), que representa la vida eterna y que es la recompensa para los fieles que son vencedores (cf. 2:10; 3:11). Pablo creía que él recibiría esta corona el día cuando viniera el Señor (2 Tim. 4:8). El hecho de que los veinticuatro ancianos usen las coronas de victoria sugiere que no son gobernantes sino más bien los redimidos que obtuvieron una victoria. Los ángeles nunca usan coronas stéfanos en la Biblia. Todas estas descripciones se limitan al pueblo de Dios, y eliminan cualquier probabilidad de que los veinticuatro ancianos sean un presbiterio celestial que consiste en seres celestiales6 o los personajes justos del Antiguo Testamento.7
El número “veinticuatro” de los ancianos consiste en dos grupos de doce. “Doce” es un número vital en el Apocalipsis. En la Nueva Jerusalén, las doce puertas tienen los nombres de los doce apóstoles. Es muy posible que los veinticuatro ancianos de algún modo estén relacionados con los 144.000, un número evidentemente basado en doce veces doce veces mil (ver Notas sobre Apoc. 7:4). Además, los veinticuatro diferentes grupos de sacerdotes del templo del Antiguo Testamento tomaban turnos durante los servicios (1 Crón. 24:4–19), y fueron llamados los “príncipes de la casa de Dios” (1 Crón. 24:5; “oficiales de Dios”, NVI). Los veinticuatro ancianos estaban siempre involucrados en la adoración de Dios y en la presentación de las oraciones de los santos de Dios (Apoc. 5:8), que es una tarea sacerdotal.
Todas estas consideraciones sugieren firmemente que los veinticuatro ancianos son santos glorificados. Muy probablemente sean un grupo simbólico que representa a todo el redimido y fiel pueblo de Dios, tanto de la iglesia del Antiguo Testamento como del Nuevo; es decir, representan a la iglesia en su totalidad. Su descripción se ajusta bien al cuadro de los redimidos en el Apocalipsis: vestiduras blancas, coronas de victoria (stéfanoi) y estar sentados en tronos, son las promesas dadas al pueblo de Dios. Que están sentados sobre tronos junto al trono de Dios (4:4) nos recuerda la promesa de Jesús para el vencedor en Apocalipsis 3:21. Que estén al mismo tiempo continuamente involucrados en la adoración celestial sugiere su doble rol como sacerdotes y reyes (cf. 5:8–10). ¿Cuándo llegaron estos ancianos a los lugares celestiales? El Apocalipsis no lo explica. El hecho de que no se mencionan ancianos en los registros de las visiones del trono en el Antiguo Testamento sugiere que, cuando Juan los vio, eran un grupo nuevo, que no estuvieron presentes anteriormente en la sala celestial del trono. Lo más probable es que llegaron alrededor del tiempo de la muerte de Jesús en la cruz. De acuerdo con Mateo 27:51–53, cuando Jesús murió en la cruz “se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron”. El texto no dice qué les ocurrió más tarde a estos santos. Pablo dice que cuando Cristo ascendió al cielo después de su resurrección, “llevó cautiva la cautividad” (Efe. 4:8). Es muy posible que estos santos resucitados ascendieran con Jesús al cielo como las primicias de la cosecha, para representar a la humanidad redimida en los lugares celestiales.8
4:5 Siete antorchas de fuego estaban ardiendo ante el trono, que son los siete Espíritus de Dios. Ver Notas sobre Apocalipsis 1:4.
4:6 Cuatro seres vivientes. Los cuatro seres vivientes se mencionan varias veces en el libro del Apocalipsis. Siempre están en la proximidad del trono (4:6; 5:6; 14:3), y están constantemente ocupados en adorar y alabar a Dios (4:8–9; 5:8–9, 14; 7:11–12; 19:4). Sin duda estas imágenes están tomadas de la visión de Ezequiel cuando el profeta vio a cuatro seres vivientes, cada uno de los cuales tenía cuatro rostros: el de un hombre, un león, un buey y un águila (Eze. 1:6–10; 10:14); están “llenos de ojos alrededor” (Eze. 10:12). Ezequiel definidamente los identifica con los querubines (10:20–22). Además, los cuatro seres vivientes de Apocalipsis 4 recuerdan la visión de Isaías de los serafines con seis alas y la aclamación de “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos” (Isa. 6:2–3). La proximidad de las cuatro criaturas vivientes al trono, tanto en Apocalipsis 4 como en Ezequiel 1 y 10, nos recuerdan a los querubines asociados con el arca del pacto; estaban ubicados allí mirándose entre sí, y sus alas se extendían sobre el propiciatorio (Éxo. 25:18–21; 1 Rey. 6:23–28). Dios a menudo se describe en la Biblia como sentado en el trono entre querubines (2 Rey. 19:15, Sal. 80:1; 99:1; Isa. 37:16). Todos estos factores claramente indican que los cuatro seres vivientes del Apocalipsis son exaltados ángeles de Dios que lo sirven y son los guardianes de su trono; están involucrados en conducir las huestes celestiales en una adoración y alabanza sin fin. Como propone Henry B. Swete, sus formas podrían sugerir todo lo que “es más noble, fuerte, sabio y veloz” en la naturaleza.9 Están involucrados de algún modo en la manifestación de la ira de Dios sobre la tierra (6:1, 3, 5, 7; 15:7).
4:8 Todopoderoso. Ver Notas sobre Apocalipsis 1:8.
Exposición
Las siete iglesias recibieron del Cristo glorificado tanto la evaluación de su condición espiritual como consejo sobre cómo corregir y mejorar esa condición. La escena ahora pasa de la tierra al cielo y del tiempo de Juan al futuro. Juan ahora comienza a describir lo que parece ser el “corazón del libro del Apocalpisis”.10
También podemos observar que los siete mensajes están escritos en un lenguaje directo, epistolar, similar al de Pablo y al de otros escritores que escribieron sus cartas en el Nuevo Testamento. El uso de unos pocos símbolos en los capítulos 2–3 puede fácilmente entenderse. Un lenguaje directo era apropiado porque los siete mensajes fueron dirigidos a las condiciones y necesidades presentes de las iglesias locales en Asia. Sin embargo, del capítulo 4 en adelante, las visiones del libro se describen en un lenguaje simbólico complejo, no siempre fácil de interpretar. Al describir tiempos y lugares que estaban en el futuro, Juan siguió el estilo de los escritos apocalípticos judíos caracterizados por un lenguaje simbólico peculiar.
4:1–2a Juan les dice a sus lectores que él fue arrebatado en una nueva visión en la cual ve una puerta abierta en el cielo. La puerta a través de la cual ve el interior de la sala del trono celestial es muy probable que sea la puerta del templo. Oye la misma voz del Cristo glorificado que antes había oído como una trompeta hablándome (cf. Apoc. 1:10). Esta voz ahora le dice: Sube aquí, y te mostraré las cosas que deben suceder después de estas cosas. Anteriormente en Apocalipsis 1:19, cuando la voz como de trompeta le pidió a Juan que escribiera las visiones que veía, le dijo que los eventos que iba a ver en la visión eran acerca de “las cosas que son” desde su perspectiva y las cosas que sucederían después. Ahora, la misma voz le está diciendo que él presenciaría las cosas que ocurrirían después de estas cosas”. Apocalipsis 4:1 señala así a 1:19, dejando en claro que la frase “estas cosas” se refería a la situación de las siete iglesias descritas en los capítulos 2 y 3. Ahora se le está por mostrar a Juan lo que sucedería en el futuro desde su perspectiva, con respecto a la iglesia y el mundo.
Juan declara además que él estaba en el Espíritu mientras permaneció en la visión. Esta es la misma expresión usada anteriormente en su introducción a la visión del Cristo glorificado (Apoc. 1:10). Con esto deja claro que lo que él ve y oye no es “traído por voluntad humana” (2 Ped. 1:21) sino el resultado de la obra del Espíritu Santo.
4:2b–3 A través de esa puerta abierta en el cielo, Juan es llevado en visión a la sala del trono del templo celestial. Lo primero que atrae su atención allí es el trono. “Trono” es la palabra clave de Apocalipsis 4; aparece catorce veces en el capítulo, y está en el centro de todo lo que sucede. Se encuentra en la sala celestial del trono como una expresión simbólica de la soberana majestad de Dios. Todas las cosas y actividades que suceden en el capítulo 4 están orientadas hacia el trono de Dios. Están referidas a “sobre el trono” (vers. 2), “alrededor del trono” (vers. 3, 4, 6; cf. 5:11), “del trono” (vers. 5), “ante el trono” (vers. 5–6, 10), o “en medio del trono” (vers. 6; 5:6). Esta centralidad del trono en el capítulo 4 hace que uno llame el lugar de la escena descrita en los capítulos 4–5 como “la sala celestial del trono”.
Sin embargo, no es el trono celestial mismo el que se describe en Apocalipsis 4, sino más bien sus alrededores majestuosos, haciendo recordar las visiones del trono que tuvieron Isaías (6:1–3) y Ezequiel (1:4–28). Alrededor del trono hay un arcoíris (Apoc. 4:3), y ante él hay siete lámparas (vers. 5) y algo así como un mar de vidrio (vers. 6). Desde el trono salen relámpagos, sonidos y truenos (vers. 5). Alrededor del trono hay veinticuatro tronos con veinticuatro ancianos sentados sobre ellos (vers. 4) y los cuatro seres vivientes que alaban constantemente a Dios (vers. 6–8).
Lo siguiente que ve Juan es a uno sentado en el trono. La descripción del ocupante del trono indica claramente que debe ser Dios el Padre (4:2–3). Siendo que a Juan se le mostraría lo que sucedería en el futuro con respecto a la iglesia y el mundo, era importante primero presentar a quien estaba a cargo del futuro y quien tiene el futuro. El trono simboliza el derecho a reinar. La persona que está sentada en el trono tiene el poder real y la autoridad de reinar sobre el reino.
Es interesante que Juan no intentara describir a Dios con ninguna forma humana como era común en los retratos de Dios en las visiones proféticas del Antiguo Testamento. En otra parte de la visión se refiere a él como “el que estaba sentado en el trono” (Apoc. 4:3, 9, 10; 5:1, 7, 13), aunque lo identifica dos veces en el capítulo como el “Señor Dios, el Todopoderoso” (4:8) y “nuestro Señor y Dios” (4:11). Juan enfoca la gloria radiante de Dios que toma una forma característica. Las palabras humanas son incapaces de expresar la plenitud de la gloria de Dios. Cuando Moisés le pidió a Dios que le mostrara su gloria, se le dijo: “No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá” (Éxo. 33:20). Aunque se declara que él habló con Dios “cara a cara”, a Moisés nunca se le mostró la plenitud de la gloria de Dios. Juan de algún modo tuvo una situación similar. En lugar de eso, Juan describe el esplendor majestuoso de Dios en términos del deslumbrante brillo de jaspe, sardio y esmeralda, que es típico de piedras preciosas. Esta descripción de la majestad de Dios nos recuerda la visión de Ezequiel (1:26–28). La deslumbrante luz de las piedras preciosas describe en lenguaje simbólico la majestad y la gloria de Dios. El salmista describe a Dios como el que “se cubre de luz como de vestidura” (Sal. 104:2) y Pablo dice que “habita en luz inaccesible” (1 Tim. 6:16). Como la señal del pacto de Dios, un arcoíris alrededor del trono (cf. Eze. 1:28) provee una certeza firme de la promesa divina del pacto de estar con su pueblo y de su fidelidad a esa promesa (Gén. 9:12–17).
Todas estas descripciones de la sala del trono en Apocalipsis 4 son paralelas de las grandes visiones del trono en el Antiguo Testamento. El profeta Miqueas declara que él vio a “Jehová sentado en su trono, y todo el ejército de los cielos estaba junto a él, a su derecha y a su izquierda” (1 Rey. 22:19). Isaías vio “al Señor sentado sobre un trono alto y sublime” en majestad y gloria (Isa. 6:1–3). Daniel vio a Dios sentado sobre el trono que era “llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente. Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él” (Dan. 7:9–10). Parece que el trasfondo vital de la escena de Apocalipsis 4, sin embargo, es la visión del trono de Ezequiel 1 (vers. 4–10, 13–14, 18, 26–28). Los paralelos entre las dos visiones son obvios:
| Apocalipsis 4 | Ezequiel 1 |
| el trono y Dios sentado sobre él (vs. 2–5) | el trono y Dios sentado sobre él (vs. 26–28) |
| arco iris alrededor del trono (v. 3b) | arco iris alrededor del trono (v. 26) |
| siete lámparas de fuego (v. 4b) | antorchas de fuego (v. 13) |
| destellos de relámpagos y truenos (v. 5) | resplandor de lámparas y tormenta (vs. 4, 13) |
| cuatro seres vivientes (vs. 6–8)seis alasrostros de león, becerro, hombre y águila“llenos de ojos alrededor y adentro” (v. 8) | cuatro seres vivientes (vs. 5–10)cuatro alasrostros de hombre, león, buey y águila“llenos de ojos alrededor” (v. 18) |
| como un mar de vidrio (v. 6) | expansión a manera de cristal (vs. 22–26) |
Estudios detallados muestran que en griego, como un tercio de las palabras de Apocalipsis 4 también aparecen en Ezequiel. No obstante, la descripción de Juan de la escena del trono incorpora los rasgos de todas estas grandes visiones del trono del Antiguo Testamento.
Es especialmente interesante que en Apocalipsis 4 sea el trono, y no Dios, lo que atrae la atención de Juan al mismo principio de la visión. Dios, el Padre, es presentado sencillamente como “el que está sentado sobre el trono”, aunque él es el objeto de adoración y culto de la asamblea celestial (Apoc. 4:8–11). Una cláusula casi idéntica aparece en Apocalipsis 20:11, donde el trono es el lugar del juicio final. Este fenómeno ha sido explicado como la renuencia de Juan de mencionar el nombre divino, así como lo evitó la literatura judía posterior. Sin embargo, cuatro veces en la visión Juan declaró que “el que estaba sentado sobre el trono” es Dios (Apoc. 4:8, 11; 5:9–10), como lo hace en otras partes del libro. Otros sugieren que la razón por no mencionar el nombre divino es la imposibilidad de expresar la grandiosidad de Dios o de dar detalles antropomórficos de la apariencia de Dios. Pero estos argumentos se debilitan por el hecho de que Juan usa lenguaje antropomórfico con referencia a Dios. Por ejemplo, se ve el libro sellado “en la mano derecha del que estaba sentado en el trono” (Apoc. 5:1); los pecadores no pueden resistir estar ante “el rostro de aquel que está sentado sobre el trono” (Apoc. 6:16; 20:11). Además, Juan, ocasionalmente se refiere a “Dios, que estaba sentado en el trono” (Apoc. 19:4; cf. 7:10; 12:5). Todos estos ejemplos indican que Juan no era renuente de usar lenguaje antropomórfico cuando se refería a Dios sentado en el trono.
Aparentemente el estilo lingüístico aquí se concentra en el trono, porque es el trono divino, en vez de Dios como ser, lo que está en el centro de la escena. Esta idea se adecua con el contexto de la visión en la que el trono es claramente el objeto central de Apocalipsis 4. Además, parece que la escena de Apocalipsis 4–5 se edifica sobre la declaración final de 3:21, en la que Cristo promete al vencedor que compartirá con él su trono, así como él mismo venció y se unió al Padre en su trono. La escena del capítulo 4, en la que el trono divino es el centro, es el preludio de la llegada de Cristo al trono del Padre en el capítulo 5. El futuro cumplimiento de la promesa de la recompensa al vencedor, de sentarse con Jesús en el trono, está reservada para la Segunda Venida y se describe en el capítulo 7.
La importancia adicional del foco que está sobre el trono de Dios en los capítulos 4 y 5 se observa a la luz del hecho de que Juan escribió a cristianos que sufrían bajo la persecución iniciada por el trono imperial en Roma. El trono de Dios está en oposición al “trono de Satanás” (Apoc. 2:13; cf. 13:2) y al “trono de la bestia” (16:10; cf. 13:2). Como afirma Daegeuk Nam, en el Antiguo Testamento el trono de Dios era considerado como el último recurso de esperanza del pueblo en los días de desastre y desesperación (cf. Sal. 11:1–4; Jer. 17:12–13; Lam. 5:19). En tiempos de juicios inminentes, los profetas se referían al “trono de Dios como la base de su apelación a Dios y como la perspectiva de la esperanza futura de restauración”. El trono de Dios era el lugar donde los que sufrían y eran perseguidos o tratados injustamente podían venir a presentar su oración y obtener de Dios liberación; a todos ellos el trono divino era “el fundamento inconmovible de su fe y su confianza en Dios” (Sal. 9:4–5; cf. Job 23:3).11 Al explayarse sobre la importancia de este trono divino en el Antiguo Testamento, Juan procura comunicar un mensaje claro a sus compañeros cristianos: el trono de Dios es la fuerza controladora de este universo.
4:4–8 En la proximidad del trono, Juan ve veinticuatro tronos, y sobre ellos sentados veinticuatro ancianos vestidos de vestiduras blancas y sobre sus cabezas había coronas de oro. Los veinticuatro ancianos muy probablemente son santos glorificados, los representantes simbólicos del pueblo de Dios redimido y fiel, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamentos. No fueron mencionados antes en ninguna visión del trono del Antiguo Testamento. Esto sugiere que cuando Juan los vio, eran un grupo nuevo, no previamente presente en la sala del trono celestial. Deben haber llegado allí alrededor del tiempo de la muerte de Jesús en la cruz. Ascendieron con Jesús al cielo como las primicias de la cosecha para representar a la humanidad redimida en los lugares celestiales.
En Apocalipsis 4–5, los veinticuatro ancianos aparecen como representantes de la humanidad redimida convocados con los representantes de otros mundos y toda la creación para ser parte de la gran ceremonia de bienvenida a Jesús de regreso al cielo y sentarlo en el trono a la diestra del Padre. La razón por la que Juan los vio en el capítulo 4 sentados en los tronos antes de la investidura de Jesús en el capítulo 5, es porque fueron introducidos en la escena durante la preparación de la ceremonia. Cuando Jesús finalmente aparece en la sala del trono y fue entronizado sobre el trono celestial a la derecha del Padre, recibió la adoración y la aclamación de los ejércitos angélicos junto con los representantes de toda la creación reunida en la sala del trono del templo celestial.
También hay cuatro seres vivientes cada uno de los cuales tenía seis alas y estaban llenos de ojos alrededor y adentro, que pueden simbolizar la rapidez de movimiento y gran inteligencia y discernimiento. Como los querubines de la visión de Ezequiel (10:20–22), su apariencia es respectivamente la de un león, un buey, un hombre y un águila, y están constantemente alabando a Dios. Probablemente sea un orden exaltado de ángeles involucrados en servir a Dios y conducir a los ejércitos celestiales en la adoración y la alabanza a Dios (cf. Isa. 6:2–3; Eze. 1:6–10; 10:14). Como destaca William Hendriksen, se los describe como teniendo “fuerza como la de un león” (cf. Sal. 103:20), “la capacidad de rendir servicio como un buey” (cf. Heb. 1:14), “inteligencia como un hombre” (cf. Luc. 15:10), y la “velocidad de un águila” (cf. Dan. 9:21), características que en la Biblia se atribuyen a los ángeles.12
Algunos eruditos sugieren que Apocalipsis 4 fácilmente podría evocar una escena de la corte imperial romana contemporánea y una ceremonia de culto en las mentes de los lectores originales. “Así como el emperador romano era descrito como rodeado por sus amigos y consejeros cuando dispensaba justicia, aquí se ve a Dios rodeado por ejércitos de un orden exaltado de ángeles y los representantes de la humanidad redimida”.13 En Apocalipsis 4, los ejércitos celestiales están reunidos no para dispensar justicia, sino para una ocasión especial: muy probablemente la de la gran ceremonia de la entronización de Cristo sobre el trono celestial. Como los representantes de la humanidad, ellos se unen con el universo entero en gritos de aclamación al nuevo Rey del universo entronizado.
Juan añade algunos detalles adicionales al describir la escena en la sala del trono celestial: Del trono salían destellos de relámpagos y sonidos y retumbar de truenos (vers. 5) que acentúa el esplendor de la ocasión. En el Antiguo Testamento, este fenómeno siempre está conectado con la aparición de Dios (Sal. 77:18; Eze. 1:13). Lo que Juan pudo haber recordado específicamente es la descripción del Monte Sinaí en ocasión de la entrega de la Ley: “Vinieron truenos y relámpagos, y espesa nube sobre el monte, y sonido de bocina muy fuerte” (Éxo. 19:16). Delante del trono hay siete antorchas de fuego que estaban ardiendo y que son explicadas como los siete Espíritus de Dios (vers. 5). Esto se refiere a la actividad y obra del Espíritu Santo en su plenitud (Zac. 4:2–6). El siguiente fenómeno que capta la atención de Juan es una extensión delante del trono, algo como un mar de vidrio, como cristal (vers. 6). “Su superficie de cristal se extiende ante el trono, reflejando los destellos, la luz multicolor del trono, proveyendo una superficie para la actividad alrededor del trono, y creando para el vidente un inefable sentido exaltado de la trascendencia y la majestad de Dios”14 (cf. Apoc. 15:2).
La descripción de esta escena en la sala del trono celestial alcanza su conclusión y clímax con la alabanza incesante de los cuatro seres vivientes: No tienen descanso de día ni noche, diciendo: “¡Santo, santo, santo, Señor Dios, el Todopoderoso, que era y que es y que viene!” (Apoc. 4:8). Esto nos recuerda el canto de los serafines en la visión de Isaías: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos” (Isa. 6:3).
4:9–11 Siempre que se oye la aclamación de gloria y honor y gracias al que estaba sentado sobre trono, el que vive por siempre jamás de los cuatro seres vivientes, los veinticuatro ancianos caen postrados, dejan sus coronas delante del trono, y adoran al que está sentado sobre el trono: Tú eres digno, nuestro Señor y Dios, de recibir gloria y honor y poder, porque tú creaste todas las cosas y porque por tu voluntad existen y fueron creadas. Los cánticos de los ancianos como representantes de los seres humanos señalan con énfasis dos cosas. Primera, muestran en una cápsula, que la esencia de la verdadera adoración es volver a contar y celebrar los poderosos actos de Dios: el acto de la creación (el foco de lo cual está en el capítulo 4) y el acto de la redención por medio de la muerte y la resurrección de Jesucristo (el foco de lo cual está en el capítulo 5). Segunda, muestran que el drama del tiempo del fin involucra tanto la creación como la redención. El mismo Dios que creó este mundo tiene el poder y la capacidad de restaurarlo y proveer salvación a los seres humanos perdidos y sufrientes.
Además, el texto refleja varias prácticas antiguas. El acto de los veinticuatro ancianos de presentar sus coronas de oro ante Dios sentado en el trono refleja el ceremonial de la corte de los tiempos romanos cuando los reyes presentaban sus coronas ante el Emperador todopoderoso expresando su sumisión y homenaje.15 Según E. Schüssler Fiorenza, la aclamación “tú eres digno” saludaba la “entrada triunfal del emperador romano”.16 “Nuestro Señor y Dios” era el título oficial de Domiciano, el emperador romano durante el tiempo en que se escribió el libro del Apocalipsis.17 Al rehusar reconocer al emperador como señor y dios, los cristianos de los días de Juan sufrían persecución y muerte. En contraste con la pretensión del emperador romano, los veinticuatro ancianos, como representantes de la humanidad redimida en las cortes celestiales, proclaman a Dios como el único digno de ser llamado Señor y Dios en todo el universo.
Retrospección Sobre Apocalipsis 4
Sin duda la escena de Apocalipsis 4 prepara el escenario para lo que se describe en Apocalipsis 5. Vemos a Juan observando el esplendor majestuoso de la sala del trono celestial pintado en términos de deslumbrante luz de piedras preciosas, un arco iris de muchos colores, relámpagos, sonidos y truenos y las siete antorchas de fuego ardiendo. También, la superficie del mar de vidrio se extiende delante del trono y refleja los destellos de las luces multicolores del trono. Toda la atención de repente se concentra en el glorioso trono rodeado por los cuatro ángeles exaltados que conducen a los ejércitos celestiales en adoración y alabanza, y a los veinticuatro ancianos como representantes de la humanidad redimida. Están junto con las huestes celestiales reunidos allí en la sala del trono, en la atmósfera expectante para dar la bienvenida a Jesús quien está a punto de ser entronizado a la mano derecha del Padre.
De repente, la celebración de la magnífica liturgia se aquieta por un momento cuando en el capítulo 5 el Cordero se acerca al trono y toma el libro sellado del lado derecho de Dios. Luego sigue una explosión de gozo tumultuoso que alcanza su clímax magnífico cuando toda la asamblea celestial cae delante del nuevo rey coronado. Esta vez están expresando las aclamaciones de gloria y honor tanto al que está sentado sobre el trono como al Cordero (5:14). Este evento espléndido y la gozosa celebración es el tema del capítulo siguiente.