ANDRÉS Y SIMÓN PEDRO
[Jn. 1:35–42]
Al día siguiente, Juan estaba allí de nuevo con dos de sus discípulos. Cuando vio a Jesús que pasaba, dijo: «¡Miren, el Cordero de Dios!»
Cuando los dos discípulos le oyeron decir esto, siguieron a Jesús. Volviéndose, Jesús los vio que lo seguían y les preguntó: «¿Qué quieren?»
Ellos dijeron: «Rabí» (que significa “Maestro”), «¿dónde te hospedas?»
«Vengan», respondió él, «y verán.»
Entonces fueron y vieron dónde se hospedaba, y pasaron aquel día con él. Era como la hora décima.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído lo que Juan había dicho y que habían seguido a Jesús. Lo primero que hizo Andrés fue encontrar a su hermano Simón y decirle: «Hemos hallado al Mesías» (que traducido es el Cristo). Y lo llevó a Jesús.
Jesús lo miró y le dijo: «Tú eres Simón, hijo de Juan. Tú serás llamado Cefas» (que, traducido, es Pedro).
FELIPE Y NATANAEL
[Jn. 1:43–51]
Al día siguiente, Jesús decidió salir para Galilea. Encontrando a Felipe, le dijo: «Sígueme.»
Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encontró a Natanael y le dijo: «Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la Ley, y de quien también escribieron los profetas: Jesús de Nazaret, el hijo de José.»
«¿De Nazaret? ¿Acaso de allí puede salir algo bueno?», preguntó Natanael.
«Ven y verás», le dijo Felipe.
Cuando Jesús vio venir a Natanael, dijo de él: «He aquí verdaderamente un israelita en quien no hay engaño.»
«¿De dónde me conoces?», le preguntó Natanael.
Respondió Jesús: «Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.»
Entonces Natanael declaró: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel.»
Jesús le contestó: «¿Crees porque te dije que te vi debajo de la higuera? Cosas mayores que estas verás.» Y añadió: «De cierto, de cierto les digo, ustedes verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre.»
JESÚS CONVIERTE EL AGUA EN VINO
[Jn. 2:1–12 Caná]
Al tercer día se celebró una boda en Caná de Galilea. Estaba allí la madre de Jesús, y también Jesús y sus discípulos habían sido invitados a la boda. Cuando se acabó el vino, la madre de Jesús le dijo: «No tienen vino.»
«Mujer, ¿qué tengo que ver contigo?», respondió Jesús. «Todavía no ha llegado mi hora.»
Su madre dijo a los sirvientes: «Hagan todo lo que él les diga.»
Había allí seis tinajas de piedra, dispuestas para las purificaciones de los judíos, en cada una cabían de setenta a ciento cinco litros.
Jesús dijo a los sirvientes: «Llenen de agua las tinajas»; y las llenaron hasta arriba.
Entonces les dijo: «Saquen ahora un poco y llévenlo al maestresala.»
Y se lo llevaron. El maestresala probó el agua hecha vino, sin saber de dónde provenía (aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua). Llamó al novio y le dijo: «Todos sirven primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, el inferior; pero tú has guardado el buen vino hasta ahora.»
Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él.
Después de esto descendió a Capernaúm, él, su madre, sus hermanos y sus discípulos, y permanecieron allí algunos días.
LOS MERCADERES EXPULSADOS DEL TEMPLO
[[Primera Pascua abril, año 27 d.C.] Jn. 2:13–25 Jerusalén]
Cuando ya estaba cerca la Pascua de los judíos, Jesús subió a Jerusalén. En el atrio del templo encontró a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a otros sentados a las mesas cambiando dinero. Hizo entonces un látigo de cuerdas, y echó a todos del templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó las monedas de los cambistas y volcó las mesas. A los que vendían palomas les dijo: «¡Saquen esto de aquí! ¡No conviertan la casa de mi Padre en un mercado!» Sus discípulos se acordaron de que está escrito: «El celo por tu casa me consumirá.»
Los judíos le respondieron: «¿Qué señal nos muestras para obrar de esta manera?»
Jesús les contestó: «Destruyan este templo, y en tres días lo levantaré.»
Ellos replicaron: «Cuarenta y seis años se tardó en edificar este templo, ¿y tú lo levantarás en tres días?» Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Por eso, cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de que había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que Jesús había dicho.
Mientras estaba en Jerusalén, en la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su nombre al ver las señales que hacía. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos. No necesitaba que nadie le diera testimonio del hombre, pues él mismo sabía lo que había en cada persona.
JESÚS ENSEÑA A NICODEMO
[Jn. 3:1–21]
Había un hombre de los fariseos llamado Nicodemo, miembro del consejo gobernante de los judíos. Este vino de noche a Jesús y le dijo: «Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si Dios no está con él.»
Jesús le respondió: «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios.»
Nicodemo le preguntó: «¿Cómo puede un hombre nacer siendo ya viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer?»
Respondió Jesús: «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne, carne es; y lo que nace del Espíritu, espíritu es. No te asombres de que te dije: “Es necesario que ustedes nazcan de nuevo.” El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va; así es todo aquel que nace del Espíritu.»
Nicodemo preguntó: «¿Cómo puede ser esto?»
Jesús respondió: «¿Eres maestro de Israel y no entiendes esto? De cierto, de cierto te digo que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto testificamos; pero ustedes no reciben nuestro testimonio. Si les he hablado de cosas terrenales y no creen, ¿cómo creerán si les hablo de las celestiales? Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo: el Hijo del Hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, tenga vida eterna.»
«Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por medio de él. El que en él cree no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Pero el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.»
JESÚS Y JUAN BAUTIZAN
[Jn. 3:22–24 Judea]
Después de esto, Jesús fue con sus discípulos a la tierra de Judea; allí estuvo con ellos y bautizaba. También Juan bautizaba en Enón, junto a Salim, porque había allí muchas aguas; y la gente venía y era bautizada.
(Esto sucedió antes de que Juan fuese encarcelado).
JUAN DA TESTIMONIO DE JESÚS
[Jn. 3:25–36]
Surgió entonces una discusión entre los discípulos de Juan y un judío acerca de la purificación. Y vinieron a Juan y le dijeron: «Rabí, el que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, mira, él bautiza, y todos van a él.»
Respondió Juan: «Nadie puede recibir nada si no le fuere dado del cielo. Ustedes mismos me son testigos de que dije: “Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él.” El que tiene la esposa es el esposo; pero el amigo del esposo, que está a su lado y lo oye, se alegra grandemente con la voz del esposo. Así que esta alegría mía ya está cumplida. Es necesario que él crezca, y que yo mengüe.»
«El que viene de arriba está por encima de todos; el que es de la tierra, de la tierra es, y de la tierra habla. El que viene del cielo está por encima de todos. Y lo que vio y oyó, de eso da testimonio; pero nadie recibe su testimonio. El que recibe su testimonio certifica que Dios es veraz. Porque aquel a quien Dios envió habla las palabras de Dios, pues Dios no da el Espíritu por medida. El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que desobedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él.»
JESÚS PARTE HACIA GALILEA
[Jn. 4:1–3 Judea]
Cuando Jesús se enteró de que los fariseos habían oído decir: «Jesús hace y bautiza más discípulos que Juan» —aunque Jesús mismo no bautizaba, sino sus discípulos—, dejó Judea y se fue otra vez a Galilea.
LA MUJER JUNTO AL POZO
[Jn. 4:4–26 Sicar]
Le era necesario pasar por Samaria. Vino, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a la heredad que Jacob dio a su hijo José. Y estaba allí el pozo de Jacob. Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó junto al pozo. Era como la hora sexta.
Una mujer de Samaria vino a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber.» (Pues sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos).
La mujer samaritana le dijo: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy mujer samaritana?» (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.)
Respondió Jesús y le dijo: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: “Dame de beber”, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva.»
La mujer le dijo: «Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva? ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebió él mismo, sus hijos y sus ganados?»
Respondió Jesús y le dijo: «Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré se convertirá en él en una fuente de agua que salte para vida eterna.»
La mujer le dijo: «Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla.»
Jesús le dijo: «Ve, llama a tu marido y vuelve acá.»
Respondió la mujer: «No tengo marido.»
Jesús le dijo: «Bien has dicho: “No tengo marido”; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; en esto has dicho la verdad.»
Le dijo la mujer: «Señor, me parece que tú eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y ustedes dicen que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar.»
Jesús le dijo: «Mujer, créeme que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque también el Padre tales adoradores busca que lo adoren. Dios es Espíritu; y los que lo adoran, en espíritu y en verdad es necesario que lo adoren.»
Le dijo la mujer: «Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga, nos declarará todas las cosas.»
Jesús le dijo: «Yo soy, el que habla contigo.»
ALIMENTO ESPIRITUAL
[Jn. 4:27–38 (diciembre, año 27 d.C.)]
En esto llegaron sus discípulos y se sorprendieron de que hablara con una mujer; sin embargo, ninguno dijo: «¿Qué preguntas?» o «¿Qué hablas con ella?»
Entonces la mujer dejó su cántaro, fue a la ciudad y dijo a los hombres: «Vengan, vean a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿Será este el Cristo?» Entonces salieron de la ciudad y vinieron a él.
Entre tanto, los discípulos le rogaban, diciendo: «Rabí, come.»
Pero él les dijo: «Yo tengo una comida que ustedes no conocen.»
Entonces los discípulos se decían unos a otros: «¿Acaso alguien le habrá traído de comer?»
Jesús les dijo: «Mi comida es que haga la voluntad del que me envió y acabe su obra. ¿No dicen ustedes: “Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega”? He aquí, les digo: alcen sus ojos y miren los campos, porque ya están blancos para la siega. Y el que siega recibe salario y recoge fruto para vida eterna, para que se gocen juntamente el que siembra y el que siega. Porque en esto es verdadero el dicho: “Uno es el que siembra y otro el que siega.” Yo los envié a segar lo que ustedes no trabajaron; otros trabajaron, y ustedes han entrado en su labor.»
MUCHOS SAMARITANOS SE CONVIERTEN
[Jn. 4:39–42]
Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer, que daba testimonio: «Me dijo todo lo que he hecho.» De manera que cuando los samaritanos vinieron a él, le rogaron que se quedara con ellos; y se quedó allí dos días. Y creyeron muchos más por su palabra.
Y decían a la mujer: «Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente este es el Salvador del mundo.»
JESÚS REGRESA A GALILEA
[Jn. 4:43–45 Galilea]
Pasados los dos días, salió de allí y fue a Galilea. Porque Jesús mismo dio testimonio de que el profeta no tiene honra en su propia tierra. Cuando vino a Galilea, los galileos lo recibieron, porque habían visto todas las cosas que había hecho en Jerusalén en la fiesta; pues también ellos habían ido a la fiesta.
EL HIJO DE UN FUNCIONARIO REAL SANADO
[Jn. 4:46–54 Caná]
Jesús vino otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Y había allí un oficial del rey, cuyo hijo estaba enfermo en Capernaúm. Cuando oyó que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a él y le rogó que descendiera y sanara a su hijo, que estaba a punto de morir.
Entonces Jesús le dijo: «Si no ven señales y prodigios, no creerán.»
El oficial le dijo: «Señor, desciende antes que mi hijo muera.»
Jesús le dijo: «Ve, tu hijo vive.»
Y el hombre creyó la palabra que Jesús le dijo, y se fue. Mientras descendía, sus siervos salieron a recibirlo y le dieron nuevas, diciendo: «Tu hijo vive.» Entonces les preguntó a qué hora había comenzado a mejorar. Y le dijeron: «Ayer, a la hora séptima, le dejó la fiebre.»
El padre entonces entendió que aquella era la hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive.» Y creyó él con toda su casa.
Esta segunda señal hizo Jesús cuando fue de Judea a Galilea.
JUAN EL BAUTISTA ENCARCELADO
[Lc. 3:19–20]
Pero Herodes el tetrarca, siendo reprendido por Juan a causa de Herodías, mujer de su hermano, y por todas las maldades que Herodes había hecho, añadió aún esto sobre todo: encerró a Juan en la cárcel.