SÁBADO
Texto de memoria:
“Moisés fue y le contó al pueblo todas las palabras del Señor y todas las normas. Y todo el pueblo respondió a una sola voz y dijo: ‘Haremos todas las palabras que el Señor ha dicho’.” (Éxodo 24:3, NVI).
Los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob, los esclavos rescatados y también los egipcios que reconocieron que el Dios de estos esclavos era todopoderoso, pasaron seguros por el mar. Vieron las paredes de agua a ambos lados de su camino y también el fondo del mar. Luego presenciaron cómo todo el ejército egipcio se ahogaba cuando las aguas se cerraron. Una nube los guiaba y los protegía del sol ardiente durante el día, y de noche brillaba con fuego para darles luz. Sabían que, quienquiera que fuese este Dios, Él los guiaba y protegía.
Ahora veían el monte Sinaí en llamas, protegiéndolos de la misma presencia de este Dios. Dos veces Moisés había sido invitado a subir y hablar con Él en medio del fuego, y dos veces había regresado después de 40 días, ileso. Su rostro resplandecía tanto por estar en la presencia de Dios que verlo resultaba doloroso; el pueblo le rogó que se cubriera el rostro al hablarles.
Por eso no sorprende que, cuando Moisés les contó todo lo que Dios le había dicho, ellos aceptaran de inmediato hacer todo lo que Dios pedía. Le prometieron obediencia; hicieron un pacto con Dios. Pero incluso una lectura superficial de Éxodo y de toda la Biblia muestra que lo que decimos que haremos y lo que realmente hacemos muchas veces son cosas muy distintas.
Esta semana se estudiará cómo aprender a comprender y amar a un Ser al que no podemos ver, sentir ni tocar; un Dios cuya presencia suele operar fuera de nuestros sentidos. ¿Cómo amar y obedecer a un Dios todopoderoso al que tememos tanto que queremos escondernos de Él? Adán y Eva se escondieron en el Edén. Los israelitas designaron a Moisés como su portavoz para no escuchar directamente a Dios. Y al final de los tiempos, los poderosos de la tierra clamarán a los montes: “Caed sobre nosotros y escondednos del rostro de Aquel que está sentado en el trono y de la ira del Cordero” (Apoc. 6:15-17).
La “ira del Cordero” es la percepción de los impíos cuando Dios regrese a reclamar su Tierra; mientras tanto, los justos estarán bañados en la presencia de Dios y estarán en perfecta paz (Isaías 33:14-16).
La gran pregunta: ¿cómo conectar con un Dios invisible y mantener nuestro pacto con Él? ¿Cómo llegar a ser los santos que “guardan los mandamientos de Dios y tienen la fe de Jesús”? (Apoc. 14:12).
DOMINGO
El Libro y la Sangre
Éxodo 24:1-11 (NVI) dice:
“Dijo luego a Moisés: ‘Sube al Señor tú, Aarón, Nadab y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel. Ustedes adorarán a distancia, pero solo Moisés se acercará al Señor; los demás no se acercarán. Moisés fue y contó al pueblo todas las palabras y leyes del Señor, y ellos respondieron a una sola voz: ‘Haremos todo lo que el Señor ha dicho’. Entonces Moisés escribió todas las palabras del Señor. A la mañana siguiente se levantó temprano, edificó un altar al pie del monte y erigió doce columnas, una por cada tribu de Israel. Después envió a algunos jóvenes israelitas, quienes ofrecieron holocaustos y sacrificaron becerros como ofrendas de comunión al Señor. Moisés tomó la mitad de la sangre y la puso en tazones, y la otra mitad la roció sobre el altar. Luego tomó el Libro del Pacto y lo leyó al pueblo. Ellos respondieron: ‘Haremos todo lo que el Señor ha dicho y lo obedeceremos’. Entonces Moisés roció con la sangre al pueblo y dijo: ‘Esta es la sangre del pacto que el Señor ha hecho con ustedes conforme a todas estas palabras’. Subieron Moisés, Aarón, Nadab, Abiú y setenta ancianos de Israel, y vieron al Dios de Israel. Bajo sus pies había algo semejante a un pavimento de zafiro, tan claro como el cielo mismo. Pero Dios no extendió su mano contra los líderes de Israel; ellos vieron a Dios, y comieron y bebieron.”
Es interesante notar que entre los que vieron a Dios y comieron y bebieron estaban Aarón y sus hijos Nadab y Abiú. Más adelante, Aarón participó en la creación y adoración del becerro de oro (Éxodo 32). Sin embargo, Dios lo estableció luego como sacerdote, al igual que a sus hijos (Éxodo 40:12-15). Nadab y Abiú, sin embargo, murieron consumidos por fuego de la presencia del Señor al ofrecer fuego extraño, contrario a Su mandato (Levítico 10:1-5). Como sacerdotes, ellos debían representar a nuestro Sumo Sacerdote Jesucristo, y cualquier acción contraria transmitía un mensaje errado sobre el papel de nuestro Sacerdote eterno.
De la misma forma, quienes nos llamamos cristianos debemos reflexionar en el segundo mandamiento: “No tomarás en vano el nombre del Señor tu Dios, porque el Señor no dejará sin castigo al que lo tome en vano” (Éxodo 20:7, NVI). ¿Representamos de verdad a Jesús —su vida, ministerio, amor, compasión, perdón y gracia sanadora— en nuestra manera de vivir y tratar a los demás?
El comentario resalta:
“La ratificación del pacto en el Sinaí reforzaba la relación especial que Dios quería tener con su pueblo. En la ceremonia, el pueblo dos veces exclamó que obedecería en todo lo que Dios requiriera. Ellos lo decían de corazón, pero no conocían aún su fragilidad, su debilidad y su falta de poder. La sangre del pacto fue rociada sobre ellos, indicando que solo por los méritos de Cristo podían seguir las instrucciones de Dios.”
Debemos preguntarnos: ¿cómo nos permiten los méritos de Cristo obedecer a Dios? ¿Su sacrificio únicamente cubre lo que somos, o realmente ocurre un reemplazo donde recibimos lo que Jesús desarrolló en su vida, muerte y resurrección? ¿Qué significa tener “la mente de Cristo”? David lo entendía cuando clamaba en el Salmo 51:7-13:
“Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve. Devuélveme el gozo y la alegría; los huesos que has quebrantado se regocijarán. Aparta tu rostro de mis pecados y borra toda mi maldad. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me alejes de tu presencia ni quites de mí tu Espíritu Santo. Devuélveme el gozo de tu salvación y un espíritu generoso me sustente. Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se volverán a ti.”
Isaías 55 también describe esta relación:
“Todos los sedientos, vengan a las aguas; los que no tienen dinero, vengan, compren y coman… Escuchen y vivirá su alma. Haré con ustedes un pacto eterno, mi amor fiel prometido a David… Busquen al Señor mientras puede ser hallado, llámenlo mientras está cercano. Deje el impío su camino y el hombre malo sus pensamientos; vuélvase al Señor, que tendrá de él misericordia; al Dios nuestro, que será amplio en perdonar.”
El mismo principio aparece en Apocalipsis 3:17-21, en el mensaje a Laodicea: aunque nos creemos ricos y sin necesidad, en realidad somos pobres y ciegos. Cristo nos invita a comprarle oro refinado, vestiduras blancas y colirio, y a abrir la puerta para cenar con Él y compartir su trono.
Isaías 53:4-6 muestra el corazón de Dios:
“Ciertamente llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores; y nosotros lo tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Pero él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por sus heridas fuimos nosotros sanados.”
En resumen, el pacto es un compromiso, un acuerdo. Cumplirlo promueve confianza; romperlo trae desconfianza y relaciones rotas. Pero Dios se centra en sanar, restaurar y hacernos vivir en amor y verdad.
En la creación instituyó dos vínculos: el matrimonio, como unión entre hombre y mujer; y el sábado, como unión entre el Creador y sus criaturas. Los Diez Mandamientos reflejan lo mismo: amar a Dios (primeras cuatro) y amar al prójimo (últimas seis).
LUNES
Viendo a Dios
En el Cercano Oriente en tiempos bíblicos (y aún hoy en parte), comer juntos era una experiencia sagrada, un gran honor y privilegio. Implicaba perdón, amistad y un compromiso de apoyarse mutuamente en tiempos de crisis. Aceptar una invitación a la mesa era algo muy especial.
El texto resalta la tragedia de algunos que comieron delante de Dios pero no fueron transformados por esa experiencia. Esto enseña que tener acceso a verdades sagradas no garantiza conversión. Haber visto lo que vieron, debió haberlos hecho los últimos en rebelarse, pero no fue así.
Esto es una advertencia para quienes piensan que decir “creo en Jesús” garantiza salvación sin importar cómo se viva después. Ver a Dios, incluso creer en Él, no significa automáticamente ser salvo. Como dice Santiago: “Tú crees que hay un solo Dios. ¡Bien! También los demonios creen, y tiemblan.”
Ezequiel 18:21-32 deja claro que la vida depende de arrepentirse y perseverar:
“El malvado que se aparta de sus pecados y guarda mis decretos vivirá, y no morirá. Ninguna de sus transgresiones le será recordada. Pero si el justo se aparta de su justicia y hace lo malo, morirá… Arrepiéntanse y vivan, porque no me complazco en la muerte de nadie.”
Pablo también lo reafirma en Romanos 11:20-22: Israel fue cortado por incredulidad, y los gentiles permanecen por fe, pero deben perseverar, porque Dios es bondadoso con quienes continúan en su bondad, pero severo con quienes caen. En 1 Corintios 9:27 confiesa: “Golpeo mi cuerpo y lo domino, no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo quede descalificado.”
La lección: la relación viva y continua con Dios es lo que transforma y salva, no solo haberlo visto o dicho creer en Él.
MARTES
Poder para Obedecer
Somos egocéntricos, rehenes indefensos de Satanás, aquel querubín protector que caminó entre las piedras de fuego en la presencia misma de Dios. ¿Cómo podemos mantener nuestras promesas, nuestros pactos con Dios? ¿Cómo podemos realmente hacer lo que Dios quiere, para ser sanados, salvos y rescatados de nosotros mismos y de este planeta lleno de maldad —el campo de prisioneros de guerra del universo?
La única capacidad que tenemos es el poder de elección. Podemos escoger alinearnos con nuestro enemigo, que busca destruirnos a nosotros y todo lo que amamos (como muestra el libro de Job), o podemos escoger alinearnos con nuestro Creador, quien nos diseñó y nos dio vida. La Biblia es clara respecto a cómo usar esta facultad de elegir para ser sanados de la condición letal del egoísmo y vivir en verdad, amor y libertad.
Los pasos son:
- ESCOGER – Lucas 9:23-25: “Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la salvará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo?”
- BUSCAR – Mateo 6:33-34: “Busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas. No se angustien por el mañana; cada día tiene ya sus propios problemas.”
- VINCULARSE CON DIOS – Mateo 11:28-30: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para sus almas. Porque mi yugo es fácil y mi carga ligera.”
- PEDIR Y LLAMAR – Mateo 7:7-12: “Pidan, y se les dará; busquen, y hallarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama se le abre… ¡Cuánto más su Padre en el cielo dará cosas buenas a los que se las pidan!”
- HABLAR CON DIOS – Mateo 6:6-14: “Cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto… No usen repeticiones vanas… Ustedes oren así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre…” Jesús enseña a orar, y subraya que perdonar a otros es condición para recibir perdón de Dios.
- ALIMENTARSE – Isaías 55:1-3: “Todos los sedientos, vengan a las aguas… Escuchen y vivirá su alma.” Jesús mismo usó pan y vino en la Cena para ilustrar cómo su vida y Espíritu se vuelven parte de nosotros (Mateo 26:26-28). Así como el alimento se integra en nuestro cuerpo, su carácter perfecto se integra en nuestra mente cuando lo recibimos. Es como un trasplante de células madre: se reemplaza lo dañado con lo sano.
- AMAR – Juan 13:1-17: Jesús, sabiendo que había venido de Dios y volvía a Dios, lavó los pies de sus discípulos. Les dijo: “Les he dado ejemplo, para que hagan lo mismo. Ahora que saben estas cosas, serán felices si las practican.”
- COMPARTIR – Salmo 51:10-13: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio… Restitúyeme el gozo de tu salvación… Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos.”
En resumen: nosotros elegimos dejar entrar al Espíritu Santo, y Él nos transforma. Si pudiéramos cambiarnos solos, no necesitaríamos un Salvador. Pero Satanás lucha para distraernos y apartarnos de Dios, para que confiemos en nuestras obras y placeres en vez de permanecer unidos a Él.
MIÉRCOLES
En Medio de Su Pueblo
¿Cómo explicar algo que la gente no entiende? Por ejemplo, describir un fruto como el rambután: rojo, con suaves espinas por fuera, y adentro una pulpa blanca con semilla, que sabe a mezcla de uva y pera. Usamos algo conocido para ilustrar lo desconocido.
De la misma manera, Dios mostró que habitaba en medio de Su pueblo a través del santuario y las fiestas anuales, que servían como una obra de teatro didáctica, con actores, símbolos y procesos.
Dios instruyó a Moisés construir un santuario en el centro del campamento. Alrededor estaban los levitas, y más allá, las doce tribus en cuatro grupos de tres. Así, cualquiera que quisiera acercarse al Dios de Israel debía pasar por el pueblo, oír de sus experiencias, y luego acercarse al santuario para entender cómo Dios salva.
- El rol del pueblo era llevar una ofrenda al santuario: un animal sin defecto, un costo personal. Ellos lo sacrificaban; los sacerdotes hacían el resto.
- Los sacerdotes (descendientes de Aarón) lavaban en la fuente, manipulaban la sangre en el altar, mantenían las lámparas encendidas, ofrecían incienso y oraciones, y comían los panes de la proposición.
- Una vez al año, en el Día de la Expiación, el sumo sacerdote entraba al Lugar Santísimo con la sangre de los sacrificios, el incienso y el pectoral con piedras representando a las tribus. El arca contenía las tablas de la ley, el maná y la vara de Aarón que reverdeció. Ese día también se elegían dos machos cabríos: uno para el Señor (sacrificado) y otro como chivo expiatorio, que llevaba los pecados al desierto.
Este ritual prefiguraba la obra de Cristo:
- Nacido de mujer humana, pero viviendo una vida perfecta.
- Ofreciéndose a sí mismo como sacrificio sin mancha.
- Como sacerdote, lavando nuestras impurezas, iluminándonos con el Espíritu, presentando nuestras oraciones, y finalmente abriendo el camino al mismo trono de Dios al rasgarse el velo.
Isaías 26:12 resume: “Señor, tú estableces la paz para nosotros; todo lo que hemos hecho, tú lo has hecho por nosotros.”
JUEVES
Llenos del Espíritu de Dios
Para construir el santuario, Dios le indicó a Moisés exactamente quiénes debían realizar el trabajo artesanal. Eran hombres que habían sido especialmente capacitados por Dios con habilidades únicas. Muchas veces no pensamos que nuestras capacidades individuales también son dadas y desarrolladas por nuestro Creador para el propósito que Él tiene para nosotros. Dios puede usar cualquier talento nuestro en el servicio a su obra.
Pablo lo explica así en 1 Corintios 2:10-16 (NVI):
“El Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. En efecto, ¿quién conoce lo íntimo de una persona sino su propio espíritu en ella? De la misma manera, nadie conoce lo íntimo de Dios sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, para que entendamos lo que por su gracia nos ha concedido. Esto es precisamente lo que hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con palabras enseñadas por el Espíritu, interpretando realidades espirituales en términos espirituales. El que no tiene el Espíritu no acepta lo que procede de Dios, pues para él es locura, y no lo puede entender, porque se discierne espiritualmente. En cambio, el que tiene el Espíritu puede juzgar todas las cosas, aunque él mismo no está sujeto al juicio de nadie. Porque ‘¿quién ha conocido la mente del Señor para que pueda instruirlo?’ Pues bien, nosotros tenemos la mente de Cristo.”
El Sábado fue dado como bandera de Dios desde la creación: una bendición para mantenernos conectados a Él, equilibrados y en descanso, y sobre todo para ayudarnos a comprender el carácter de Aquel que con su poder creó la tierra y todo lo que hay en ella.
En esta guerra espiritual entre Dios y Satanás, ¿bajo qué bandera nos ubicamos?
- La de Dios – quien crea, integra sus leyes en todo el universo y nos deja libres para decidir, entendiendo que romper esas leyes acarrea sus propias consecuencias inherentes (ej.: respirar bajo el agua rompe la ley de la respiración y causa la muerte; o la ley espiritual “por contemplar somos transformados”: lo que pensamos nos moldea para bien o para mal; si es para mal, nos corta de la vida de Dios).
- La de Satanás – que no puede crear nada, pero quiere hacernos creer que las leyes de Dios son arbitrarias y cambiables, de modo que Dios nos castiga externamente cuando las quebrantamos (ej.: como multas arbitrarias por exceder una velocidad impuesta).
VIERNES
Para meditar más
Ellen G. White, Patriarcas y Profetas, p. 349:
“La ley de Dios, guardada dentro del arca, era la gran norma de justicia y de juicio. Esa ley condenaba al transgresor a muerte; pero sobre la ley estaba el propiciatorio, donde se revelaba la presencia de Dios y desde donde, por virtud de la expiación, se concedía perdón al pecador arrepentido. Así, en la obra de Cristo por nuestra redención, simbolizada por el servicio del santuario, ‘la misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron’ (Salmo 85:10).”
Los Diez Mandamientos —guardados en el arca y en la Biblia— son como un MRI espiritual: muestran lo que está mal, dónde estamos dañados, cómo dañamos a otros. Pero no pueden sanarnos. Solo la obra del Médico divino puede restaurarnos y salvarnos.
Jeremías 9:23-24 (NVI) lo expresa así:
“Así dice el Señor: No se gloríe el sabio de su sabiduría, ni el poderoso de su poder, ni el rico de su riqueza. Más bien, si alguien ha de gloriarse, que se gloríe de conocerme y entender que yo soy el Señor, que actúo con amor, derecho y justicia en la tierra, pues en estas cosas me complazco —afirma el Señor—.”