La sección introductoria de los mensajes a las siete iglesias describe el encuentro de Juan con el Cristo resucitado y glorificado en la isla de Patmos (1:9–20), y cómo Cristo lo comisionó a escribir en un libro las cosas que vio en visión, y pasarlo a las iglesias (1:11). Como se nota más abajo, la sección introductoria de los siete mensajes a las iglesias aparentemente se aplica a todo el libro del Apocalipsis.
Juan En Patmos (1:9–11)
Esta sección describe las circunstancias en las cuales Juan recibió las visiones del Apocalipsis junto con la comisión de escribir las cosas que vio y trasmitirlas a las iglesias.
9Yo, Juan, vuestro hermano y compañero participante en la aflicción y el reino y la paciencia en Jesús, estaba en la isla llamada Patmos por causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo. 10Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una voz fuerte como de una trompeta, 11diciendo: Escribe lo que ves en un rollo y envíalo a las siete iglesias, a Éfeso y a Esmirna y a Pérgamo y a Tiatira y a Sardis y a Filadelfia y a Laodicea.
Notas
1:9 Patmos. Esta pequeña, rocosa y desolada isla en el mar Egeo (hoy llamada Patino) pertenece a las Islas Espóradas, a unos 80 km (50 mi) al sudoeste de la costa del Asia Menor (la Turquía moderna). La isla tiene unos 40 kilómetros cuadrados (16 millas cuadradas). Se ha aceptado tradicionalmente que la isla fue una prisión, una clase de campo de trabajos forzados, a la que las autoridades romanas enviaban a los ofensores (como una antigua Alcatraz, [prisión norteamericana]). Sin embargo, este concepto ha sido cuestionado por algunos eruditos modernos quienes alegan que hay pocos registros de que Patmos fuera usada como una colonia penal. Sin embargo, cualquiera sea la posición que uno tome, una cosa resulta clara: Juan estaba en Patmos exiliado por algún tiempo. Por causa de su testimonio efectivo acerca de Cristo, de acuerdo con la tradición, Juan fue exiliado a Patmos durante el reinado del emperador romano Domiciano (81–90 d. C.) y forzado a trabajar en las canteras. Más tarde fue liberado por Nerva y se le permitió regresar a Éfeso.
La palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo. Ver Notas sobre Apocalipsis 1:2.
1:10 El día del Señor. La frase “el día del Señor” (gr. hē kuriakē hēméra) aparece solo aquí en toda la Biblia. Se sugirieron cinco propuestas para el significado probable de la frase.
Primera, la mayoría de los comentadores toman la frase como que se refiere al domingo, el primer día de la semana.1 Quienes proponen este concepto alegan que la frase “el día del Señor” se usaba en los escritos cristianos de comienzos del siglo segundo con referencia al domingo, por cuanto Jesús resucitó ese día. Sin embargo, el original griego de esas fuentes no apoya este concepto. Las dos obras cristianas de comienzos del segundo siglo Didajé 2 y la carta de Ignacio de Antioquía a los Magnesios,3 que se consideran como las evidencias más sólidas para esta idea, realmente no utilizan kuriakē hēméra (“el día del Señor”) sino kata kuriakē ( según el Señor). La evidencia interna no indica que se haya querido decir el día del Señor; la frase significa, más bien, “la enseñanza del Señor”, o “los mandamientos del Señor”.4
La primera evidencia concluyente del uso de kuriakē hēméra (“el día del Señor”) con referencia al domingo, viene de la última parte del siglo segundo en la obra apócrifa El Evangelio de Pedro.5 El primer padre de la iglesia que usó el término “el día del Señor” con referencia al domingo fue Clemente de Alejandría (ca. 190 d. C.).6 Siendo que documentos como éste aparecieron casi un siglo después que se escribió el Apocalipsis, no pueden admitirse como evidencia para entender la frase el “día del Señor” como el domingo en el Apocalipsis. Por el contrario, podría ser que estos autores tomaron la frase del libro del Apocalipsis y lo aplicaron al domingo como el primer día de la semana. El Nuevo Testamento se refiere al domingo como el “primer día de la semana” (Mat. 28:1; Mar. 16:2; Luc. 24:1; Juan 20:1, 19; Hech. 20:7; 1 Cor. 16:2) en forma consistente, en vez de “el día del Señor”.
Segundo, unos pocos eruditos creen que “el día del Señor” se refiere al Domingo de Resurrección, como un evento anual, en vez de referirse al domingo semanal.7 Se alega que en ese día de celebración anual de la resurrección, Juan estaba en el Espíritu para encontrarse con el Cristo resucitado. La evidencia de los escritos de los padres de la iglesia confirman que el “día del Señor” se usaba para designar el Domingo de Resurrección, especialmente en el Asia Menor donde los cristianos celebraban el domingo de Resurrección en memoria de la resurrección de Jesús.8 Sin embargo, esta evidencia también es de fecha muy posterior (ca. siglo 2do. d. C.); como tal, no puede ser usado como prueba para un uso muy anterior de esta frase del libro del Apocalipsis.9
Tercero, algunos autores creen que la referencia es al día del Emperador.10 Adolf Deissman muestra que la palabra kuriakós era común en el primer siglo, denotando lo que pertenecía al emperador romano que pretendía el título de kúrios (“señor”).11 Aunque las inscripciones confirman que Egipto y Asia Menor tenían un día conocido como Sebaste que estaba dedicado al emperador romano,12 es difícil ver una conexión entre el “día del Señor” y el “día de Sebaste”. Primero de todo, las dos frases son completamente diferentes; no se ha descubierto ninguna evidencia concluyente que indique que la frase kuriakē hēméra se usara para un día imperial que honrara al emperador. Además, es poco probable que Juan se refiriera al día del Emperador en Apocalipsis 1:10, en un tiempo cuando los cristianos en Asia eran perseguidos por rehusar llamar kúrios al emperador y a adorarlo.13
Cuarto, otro concepto sostiene que “el día del Señor” significa el sábado, el séptimo día de la semana. Tal comprensión refleja la fuerte tradición de la interpretación Adventista del Séptimo Día.14 Elena G. de White también sostenía esta idea.15 La frase “el día del Señor” no se usa en ninguna otra parte de la Biblia; no obstante, el sábado del séptimo día se llama “mi día santo” y “el día santo de YHWH” (Isa. 58:13). Los tres evangelios sinópticos citan a Jesús diciendo: “El Hijo del Hombre es Señor del sábado” (Mat. 12:8; Mar. 2:27–28; Luc. 6:5). La frase “el día del Señor” puede, por lo tanto, indicar que Juan recibió su visión en un sábado, el séptimo día de la semana, en vez del domingo. Aun J. Massynberde Ford, quien lucha con el significado de la expresión, admite: “Lo más probable es que el cristiano debería todavía guardar el sábado, el séptimo día”.16
Quinto, varios eruditos sostienen que Juan puede haber usado la frase “el día del Señor” con referencia el día escatológico del Señor (gr. hēméra tou kuríou o hēméra kuríou).17 Juan fue llevado en visión a ese día para presenciar los eventos que conducen hacia el día escatológico del Señor que se desenvolvía delante de él. La frase “el día del Señor” la usan a menudo los profetas en la traducción griega del Antiguo Testamento (LXX, Joel 2:11, 31; Amós 5:18–20; Sof. 1:14; Mal. 4:5) así como los escritores del Nuevo Testamento (Hech. 2:20; 1 Tes. 5:2; 2 Ped. 3:10) con referencia al tiempo del fin. No obstante, Juan no usa la frase del Antiguo Testamento “el día de YHWH” en esta forma, sino en la forma “the Lord’s day” [en inglés hay esas dos formas de indicar la posesión. N. del tr.]. Este problema desaparece a la luz del hecho de que Juan pudo haber tomado la expresión familiar del Antiguo Testamento y modificar la frase. El uso que hace Juan del adjetivo (“Lord’s day”) en vez del sustantivo en genitivo (“day of the Lord”) no hace un cambio sustancial en el significado, sino más bien en el énfasis entre las dos palabras.18 Es plausible que la frase “the Lord’s day” es sencillamente una de muchas designaciones diferentes: p. ej., “el día del Señor” (1 Tes. 5:2; 2 Ped. 3:10), “el día de nuestro Señor” Jesucristo” (1 Cor. 1:8; 2 Cor. 1:14), “el gran día” (Jud. 6), “el gran día de su ira” (Apoc. 6:17), “el gran día del Dios Todopoderoso” (Apoc. 16:14) para el día de la venida de Cristo.19
Una objeción a este concepto es que siendo que Juan indica el lugar específico (“la isla llamada Patmos”) y las circunstancias (“por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo”) en las que recibió la visión, sería lógico concluir que la frase “el día del Señor” se refiere al tiempo específico cuando Juan vio la visión.20 Sin embargo, el texto no declara que Juan estaba en Patmos el día del Señor cuando recibió la visión, sino más bien que mientras estaba en Patmos llegó a estar en el Espíritu en el día del Señor. Y en esto Juan es consistente en todo el libro; siempre que está “en el Espíritu” (cf. 4:2; 17:3; 21:10), lo que continúa en el texto siempre se refiere a un lugar/tiempo simbólico en vez de literal. Si Apocalipsis 1:10 tiene la intención de indicar un tiempo específico y literal, sería muy inconsistente con el resto del libro.
Así que, ¿cuándo Juan recibió la visión? El domingo, como el día del Señor, es muy poco probable, porque no puede ser apoyado por evidencias bíblicas ni extra bíblicas. La evidencia más fuerte favorece el séptimo día, sábado, como el día del Señor. Por otro lado, el carácter escatológico del libro como un todo, también está en favor de un día escatológico del Señor (cf. 1:7). Aunque escrito “para la orientación y el aliento de la iglesia durante toda la dispensación cristiana”,21 el libro del Apocalipsis fue compuesto con la perspectiva del día escatológico del Señor y los eventos que conducen a él. Sin embargo, considerando el rol central que el sábado mismo, el séptimo día de la semana, desempeñaría en esos eventos escatológicos (“las cosas que deben suceder pronto”, 1:1), como se verá, no es irrazonable ver un significado doble en la enigmática frase de Juan. En otras palabras, Juan puede haber querido que sus lectores supieran que la visión le vino en “el día del Señor” (el sábado) porque la visión trataba del “día del Señor” (el juicio del tiempo del fin), en el cual el sábado sería un foco importante.
Exposición
1:9 El revelador se presenta como Yo, Juan, vuestro hermano. La auto designación, “Yo, Juan” nos recuerda a “Yo, Daniel”, que aparece a menudo en la segunda mitad del libro de Daniel (cf. 8:15, 27; 9:2; 10:2, 7). Los dos libros, Daniel y Apocalipsis, están relacionados de un modo especial. Una comparación de la última visión de Daniel (Dan. 10–12) con la primera visión de Juan (1:12–20) claramente revela que el libro del Apocalipsis comienza donde concluye el libro de Daniel. La visión profética final que tuvo Daniel fue de una figura divina, una escena que es casi idéntica a la visión del Cristo resucitado en Apocalipsis 1:12–20. Más adelante, el libro de Daniel proporciona un bosquejo de historia, desde la perspectiva de Daniel, de los cuatro imperios mundiales. La última visión de Daniel (11—12:4) parece extenderse más allá del cuarto imperio mundial. Es exactamente allí que comienzan las profecías del Apocalipsis. El libro del Apocalipsis cubre la historia de la era cristiana desde los días de Juan hasta la Segunda Venida. Esto sugiere que el Apocalipsis edifica sobre Daniel; los dos libros operan como un conjunto de dos tomos.
Juan se identifica con aquellos a quienes escribe la “revelación de Jesucristo”. Él es el hermano de los cristianos de Asia; él los conoce muy bien y habla su lenguaje. Él es copartícipe con ellos de la aflicción y el reino y la paciencia en Jesús. Dios solo puede usar a una persona que habla el lenguaje del pueblo y participa de sus experiencias para comunicar la revelación de Jesucristo. La tribulación que Juan experimentó es un anticipo de la tribulación que pasaron todos los cristianos a lo largo de la historia. George E. Ladd declara:
La iglesia es el pueblo de Dios a quien ha llegado el Reino y que heredará el Reino cuando venga; pero como tal, es el objeto del odio satánico y está destinado a sufrir tribulación. La tribulación aquí incluye todo el mal que caerá sobre la iglesia, pero especialmente la gran tribulación al final, que será solo la intensificación de lo que la iglesia ha sufrido a través de toda la historia”.22
Juan informa a sus lectores que él estaba en la isla llamada Patmos cuando recibió las visiones y los mensajes que están registrados en su libro. Esta breve declaración establece el tono para el mensaje principal del libro. Patmos, una isla pequeña y rocosa, sirvió en el primer siglo como una colonia penal romana. Juan estaba exiliado allí por causa de su fiel testimonio de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo. En esa árida isla, él sufrió tribulación mientras estaba rodeado por el mar. Es especialmente interesante que la palabra “mar” desempeñe un rol importante en el libro, donde aparece veinticinco veces. William Barclay se refiere a Strahan que afirma que la revelación de Juan está llena de “las vistas y sonidos del mar infinito”. Además declara: “En ninguna parte ‘la voz de muchas aguas’ es más musical que en Patmos; en ninguna parte la salida y la puesta del sol hacen un ‘mar de vidrio mezclado con fuego’ más espléndido; no obstante, en ninguna parte el anhelo de que el mar que separa ya no sea más, es más natural que aquí”.23 El mar llega a ser para Juan un símbolo de separación y sufrimiento. Su persecución y el rechazo de su fiel testimonio llega a ser el símbolo de la experiencia del pueblo de Dios en el tiempo del fin por causa de su fidelidad al evangelio. No sorprende que al describir los cielos y tierra nuevos en su última visión, el revelador observa primero que “el mar ya no existía más” (21:1). Ya no hay más “mar” que lo haga sufrir tanto sobre esta tierra, porque “las primeras cosas pasaron” (21:4).
1:10a Yo estaba en el Espíritu el día del Señor. Dentro del clima de la experiencia de Patmos descrita arriba, Juan es llevado en el Espíritu a la esfera del día escatológico del Señor para observar los eventos en la historia “que deben suceder pronto” (1:1), que llevan hacia la Segunda Venida y el tiempo del fin. Parece, sin embargo, que Juan puede haber usado la frase “el día del Señor” con un sentido doble. Puede haber querido informar a sus lectores que él fue llevado por el Espíritu en visión para ser testigo de eventos desde la perspectiva del día escatológico del Señor y que la visión realmente ocurrió durante el sábado del séptimo día. Juan asoció los dos días, de forma que cae bien a la connotación escatológica del sábado en la Biblia (Isa. 58:13–14; 66:23) como la señal del día de la liberación (Deut. 5:15; Eze. 20:10–12). Esto también se adecua a la descripción de los eventos finales en el Apocalipsis, dentro de los cuales el sábado desempeñará un rol central en el escenario del tiempo del fin. Y esto también explicaría por qué Juan acuñó la frase “día del Señor” a fin de incorporar los dos conceptos bíblicos en uno solo.
La experiencia de Juan “en el Espíritu” puede haber sido similar a la de Pablo, que fue “arrebatado hasta el tercer cielo… donde oyó palabras inefables” (2 Cor. 12:2–4). Juan está por presenciar una representación de eventos y fuerzas que afectan al pueblo de Dios a través de la historia, conduciendo hacia el tiempo del fin.
Estas fuerzas habían comenzado su obra aun en los días de Juan. William Milligan observa: “Desde el principio al fin del libro, el Vidente está continuamente en la presencia de un gran día, con todo lo que contiene que es a la vez tan majestuoso como terrible.24 La propia situación de Juan en la isla de Patmos, sin embargo, así como la situación de las iglesias a las que se dirige (cf. Apoc. 2–3), es un anticipo de la realidad futura del día del Señor. Cuando Juan fue arrebatado por el Espíritu en visión para observar los eventos que sucederían a lo largo de la Era Cristiana, ya estaba experimentando la cercanía del tiempo del fin. Por esto él podía hablar del día del Señor como que estaba cercano. La proximidad de la Segunda Venida añadía urgencia al mensaje que Juan comunicaba a los creyentes cristianos (cf. Apoc. 1:3; 22:7, 12, 20). Él, junto con las iglesias a las que se dirigía, experimentó el escatológico “día del Señor” como una realidad presente.
1:10b–11 Mientras estaba en visión, Juan oyó detrás de sí una voz fuerte como de trompeta. Esta frase designa la epifanía divina en el Antiguo Testamento, el ingreso de la aparición de Dios. La voz como de trompeta proclamó los Diez Mandamientos desde el Sinaí (Éxo. 19:16). En el Nuevo Testamento, el sonido de trompeta anuncia la aparición de Cristo en las nubes (Mat. 24:31; 1 Cor. 15:52; 1 Tes. 4:16). En otras palabras, el sonido como de trompeta denota la presencia de Dios quien habla. La misma voz como de trompeta que se oyó desde el Sinaí ahora comisiona a Juan a escribir el mensaje divino y enviarlo a las iglesias con el propósito de que las leyeran y escucharan. Los mensajes del libro del Apocalipsis son tan importantes para el pueblo de Dios como los Diez Mandamientos mismos, siendo que vienen de Cristo.
La voz como de trompeta comisiona a Juan a escribir en un libro o rollo la visión que ve y enviarla a las comunidades cristianas ubicadas en la provincia romana de Asia: a Éfeso y a Esmirna y a Pérgamo y a Tiatira y a Sardis y a Filadelfia y a Laodicea. Cristo conoce las iglesias por los nombres de las ciudades en las que están ubicadas. Él conoce las iglesias individual e íntimamente, y sabe todo acerca de ellas (note la repetición de “conozco” en cada una de las cartas: 2:2, 9, 13, 19: 3:1, 8, 15). Los mensajes que les está enviando por medio de Juan son una expresión de su amor por ellos. Su propósito es ayudar a los creyentes en sus terribles circunstancias presentes y a prepararlos para la crisis venidera.
La Visión Del Cristo Glorificado (1:12–20)
Esta sección describe la primera visión del libro del Apocalipsis. Después de escuchar una voz como de trompeta, Juan se encuentra con el Cristo resucitado, glorificado y triunfante, cuya aparición se da en una presentación simbólica.
12Y me di vuelta para ver la voz que hablaba conmigo, y habiéndome dado vuelta vi siete candeleros de oro, 13y en medio de los candeleros vi a uno como un hijo de hombre vestido con un manto que le llegaba a los pies y ceñido con un cinto de oro. 14Su cabeza y cabello eran blancos como lana blanca, como nieve, y sus ojos como una llama de fuego, 15y sus pies eran como bronce bruñido como refinado en un horno, y su voz era como el sonido de muchas aguas, 16y tenía en su mano derecha siete estrellas, y de su boca procedía una espada aguda de dos filos, y su rostro era como el sol cuando brilla en su poder.
17Y cuando lo vi, caí a sus pies como una persona muerta, y él puso su mano derecha sobre mí, diciendo: “¡Deja de tener miedo! Yo soy el primero y el último, 18y El que el que vive, y estuve muerto y he aquí, vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Hades. 19Escribe, por tanto, las cosas que viste, es decir, las cosas que son y las cosas que están por suceder después de estas cosas. 20Con respecto al misterio de las siete estrellas que viste en mi mano derecha, y de los siete candeleros de oro, las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros son las siete iglesias”.
Notas
1:12 Siete candeleros de oro. Los candeleros (gr luchnía, “candelero”, “velador”) siguen el modelo del candelabro de siete brazos, de oro, del tabernáculo del desierto (Éxo. 25:31–37) o del candelabro de oro con siete lámparas de Zacarías 4:2. Apocalipsis 1:12–13 dice que Juan vio siete candeleros de oro separados, y que Cristo caminaba entre ellos. Juan más tarde explica que los candeleros representan las siete iglesias a quienes se dirigen los siete mensajes (1:20). En la tradición judía, la figura del candelabro simbolizaba la obediencia de Israel a Dios.25 En el Antiguo Testamento, Israel fue designado por Dios para ser testigos portadores de la luz de Dios (Isa. 42:6–7; 49:6; 60:1–3). En el Nuevo Testamento, este rol se transfirió a la iglesia. De acuerdo con Mateo 5:14–16, la iglesia es como una lámpara que da luz al mundo (cf. Fil. 2:15). La lámpara debe ser puesta sobre el “candelero” para brillar (Mar. 4:21; Luc. 8:16). En Apocalipsis 11:4, los dos testigos de Dios, en su rol profético, se identifican como los “dos candeleros que están en pie delante del Dios de la tierra” (cf. Zac. 4:2–6, 14). Las referencias precedentes sugieren que el emblema del candelero define el rol esencial de la iglesia como testigo de Dios en el mundo.
1:13 Como un hijo de hombre. Este título es tomado de Daniel 7:13–14, donde el Anciano de días dio el reino y el poder y el dominio a “uno como un hijo de hombre”. El título “Hijo del Hombre” llegó a estar asociado con el Mesías en el Nuevo Testamento. En Marcos 13:26, Jesús aplicó el pasaje de Daniel 7:13 a sí mismo. “El Hijo del Hombre” fue su título favorito en los evangelios. Lo usó con frecuencia con referencia a sí mismo (p. ej. Mat. 24:30, 37, 39, 44; 26:46; Mar. 13:26; 14:62; Luc. 19:10). El Hijo del Hombre en Apocalipsis 1 es evidentemente Jesucristo mismo y es casi idéntico a la descripción de la figura divina de Daniel 10:5–12.
| Daniel 10:5–12 | Apocalipsis 1:12–18 |
| Un varón | Como un hijo de hombre |
| Vestido de lino | Vestido con un manto que le llegaba a los pies |
| Ceñidos sus lomos de oro de Ufaz | Ceñido con un cinto de oro |
| Sus ojos como antorchas de fuego | Sus ojos como llama de fuego |
| Sus pies como de color de bronce bruñido | Sus pies como bronce bruñido |
| Su voz como estruendo de una multitud | Su voz como sonido de muchas aguas |
| No quedó fuerza en mí | Juan cayó a sus pies como persona muerta |
| Una mano tocó a Daniel | Puso su mano sobre Juan |
| “¡No temas!” | “¡Deja de tener miedo!” |
Un manto que le llegaba a los pies. La palabra griega que describe este manto es “podēres, que literalmente significa “que llega hasta los pies”. Esta misma palabra se usa en el Antiguo Testamento griego (LXX) para las vestiduras sacerdotales (Éxo. 28:4, 31; 29:5; Zac. 3:5). El historiador judío Josefo declara que el Sumo Sacerdote vestía podēres ( un manto largo que llegaba hasta los pies) con un cinto alrededor de su pecho.26 El cuadro del Cristo resucitado vestido en podēres, caminando entre los candeleros, trasmite el ambiente del templo de Apocalipsis 1:9–20. Se ve a Cristo principalmente en su rol sacerdotal. Sin embargo, un “manto largo” no debe limitarse solo a la vestimenta sacerdotal, porque los que estaban en altos cargos también podían usar mantos largos con cintos alrededor de sus pechos (cf. Isa. 22:21).27 También es importante notar que el cuadro de Cristo en Apocalipsis 1 se toma de Daniel 10:5–12. Allí, la persona divina que vio Daniel vestida de un manto con un cinto de oro (10:5) no estaba evidentemente en un rol sacerdotal. Además, la persona celestial en el rol de juez en la visión de Ezequiel que marcaba a los fieles en Jerusalén, estaba vestido con el manto podēres (LXX, Eze. 9:2–3, 11). Esto sugiere que Juan vio en la visión al Cristo resucitado vistiendo la vestimenta sacerdotal real y actuando en su función sacerdotal así como en su dignidad real.
1:14 Su cabeza y cabello eran blancos como lana limpia, como nieve. La cabeza y el cabello “blancos como lana limpia, como nieve” de Cristo es tomada de la descripción del Anciano de días de Daniel 7:9a, cuyo “vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia”. Esto muestra que el Jesús resucitado tiene las mismas características del Dios eterno.
Sus ojos como una llama de fuego. Esta descripción de Cristo también aparece en el mensaje a la iglesia de Tiatira (2:18), y en la visión del regreso victorioso del Cristo conquistador que viene para juzgar a sus enemigos (19:12). En la visión de Zacarías, las siete lámparas del candelabro simbolizaban “los ojos de YHWH que recorren toda la tierra” (Zac. 4:10). Juan explica más tarde que los siete ojos del Cordero, quien era digno de tomar el libro sellado, simbolizaban “los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra” (5:6). Esto muy probablemente significa su capacidad y derecho tanto de reinar como de juzgar.
1:15 Sus pies eran como bronce bruñido como refinado en un horno. Esta frase tomada de Daniel 10:6 también nos recuerda los pies de los cuatro seres vivientes en Ezequiel 1:7 que “centelleaban a manera de bronce muy bruñido”. Esta descripción de los pies de Cristo muy probablemente sea “para añadir a la magnificencia y a la fortaleza de la descripción”.28
Su voz era como el sonido de muchas aguas. Esta descripción es tomada evidentemente de Ezequiel 43:2 donde el profeta describe la voz de Dios como “el sonido de muchas aguas”.
1:16 Tenía en su mano derecha siete estrellas. En Daniel 12:3, el pueblo fiel de Dios está asociado con las estrellas. En Malaquías, se habla de los sacerdotes y mensajeros del pueblo de Dios como ángeles (Mal. 2:7; 3:1), una idea que también aparece en el Nuevo Testamento (cf. Mat. 11:10). El contexto aquí sugiere que los ángeles representan a los líderes de las iglesias.29 Como nota Isbon T. Beckwith, “ellos representan las iglesias de tal manera que se identifican prácticamente con ellas, y son responsables por las condiciones de las iglesias”.30
De su boca procedía una espada aguda de dos filos. Esta descripción de Cristo se repite a menudo en el libro (2:12, 16; 19:15, 21). Las imágenes son tomadas de Isaías 49:2, donde Dios pone la boca de su siervo como una espada aguda. En el Salmo 149:6, se usa la espada de dos filos para ejecutar juicios sobre los malvados. Nos recuerda también Hebreos 4:12, donde “la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos”. Pablo se refiere a la “espada del Espíritu, que es la palabra de Dios” (Efe. 6:17). En Apocalipsis 19, el nombre de Jesús es “el Verbo de Dios” que sale a pelear contra los enemigos de Dios.
1:17 “¡Deja de tener miedo!” La construcción gramatical del presente del imperativo indica el detener una acción que ya está en marcha. Se le dijo a Juan que deje de estar con temor.
1:18 Las llaves de la Muerte y del Hades. En el texto griego tanto “muerte” como “hades” tienen el artículo definido “la” o “él”. “Muerte” aquí debe entenderse en relación con el Hades. La palabra griega hadēs aquí se refiere al poder de la muerte. En el griego helenístico, de acuerdo con David Aune, “Hades puede referirse tanto a una persona como a un lugar”31, el ámbito del mundo subterráneo y el reino de la muerte (heb. she’ol). En Apocalipsis, aunque el Hades es donde van los muertos (cf. 6:8; 20:14), también se refiere a los poderes demoníacos de la muerte. Jürgen Roloff explica: “Gobierna el mundo de los muertos y, como es evidente en las representaciones griegas del dios Hades, posee la llave como un atributo de su fortaleza. Pero ahora Cristo ha vencido a la Muerte y el Hades, ese par demoníaco; les ha quitado la llave del lugar donde guardaban a los muertos (cf. 1. Cor. 15:26; Hech. 2:27, 31). Sus seguidores participan en esta victoria y no necesitan temer más a la muerte”.32 De acuerdo con Apocalipsis 20:14, la segunda muerte es el fin de la Muerte y del Hades.
Aune observa que la representación del Cristo glorificado en Apocalipsis 1:17–18 “él primero y el último” que “tiene las llaves de la Muerte y del Hades” tiene un parecido notable con la descripción de la diosa helenística Hécate, que era muy popular en el Asia Menor en el tiempo en que se escribió el Apocalipsis. A Hécate se le asignaba soberanía universal; se la consideraba tanto la fuente y la soberana del cielo, la tierra y el Hades, y el agente por el cual ellos llegarían a su fin. Se la llamaba la señora del cosmos y la “portadora de la llave” (gr. kleidouchos) porque popularmente se creía que poseía las llaves de las puertas del cielo y del Hades. Ella podía ir y venir entre el cielo y la tierra e informar sobre la tierra lo que estaba sucediendo en el cielo, y en el cielo lo que ocurría en la tierra. Además, usaba ángeles para mediar sus mensajes. Frecuentemente se dirigían a ella diciendo: “Comienzo y fin [archē kai télos] eres tú, y tú sola gobiernas todo. Pues todas las cosas son tuyas, y en ti se hace todo. Eterna, ven al fin de ellas.33 Parece que Apocalipsis 1:13–18 tenía la intención de evocar paralelos con el concepto popular que conocían los lectores originales, representando a Cristo como “usurpando la autoridad de Hécate así como la de toda otra autoridad natural o sobrenatural”.34
1:19 Las cosas que son y las cosas que están por suceder después de estas cosas. La expresión “es decir” se expresa en el griego con kai (“y”), que opera aquí en el texto epexegéticamente. Algunos comentadores sostienen que la cláusula sencillamente se refiere a lo que Juan acaba de ver en la visión (1:12–16), y que lo que él había de ver después, como algo todavía futuro.35 Sin embargo, “las cosas que son” se refiere claramente a los mensajes enviados a las iglesias (capítulos 2–3). En 4:1 se le dice a Juan que se le mostrarán “las cosas que deben suceder después de estas cosas”, es decir, las cosas registradas en los capítulos 2–3. “Las cosas que sucederán después de estas” en 4:1 son las mismas palabras que se encuentran en Apocalipsis 1:19b, sugiriendo que “las cosas que sucederán después de estas” se refieren a los capítulos 4–22.36
1:20 Las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias. Ver Notas sobre Apocalipsis 1:16.
Exposición
1:12–13 Después de darse vuelta, Juan ve siete candeleros de oro. Más tarde explica que los candeleros de oro representan las siete iglesias a las cuales Jesús dirige sus mensajes (1:20). Se supone que la iglesia debe llevar la luz del evangelio al mundo que está en tinieblas (Mat. 5:14–16; Fil. 2:15). Si la iglesia deja de hacer esto, pierde la razón de su existencia (cf. Apoc. 2:5). Las iglesias representadas por los siete candeleros corresponden a la séptupla actividad del Espíritu Santo en favor de las iglesias (cf. Apoc. 1:4), sugiriendo lo completa y universal que es la actividad del Espíritu Santo en favor del pueblo de Dios. Cada una de las iglesias tiene el pleno apoyo del Espíritu Santo y una tarea para realizar en el mundo.
En medio de los candeleros, Juan ve a uno como un hijo de hombre. Esta expresión es tomada de Daniel 7:13, donde el reino y el poder y el dominio son dados por el Anciano de Días a Uno como hijo de hombre. “El Hijo del Hombre” era el título preferido de Jesús en los evangelios. La descripción de Jesús en Apocalipsis 1:12–18 corresponde a la descripción del mensajero de Daniel 10:5–12, quien fue enviado a Daniel con un mensaje especial con respecto a las cosas que ocurrirían al final del tiempo. Jesús aquí es representado como un mensajero de Dios. Vimos antes que la revelación de Jesucristo es algo que Dios le dio a Jesús para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder (Apoc. 1:1).
A la luz de este trasfondo del Antiguo Testamento, Jesús aparece en el libro del Apocalipsis como el mensajero final del cielo con un mensaje especial para la iglesia acerca de las cosas que vendrán. El mensajero divino en Daniel 10, es una figura parecida a un hombre. El hecho de que se refiere a “Uno como hijo de hombre” (tanto en Apoc. 1:13 como en 14:14) y que se lo describe en términos de la figura semejante a un hombre en Daniel 10, era especialmente significativa para esas siete iglesias en la provincia de Asia. Jesús vivió en esta tierra como un hombre y sufrió. Él es para las iglesias Uno que comprende los problemas y el sufrimiento humanos, porque él mismo experimentó todo esto.
Según Apocalipsis 2:1, el Cristo glorificado está caminando entre los siete candeleros. Esta escena evoca, primero de todo, la promesa de Dios dada al antiguo Israel: “Y pondré mi morada en medio de vosotros, y mi alma no os abominará y andaré entre vosotros, y yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo” (Lev. 26:11–12). Ahora, vemos a Cristo cumpliendo la promesa en una caminata simbólica entre los candeleros. El mismo Dios que caminó con el Israel del Antiguo Testamento ahora camina en Cristo con su pueblo del Nuevo Testamento.
La escena también evoca a los sacerdotes oficiando los servicios en el tabernáculo del Antiguo Testamento. Los sacerdotes arreglaban y rellenaban las lámparas que todavía estaban encendidas, y también quitaban los pabilos y el aceite viejo de las lámparas que se habían apagado, suministrándoles aceite fresco y volviendo a encenderlas.37 Aquí en Apocalipsis 1, se representa a Cristo como ministrando a las iglesias en el rol de los sacerdotes del Antiguo Testamento. Él ministra vestido con un manto que le llegaba a los pies y ceñido con un cinto de oro. Los sacerdotes usaban estos mantos, como también los usaban los reyes en el Antiguo Testamento. Esta representación enfatiza el carácter tanto sacerdotal como el real del Cristo glorificado. Ya no es el hombre de Nazaret, sino el Cristo exaltado que “estuve muerto, y he aquí, vivo” (1:18). En su profecía del retoño del tronco de Isaí, Isaías explica que “será la justicia cinto de sus lomos, y la fidelidad ceñidor de su cintura” (Isa. 11:5).
El Señor glorificado, semejante a un hombre, camina entre las iglesias en su plena condición sacerdotal ministrando a su pueblo, y en su plena condición de Rey, gobernando sobre el reino que es su iglesia. Como revelan los siete mensajes, las iglesias no son perfectas; más bien son débiles y están lejos del ideal. No obstante, Jesús les asegura su presencia. Es muy importante en nuestra experiencia cristiana saber que Cristo es capaz de simpatizar con nuestras debilidades, porque él fue tentado “en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Heb. 4:15). Él es fiel a su promesa, y camina entre su pueblo a pesar, o más bien, por causa de sus debilidades. Y él estará con ellos siempre hasta el fin del tiempo (Mat. 28:20).
1:14–16 Juan toma ahora algunas descripciones de Dios del Antiguo Testamento y las aplica al Cristo resucitado. Primero, su cabello era blanco como lana blanca. Esta descripción aparece en Daniel 7:9 para el Anciano de Días, que es el título de Dios en Daniel. En el mundo antiguo, el cabello blanco y gris simbolizaban sabiduría y experiencia de años (Job 15:10; Prov. 20:29) así como dignidad (Prov. 16:31). En la antigua tradición judía, Dios va a la guerra como un joven con cabello negro (Cantares 5:11); sin embargo, cuando se sienta en el tribunal es un anciano, su cabello es blanco.38 Luego, su voz era como el sonido de muchas aguas, nos recuerda una de las descripciones de Dios en su gloria en Ezequiel 43:2. Sacando sus imágenes de Ezequiel, Juan declara que la gloria de Dios que visitó a Israel en el Antiguo Testamento, ahora viene en Jesucristo, dando el mensaje de arrepentimiento a las iglesias.
Leemos también que los ojos de Cristo eran como una llama de fuego. Nada permanece oculto de los ojos penetrantes de Cristo.39 Y sus pies eran como bronce bruñido como refinado en un horno. Esta descripción añade a la “magnificencia y la fortaleza de la representación”.40 El bronce bruñido o brillante afirma la majestad del Cristo glorificado. Tenía en su mano derecha siete estrellas. Las estrellas son los ángeles o líderes de las iglesias (Apoc. 1:20). Esto significa que Cristo tiene a los líderes de las iglesias a su cuidado. Las situaciones parecen muy malas en las iglesias, pero Cristo está en el control.
De su boca [la de Cristo] procedía una espada aguda de dos filos. Las espadas de dos filos en el Antiguo Testamento estaban asociadas con la ejecución de juicios sobre los malvados (Sal. 149:6). Apocalipsis 19 representa al Cristo que retorna de cuya boca procede una espada aguda para ejecutar juicios sobre los malvados (19:15, 21). En Apocalipsis 2–3, Cristo hace guerra con las iglesias. A la iglesia de Pérgamo envía este mensaje: “Pelearé contra ellos con la espada de mi boca” (2:16; cf. 2:12). El hecho de que la espada de dos filos sale de la boca de Cristo en vez de salir de su mano, muestra que su batalla es de naturaleza verbal más bien que física. “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Heb. 4:12). Su rostro era como el sol cuando brilla en su poder. Juan presenció antes, junto con otros dos discípulos, la gloria de Cristo en el monte de la Transfiguración, cuando Jesús “se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol” (Mat. 17:2). Ahora, más de medio siglo más tarde, Juan ve otra vez el rostro de Cristo, ahora exaltado en gloria y majestad.
1:17–18 Jesucristo aparece a Juan como un ser humano; sin embargo, es el Señor glorificado. Su cabello blanco y su voz como el sonido de muchas aguas nos recuerdan la presencia de Dios. Está vestido con un manto de poder, dignidad y autoridad. Sus ojos son como llama de fuego, sus pies como bronce bruñido, y su rostro brilla como el sol; estas son descripciones metafóricas de la gloria y majestad del Cristo exaltado. Él es el Mesías victorioso equipado con la espada de dos filos que sale de su boca. No sorprende que Juan, abrumado por su gloria, cae a sus pies como muerto, como sucedió antes en el Monte de la Transfiguración (Mat. 17:6). Esta es la reacción común de un hombre que está en la presencia de la gloria de Dios (Jos. 5:14; Eze. 1:28; 3:23; 43:3; Dan. 8:17; 10:9, 11; Mat. 28:9). Esto nos recuerda también el evento en Galilea (Luc. 5:1–11) cuando, después de una gran pesca, Pedro vislumbra quién es Jesús y cae sobre sus rodillas, consciente solo que él mismo es un hombre pecador.
Como en el Monte de la Transfiguración (Mat. 17:7), Juan otra vez experimenta la mano derecha tranquilizadora de Jesús sobre sí con las palabras ¡Deja de tener miedo! Juan había escuchado esta frase de los labios de Jesús a menudo cuando estaba junto con los demás discípulos (Mat. 14:27; 28:10; Mar. 6:50; Juan 6:20).
“Deja de tener miedo” pues yo soy el primero y el último. La declaración “Yo soy el primero y el último” es muy significativa. Refleja como en un espejo la declaración en el informe de Isaías del Dios del pacto: “Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios” (Isa. 44:6; cf. 41:4; 48:12). Al usar esta descripción de Dios del Antiguo Testamento, Jesús se identifica como no otro que el Yahveh del pacto del Antiguo Testamento. Al comienzo de esta visión, el Cristo resucitado es “como un hijo de hombre” cumpliendo la promesa del pacto al antiguo Israel: “Y andaré entre vosotros, y yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo” (Lev. 26:12). Mediante la caminata simbólica entre los candeleros, Cristo quiere mostrar su presencia y ministerio a las iglesias. Esta porción final hace claro que en el Jesucristo resucitado y exaltado, el mismo Dios del pacto ha descendido, y él está con su pueblo del Nuevo Testamento. Él es su única esperanza al acercarse el fin, porque “no hay Dios fuera de él”. Dios habló por medio de Isaías:
“Vosotros sois mis testigos”, dice YHWH, “Y mi siervo que yo escogí, para que conozcáis y creáis, y entendáis que yo mismo soy; antes de mí no fue formado dios, ni lo será después de mí. Yo, yo YHWH, y fuera de mí no hay quien salve. Yo anuncié, y salvé, e hice oír, y no hubo entre vosotros dios ajeno. Vosotros, pues, sois mis testigos”, dice YHWH, “que yo soy Dios. Aun antes que hubiera día, yo era; y no hay quien de mi mano libre. Lo que hago yo, ¿quién lo estorbará?” (Isa. 43:10–13)
El Cristo resucitado y exaltado no es otro que el Dios del pacto. En él, las promesas del pacto dadas al antiguo Israel han encontrado su cumplimiento.
A las iglesias que afrontaban persecución y tribulación, Jesús se presenta recordándoles de su propio sufrimiento, muerte y resurrección. Él está vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y el Hades. Esta declaración habría recordado a los cristianos de los días de Juan a la diosa Hécate, popularmente llamada “el principio y el fin” y “la portadora de llaves” que tenía las llaves del cielo y del Hades. Aquí la autoridad de Cristo sobrepasa “la autoridad de Hécate así como la de cualquier otra autoridad natural o sobrenatural”,41 como Pablo afirmó, “de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra” (Fil. 2:10). Él experimentó la muerte en el trascurso de su ministerio. Él quebró el poder de la muerte, y sin embargo, vive para siempre con su pueblo y lo sostiene. Su victoria sobre la muerte le ha dado el poder de poseer “las llaves de la Muerte y del Hades”. Según Pablo, “el postrer enemigo que será abolido es la muerte” (1 Cor. 15:26, trad. literal). En el Apocalipsis, Hades simboliza el poder demoníaco (cf. 6:8; 20:14). Pero ahora Cristo ha vencido el poder de los demonios (cf. 1 Cor. 15:26). Sus seguidores han compartido esta victoria y ya no necesitan temer la muerte porque ya están con Cristo en lugares celestiales. Dejan de tener miedo porque “el primero y el último” está con ellos, y está en el control.
1:19–20 Luego, el Cristo glorificado comisiona a Juan: Escribe, por tanto, las cosas que viste. La expresión “por tanto” significa “a la luz de lo precedente”. Así el texto diría: “A la luz del hecho de que yo soy el primero y el último, el que vive, el que conquistó la muerte y tiene poder sobre los poderes demoníacos que amenazan vuestras vidas, escribe las cosas que viste”. El libro del Apocalipsis quita el velo de sobre Jesucristo y de sus actividades en favor de su pueblo al llegar el fin de la historia. Su propósito es mostrar al pueblo de Dios “las cosas que deben suceder pronto” a la luz de la cruz, y de lo que Cristo significa para su pueblo. Por causa de lo que Jesucristo es y de lo que hace, estas cosas fueron escritas con el propósito de decir al pueblo de Dios que “¡dejen de tener miedo! Yo estoy en el control. Yo estaré con vosotros siempre, hasta el fin del tiempo”.
Juan claramente afirma que las cosas acerca de las que está por escribir se encuentran en dos partes: las cosas que son y las cosas que están por suceder después de estas cosas. “Las cosas que son” se refieren a la situación y necesidades de las siete iglesias locales de su propio tiempo. “Las cosas que están por suceder después de estas” se refiere a las visiones descritas en los capítulos 4 a 22. Esta sección describe la continua gran controversia entre las fuerzas del bien y del mal que avanzan hasta el fin, cuando Dios, definitivamente y para siempre, tratará el problema del mal y establecerá su reino eterno.
Retrospección Sobre Apocalipsis 1:9–20
En la estéril isla de Patmos, rodeado por “muchas aguas”, Juan tiene un encuentro con el Cristo resucitado y recibe palabras de seguridad. Juan es el anciano de las siete iglesias del Asia Menor (cf. 2 Juan 1; 3 Juan 1). Necesita ánimo. Jesús viene a él con estas palabras: “¡Deja de tener miedo! Yo estoy en el control. He conquistado los poderes demoníacos; y tengo las llaves de la muerte. Estaré con vosotros siempre, hasta el fin del mundo”. De esto se trata la revelación de Jesucristo. Como nos recuerda Kenneth A. Strand, “es importante que recordemos que el propósito mismo del libro del Apocalipsis era dar conocimiento y fortaleza espiritual a los seguidores perseguidos del Cordero”.42 El libro ha de ser un recordativo constante, tanto para las iglesias como para sus líderes que experimentan el dolor y las dificultades de un “Patmos”, que un “Patmos” de tribulación por la fidelidad al evangelio siempre resulta en una experiencia de Patmos, es decir, la revelación de Jesucristo. Siempre que los siervos de Dios se sientan desanimados y rechazados, rodeados de “muchas aguas”, pueden sentir la presencia del Cristo glorificado y sus palabras de certeza: “¡No temas! Yo conquisté los poderes demoníacos. Yo estoy con vosotros siempre”. Los poderes demoníacos pueden amenazar con dañar sus vidas y hacerlos sufrir, pero Jesús tiene las llaves. El día viene cuando la Muerte y el Hades, enemigos ya vencidos, experimentarán su destrucción final en el lago de fuego (Apoc. 20:14).
No solo afrontó Jesús la situación y las necesidades de Juan como líder, sino que atendió también la situación y las necesidades de cada iglesia individual a la que se dirigieron los mensajes del libro del Apocalipsis. Apocalipsis 1:12–18 enumera varias características de Jesucristo. Es especialmente interesante notar que todas estas características se mencionan otra vez en los mensajes a las siete iglesias. Cada mensaje comienza con una breve descripción de Cristo de la imagen compuesta:
- Al ángel de la iglesia en Éfeso: Así dice el que tiene las siete estrellas en su mano derecha y camina entre los siete candeleros(2:1; cf. 1:13, 16).
- Al ángel de la iglesia en Esmirna: Así dice el primero y el postrero, el que estuvo muerto y vivió (2:8; cf. 1:17–18).
- Al ángel de la iglesia en Pérgamo: Así dice el que tiene la espada aguda de dos filos (2:12; cf. 1:16).
- Al ángel de la iglesia en Tiatira: Así dice el Hijo de Dios, que tiene ojos como llamas de fuego, y sus pies son como bronce bruñido (2:18; cf. 1:14–15).
- Al ángel de la iglesia en Sardis: Así dice el que tiene los siete espíritus de Dios, y las siete estrellas (3:1; cf. 1:4, 16).
- Al ángel de la iglesia en Filadelfia: Así dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y nadie cierra, y cierra y nadie abre (3:7; cf. 1:18; el santo y verdadero se hallan en 6:10).
- Al ángel de la iglesia en Laodicea: Así dice el Amén, el testigo Fiel y Verdadero, el principio de la creación de Dios (3:14; cf. 1:5a).
Casi todas las características del Cristo resucitado mencionadas en Apocalipsis 1 se usan para introducir los mensajes a las siete iglesias. Las siete descripciones de Cristo presentan diferentes aspectos de su ministerio a las iglesias. El aspecto específico de Cristo usado en cada mensaje se relaciona con la situación y la necesidad específica de cada iglesia.43 Del mismo modo, los cuatro evangelios dan diferentes retratos de Jesús. Cada evangelio presenta un cuadro singular de Jesús que afronta los problemas y las necesidades de la gente a las cuales fue enviado.
A cada iglesia individual Jesús se presenta de una manera singular. Ninguna iglesia recibe al Jesús completo, y no hay dos que compartan el mismo aspecto de Jesús. Vimos antes cómo la séptupla manifestación del Espíritu Santo corresponde a una situación de cada una de las siete iglesias en las cuales actúa (Apoc. 1:4). Cada iglesia experimenta diferentes manifestaciones del Espíritu Santo, porque cada iglesia tiene situaciones y necesidades diferentes. Jesús camina entre ellas, sirviendo a cada una de las iglesias individualmente y atendiéndolas donde se encuentran. El Espíritu Santo manifiesta la realidad de la presencia de Jesús entre las iglesias. Las iglesias deben prestar atención al mensaje y reconocer la autoridad de quien les habla.
Como observa Merrill C. Tenney, este retrato de Cristo en Apocalipsis 1 es “la clave de la sección. Así como las diversas iglesias son evaluadas y analizadas, uno puede ver al Cristo viviente en acción entre su propio pueblo. Él no les aparece como el soberano terrible sobre el trono ni como el conquistador cabalgando a la batalla. Camina entre ellas como un Señor que procura felicitarlos por sus virtudes aun más que exponer y castigar sus faltas. Estas cartas son su advertencia y consejo específicos a la iglesia de todos los tiempos, a medida que sus variados aspectos aparecen bajo la forma de sus siete lugares históricos”.44 El Señor glorificado todavía camina en medio de su iglesia. Habla a su iglesia del tiempo del fin hoy por medio de la Revelación de Jesucristo. Se presenta a su pueblo de varias maneras, atendiendo problemas en sus diferentes situaciones y necesidades en la vida. Los encuentra donde están ahora, como se encontró con los cristianos de aquellas siete congregaciones en la provincia de Asia en los días de Juan.
La fuerte apelación del libro del Apocalipsis a los cristianos de hoy es que sigan el camino del Señor en la proclamación del mensaje del evangelio al mundo. Por lo tanto, es sagrado deber de la iglesia de presentar a Jesucristo—su carácter y su ministerio—de una manera que atienda a la gente donde se encuentra. La representación simbólica de la iglesia como el candelero de siete brazos denota que la iglesia tiene el pleno apoyo del Espíritu Santo y una tarea completa que realizar. El primer deber es el de ser luz para el mundo: proclamar a Jesús en palabra y acción. Por medio de la iglesia actual, Cristo atiende a la gente con diferentes aspectos de sí mismo que corresponden a sus propias circunstancias de la vida y se relacionan con sus necesidades individuales. La iglesia es la única luz a través de la cual brilla Jesús. Si la iglesia no cumple su rol, pierde la razón de existir, y su candelero será quitado (Apoc. 2:5; cf. Mat. 5:16).