Capítulo 1
Muchas personas han intentado escribir una historia de los eventos que se han cumplido—como las Escrituras del Antiguo Testamento que fueron escritas y luego transmitidas a nosotros por quienes fueron testigos presenciales de los hechos—y sirvieron para preservar la verdad. Por eso, ya que personalmente he investigado cuidadosamente todo desde el principio, me pareció buena idea escribir un relato preciso para ti, excelentísimo Teófilo, para que puedas tener plena confianza sabiendo que lo que te han enseñado es verdadero y exacto.
Durante el reinado del rey Herodes de Judea, hubo un sacerdote llamado Zacarías. Pertenecía a la división sacerdotal de Abías, y su esposa, Elisabet, también descendía de Aarón. Ambos confiaban en Dios, tenían corazones renovados y vivían en armonía con los métodos y principios de Dios. Pero no tenían hijos, pues Elisabet era estéril, y ambos eran ya ancianos, fuera de la edad normal para concebir.
Un día, mientras Zacarías servía como sacerdote (pues era el turno de su división), fue escogido por sorteo—como era costumbre entre los sacerdotes—para entrar en el templo del Señor y quemar incienso. Cuando llegó la hora de ofrecer el incienso, los adoradores se reunieron afuera para orar.
Entonces un ángel enviado por Dios se le apareció. El ángel estaba de pie al lado derecho del altar de oro. Zacarías se sobresaltó y sintió temor al ver al ángel. Pero el ángel le dijo: “No tengas miedo, Zacarías. He venido como respuesta a tu oración. Tu esposa, Elisabet, te dará un hijo, y lo llamarás Juan. Él llenará sus vidas de alegría y gozo, y muchas personas se alegrarán por su nacimiento, porque realizará una gran obra para Dios. Nunca deberá beber vino ni otra bebida fermentada. Estará lleno del Espíritu Santo desde su nacimiento, y hará que muchos en Israel vuelvan su corazón al Señor su Dios. Él irá delante del Señor con el espíritu y poder de Elías. Proclamará la verdad sobre el carácter amoroso de Dios para hacer volver el corazón de los padres hacia sus hijos, y a los que viven fuera de los parámetros de diseño del amor de Dios los llevará de vuelta a la sabiduría de los justos—para preparar al pueblo para encontrarse con el Señor.”
Zacarías, buscando más seguridad, le preguntó al ángel: “¿Cómo puedo creer esto? Yo soy un hombre viejo, y mi esposa está fuera de edad para tener hijos.”
El ángel respondió: “Yo soy Gabriel. Estoy en la misma presencia de Dios, y él me envió a hablar contigo y darte esta maravillosa noticia. Pero como no creíste lo que te dije, lo cual se cumplirá en su debido tiempo, quedarás mudo—no podrás hablar hasta el día en que esto suceda.”
Afuera, la gente estaba preocupada, preguntándose por qué Zacarías tardaba tanto en el templo. Cuando salió, no pudo hablarles. Comprendieron que había visto una visión en el templo, porque hacía gestos con las manos; pero seguía sin poder hablar.
Cuando terminó su tiempo de servicio, regresó a casa.
Después de esto, su esposa, Elisabet, quedó embarazada y permaneció en reclusión durante cinco meses. Ella dijo con alegría: “¡El Señor me ha bendecido! Ha quitado mi vergüenza y me ha mostrado su favor.”
En el sexto mes, Dios envió al ángel Gabriel al pueblo galileo de Nazaret, a una virgen comprometida con un hombre llamado José, descendiente de David. La virgen se llamaba María. El ángel se le acercó y le dijo: “¡Buenos días, querida! Eres muy especial para Dios, y él está contigo.”
María se turbó bastante con las palabras del ángel y trataba de entender qué podría significar ese saludo, cuando el ángel le dijo: “Está bien, no tienes nada que temer. Dios te ha escogido para una gran bendición. Vas a quedar embarazada y darás a luz un hijo, y debes llamarlo Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su antepasado David, y será soberano sobre la casa de Jacob para siempre; su reino de amor no tendrá fin.”
María, desconcertada, preguntó al ángel: “¿Cómo puede ser esto, si soy virgen?”
El ángel sonrió y dijo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te rodeará. Así que entiende que el niño que nacerá de ti será el santo Hijo de Dios. Incluso tu parienta Elisabet, que es anciana y estéril, ya no lo es. Está embarazada de seis meses y tendrá un hijo. Nada es imposible para Dios.”
María respondió con humildad: “Soy del Señor y serviré como él desee. Que se haga como has dicho.” Entonces el ángel se fue.
Después de la visita del ángel, María no se quedó esperando sino que preparó algunas cosas y fue a un pueblo en las colinas de Judea. Fue directamente a la casa de Zacarías para ver a Elisabet. Cuando Elisabet escuchó el saludo de María, el bebé en su vientre saltó de alegría, y Elisabet fue llena del Espíritu Santo. Exclamó en voz alta: “¡Eres bendita entre todas las mujeres de la tierra, y el niño que llevas también es bendito! ¿Pero quién soy yo para que la madre de mi Señor me visite? En cuanto oí tu saludo, el bebé en mi vientre saltó de gozo. Feliz eres tú, porque creíste que lo que el Señor dijo se cumpliría.”
Entonces María dijo:
“Mi corazón alaba al Señor
y mi mente desborda
de alegría en Dios mi Salvador,
porque pensó en mí
para esta misión, siendo tan humilde.
Por eso, todas las generaciones
reconocerán cuán privilegiada soy.
El Poderoso,
cuyo carácter es santo,
ha hecho una gran cosa por mí.
Su bondad fluye
a quienes lo reverencian,
de generación en generación.
Su brazo es poderoso
para realizar grandes cosas;
confunde a los arrogantes—
a los que se creen grandes
en su propia mente.
Ha quitado a los déspotas
de sus tronos,
pero ha exaltado a los que
confían humildemente en él.
A los hambrientos de bien
los llena,
pero los que se creen ricos
y sin necesidad
se van vacíos.
Ha recordado a su hijo
Israel,
enviando con misericordia ayuda a
Abraham y todos sus descendientes,
tal como prometió a nuestros
antepasados.”
María se quedó con Elisabet por tres meses, y luego regresó a casa.
Cuando llegó el momento para que Elisabet tuviera a su bebé, dio a luz un hijo. Sus vecinos y parientes se enteraron de cómo Dios la había bendecido, y celebraron con ella. Al octavo día después del nacimiento del niño—el día que se presentaban para circuncidarlo—los oficiales iban a llamarlo Zacarías, como su padre. Pero Elisabet objetó: “¡No! Debe llamarse Juan.”
Le preguntaron: “¿Pero por qué? Nadie en tu familia se llama Juan.”
Entonces hicieron señas al padre para preguntarle cómo quería llamar al niño. Él pidió una tablilla para escribir, y sorprendió a todos al escribir: “Su nombre es Juan.” En ese instante se le abrió la boca y comenzó a hablar alabando a Dios. Todos los presentes se llenaron de asombro, y la noticia se difundió por toda Judea. Todos los que oían la historia preguntaban: “¿Qué llegará a hacer este niño?” Porque sabían que Dios tenía un propósito especial para él.
Entonces su padre Zacarías fue lleno del Espíritu Santo y profetizó:
“Acción de gracias y adoración
al Creador, el Dios de Israel,
porque ha venido
y rescatado a su pueblo.
Ha levantado el Remedio
para sanarnos
en la familia de David,
tal como lo predijo
por medio de sus portavoces antiguos.
Prometió libertad
del temor y el egoísmo,
libertad del poder
de todos los que nos odian,
para dar misericordia a nuestros antepasados
y cumplir su santa promesa.
Juró la promesa
a nuestro antepasado Abraham
de liberarnos
de nuestra condición terminal
y capacitarnos para vivir para él—
ya no controlados por el miedo,
sino en pureza, generosidad y amor,
para su gloria, todos nuestros días.
Y tú, hijo mío, serás
portavoz del Dios Altísimo;
porque irás delante del Señor
para preparar las mentes del pueblo
para recibirlo,
para enseñarles el plan de Dios para sanar a la humanidad
eliminando su condición pecaminosa
y restituyéndolos
a su ideal perfecto.
Nuestro Dios es tan bondadoso,
dulce y misericordioso,
que trae el Remedio
desde el cielo,
suave como un amanecer,
pero cada vez más brillante
para iluminar las mentes y los corazones
de los perdidos en tinieblas,
tropezando bajo la sombra de la muerte,
y guiarnos a la seguridad
y la paz eterna.”
Y el niño creció y se volvió físicamente sano, con una mente aguda y un espíritu discernidor. Vivió en el desierto hasta que comenzó su ministerio público en Israel.
Capítulo 2
Fue durante el tiempo en que César Augusto ordenó que se realizara un censo de todo el imperio romano. Este fue el primer censo, cuando Quirino era gobernador de Siria. Todos debían ir a su ciudad natal para registrarse.
Así que José, siendo descendiente de David, salió de Nazaret, en Galilea, y fue a Belén, la ciudad de David, en Judea. Fue allí para registrarse junto con su prometida, María, que estaba embarazada. Mientras estaban en Belén, a María le llegó el momento del parto y dio a luz a su primer hijo, un varón. Lo envolvió en trozos de tela y lo acostó en un pesebre porque no había lugar para ellos en la posada.
Cerca de allí, unos pastores vivían en el campo cuidando sus rebaños durante la noche. Un ángel de Dios se les apareció, y el resplandor brillante del cielo los rodeó; y temblaron de miedo. Pero el ángel les dijo con suavidad: “No tengan miedo. He venido a compartir con ustedes la mejor noticia de alegría increíble que es para toda la humanidad. Hoy, en Belén, la ciudad de David, ha nacido el Salvador prometido: él es Cristo el Señor.
Lo reconocerán por esto: encontrarán al bebé envuelto en trozos de tela y acostado en un pesebre.”
Entonces una gran multitud de seres celestiales apareció con el ángel, y todos comenzaron a cantar alabanzas a Dios. Cantaban:
“Gloria a Dios en las alturas,
y en la tierra paz
a toda persona
que participa de su bondad.”
Después que los ángeles regresaron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: “Vayamos ahora mismo a Belén y veamos lo que Dios nos ha revelado.”
Así que corrieron a Belén y encontraron a María, a José y al bebé acostado en el pesebre. Una vez que lo vieron, comenzaron a contar a todos lo que se les había dicho acerca del niño, y todos los que escuchaban su relato quedaban asombrados. Pero María guardaba todas estas cosas en su corazón y reflexionaba sobre su significado. Los pastores regresaron a sus rebaños con corazones desbordantes de alabanza y gratitud a Dios por todo lo que habían visto y oído, que era exactamente como el ángel había dicho.
Ocho días después, en el día de su circuncisión, se le puso por nombre Jesús—el nombre que el ángel le había dado a María antes de que el bebé fuera concebido.
Cuando se completaron los días de la purificación—según el guion dado por medio de Moisés—José y María llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor (el pequeño teatro del Señor tenía un guion que decía: “Todo varón primogénito debe ser dedicado al Señor”) y para presentar una ofrenda de sacrificio como indicaba el guion del Señor: “Un par de tórtolas o dos pichones.”
En Jerusalén, había un hombre fiel y de corazón puro llamado Simeón. Estaba esperando ver al Libertador prometido a través de Israel; y su mente estaba iluminada por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo le había revelado que no moriría antes de ver el Remedio de Dios. Impulsado y guiado por el Espíritu, fue al patio del templo. Cuando María y José llevaron al niño Jesús para cumplir con los rituales requeridos por el guion, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios. Dijo:
“Soberano Dios,
has cumplido tu promesa conmigo
y ahora puedo retirarme en paz.
Porque con mis propios ojos
he visto tu Remedio
que has enviado
para que todos los pueblos lo contemplen—
un faro de verdad
para iluminar al mundo—
y para la restauración completa
y glorificación
de tu pueblo triunfante.”
El padre y la madre del niño estaban profundamente conmovidos por lo que este hombre decía acerca de Jesús. Entonces Simeón los bendijo y dijo a María, la madre del niño: “El propósito y la misión de este niño es provocar la caída del egoísmo y la exaltación del amor en quienes vencen por el poder de Dios, y ser la evidencia suprema del carácter amoroso de Dios; pero muchos se opondrán a él. Como resultado, los verdaderos pensamientos y motivos de muchos corazones serán revelados, y una espada atravesará tu alma.”
Ana, hija de Fanuel de la tribu de Aser, era una portavoz de Dios. Tenía ochenta y cuatro años; su esposo había muerto después de siete años de matrimonio, y nunca volvió a casarse. Permanecía en el templo adorando constantemente, de día y de noche, ayunando y orando. Se acercó justo en ese momento, dio gracias a Dios y comenzó a hablar del niño a todos los que esperaban la sanación y restauración de Jerusalén.
Cuando José y María cumplieron todo lo que el guion del Señor requería, regresaron a Nazaret, en Galilea. Y el niño creció fuerte físicamente y sabio mentalmente, pues era la gracia de Dios.
Cada año, los padres de Jesús viajaban a Jerusalén para la Fiesta de la Pascua. Cuando tenía doce años, fueron a la fiesta, como era su costumbre. Al terminar la fiesta, sus padres partieron hacia casa, sin saber que el niño Jesús se había quedado en Jerusalén. Creyendo que estaba con ellos, viajaron todo un día, y luego comenzaron a buscarlo entre sus amigos y parientes. Al no encontrarlo, regresaron a Jerusalén para buscarlo. Después de tres días de búsqueda, lo hallaron en el patio del templo, sentado entre los maestros, escuchando y haciendo preguntas. Todos los que lo oían estaban asombrados por su nivel de entendimiento y la profundidad de sus respuestas. Sus padres quedaron maravillados al verlo. Su madre le preguntó: “Hijo, ¿por qué nos hiciste esto? Tu padre y yo te hemos buscado angustiados.”
Jesús respondió: “¿Por qué me buscaron por todas partes? ¿No sabían que estaría en la casa de mi Padre?”
Pero no comprendieron lo que quería decir. Así que se fue con ellos de regreso a Nazaret y fue un hijo obediente. Su madre atesoraba todas estas experiencias en su corazón, y Jesús desarrolló un carácter humano perfecto en armonía con Dios—lleno de fortaleza y sabiduría.
Capítulo 3
Era el año quince del reinado del César Tiberio. Poncio Pilato era gobernador de Judea; Herodes Antipas—hijo de Herodes el Grande—era gobernante (tetrarca) en Galilea, y su hermano Felipe gobernaba en Iturea y Traconitis; Lisanias gobernaba en Abilene; y Anás, el antiguo sumo sacerdote, era suegro de Caifás, el sumo sacerdote oficial en funciones. Fue durante este tiempo que Juan, hijo de Zacarías, estaba en el desierto y recibió un mensaje y una misión de parte de Dios. Recorrió todo el país alrededor del valle del Jordán, predicando un mensaje de inmersión en la verdad, un apartarse de las distorsiones sobre Dios y una limpieza del corazón del miedo y del egoísmo—tal como escribió el portavoz de Dios, Isaías:
“Una voz que clama en una tierra desolada,
‘Preparen sus mentes,
desentorsionen sus corazones,
y prepárense para que el Señor venga con su Remedio sanador.
A quienes participen del Remedio,
cada zanja del pecado será rellenada,
cada montaña de orgullo
será rebajada,
los pensamientos torcidos y senderos mentales
serán enderezados,
y el carácter áspero
será suavizado.
Y toda la humanidad verá
el Remedio sanador de Dios.’”
Había llegado a ser muy popular ser sumergido en agua por Juan, así que Juan desafió a las multitudes: “¡Ustedes, hijos de esa serpiente venenosa! ¿Quién les dijo que estarían a salvo de la destrucción solo por venir aquí? ¡Los rituales no cambian nada! Deben experimentar un nuevo corazón motivado por el amor, y producir frutos coherentes con un corazón de amor. Y no empiecen a afirmar una seguridad falsa diciendo: ‘Somos descendientes genéticos de Abraham.’ Dios puede tomar estas piedras y crear hijos biológicos de Abraham. El hacha ya está a punto de caer; el momento de decidir es ahora. Toda persona que no produzca buen fruto—como un árbol muerto—será cortada y arrojada al fuego.”
“¿Qué debemos hacer?”, rogaba la multitud.
Juan les respondió: “Vivan en armonía con el diseño de amor de Dios—Vivir es Dar. Quien tenga dos abrigos, debe darle uno a quien no tiene ninguno, y quienes tengan comida deben compartir con los hambrientos.”
Cuando vinieron cobradores de impuestos para ser sumergidos en agua, le preguntaron a Juan: “Maestro, ¿qué debemos hacer?”
Juan les dijo: “Sean honestos en todos sus tratos. No cobren ni un centavo más de lo requerido.”
Entonces algunos soldados preguntaron: “¿Y nosotros qué debemos hacer?”
Juan les instruyó: “Ustedes están en una posición de confianza y responsabilidad, así que cumplan con sus deberes con honor. No usen su poder para explotar, extorsionar, abusar ni acusar falsamente; sean honestos en todos sus tratos y estén contentos con su salario.”
La gente estaba a la expectativa del Mesías y se preguntaban en su corazón si Juan podría ser él. Juan no permitió que esa idea echara raíces. Les dijo a todos: “Yo los sumerjo en agua, pero viene Uno más poderoso que yo. No soy ni siquiera digno de desatar sus sandalias. Él sumergirá sus mentes y corazones con el Espíritu Santo y los llenará con el fuego de la verdad y el amor. En su mano está el poder de separar el mal y el egoísmo de los corazones y las mentes, remover todos los defectos y purificar el carácter con el fuego inextinguible de la verdad y el amor.” Juan dijo muchas otras palabras de ánimo e instrucción, y les enseñó acerca del Remedio.
Pero Juan, motivado por el amor y el deseo de que Herodes el tetrarca participara del Remedio, lo reprendió, dejando claro que sus acciones egoístas—incluida la toma de Herodías, la esposa de su hermano—eran destructivas, arruinaban su mente y deformaban su carácter. Pero Herodes eligió añadir otro acto egoísta a su larga lista de maldades—encarceló a Juan.
Cuando las multitudes eran sumergidas en agua por Juan, también Jesús fue sumergido. Y mientras hablaba con su Padre, el cielo se abrió y el Espíritu Santo descendió y se posó sobre él en forma física de paloma. Y se escuchó una voz desde el cielo que decía: “Tú eres mi Hijo. Te amo, y en ti tengo plena satisfacción.”
Jesús tenía unos treinta años cuando comenzó su ministerio.
Era comúnmente creído que era hijo de José, quien era
hijo de Helí,
hijo de Matat, hijo de Leví,
hijo de Melquí, hijo de Janai,
hijo de José,
hijo de Matatías, hijo de Amós,
hijo de Nahum, hijo de Eslí,
hijo de Nagai,
hijo de Maat, hijo de Matatías,
hijo de Seméin, hijo de Josec,
hijo de Jodá,
hijo de Joanán, hijo de Resa,
hijo de Zorobabel,
hijo de Salatiel, hijo de Neri,
hijo de Melquí, hijo de Addí,
hijo de Cosam, hijo de Elmadam,
hijo de Er,
hijo de Josué, hijo de Eliezer,
hijo de Jorim, hijo de Matat,
hijo de Leví,
hijo de Simeón, hijo de Judá,
hijo de José, hijo de Jonam,
hijo de Eliaquim,
hijo de Melea, hijo de Mená,
hijo de Matata, hijo de Natán,
hijo de David,
hijo de Isaí, hijo de Obed,
hijo de Booz, hijo de Salmón,
hijo de Naasón,
hijo de Aminadab, hijo de Ram,
hijo de Hezrón, hijo de Fares,
hijo de Judá,
hijo de Jacob, hijo de Isaac,
hijo de Abraham, hijo de Taré,
hijo de Nacor,
hijo de Serug, hijo de Reú,
hijo de Peleg, hijo de Éber,
hijo de Selaj,
hijo de Cainán, hijo de Arfaxad,
hijo de Sem, hijo de Noé,
hijo de Lamec,
hijo de Matusalén, hijo de Enoc,
hijo de Jared, hijo de Mahalaleel,
hijo de Cainán,
hijo de Enós, hijo de Set,
hijo de Adán—el hijo de Dios.
Capítulo 4
Jesús, con su mente humana llena del Espíritu Santo, regresó del río Jordán y fue guiado por el Espíritu al desierto, donde durante cuarenta días luchó contra el diablo y venció sus tentaciones. No comió nada en todos esos días, y al final tenía mucha hambre.
El diablo se le acercó y le dijo: “El Hijo de Dios no debería morir de hambre; si realmente lo eres, ordena que estas piedras se conviertan en pan—¡sálvate a ti mismo!”
Pero Jesús respondió: “Las Escrituras enseñan que la vida no proviene solamente de comer pan, separado de Dios, sino de participar de toda verdad que se origina en Dios.”
Satanás llevó a Jesús a una montaña alta y le mostró en un instante todos los reinos del mundo, y luego le dijo: “Todo esto me ha sido dado, y puedo entregárselo a quien yo quiera. Te daré todo su poder y gloria; solo bésame la mano y reconóceme como tu único y verdadero señor, y será todo tuyo.”
Jesús dijo: “Las Escrituras enseñan: ‘Solo Dios es Señor; adóralo y sírvele a él solamente.’”
Luego Satanás lo llevó a la cima del templo en Jerusalén y le dijo: “Si eres el Hijo de Dios, salta desde aquí. Porque las Escrituras dicen claramente: ‘Dios ordenará a sus ángeles que te cuiden, te protejan y te mantengan a salvo’; y, ‘Te sostendrán en sus manos para que ni siquiera tropieces con una piedra.’”
Jesús respondió con calma: “También dice: ‘No pongas a prueba a Dios con acciones que intentan forzarlo a actuar según tus ideas preconcebidas de lo que crees que debería hacer en una situación dada.’”
Cuando el diablo terminó esa ronda de tentaciones, se apartó de Jesús, pero observó atentamente en busca de otra oportunidad para tentarlo.
Con su humanidad empoderada por el Espíritu, Jesús regresó a Galilea, y las noticias sobre él se difundieron rápidamente por toda la región. Enseñaba en sus centros de adoración, y todos lo alababan.
Fue a su ciudad natal de Nazaret, y como acostumbraba hacer en el día de reposo, asistió al servicio de adoración. Se puso de pie y leyó del libro del portavoz de Dios, Isaías, que le fue entregado. Desenrolló el rollo y leyó del lugar donde está escrito:
“El Espíritu de Dios está sobre mí
porque soy su Ungido para
llevar el Remedio a los afligidos.
Me ha enviado a liberar
a los que están cautivos en la esclavitud
del miedo y el egoísmo,
y a dar entendimiento claro
a los cegados por las mentiras de Satanás,
a exterminar la opresión,
a eliminar la quebradura humana,
y a dar a conocer
el gozo de Dios este año.”
Luego enrolló el rollo, lo devolvió al asistente y se sentó. Todos en la sinagoga lo miraban atentamente, y él les dijo claramente: “Hoy, aquí mismo, al oír mi voz, esta Escritura se ha cumplido.”
Los que lo oyeron comentaban lo bien que hablaba, y estaban impresionados por su sabiduría, pero también preguntaban: “¿No es este el hijo de José, el carpintero?”
Jesús les dijo: “¿Ahora van a decirme este proverbio?: ‘Médico, cúrate a ti mismo,’ o ‘Haz aquí los milagros que oímos que hiciste en Capernaum’?
Les aseguro,” continuó Jesús, “ningún portavoz de Dios es escuchado en su ciudad natal. En los días de Elías, cuando no llovió durante tres años y medio y hubo una gran hambruna en toda la tierra, había muchas viudas en Israel, pero Elías no fue enviado a vivir con ninguna de ellas. ¡No! Fue enviado a una viuda en Sarepta, en Sidón. Y cuando Eliseo fue portavoz de Dios, había muchos leprosos en Israel, pero ninguno fue sanado—solo Naamán, el sirio. Dejen de esperar milagros y abracen la verdad que ya ha sido revelada.”
Cuando los adoradores oyeron esto, se enfurecieron. Se levantaron como una turba y lo sacaron del pueblo hasta el borde del acantilado sobre el que estaba construida la ciudad, para arrojarlo. Pero él pasó en medio de la multitud alborotada y siguió su camino.
Entonces fue al pueblo de Capernaum, en Galilea, y en el día de reposo comenzó a enseñar al pueblo. Ellos quedaron asombrados por su mensaje, porque resonaba con la autoridad de la verdad.
En el centro de adoración había un hombre cuya mente estaba controlada por un demonio—un ángel caído. Gritó con todas sus fuerzas: “¡Tú! ¿Qué vas a hacer con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Viniste a matarnos? ¡Yo sé que tú eres el Santo de Dios!”
“¡Silencio!”, dijo Jesús, y le ordenó: “¡Sal de él!” Entonces el demonio hizo que el hombre cayera al suelo, y salió sin hacerle daño.
La gente quedó estupefacta y se preguntaban entre ellos: “¿Qué clase de orden es esta? ¡Ordena a los demonios y tiene autoridad y poder para hacer que se vayan!” Y su fama se extendió por toda la región circundante.
Jesús luego salió del centro de adoración y fue a la casa de Simón. La suegra de Simón estaba enferma con una fiebre alta, y le pidieron a Jesús que la ayudara. Así que él se inclinó sobre ella y ordenó a su cuerpo que sanara, y la fiebre desapareció. Ella se levantó de inmediato y comenzó a servirles.
Al atardecer, la gente trajo a Jesús a todos los que sufrían diversas enfermedades y discapacidades. Él puso las manos sobre ellos y los sanó a todos. Además, expulsó demonios de muchos, y ellos gritaban: “¡Tú eres el Hijo de Dios!” Pero él les ordenó estrictamente que guardaran silencio, y no les permitió hablar, porque sabían que él era el Mesías.
Al amanecer, Jesús fue a un lugar apartado. La gente lo buscó, y cuando lo encontraron, intentaron retenerlo con ellos. Pero él dijo: “Debo llevar el Remedio del reino de amor de Dios a otras ciudades también; para eso fui enviado.” Y continuó difundiendo la verdad sobre el Remedio de Dios en los centros de adoración por toda Judea.
Capítulo 5
Una vez, Jesús estaba junto al lago de Genesaret, y la gente se agolpaba cada vez más, deseosa de comprender mejor la verdad del reino de Dios. En la orilla, Jesús vio dos barcas que los pescadores habían dejado mientras lavaban sus redes. Subió a la barca de Simón y le pidió que se alejara un poco de la orilla. Sentado en la barca, enseñaba a la gente en la costa.
Cuando terminó de enseñar, le dijo a Simón: “Ve a aguas más profundas y echa las redes.”
Simón, el pescador, intentó enseñarle al carpintero y dijo: “Maestro, hemos estado pescando toda la noche—en el mejor horario—y no atrapamos nada. Pero, ya que tú lo dices, echaré las redes.”
Tan pronto como las redes tocaron el agua, se llenaron de peces al punto de casi romperse. Entonces los pescadores llamaron a sus compañeros en la otra barca para que vinieran a ayudar, y cuando llegaron, ambas barcas quedaron tan llenas que casi se hundían.
Cuando Simón Pedro vio la pesca, cayó de rodillas ante Jesús y exclamó: “¡Aléjate de mí, Señor, porque soy un hombre egoísta e indigno de estar en tu presencia!” Cuando vieron esta pesca, Simón y sus compañeros quedaron sobrecogidos de asombro y admiración, al igual que sus socios de pesca, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo.
Pero Jesús no se apartó. En cambio, le dijo a Simón: “No tengas miedo; de ahora en adelante, pescarás personas para mi reino de amor.” Así que llevaron las barcas a la orilla, lo dejaron todo atrás y siguieron a Jesús.
Cuando Jesús estaba en uno de los pueblos, se le acercó un hombre con un caso avanzado de lepra, su cuerpo cubierto de llagas. Al ver a Jesús, se inclinó, rostro en tierra, y le suplicó: “Señor, si tú quieres, puedes limpiarme.”
Jesús no dudó, sino que lo tocó y dijo: “Claro que quiero. ¡Queda limpio!” Y al instante la lepra desapareció.
Pero Jesús, conociendo la intolerancia de los líderes religiosos, le dio esta instrucción: “Antes de decirle a alguien, ve directamente a los sacerdotes, deja que te examinen, ofrece los sacrificios que están indicados en el guion de Moisés—para que la dramatización simbólica testifique del plan sanador de Dios—y haz que los sacerdotes te declaren ‘limpio para regresar a la comunidad.’”
La noticia acerca de Jesús se esparció como fuego, y multitudes acudían a él, buscando ser sanadas de sus enfermedades. Pero Jesús tomaba descansos frecuentes en lugares solitarios para descansar y tener comunión con su Padre.
Un día, Jesús estaba enseñando, y estaban allí fariseos y profesores de teología que enseñaban una religión legalista. Habían venido de toda Galilea, Judea y Jerusalén, y se sentaban alrededor de él, observando atentamente. El poder de Dios estaba presente, y sanaba a los enfermos. Algunos hombres se acercaron cargando a un paralítico en una camilla e intentaban meterlo en la casa para que viera a Jesús. Pero como la multitud era tan densa que no podían entrar, subieron al techo, retiraron las tejas y bajaron al hombre en su camilla justo delante de Jesús.
Cuando Jesús vio la confianza que tenían en él, dijo: “Hermano, tu pecado ha sido abolido y eliminado.”
Los fariseos y los profesores de teología que enseñaban una religión legalista comenzaron a pensar entre sí: “¿Quién se cree este para decir tal blasfemia? ¿Quién puede liberar del pecado sino solo Dios?”
Pero Jesús conocía sus pensamientos, y tratando de ayudarles a comprender el plan de Dios para sanar el corazón del pecado, les dijo: “¿Por qué piensan esas cosas en sus corazones? ¿Qué es más fácil: decir ‘Tu pecado ha sido abolido y eliminado,’ o decir ‘Levántate y camina’? Para que no haya confusión y sepan sin ninguna duda que el Hijo del Hombre tiene autoridad para abolir y eliminar el pecado”—volviéndose hacia el paralítico, continuó—“sigue mis instrucciones: levántate, toma tu camilla y vete a casa.” Inmediatamente fue sanado, se levantó delante de ellos, recogió la camilla sobre la que había estado acostado y se fue a casa alabando a Dios. Todos quedaron asombrados, atónitos de asombro, y alababan a Dios. Decían: “Lo que hemos visto hoy es simplemente increíble.”
Después de esto, Jesús salió y vio a un cobrador de impuestos llamado Leví, sentado en su puesto. Jesús le dijo: “Ven conmigo,” y Leví se levantó de inmediato, dejó todo atrás y lo siguió.
Leví, tan agradecido de haber sido llamado, organizó un gran banquete para Jesús en su casa. Participaba una gran multitud de cobradores de impuestos y otras personas de reputación cuestionable. Cuando los fariseos y los teólogos que enseñaban una religión legalista vieron esto, se quejaron con los discípulos de Jesús: “¿Qué hacen comiendo y bebiendo con cobradores de impuestos y ‘pecadores’?”
Jesús intervino: “Solo los que reconocen que están enfermos van al médico—no los que creen que están sanos. No puedo ayudar a los que ya se creen en paz con Dios—solo a los que saben que están enfermos de pecado.”
Le objetaron: “Los discípulos de Juan saben el valor del ayuno y la oración, y lo practican con frecuencia—igual que los discípulos de los fariseos—pero tus discípulos están comiendo y bebiendo.”
Jesús respondió: “La gente no ayuna en una fiesta de bodas; ¡festejan! Pero cuando llegue el momento en que el novio sea separado de la novia, entonces ayunarán.”
Les contó esta parábola: “Un sistema viejo, lleno de inconsistencias, es como una prenda vieja, gastada y llena de agujeros. No se puede arreglar una prenda vieja con un parche de tela nueva. Si alguien lo hace, el parche nuevo desgarrará aún más lo viejo. Del mismo modo, la verdad del reino de Dios que yo traigo no puede mezclarse con el sistema legalista e incoherente que ustedes han creado. Intentar hacerlo romperá por completo el sistema viejo. Nadie pone vino sin fermentar en odres viejos y resecos. Si lo hace, el vino nuevo romperá el odre viejo. Del mismo modo, intentar meter la verdad que yo traigo en la teología legalista rígida que ustedes practican fracasará. Se necesitan odres nuevos para el vino nuevo, y un corazón nuevo para la verdad que yo traigo. Pero los que están acostumbrados al vino viejo no quieren el nuevo, pues dicen ‘el viejo es mejor.’”
Capítulo 6
Jesús y sus discípulos iban caminando por un campo de trigo en un sábado, cuando los discípulos comenzaron a arrancar espigas, frotarlas entre las manos y comer los granos. Algunos fariseos protestaron de inmediato: “¿Qué están haciendo? ¿Por qué violan el sábado y la Ley de Dios?”
Jesús intentó iluminarlos: “¿No comprenden la realidad del reino de amor de Dios? ¿Qué hizo David cuando él y sus amigos tenían hambre? Él entendió que el guion simbólico no invalida las leyes reales de salud, y entró en el pequeño teatro de Dios (el santuario) y comió el pan que el guion (la ley) decía que era solo para los sacerdotes; y también les dio a sus amigos.” Luego Jesús les dijo directamente: “El Hijo del Hombre no está al servicio del sábado; él lo creó y lo gobierna.”
En otro sábado, fue al centro de adoración y estaba enseñando, cuando vio a un hombre cuya mano derecha estaba atrofiada e inútil.
Los fariseos y teólogos que enseñaban una religión legalista lo observaban cuidadosamente, buscando algún motivo para acusar a Jesús. Observaban para ver si sanaría a ese hombre en sábado. Pero Jesús conocía sus pensamientos e intenciones, y le indicó al hombre de la mano atrofiada que se pusiera de pie frente a todos. Así que el hombre se levantó y se paró al frente.
Entonces Jesús se dirigió a los líderes religiosos y les dijo: “Permítanme hacerles esta pregunta: ¿Es correcto y está en armonía con la Ley de Dios hacer el bien en sábado, o hacer el mal? ¿Debemos salvar una vida o destruirla en sábado?”
Miró alrededor del salón, encontrando la mirada de cada uno, pero no dijeron nada. Entonces Jesús le dijo al hombre: “Usa tu mano.” Y así lo hizo, y su mano fue completamente restaurada a la normalidad. Pero los líderes religiosos se llenaron de ira y comenzaron a tramar cómo deshacerse de Jesús.
Un día, Jesús subió a la montaña y pasó toda la noche hablando con su Padre. A la mañana siguiente, llamó a sus seguidores y eligió a estos doce para que fueran sus embajadores: Simón (también llamado Pedro) y su hermano Andrés; Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago (hijo de Alfeo), Simón el Zelote, Judas (hijo de Santiago), y Judas Iscariote, quien más tarde lo traicionó.
Los condujo hasta un lugar llano. Allí estaban muchos de sus discípulos, además de una gran multitud de personas de toda Judea, Jerusalén, y de la costa de Tiro y Sidón. Habían venido deseosos de escucharlo y ser sanados de toda enfermedad y defecto. Aquellos cuyas mentes estaban perturbadas por el mal fueron liberados. Y todos intentaban tocarlo, porque energía vivificante irradiaba de él y los sanaba a todos.
Mirando a sus discípulos, dijo para que todos oyeran:
“Dichosos los que conocen
la pobreza de su condición,
porque el reino de Dios es de ustedes.
“Dichosos ustedes
cuando tienen hambre de algo más
que lo que este mundo puede ofrecer,
porque serán saciados.
Dichosos ustedes, de corazón tierno,
que lloran por el dolor
que causa el egoísmo,
porque serán los que
se alegrarán al final.
“Dichosos ustedes
cuando la gente los desprecia,
los discrimina,
miente sobre ustedes,
los calumnia y los rechaza,
llamándolos malvados—todo porque
promueven el Remedio que yo traigo.
Alégrense cuando esto suceda, porque su gran recompensa está en el cielo; y comprendan que en este mundo, el mal siempre ataca al bien—igual que sus antepasados atacaron a los portavoces de Dios en el pasado.
“Pero miseria y sufrimiento les esperan
a ustedes, que se sienten seguros en sus riquezas;
porque al haber rechazado el Remedio,
ya tienen todo lo que recibirán.
“Misery les espera, ustedes que están
satisfechos con este mundo;
porque desconectados de mí—
la única fuente de vida—
morirán de hambre.
Misery les espera, ustedes que se ríen del
dolor y el sufrimiento en el mundo;
su único destino
será sufrimiento y tristeza.
“Misery les espera,
ustedes que son alabados por los egoístas;
porque serán engañados
en una complacencia
con su condición terminal—
y así fue como sus antepasados
adoraron a farsantes, mentirosos
y a quienes ofrecían remedios falsos.
“Pero yo estoy aquí para decirles la profunda realidad de cómo Dios diseñó la vida para que funcione, así que escúchenme: La vida se basa en el principio de dar. Si quieren vivir, deben amar a sus enemigos, hacer el bien a los que no los soportan, ser una bendición para los que los escupen, y pedir a Dios que sane a los que los abusan. Si un enemigo te golpea en una mejilla, ofrécele también la otra. Si alguien te roba el abrigo, ofrécele también tu camisa. Da lo que sea beneficioso a todo el que te pida, y si alguien te roba, no luches para recuperarlo. Trata a los demás como te gustaría ser tratado.
“Si solo amas a los que te aman, ¿cuál es el mérito? El egoísmo aún vive en tu corazón. Incluso los no sanados aman a quienes los aman. Y si haces el bien solo a los que te hacen bien, ¿cuál es el mérito? El egoísmo aún vive en tu corazón. Incluso los no sanados saben hacer eso. Y si prestas solo a quienes tienen buen historial crediticio y sabes que te pagarán, ¿de qué sirve? El egoísmo aún vive en tu corazón. Incluso los no sanados prestan a otros no sanados con buen historial crediticio, esperando reembolso completo. Pero ustedes deben vivir en armonía con el diseño de Dios para la vida, así que amen a sus enemigos, hagan el bien, y presten sin esperar nada a cambio. Entonces recibirán la mayor recompensa: un carácter como el del Dios Altísimo, y serán sus verdaderos hijos e hijas, porque él es bondadoso con los no sanados—aquellos aún consumidos por el egoísmo. Así que sean gentiles y amables, así como su Padre en el cielo es gentil y amable.
“No desarrollen un carácter de juicio, y no serán diagnosticados como incurables. No condenen a otros, y no serán diagnosticados como terminales. Perdonen, y experimentarán el perdón de Dios. La vida está construida para funcionar sobre la base del dar, así que den; y cuanto más den, más se les dará: una gran abundancia de amor—concentrado, intenso, abrumador y todo abarcador—será derramado en su ser. Porque la forma en que tratan a los demás revela la condición de su propio carácter, y su propia condición determina su destino.”
También les contó esta ilustración: “¿Qué pasa cuando un ciego guía a otro ciego? ¿No se pierden ambos? Los estudiantes no instruyen a su maestro. ¡No! Los estudiantes se vuelven como su maestro, así que tengan cuidado a quién aceptan como maestro.
“¿Por qué tratas de encontrar el defecto más pequeño en el carácter de otro, pero ignoras la patología maligna en el tuyo? ¿Cómo puedes pensar que puedes ayudar a otro a eliminar defectos en su carácter cuando todo el tiempo tu carácter está corrompido por el egoísmo? ¡Charlatanes! Las intervenciones saludables requieren mentes sanas: primero aborda los defectos en tu propio carácter, y entonces tendrás la claridad y capacidad para ayudar a otro a eliminar los suyos.
“Los árboles sanos no producen frutos enfermos, ni los árboles enfermos producen frutos sanos. La salud del árbol se reconoce por su fruto. La gente no recoge higos de zarzas, ni uvas de cardos. Asimismo, la persona sana que ha recibido mi Remedio dará amor y bondad del amor y la bondad acumulados en su corazón, pero la persona egoísta que rechaza mi Remedio dará maldad y egoísmo del mal y egoísmo acumulados en su corazón. Porque las acciones de una persona revelan lo que fluye en su corazón.
“¿Por qué me llaman Maestro, Doctor o Señor, y sin embargo ignoran lo que digo? Déjenme decirles a qué se parece la persona que no solo oye mis instrucciones, sino que las comprende y las pone en práctica: Esa persona, que construye sobre la sólida roca de la verdad de mi enseñanza, es como un constructor que cava hasta la roca madre y establece los cimientos de su casa sobre roca firme. Cuando llegó una inundación, las aguas torrenciales golpearon la casa, pero no pudieron derribarla, porque estaba construida sobre un fundamento sólido. Pero aquellos que oyen mis palabras de verdad y no las abrazan ni las aplican son como el constructor que construyó una casa sobre tierra, sin cimiento sólido. En el momento en que las aguas turbulentas golpearon esa casa, se derrumbó y fue completamente destruida.”
Capítulo 7
Cuando Jesús terminó de enseñar al pueblo, entró en Capernaúm. Un centurión romano tenía un siervo al que valoraba mucho, que estaba gravemente enfermo y a punto de morir. El centurión había oído hablar de Jesús y envió a algunos líderes judíos para pedirle que sanara a su siervo. Ellos llegaron ante Jesús y le rogaron con insistencia: “Por favor, sana a su siervo; verdaderamente lo merece, y además, le debemos mucho, pues ha mostrado gran amor por nuestro pueblo y hasta nos construyó un centro de adoración.” Así que Jesús fue con ellos. Pero cuando se acercaban a la casa, el centurión envió amigos a decirle: “Señor, no quise incomodarte tanto, y no merezco el honor de que entres en mi casa. Ni siquiera me sentí digno de ir yo mismo a verte. Sé que todo lo que necesitas hacer es decir la palabra, y mi siervo será sanado. Yo soy un hombre que entiende la autoridad: obedezco órdenes, y mis soldados me obedecen. Le digo a uno, ‘Ve’, y va; a otro, ‘Ven’, y viene. Cuando le digo a mi siervo, ‘Haz esto’, lo hace.”
Cuando Jesús oyó la confianza que tenía en él, se conmovió profundamente, y volviéndose hacia la multitud, dijo: “Les digo con toda claridad: no he encontrado a nadie en Israel con una confianza en mí tan grande como la de este hombre.” Entonces los que habían sido enviados regresaron a la casa y encontraron al siervo completamente sano.
Poco después, Jesús fue al pueblo de Naín, acompañado por sus discípulos y una gran multitud. Cuando se acercaba a la entrada del pueblo, salía un cortejo fúnebre; el cadáver era el único hijo de su madre, que ya era viuda. Una gran multitud de la ciudad la acompañaba. Cuando Jesús la vio, su corazón se llenó de compasión, y le dijo con ternura: “No llores.”
Entonces Jesús se acercó y tocó el féretro, y los que lo llevaban se detuvieron. Él dijo: “Joven, te digo: ¡levántate!” El muerto se incorporó y comenzó a hablar, y Jesús lo devolvió a su madre.
La multitud quedó sobrecogida de asombro y alabó a Dios. “Un poderoso portavoz de Dios ha venido a nosotros,” decían; “Dios ha venido a sanar a su pueblo.” Después de esto, la noticia sobre Jesús se esparció rápidamente por toda Judea y la región circundante.
Los discípulos de Juan le contaron todo lo que Jesús estaba haciendo. Juan llamó a dos de ellos y los envió a Jesús a preguntarle: “¿Eres tú el que Dios prometió enviar, o debemos esperar a otro?”
Cuando los discípulos llegaron a Jesús, le dijeron: “Juan el Bautista nos envió para preguntarte: ‘¿Eres tú el que Dios prometió enviar, o debemos esperar a otro?’”
Mientras ellos observaban, Jesús demostró los métodos de Dios: curó a muchas personas de enfermedades, infecciones y opresión mental, y dio vista a los ciegos. Luego se volvió hacia los discípulos de Juan y les dijo: “Vuelvan y cuéntenle a Juan lo que han visto aquí: Los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son curados, los sordos oyen, los muertos resucitan, y el Remedio se da gratuitamente a los pobres. Feliz y saludable es la persona que no me rechaza.”
Después que los discípulos de Juan se fueron, Jesús se dirigió a la multitud y habló sobre Juan: “¿Qué salieron a ver al desierto? ¿Un comediante moviéndose de una idea a otra como caña sacudida por el viento? ¿No? ¿Entonces qué salieron a ver? ¿Un desfile de modas? ¡No! La moda es cosa de quienes viven en el lujo y en palacios. ¿Entonces qué salieron a ver? ¿A un portavoz de Dios? ¡Absolutamente! Y les digo con certeza que fue aún más. Este es aquel de quien se profetizó:
‘Enviaré a mi mensajero
delante de ti
para preparar el corazón y la mente
del pueblo para tu llegada.’
Les digo con certeza que ninguna persona nacida en la tierra antes de Juan ha tenido un papel más importante en el plan de Dios para salvar a la humanidad que Juan el Bautista. Sin embargo, incluso el que tenga el papel más pequeño en la tierra pero que esté en el reino de los cielos será más grande que él aquí.”
Todo el pueblo, incluidos los recaudadores de impuestos, cuyas mentes habían sido sumergidas en la verdad que Juan enseñaba—y por tanto fueron sumergidos en agua por él—y que oyeron las palabras de Jesús, alabaron como correcto el camino de Dios. Pero los fariseos y aquellos teólogos que enseñaban una religión legalista rechazaron el diseño y el plan de Dios para su sanación, porque se habían negado a sumergir sus mentes en la verdad que Juan trajo.
“¿Cómo puedo describir lo que hacen las personas de hoy? ¿A qué los puedo comparar? Son como niños que se sientan criticándose unos a otros, intentando sobresalir señalando defectos en los demás: si un niño toca una canción alegre, los otros se niegan a celebrar con él; si otro toca una canción triste, los demás se ríen y se niegan a llorar con él.
“Ustedes son como esos niños—decididos a encontrar defectos. Juan vivió muy estrictamente: ayunaba y no bebía vino, y ustedes se burlaron de él diciendo que estaba ‘poseído’ o ‘endemoniado.’ Y cuando vino el Hijo del Hombre, pasando tiempo con la gente, socializando, comiendo y celebrando, ustedes dijeron: ‘Es un glotón, un borracho, y amigo de pecadores y adictos.’ Pero la sabiduría de Dios se demuestra verdadera por las vidas transformadas de quienes la abrazan.”
Uno de los fariseos invitó a Jesús a cenar a su casa, así que fue a la casa del fariseo y se reclinó a la mesa. Una mujer del lugar, que había llevado una vida inmoral, se enteró de que Jesús estaba en casa del fariseo y llevó un frasco de alabastro con perfume. Se colocó junto a los pies de Jesús llorando, y comenzó a lavar sus pies con lágrimas. Luego los secó con su cabello, los besó y les derramó el perfume.
Cuando el fariseo que lo había invitado vio esto, pensó para sí: “Si este hombre realmente viniera de Dios, sabría qué clase de mujer tan vil y pecadora es la que lo está tocando.”
Jesús, conociendo sus pensamientos, se volvió hacia él y le dijo: “Simón, quiero contarte algo.”
“Por favor, Maestro, dime,” respondió.
“Había dos personas, y ambas le debían dinero a un prestamista. Una le debía cinco mil dólares, la otra solo cincuenta; pero ninguno tenía dinero para pagarle, así que el prestamista canceló ambas deudas y asumió la pérdida. ¿Cuál de los dos piensas que lo amará más?”
Con cierta duda, Simón respondió: “Supongo que el que tenía la deuda mayor perdonada.”
“Estás en lo cierto,” confirmó Jesús.
Entonces Jesús miró hacia la mujer, pero le habló a Simón: “¿Ves a esta mujer? A pesar de que estoy en tu casa, no me diste agua para lavar mis pies; pero ella los ha lavado con sus lágrimas y los ha secado con su cabello. No me diste la bienvenida con un beso, pero esta mujer, desde el momento en que llegué, no ha dejado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite común, pero ella ha ungido mis pies con el ungüento más costoso. Comprende cómo funciona la realidad: a ella se le ha perdonado mucho, y al haber recibido ese perdón, ama mucho. Pero aquel que acepta solo un poco de perdón, ama solo un poco.”
Entonces Jesús la tranquilizó: “Estás perdonada; tu pecado ha sido eliminado.”
Los demás invitados comenzaron a murmurar: “¿Quién se cree que es para decir que perdona y elimina el pecado?”
Sonriendo, Jesús le dijo a la mujer: “Tu confianza en mí te ha sanado; ve con tu mente restaurada en paz.”
Capítulo 8
Después de esto, Jesús viajó de pueblo en pueblo, proclamando la buena noticia del Remedio de Dios y del reino de amor. Los Doce lo acompañaban, junto con algunas mujeres cuyas mentes habían sido liberadas del mal y cuyos cuerpos habían sido sanados de enfermedades: María Magdalena, de quien él había expulsado la opresión demoníaca en siete ocasiones, Juana, esposa de Cusa, el jefe de personal de Herodes, Susana, y muchas otras. Estas mujeres usaban sus propios recursos para apoyar a Jesús y a sus discípulos.
Una gran multitud se había reunido, y personas de muchos pueblos venían a Jesús. Él les contó esta parábola:
“Un agricultor salió a sembrar en su campo. Mientras esparcía la semilla, parte cayó sobre el camino donde fue pisoteada o los pájaros vinieron y se la comieron. Otra parte cayó entre las rocas, brotó, pero rápidamente se secó porque no tenía humedad. Otra parte cayó entre espinos, que crecieron y ahogaron las plantas buenas. Pero otra parte cayó en buena tierra. Esa semilla brotó y produjo una cosecha abundante—cien veces más de lo que se sembró.” Luego dijo: “Los que tienen una mente abierta a la verdad, que comprendan.”
Cuando sus discípulos le preguntaron qué significaba esta parábola, él les explicó: “La comprensión de los secretos del reino de amor de Dios se les enseña a ustedes porque sus corazones están abiertos para recibirla, pero sus mentes no están listas para aceptar la verdad, así que deben usarse parábolas porque
‘aunque ven con sus ojos,
sus mentes no comprenden;
y aunque oyen con sus oídos,
no entienden el significado.’
Esto es lo que significa la parábola: La semilla representa la verdad sobre el reino de amor de Dios. Las semillas que caen en el camino son las personas que oyen la verdad sobre el reino de amor de Dios pero no la abrazan, así que Satanás infecta sus corazones con una mentira, y por tanto no confían ni son sanadas. Las semillas sobre las rocas son personas que oyen la verdad y la aceptan con alegría, pero la verdad es solo una idea—no echa raíces en el corazón, no se aplica a la vida, ni se incorpora al carácter, por lo que cuando llegan las pruebas o la persecución, rápidamente la abandonan. Las semillas que cayeron entre espinos son los que oyen la verdad pero permiten que las preocupaciones, el placer y la riqueza la ahoguen; siguen siendo egoístas y no dan el fruto de un carácter lleno de amor. Pero las semillas que caen en buena tierra representan a los que oyen, comprenden y abrazan la verdad del reino de Dios, y al aplicarla en sus vidas, experimentan el fruto de un carácter transformado.
Nadie enciende una lámpara para luego cubrirla con un balde, o taparla con mantas. ¡No! Uno la pone sobre un candelabro, para que todos vean su luz. La realidad será revelada un día tal como es; no hay secreto que no salga a la luz. Por tanto, sean atentos y deliberados en cómo tratan lo que oyen. Los que desarrollan sus talentos ampliarán sus capacidades; los que no usan ni desarrollan sus habilidades perderán incluso lo que tienen.”
La madre y los hermanos de Jesús vinieron a verlo, pero la multitud era tan grande que no podían llegar hasta él. Alguien le dijo a Jesús: “Tu madre y tus hermanos están afuera esperándote.”
Él les respondió: “Cualquiera que vive en armonía con mi Padre celestial, practicando sus métodos y siguiendo su voluntad, está unido a mí como mi madre y mis hermanos.”
Un día, Jesús les dijo a sus discípulos: “Crucemos el lago hasta la otra orilla,” así que subieron a una barca y zarparon. Mientras navegaban, Jesús se quedó dormido. Una tormenta violenta se desató y las olas comenzaban a inundar la barca, amenazando con volcarla. El peligro era muy grande.
Los discípulos despertaron a Jesús gritando: “¡Maestro, la barca se está hundiendo, vamos a morir!”
Jesús se levantó y ordenó al viento que se detuviera y a las olas que se calmaran. La tormenta se desvaneció de inmediato, y todo quedó en calma. Luego miró a sus discípulos y les preguntó: “¿No confían en mí?”
Llenos de asombro y desconcierto, se preguntaban unos a otros: “¿Quién es este? Tiene poder para controlar el viento y las olas.”
Continuaron navegando hasta la región de los gerasenos, al otro lado del lago, frente a Galilea. Cuando Jesús desembarcó, un hombre del pueblo, cuya mente estaba dominada por ángeles malignos, vino a su encuentro. El hombre no había usado ropa ni vivido en una casa por mucho tiempo; vivía entre las tumbas. Al ver a Jesús, cayó a sus pies y gritó con todas sus fuerzas: “¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? ¡Por favor, no me atormentes!” Jesús le había ordenado al espíritu maligno que saliera de la mente del hombre. Muchas veces a lo largo de los años había tomado control de su mente, y aunque lo habían encadenado de pies y manos y puesto bajo vigilancia, rompía las cadenas y el espíritu lo llevaba a lugares desolados.
Jesús le preguntó: “¿Cómo te llamas?”
“Legión,” respondió, porque muchos espíritus malignos se habían apoderado de su mente. Le suplicaban a Jesús que no los enviara a un lugar de aislamiento lejos de los seres vivos.
Había una gran piara de cerdos comiendo en la colina cercana. Los ángeles caídos le pidieron permiso a Jesús para tomar control de los cerdos, y él se los concedió. Los demonios salieron de la mente del hombre y entraron en los cerdos: la piara se volvió loca, corrió colina abajo y se precipitó al lago, donde se ahogó.
Cuando los que cuidaban los cerdos vieron lo que pasó, corrieron al pueblo y se lo contaron a todos. La gente salió para verlo con sus propios ojos. Cuando llegaron ante Jesús, vieron al hombre cuya mente había sido liberada de los demonios, sentado a los pies de Jesús, vestido, tranquilo y en su sano juicio; y esto los asustó. Los que habían presenciado todo lo ocurrido contaron a los recién llegados cómo el hombre había sido liberado de esas fuerzas malignas. Entonces, todos los habitantes de la región de los gerasenos, llenos de temor, le pidieron a Jesús que se fuera, así que subió a la barca y se marchó.
El hombre cuya mente había sido liberada le rogó a Jesús que lo dejara ir con él, pero Jesús tenía otra misión para él. Le dijo: “Ve a tu casa y cuéntales a todos cuánto ha hecho Dios por ti.” Así que el hombre se fue y contó a todos los que encontró cuánto había hecho Jesús por él.
Cuando Jesús regresó de la región de los gerasenos, una gran multitud lo recibió con entusiasmo, pues lo estaban esperando. Un hombre llamado Jairo, un líder religioso, vino y cayó a los pies de Jesús, suplicándole que fuera a su casa porque su única hija, una niña de unos doce años, estaba muriendo. Mientras Jesús se dirigía allá, las multitudes eran tan grandes que casi lo aplastaban.
Había entre la multitud una mujer que sufría hemorragias desde hacía doce años, y ningún médico había podido sanarla. Se acercó sigilosamente por detrás y tocó el borde del manto de Jesús, y al instante cesó su hemorragia.
Jesús se detuvo y preguntó: “¿Quién me tocó?”
Como nadie respondía, Pedro le dijo: “Maestro, la multitud es inmensa; todos te están empujando.”
Pero Jesús aclaró: “Alguien me tocó: sentí que poder salió de mí.”
Entonces la mujer, dándose cuenta de que no podía pasar desapercibida, se acercó temblando y cayó a sus pies. Delante de todos, explicó por qué lo había tocado y cómo había sido sanada de inmediato. Él sonrió y le dijo: “Hija, tu confianza en mí te ha sanado. Vive en paz.”
Mientras Jesús hablaba con la mujer, un mensajero llegó de la casa de Jairo, el líder religioso.
“Tu hija ha muerto,” le dijo. “Ya es tarde, no molestes más al Maestro.”
Al oír esto, Jesús le dijo a Jairo: “No dejes que el miedo te controle. Confía en mí, y ella será sanada.”
Cuando llegaron a la casa de Jairo, Jesús no permitió que nadie entrara con él, excepto Pedro, Juan y Santiago, junto con el padre y la madre de la niña. Todos lloraban y se lamentaban por ella. Jesús les dijo: “Dejen de llorar. La niña no está muerta, sino dormida.”
Todos se rieron de él, porque desde el punto de vista humano, estaba muerta. Pero Jesús tomó su mano y le dijo: “Niña, ¡despierta!” Su vida volvió de inmediato y se levantó enseguida. Luego Jesús les indicó que le dieran algo de comer. Sus padres estaban asombrados y llenos de alegría, pero él les ordenó que no contaran a nadie lo que había sucedido.
Capítulo 9
Jesús reunió a los Doce y les dio poder para curar enfermedades, y les otorgó autoridad para expulsar todas las fuerzas del mal. Los envió a revelar el reino de amor de Dios, demostrando cómo funciona mediante la sanación de los enfermos. Les dijo: “No lleven nada para este viaje, excepto un bastón. No lleven comida, ropa extra ni dinero. En cualquier casa que los reciban, quédense allí hasta que salgan del pueblo. Si los rechazan o no los escuchan, no pierdan tiempo en enojarse ni en luchar para que los acepten; simplemente sacudan el polvo de sus pies al salir del pueblo, y su actitud de gracia será un testimonio para ellos.” Así que fueron de pueblo en pueblo, proclamando la buena noticia del Remedio de Dios y demostrando el plan divino al sanar personas por todas partes.
Cuando Herodes el tetrarca oyó todo lo que Jesús hacía, se inquietó mucho, porque algunos decían que Juan había resucitado de los muertos, otros que había regresado Elías, y otros más que uno de los antiguos portavoces de Dios había vuelto a la vida. Pero Herodes dijo: “No puede ser Juan. Yo le corté la cabeza. Entonces ¿quién es este del que oigo tantas cosas?” Y trataba de ver a Jesús.
Cuando los doce discípulos regresaron de su misión, le contaron a Jesús todo lo que habían hecho. Entonces él y los Doce se retiraron a un lugar privado en la ciudad de Betsaida. Pero no pasó mucho tiempo antes de que la multitud descubriera dónde estaba y acudiera en masa a él. Jesús los recibió con amabilidad. Les habló sobre el reino de amor de Dios, y lo demostró sanando a todos los que lo necesitaban.
Al caer la tarde, los Doce se acercaron a él y le dijeron: “Debes despedir a la multitud para que tengan tiempo de llegar a los pueblos cercanos y encontrar comida y alojamiento antes de que todo cierre, porque estamos en medio de la nada.”
Jesús sonrió y les dijo: “No los envíen con hambre; ustedes denles de comer.”
Sorprendidos, respondieron: “¿Estás hablando en serio? Solo tenemos cinco panes y dos pescados—tendríamos que salir a comprar mucha comida para alimentar a esta multitud.” (Había unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.)
Pero Jesús los tranquilizó y dijo: “No se preocupen. Hagan que se sienten en grupos de unos cincuenta.” Así que los discípulos hicieron lo que Jesús les indicó, y todos se sentaron. Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados, y mirando al cielo, dio gracias a su Padre y los partió. Luego les dio los pedazos a sus discípulos para que los repartieran entre la gente. Toda la multitud comió hasta quedar satisfecha, y los discípulos recogieron doce canastas llenas de sobras.
En otro momento, cuando Jesús estaba a solas con sus discípulos, les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?”
“Algunos dicen que eres Juan el Bautista,” respondieron, “otros que eres Elías, el que fue al cielo en un carro de fuego. Y algunos más creen que eres uno de los antiguos portavoces de Dios que ha resucitado.”
“¿Y ustedes qué piensan? ¿Quién dicen que soy yo?” les preguntó Jesús.
Pedro respondió de inmediato: “Eres el Mesías—el Salvador de toda la humanidad—enviado por Dios.”
Jesús les advirtió estrictamente que no se lo dijeran a nadie en ese momento. Luego les explicó lo que ocurriría: “El Hijo del Hombre debe soportar la hostilidad, el abuso, el maltrato y el rechazo de los líderes religiosos, ancianos, sacerdotes principales y teólogos que enseñan una religión legalista, y luego ser asesinado; pero al tercer día—resucitará a la vida.”
Luego Jesús les dijo a todos: “Si alguien quiere unirse a mí en unidad con mi Padre, debe renunciar a su vida egoísta, elegir morir al yo, y seguirme en amor. Quien siga el instinto de supervivencia y trate de salvar su vida la perderá, porque la infección del egoísmo no será eliminada; pero quien pierda su vida por amor a mí encontrará la vida eterna, porque habrá sido restaurado al diseño original de Dios para la vida—amor desinteresado, centrado en los demás. ¿De qué sirve acumular egoístamente todos los tesoros del mundo, si al final mueres eternamente, consumido por el egoísmo? Si alguien se avergüenza de mí y de mis métodos de verdad y amor, el Hijo del Hombre sentirá una verdadera tristeza de que esa persona no haya sido sanada y no pueda vivir en su presencia cuando venga con sus ángeles santos, en su esplendor revelado y en toda la gloria de su Padre. Les digo con toda claridad, algunos de los que están aquí no dormirán en la muerte antes de ver al Hijo del Hombre glorificado en su reino de amor.”
Ocho días después, Jesús llevó a Pedro, Juan y Santiago a una montaña para hablar con su Padre celestial. Mientras hablaba con su Padre, su rostro comenzó a brillar, y su ropa se volvió resplandeciente, brillante como un relámpago. De repente, Moisés y Elías aparecieron físicamente con él, también en una luz brillante como fuego, como el sol, y hablaron con Jesús. Hablaban sobre la culminación de su misión para obtener el Remedio, que estaba a punto de cumplir en Jerusalén. Pedro, Juan y Santiago estaban muy adormilados, pero al estar plenamente despiertos, vieron el esplendor, la luz brillante, y a los dos hombres junto a Jesús. Cuando Moisés y Elías se estaban yendo, Pedro le dijo a Jesús: “Maestro, esto es maravilloso, y estamos agradecidos de estar aquí. Si tú quieres, podemos levantar tres santuarios: uno para ti, uno para Moisés y otro para Elías.” (Hablaba sin sentido porque estaba tan abrumado que no sabía qué decir.)
Mientras Pedro aún hablaba, apareció una nube brillante que los cubrió, y quedaron sobrecogidos cuando la nube los envolvió. Una voz salió de la nube y dijo: “Este es mi Hijo; lo he elegido para cumplir mi propósito, así que escúchenlo.” Después de que la voz habló, se encontraron solos con Jesús. Pedro, Juan y Santiago no hablaron de esto ni contaron a nadie lo que habían visto en ese momento.
A la mañana siguiente, cuando bajaron de la montaña, una gran multitud esperaba a Jesús. Un hombre entre la multitud gritó: “¡Maestro, por favor ten misericordia, te lo ruego! ¡Mira a mi hijo! Es mi único hijo. Un espíritu maligno lo ataca, y él grita, cae al suelo convulsionando y echando espuma por la boca. Le ocurre constantemente y lo está matando. Pedí a tus discípulos que lo sanaran, pero no pudieron.”
Con tristeza, Jesús dijo: “Qué gente tan confundida y supersticiosa son. ¿Cuánto tiempo más debo estar con ustedes antes de que entiendan? Tráiganme a su hijo.”
Mientras el muchacho se acercaba, el espíritu maligno le causó una convulsión y cayó al suelo. Pero Jesús ordenó que el espíritu lo dejara, sanó al niño, y se lo devolvió a su padre. Y todos quedaron maravillados por la grandeza y el poder de Dios.
Mientras la multitud se asombraba por todo lo que Jesús hacía, apartó a sus discípulos y les dijo: “Escuchen con atención, esto es importante: Yo, el Hijo del Hombre, voy a ser entregado en manos de seres humanos.” Pero ellos no comprendían lo que trataba de decirles. Sus expectativas les impedían entender su significado, y temían la respuesta si le preguntaban, así que no lo hicieron.
Entonces los discípulos comenzaron a discutir sobre cuál de ellos sería el más importante.
Jesús sabía que estaban luchando con la infección del egoísmo y que discutían sobre quién sería el más grande, así que llamó a un niño pequeño y lo puso junto a él. Luego miró a sus discípulos y dijo: “Cualquiera que abre su corazón y recibe con amor y afecto a los que tienen una confianza infantil—practicando mis métodos—también me recibe a mí; y quien me recibe, no solo me recibe a mí sino también al que me envió. El que tiene menos egoísmo es el más grande.”
Juan trató de cambiar de tema: “Maestro, vimos a un hombre expulsando espíritus malignos usando tu nombre, y le dijimos que se detuviera, porque no es parte de nuestro grupo.”
Jesús lo corrigió: “No lo detengan, porque solo hay dos lados: el amor y el egoísmo; y cualquiera que no está egoístamente en contra de ustedes está del lado del amor.”
Cuando se acercaba el momento para que Jesús regresara al cielo, con determinación se encaminó hacia Jerusalén. Envió mensajeros a un pueblo samaritano para que prepararan todo para su llegada, pero los habitantes se molestaron porque iba camino a Jerusalén. Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron que la gente murmuraba, le preguntaron: “Señor, ¿quieres que llamemos fuego del cielo y los destruyamos?” Pero Jesús los corrigió y les dijo: “Todavía no comprenden la profundidad de la infección de miedo y egoísmo en sus corazones. El Hijo del Hombre no vino a destruir a los seres humanos, sino a sanarlos y salvarlos.” Y siguieron hacia otro pueblo.
Mientras caminaban por el camino, un hombre le dijo a Jesús: “Quiero ser uno de tus discípulos, aprender de ti y seguirte dondequiera que vayas.”
Jesús le respondió: “No tengo las comodidades de una madriguera o un nido. Si vienes conmigo, será duro. A menudo dormimos en el suelo, y ni siquiera tengo una almohada para mi cabeza.”
Jesús le dijo a otro hombre: “Únete a mí.” Pero el hombre respondió: “Señor, primero debo ir a enterrar a mi padre.”
Jesús le dijo: “Ahora es el momento de compartir el Remedio de Dios; deja que los muertos entierren a los muertos.”
Otro dijo: “Señor, me uniré a ti tan pronto como me despida de mi familia.”
Jesús dijo: “Nadie que pone la mano en el arado para sembrar la verdad, pero tiene su corazón anhelando el mundo, es apto para compartir el Remedio del reino de Dios.”
Capítulo 10
Después de esto, el Señor eligió a otros setenta y dos discípulos y los envió en parejas a cada pueblo y aldea que pensaba visitar. Les dijo: “La cosecha está lista—hay muchas personas preparadas para entrar al reino de amor—pero hay pocos trabajadores dispuestos a compartir el Remedio. Pídanle al Señor de la vida que envíe más trabajadores para esparcir el Remedio. Ahora vayan. Yo los envío como corderos gentiles en medio de un mundo brutal y salvaje, para revelar amor. Este no es un viaje de compras, así que no lleven mucho dinero; tampoco es una vacación, así que no carguen equipaje ni pertenencias, pues solo serán una carga; y no se distraigan de su misión deteniéndose en el camino para rendir homenajes ni ofrecer prolongadas expresiones de cortesía a quienes se encuentren.
“Cuando entren en una casa, extiendan su mano en señal de paz. Si el anfitrión toma su mano en paz, entonces ambos podrán descansar en paz; si no, su paz será solo para ustedes. Acepten la hospitalidad de su anfitrión y coman lo que les ofrezcan, porque así funciona la ley del amor: ustedes dan su tiempo, sabiduría y energía, y ellos les ofrecen apoyo. Y muestren estabilidad quedándose en un solo lugar.
“Cuando entren en un pueblo y sean bien recibidos, demuestren la ley del amor aceptando con gracia su hospitalidad, y luego den de vuelta sanando a los enfermos entre ellos, y diciéndoles que así es como funciona el reino de Dios. Pero cuando entren en un pueblo y sean rechazados, declárenlo públicamente: ‘Como no quieren que estemos aquí, nos vamos. Pero entiendan esto: trajimos el Remedio del reino de amor de Dios, pero ustedes lo han rechazado. Así que sacudimos el polvo de nuestros pies para dejar claro que no somos responsables por su decisión.’ Les digo la verdad: Sodoma tendrá menos culpa que ese pueblo.
“¡Ay de ti, Corazín! ¡Tu sufrimiento será grande! ¡Miseria para ti, Betsaida! Si los milagros y la evidencia que se les presentaron a ustedes se hubieran hecho en Tiro y Sidón, esas ciudades se habrían humillado, rechazado el egoísmo, aceptado el Remedio y habrían sido restauradas al amor. En el día en que cada persona enfrente la verdad definitiva, Tiro y Sidón tendrán menos culpa y dolor que ustedes. Y ustedes, habitantes de Capernaúm, ¿creen que ascenderán al cielo? ¡Claro que no! Al haber rechazado el Remedio, se marchitarán y decaerán hasta lo más bajo.
“Los que abracen la verdad que ustedes lleven, me estarán recibiendo a mí; los que rechacen la verdad que ustedes lleven, me estarán rechazando a mí; y los que me rechacen a mí, estarán rechazando a mi Padre que me envió.”
Cuando los setenta y dos regresaron, estaban jubilosos y dijeron: “Señor, hasta los ángeles malignos obedecieron nuestras órdenes cuando las dimos en tu nombre.”
Él les respondió: “Como un relámpago cayendo del cielo, veo a Satanás expuesto (para que todos lo vean) y cayendo fuera del afecto de las inteligencias celestiales. Todas las fuerzas de Satanás son como serpientes y escorpiones—listas para atacar—pero yo les he dado poder sobre ellas, y no pueden hacerles daño. Pero no se alegren por el hecho de que las fuerzas malignas huyen ante ustedes; más bien, regocíjense sabiendo que ustedes han recibido el Remedio y están registrados como ‘sanados’ en los libros del cielo.”
Al oír su informe, Jesús se llenó de gozo, y, inspirado por el Espíritu Santo, dijo: “Gracias, Padre, Soberano del cielo y la tierra, porque has revelado la verdad de tu reino de amor a aquellos cuyas mentes son como las de los niños—abiertas y deseosas de aprender—y la has ocultado de aquellos que han cerrado sus mentes pensando que ya tienen todas las respuestas. Sí, Padre, esto te agrada profundamente—presentar la verdad con amor y dejar a tus criaturas inteligentes libres para aceptarla o rechazarla.
“Todo lo necesario para eliminar el pecado del universo y restaurar la creación a la perfección, el Padre me lo ha confiado. El Padre y el Hijo están íntimamente unidos en corazón y mente, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo revela al Padre.”
Luego, volviéndose hacia sus discípulos y hablándoles en privado, dijo: “Dichosos los que han visto y abrazado lo que ustedes han visto y abrazado. Muchos portavoces de Dios y reyes anhelaron estar en este lugar y ver lo que ustedes están viendo, pero no tuvieron la oportunidad; desearon oír las verdades que ustedes han oído, pero no pudieron.”
En una ocasión, uno de los principales expertos en la Ley se levantó para poner a prueba a Jesús: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para recibir la vida eterna?”
Jesús sonrió y le respondió: “¿Qué está escrito en la Ley, y cómo lo entiendes tú?”
El hombre respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu ser, con todo tu corazón, alma y mente, y amarás a tu prójimo como a ti mismo.”
“Exactamente,” dijo Jesús. “Vive en armonía con el diseño de Dios para la vida—la ley del amor—y tendrás vida eterna.”
Pero el experto en la ley quería encontrar una excusa para justificar su prejuicio, así que preguntó: “¿Y quién es mi prójimo?”
Jesús respondió con esta historia: “Un hombre viajaba de Jerusalén a Jericó cuando fue atacado por ladrones. Lo golpearon, le robaron todo y lo dejaron tirado, desnudo y sangrando, casi muerto, en el camino. Pasó un pastor por allí, lo vio tirado, cruzó al otro lado y siguió su camino. Luego pasó un líder del equipo religioso, lo vio, cruzó al otro lado y siguió de largo. Pero un samaritano—alguien de un grupo despreciado por los judíos—pasó por allí, y al verlo, sintió compasión. Se acercó, limpió sus heridas y aplicó ungüento y vendajes. Luego lo subió a su burro, lo llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, le pagó al posadero y le dijo: ‘Cuídalo por mí. Te compensaré por cualquier gasto adicional cuando regrese.’
“En tu juicio, ¿cuál de los tres fue prójimo del hombre atacado por los ladrones?”
El experto en la ley respondió de mala gana: “El que tuvo misericordia de él.”
“Ve, y haz tú lo mismo,” le instruyó Jesús.
Mientras Jesús y sus discípulos viajaban, llegaron a un pueblo donde una mujer llamada Marta los recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, a quien le encantaba sentarse a los pies de Jesús y escuchar todo lo que él decía. Pero Marta, que estaba preparando todo para los invitados, estaba demasiado ocupada para escuchar. Frustrada, interrumpió y dijo: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con todo el trabajo? ¡Dile que me ayude!”
Jesús respondió con ternura: “Querida Marta, te preocupas por tantas cosas, pero solo una es esencial—participar del Remedio. María lo ha escogido, y no se le quitará.”
Capítulo 11
Un día, cuando Jesús terminó de hablar con su Padre, uno de sus aprendices le dijo: “Maestro, por favor, enséñanos a hablar con Dios, así como Juan enseñó a sus discípulos.”
Jesús les dijo:
“Cuando hablen con Dios, digan esto:
‘Padre, tu carácter es hermoso
y santo;
que venga tu reino de amor.
Danos lo que necesitamos
cada día.
Perdónanos nuestras ofensas, así como nosotros también
perdonamos a todos los que nos ofenden.
Y líbranos de
la tentación.’”
Luego les dijo: “Imaginen que van a casa de un amigo en medio de la noche y le dicen: ‘Amigo, por favor préstame algo de comida; otro amigo llegó inesperadamente a mi casa y no tengo nada para darle.’
Pero el de adentro responde: ‘¡Estoy dormido! La puerta está cerrada, la alarma activada, y los chicos ya están en la cama—no puedo levantarme ahora. Volvé mañana.’ La verdad es que, aunque un amigo humano tal vez no se levante solo por ser amigo, se levantará porque seguís golpeando la puerta; y te dará lo que necesitás.
Pero yo les digo, ¡Dios no es así! Solo pidan, y se les dará lo que necesitan; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá la puerta. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre la puerta.
Padres, ¿quién de ustedes, si su hijo le pide un pescado, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si ustedes, aun estando infectados de egoísmo, saben dar buenos regalos a sus hijos, ¿cuánto más su Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?”
Jesús sanó a un hombre que no podía hablar porque estaba poseído por un demonio. Cuando el demonio se fue, el hombre que había estado mudo habló, y la multitud quedó asombrada. Pero algunos críticos dijeron: “¡Esto es brujería! Expulsa demonios con el poder de Beelzebú—el dios de las moscas y los demonios.” Otros le pedían una señal del cielo para probar quién era.
Jesús conocía sus motivos egoístas, así que les dijo: “Todo reino que lucha contra sí mismo se destruye, y colapsa. Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá sobrevivir su reino? Les pregunto esto porque ustedes afirman que yo expulso demonios por el poder de Beelzebú. Pero si yo libero mentes del dominio de los demonios por el poder de Beelzebú, entonces ¿por medio de quién los expulsan sus propios seguidores? Sus propias prácticas revelan que saben más de lo que dicen al acusarme de usar poderes malignos. Yo expulso demonios por el poder de Dios, y esto es evidencia de que el reino de amor de Dios ha llegado.
O piensen en esto: Cuando un ladrón fuerte y bien armado protege su escondite, su botín está seguro. Pero cuando alguien más fuerte y mejor armado lo vence, solo puede hacerlo neutralizando las armas y armadura en las que el ladrón confiaba, y luego recupera lo que fue robado.
Estamos en guerra. Los que no están en mi equipo—los que no trabajan conmigo para unir a la humanidad en amor—están contra mí, incitando división y discordia.
Cuando la mente de una persona es liberada del control de un ángel maligno, ese ángel busca a alguien más a quien molestar. Pero si no encuentra a nadie, dice: ‘Volveré a quien dejé.’ Si, al regresar, encuentra que la mente no está llena con el Espíritu de Dios, sino vacía y sin compromiso, entonces reúne a siete espíritus más perversos que él, y llenan la mente con mentiras, tentaciones y pensamientos distorsionados. Y la condición de esa persona es peor que antes, porque la verdad ya no tiene impacto en su mente.”
Mientras Jesús decía esto, una mujer entre la multitud gritó: “¡Bendita la madre que te llevó en su vientre y te amamantó!”
Pero Jesús respondió: “Más benditos son los que oyen del Remedio de Dios, participan de él y siguen el plan de tratamiento de Dios.”
A medida que las multitudes crecían, Jesús les dijo: “¡Es una generación rebelde—una que ha entregado su corazón a dioses falsos—la que pide señales milagrosas! Pero no se les dará ninguna, excepto la señal del portavoz de Dios, Jonás. Así como Jonás—librado después de pasar tres días en el vientre de un pez—fue una señal para los ninivitas, el Hijo del Hombre será una señal para esta generación. La Reina del Sur se levantará en el día en que se revele su diagnóstico y los culpará por no aceptar el Remedio y sanar, porque ella vino desde lejos para escuchar la sabiduría de Salomón; y aquí hay alguien mucho mayor que Salomón hablándoles. Los habitantes de Nínive los culparán por su estado terminal cuando se haga pública su verdadera condición, porque ellos se alejaron de sus caminos destructivos y aceptaron el Remedio al escuchar a Jonás; y aquí hay alguien mucho mayor que Jonás hablándoles.
Nadie enciende una lámpara para luego cubrirla con algo—donde quede escondida—o meterla debajo de un balde. ¡No! La ponen en un lugar alto para que su luz ilumine a todos los que entren. El ojo de tu mente es la lámpara de tu ser. Cuando tu ojo mental es perspicaz y está abierto a aprender la verdad, todo tu ser es energizado por la luz. Pero cuando tu ojo mental está nublado y ya no avanza en la verdad, entonces todo tu ser está lleno de oscuridad. Así que asegúrate de avanzar en la verdad, para que la luz en ti no se convierta en oscuridad. Entiende entonces que si todo tu ser está lleno de luz—y no queda oscuridad—irradiará esa luz plenamente, como cuando la luz de una lámpara te ilumina por completo.”
Cuando Jesús terminó de hablar, un teólogo legal de la secta farisea lo invitó a comer a su casa; así que Jesús fue y se reclinó a la mesa. Pero como Jesús no hizo un lavado ceremonial de manos antes de la comida, el fariseo se sorprendió.
Entonces el Maestro trató de iluminarlo y le dijo: “Ustedes, fariseos legalistas y enfocados en el comportamiento, se esfuerzan mucho por lucir bien por fuera, pero por dentro—en el corazón—están llenos de egoísmo, arrogancia y avaricia. ¡Realmente no entienden el reino de amor de Dios! ¿No hizo Dios, quien creó su exterior a su imagen, también su interior—su corazón y carácter—para que sean como Él? Así que den desde su interior—desde el corazón—para ayudar a los necesitados, y entonces todo en ustedes estará limpio.
¡Miseria para ustedes, que enseñan una religión legalista, ustedes fariseos!
Pagan orgullosamente el diezmo antes de impuestos e incluso dan una décima parte de las hierbas de su jardín, pero no hacen lo que realmente importa: hacer lo correcto porque es correcto, y vivir en armonía con la ley de amor de Dios—su diseño para la vida. Deberían haber vivido vidas de amor por los demás, sin descuidar las simples instrucciones de Dios.
¡Miseria para ustedes, teólogos legales, fariseos, porque aman ponerse en el centro: buscan los lugares más importantes, y—ya sea en la iglesia o en el mercado—desean la admiración!
¡Miseria para ustedes, teólogos legales, fariseos! Son como tumbas sin señal: parecen atractivas como un césped, pero debajo están llenas de muerte y podredumbre.”
Uno de los abogados de la Corte Suprema lo desafió: “Pero Doctor, ¿no te das cuenta de que lo que estás diciendo es grosero y ofensivo? Nos estás insultando.”
Jesús le respondió: “Y ¡miseria para ustedes también, abogados!, porque crean un falso sistema religioso legal con tantas reglas impuestas que sobrecargan a la gente innecesariamente con culpa y miedo, y ustedes ni siquiera hacen el menor esfuerzo por ayudarlos.
¡Miseria para ustedes, que enseñan una religión legalista! Construyen tumbas y monumentos a los portavoces de Dios, pero fueron sus antepasados quienes los mataron. Así que los monumentos que construyen son un testimonio contra ustedes, porque sus corazones no son diferentes de los que los asesinaron. Debido a su falso remedio y su engaño legal penal, Dios en su sabiduría dijo: ‘Les enviaré mis portavoces, instructores y estudiosos de la Biblia: a algunos los ejecutarán, a otros los perseguirán.’ Comprendan entonces que esta generación es responsable de rechazar el testimonio de cada uno de los portavoces de Dios que han sido asesinados desde la creación del mundo, desde el asesinato de Abel hasta el de Zacarías, quien fue asesinado en la iglesia, justo en el altar. Les digo con certeza, esta generación es responsable de rechazar toda la evidencia que esos testigos justos dieron.
¡Miseria para ustedes, abogados y teólogos legales! Ustedes tienen las Escrituras—las llaves del conocimiento del reino de amor de Dios—pero se han negado a entenderlas, y han creado una interpretación legal falsa que impide que otros las entiendan.”
Cuando Jesús salió de allí, los teólogos legales de la secta farisea, y los abogados, comenzaron a oponerse agresivamente a él y lo siguieron acosándolo con preguntas, tratando de atraparlo en algo que dijera para poder usarlo en su contra.
Capítulo 12
Mientras una multitud de miles se reunía, y la gente se apretujaba tanto que se pisaban entre sí, Jesús comenzó a hablar con sus aprendices. Dijo: “Estén atentos. Protejan sus mentes de ser infectadas por la levadura de los teólogos legales y fariseos que enseñan lealtad al reino de amor de Dios mientras practican los métodos egoístas de Satanás. El verdadero carácter siempre se revela: no hay pecado secreto que no será expuesto, ni defecto oculto del carácter que no será revelado. Lo que hayan dicho en la oscuridad será escuchado a la luz, y los secretos susurrados en habitaciones insonorizadas serán difundidos para que todos los oigan.
Oh, amigos míos, les hablo claramente: no permitan que el miedo a quienes pueden matar el cuerpo los detenga de compartir el Remedio. Eso es todo lo que pueden hacer, porque no pueden dañar su psique—su alma, su individualidad. Pero les diré a qué deben temer: teman al pecado no remediado, que no solo daña el cuerpo, sino que quema la conciencia, deforma el carácter, y tiene el poder de arrojarlos a un infierno miserable. Sí, a esto deben temer. Consideren a los gorriones: ¿no se venden cinco por menos de unas monedas, considerados por los hombres como casi sin valor? Sin embargo, ni un solo gorrión se pierde sin que toque el corazón de Dios. ¡Él incluso conoce la cantidad de cabellos en su cabeza! Así que no vivan con miedo, porque ustedes valen infinitamente más que los pájaros.
Les digo la verdad: quien se una a mí ante la humanidad, será unido al Hijo del Hombre ante los ángeles de Dios. Pero quien se separe de mí ante la humanidad en la tierra, será separado de mí ante los ángeles de Dios. Cualquiera que hable contra el Hijo del Hombre aún puede ser sanado, pero quien llama al Espíritu de Dios ‘el espíritu de Satanás’ no puede ser sanado, porque tal creencia cierra el corazón al Espíritu que obra en el corazón para administrar el Remedio.
Cuando los llamen a comparecer ante juntas de iglesia, autoridades políticas y gobernantes nacionales, no se preocupen por qué decir, ni piensen que necesitan un escritor de discursos, porque el Espíritu Santo ilumina sus mentes y les da las palabras para hablar.”
Un hombre en la multitud le gritó a Jesús: “Doctor, ¡ordene a mi hermano que divida la herencia conmigo!”
Jesús respondió: “Hombre, no es mi misión actuar como árbitro entre tú y tu hermano.”
Luego dijo a la multitud: “Estén alerta. Cuídense del egoísmo y la codicia, porque el valor de la vida de una persona no se mide por cuánta riqueza posea.”
Entonces les contó esta parábola: “La finca de un terrateniente rico produjo una cosecha abundante. Pensó para sí: ‘Esto es más de lo que puedo almacenar; ¿qué debo hacer?’ Así que decidió: ‘Ya sé, derribaré mis graneros y construiré unos más grandes para almacenar toda esta riqueza. Y luego me diré a mí mismo: “Tienes riqueza—reservas para muchos años. Relájate y disfruta de la buena vida.”’
Pero Dios lo iluminó con la realidad: ‘¡Oh, hombre necio! ¿No te das cuenta de que esta noche morirás? Entonces, ¿quién recibirá toda tu riqueza?’
Así les pasa a los que—motivados por el miedo y el egoísmo—acumulan riquezas para sí mismos pero no se enriquecen en el amor de Dios.”
Luego, dirigiéndose a sus aprendices, Jesús dijo: “Por eso les digo, no se preocupen por cómo saldrá el futuro, ni por dónde vendrá su próxima comida, ni con qué vestirán su cuerpo. La vida no está diseñada para funcionar sobre el principio de la supervivencia del más apto—buscando constantemente conseguir comida para sí mismo, o lucir la última moda. Miren a los cuervos: no se preocupan por plantar o cosechar, ni por almacenar comida en graneros o silos, porque su Padre celestial constantemente se da a sí mismo para alimentarlos. ¡Ustedes valen infinitamente más que los pájaros! ¿Quién de ustedes, por preocuparse, ha añadido siquiera una hora a su vida? Si su preocupación no puede hacer ni siquiera esta cosa sencilla, entonces ¿por qué preocuparse por lo demás?
Miren los lirios del campo: no cosen ni tejen, y sin embargo les digo que ni Salomón, en sus ropas más magníficas, se vistió como uno de estos. Si así viste Dios a la hierba del campo, que hoy está y mañana se quema, ¿no hará mucho más por ustedes? Oh, cuánto le confían tan poco. Dejen de preocuparse todo el tiempo, diciendo: ‘¿Dónde conseguiremos comida? ¿Qué habrá para beber?’ Los paganos, que no conocen a Dios, están constantemente preocupados por obtener para sí y sobrevivir a toda costa. Pero su Padre celestial conoce todas sus necesidades y anhela proveerlas, así que busquen primero vivir en armonía con el reino de dar de Dios, y todas sus necesidades serán satisfechas también.
No vivan con miedo, porque el miedo es parte de la infección del pecado y enfoca la mente en uno mismo. Es placer de su Padre celestial darles su reino de amor. Así que vivan para dar: vendan lo que no necesiten, y den para bendecir a los menos afortunados. Dejen que sus corazones atesoren y se aferren al amor, y por tanto sean como una bolsa que no se desgasta, llena de un tesoro eterno que nunca se agota, y que ningún ladrón puede robar. Porque donde esté su tesoro, allí estará su corazón.
Estén vestidos y preparados para servir; mantengan sus mentes alertas y sus corazones ardiendo con el deseo de ayudar, como personas que esperan ansiosamente el regreso de su señor de una recepción de bodas, y que, cuando él llama, abren la puerta al instante. Será un día de alegría para esos siervos que están preparados y atentos para el regreso de su señor. La verdad es que él los hará sentar a la mesa del banquete, y él mismo los servirá. Será un día de gozo para esos siervos que están preparados y listos cuando su amo llegue, incluso si llega en medio de la noche. Comprendan la importancia de estar listos: si un dueño de casa supiera la hora exacta en que viene un ladrón, no estaría desprevenido, y su casa no sería robada. Deben vivir en estado de preparación porque el Hijo del Hombre regresará en un momento que no esperan.”
Pedro preguntó: “Señor, ¿contaste esta parábola para nosotros, o para todos?”
Jesús dio esta respuesta:
“¿Quién es entonces un administrador inteligente y sabio—uno calificado para compartir eficazmente el Remedio para cuidar al personal del amo? Será la experiencia más maravillosa para ese ayudante cuando el amo regrese y lo encuentre cumpliendo fielmente esa labor. En verdad, ese ayudante será confiado con todas las posesiones del amo. Pero ¿y si el ayudante del amo es egocéntrico y se dice: ‘El amo ha estado ausente mucho tiempo, y quién sabe cuándo volverá’, y en lugar de cuidar al personal, los maltrata, abusa y engaña, y luego va y usa los recursos del amo para hacer fiesta con glotones y borrachos? Ese ayudante quedará totalmente sorprendido y completamente desprevenido el día que su amo regrese. El amo despedirá a ese siervo malvado, cortando su relación y echándolo junto con todos los demás falsos y farsantes que han vendido remedios falsos.
El ayudante que entiende al Maestro—su diseño, el problema que se aborda, y cómo aplicar el Remedio—y aun así no obedece sus instrucciones o aplica un remedio falso, sufrirá muchos golpes: conciencia culpable, carácter torcido, razón dañada, relaciones rotas, y en última instancia, un alma destruida. Pero el que no conoce el Remedio, ni cómo aplicarlo, y por lo tanto no lo comparte o aplica uno falso, sufrirá pocos golpes—arrepentimiento, decepción y dolor. Cuanto más se te ha dado, más posees para compartir con otros; cuanto mayores tus habilidades, más dones tienes para dar.
He venido a encender el fuego de la verdad y el amor en la tierra, ¡y cuánto desearía que ya fuera un gran incendio! Pero tengo una misión que cumplir, y la presión por cumplirla es abrumadora. ¿Creen que he venido a traer paz a este mundo egoísta? ¡Absolutamente no! No he venido a hacer las paces con el egoísmo, sino a cortar el egoísmo del corazón de las personas. De ahora en adelante, los que elijan el Remedio cortarán lazos familiares disfuncionales, y una familia de cinco estará dividida—dos contra tres, y tres contra dos. El amor liberará a un hijo de la lealtad egoísta a las ambiciones y rencores de su padre, y a un padre de las explotaciones egoístas de su hijo; el amor separará a una hija del control de una madre opresiva y manipuladora, y a una madre de las exigencias egoístas de su hija; el amor cortará el miedo y la hostilidad que una nuera tiene hacia su suegra, y la suegra hacia la nuera.”
Jesús se dirigió a la multitud y dijo: “Cuando ven que se levantan nubes de tormenta, dicen al instante, ‘Va a llover’, y así sucede. Y cuando sopla el viento del sur, dicen, ‘Hoy va a hacer calor’, y así es. ¡Impostores! Si pueden interpretar las señales de la tierra y del cielo, ¿cómo es que no entienden lo que está ocurriendo ahora mismo en la historia de la tierra?
¿Por qué no pueden decidir por ustedes mismos lo que es correcto? Si un adversario te demanda, haz todo lo posible por resolver la disputa antes de llegar al tribunal, o el juez podría fallar en tu contra y entregarte a la autoridad que te echará en prisión. Si eso ocurre, no saldrás hasta que hayas pagado hasta el último centavo que debas.”
Capítulo 13
Algunas personas entre la multitud, creyéndose favorecidas por Dios debido a su buena fortuna y sintiendo una morbosa satisfacción ante la desgracia ajena, le contaron a Jesús sobre unos galileos que fueron masacrados por Pilato mientras ofrecían sacrificios, haciendo que su sangre se mezclara con la sangre del sacrificio.
Jesús fue directo al punto: “¿Creen ustedes que esos galileos eran peores pecadores que ustedes y que todos los demás porque murieron de esa manera? Déjenme dejarlo absolutamente claro: ¡No, no lo eran! Pero a menos que experimenten un cambio en sus corazones—del egoísmo al amor—todos ustedes morirán. ¿Creen que aquellos dieciocho que murieron cuando la torre de Siloé se les cayó encima eran más malvados y culpables de pecado que ustedes o que todos los demás que viven en Jerusalén? Les digo con total certeza: ¡No lo eran! Pero a menos que experimenten un cambio en sus corazones—del egoísmo al amor—todos ustedes morirán.”
Luego les contó esta parábola: “Un hombre tenía una higuera en su jardín, pero cuando fue a buscar fruto, no encontró ninguno. Entonces le dijo al jardinero: ‘He venido a buscar fruto en esta higuera durante tres años y nunca he encontrado nada. ¡Córtala! ¿Por qué va a seguir absorbiendo nutrientes del suelo solo para desperdiciarlos?’ Pero el jardinero respondió: ‘Señor, déjala un año más. Le invertiré más trabajo, cavaré a su alrededor y la fertilizaré. Si el próximo año da fruto—¡maravilloso! Pero si no, entonces córtala.’”
Un sábado, mientras Jesús enseñaba en uno de los centros de adoración, había allí una mujer cuya mente había sido oprimida por un espíritu maligno durante dieciocho años. Se veía abatida y estaba gravemente encorvada, incapaz de enderezarse sin importar cuánto lo intentara. Jesús, al verla, le dijo: “Querida mujer, estás libre.” Luego puso sus manos sobre ella, y ella se enderezó de inmediato, sonriendo y alabando a Dios.
El líder del centro de adoración se indignó porque Jesús había sanado a esta pobre mujer en sábado, y dijo a los presentes: “Dios ha dado seis días a la semana para trabajar, así que vengan a ser sanados en uno de esos días. No rompan el sábado viniendo a ser sanados en él.”
El Señor defendió el carácter de Dios: “¡Hipócrita! ¡Tú malrepresentas a Dios y el sábado! ¿Acaso no saca cada uno de ustedes, en sábado, a su burro o buey del establo para darle de beber? ¿Y no debería esta pobre mujer—una hija de Abraham, una de las hijas de Dios—que ha estado atada por Satanás durante dieciocho miserables años, ser liberada de aquello que la ata, precisamente en el día sábado?”
La verdad de lo que dijo hirió el orgullo de sus enemigos, pero el resto del pueblo se regocijaba por su sabiduría y por todas las cosas asombrosas que estaba haciendo.
Jesús les preguntó: “¿Cómo les explico qué es el reino de amor de Dios? ¿Qué ejemplo puedo usar? Es como una semilla de mostaza—tan pequeña, pero cuando se planta en el buen suelo del jardín, crece y se convierte en un árbol cuyas ramas dan sombra y refugio a los pájaros. Piensen cómo el acto más pequeño de amor es como esa semilla.”
De nuevo preguntó: “¿Cómo les explico el reino de amor de Dios? ¿Qué ejemplo puedo usar? El reino de amor de Dios es como la levadura mezclada en una gran cantidad de harina hasta que penetra toda la masa.”
Jesús viajaba rumbo a Jerusalén, pasando por pueblos y aldeas, enseñando mientras avanzaba. Alguien en el camino le preguntó: “Señor, ¿serán pocos los que se salvarán?”
Él les dijo: “Sean decididos en reconciliarse con Dios y elegir sus métodos de amor, porque muchos intentarán con otras teorías, filosofías y enseñanzas, pero no podrán entrar. Y una vez que el dueño de la casa haya cerrado la puerta, ustedes golpearán y suplicarán, ‘¡Señor, ábrenos la puerta, por favor!’ Pero él responderá: ‘Nunca fuimos amigos; sus corazones no están unidos a mí en amor, y no practican mis métodos.’
Entonces dirán: ‘¡Claro que sí! Comimos y bebimos contigo, y enseñaste en nuestras ciudades.’
Pero él responderá: ‘Nunca fuimos amigos. Sus corazones no están unidos a mí en amor, y no practican mis métodos. Váyanse, porque sus corazones están endurecidos en egoísmo.’
Oh, habrá tormento mental terrible y agonía del corazón cuando vean a Abraham, Isaac y Jacob, y a todos los portavoces de Dios en el reino de amor de Dios, mientras ustedes se quedan afuera. Personas de cada rincón del mundo—los que hayan participado del Remedio—estarán sentadas en el gran banquete de celebración de Dios. Aquellos que creen que merecen ser los primeros se encontrarán siendo los últimos, mientras que los que son humildes y se consideran a sí mismos los últimos serán los primeros en el reino de amor de Dios.”
Al terminar de decir esto, algunos teólogos legales de la secta farisea vinieron a Jesús y le dijeron: “¡Más vale que te vayas de aquí, y rápido! Herodes quiere matarte.”
Jesús les dijo: “Vayan y díganle a ese zorro que seguiré cumpliendo mi misión de avanzar el reino del amor: seguiré expulsando demonios y sanando personas durante dos días más, y en el tercer día alcanzaré mi meta. De todas formas, debo seguir avanzando durante los próximos tres días—¡porque ciertamente ningún portavoz de Dios puede morir fuera de Jerusalén!
¡Oh Jerusalén, Jerusalén, pueblo enfermo y de corazón endurecido que ha rechazado el Remedio, que ha matado a los portavoces de Dios y apedreado a los que les fueron enviados con la cura! ¡Cuánto ha anhelado mi corazón llevarlos a un lugar seguro, como una gallina recoge a sus pollitos bajo sus alas, pero ustedes no me dejaron! ¡Miren a su alrededor! Les dejo su casa desierta y sin Remedio, infectada y sin cura. Les digo claramente: no me verán de nuevo hasta que digan, ‘Él es el Enviado de Dios para revelar el verdadero carácter de Dios y proveer el Remedio.’”
Capítulo 14
Un sábado, Jesús fue a almorzar a la casa de un líder de la secta farisea, y los fariseos lo observaban de cerca buscando alguna manera de acusarlo. Justo frente a él había un hombre que sufría de insuficiencia cardíaca, con las piernas muy hinchadas. Jesús preguntó a los fariseos y a los abogados—ambos promotores de una religión legalista—: “¿Cuál es su opinión: ¿es correcto sanar en sábado, o dejar que la gente sufra y muera?” Pero ellos se negaron a responder, así que Jesús puso sus manos sobre el hombre, lo sanó y lo envió a su casa.
Entonces, tratando de ayudarles a comprender la verdad de la ley de amor de Dios, les preguntó: “Si su hijo o su animal cayera en un pozo en día sábado, ¿no lo sacarían de inmediato?” Pero aun así se negaron a responder.
Al notar cómo los invitados competían por los mejores asientos, les contó esta parábola: “Cuando te inviten a un evento social, no tomes los asientos más importantes, presumiendo que son para ti, porque puede que haya sido invitada una persona más importante que tú. Y si ese es el caso, quedarás humillado cuando el anfitrión venga y te pida que te muevas. En cambio, cuando llegues, toma el asiento menos importante; así, si te corresponde uno mejor, serás honrado frente a todos los invitados cuando el anfitrión te lleve a un lugar más destacado. Porque quienes se promueven a sí mismos se destruyen, pero quien se humilla será sanado y exaltado.”
Volviéndose hacia su anfitrión, Jesús dijo: “Cuando ofrezcas una cena, no limites tus invitaciones a amigos, familiares o vecinos prominentes—los que probablemente te devolverán el favor. En cambio, vive en armonía con la ley del amor e incluye en tu banquete a los pobres, enfermos, discapacitados y marginados, y serás bendecido. Aunque ellos no pueden pagarte en esta vida, recibirás una recompensa eterna en la resurrección de los sanados.”
Al oír esto, uno de los invitados le dijo a Jesús: “La persona que coma en el banquete del reino de Dios es verdaderamente bendita.”
Jesús respondió: “Un hombre rico preparó una gran celebración e invitó a muchos. Cuando todo estuvo listo, envió mensajeros para decirles a los invitados: ‘La comida está preparada; es hora de venir.’
Pero, ocupados con sus propios asuntos, todos comenzaron a poner excusas. El primero dijo: ‘Tengo tierras que debo atender. Por favor, discúlpame.’
Otro dijo: ‘Acabo de comprar un auto nuevo y voy a probarlo. Lo siento, no podré ir.’
Y otro dijo: ‘Me acabo de casar; mi esposa necesita mi atención, así que no podré asistir.’
Los mensajeros regresaron y contaron esto a su empleador. El dueño de la finca se enojó, sabiendo lo que sus seres queridos se perderían. Entonces les dijo a sus mensajeros: ‘Vayan rápido a las calles, callejones y pasos bajos, y traigan a todos los pobres, enfermos, cojos, ciegos y marginados que encuentren.’
‘Señor’, dijo uno de los mensajeros, ‘lo hemos hecho y todavía queda lugar.’
Entonces el dueño les dijo: ‘Salgan al campo, recorran todos los caminos, senderos y caminos rurales, y traigan a todos los que encuentren, para que mi casa esté llena. La triste verdad es que ninguno de los que rechazaron mi invitación probará del banquete que he preparado.’”
Grandes multitudes seguían a Jesús. Él se volvió hacia ellas y dijo:
“Cualquiera que ame a su madre, padre, esposa, hijos, hermanos o hermanas—y sí, incluso su propia vida—más que a mí, mantiene al egoísmo como supremo en su corazón y no puede formar parte de mi equipo de atención espiritual. Quien se niegue a morir al egoísmo y seguirme amando a otros más que a sí mismo no puede ser de confianza para distribuir el Remedio que traigo.
Si quieres construir una torre, ¿no considerarías primero el costo y te asegurarías de tener suficientes recursos para terminarla? Si colocas los cimientos pero no la terminas, todos los que la vean pensarán que eres insensato y dirán: ‘Esa persona no termina lo que empieza.’
¿O qué clase de rey iría a la guerra sin considerar primero si sus diez mil soldados podrían vencer a los veinte mil del enemigo? Si la victoria parece improbable, ¿no enviaría una delegación de paz antes de que comience la batalla, para buscar una solución pacífica? De la misma manera, quien no muere al egoísmo—renunciando a su apego emocional a todo lo que posee—no puede ser digno de confianza para distribuir el Remedio que traigo.
La sal es buena, pero si pierde su sabor, ¿puede recobrarse? Ya no sirve para sembrar, ni como fertilizante—se desecha. Los que tienen mentes abiertas a la verdad lo entenderán.”
Capítulo 15
Los recaudadores de impuestos y otras personas consideradas los peores “pecadores” por los líderes religiosos se agolpaban para escuchar a Jesús. Pero los teólogos legales de la secta farisea y los abogados murmuraban: “Este tipo se hace amigo de pecadores y socializa con ellos.”
Entonces Jesús les contó esta parábola: “Supongamos que uno de ustedes tiene cien ovejas, y una se pierde. ¿No deja a las noventa y nueve que están a salvo y va tras la oveja perdida hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone felizmente sobre sus hombros y la lleva de regreso a casa. Luego llama a sus amigos y vecinos y les dice: ‘¡Celebremos! ¡He encontrado mi oveja perdida!’ La verdad del reino de Dios es así: no queriendo que ninguno se pierda, los seres celestiales se regocijan más por un pecador que se aparta del egoísmo y participa del Remedio, que por los noventa y nueve que ya están en armonía con Dios.
O consideren a una mujer que tiene diez monedas de oro y pierde una. ¿No enciende la lámpara, revisa debajo de los muebles y busca con diligencia hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, celebra con su familia y amigos, diciendo: ‘¡Alégrense conmigo, porque he encontrado mi moneda perdida!’ La verdad del reino de Dios es así: no queriendo que ninguno se pierda, los ángeles se alegran en presencia de Dios por un pecador que se aparta del egoísmo y participa del Remedio.”
Jesús continuó enseñándoles la verdad del reino de amor de Dios: “Había un hombre rico que tenía dos hijos. El menor fue a su padre y le dijo: ‘Padre, dame mi parte de la herencia.’ Así que él dividió los bienes entre sus dos hijos.
Poco tiempo después, el hijo menor convirtió todo en dinero y se fue de casa para ver el mundo, donde malgastó su riqueza en placeres y vida desenfrenada. Cuando se quedó sin un centavo, hubo una gran hambruna en el país donde estaba viviendo, y comenzó a morir de hambre. Entonces consiguió trabajo cuidando cerdos para un ciudadano de ese país. Nadie le daba comida, y tenía tanta hambre que comía las sobras que les daban a los cerdos.
En ese estado desesperado, recordó a su padre y dijo: ‘Los sirvientes de mi padre tienen comida de sobra; ¿por qué estoy aquí muriendo de hambre? Volveré a casa y le diré a mi padre: Padre, he sido un necio y he pecado contra el cielo y contra ti. No merezco ser tu hijo; por favor, acéptame como uno de tus sirvientes.’ Así que dejó a los cerdos y emprendió el regreso a casa.
Pero el padre, que había estado esperando cada día por su hijo perdido, lo vio venir cuando aún estaba lejos. Su corazón se llenó de compasión, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
El hijo comenzó a protestar: ‘Padre, te he fallado y he pecado contra el cielo. No merezco ser tu hijo.’
Pero el padre, lleno de gozo, llamó a sus sirvientes: ‘¡Rápido! Traigan el mejor traje y pónganselo. Pónganle el anillo con el sello de la herencia en su dedo, y los mejores zapatos en sus pies. Digan a los cocineros que preparen la mejor comida que hayamos tenido. ¡Vamos a hacer una fiesta! ¡Es momento de celebrar! Porque este hijo mío estaba muerto pero ha vuelto a la vida; estaba perdido, ¡pero ahora ha sido hallado!’ Y comenzó la celebración.
Pero mientras todo esto ocurría, el hijo mayor estaba trabajando en el campo. Cuando se acercó a la casa, escuchó la música y vio la danza. Entonces llamó a uno de los sirvientes y preguntó qué estaba pasando. ‘¡Es tu hermano!’ le dijo emocionado. ‘Ha vuelto a casa y tu padre ha preparado la mejor fiesta que jamás hayamos visto, porque tu hermano ha regresado sano y salvo.’
El hermano mayor se enfureció y se negó a entrar para dar la bienvenida a su hermano o alegrarse con su padre, así que su padre salió y le suplicó que entrara. Pero él expresó lo que sentía: ‘¡No lo puedo creer! ¡He trabajado como esclavo todos estos años para ti y jamás desobedecí una sola de tus reglas, y ni una vez me diste una fiesta pequeña para mis amigos y para mí! Pero cuando este hijo tuyo, que malgastó tu fortuna con prostitutas, regresa arrastrándose con vergüenza, ¡le haces la fiesta más grande de todas!’
‘Hijo mío querido’, respondió el padre con ternura, ‘has tenido el placer de estar conmigo todo este tiempo, y todo lo que tengo es tuyo. Pero nuestra alegría no podía contenerse; teníamos que celebrar porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida—estaba perdido, ¡pero ahora ha sido hallado!’”
Capítulo 16
Jesús les dijo a sus discípulos: “Tal vez hayan oído de un cierto propietario de una gran finca cuya mayordomía fue descubierta como negligente y fraudulenta con los bienes del dueño. Entonces llamó a su mayordomo y le dijo: ‘He oído lo que has estado haciendo. Trae los libros y haz el balance de las cuentas, porque te despido como mi mayordomo principal.’
El mayordomo pensó para sí: ‘¿Qué voy a hacer? Me están despidiendo. No tengo fuerza para trabajar con mis manos, y es demasiado humillante pararme en una esquina con un cartel: Busco Trabajo por Comida. Ya sé lo que debo hacer para que otros me ayuden cuando lo necesite.’
Así que contactó a cada persona que le debía a su señor. Le preguntó al primero: ‘¿Cuánto le debes a mi señor?’
‘Ochocientos galones (tres mil litros) de aceite de oliva’, le respondió. El mayordomo ofreció un descuento (que no le correspondía dar) y dijo: ‘Reduciré tu deuda a cuatrocientos galones (mil quinientos litros).’
Luego le preguntó al segundo deudor: ‘¿Cuánto debes?’
‘Mil medidas (veinticinco toneladas) de trigo’, respondió.
El mayordomo volvió a ofrecer lo que no era suyo para dar, y dijo: ‘Cambiaré tu factura a ochocientas medidas (veinte toneladas).’
Cuando el dueño se enteró de lo que había hecho el mayordomo deshonesto, lo elogió por haberse preparado tan astutamente para su futuro. Aquellos guiados por el instinto de supervivencia de este mundo son más astutos para aprovecharse que las personas que viven en la luz de la verdad y el amor. Así que usen las riquezas de este mundo intentando progresar, y cuando eso fracase, tomen el Remedio y sean bienvenidos a la vida eterna.
Quienes son honestos y cuidadosos en asuntos pequeños pueden ser confiables en mucho, pero quienes son deshonestos y negligentes en asuntos pequeños no son confiables en absoluto. Así que si han sido deshonestos y negligentes al manejar las riquezas del mundo, ¿cómo se les puede confiar el Remedio? Y si no han protegido ni cuidado los bienes de otros, ¿quién les dará bienes propios?
Nadie puede ser leal y verdadero a dos principios opuestos: Si abrazas el egoísmo, odiarás el altruismo; y si amas la generosidad, odiarás la avaricia. No pueden servir al Dios del amor y al dios del dinero.”
Los teólogos de la secta farisea legalista amaban el dinero, y comenzaron a burlarse de Jesús cuando oyeron esto. Él les dijo: “Ustedes se esfuerzan por promoverse y verse bien ante la gente, pero Dios conoce la verdadera condición de sus corazones. El egoísmo y la codicia que los humanos valoran y consideran tan importantes, son detestables para Dios.
Los símbolos y metáforas del Antiguo Testamento fueron proclamados hasta Juan. Desde entonces, las buenas noticias de lo que todo eso significa—la realidad del verdadero Remedio del reino de amor de Dios—están siendo dadas a conocer, y están impulsando a todos los que lo entienden a participar y entrar en el reino de Dios. Es más fácil borrar el cielo y la tierra y comenzar de nuevo que cambiar—aunque sea mínimamente—el protocolo de diseño de Dios para la vida, lo que ustedes llaman ‘la Ley de Dios.’
Cualquiera que se divorcia de una esposa fiel para casarse con otra mujer comete adulterio; y el hombre que alienta ese divorcio para casarse con ella—también comete adulterio.
Ustedes conocen la historia que circula sobre un hombre rico que se vestía con ropa fina y vivía en lujos cada día. A la entrada de su finca había un mendigo llamado Lázaro, enfermo y cubierto de llagas. Habría estado feliz con las sobras de la mesa del rico. Estaba tan mal que los perros lamían sus llagas.
Según la historia, cuando el mendigo murió, los ángeles lo llevaron al cielo y lo sentaron junto a Abraham, pero cuando el rico murió, fue sepultado. El rico, en tormento en el infierno, alzó la vista y vio a Abraham a millones de años luz, y notó a Lázaro a su lado. Entonces gritó, su voz cruzando la vastedad del universo: ‘¡Oh, padre Abraham! Ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje su dedo en agua y refresque mi lengua, porque estoy en agonía en este fuego.’
Pero, según la historia, Abraham respondió: ‘Hijo, ¿no recuerdas toda la riqueza y salud que tuviste en vida mientras Lázaro sufría pobreza y enfermedad? Ahora él se regocija aquí, mientras tú estás en agonía. Además, el reino del amor y el reino del egoísmo están separados por un abismo tal que quienes están fijos en uno no pueden cruzar al otro.’
Él respondió: ‘Entonces, por favor, padre, envía a Lázaro a mi familia, porque tengo cinco hermanos que necesitan saberlo. Haz que les advierta, para que no terminen fijos en el egoísmo y sufran tormento.’
Abraham respondió: ‘Tienen las Escrituras—ellas contienen todo lo que necesitan saber.’
‘No, padre Abraham’, suplicó, ‘necesitan más que las Escrituras. Si alguien de entre los muertos va a ellos, se apartarían del egoísmo, aceptarían el Remedio, y serían renovados en amor.’
Abraham le dijo: ‘Si no valoran las Escrituras y no escuchan las instrucciones que Dios ha provisto en ellas, no se convencerán ni aunque alguien resucite de entre los muertos.’”
Capítulo 17
Jesús les dijo a sus discípulos: “En este mundo ocurrirán cosas que llevarán a las personas a desviarse del diseño de Dios para la vida, pero el dolor y la aflicción serán la porción de aquellos por medio de quienes vengan esas desviaciones. Es mejor ahogarse en el mar con una piedra atada al cuello que llevar a alguien con confianza infantil a desviarse del diseño de Dios. Así que estén atentos.
Si alguien a quien amas—como un miembro de tu propia familia—se desvía del diseño de Dios, ve a esa persona y háblale, buscando restaurarla a la armonía con el diseño divino. Si está arrepentida y se vuelve atrás, reconcíliate con ella y perdónala. Si actúa con egoísmo hacia ti siete veces en un solo día, y siete veces vuelve a ti diciendo: ‘Me equivoqué. Fue egoísmo en mi corazón. Odio ser así. Lo siento. ¡Por favor, perdóname!’—entonces perdónala.”
Los discípulos le dijeron al Señor: “¡Aumenta nuestra confianza y fe en ti!”
Él respondió: “Si tuvieran la confianza en mi propósito como la semilla de mostaza confía en el suyo, entonces—cuando esté en armonía con mi voluntad—podrían decirle al árbol de moras: ‘Arráncate y ve a crecer al mar’, y sucedería.
Supongamos que uno de ustedes tiene un siervo cuyo propósito es servirle. Cuando llega después de trabajar todo el día arando el campo o cuidando ovejas, ¿le niegan el privilegio de servirle sentándose a comer primero? ¿No le dicen más bien: ‘Prepara la cena, cámbiate de ropa y sírveme; y cuando hayas terminado, entonces podrás comer y beber’? ¿Acaso se elogia al siervo por cumplir su propósito y hacer lo que se le indicó? Así también ustedes: cuando hayan cumplido su propósito y obedecido las instrucciones, digan: ‘Ha sido un privilegio servir; hemos cumplido nuestro propósito.’”
Mientras iba camino a Jerusalén, Jesús pasaba por la frontera entre Samaria y Galilea. Al entrar en una aldea, diez leprosos salieron a su encuentro. Se mantuvieron a una distancia respetuosa y gritaron: “¡Señor Jesús, ten misericordia de nosotros!”
Cuando los vio, les sonrió y dijo: “Vayan a los sacerdotes y que ellos los examinen.” Y mientras iban, fueron sanados.
Uno de los diez, al verse sano, regresó gritando alabanzas a Dios. Cayó a los pies de Jesús y le dio gracias con profundo aprecio; y era samaritano.
Jesús dijo: “¿No fueron diez los curados? ¿Qué pasó con los otros nueve? ¿Ninguno regresó a dar gracias a Dios excepto este extranjero—el único que no fue criado en la iglesia?” Luego le dijo: “Levántate y ve; confiaste en mí, y por eso has sido sanado.”
En una ocasión, uno de los teólogos de la secta farisea le preguntó a Jesús cuándo vendría el reino de Dios, y Jesús respondió: “El reino de amor de Dios no viene calculando fechas proféticas ni observando reglas cuidadosamente, ni se encontrará en un lugar geográfico específico, porque el reino de amor de Dios es el principio sobre el cual existe la vida, y está escrito en sus corazones y mentes.”
Jesús se volvió hacia sus discípulos y les dijo: “Pronto llegará el tiempo en que desearán estos días que hemos pasado juntos, pero ya no estarán. Si la gente les dice, ‘¡Jesús está aquí!’ o ‘¡Está allá!’, no lo crean ni los sigan. Porque mi regreso será imposible de pasar por alto: no será algo secreto, sino como un relámpago que ilumina todo el cielo. Pero antes debo cumplir mi misión aquí; debo sufrir muchas cosas y ser rechazado por esta generación.
La condición de la tierra cuando regrese en gloria será como en los días de Noé: las personas ocupadas en sus rutinas, enfocadas en sí mismas, trabajando por comida y bebida, casándose y planeando el futuro de sus familias—hasta el día en que Noé entró en el arca. Entonces vino el diluvio y los puso a todos en la tumba.
Fue igual en los días de Lot: las personas estaban consumidas por la autogratificación, las fiestas, hacer dinero y construir propiedades. Pero el día que Lot salió de Sodoma, fuego descendió del cielo y los destruyó a todos.
Tristemente, así será la condición de la gente en la tierra—absorbidos en sí mismos—el día en que el Hijo del Hombre sea revelado. Ese día, no dejen que nada ate sus corazones a este mundo de pecado y egoísmo. Estén listos para soltarlo todo: sin importar dónde estén, no miren atrás por sus posesiones favoritas. Recuerden a la esposa de Lot: su cuerpo salió de la ciudad, pero su corazón no. Quien se aferre al principio de la supervivencia del más fuerte y busque salvar su vida, no ha sido sanado y la perderá. Pero quien, habiendo tomado el Remedio, muere al yo, será sanado y vivirá eternamente. La verdad es que, esa noche, dos personas estarán en una cama: una habrá tomado el Remedio y estará lista para ir al cielo, y la otra, habiéndolo rechazado—no. Dos mujeres estarán moliendo grano: una habrá tomado el Remedio y estará lista para ir al cielo, y la otra, habiéndolo rechazado—no. Dos hombres estarán trabajando en el campo: uno habrá tomado el Remedio y estará listo para ir al cielo, y el otro, habiéndolo rechazado—no.”
“¿Dónde te encontraremos, Señor?”, preguntaron.
Él dijo: “Pueden estar seguros de que no encontrarán al Hijo del Hombre donde la gente busca hablar con los muertos. Piensen en buitres devorando cadáveres, porque eso es lo que está pasando allí.”
Capítulo 18
Entonces Jesús contó una parábola a sus discípulos para ayudarles a comprender la importancia de mantener conversaciones regulares con Dios y no dejar de hablar con Él. Dijo: “Había un juez que no creía en Dios ni le importaba el bienestar de las personas. Y una viuda, que había sido explotada, seguía pidiéndole al juez que hiciera lo correcto y le devolviera lo que su adversario le había quitado.
El juez se negó por mucho tiempo, pero finalmente se dijo a sí mismo: ‘Aunque no creo en Dios ni me importa la gente, estoy cansado de que esta mujer me moleste, así que haré lo que es justo y así me dejará en paz.’”
Entonces el Señor explicó: “Aprendan una lección de este juez injusto y sin Dios: si él—sin preocuparse por nadie más que por sí mismo—finalmente hizo lo correcto, ¿acaso Dios no pondrá todas las cosas en orden para sus hijos que claman a Él constantemente? ¿Acaso los ignorará? Les digo la verdad: Él pondrá todo en orden, y rápidamente. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra? ¿Habrá alguien que confíe en que Él hará lo correcto?”
Algunas personas se sentían tan justas y seguras de sí mismas que despreciaban a los demás, así que Jesús les contó esta parábola: “Dos hombres fueron al templo a orar: uno era fariseo, conocido por obedecer todas las reglas religiosas; el otro era recaudador de impuestos. El fariseo se puso de pie para ser visto por todos y comenzó a orar sobre lo bueno que era: ‘Dios, muchas gracias. Soy mejor que los demás: no soy como los ladrones, violadores, adictos—ni siquiera como ese recaudador de impuestos. Como solo lo permitido y doy el diezmo antes de impuestos.’
Pero el recaudador de impuestos, evitando la atención, encontró un lugar tranquilo, bajó la cabeza, y sin mirar al cielo, se golpeó el pecho con dolor y suplicó: ‘Dios, ten misericordia de mí, un pecador.’
Les digo la verdad: fue este hombre humilde—y no el otro—quien se fue a casa con el corazón en armonía con Dios. Porque quien se exalta a sí mismo se destruirá, pero quien se rinde a Dios en amor será sanado completamente y exaltado.”
Los padres llevaban a sus bebés a Jesús para que los tocara y los bendijera. Cuando los discípulos lo vieron, comenzaron a decirles que no molestaran a Jesús. Pero Jesús llamó a los niños y dijo: “Dejen que los niños vengan a mí, y no pongan barreras para que no se les dificulte, porque el reino de amor de Dios es para los que son como ellos. La verdad es que quien no reciba el reino de Dios como estos niños—con un corazón abierto y receptivo—jamás será parte de él.”
Un líder rico le preguntó a Jesús: “Buen Maestro, ¿qué acto debo hacer para obtener la vida eterna?”
Jesús, buscando abrir su mente a la verdad de quién era Él realmente, le respondió: “¿Por qué me llamas ‘bueno’? Solo hay Uno que es fuente de todo bien, y es Dios. Conoces las directivas de Dios para vivir en armonía con Su diseño de amor: ‘No cometas adulterio, no mates, no robes, no des falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre.’”
“He hecho todo eso desde mi infancia,” dijo el hombre, “pero aún no tengo paz. ¿Qué me falta?”
Jesús, al escuchar su respuesta, le dijo: “Aún te falta una cosa: si quieres ser sanado por completo y tener un carácter justo, debes soltar tus posesiones terrenales, a las que te aferras como prueba de tu buena posición ante Dios. En cambio, véndelo todo y, con amor, da todo lo que tienes para bendecir a los pobres, y tendrás una gran recompensa en el reino de amor del cielo. Luego ven y únete a mí, y vive como yo vivo.”
Cuando el joven oyó esto, se entristeció profundamente porque tenía muchas riquezas, y su corazón estaba atado a sus posesiones. Jesús lo miró y dijo:
“Es difícil para los ricos—que encuentran su seguridad en las posesiones—rendirse por completo y entrar al reino de amor y confianza del cielo. En verdad les digo: es más fácil para un camello arrodillarse, dejar su carga y pasar por la pequeña puerta llamada ‘el ojo de la aguja’, que para un rico humillarse, soltar su riqueza y entrar al reino de amor y confianza de Dios.”
Los discípulos, al oír esto, quedaron atónitos porque su cultura los había condicionado a creer que la riqueza era señal de estar bien con Dios. Entonces preguntaron: “Si ni los ricos, ¿quién podrá salvarse?”
Jesús los miró directamente y dijo: “Los humanos no tienen posibilidad de curar su condición terminal por sí solos. La única posibilidad de vida eterna es confiar en Dios y recibir el Remedio.”
Pedro le dijo: “¡Hemos dejado todo lo que tenemos para seguirte!”
Jesús respondió: “Les aseguro que nadie que haya dejado casa, o cónyuge, o hermanos, o padres o hijos por el Remedio y por ser parte del reino de amor de Dios, dejará de recibir mucho más aquí y ahora, y vida eterna cuando todo sea hecho nuevo.”
Jesús reunió en privado a los Doce y les dijo: “Vamos ahora a Jerusalén, donde todas las profecías escritas sobre el Hijo del Hombre se cumplirán. Su propio pueblo lo rechazará y lo entregará a los romanos. Lo burlarán, lo maldecirán, le pondrán apodos, le escupirán, lo golpearán y luego lo matarán. Pero al tercer día, resucitará.”
Los Doce no entendieron lo que quiso decir: estaban tan condicionados por la tradición que no podían comprender el sentido de sus palabras.
Cuando Jesús se acercaba a Jericó, encontró a un hombre ciego que mendigaba al borde del camino. Al oír pasar a la multitud, preguntó: “¿Qué está pasando?” Le dijeron: “Jesús de Nazaret viene en camino.”
De inmediato comenzó a gritar: “¡Hijo de David, ten misericordia de mí!”
Los que iban delante le decían que se callara y no molestara a Jesús, pero él gritó aún más fuerte: “¡Hijo de David, ten misericordia de mí!”
Jesús se detuvo y mandó que trajeran al hombre. Cuando estuvo delante de Jesús, este le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?”
“¡Señor, quiero ver!”, clamó el hombre.
Jesús sonrió y dijo: “¡Entonces ve! Tu confianza en mí te ha sanado.” Inmediatamente recuperó la vista y siguió a Jesús, alabando a Dios. Cuando la multitud lo vio, también alabó a Dios.