Regreso a Judea para resucitar a Lázaro

LA ENFERMEDAD DE LÁZARO.

[Jn. 11:1–4, Perea]

Había un enfermo, llamado Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta su hermana. (María, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo, fue la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con sus cabellos). Enviaron, pues, las hermanas para decir a Jesús: “Señor, he aquí el que amas está enfermo.”

Oyéndolo Jesús, dijo: “Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.”


LOS DISCÍPULOS TEMEN EL REGRESO.

[Jn. 11:5–16]

Y amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando oyó, pues, que estaba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Luego, después de esto, dijo a los discípulos: “Vamos a Judea otra vez.”

Le dijeron los discípulos: “Rabí, hace poco los judíos procuraban apedrearte, ¿y otra vez vas allá?”

Respondió Jesús: “¿No tiene el día doce horas? El que anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero el que anda de noche, tropieza, porque no hay luz en él.”

Dicho esto, les dijo después: “Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarlo.”

Dijeron entonces sus discípulos: “Señor, si duerme, sanará.” Pero Jesús decía esto de la muerte de Lázaro; y ellos pensaron que hablaba del reposar del sueño.

Entonces Jesús les dijo claramente: “Lázaro ha muerto; y me alegro por ustedes de no haber estado allí, para que crean; mas vamos a él.” Dijo entonces Tomás, llamado Dídimo, a sus condiscípulos: “Vamos también nosotros, para que muramos con él.”


JESÚS HABLA CON MARTA.

[Jn. 11:17–27, cerca de Betania]

Vino, pues, Jesús, y halló que hacía ya cuatro días que Lázaro estaba en el sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén, como a tres kilómetros; y muchos de los judíos habían venido a Marta y a María, para consolarlas por su hermano.

Entonces Marta, cuando oyó que Jesús venía, salió a encontrarlo; pero María se quedó en casa. Y Marta dijo a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Mas también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará.”

Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará.”

Marta le dijo: “Sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero.”

Le dijo Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?”

Le dijo: “Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo.”


JESÚS HABLA CON MARÍA.

[Jn. 11:28–37]

Habiendo dicho esto, fue y llamó a María su hermana, diciéndole en secreto: “El Maestro está aquí y te llama.” Ella, cuando lo oyó, se levantó de prisa y vino a él. Jesús todavía no había entrado en la aldea, sino que estaba en el lugar donde Marta lo había encontrado.

Entonces los judíos que estaban en casa con ella y la consolaban, cuando vieron que María se había levantado de prisa y había salido, la siguieron, diciendo: “Va al sepulcro a llorar allí.”

María, cuando llegó a donde estaba Jesús, al verlo, se postró a sus pies, diciéndole: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.”

Jesús entonces, al verla llorando, y a los judíos que la acompañaban también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió. Y dijo: “¿Dónde lo pusieron?” Le dijeron: “Señor, ven y ve.”

Jesús lloró.

Dijeron entonces los judíos: “Miren cómo lo amaba.” Y algunos de ellos dijeron: “¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego, haber hecho también que Lázaro no muriera?”


JESÚS RESUCITA A LÁZARO.

[Jn. 11:38–44]

Jesús, profundamente conmovido otra vez, vino al sepulcro. Era una cueva, y tenía una piedra puesta encima. Dijo Jesús: “Quiten la piedra.”

Marta, la hermana del que había muerto, le dijo: “Señor, hiede ya, porque es de cuatro días.”

Jesús le dijo: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?”

Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: “Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado.”

Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: “¡Lázaro, ven fuera!” Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: “Desátenlo, y déjenlo ir.”


EL SANEDRÍN PLANEA MATAR A JESÚS.

[Jn. 11:45–53]

Entonces muchos de los judíos que habían venido para acompañar a María, y habían visto lo que hizo Jesús, creyeron en él. Pero algunos de ellos fueron a los fariseos y les dijeron lo que Jesús había hecho.

Entonces los principales sacerdotes y los fariseos reunieron el concilio, y dijeron: “¿Qué haremos? Porque este hombre hace muchas señales. Si lo dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos, y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación.”

Entonces Caifás, uno de ellos, sumo sacerdote aquel año, les dijo: “Ustedes no saben nada; ni piensan que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca.”

Esto no lo dijo por sí mismo, sino que como era sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación; y no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos. Así que, desde aquel día acordaron matarlo.


JESÚS SE RETIRA A EFRAÍN.

[Jn. 11:54, Efraín]

Por tanto, Jesús ya no andaba abiertamente entre los judíos, sino que se alejó de allí a la región contigua al desierto, a una ciudad llamada Efraín; y se quedó allí con sus discípulos.