Enviando a los apóstoles

NECESIDAD DE OBREROS

[Mt. 9:35–38; Mc. 6:6b]

Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, proclamando el evangelio del reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia. Al ver a las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos:

“La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rueguen, pues, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies.”


LOS APÓSTOLES RECIBEN PODER

[Mt. 10:1–4; Mc. 6:7; Lc. 9:1–2]

Jesús reunió a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus impuros y poder para sanar toda enfermedad y toda dolencia.


INSTRUCCIONES A LOS APÓSTOLES

[Mt. 10:5–15; Mc. 6:8–11; Lc. 9:3–5]

A estos Doce los envió con estas instrucciones:

“No vayan por camino de gentiles ni entren en ciudad de samaritanos; vayan más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Y cuando vayan, prediquen diciendo: ‘El reino de los cielos se ha acercado.’ Sanen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos, expulsen demonios. De gracia recibieron, den de gracia.

“No lleven oro, ni plata, ni cobre en sus cinturones; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; porque el obrero merece su sustento.

“En cualquier ciudad o aldea donde entren, busquen a alguien digno y quédense allí hasta que salgan. Al entrar en la casa, salúdenla. Si la casa es digna, que su paz venga sobre ella; pero si no lo es, que su paz vuelva a ustedes. Y si alguien no los recibe ni escucha sus palabras, al salir de esa casa o de esa ciudad, sacudan el polvo de sus pies. Les aseguro que en el día del juicio será más tolerable para Sodoma y Gomorra que para aquella ciudad.”


ADVERTENCIA A LOS APÓSTOLES

[Mt. 10:16–33]

“Yo los envío como ovejas en medio de lobos. Sean, pues, astutos como serpientes y sencillos como palomas.

“Cuídense de la gente, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas. Por mi causa serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los gentiles. Pero cuando los entreguen, no se preocupen de cómo o qué hablarán, porque en aquella hora se les dará lo que deban decir; porque no serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu de su Padre que habla en ustedes.

“El hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; los hijos se levantarán contra los padres y los harán morir. Serán odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ese será salvo. Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra; porque les digo la verdad: no acabarán de recorrer todas las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del Hombre.

“El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor. Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si al dueño de la casa llamaron Beelzebú, ¡cuánto más a los de su casa!

“Así que no los teman, porque nada hay encubierto que no haya de revelarse, ni oculto que no haya de conocerse. Lo que les digo en la oscuridad, díganlo a la luz; y lo que oyen al oído, proclámenlo desde las azoteas. No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; teman más bien al que puede destruir alma y cuerpo en el infierno.

“¿No se venden dos pajarillos por una moneda? Y ninguno de ellos cae a tierra sin que lo permita su Padre. Y aun los cabellos de la cabeza de ustedes están todos contados. No teman, pues; ustedes valen más que muchos pajarillos.

“Cualquiera que me confiese delante de los hombres, yo también lo confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Pero al que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre que está en los cielos.”


CONFLICTO Y SACRIFICIO

[Mt. 10:34–39]

“No piensen que vine a traer paz a la tierra; no vine a traer paz, sino espada. Porque vine a poner en conflicto: ‘al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa.’

“El que ama a padre o madre más que a mí no es digno de mí; y el que ama a hijo o hija más que a mí no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que halla su vida la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará.”


QUIEN RECIBE A LOS APÓSTOLES RECIBE A CRISTO

[Mt. 10:40–42]

“El que los recibe a ustedes, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. El que recibe a un profeta como profeta, recompensa de profeta recibirá; y el que recibe a un justo como justo, recompensa de justo recibirá. Y cualquiera que dé un vaso de agua fría a uno de estos pequeños por ser discípulo mío, les aseguro que no perderá su recompensa.”


LOS APÓSTOLES EN ACCIÓN

[Mt. 11:1; Mc. 6:12–13; Lc. 9:6]

Cuando Jesús terminó de dar instrucciones a sus doce discípulos, se fue de allí a enseñar y a predicar en las ciudades de Galilea.

Ellos, saliendo, iban de aldea en aldea anunciando el evangelio y sanando por todas partes. Expulsaban muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los sanaban.


HERODES TIENE CURIOSIDAD SOBRE JESÚS

[Mt. 14:1–2; Mc. 6:14–16; Lc. 9:7–9, Perea]

El rey Herodes oyó hablar de Jesús, porque su nombre se había hecho famoso. Algunos decían: “Juan el Bautista ha resucitado de los muertos, y por eso actúan en él estos poderes milagrosos.” Otros decían: “Es Elías.” Y otros: “Es un profeta, como uno de los antiguos profetas.”

Pero Herodes decía: “A Juan yo lo decapité. ¿Quién, pues, es este de quien oigo tales cosas?” Y procuraba verlo.


LA MUERTE DE JUAN EL BAUTISTA

[Mt. 14:3–12a; Mc. 6:17–29]

Porque el mismo Herodes había mandado prender a Juan, y lo había encadenado en la cárcel, por causa de Herodías, mujer de su hermano Felipe, pues la había tomado por esposa. Porque Juan le decía a Herodes: “No te es lícito tener la mujer de tu hermano.”

Herodías lo odiaba y quería matarlo, pero no podía, porque Herodes temía a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Al oírlo, quedaba muy perplejo, pero lo escuchaba de buena gana.

Llegó el día oportuno: cuando Herodes celebraba su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, oficiales y principales de Galilea. Entonces la hija de Herodías entró, bailó y agradó a Herodes y a los que estaban con él a la mesa. El rey dijo a la muchacha: “Pídeme lo que quieras y te lo daré.” Y le juró: “Lo que me pidas te daré, hasta la mitad de mi reino.”

Ella salió y preguntó a su madre: “¿Qué pediré?”

Ella le dijo: “La cabeza de Juan el Bautista.”

Enseguida entró apresuradamente ante el rey y pidió: “Quiero que ahora mismo me des en un plato la cabeza de Juan el Bautista.”

El rey se entristeció mucho, pero a causa del juramento y de los que estaban con él a la mesa, no quiso negárselo. Enseguida envió a un verdugo y mandó que trajeran la cabeza de Juan. El verdugo fue, lo decapitó en la cárcel, trajo su cabeza en un plato y la entregó a la muchacha; y la muchacha la dio a su madre.

Los discípulos de Juan llegaron, recogieron el cuerpo y lo sepultaron.


LOS APÓSTOLES REGRESAN Y RINDEN INFORME

[Mt. 14:12b–13; Mc. 6:30–33; Lc. 9:10–11a; Jn. 6:1]

Al regresar los apóstoles, contaron a Jesús todo lo que habían hecho. Y él les dijo: “Vengan ustedes aparte a un lugar desierto y descansen un poco.” Porque eran tantos los que iban y venían, que ni siquiera tenían tiempo para comer.

Así que se fueron en una barca a un lugar apartado, camino a la ribera del mar de Galilea (también llamado mar de Tiberíades). Pero muchos los vieron ir, y lo reconocieron; y de todas las ciudades corrieron allá a pie y llegaron antes que ellos.