3. La Infección del Miedo

“Quienes aman ser temidos temen ser amados,
y ellos mismos tienen más miedo que nadie,
pues mientras que otros hombres solo los temen a ellos,
ellos temen a todos.”

—San Francisco de Sales

Vince era lo que podrías llamar un caso lastimoso. Vino a verme deprimido, infeliz y contemplando el suicidio. Vince atraía a las mujeres como la miel a las abejas. Entonces, ya en sus cuarentas, era atlético, delgado y fuerte como un mustang montañés. La mayoría lo consideraba atractivo y su negocio era financieramente estable. Sin embargo, a pesar de todo su aparente éxito, Vince nunca era feliz, nunca tenía paz y nunca lograba mantener una relación sana.

Había pasado por una larga historia de relaciones fallidas, todas siguiendo un patrón predecible. Vince perseguía a una mujer y, usualmente, ganaba su afecto. Pero una vez en la relación, el miedo y la inseguridad se apoderaban de él. Dudaba si merecía a la mujer con la que estaba. Temía que nadie pudiera realmente amarlo, y su ansiedad inevitablemente contaminaba cada romance de diversas maneras.

Vince colmaba a sus novias con regalos, notas, llamadas telefónicas y correos electrónicos—no porque quisiera dar, sino como medio para obtener su alabanza y admiración. Al principio, sus novias se sentían halagadas y conquistadas. Con el tiempo, invariablemente se cansaban y agotaban de su constante necesidad de elogios, atención y admiración.

Pero, por supuesto, no eran solo muestras de afecto: el miedo de Vince también tenía un lado feo. Era violentamente celoso y veía amenazas en cada esquina. Si su novia decidía estudiar para un examen en lugar de salir con él, la acusaba de querer ver a otros chicos. Si sonaba su teléfono y no lo contestaba, sospechaba que recibía llamadas de otros hombres. Si salían y otro hombre la miraba, enfrentaba al observador, avergonzándola. Tan inseguro, tan temeroso, tan constantemente asustado estaba, que monitoreaba los teléfonos, comportamientos, correos electrónicos y amistades de sus novias. Inevitablemente, cada relación terminaba igual: Vince era dejado sin ceremonias.


El Factor Miedo

El miedo es un intruso, un invasor antinatural, como una bacteria carnívora—que devora y deforma toda la creación. Tan pronto como Adán creyó las mentiras sobre Dios y se rompió el círculo de amor y confianza, el miedo infectó el corazón humano. Alimentada por el miedo y el egoísmo, la imaginación de los hombres se desbocó y creó toda idea distorsionada, torcida y pervertida acerca de Dios, lo que solo incitó más miedo (Jer 17:9; Rom 1:18–21; 2 Cor 10:5).

Hoy, el miedo está constantemente con nosotros, acechándonos, escondido en las sombras de nuestra mente. Podemos contenerlo por breves momentos, pero acecha en la oscuridad de nuestro corazón. No espera una invitación; irrumpe en nuestra vida, pisoteando nuestro mundo como ganado aplastando margaritas. No hablo de la alerta adaptativa, que aparece cuando la casa se incendia, un oso se aproxima o uno se acerca al borde de un precipicio. No, el miedo nacido del pecado es una inquietud nociva que hierve en nuestra mente inconsciente, amenazando con destruir toda nuestra felicidad. Huimos de él, pero nos impulsa hacia adelante mientras buscamos, tanteamos y esperamos alivio. Pero el miedo solo nos lleva a más dolor.

El miedo es parte de la infección del pecado. Nos aleja de Dios, de la sanación, de la paz, y nos conduce hacia la autodestrucción. Hace unos años leí sobre una profesora de química de secundaria y dos de sus alumnos de último año que fueron arrestados y condenados por incendio premeditado y fraude al seguro. La profesora estaba varios meses atrasada en los pagos de su automóvil, que estaba por ser embargado. Los dos estudiantes estaban reprobando su clase.

Ella les propuso un trato: si robaban su coche y lo incendiaban, ella presentaría un reclamo al seguro para evitar el embargo y arruinar su crédito. A cambio, les aprobaría la materia. Llevaron a cabo el plan, pero fueron atrapados. Los tres fueron enviados a prisión. El miedo deteriora nuestro juicio, paraliza nuestra razón y nos lleva por el camino del egoísmo.


Las Muchas Caras del Miedo

El miedo viene en muchos tamaños y formas. En un extremo del espectro está el megalómano—el tipo de miedo que demostraron Hitler, Stalin, Castro y otros déspotas. Su ascenso al poder fue impulsado por el miedo: miedo a los judíos, gitanos, eslavos, cristianos, al capitalismo y a la libertad misma. Esos matones de la historia estaban consumidos por el miedo, pero en lugar de erradicarlo, lo abrazaron, unieron sus corazones a él y se volvieron uno con él. El miedo se convirtió en su arma contra la sociedad: dividiendo, conquistando y destruyendo. Estos embajadores del mal, con corazones y mentes tan moldeados por el anti-amor, crearon sociedades deformes y golpeadas por el miedo. Y la historia es clara: donde abunda el miedo, la muerte pronto sigue.

En el otro extremo del espectro está el “ratón” humano. Temiendo el rechazo, aterrados por la vergüenza, paralizados por la crítica, estas personas domesticadas por el miedo se rebajan al punto de convertirse en felpudos sobre los que el mundo entero camina. Nunca dicen que no, nunca se defienden, nunca establecen límites, porque están controlados por el miedo a lo que otros puedan decir, cómo responderán o qué pensarán.

Entre estos dos extremos existen toda clase de apariciones llenas de miedo, transformando la inseguridad en mecanismos de supervivencia únicos—el abusón del recreo, el orgulloso, el arrogante, el racista, el fanático, el sexista. Aquí también encontrarás al alcohólico, al adicto a las drogas, al sexo, a las compras; al religioso extremista, al cultista, al separatista; al mujeriego, al mentiroso, al tramposo y al estafador—cada uno motivado por el miedo, cada uno buscando una forma de protegerse, promoverse o beneficiarse. Pero en lugar de sobrevivir, sanar o crecer, todos están muriendo lentamente y destruyendo a otros en el proceso. La vida, la salud y la felicidad solo se encuentran donde el amor fluye libremente. ¡Y el amor solo fluye libremente donde se conoce la verdad acerca de Dios!

Fuera de Balance

La activación constante del sistema de ansiedad ocurre en cerebros fuera de balance y es una sobrerreacción a estímulos ambientales. Debido al pecado, todos nuestros cerebros están desequilibrados, y todos experimentamos, con demasiada frecuencia, los efectos del estrés descontrolado: la activación de la amígdala. Los biólogos evolutivos sugerirían que la respuesta de lucha o huida es una reacción muy adaptativa para promover la supervivencia frente a una crisis inmediata. Pero es esta activación del sistema de alarma la que daña el cerebro, deteriora el pensamiento sano y perjudica el cuerpo. Cuanto más tiempo se activa la alarma, más pronunciado es el daño.

Si la alarma (la amígdala) no se apaga, incluso cuando nuestro jefe de bomberos (el hipocampo) mantiene bajo control a nuestro operador del 911 (el hipotálamo), el estrés constante perjudica el crecimiento físico al desviar sangre y energía desde los órganos internos hacia los músculos. Además, nuestro sistema inmunológico se debilita y nuestra corteza prefrontal se paraliza. Por eso las personas bajo alto estrés son más vulnerables a infecciones, resfriados y otras enfermedades, y por qué rinden tan mal en exámenes cuando están ansiosas o temerosas.


Miedo y Amor Son Inversamente Proporcionales

He aquí lo esencial: cuando el miedo aumenta, el amor, el crecimiento, el desarrollo y el pensamiento saludable disminuyen. Cuando el amor aumenta, no solo disminuye el miedo, sino que mejoran el crecimiento, el desarrollo y el pensamiento saludable. El miedo y el amor son inversamente proporcionales. Es en nuestra corteza prefrontal donde experimentamos el amor sano, la compasión, el altruismo, la empatía, la capacidad de razonar, el juicio, la habilidad para adorar, la conciencia moral y la capacidad de planificar, organizar y resolver problemas. Mientras que el miedo, la inseguridad, el egoísmo, la ira, la rabia, la lujuria, los celos, la envidia y la agresión surgen de nuestros sistemas límbicos constantemente estimulados.

Esto nos devuelve a Vince. Vince era crónicamente inseguro, y cuanto más miedo experimentaba, más se activaba su amígdala, lo que deterioraba el funcionamiento de su corteza prefrontal. Al no haber conocido nunca un amor sano, su corteza prefrontal estaba dominada por los impulsos de su sistema límbico. Vince no actuaba de forma amable, amorosa, compasiva ni madura hacia sus novias. Por lo tanto, sus relaciones siempre fracasaban, y esos fracasos lo llevaban a pensar de forma negativa sobre sí mismo y sobre los demás. Sus procesos de pensamiento negativo creaban circuitos neuronales insalubres en su corteza prefrontal, que solo activaban aún más intensamente la amígdala, deteriorando aún más el funcionamiento saludable de la corteza prefrontal. Estaba atrapado en un ciclo descendente doloroso y vicioso. Este proceso daña el cerebro y, si no se detiene, eventualmente se pierde por completo la capacidad de pensar de forma saludable. Pero, ¿cómo comienza todo esto?


El Cerebro en Desarrollo

Una posible vía por la que se puede iniciar la ansiedad es un efecto prenatal sobre el cerebro. El desarrollo cerebral comienza en el útero. Desafortunadamente, como cualquier estrés inusualmente alto provoca que el cuerpo libere hormonas del estrés (glucocorticoides), si esto ocurre durante el embarazo, esas hormonas atraviesan la barrera placentaria y alteran el cerebro fetal en desarrollo. Dañan el “sistema de freno” de la amígdala del cerebro en crecimiento, lo que significa que un niño nacido de una madre con alto estrés tendrá un cerebro menos capaz de calmarse a sí mismo y de apagar su circuito de alarma. Esos niños comenzarán la vida desde una base más ansiosa y temerosa de lo que hubieran experimentado de otro modo.

Después del nacimiento, el cerebro de un bebé contiene cientos de millones de neuronas más que las que tendrá a los ocho años de edad. Durante los primeros ocho años de vida, el cerebro se dedica a eliminar neuronas por cientos de millones. Al principio esto no suena muy productivo. Pero pensalo como el bloque de mármol de Miguel Ángel antes de empezar a esculpirlo, y luego pensá en el mismo bloque después de haber sido transformado en una maravillosa obra de arte. Cuando el artista termina, tiene menos mármol, pero tiene una obra maestra. El cerebro viene al mundo preparado para ser moldeado por la educación, el entorno y la experiencia. Millones de neuronas están esperando ser retenidas, fortalecidas y ampliadas. Pero aquellos circuitos neuronales que no se usan son podados, eliminados o reasignados.

Tal vez hayas oído hablar de casos de niños que fueron descuidados, abusados o abandonados y no tuvieron una exposición normal al lenguaje. Dichos niños nunca aprenden a hablar con normalidad. Un caso es el de “Genie”, quien, aproximadamente a los veinte meses de edad, fue encerrada en una habitación y pasó los siguientes once años de su vida en aislamiento. Cuando fue rescatada a los trece años, estaba profundamente discapacitada y, a pesar de los intensivos esfuerzos de rehabilitación, nunca aprendió a hablar eficazmente. Otro caso es el de Kamala, supuestamente encontrada viviendo con lobos por el misionero J. A. Singh cuando la niña tenía ocho años. No podía hablar, pero emitía aullidos inarticulados, caminaba en cuatro patas y lamía la comida como un perro. A pesar de vivir nueve años más, nunca aprendió a hablar más de cincuenta palabras.

Estos casos trágicos demuestran procesos normales del cerebro humano—los circuitos neuronales que no se utilizan no se desarrollan o son eliminados, pero aquellos que sí se usan son fortalecidos y ampliados. Esto ocurre en todo el cerebro. Por lo tanto, las actividades que, repetida y regularmente, activan la amígdala (alarma) durante la infancia fomentarán su desarrollo y perjudicarán el crecimiento de la corteza prefrontal.

Entretenimiento y el Cerebro en Desarrollo

Uno de los factores no reconocidos que contribuye al aumento del miedo y de los trastornos psiquiátricos es la alta prevalencia de entretenimiento teatral, incluida la televisión, especialmente entre los niños. El “entretenimiento teatral” se refiere a programación diseñada, mediante la simulación o actuaciones artificiales, para provocar reacciones emocionales, mientras que en su mayor parte desactiva el razonamiento crítico. Antes exploramos el desarrollo normal del cerebro. Descubrimos que durante los primeros ocho años de vida, el cerebro está ocupado eliminando conexiones sinápticas por cientos de millones. Los circuitos neuronales que se utilizan se conservan. Los que se dejan inactivos, o no se desarrollan, o son eliminados. Comprender este proceso fisiológico normal es clave para entender la devastación que la televisión teatral ha causado en el cerebro.

La programación teatral—que no debe confundirse con la programación educativa—tiene como efecto primario activar el sistema límbico mientras simultáneamente disminuye la actividad de la corteza prefrontal. El entretenimiento teatral está diseñado para provocar una respuesta emocional en la audiencia, y mientras más fuerte sea la reacción emocional, “mejor” es el programa. Estos programas buscan que rías, llores, sientas miedo, excitación, ira, irritación o frustración, mientras simultáneamente apagan tu pensamiento crítico.

Tengo algunos amigos que amaban ver la popular serie de televisión llamada 24, pero no cuando yo estaba presente porque usualmente decía algo como: “Esto es una tontería”. La trama de una temporada era más o menos así: un terrorista extranjero ingresaba ilegalmente a Estados Unidos. Él (y/o sus cómplices) lograba acceso a una base militar secreta de alta seguridad y robaba un arma nuclear junto con sus códigos de activación. Luego se infiltraba en otra instalación y robaba un misil de crucero sigiloso. Luego, en una granja remota del medio oeste, él y sus técnicos combinaban ambos elementos, programaban el misil, lo lanzaban y destruían una ciudad estadounidense—todo en un período de veinticuatro horas. Pensalo un momento.

Cuando yo desestimaba la trama como ridícula, mis amigos respondían: “No se supone que lo pienses. No se supone que razones. Se supone que suspendas la lógica.” En otras palabras, para disfrutar el programa, debía apagar mi razonamiento (la corteza prefrontal dorsolateral) y permitir que mi sistema límbico corriera sin control y experimentara la montaña rusa emocional para la que el programa fue diseñado.

La programación teatral tiene un impacto similar en la mayoría de los cerebros humanos, pero los niños entre el nacimiento y los ocho años son particularmente vulnerables debido a la gran modificación del circuito neuronal que ocurre durante este tiempo. Los estudios han demostrado que cuanto más entretenimiento teatral consumen los niños durante los primeros ocho años de vida, mayor es su riesgo de tener problemas de atención, concentración y enfoque (disfunción de la corteza prefrontal), y mayores son las tasas de violencia, comportamiento impulsivo, conductas sexuales, ansiedad y problemas de ánimo.

Tristemente, muchos padres, los medios de comunicación e incluso grupos religiosos han concluido erróneamente que este problema es exclusivamente de contenido. El viejo dicho “basura entra, basura sale” ha sido utilizado por muchos predicadores bien intencionados para desalentar contenido inapropiado. Y si bien es absolutamente apropiado evitar el mal contenido, el problema del entretenimiento teatral no es principalmente una cuestión de contenido. El problema es del desarrollo neuronal. En otras palabras, ver entretenimiento teatral con clasificación “Apta para todo público” (G-rated) igual dañará el cerebro en desarrollo.


Enlace con la Violencia

El Dr. Brandon Centerwall realizó el estudio seminal sobre este tema, publicado en el Journal of the American Medical Association en 1992. Quería determinar si había un vínculo entre ver televisión y el aumento de la violencia en la sociedad. Esto indicaría una disfunción en el circuito cerebral, ya que la agresión, la rabia y la ira surgen del sistema límbico, mientras que la corteza prefrontal ejerce autocontrol y contención. Por tanto, un aumento de violencia indicaría pérdida del control de la corteza prefrontal sobre los impulsos del sistema límbico. El Dr. Centerwall usó un indicador claro de violencia: las tasas de homicidio antes y después de la introducción de la televisión en la sociedad. Eligió tres países para su investigación: Estados Unidos, Canadá y Sudáfrica.

Estados Unidos y Canadá permitieron la introducción de la televisión en 1945, pero Sudáfrica no lo hizo hasta 1974. Canadá fue incluido porque tenía leyes estrictas de control de armas, y si las tasas de homicidio aumentaban en Estados Unidos, el Dr. Centerwall no quería que el fácil acceso a las armas restara valor al impacto del visionado televisivo. Y para evitar que las políticas racistas del apartheid en Sudáfrica sesgaran los hallazgos, solo se midieron los homicidios de blancos contra blancos.

Los resultados fueron asombrosos. Entre 1945 y 1974, tras la introducción de la televisión, las tasas de homicidio en Canadá aumentaron un 92%. En Estados Unidos, las tasas de asesinato aumentaron un 93%, pero en Sudáfrica, durante el mismo período, los homicidios entre blancos disminuyeron un 7%. Pero aquí viene lo impactante: el Dr. Centerwall examinó los homicidios entre blancos en Sudáfrica de 1974 a 1987, tras la introducción de la televisión, y sorprendentemente, las tasas de homicidio se dispararon un 130%.

¿Qué tipo de programación había en la televisión estadounidense entre 1945 y 1974? Howdy Doody, Leave It to Beaver, I Love Lucy, Car 54, Gilligan’s Island, Lassie, Rin Tin Tin, The Lone Ranger… programas como esos. ¿Qué clasificación recibirían todos esos programas? Una clasificación “Apta para todo público” (G-rated). Sin embargo, las tasas de homicidio aumentaron un 92% en Canadá y un 93% en Estados Unidos. Cuando el contenido empeoró después de 1974, las tasas de homicidio aumentaron un 130%. Si ver televisión desempeña un papel en la violencia social, parece que el contenido es un amplificador del problema, pero no su causa central.

En 2007, Frederick Zimmerman y Dimitri Christakis confirmaron que ver televisión educativa en niños mayores de dos años no empeoraba los problemas de atención, pero tanto la programación teatral no violenta como la violenta sí lo hacían.

El Problema Principal es el Desarrollo Neuronal

La sobreestimulación del sistema límbico a través del entretenimiento teatral—mientras se reduce el uso de la corteza prefrontal durante los años de desarrollo—provoca que los niños crezcan con cerebros fuera de balance. Cuando llega la adolescencia y las hormonas se disparan, el sistema límbico se inflama y las emociones se vuelven inestables. Sin cortezas prefrontales correctamente desarrolladas para procesar y contener el sistema límbico, y con centros emocionales hiperdesarrollados, estos adolescentes no solo tienen mayores riesgos de problemas de atención, sino que también es más probable que sean volátiles emocionalmente, impulsivos, agresivos, ansiosos, y que presenten promiscuidad sexual y violencia. También hay un aumento en el riesgo de consumo de alcohol y drogas ilegales como intento de calmarse químicamente.

Los videos musicales, que activan los circuitos límbicos, también se han asociado con el aumento de violencia y comportamientos destructivos. Investigaciones de Gina Wingood y otros documentaron que los adolescentes expuestos a videos de música rap tenían tres veces más probabilidades de haber golpeado a un maestro; más de 2,5 veces más probabilidades de haber sido arrestados; dos veces más probabilidades de haber tenido múltiples parejas sexuales; y más de 1,5 veces más probabilidades de haber contraído una enfermedad de transmisión sexual, usado drogas y consumido alcohol durante el período de seguimiento de doce meses. Otras investigaciones han documentado que ver videos de música pop aumentó el riesgo de consumo de alcohol en adolescentes en un 31%.


El Estrés Infantil Cambia el Cerebro

Mientras que el entretenimiento teatral impacta negativamente el desarrollo cerebral, los traumas infantiles son aún más dañinos. La Dra. Andrea Danese y su equipo siguieron a más de 800 individuos durante 32 años para determinar el impacto que el estrés infantil tiene sobre la salud mental y física. Identificaron tres medidas de estrés infantil: abuso físico o sexual evidente, negligencia y privación socioeconómica. El equipo de investigación clasificó a las personas en tres grupos: los que no tuvieron ninguno de estos eventos adversos durante la infancia, los que tuvieron uno y los que tuvieron dos o más. Luego, durante los 32 años siguientes, documentaron quiénes desarrollaban depresión, problemas metabólicos como diabetes, aumento de inflamación y mayor riesgo general de enfermedades. Los resultados demostraron que, cuanto mayor fue el estrés infantil, mayor fue la incidencia de depresión, inflamación (cuya implicancia veremos más adelante) y enfermedades metabólicas en la adultez. El estudio concluyó:
“Los niños expuestos a experiencias psicosociales adversas presentan anormalidades emocionales, inmunológicas y metabólicas duraderas que contribuyen a explicar su mayor riesgo de enfermedades relacionadas con la edad.”

Los niños criados en entornos de alto estrés, con poca atención o abuso, experimentan un sobredesarrollo de los centros del miedo y las emociones, y un subdesarrollo de los centros del juicio, el amor y la razón. Experimentan niveles más altos de hormonas del estrés durante su desarrollo, lo que resulta en mayor vulnerabilidad a diversas enfermedades crónicas, incluidas la depresión, enfermedades inflamatorias y problemas metabólicos. Debido a estos cambios cerebrales, dichas personas tienen dificultad para desarrollar empatía, compasión, confianza, amor altruista, paciencia y relaciones saludables.


Vince y el Cerebro Dañado

Este era uno de los problemas de Vince. No solo recibió malos ejemplos durante la infancia, sino que el alto nivel de estrés que experimentó causó cambios cerebrales que dificultaron aún más experimentar un amor sano y un pensamiento saludable. La amígdala hipersensible de Vince y su corteza prefrontal poco desarrollada lo llevaban a anticipar daño, desaire y rechazo incluso cuando no existía ninguna amenaza real. Por eso era excesivamente controlador, en un intento por evitar ser herido, rechazado o abandonado.

La lucha de Vince entre el amor y el miedo no es solo suya. Cada ser humano descendiente de Adán y Eva nace infectado con miedo y egoísmo: miedo al fracaso, miedo a lo que otros piensen, miedo a no conseguir ese trabajo, miedo a no conseguir esa pareja, miedo a no sacar esa nota, miedo a no ser amado, miedo a estar solo, miedo, miedo, miedo.

Según el Instituto Nacional de Salud Mental, los trastornos de ansiedad son el problema de salud mental más común en Estados Unidos, afectando al 28,8% de los adultos en algún momento de su vida—y la incidencia parece estar en aumento. Cuando el centro del miedo en el cerebro (la amígdala) se activa y no es calmado, desencadena una cascada de eventos corrosivos que destruyen nuestros cuerpos y cerebros. El sistema nervioso simpático activa la liberación de hormonas del estrés (glucocorticoides y adrenalina) y factores inflamatorios (citoquinas). Estos factores inflamatorios causan estragos en el cuerpo, aumentando enfermedades, problemas metabólicos y dolor.


Fertilizante para el Cerebro

La elevación continua de estos factores inflamatorios eventualmente afecta al cerebro, suprimiendo genes que producen proteínas llamadas factores neurotróficos. Una de estas proteínas es el factor neurotrófico derivado del cerebro (BDNF). “Derivado del cerebro” significa que el cerebro lo produce; “neurotrófico” se refiere a que hace crecer y fortalecer a las neuronas. Pensá en el BDNF como fertilizante para tus neuronas. Cuando esta proteína está disponible, las neuronas que la reciben crecen más fuertes y envían más conexiones a otras neuronas, aumentando los circuitos cerebrales. El cerebro incluso fabrica nuevas neuronas bajo la influencia de esta proteína. Con esta proteína disponible en las regiones cerebrales correctas, podemos aprender más rápido y con mayor facilidad. Cuando esta proteína (y otras similares) escasea, el cerebro deja de fabricar nuevas neuronas, y las que ya tenemos empiezan a atrofiarse y morir.

En el cerebro, las células blancas de soporte rodean a las neuronas como un traje espacial rodea a un astronauta. Así como el traje proporciona un ambiente seguro, estas células blancas rodean las neuronas, dendritas, axones y sinapsis, bañando a las neuronas en fluidos nutricionales ricos que les agradan. No solo las neuronas producen BDNF, sino que las células de soporte también lo hacen, ayudando a mantener saludables a las neuronas.

Pero el aumento persistente de los factores inflamatorios, causado por el miedo y la ansiedad crónicos, provoca varios problemas en el cerebro. Primero, dañan las células blancas que protegen y sustentan a las neuronas. Segundo, el estrés—la respuesta de lucha o huida—detiene el crecimiento al suprimir factores como el BDNF. Esto perjudica el aprendizaje y desarrollo.

La señal de estrés crónico provoca que se transmita un mensaje al ADN en las células cerebrales—tanto neuronas como células de soporte—ordenando apagar el gen que produce BDNF. Una vez que ese gen se apaga, el volumen cerebral comienza a encogerse en el hipocampo y partes de la corteza prefrontal. Estos cambios cerebrales están relacionados con trastornos como la depresión mayor.

La Buena Noticia: Neuroplasticidad

La buena noticia es que muchas regiones del cerebro siguen siendo modificables durante toda la vida, gracias a una condición llamada neuroplasticidad. Esto es particularmente cierto en la corteza prefrontal. A medida que ejercitamos circuitos neuronales saludables, estos se desarrollan, se fortalecen y se expanden. Por el contrario, el cerebro elimina los circuitos no saludables cuando los dejamos inactivos.


Los Métodos de Dios y su Aplicación Personal

Cuando se aplican los métodos de Dios para mejorar la salud cerebral y fomentar la estabilidad mental, los circuitos de la corteza prefrontal en realidad se fortalecen y, a pesar del daño previo, la sanación ocurre. Las conexiones saludables crecen y se desarrollan. Si sos una persona que ha sufrido abuso durante la infancia, o si has luchado con un sistema límbico hiperactivo que resulta en demasiada agresión, irritabilidad, impaciencia, ira, lujuria, egoísmo, miedo o inseguridad, no te desanimes. Los métodos de Dios traen sanación.

¿Y cuáles son esos métodos? Verdad, amor y libertad. Para que el tratamiento sea beneficioso, debe aplicarse; la verdad solo es beneficiosa cuando es comprendida, creída y aplicada. Por eso, examiná las tres fuentes de evidencia:

  1. Las Escrituras,
  2. Las leyes comprobables de la naturaleza,
  3. Y la experiencia.

¿Ves armonía entre esas tres fuentes, demostrando que la humanidad actualmente lucha con el miedo y el egoísmo? ¿Confirma la evidencia que la explotación egoísta es destructiva? ¿Y apoya la evidencia que los métodos de Dios son sanadores y restauradores?

Los métodos de Dios incluirían, pero no se limitarían a:

  • Adorar a un Dios de amor y rechazar conceptos de Dios que inducen miedo.
  • Meditar regularmente (al menos 15 minutos por día) en algún aspecto del carácter de amor de Dios.
  • Ser veraz y eliminar toda falsedad de la mente. Esto es particularmente importante para quienes han sufrido abuso. Los niños abusados, debido al nivel de desarrollo cerebral, interpretan erróneamente el significado del abuso e internalizan distorsiones sobre sí mismos. Las falsedades típicas incluyen: “Soy feo. Soy asqueroso. Soy sucio, repulsivo e indigno de ser amado.”
    Todas esas distorsiones deben ser reemplazadas por la verdad.
    Pensalo: si vieras a un hombre adulto abusando de un niño de seis años, ¿pensarías “qué niño tan repugnante”? ¡Jamás! Pero el niño inevitablemente se va sintiéndose terrible consigo mismo.
    Aunque los hechos históricos no se pueden cambiar, el adulto que sufrió abuso puede reevaluar ese evento pasado y aplicar la verdad: que los sentimientos horribles que una vez experimentó pertenecen al evento, no a su identidad.
    Aplicar la verdad trae sanación.
  • Vivir para dar. Buscar activamente ayudar a otros; involucrarse en algún ministerio o actividad voluntaria.
  • Establecer relaciones con personas de carácter amoroso y maduro, y cortar vínculos con relaciones destructivas o explotadoras.
  • Confiar en Dios con tu vida y con sus resultados. Elegí cumplir tus responsabilidades conocidas en armonía con tu conciencia y la voluntad de Dios, y confiá en Él con el resultado.
    Una de las mayores fuentes de preocupación y miedo es tratar de forzar que la vida salga como queremos, en lugar de simplemente elegir lo correcto en cuanto al dominio propio y confiarle a Dios el resultado.
    (Considerá a los tres jóvenes hebreos en la llanura de Dura, según el libro de Daniel. Arrodillarse ante el ídolo o no: esa era su decisión. Lo que sucedería después, no podían controlarlo.
    Pero con demasiada frecuencia, en esas circunstancias, nos enfocamos en lo que podría pasar como resultado de nuestra decisión, y entonces modificamos nuestra elección para controlar el resultado. Si estuviéramos en esa llanura, sabiendo que inclinarse era malo pero sin querer entrar al horno de fuego, ¿nos habríamos agachado a atarnos los cordones del zapato cuando sonó la música?)
  • Vivir en armonía con los protocolos físicos de diseño para la vida: dormir regularmente, beber suficiente agua, ejercitar cuerpo y mente, evitar toxinas y llevar una dieta equilibrada.
  • Cuando cometas errores, resolvé la culpa lo antes posible, perdoná a quienes te maltraten y no conserves rencores, ya que tales emociones activan la cascada inflamatoria del cuerpo.
  • Resolver el miedo, ya que el miedo no resuelto realmente destruye.

Es el amor el que sana y restaura,
pero el amor genuino solo se experimenta cuando las mentiras sobre Dios son removidas.