Capítulo 16 – La oración hace avanzar la obra de Dios

La oración no es preparación para la obra mayor.
La oración es la obra mayor.
— Oswald Chambers

La oración no solo acompaña a la obra de Dios: la impulsa.
No es una ayuda secundaria ni un recurso de emergencia.
Es el motor principal.
La oración no adorna el ministerio: lo hace posible.
Sin oración, la obra de Dios se detiene, se debilita, se enfría.
Con oración, avanza, se enciende, fructifica.

Donde hay oración, hay poder.
Donde no hay oración, hay sequedad.
La historia de la Iglesia lo confirma:
todo avivamiento verdadero ha nacido en la oración.
Cada despertar espiritual ha sido precedido por un pueblo de rodillas.
Los hombres que han estremecido a su generación para Cristo fueron hombres de oración.

La predicación poderosa es una predicación que viene del altar.
No basta con estar preparado intelectualmente:
el sermón debe venir desde la presencia de Dios.
No basta con elocuencia o lógica:
debe estar saturado de oración.

La evangelización efectiva depende de la intercesión.
Las conversiones duraderas nacen en los gemidos del que ora.
Los corazones se abren cuando Dios los toca, y Dios se mueve cuando su pueblo clama.

El avance del reino no depende primero de estrategias humanas,
sino de la obra del Espíritu,
y el Espíritu se derrama en respuesta a la oración.

Las almas no se ganan solo con métodos.
Las iglesias no crecen solo con programas.
Las batallas espirituales no se ganan con recursos, sino con rodillas dobladas.

La oración derriba fortalezas espirituales,
abre puertas cerradas,
prepara terrenos duros,
derrama convicción de pecado,
despierta hambre de Dios,
levanta obreros,
respalda la Palabra predicada,
y rompe ataduras invisibles.

Por eso, un ministerio que no ora estanca la obra de Dios.
Puede seguir funcionando externamente,
pero sin poder, sin fruto eterno,
sin impacto real en las almas ni en el mundo.

La oración no es opcional para el avance del reino.
Es esencial.
Sin ella, la obra de Dios se convierte en obra de hombres.
Y la obra de hombres, aunque vistosa, no permanece.

El predicador que ora con fervor es un pionero espiritual.
Abre caminos.
Prepara el terreno.
Lucha por las almas en el secreto.
Y cuando predica, el camino ya ha sido allanado con lágrimas.

La iglesia que ora avanza aunque no tenga recursos.
Crece aunque sea perseguida.
Florece aunque esté en tierra hostil.
Porque tiene el respaldo del cielo.

Por eso, si queremos ver la obra de Dios avanzar con poder,
tenemos que orar.
No un poco.
No de vez en cuando.
Sino con constancia, profundidad y pasión.

Tenemos que hacer de la oración nuestra prioridad.
Nuestro trabajo.
Nuestro gozo.
Nuestra vida.

La oración no es un medio para hacer que Dios trabaje.
Es el medio por el cual nos unimos a la obra que Él ya quiere hacer.
Y cuando oramos, Él actúa.
Y cuando Él actúa, todo es posible.