4. Fracaso espiritual en el desarrollo

Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Cuando llegué a ser hombre, dejé atrás las cosas de niño.
—Pablo, en una carta a la iglesia de Corinto

¿Te cepillas los dientes? ¿Cuál es la razón por la que lo haces? Como ejemplo de desarrollo normal, consideremos el cepillado de dientes. ¿Por qué es correcto o incorrecto en las distintas etapas?

Recompensa y castigo: No cepillarse está mal porque el padre se enojará y el niño será castigado. Cepillarse está bien porque el niño será elogiado.

Intercambio de mercado: Este es el niño o padre que dice: “Me cepillaré los dientes si me lees un cuento antes de dormir”, o “Cepíllate los dientes y te leeré un cuento antes de dormir”. No te cepilles: no hay cuento; cepíllate: hay cuento.

Conformidad social: No cepillarse está mal porque se burlarán de uno en la escuela; está bien cepillarse para ser aceptado.

Ley y orden: Existe un contrato de conducta familiar con expectativas codificadas y consecuencias. Si no te cepillas, pierdes un privilegio (por ejemplo, sin celular por un día). Si te cepillas, mantienes el privilegio.

Amor por los demás: La preocupación por los demás determina lo que está bien y mal. Al comprender que ir al dentista y pagar cuentas dentales es tanto incómodo como costoso para los padres, y deseando aliviar esa carga, el niño en maduración se cepilla los dientes.

Vida basada en principios: Los individuos comprenden la segunda ley de la termodinámica (aunque no puedan nombrarla): si no se invierte energía en el sistema, éste se degrada. Por lo tanto, se cepillan para vivir en armonía con el diseño funcional de la vida.

Amigo comprensivo de Dios: Los individuos no solo aman a los demás y comprenden la ley de la termodinámica, sino que también reconocen que fueron hechos a imagen de Dios y que el cuerpo es el templo del Espíritu Santo. No cepillarse causaría caries dentales, aumentaría el riesgo de infección y enfermedad, y socavaría su capacidad de cumplir con el propósito de Dios para sus vidas. Por lo tanto, se cepillan como buenos administradores para mantener la salud, ser de máxima utilidad en la causa de Dios, ser un buen testimonio para otros, y demostrar amor por Dios y sus semejantes.

Observa que en los siete niveles las personas se cepillan los dientes, pero la razón por la que lo hacen cambia con el tiempo. Solo quienes operan en el nivel cinco en adelante son confiables. Aquellos en el nivel cuatro hacia abajo requieren supervisión, vigilancia, amenaza o aplicación coercitiva para continuar. Los de los niveles cuatro y menores ven la ley como impuesta y, sin una razón más elevada para cepillarse, abandonarían el comportamiento si no fuera por alguna presión autoritaria. Además, quienes operan por debajo del nivel cinco tienen poca tolerancia hacia quienes rompen las reglas. El enfoque es muy egocéntrico: “Si yo tengo que cepillarme los dientes, no es justo que Juanito no lo haga”. Al no comprender la ley de diseño de Dios y enfocarse solo en las reglas, los pensadores del nivel cuatro y menores casi siempre exigen que se castigue la transgresión. Muchos en este nivel incluso encuentran placer al ver a otro sufrir, e incluso morir, por la imposición de una “justa retribución”.

Para los individuos que operan en el nivel cuatro y menores, la ley de Dios aún no está escrita en sus corazones, aún no se ha asimilado en su carácter. Pero los del nivel cinco en adelante han pasado de una orientación centrada en uno mismo del bien y el mal a una orientación centrada en los demás. Estos individuos ya no ven el bien y el mal como un sistema de reglas aplicadas coercitivamente a las que deben ajustarse, sino como un valor interno y principio de acción por el que desean vivir. Cuando ven a alguien romper las reglas, sus corazones se conmueven en amor por el transgresor porque saben que el desviado está cauterizando su propia conciencia, deformando su carácter y—si no vuelve a Cristo para ser sanado—destruyendo su alma.

Dios, como un padre amoroso, se acerca a todos sus hijos sin importar su nivel de desarrollo. Él se encuentra con las personas donde están, y a lo largo de la historia humana ha hablado a sus hijos con la voz que necesitaban oír. Los padres amorosos pueden notar el riesgo de ser malinterpretado que Dios asumió para alcanzar a sus hijos en los diversos niveles de desarrollo.

Triciclos y Autos

Imagina que estás sentado en tu porche y ves a tu hija de tres años montando su triciclo y yendo directamente hacia la calle donde se aproxima un camión. ¿Te quedarías sentado y tranquilo, descansando con la seguridad de que ya le diste una regla de no salir del camino de entrada y que esperas obediencia? ¿Y si ella se estuviera riendo y no prestando atención mientras se acerca más y más a la calle? ¿Le hablarías con suavidad y dulzura, o gritarías? ¿Y si el sonido de las ruedas plásticas sobre el concreto es tan fuerte que no te oye, gritarías más fuerte? ¿Y si tu hija estuviera en un estado particularmente independiente y no siguiera tus instrucciones de detenerse, sino que siguiera adelante, qué harías entonces? ¿La amenazarías: “¡Si no te detienes vas a recibir una nalgada!”? Si se detiene, ¿la castigarías? ¿Y si no se detiene y es atropellada por el camión? ¿Sacarías el cinturón para imponer un “castigo justo” por su desobediencia?

¿Y si los vecinos están cerca y pueden oírte gritar y amenazar, pero no pueden ver lo que está sucediendo? ¿Te negarías a gritar por miedo a ser malinterpretado?

¿Por qué tendrías una regla para que tu hija no salga del camino de entrada en primer lugar? ¿Tienes esa regla para dominarla, controlarla y ejercer una estructura jerárquica de mando, o para proteger a quien amas, que, en su etapa de desarrollo, es incapaz de comprender y mantenerse segura por sí misma?

¿Cuál es el problema si tu hija desobedece, entra en la calle y es atropellada por el camión? ¿El problema es que rompió tu regla, y las reglas rotas requieren un castigo justo? ¿O el problema es que sus acciones se desviaron de las leyes de la salud y que salió de la armonía con los límites de tolerancia al estrés del cuerpo humano, lo que resultó en que su pequeño cuerpo fuera golpeado y quebrado?


Adolescentes y Compañeros

Movamos el escenario. Tu hija ahora tiene catorce años y está en primer año de secundaria. Tiene amigos que no fueron criados para creer en Dios. Sus amigos le dicen que las reglas que tú has establecido son anticuadas, arbitrarias y restrictivas. Le dicen que el único problema con romper las reglas es que tú te enojarás y la castigarás. Si simplemente te mantiene sin saberlo, no hay problema en romper las reglas porque no será castigada. Tu hija, que aún no ha superado el nivel cuatro de desarrollo, no tiene ninguna razón más allá de la amenaza del castigo para obedecer. Así que escucha a sus amigos y comienza a fumar a escondidas. Experimenta con marihuana y alcohol, se escapa y va a fiestas, y comparte su cuerpo antes del matrimonio.

¿Por qué está mal que tu hija haga estas cosas? ¿Es porque está rompiendo tus reglas, y si te enteras estarás obligado por la justicia a imponer un castigo? ¿Es el problema que está quebrantando las reglas de Dios, y Dios lo sabe y lleva un registro exacto de nuestros pecados y un día infligirá un castigo justo? ¿O es que está rompiendo los protocolos de diseño de la vida de Dios (la ley de Dios) y que todas esas acciones en realidad están dañando a tu hija? No solo está destruyendo su salud física, sino también deformando su carácter, cauterizando su conciencia, endureciendo su corazón y alejándose más y más de Dios y de su diseño de amor. Su capacidad de oír y responder a los impulsos del Espíritu Santo se ve deteriorada.

¿Hablas de forma diferente a una niña de catorce años que a una de tres? Sí, pero ¿tu objetivo con ellas es diferente? ¿Tu amor por ellas es diferente? ¿La realidad sobre la que se construye la vida—las leyes de la salud, la física y la moral—es diferente para ellas a diferentes edades? ¿Qué es diferente? La forma en que las abordas y les enseñas cómo funciona realmente la vida es distinta en cada edad porque su nivel de madurez, su nivel de comprensión y su capacidad para captar conceptos es diferente.

¿Ves este mismo proceso ocurriendo en las Escrituras? Dios es nuestro Padre amoroso, y nosotros, los humanos, somos sus hijos inmaduros. Así como una familia grande puede tener hijos que van desde bebés hasta adultos, así también Dios tiene hijos en todo el espectro del desarrollo moral. Y así como los padres amorosos hablan de manera diferente a su hijo pequeño, al de primaria, al adolescente y al adulto, así también Dios habla el lenguaje que sus hijos necesitan.

¿Debería el hijo adulto, cuando oye a su padre balbucear y hacer sonidos de bebé a su hermanito, retroceder y hablarle como si fuera un infante? ¿Debería la hija adulta, al oír a su padre decirle a su hermana adolescente rebelde que no quiere escuchar: “porque lo digo yo”, concluir que su padre no quiere que su hermana comprenda, sino que simplemente “haga lo que digo”? ¿Debería el hijo adulto, al oír a su madre gritar amenazas a su hijita de tres años que va en triciclo hacia la calle, correr con miedo de su madre y buscar protección de ella?

Dios y los hijos rebeldes

Dios es nuestro Padre amoroso, y Él habla con amor exactamente lo que cada persona necesita oír. Los maduros son aquellos que han crecido y comprenden la realidad. Ellos entienden que nos hemos desviado del diseño de Dios y estamos en una condición terminal, muertos en nuestros delitos y pecados (Efesios 2:1), y que Dios está obrando, a través de Cristo, para sanarnos y restaurarnos.

¿Ves el amor de Dios cuando tronó y habló en el Sinaí porque sus hijos se dirigían hacia una colisión con la idolatría, el hedonismo y el egoísmo en sus formas más viles y groseras, todas las cuales corromperían sus mentes, cauterizarían sus conciencias, endurecerían sus corazones y destruirían sus almas? ¿Puedes pararte al lado de Moisés, a quien se llamó amigo de Dios, y decir en medio del estruendo que no deben temer (Éxodo 20:20)? Dios no se preocupó por lo que otros, miles de años más tarde, pensarían si solo leyeran sus amenazas sin tomarse el tiempo para entender su pasión por proteger. ¡Él tenía hijos que salvar! Pero, ¿podría ser que personas estancadas en los niveles uno a cuatro de desarrollo moral lean el Antiguo Testamento y lo malinterpreten?

¿Qué pasaría si en el primer escenario tu hija estuviera montando su triciclo con un niño vecino que acaba de mudarse a la comunidad? Ambos niños se dirigen hacia la calle, y el camión viene derecho hacia ellos. Ves una colisión inminente si no haces algo. Entonces, por amor, con un corazón desesperado por proteger y salvar, gritas e incluso amenazas. Afortunadamente, ambos niños se detienen. Entonces tu hija le dice al niño vecino: “Ella es mi mami. Quiero que la conozcas”. Inmediatamente, el otro niño dice: “Ni loco. ¡Me da miedo!”. Tu hija frunce el ceño, confundida, y sacude la cabeza diciendo: “No tenés que tenerle miedo a mi mami”.

¿Qué marca la diferencia? Tu hija te conoce, aunque hayas gritado, y sabe que la amas —el niño vecino no. Por eso los israelitas temblaban en el Sinaí, pero Moisés no: Moisés realmente conocía a Dios.

¿Podría ser que gran parte del problema que la gente tiene con el Dios del Antiguo Testamento se deba a que muchísimos en realidad no lo conocen personalmente? ¿Por qué? Porque Dios no solo está tratando con hijos que luchan por madurar y pensar, sino también con un enemigo que lo está tergiversando activamente, llenando nuestras mentes de mentiras que socavan la confianza. Creer la idea de que Dios es como César, un dictador imperial que impone reglas y aplica castigos, impide que demasiados pasen del temor al amor.

Muchos cristianos permanecen como bebés, infantes, no por una incapacidad para crecer, sino por un obstáculo en su crecimiento: creencias falsas que los engañan haciéndoles elegir no ejercitar las capacidades que ya poseen. Lo que hace que este “fracaso espiritual en el desarrollo” sea tan difícil de tratar es que la causa subyacente —la infección mental que obstruye la maduración— se ha arraigado tan profundamente en el discurso eclesiástico que permanece oculta. Al igual que el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) se oculta dentro de las células del cuerpo, esta infección mental se esconde dentro de muchas doctrinas diversas. Y lo que es peor, algunos profesionales del cuidado espiritual (clérigos) niegan que esta infección del pensamiento sea un problema en absoluto.

Así como la niña de catorce años en nuestro ejemplo anterior, demasiadas personas han aceptado la mentira de que el pecado es simplemente un problema de quebrantar las reglas del que está a cargo. No se dan cuenta de que la ley de Dios es una ley de diseño, no reglas impuestas como las que crean los seres humanos pecadores. No comprenden que la ley escrita de Dios, sus reglas, los Diez Mandamientos, fueron incluidos por amor a los humanos pecadores que necesitan protección de su propio yo inmaduro, como instrumento de diagnóstico para ayudarles a ver su condición terminal. Demasiadas personas han llegado a la conclusión de que los Diez Mandamientos no son funcionalmente diferentes de las leyes humanas, reglas impuestas que se hacen cumplir mediante amenazas externas y castigos infligidos. Dios quiere que sus hijos crezcan, y los maduros se elevan por encima del pensamiento de los niveles uno a cuatro para comprender realmente cómo funciona la realidad.


Fórmula para bebés

Hebreos confirma que los maduros han entrenado su discernimiento para distinguir entre el bien y el mal—pero ¿cómo lo lograron? Lo hicieron mediante el “uso constante” del alimento sólido; en otras palabras, crecieron y maduraron ejercitando su capacidad para pensar, razonar, comprender y evaluar la evidencia (Heb. 5:14). Entonces, ¿qué impide crecer? Es el rechazo del alimento sólido, la insistencia en permanecer con fórmula para bebés.

¿Qué es la fórmula para bebés en esta ilustración? O dicho de otra manera, ¿cuál es, según la Escritura, la fórmula religiosa que prefieren los infantes?

Por tanto, dejemos ya los primeros rudimentos de la doctrina de Cristo y avancemos hacia la perfección, sin echar otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios, de la doctrina de bautismos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno. (Hebreos 6:1–2)

Hebreos enumera seis elementos de la fórmula infantil:

  1. Arrepentimiento de obras muertas
  2. Fe en Dios
  3. Instrucciones sobre rituales
  4. Imposición de manos
  5. Resurrección de los muertos
  6. Juicio eterno

Exploraremos la primera de estas seis enseñanzas elementales en el resto de este capítulo y abordaremos las otras en capítulos posteriores.


Arrepentimiento de obras muertas

El primer elemento de la fórmula infantil es ver la ley de Dios no como protocolos de diseño sino como reglas impuestas: cosas que hacer o no hacer, los Diez Mandamientos, llevar la cuenta de obras y pecados, una religión basada en la conducta. Este es el enfoque legal, orientado al castigo, para entender a Dios. Un ejemplo de alguien que mantuvo este enfoque fue Eusebio, quien creía que Dios dirige su gobierno del mismo modo en que los humanos caídos dirigen los gobiernos terrenales. Este es un pensamiento de nivel uno a cuatro, que se enfoca en el acto más que en la motivación del corazón que condujo al acto.

Jesús enseñó a la gente de su tiempo que este tipo de pensamiento era incorrecto. En Mateo 5, les dice:

“Ustedes han oído que se dijo: ‘No cometerás adulterio’ [mala conducta]. Pero yo les digo que cualquiera que mira a una mujer con deseo ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.” (vv. 27–28)

“También han oído que se dijo… ‘No matarás [mala conducta], y cualquiera que mate será culpable ante el tribunal.’ Pero yo les digo que cualquiera que se enoje contra su hermano será culpable ante el tribunal.” (vv. 21–22)

Ellos se enfocaban en actos, conductas y obras; Jesús los dirige a la condición del corazón que lleva a esos actos. Los inmaduros permanecen enfocados en las acciones y no buscan sanación para el corazón.


La historia de Linda

Mi amigo Ty Gibson ilustra maravillosamente el problema de una relación basada en la ley en la siguiente historia:

Linda deseaba casarse, tener a alguien especial con quien compartir su vida, pero no había muchas perspectivas en el horizonte. Un día conoció a “su” hombre. La trataba muy bien. Le abría la puerta, la tomaba de la mano al caminar y le acomodaba la silla al sentarse. Después de meses de noviazgo, Hermán le propuso matrimonio. Ella dijo que sí con alegría, y se casaron.

Para la luna de miel, Hermán la llevó a un lugar muy bonito. La pasaron de maravilla, pero demasiado pronto terminó la luna de miel. La primera mañana en casa, Linda se despertó a las 5 a.m. con una luz brillante. Abrió los ojos y vio a Hermán diciendo: “Arriba y a brillar. La luna de miel se acabó y tenemos que entrar a la vida real”.

Notó que sostenía una hoja de papel en la mano, y le presentó la primera de muchas listas por venir. Había detallado minuciosamente sus responsabilidades en segmentos de dos semanas.

Del 1 al 14 de marzo:

5:30 – levantarse y ducharse
6:00 – comenzar el desayuno; ver menú adjunto
6:15 – despertar a Hermie-cariñitos con un beso suave y encenderle la ducha
6:45 – servir el desayuno (no olvidar el pomelo)
7:15 – comenzar a limpiar mientras el esposo se cepilla los dientes
7:25 – despedir a Hermie-cariñitos en la puerta con el abrigo adecuado (tener en cuenta el clima), con una sonrisa y un beso
7:30 – terminar la limpieza
8:00 – tiempo libre
8:15 – limpieza de la casa; ver lista de suministros y detalles
Lunes: habitaciones del norte
Martes: habitaciones del este
Miércoles: habitaciones del sur
Jueves: habitaciones del oeste
Viernes: el garaje
11:00 – balancear la chequera
12:00 – almuerzo, lo que desees excepto los ítems marcados; ver lista
12:30 – tareas varias
Lunes: mantenimiento y lavado del auto
Martes: tintorería y banco
Miércoles: compras
Jueves: lavar ventanas
Viernes: trabajo de jardín
3:30 – preparación de la cena; ver menú
4:30 – recibir al esposo en la puerta con beso y colgarle el abrigo
5:00 – servir la cena
5:45 – limpiar la cena
6:15 – tiempo libre; ver lista de sugerencias
6:45 – preparar el baño de Hermie-cariñitos
7:00 – planchar la ropa del día siguiente
7:45 – entregar toalla al esposo al salir del baño
8:00 – masaje de cuello y espalda al hombre de tus sueños
9:00 – apagar luces, dulces sueños, cariño

Linda recibía una nueva lista con ligeras variaciones cada dos semanas, sin falta. Con los años —y en verdad se hacían largos—, después de diez años de relación, Hermie-cariñitos murió repentinamente de causa desconocida. La primera reacción de Linda fue alabar a Dios. No sabía si alegrarse o llorar.

Hizo un voto: nunca más se casaría. Pero después de tres años sola, conoció a un hombre llamado Miguel. Era similar a Hermán en algunos aspectos: abría la puerta, era cortés, le acomodaba la silla, le gustaba tomarle la mano. Y ella se decía a sí misma: “Ni loca, ni loca, ni loca”. Hasta que un día Miguel le propuso matrimonio, y dijo que sí.

Tuvieron una maravillosa luna de miel. El primer día de regreso, se despertó sobresaltada a las 5:30 a.m. y vio a Miguel al pie de la cama con una hoja de papel en la mano. Inmediatamente se puso en posición de karate, gritó “¡Ni loca!” y le arrancó el papel de las manos, rompiéndolo en dos.

Miguel, con una mirada triste y sorprendida, dijo: “Linda, ese era un poema que escribí para ti anoche después de que te dormiste”.

Mientras sus palabras penetraban, ella se sintió mal por su reacción. Recogió los pedazos y leyó su hermosa expresión de amor, y se le rompió el corazón. Mientras leía, Miguel entró y le sirvió el desayuno en la cama. Y nunca le dio una lista. Pasaron diez años de feliz matrimonio. Un día de primavera, mientras limpiaba el ático, encontró una vieja caja de zapatos llena de listas que le había dado Hermán el horrible.

Sacó una de las listas y comenzó a leer. Y tuvo una extraña revelación. Dijo en voz baja para sí misma: “Wow, hago todas estas cosas por Miguel, y ni siquiera lo pienso”.

Cuando servimos a un dios que opera en el nivel cuatro —ley y orden—, el amor se aplasta. Podemos obedecer las reglas, pero nunca somos transformados a la semejanza de Jesús.

Creer que el pecado es un problema legal, un problema de malas acciones, sería como tener neumonía, con fiebre, tos y escalofríos, y concluir que los síntomas son el problema real. Tal enfoque inmaduro podría llevar a alguien a tratar simplemente los síntomas con paracetamol, un supresor de la tos y una manta. Pero si no se trata la causa subyacente que necesita sanación, la persona solo empeorará. ¡Esto es lo que gran parte de la enseñanza cristiana ha hecho! —¡tratar de aliviar los síntomas mientras se descuida curar el problema más profundo!

Cuando una persona tiene fiebre, tos y escalofríos, ciertamente es apropiado no ignorar esos síntomas. Es bueno que se enseñe que tales síntomas son indeseables e indican que algo está mal. Saber que algo está mal es lo que lleva a la persona al médico, quien mira más allá de los síntomas para detectar la causa subyacente y prescribe un remedio para curarla.

Por eso Dios dio la ley escrita: para diagnosticar y proteger a sus hijos del contagio, mientras Él, a través de Cristo, procuraba el remedio para sanarnos. Pablo instruye a Timoteo sobre este punto precisamente:

“Sabemos que la ley es buena, si uno la usa legítimamente. También sabemos que la ley no fue hecha para el justo, sino para los transgresores y rebeldes, para los impíos y pecadores…” (1 Timoteo 1:8–9)

La ley de los Diez Mandamientos fue dada en el Sinaí. ¿Por qué? Porque era necesaria como instrumento de diagnóstico y como cerco protector para los hijos inmaduros y descontrolados de Dios:

“Mediante la ley viene el conocimiento del pecado.” (Romanos 3:20)

“Yo no conocí el pecado sino por la ley. Porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás.” (Romanos 7:7)

Así como los niños no comprenden mucho de la realidad y necesitan que alguien los instruya, así también nosotros, pecadores en la tierra, no podemos comprender la realidad tal como es —incluido el diseño original de Dios para la vida y la realidad de nuestra propia condición enferma por el pecado— sin que alguien nos lo diga. Dios ha provisto la ley escrita para aquellos que operan en el nivel cuatro y menores como herramienta para revelar nuestro estado terminal, a fin de que reconozcamos nuestra necesidad de regresar a nuestro Diseñador para ser sanados y restaurados. A medida que maduramos y la ley de diseño del amor de Dios se escribe nuevamente en nuestros corazones, la ley escrita ya no es necesaria como diagnóstico (Hebreos 8:10). Aun así, la ley escrita hace algo más que diagnosticar: proporciona protección, una advertencia como “no salgas a jugar a la calle”, mientras Dios completa su obra de restaurarnos a su diseño original: seres que viven en perfecta armonía con Él y con su ley de amor.

“¿Es, entonces, contraria la ley a las promesas de Dios? ¡De ninguna manera! Porque si la ley dada pudiera vivificar [curar nuestra condición enferma por el pecado], la justicia [restauración al diseño de Dios] sería verdaderamente por la ley. Pero la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes. Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada. De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo.” (Gálatas 3:21–25)

Aquí está mi paráfrasis de Gálatas 3:21–25:

¿Está la ley escrita, entonces, en oposición a las promesas de Dios? ¡Por supuesto que no! La ley escrita fue simplemente una herramienta para diagnosticar nuestra enfermedad y llevarnos a Dios para ser sanados. Si la ley escrita pudiera de alguna manera curar la infección del egoísmo y promover la vida, entonces ciertamente la sanación habría seguido a la entrega de la ley. Pero la Escritura es clara: toda la humanidad está infectada por el egoísmo y está encarcelada por esta condición terminal. Es por la confianza que experimentamos la única cura, la que fue prometida: Jesucristo, quien fue dado a la humanidad como el Remedio para esta condición terminal. Antes de que viniera Cristo, estábamos en cuarentena por la ley escrita, restringidos de la autodestrucción continua hasta que Cristo obtuvo la única cura verdadera. Entonces, la ley escrita fue provista como salvaguarda para protegernos y llevarnos a Cristo —el Gran Médico— para que pudiéramos ser restaurados a la unidad con Dios al confiar en y participar de Cristo. Ahora que la confianza en Dios ha sido restaurada, y somos transformados en corazón, mente y carácter, y practicamos nuevamente los métodos de Dios, ya no necesitamos la ley para diagnosticar nuestra condición ni para llevarnos de regreso a Dios.

quellos que operan en el nivel cuatro y por debajo tienen dificultades para comprender la provisión de Dios respecto a la ley de los Diez Mandamientos. Su ley de diseño, la ley del amor, siempre ha existido. La codificación de su ley de amor, escrita específicamente para los humanos pecadores, fue añadida después. Algunos protestarán que sugerir tal idea es socavar la ley, pero considera el ejemplo de las tres primeras leyes del movimiento de Newton:

Primera Ley: Un objeto en reposo permanece en reposo, y un objeto en movimiento continúa a velocidad constante a menos que sea actuado por una fuerza externa.
Segunda Ley: La suma de la fuerza externa F sobre un objeto es igual a la masa m de ese objeto multiplicada por la aceleración a del mismo: F = ma.
Tercera Ley: Cuando un cuerpo ejerce una fuerza sobre un segundo cuerpo, el segundo cuerpo ejerce simultáneamente una fuerza de igual magnitud y en dirección opuesta sobre el primero.

Ahora responde las siguientes preguntas sobre las leyes de Newton:

  • ¿Son reales?
  • ¿Se aplican a nuestras vidas?
  • ¿Se aplican a todos, o solo a quienes las escuchan y eligen creer en ellas?
  • ¿Son reglas que debemos obedecer o descripciones de cómo está diseñada la realidad para funcionar?
  • ¿Cuándo entraron en efecto?
  • Si Newton no las hubiera escrito, ¿significa que estas leyes no existirían ni estarían en efecto?
  • Si decidimos en comité cambiar la redacción de la primera ley por: “Un objeto en reposo permanece en reposo a menos que reciba permiso del comité eclesiástico correspondiente para moverse”, ¿sucede algo?
  • En otras palabras, ¿pueden los humanos cambiar estas leyes?
  • ¿Son leyes impuestas o leyes de diseño?

Newton no creó ni promulgó estas leyes; simplemente describió leyes que ya estaban en efecto desde el momento en que Dios creó su universo.

Los Diez Mandamientos son como esto. Describen pero no establecen la ley de Dios, así como las leyes de Newton describen pero no establecen las leyes del movimiento. La ley de diseño de Dios ya estaba en efecto antes de que se escribieran los Diez Mandamientos. Pero los seres humanos, con mentes oscurecidas por el pecado, no pudieron comprender el diseño de amor de Dios, así que Él proveyó una versión destilada de su ley, escrita específicamente para las necesidades de los humanos caídos. Pablo lo confirma en Romanos 5, cuando señala que la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, antes de que se diera la ley, incluso en aquellos que no quebrantaron un mandamiento específico. La muerte reinó porque la condición real de la humanidad había cambiado y ahora estaba desviada del diseño de Dios, no porque hubiera un problema legal por quebrantar leyes que aún no se habían dado.


Ángeles y la ley

Esto se demuestra aún más al considerar a los ángeles que se rebelaron. ¿Pecaron esos seres angelicales en el cielo? Sí, lo cual significa que transgredieron la ley eterna de Dios. Pero, ¿tenían los ángeles leyes que dijeran que los pecados pasarían a la tercera y cuarta generación, o que exigieran honrar a padre y madre y no cometer adulterio? ¿Y qué hay del mandamiento del sábado? Considera cómo se mide el sábado: por la rotación de este planeta en relación con nuestro sol, que no existía hasta el cuarto día de la semana de la creación. Pero los ángeles ya existían mucho antes de esto (Job 38:7).

Los ángeles en el cielo no tenían una copia de los Diez Mandamientos. Pero los ángeles en el cielo aún estaban sujetos a los parámetros de diseño sobre los que Dios construyó toda la realidad para funcionar: ¡la ley del amor! El problema en la tierra hoy es que casi todo el mundo ha aceptado la mentira de que la ley de Dios es simplemente una lista de reglas impuestas que operan igual que las leyes que establecen los seres creados. En lugar de darse cuenta de que los Diez Mandamientos simplemente codifican —ponen en palabras— la ley eterna del amor sobre la que se construye toda la realidad, demasiadas personas ven a Dios gobernando su universo como un dictador humano gobierna una nación. Debemos regresar a la realidad —al diseño de Dios— y comprender el verdadero propósito de los Diez Mandamientos:

“Ahora sabemos que los Diez Mandamientos son como un instrumento médico de diagnóstico, que identifica la infección y expone la enfermedad. Diagnostican con precisión a todos los que están infectados por la desconfianza en Dios, llenos de egoísmo y muriendo de pecado, para que todos los que afirman estar libres de pecado o libres de egoísmo sean silenciados, y el mundo entero reconozca su necesidad de la solución sanadora de Dios. Por lo tanto, nadie será reconocido como teniendo una relación sana con Dios y siendo semejante a Cristo en carácter por adherirse a un conjunto de reglas; más bien, es a través de los Diez Mandamientos que tomamos conciencia de nuestro estado mental enfermo.” ²

Dios, como un padre amoroso, dio la ley escrita, las reglas, para ayudar a proteger a sus hijos nacidos en la tierra, quienes no comprendían su ley de diseño y, por lo tanto, estaban en peligro de “salir a la calle” y autodestruirse. Pero ahora, Jesús ha venido. Él ha revelado la verdad del carácter de Dios. Ha vivido perfectamente la ley de amor de Dios —en humanidad. Ha procurado el remedio para nuestra condición de pecado. Y mediante la confianza en Él, podemos participar de su victoria, para que “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gálatas 2:20 NTV). Podemos recibir un nuevo corazón y un espíritu recto (Salmo 51:10). Podemos tener el corazón de piedra reemplazado por un corazón de carne (Ezequiel 36:26). Podemos tener la ley escrita en nuestros corazones (Hebreos 8:10). En otras palabras, ¡podemos tener corazones con forma de Dios —corazones que están en armonía con Él y aman como Él ama! El egoísmo y el miedo pueden ser extirpados de nuestros corazones, y el amor restaurado dentro (Romanos 2:29). Podemos tener la mente de Cristo y crecer hasta alcanzar la estatura completa como hijos e hijas de Dios (1 Corintios 2:16; Efesios 4:13). ¡Dios anhela que maduremos, que crezcamos, que avancemos más allá de la leche espiritual y que ingiramos la carne de la verdad para convertirnos en sus amigos comprensivos! (Juan 15:15)


PUNTOS CLAVE DEL CAPÍTULO 4

  • Para los individuos que operan en el nivel cuatro y por debajo, la ley de Dios aún no está escrita en sus corazones, aún no se ha asimilado a sus caracteres. Pero aquellos en el nivel cinco y más han pasado de una orientación del bien y el mal centrada en uno mismo a una centrada en los demás.
  • Dios es nuestro Padre amoroso. Nosotros, los humanos, somos sus hijos inmaduros, y así como una gran familia puede tener hijos desde infantes hasta adultos, también Dios tiene hijos en todos los niveles de desarrollo moral. Y así como los padres amorosos hablan de forma distinta a su niño pequeño, a su hijo de primaria, al adolescente y al adulto, así también Dios habla el lenguaje que sus hijos necesitan.
  • Lo que hace que este “fracaso espiritual en el desarrollo” sea tan difícil de tratar es que la causa subyacente —la infección del pensamiento que obstruye la maduración— se ha arraigado tan profundamente en el discurso eclesiástico que permanece oculta. Algunos proveedores del cuidado espiritual (clero) niegan incluso que la infección del pensamiento exista.