Podemos desafiar las leyes humanas, pero no podemos resistir las leyes naturales.
—Jules Verne
Se sentía como una sauna. El aire era denso, caliente y húmedo, ya superaba los 32 °C a las 6 a. m., y a medida que el sol subía en el cielo, la temperatura se disparaba hasta volverse insoportable. Era el verano de 1987 en Fort Polk, Luisiana, y yo estaba allí realizando mi entrenamiento básico de oficiales con el ejército de los Estados Unidos. Como parte de nuestra formación, debíamos aprender orientación terrestre básica: cómo encontrar nuestro camino, solo con un mapa y una brújula, a través de terrenos inexplorados hacia una ubicación específica dentro de un período de tiempo determinado. Teníamos que caminar kilómetros por zonas silvestres con temperaturas superiores a los 38 °C y alta humedad, todo mientras llevábamos nuestro uniforme de combate, mochila y arma.
Después de varias horas bajo ese calor, comencé a sentirme extraño. Nuestros instructores nos habían indicado beber agua en intervalos regulares. Nos habían advertido sobre el calor intenso de Luisiana y el riesgo de deshidratación. Nos habían alertado sobre las consecuencias potencialmente mortales del golpe de calor—y yo me sentía raro. Tenía calor, pero ya no sudaba. Estaba mareado, fatigado, veía borroso y tenía náuseas. De pronto comprendí que estaba en serios problemas. Estaba sufriendo un agotamiento por calor, y si no actuaba en cuestión de minutos, podría sufrir un golpe de calor e incluso morir.
Encontré unos arbustos y me arrastré bajo las ramas para refugiarme en la sombra. Mezclé unos sobres de azúcar de mi mochila con agua y preparé una solución diluida de agua con azúcar, lo cual acelera la hidratación. Y comencé a rehidratarme lentamente.
Pero, ¿por qué me sucedió esto? ¿Por qué tuve fatiga, náuseas y visión borrosa? ¿Dios me hizo esto? ¿Fue enviado un ángel desde el cielo para provocarme mareos y causar mis síntomas?
Mis instructores del entrenamiento básico nos habían dicho que bebiéramos regularmente, pero me había concentrado demasiado en la navegación y no bebí lo suficiente. Había desobedecido órdenes… ¿Estaba siendo castigado por mi desobediencia?
Tal vez pienses que mi ejemplo es ridículo, un caso extremo e irreal de la tensión entre la ley del diseño (en este caso, las leyes de salud) y las reglas impuestas. Pero millones de personas a lo largo de la historia han sufrido angustia mental, opresión psicológica y abuso espiritual como resultado de reemplazar la ley de diseño de Dios con leyes impuestas, y han llegado erróneamente a la conclusión de que los problemas de salud son castigos de un dios enojado.
Los líderes religiosos judíos en tiempos de Cristo acusaban a los que sufrían lepra de estar bajo la maldición y el castigo de Dios. Durante los siete años que van de 1346 a 1353, la peste bubónica conocida como la Muerte Negra mató entre 75 y 200 millones de personas. Si bien la mayoría de los estudiosos actuales creen que esta terrible enfermedad fue causada por una bacteria, Yersinia pestis, transmitida por pulgas, en aquella época las masas creían lo que sus líderes religiosos les decían: que estaban siendo castigados por un dios airado. Hoy en día veo con frecuencia pacientes que se preguntan por qué Dios les dio a ellos o a un ser querido cáncer, esquizofrenia u otra enfermedad incapacitante.
Las leyes de Dios son leyes de diseño. Un tipo de esas leyes son las leyes de salud. Lo que sufrí aquel verano de 1987 ocurrió simplemente porque violé las leyes de salud, y hay consecuencias dañinas por violar las leyes de Dios. Desafortunadamente, no todos ven la ley de Dios como ley de diseño. Los niños no entienden cómo está diseñada la vida. No comprenden los principios de la salud y a menudo necesitan que padres amorosos les proporcionen reglas para protegerlos hasta que crezcan. Sin embargo, demasiadas personas luchan por madurar. Algunas incluso prefieren seguir bebiendo leche.
Atrapados en la leche
La revista Time sorprendió a la nación con su portada del 20 de mayo de 2012 en la que aparecía Jamie Lynne Grumet amamantando a su hijo de tres años. Internet, la radio y la televisión estallaron con comentarios airados, sorprendidos y disgustados, mientras que solo unos pocos expresaron apoyo. Pero ¿por qué esta imagen fue tan sensacionalista? ¿Qué provocó una reacción tan intensa? Bobbi Miller, citada en un artículo de CBS News, pareció resumir la preocupación: “Hasta una vaca sabe cuándo destetar a su cría.”¹
La indignación no era contra la lactancia materna; la mayoría de las personas reconoce y apoya sus beneficios. El shock y la desaprobación se centraban en no saber cuándo es momento de dejar el pecho.
El autor de Hebreos expresa la misma desaprobación cuando los cristianos no logran destetarse de la leche espiritual. De hecho, incluso sugiere que no hacerlo impide alcanzar la justicia, es decir, madurar en la fe cristiana:
“Tenemos mucho que decir sobre este asunto, pero es difícil explicarlo, porque ustedes son lentos para entender. De hecho, a estas alturas ya deberían ser maestros, sin embargo, necesitan que alguien les vuelva a enseñar los principios elementales de la palabra de Dios. ¡Han vuelto a necesitar leche en vez de alimento sólido! El que se alimenta de leche es inexperto en la enseñanza acerca de la justicia; es como un niño de pecho. En cambio, el alimento sólido es para los adultos, para los que tienen la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo, pues han ejercitado su facultad de percepción espiritual.”
(Hebreos 5:11–14)
Dios nos llama a crecer, a madurar, a desarrollar mediante la práctica la capacidad de discernir entre el bien y el mal—es decir, a desarrollar habilidades de razonamiento crítico pensando las cosas y tomando decisiones. La vida se trata de elecciones—¿Coca regular o dietética? ¿Con cafeína o descafeinada? ¿O tal vez agua en su lugar? ¿Cuál y por qué? ¿Invitarla a salir o no? ¿Decirle que sí o no? ¿Visitar una iglesia local, ir a un viaje misionero, pagar el diezmo antes o después de impuestos? Decisiones, tantas decisiones. ¿Cómo saber cuál es la mejor?
Las decisiones pueden ser estresantes, y todos tenemos dentro de nosotros un sistema de toma de decisiones, pero ¿alguna vez notaste que algunas personas toman consistentemente mejores decisiones que otras? ¿Por qué? Porque algunos métodos para evaluar opciones y formar conclusiones son en realidad más saludables y maduros que otros.
¿Qué método usás para determinar qué está bien y qué está mal, lo bueno y lo malo (decisiones morales)? ¿Consultás a una autoridad superior—padres, maestros, líderes políticos, pastores, sacerdotes o una deidad—para que te lo digan? ¿Buscás el consenso entre tus pares, o tal vez un código de reglas o un sistema de leyes establecidas? ¿Decidís en base a lo que más probablemente te recompense o te cause menos dolor? ¿O simplemente tirás una moneda y esperás lo mejor?
Eric y las decisiones difíciles
Eric estaba en su casa el miércoles por la noche, el 16 de junio de 2010, cuando notó que su esposa, Aline, parecía estar sufriendo un ACV. Aline, enfermera, y Eric, técnico de emergencias médicas, trabajaban en el Hospital Erlanger en Chattanooga. Erlanger es el centro regional de atención de accidentes cerebrovasculares, y es bien sabido que si una persona con un ACV llega rápidamente allí, las probabilidades de revertirlo son muy altas.
La cara de Aline se estaba cayendo y su brazo estaba entumecido. Vivían a unos once kilómetros del hospital, y Eric, sabiendo que el tiempo era crítico, decidió llevar a su esposa él mismo en lugar de esperar a que enviaran una ambulancia.
La levantó, salió corriendo de la casa y la subió al auto. Mientras se dirigía rápidamente al hospital, vio el cartel de velocidad máxima: 56 km/h. Era tarde y había poco tráfico. ¿Qué debía hacer? ¿Romper la ley o respetar el límite legal de velocidad? ¿Cuál era la acción correcta?
Eric decidió acelerar. Pero luego llegó a un cruce con luz roja. ¿Qué debía hacer? ¿Esperar a que cambiara a verde o disminuir la velocidad, mirar hacia ambos lados, tocar bocina, hacer señas con las luces y, si no venía nadie, cruzar con el semáforo en rojo? ¿Qué era lo correcto?
Eric decidió pasar dos luces rojas. Sin embargo, un patrullero lo vio y lo siguió con las luces encendidas y la sirena a todo volumen. ¿Qué debía hacer? Ya estaba más allá de la mitad del camino al hospital; ¿debía detenerse y tomarse el tiempo para explicar o seguir y desobedecer la ley que dice que hay que parar cuando un policía lo indica? ¿Cuál era la acción correcta?
Eric siguió. Cuando llegó al hospital, saltó del auto, rodeó el vehículo y levantó a su esposa. El oficial le gritó que se detuviera e intentó físicamente detenerlo. ¿Qué debía hacer? ¿Obedecer al oficial o seguir cargando a su esposa al hospital? ¿Cuál era la acción correcta? Eric apartó al oficial con el hombro y llevó a su esposa a la sala de emergencias.
Eric fue arrestado y acusado de agredir a un oficial de policía, alteración del orden público, conducción temeraria, dos violaciones de señales de tránsito y registro vencido.²
¿Hizo bien o mal Eric? ¿Cómo lo sabés? Todo depende de tu nivel de desarrollo.
Siete niveles de toma de decisiones morales
Existen múltiples etapas en el desarrollo moral, es decir, en nuestra capacidad de comprender lo correcto y lo incorrecto. Al Dr. Lawrence Kohlberg se le atribuye haber sido pionero en la investigación que definió seis etapas.³ Con percepciones provenientes de la Palabra de Dios, he adaptado y ampliado su trabajo, proporcionado ejemplos bíblicos y añadido un séptimo nivel. A continuación, se presentan los siete niveles de desarrollo en nuestra capacidad para comprender lo correcto y lo incorrecto, correlacionados con evidencia bíblica:
Recompensa y castigo:
El nivel más básico para comprender si algo está bien o mal es si recibimos recompensa o castigo.
Este nivel de funcionamiento es normal en los niños pequeños y constituye un punto de partida necesario para el aprendizaje. Pero cuando un adulto opera en este nivel, algo anda muy mal. Esta es la mentalidad de esclavo: no pienses, no entiendas, solo hacé lo que dice el amo para evitar el látigo. Es el nivel de los soldados nazis que metían personas en cámaras de gas. ¿Por qué lo hacían? Porque serían castigados si no lo hacían, y creían que era correcto obedecer órdenes. Este fue Israel en la antigüedad, como esclavos en Egipto, haciendo lo que decía el amo para evitar el castigo.
En el nivel uno, un gobernante establece su derecho a gobernar mediante demostraciones de poder y venganza contra sus enemigos. Gobierna por medio de la amenaza del castigo y la esperanza de recompensa. La misericordia, o no castigar, es vista como debilidad, no como moralidad, en esta mentalidad. Las personas en este nivel ven a un Dios misericordioso como un Dios “blando” e insisten en que Dios debe usar su poder para torturar y matar a sus enemigos.
Dios se encuentra con las personas donde están. Por eso, con Israel y los egipcios, primero estableció su autoridad mediante castigos a los dioses egipcios y con milagros espectaculares para demostrar que esos dioses no eran dioses en absoluto: “Hice esto para que supieran que yo soy el SEÑOR su Dios” (Deut. 29:6).
La toma de decisiones en el nivel uno es tan primitiva que ni siquiera requiere un cerebro; la mente queda completamente de lado. Animales, plantas y bacterias evitan estímulos dolorosos y se acercan a estímulos gratificantes. Este nivel de funcionamiento no es digno de seres humanos creados a imagen de Dios. De hecho, es el objetivo de Satanás reducirnos a “seres irracionales, criaturas de instinto” (2 Ped. 2:12), operando en el nivel uno.
Intercambio de mercado:
El nivel dos de moralidad es el sistema de quid pro quo: hacés algo a cambio de algo de valor acordado. Vos me rascás la espalda y yo te rasco la tuya; la mentalidad del “hagamos un trato”.
En el desarrollo infantil normal, los niños que a menudo no tienen poder para imponer su voluntad aprenden rápidamente a hacer tratos. Este es un paso adelante positivo y saludable para los niños pequeños en transición.
Pero en un adulto, este sigue siendo un nivel inmaduro. Este fue Israel en el Sinaí, con la mentalidad de “ojo por ojo, diente por diente”, diciendo cuando se leyó la ley: “Haremos todo lo que el SEÑOR ha dicho” (Éxodo 19:8; 21:24).
En el nivel dos, la venganza es un deber moral. Este es el nivel de justicia retributiva. Aquellos que hacen el mal deben recibir una cantidad equivalente de dolor y sufrimiento. No devolver el daño es considerado inmoral. Demasiadas personas todavía toman decisiones en este nivel.
Esta comprensión del bien y el mal también se manifiesta en el evangelio de salud y prosperidad. Si hacés los rituales correctos, asistís a la iglesia adecuada o decís la oración correcta durante treinta días, entonces Dios cumple el trato dándote mejor salud, más dinero o expandiendo tu territorio. En este nivel, se trata de una simple transacción comercial con Dios: si hacés lo correcto, Dios te bendecirá; si no, no lo hará.
Este nivel requiere solo el mínimo de conciencia mental. Monos, delfines y perros operan en este nivel—hacen un truco para recibir una golosina. De nuevo, esto está bien para niños pequeños, pero no es digno de seres maduros creados a imagen de Dios.
Conformidad social:
En este nivel, lo correcto e incorrecto lo determina el consenso comunitario. Es el niño que dice: “Todos lo hacen”. Lo correcto se define por la aprobación de los pares. La venganza individual no está permitida, se prefiere el perdón, pero el castigo grupal se considera justo. Si no hay castigo grupal, se socava el orden social.
Este fue Israel antiguo cuando exigieron tener reyes. Todas las demás naciones los tenían, así que debía ser lo correcto y también los querían. También se manifestó en Israel cuando castigaban colectivamente a los que no cumplían la norma acordada. Historias recientes de familias que apedrean a sus hijas por casarse fuera de su religión o casta revelan que este nivel aún sigue en funcionamiento hoy.⁴
Este nivel tampoco requiere pensamiento, razonamiento ni uso significativo de la corteza cerebral. Muchos animales de manada funcionan así, yendo hacia donde va el grupo, incluso si es por un precipicio.
Seguir a la manada o a lo popular puede dar una sensación emocional de seguridad, pero no desarrolla a la persona como hijo o hija de Dios.
Ley y orden:
En el nivel cuatro, lo correcto y lo incorrecto lo determina un sistema codificado de reglas, jueces imparciales y castigos preestablecidos. Aquí los individuos delegan el juicio en autoridades debidamente constituidas. Lo correcto es recibir la paga o recompensa justa por el buen trabajo y el castigo prescrito por romper las reglas. Las figuras de autoridad rara vez son cuestionadas: “Debe tener razón—es el presidente, el juez, el pastor, el papa.”
Los niños en edad escolar funcionan en este nivel y encuentran seguridad y paz en las reglas. Abundan los “buchones” que no toleran a los que rompen las normas y exigen justicia, que usualmente significa castigo. El pensamiento en blanco y negro de este nivel lleva a dividirse en grupos con normas propias que desprecian a quienes no las comparten.
Este fue Israel en tiempos de Cristo—“¡Tenemos una ley!”, proclamaban los fariseos mientras querían apedrear a Jesús por sanar en sábado. Los judíos de esa época eran separatistas e intolerantes con los que no cumplían sus reglas ni rituales.
También es nuestro mundo moderno, con leyes, cortes, fiscales, jueces, jurados y castigos impuestos. La autoridad se basa en la coerción del Estado para castigar a quienes se desvían. En este nivel se necesitan fuerzas policiales que vigilen, busquen infractores y apliquen sanciones.
Este es el primer nivel que requiere algo de pensamiento, pero muy básico: adoctrinamiento y memorización de reglas. No se necesitan razones. Solo saber y obedecer.
Amor por los demás:
La moralidad del nivel cinco comprende que lo correcto es hacer lo que es mejor para los demás, reconociendo que las personas tienen valor por lo que son, independientemente de las reglas. Lo incorrecto es cuando nuestras acciones dañan objetivamente a otros.
En el nivel cinco, lo correcto no se determina por una lista de reglas, sino por lo que realmente ayuda y beneficia a otro. Se reconoce que los individuos tienen derechos inalienables como agentes morales libres.
Los afroamericanos, por ejemplo, son reconocidos con dignidad y tratados con igualdad en este nivel, a pesar de leyes como las de Jim Crow. Las circunstancias determinan qué acción es más útil al otro, y eso es lo correcto.
Los padres que aman a sus hijos pueden, en una situación, elogiarlos, abrazarlos y besarlos, y en otra gritarles con tono firme o disciplinarlos por protección. El amor motiva a sanar, proteger y promover el bienestar del amado, pero las circunstancias determinan qué acción tomar.
Jesús demostró este nivel al tocar leprosos, hablar con mujeres, socializar con publicanos, sanar en sábado y volcar mesas en el templo. Estas eran acciones de amor que violaban las leyes judías. Los fariseos, operando en el nivel cuatro o inferior, querían matarlo por romper sus reglas.
Jesús ilustró este nivel con parábolas como la del buen samaritano, que usó sus recursos para ayudar a otro ser humano ignorando la ley y las costumbres, o la del hijo pródigo, restaurado a la familia a pesar de su pecado.
Vida basada en principios:
En el nivel seis, se comprenden los principios y leyes de diseño sobre los que está construida la vida, y se elige vivir en armonía con ellos. No se actúa porque lo diga una norma, sino porque se comprende que realmente funciona así.
Las personas maduras reconocen que un gobierno puede legalizar la marihuana, pero no puede hacerla saludable. Por eso, el pensador del nivel seis decide no consumirla, aunque sea legal, porque daña el cuerpo y el cerebro.
Así, los maduros no cometen adulterio, no guardan rencor ni evaden impuestos. Comprenden que esas acciones violan el diseño de la mente, destruyen circuitos neuronales, causan culpa y vergüenza, activan circuitos de miedo, producen inflamación y dañan el cuerpo y la mente.
Jesús vivió en armonía con estos principios, revelando el carácter de amor de Dios. Después del Pentecostés, los apóstoles también vivieron así, motivados por el amor a Dios y a otros. En este nivel, se comprende que Dios dice lo correcto porque es correcto—porque así funciona realmente. No es correcto solo porque Dios lo dijo.
Amigo comprensivo de Dios:
En el nivel siete, una persona no solo ama a Dios y a los demás ni solo entiende sus principios de diseño, sino que también comprende los propósitos de Dios y elige cooperar con ellos inteligentemente. Jesús dijo a sus discípulos: “Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor. En cambio, los he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre se los he dado a conocer” (Juan 15:15).
Estas personas comprenden la verdad sobre el carácter de amor de Dios, su naturaleza, el origen del mal, la naturaleza del pecado, las armas de Satanás, el propósito original de la humanidad, la historia de la redención, la cruz y la limpieza final del universo del pecado.
Jesús operaba en este nivel, y también lo harán Su novia, los que estén listos para ser trasladados cuando Él regrese. La Escritura describe a los listos como sellados en la frente con el sello de Dios, aquellos que no aman su vida más que la muerte (Apoc. 7:1–3; 12:11). Viven con el propósito de hacer avanzar el reino de amor de Dios, usando sus métodos.
La ley del esfuerzo
Existe una diferencia entre la incapacidad de crecer, como en el caso de mi tía, y una persona que tiene la capacidad pero elige no crecer. Muchos están estancados en su crecimiento espiritual, en su capacidad de amar, simplemente por no ejercer su habilidad dada por Dios para razonar y pensar.
Jesús describe a este grupo en la parábola de los talentos, registrada en Mateo 25:14–30. Si se piensa de manera concreta, uno puede leer esta historia y concluir que se trata principalmente de dinero, inversión y de cumplir obligaciones ante un superior. Aunque esas lecciones son válidas y pueden extraerse de la parábola, se está enseñando una realidad más profunda.
Jesús es la luz que ilumina a todos, lo que significa que está dispuesto a guiarnos hacia la madurez y ayudarnos a ver la realidad tal como es. La lección más profunda de la parábola de los talentos es la revelación de la ley del esfuerzo, que es otra ley de diseño. Dios es el Creador y sus leyes son los protocolos sobre los que están construidos el cosmos y la realidad. Una de estas leyes es la ley del esfuerzo, que simplemente se expresa así: la fuerza viene por el esfuerzo. Si querés que algo se fortalezca, debés ejercitarlo; como todos saben, si no lo usás, lo perdés. Si no ejercitás un grupo muscular, una habilidad o un talento, lentamente desaparecerá.
El propietario de la parábola representa a Dios—nuestro Creador. Los siervos representan a los seres humanos. Los talentos representan las habilidades con las que nacemos: algunos con diez, otros con cinco, y otros con uno.
Cuando una persona ejercita sus habilidades, estas se fortalecen. Aquellos con talento musical que toman clases y practican, los atletas que entrenan, los matemáticos que estudian y se desafían, los artesanos—todos los que ejercen su habilidad—se vuelven más fuertes, capaces y competentes. Quienes tienen talento innato pero lo descuidan, con el tiempo lo pierden, mientras que quienes se esfuerzan no solo desarrollan lo que ya tienen, sino que descubren nuevas habilidades que antes no poseían.
La ley del esfuerzo es tan evidente que personas tan distintas como papas y escritores de ficción la reconocen:
“Toda vida exige lucha. Aquellos a quienes se les da todo se vuelven perezosos, egoístas e insensibles a los verdaderos valores de la vida. El esfuerzo y el trabajo duro que constantemente tratamos de evitar son el principal ladrillo con el que se construye la persona que somos hoy.”
—Papa Pablo VI⁵
“El talento es más barato que la sal de mesa. Lo que separa al individuo talentoso del exitoso es mucho trabajo duro.”
—Stephen King⁶
Este es el diseño de Dios (la forma en que la vida está construida para funcionar). En el cerebro se llama neuroplasticidad: la capacidad del cerebro de cambiar su estructura según el uso. Los circuitos neuronales que se usan se expanden, generan nuevas neuronas y reclutan otras; la red se vuelve más compleja cuanto más se utiliza la habilidad. Los circuitos que no se usan no se desarrollan o son podados y finalmente eliminados. Por lo tanto, no usar tus talentos lleva a perderlos.
Esto no es un castigo de Dios, como podrían sugerir quienes operan en el nivel cuatro o inferiores. No es una sanción impuesta por una autoridad que te quita un talento no usado. Es el resultado inevitable de no ejercitar una habilidad. Los que operan en los niveles seis y siete entienden el diseño de Dios y se dan cuenta de que esta pérdida es una consecuencia natural de las decisiones propias.
Debido a cómo funcionan las leyes de diseño, no se pueden saltar niveles de desarrollo. Un bebé no puede pasar de gatear a correr; primero debe aprender a caminar. De igual modo, el crecimiento a través de los niveles morales es progresivo. A medida que comprendemos y operamos en un nivel, estamos listos para avanzar al siguiente. Y la fuerza proviene del esfuerzo. Por eso, “también nos gloriamos en los sufrimientos, porque sabemos que el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza” (Rom. 5:3–4). Los levantadores de pesas saben que levantar 5 kg aumenta la fuerza muscular y permite pasar a 10, luego a 15 y más. No se puede empezar levantando 140 kg. Del mismo modo, nuestro crecimiento espiritual requiere dominar primero los niveles básicos, y con perseverancia, paso a paso, madurar en comprensión y funcionamiento en los niveles superiores.
Existe un peligro real en intentar saltar niveles. Las personas que operan en el nivel cuatro o inferior pueden oír el llamado a vivir en el nivel siete—una vida con propósito. Pero una vida con propósito es peligrosa cuando uno es inmaduro. Los que funcionan en el nivel de recompensa y castigo o en la mentalidad de “ojo por ojo” y que aspiran al nivel siete a menudo malinterpretan su propósito debido a su comprensión inmadura—y en nombre de Dios queman personas en la hoguera, disparan a médicos que practican abortos, protestan con carteles ofensivos o se convierten en terroristas suicidas. Los que están en el nivel cuatro o menos, deseosos de vivir con propósito para Dios pero aún inmaduros en su comprensión del carácter y métodos divinos, a menudo se convierten en los peores enemigos de la causa de Dios. El propósito sin principios (nivel cinco en adelante) lleva a la destrucción. Solo al rechazar la concepción de la ley como impuesta y volver a la ley de diseño podemos madurar y convertirnos en verdaderos colaboradores de Dios en el cumplimiento de sus propósitos.
Lamentablemente, en muchos cristianos el desarrollo y crecimiento ha sido obstaculizado. En el próximo capítulo, exploraremos el crecimiento espiritual normal y los factores que contribuyen al fracaso espiritual para desarrollarse.
PUNTOS CLAVE DEL CAPÍTULO 3
- Existen diferentes niveles de comprensión moral.
- El crecimiento a través de estos niveles es progresivo, y Dios nos llama a crecer y madurar.
- El crecimiento requiere esfuerzo; debemos pensar por nosotros mismos.
- Solo podemos cumplir los propósitos de Dios cuando entendemos y practicamos sus métodos y principios.