Capítulo 11 – Un ministerio que ora es un ministerio poderoso

El mundo busca mejores métodos; Dios busca mejores hombres.
— E. M. Bounds

La predicación es más que una profesión. Es una pasión. La predicación que no está alimentada por el fuego interior de un alma que ora, es un ritual vacío, sin vida.
El predicador debe ser más que un expositor de verdades, debe ser un portador de Dios. No basta con que tenga el mensaje, debe tener la unción.
No basta con que conozca la Palabra, debe haber sido traspasado por ella.

Es la oración la que da ese poder invisible pero innegable a la predicación.
Es la oración la que unge las palabras y les da vida.
Es la oración la que derriba muros, quiebra resistencias, penetra corazones.
El predicador que ora lleva en sí el sello del cielo. Su voz puede ser suave o fuerte, su estilo sencillo o elocuente, su presencia notable o discreta, pero si es un hombre de oración, entonces es un canal del cielo hacia la tierra.

Los grandes predicadores de la historia no fueron los más refinados, ni los más instruidos, ni los más lógicos.
Fueron los más consagrados, los más rotos, los más llorosos, los más orantes.
Hombres como Wesley, Whitefield, Edwards, Knox, Baxter, Finney, Moody, Spurgeon… todos ellos tenían en común una vida de oración profunda, persistente, fervorosa.

Un ministerio de oración no es un ministerio ocasional de oración.
No es un hábito piadoso añadido a la rutina.
Es el corazón mismo del ministerio.
Es una dependencia constante, una comunión continua, una búsqueda perseverante de Dios.
Es vivir con el oído en el cielo y el corazón en la tierra.

Un ministerio sin oración es como un cuerpo sin alma: puede moverse, pero no tiene vida.
Puede hablar, pero no tiene poder.
Puede organizar, pero no tiene fruto eterno.
Puede impresionar, pero no transforma.

Los sermones nacidos en la mente convencen.
Los nacidos en la oración convierten.

El predicador que ora mueve a Dios.
Y cuando Dios se mueve, todo cambia.
El corazón más endurecido se quiebra.
La conciencia más dormida despierta.
La iglesia más muerta revive.
El mundo más oscuro es alumbrado.

Si algo necesita hoy el ministerio, no es más estrategia, ni más tecnología, ni más plataformas…
Es más oración.
Oración genuina, sacrificada, solitaria, ardiente.
Oración que no busca resultados rápidos, sino gloria eterna.
Oración que no mide sus palabras, sino que entrega el alma.
Oración que no se cansa hasta que Dios responde.
Oración que no se rinde, aunque todos los cielos parezcan de bronce.

Un ministerio así puede ser pobre a los ojos del mundo, pero es rico ante Dios.
Puede tener poca audiencia, pero hace temblar al infierno.
Puede ser olvidado por los hombres, pero queda registrado en los libros del cielo.

No hay atajo para esto.
No hay sustituto para esto.
No hay poder sin esto.

El predicador debe orar.
Debe orar más que hablar.
Debe orar más que estudiar.
Debe orar más que planear.
Debe orar más que soñar.

El ministerio poderoso es el ministerio que se hace de rodillas.