PEDRO RECONOCE A CRISTO
[Mt. 16:13–20; Mc. 8:27–30; Lc. 9:18–20, Cesarea de Filipo]
Cuando Jesús llegó a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?”
Ellos respondieron: “Unos dicen que Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que Jeremías o alguno de los profetas.”
“Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” les preguntó.
Simón Pedro respondió: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.”
Entonces Jesús le dijo: “Bienaventurado eres, Simón hijo de Jonás, porque esto no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que ates en la tierra será atado en los cielos, y todo lo que desates en la tierra será desatado en los cielos.” Luego mandó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Cristo.
ANUNCIO DEL SUFRIMIENTO
[Mt. 16:21–23; Mc. 8:31–33; Lc. 9:21–22]
Desde entonces, Jesús comenzó a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de parte de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas, y ser muerto, y resucitar al tercer día.
Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: “¡Señor, ten compasión de ti! De ningún modo esto te sucederá.”
Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: “¡Quítate de delante de mí, Satanás! Me eres tropiezo; porque no piensas en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.”
LAS CARGAS DEL DISCIPULADO
[Mt. 16:24–27; Mc. 8:34–38; Lc. 9:23–26]
Jesús llamó a la multitud junto con sus discípulos y dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; y el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio la salvará.
“Pues, ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero y perder su alma? ¿O qué dará el hombre a cambio de su alma? Porque el que se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre también se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.”
EL REINO EN ESTA VIDA
[Mt. 16:28; Mc. 9:1; Lc. 9:27]
Y les dijo: “De cierto les digo que hay algunos de los que están aquí que no gustarán la muerte hasta que hayan visto el reino de Dios venido con poder.”
JESÚS ES TRANSFIGURADO
[Mt. 17:1–8; Mc. 9:2–8; Lc. 9:28–36a, Monte Hermón]
Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos; su rostro resplandeció como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías, que hablaban con él.
Entonces Pedro dijo a Jesús: “Señor, bueno es que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.”
Mientras él aún hablaba, una nube luminosa los cubrió; y de la nube salió una voz que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia. ¡A él oigan!”
Al oír esto los discípulos, cayeron sobre sus rostros y tuvieron gran temor. Pero Jesús se acercó, los tocó y dijo: “Levántense, no teman.” Y alzando ellos los ojos, no vieron a nadie, sino a Jesús solo.
LOS APÓSTOLES PREGUNTAN POR ELÍAS
[Mt. 17:9–13; Mc. 9:9–13; Lc. 9:36b]
Mientras descendían del monte, Jesús les ordenó: “No digan a nadie la visión hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos.”
Entonces sus discípulos le preguntaron: “¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero?”
Jesús respondió: “A la verdad, Elías viene primero y restaurará todas las cosas. Pero les digo que Elías ya vino, y no lo reconocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron. Así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos.” Entonces entendieron los discípulos que les hablaba de Juan el Bautista.
Los discípulos guardaron esto en silencio, y por aquel tiempo no contaron a nadie lo que habían visto.
EL NIÑO EPILÉPTICO ES SANADO
[Mt. 17:14–21; Mc. 9:14–29; Lc. 9:37–43a]
Al llegar a donde estaban los demás discípulos, vieron una gran multitud alrededor de ellos y a los escribas discutiendo con ellos. Enseguida toda la gente, viéndolo, se asombró, corrió y lo saludó.
Jesús preguntó: “¿Qué discuten con ellos?”
Uno de la multitud respondió: “Maestro, traje a ti mi hijo, que tiene un espíritu mudo; el cual, dondequiera que lo toma, lo sacude; echa espumarajos, cruje los dientes y se va secando. Y dije a tus discípulos que lo echaran fuera, y no pudieron.”
Jesús les respondió: “¡Generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo los soportaré? Tráiganmelo.”
Se lo llevaron, y cuando el espíritu vio a Jesús, sacudió con violencia al muchacho, quien cayendo en tierra se revolcaba, echando espumarajos.
Jesús preguntó al padre: “¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto?”
Él dijo: “Desde niño. Muchas veces lo ha echado en el fuego y en el agua para matarlo; pero si puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros y ayúdanos.”
Jesús le dijo: “‘Si puedes creer,’ al que cree todo le es posible.”
E inmediatamente el padre del muchacho clamó: “Creo; ¡ayuda mi incredulidad!”
Cuando Jesús vio que la multitud se agolpaba, reprendió al espíritu inmundo, diciendo: “Espíritu mudo y sordo, yo te mando, sal de él y no entres más en él.”
El espíritu, clamando y sacudiéndolo con violencia, salió; y el muchacho quedó como muerto, de modo que muchos decían: “Está muerto.” Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo enderezó, y se levantó.
Ya en casa, sus discípulos le preguntaron en privado: “¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera?”
Él les dijo: “Por su poca fe. Porque de cierto les digo, si tuvieran fe como un grano de mostaza, dirían a este monte: ‘Pásate de aquí allá,’ y se pasaría; y nada les sería imposible. Pero este género no sale sino con oración.”
SEGUNDO ANUNCIO DE LA MUERTE
[Mt. 17:22–23; Mc. 9:30–32; Lc. 9:43b–45, Galilea]
Pasando por Galilea, Jesús no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba a sus discípulos y les decía: “El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres, y lo matarán; pero al tercer día resucitará.” Ellos no entendían esta palabra, y temían preguntarle.
LA MONEDA EN LA BOCA DEL PEZ
[Mt. 17:24–27, Capernaúm]
Al llegar a Capernaúm, vinieron a Pedro los que cobraban las dos dracmas y le preguntaron: “¿Su Maestro no paga las dos dracmas?”
Él respondió: “Sí.”
Y al entrar él en casa, Jesús se le anticipó diciendo: “¿Qué piensas, Simón? ¿De quién cobran los reyes de la tierra los tributos o los impuestos? ¿De sus hijos o de los extraños?”
Pedro le dijo: “De los extraños.”
Jesús le dijo: “Entonces los hijos están exentos. Sin embargo, para no ofenderlos, ve al mar, echa el anzuelo, y el primer pez que saques, ábrele la boca y hallarás una moneda; tómala y dásela por mí y por ti.”
DISCUSIÓN SOBRE QUIÉN ES EL MAYOR
[Mt. 18:2–4; Mc. 9:33–35; Lc. 9:46–48; 17:7–10]
Llegaron a Capernaúm. Y estando ya en casa, Jesús les preguntó: “¿Qué discutían en el camino?” Pero ellos callaban, porque en el camino habían discutido entre sí quién de ellos sería el mayor.
Entonces Jesús se sentó, llamó a los doce y les dijo: “Si alguno quiere ser el primero, será el último de todos y el servidor de todos.”
Y tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: “De cierto les digo que si no se convierten y se hacen como niños, no entrarán en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos. Porque ¿quién de ustedes que tenga un siervo arando o apacentando ganado, al volver del campo le dirá: ‘Pasa y siéntate a la mesa’? ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame la cena, cíñete y sírveme hasta que haya comido y bebido; y después de esto comerás y beberás tú’? ¿Acaso da gracias al siervo porque hizo lo que le fue mandado? Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les ha mandado, digan: ‘Siervos inútiles somos, porque lo que debíamos hacer, hicimos.’”
CUIDADO POR LOS PEQUEÑOS
[Mt. 18:5–6, 10–14; Mc. 9:36–37, 42; Lc. 17:2–3a]
“Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe; y cualquiera que me recibe a mí, no me recibe a mí sino al que me envió.
“Y al que haga tropezar a uno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que le colgaran al cuello una gran piedra de molino y lo hundieran en lo profundo del mar.
“Miren que no menosprecien a uno de estos pequeños; porque les digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos.
“¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas y una de ellas se extravía, ¿no deja las noventa y nueve y va por los montes a buscar la que se extravió? Y si acontece que la encuentra, de cierto les digo que se regocija más por aquella que por las noventa y nueve que no se extraviaron. Así también no es la voluntad de su Padre que está en los cielos que se pierda uno de estos pequeños.”
ADVERTENCIA SOBRE EL TROPIEZO
[Mt. 18:7–9; Mc. 9:43–50; Lc. 17:1]
“¡Ay del mundo por los tropiezos! Porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!
“Si tu mano o tu pie te es ocasión de caer, córtalo y échalo de ti; mejor te es entrar en la vida manco o cojo, que teniendo dos manos o dos pies ser echado en el fuego eterno. Y si tu ojo te es ocasión de caer, sácalo y échalo de ti; mejor te es entrar con un solo ojo en el reino de Dios, que teniendo dos ojos ser echado al infierno, donde: ‘El gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga.’
“Buena es la sal; pero si la sal se vuelve insípida, ¿con qué la sazonarán? Tengan sal en ustedes mismos y vivan en paz unos con otros.”
OBRAS EN EL NOMBRE DE JESÚS
[Mc. 9:38–41; Lc. 9:49–50]
Juan le dijo: “Maestro, vimos a uno que en tu nombre echaba fuera demonios, y se lo prohibimos, porque no nos seguía.”
Pero Jesús dijo: “No se lo prohíban; porque ninguno que haga milagro en mi nombre podrá luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, por nosotros está. Y cualquiera que les dé un vaso de agua en mi nombre, porque son de Cristo, de cierto les digo que no perderá su recompensa.”
CORRECCIÓN FRATERNA
[Mt. 18:15–17]
“Si tu hermano peca contra ti, ve y repréndelo estando tú y él solos; si te escucha, has ganado a tu hermano. Pero si no te escucha, toma contigo a uno o dos más, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los escucha a ellos, dilo a la iglesia; y si no escucha tampoco a la iglesia, tenlo por gentil y publicano.”
AUTORIDAD A LOS APÓSTOLES
[Mt. 18:18–20]
“De cierto les digo que todo lo que aten en la tierra será atado en el cielo; y todo lo que desaten en la tierra será desatado en el cielo.
“También les digo que si dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidan, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.”
PEDRO PREGUNTA POR EL PERDÓN
[Mt. 18:21–22; Lc. 17:3b–4]
Entonces Pedro se acercó y le preguntó: “Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?”
Jesús le dijo: “No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete.
“Si tu hermano peca contra ti, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo. Y si siete veces al día peca contra ti, y siete veces al día vuelve a ti diciendo: ‘Me arrepiento,’ lo perdonarás.”
PARÁBOLA DE LOS DOS SIERVOS
[Mt. 18:23–35]
“El reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. Como no podía pagar, su señor mandó venderlo, junto con su mujer, hijos y todo lo que tenía, para que se le pagara la deuda.
“Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba diciendo: ‘Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo.’ El señor de aquel siervo, movido a compasión, le soltó y le perdonó la deuda.
“Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos que le debía cien denarios; y echándole mano, lo ahogaba diciendo: ‘Págame lo que me debes.’
“Entonces su consiervo, postrándose, le rogaba diciendo: ‘Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo.’
“Pero él no quiso, sino que fue y lo echó en la cárcel hasta que pagara la deuda. Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho y fueron y refirieron a su señor todo lo que había sucedido.
“Entonces, llamándolo su señor, le dijo: ‘Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?’ E indignado, su señor lo entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.
“Así también mi Padre celestial hará con ustedes si no perdonan de corazón cada uno a su hermano sus ofensas.”