La oración es la fuerza vital del ministerio.
El predicador sin oración es como un soldado sin armas,
como un obrero sin herramientas,
como un ave sin alas.
— E. M. Bounds
El verdadero éxito en el ministerio no se mide por números, fama o logros visibles.
Se mide por la presencia y el poder de Dios en la obra.
Y eso no se consigue sin oración.
El predicador que desea tener éxito eterno debe edificar su ministerio sobre el fundamento de la oración.
Puede estudiar, puede prepararse, puede ser diligente —y debe hacerlo—
pero si no ora, fallará en lo esencial.
El éxito en la predicación no depende del intelecto.
Ni de la elocuencia.
Ni de la organización.
Depende del Espíritu Santo.
Y el Espíritu Santo se manifiesta en respuesta a la oración.
Una predicación sin oración puede entretener, emocionar, conmover momentáneamente…
pero no salva, no santifica, no transforma.
Carece de unción.
La oración es lo que marca la diferencia entre lo humano y lo divino,
entre el esfuerzo carnal y el fruto espiritual,
entre el ruido y el impacto eterno.
Muchos predicadores fracasan porque confían en sí mismos.
Tienen talentos, pero no tienen rodillas gastadas.
Tienen estrategias, pero no lágrimas.
Tienen programas, pero no poder.
La iglesia actual está llena de actividades, pero pobre en oración.
Llena de métodos, pero débil en milagros.
Llena de voces, pero falto de fuego.
Porque la oración ha sido desplazada.
El éxito verdadero es hacer la voluntad de Dios en el poder de Dios para la gloria de Dios.
Y eso no se logra sin oración.
La oración no es un recurso entre muchos.
Es el camino.
Es la condición.
Es la clave.
Es el secreto.
Por eso, el predicador que ora, aunque sea débil, será fuerte en Dios.
Aunque no tenga recursos, tendrá respaldo del cielo.
Aunque no tenga fama, tendrá fruto eterno.
Aunque muera olvidado, vivirá para siempre en el impacto de su ministerio.
El éxito que viene sin oración es una ilusión.
Brilla un momento y se apaga.
Promete mucho y deja vacío.
Pero el éxito que nace en la oración permanece, da gloria a Dios, y llena el cielo de gozo.
La oración no es opcional.
Es esencial.
Sin oración no hay victoria.
Sin oración no hay fruto.
Sin oración no hay ministerio verdadero.
Sin oración no hay éxito que valga la pena.