Capítulo 12 – El hombre de oración hace historia con Dios

La oración es el poder por el cual todo ministerio opera efectivamente para el bien del hombre y la gloria de Dios.
Donde no hay oración eficaz, ferviente y perseverante, no hay ni puede haber ninguna manifestación de poder divino en el ministerio.
— E. M. Bounds

El predicador que ora es el verdadero hacedor de historia.
Es el hombre que mueve a Dios, y por lo tanto mueve al mundo.
No necesita reconocimiento, ni fama, ni título.
No necesita estar en plataformas, ni frente a multitudes.
Su influencia comienza en lo invisible y se manifiesta en lo eterno.

Dios hace sus mayores obras en secreto, con hombres que oran en secreto.
Los avivamientos, los despertares, las reformas, los sacudimientos del infierno y los avances del cielo no comienzan en conferencias ni en campañas, sino en rodillas dobladas, en corazones quebrantados, en clamores silenciosos o gemidos profundos.

El hombre de oración entra al lugar santísimo —el trono de Dios— y allí negocia con el cielo.
Hace peticiones que cambian el curso de las almas, de las iglesias, de las naciones.
Hace historia con Dios.
Escribe capítulos invisibles pero imborrables en el libro de los cielos.
No todos lo ven, pero los ángeles lo reconocen, los demonios lo temen, y Dios lo escucha.

Muchos quieren hacer historia con ideas, con libros, con actos públicos…
Pero la historia verdadera, la que permanece, la que transforma, se hace con oración.
Una hora de oración ferviente con Dios puede producir más fruto eterno que mil horas de esfuerzo sin oración.

La historia humana da lugar a los grandes conquistadores, pensadores, artistas o líderes.
Pero en la historia de Dios, los verdaderos gigantes son los intercesores.
Los que vivieron para estar a solas con Dios.
Los que consideraron la oración no como un deber, sino como su existencia.

Un ministerio que ora puede no ser medido por estadísticas, pero será medido por almas.
Puede no aparecer en los periódicos, pero aparecerá en los registros eternos.
Puede no tener estructuras visibles, pero tiene columnas de fuego espirituales.
Puede no ser comprendido por los hombres, pero es altamente estimado por Dios.

No necesitamos más actividades, sino más acceso al trono.
No necesitamos más innovación, sino más intercesión.
No necesitamos más promociones, sino más postración.

El predicador que hace historia con Dios vive para la eternidad.
Habla como quien ha oído de lo alto.
Predica como quien ha estado en la Presencia.
Sirve como quien ha sido enviado.
Camina como quien conoce su destino.

Oh, que Dios levante hombres así en esta generación.
Hombres que no teman las lágrimas,
ni el silencio,
ni la soledad.
Hombres que sepan esperar en Dios
hasta que Dios venga.
Hombres que, aunque olvidados por los hombres,
hayan sido oídos por el cielo.