Capítulo 9 – El ministerio necesita oración

¿Qué poderes pueden resistirnos cuando oramos? ¿Qué poderes pueden resistirnos cuando nos mantenemos firmes y oramos con fe?
— William Bramwell

Los tiempos de oscuridad espiritual son tiempos de debilidad para la Iglesia. La apostasía en la iglesia siempre ha comenzado con un descenso en el espíritu de oración. Esta caída en la vida de oración marca la caída desde Dios, y la caída en el ministerio de oración significa la caída en el carácter y la eficiencia espiritual del ministerio.

Cualquier queja que se haga con respecto a la decadencia del espíritu de oración y del hábito de la oración entre los predicadores actuales tiene base real. El ministerio necesita nuevos hábitos de oración, mejores prácticas de oración, un espíritu más alto de oración. La oración debe ser la ocupación principal del predicador, el rasgo distintivo de su carácter, su vida, su conducta, su corazón. La oración debe tener tal lugar destacado y control sobre el ministerio, que sus características principales sean oración. El carácter de su ministerio es del mismo tipo que su carácter en oración. Su visión del Evangelio y su perspectiva de la necesidad del pueblo están determinados por su vida de oración. Su propensión a estudiar teología más que su Biblia indica un fracaso en la oración. Su preferencia por la erudición más que la santidad, por la discusión más que la devoción, por el dinero más que el celo, es una señal de su falta de oración.

El ministerio que no es eminentemente de oración debe renunciar a toda pretensión de ser llamado ministerio apostólico. Los apóstoles pusieron la oración en primer lugar, como el oficio preeminente y distintivo del ministerio: “Nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra.” Ellos no pusieron la predicación en primer lugar, sino la oración; la oración fue la tarea principal, el encargo fundamental, la primera gran actividad del ministerio apostólico. Y cuando el ministerio se aparte de esa norma apostólica, entonces su gloria habrá desaparecido. El Espíritu Santo nunca desciende sobre un ministerio que no ora. Nunca nos unge para predicar si no nos ha ungido antes para orar. El Espíritu no unge sermones profanos —sermones que no han sido concebidos y nutridos en oración. El Espíritu no unge al predicador que no ora. Sin una vida de oración, el predicador es débil, una nulidad espiritual. Sin oración, su predicación es simplemente la fuerza del pensamiento humano, de la sabiduría humana; es energía y entusiasmo sin unción; es acción muerta sin el fuego celestial. Un ministerio sin oración está desconectado de la Fuente de poder, sin la influencia sagrada que santifica, sin unción divina. Un ministerio que no ora no puede contener ni difundir la santidad. No puede conservar el espíritu de devoción porque no tiene comunión con Dios. Está vacío, desolado, seco y sin fruto. No tiene visión espiritual, ni sabiduría divina, ni discernimiento espiritual. Le falta unción celestial, compasión y celo por las almas, y la fe que mueve a Dios. Está apartado de la vid, y la savia y el vigor de la vid no fluyen hacia él. Su hoja se marchita, su fruto cae, y el cielo se entristece, la tierra se seca, el infierno se alegra.

El ministerio necesita desesperadamente una renovación espiritual que comience con el renacimiento de su vida de oración. El ministerio debe orar más y mejor. Debe ayunar más, debe velar más en oración. Debe entregarse a las vigilias de la noche, debe meditar y llorar en secreto. Debe derramar más lágrimas por los perdidos, por los negligentes, por los indiferentes. Debe humillarse, quebrantarse, vaciarse, rendirse. Debe caminar con Dios, tener comunión con Cristo, ser lleno del Espíritu Santo. Debe ser como su Maestro en Getsemaní: postrado, sudando, gimiendo, clamando, sangrando en oración. El predicador que no ora es un estorbo al reino de Dios, una piedra de tropiezo en el camino de la salvación. No es solo inútil, es negativo, un obstáculo. No solo no avanza, sino que estorba. No es un canal de poder, es un canal obstruido. No da fruto, y además impide que otros lo den.

Los hombres no oran en secreto, y por eso no oran en público. Los hombres no oran cuando están solos, y por eso no tienen poder cuando están con otros. Los hombres no oran, y por eso la predicación no tiene poder. No hay lluvia, no hay rocío, no hay fruto porque no hay oración. El altar está abandonado, el fuego se ha apagado, el incienso no sube, y el cielo está silencioso, sin respuesta, porque no hay incienso de oración que lo provoque. “El que se aparta del oído para no oír la ley, su oración también es abominable.” “La oración de los impíos es abominación al Señor.” “Clamarán al Señor, pero Él no les responderá.” “Cuando extiendan sus manos, yo esconderé de ustedes mis ojos; aunque multipliquen la oración, yo no oiré.”

Cuando el pueblo de Dios no ora, Dios no responde. El ministerio está de pie entre el pueblo y Dios; representa a Dios ante el pueblo y al pueblo ante Dios. Si el ministerio no ora, no puede predicar con poder. Si no representa al pueblo ante Dios, no puede representarlo con eficacia desde el púlpito. El ministerio que no ora es un ministerio muerto.
Un ministerio que no ora es una caricatura del poder divino. Es ineficaz y estéril. Es superficial y carnal. Carece de celo, compasión, sabiduría, unción.
Lo que el púlpito necesita hoy no es más elocuencia, sino más oración.
No más literatura, sino más rodillas.
No más cultura, sino más clamor del alma.