Capítulo 15 – La oración de fe

La fe es la raíz de toda verdadera oración.
“Todo lo que pidáis en oración, creyendo, lo recibiréis.”
— Mateo 21:22

La fe es el alma de la oración.
Sin fe, no hay comunión verdadera con Dios, ni respuesta, ni poder.
La oración nace de la fe, se sostiene por la fe, y triunfa mediante la fe.

No se trata simplemente de orar, sino de creer mientras se ora.
La oración que no cree no pasa del techo.
La oración que duda se debilita en su clamor, se tambalea en su esperanza, y naufraga en el silencio.

Cristo enseñó claramente que la fe es la llave que abre los cielos.
No basta con pedir: hay que pedir creyendo.
No basta con clamar: hay que esperar.
No basta con suplicar: hay que confiar.

La fe en la oración es más que emoción o entusiasmo.
Es una certeza serena, una convicción profunda, una seguridad en el carácter y en las promesas de Dios.
Es dar por hecho lo que no se ve, sabiendo que quien prometió es fiel.

Muchos oran, pero pocos oran con fe.
Muchos claman, pero pocos esperan.
Muchos suplican, pero pocos perseveran hasta recibir.

La oración de fe no siempre es ruidosa, pero siempre es segura.
No siempre es intensa en palabras, pero siempre es firme en su corazón.
Puede gemir, puede llorar, puede incluso quedarse en silencio…
pero confía.
Y al confiar, vence.

La fe persiste, aunque no haya señales.
Espera, aunque no haya respuesta.
Se goza, aunque no vea frutos.
Agradece, aunque no reciba aún.
Descansa, aunque todo parezca oscuro.

El predicador necesita esta fe.
Sin ella, su oración será débil, y su ministerio sin fruto.
Con ella, su oración hará temblar las puertas del infierno y abrirá las compuertas del cielo.

La oración de fe no exige de Dios, pero tampoco duda de Él.
No manipula, pero sí insiste.
No impone su voluntad, pero sí confía en la de Dios.

Y esa fe se alimenta de la Palabra.
Vive de las promesas.
Se arraiga en el conocimiento de Dios.
No depende de emociones, ni de circunstancias, ni de resultados visibles.
Depende de Dios mismo.

Oh, qué necesidad tan grande de predicadores que crean cuando oran,
que no solo enseñen a orar, sino que modelen la fe,
que no solo prediquen promesas, sino que se aferren a ellas.

Dios se complace en la fe.
Dios responde a la fe.
Dios honra la fe.
Y la fe glorifica a Dios.