Como cualquier médico puede decirte, el paso más crucial hacia la sanación es tener el diagnóstico correcto. Si la enfermedad se identifica con precisión, es mucho más probable que se encuentre una buena solución. Por el contrario, un mal diagnóstico generalmente significa un mal resultado, sin importar cuán capacitado sea el médico.
Andrew Weil
La hipertensión —presión arterial alta— ha sido llamada el asesino silencioso. Hoy en día, es indiscutible que la hipertensión causa una serie de problemas médicos, incluyendo dolores de cabeza, accidentes cerebrovasculares, insuficiencia renal e insuficiencia cardíaca, y que finalmente conduce a una muerte prematura si no se trata. Pero los profesionales médicos no siempre se dieron cuenta de esto. De hecho, algunos médicos argumentaban que la hipertensión era un trastorno inventado que no necesitaba tratamiento en absoluto.
El mayor peligro para un hombre con presión arterial alta radica en su descubrimiento, porque entonces algún tonto seguramente intentará reducirla.
J. H. Hay, 1931¹
La hipertensión puede ser un mecanismo compensatorio importante con el que no se debería interferir, incluso si fuera seguro que pudiéramos controlarla.
Paul Dudley White, 1937²
Porque muchos profesionales médicos pensaban de esta manera, ocurrieron resultados trágicos. Consideremos el caso real de Frank.
Frank fue diagnosticado con hipertensión en 1937 a la edad de cincuenta y cuatro años. Su presión arterial era de 162/98 y fue considerada por los médicos de la época como «hipertensión leve». No se inició ningún tratamiento.
Para 1940, su presión era de 180/88. En 1941, su presión era de 188/105; se inició tratamiento con fenobarbital y masajes, y se le animó a reducir el consumo de tabaco y el trabajo. Pero su condición no mejoró.
Para 1944, su presión estaba entre 180–230/110–140, y sufrió una serie de pequeños derrames cerebrales. Esto fue seguido por síntomas clásicos de insuficiencia cardíaca, así que se le puso en una dieta baja en sal con hidroterapia y experimentó algo de mejora.
Pero para febrero de 1945, su presión era de 260/145, y el 12 de abril de 1945 se quejó de un dolor de cabeza severo con una presión arterial de 300/190. Perdió el conocimiento y murió más tarde ese día a la edad de sesenta y tres años. Quizás lo conozcas mejor como Franklin Delano Roosevelt, el trigésimo segundo presidente de los Estados Unidos.
La Guerra del Corazón
Los problemas no reconocidos pueden causar resultados devastadores. Pero es mucho peor cuando los profesionales que se supone deben identificar y tratar el problema niegan que siquiera exista. Yo sugeriría que una situación similar está ocurriendo actualmente dentro del cristianismo. Una infección de pensamiento ha echado raíces tan profundas dentro del cristianismo que muchos la aceptan como ortodoxia, sin embargo, destruye silenciosamente millones de vidas.
Esta infección de pensamiento es la vía hacia corazones corruptos y arruinados. Obstruye el poder sanador de Dios que transforma los corazones. Peor aún, en realidad endurece los corazones. Pero antes de explorar cómo esta única distorsión ha mutado en una multiplicidad de ideas que impiden que muchas personas que luchan puedan experimentar el amor que Cristo desea que tengamos, necesitamos aclarar exactamente qué es el corazón.
Cuando hablo del corazón, no me refiero a la bomba dentro de nuestro pecho que circula la sangre, ni tampoco me refiero al cerebro. En términos bíblicos, el corazón representa el yo central, el ser más íntimo y secreto, el lugar donde residen los verdaderos deseos, afectos, anhelos, creencias e identidad de una persona—los elementos centrales de la individualidad. Es nuestro carácter, compuesto por todos esos elementos, lo que nos convierte en los individuos que somos.
Así, el corazón (nuestro verdadero yo, nuestra individualidad, nuestro carácter) está involucrado en todos los aspectos de nuestra vida. Nuestros pensamientos son una expresión de nuestro verdadero yo, de lo que somos en nuestro corazón:
Jesús supo en seguida en su espíritu que esto era lo que estaban pensando en su corazón, y les dijo: “¿Por qué piensan así?” (Marcos 2:8).
De la abundancia del corazón habla la boca (Mateo 12:34 RVR1960).
Aunque nuestros pensamientos son una expresión de nuestro corazón, también influyen y cambian nuestro corazón—nuestro verdadero yo, lo que somos y lo que estamos llegando a ser:
Porque cuál es su pensamiento en su corazón, tal es él (Proverbios 23:7 RVR1960).
La humanidad desde Adán ha tenido un corazón corrupto, egoísta y lleno de miedo (sentido del yo):
El SEÑOR vio cuánta era la maldad del ser humano en la tierra, y que todos los designios de los pensamientos del corazón de ellos eran de continuo solamente al mal (Génesis 6:5).
Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? (Jeremías 17:9 RVR1960).
El plan de salvación trata de sanar el corazón, renovar el carácter y restaurar la perfección de Dios en lo más íntimo del ser. El nuevo nacimiento—transformación por Dios mediante el Espíritu Santo—ocurre en el corazón; es extirpar de nuestro ser más profundo los valores, deseos, motivos, creencias y apegos a cosas mundanas, y establecer nuestros caracteres en armonía con Dios y las cosas celestiales:
Circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón, y no endurezcáis más vuestra cerviz (Deut. 10:16).
El verdadero judío lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, por el Espíritu, no por la letra (Rom. 2:29).
Amarás al SEÑOR tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Estas palabras que hoy te mando estarán sobre tu corazón (Deut. 6:5–6).
Os daré un corazón nuevo, y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne (Ezequiel 36:26).
Nunca se aparten de ti la misericordia y la verdad; átalas a tu cuello, escríbelas en la tabla de tu corazón (Prov. 3:3).
Aunque el cerebro no es el corazón—no es el carácter—el cerebro es la plataforma sobre la cual opera el corazón (carácter). Nuestros corazones, nuestros caracteres, serían análogos al software de una computadora, que opera sobre el sustrato del hardware.
Mente, Corazón y Cerebro: ¿Cuál es la diferencia?
¿Cuál es la diferencia entre la mente, el corazón y el cerebro? A menudo estas palabras se usan indistintamente, pero no son lo mismo. El cerebro es análogo al hardware de una computadora, la máquina. Son las neuronas, la glía, los neurotransmisores y cualquier aspecto del sistema nervioso central que se puede tocar físicamente. La mente es análoga al software de una computadora, el sistema operativo y los programas. Por ejemplo, si estás leyendo este libro, tienes un “paquete de software” en inglés. El inglés (o el idioma que uno hable) no está programado en el ADN. Un neurocirujano no puede abrir el cráneo y tocar el “inglés” en alguna parte del cerebro. Si una persona nacida en Estados Unidos de padres angloparlantes es adoptada al nacer por una familia francófona que vive en Francia, ese niño crecerá con un “paquete de software” en francés. La capacidad para aprender un idioma está programada en el ADN, pero el idioma específico que se aprende no está biológicamente determinado. Se carga después del nacimiento.
Pensemos por un momento en cómo aprendiste a hablar (no a leer y escribir) tu primer idioma. Los niños comienzan automáticamente a hablar el idioma que se usa en el entorno en el que viven. De hecho, un niño no puede elegir evitar aprender ese idioma. Un niño que crece en un hogar donde se habla inglés no puede decidir aprender alemán en su lugar. El entorno es donde se origina el software y se carga en el hardware/cerebro. Pero esos sistemas de software, como nuestro idioma, están tan profundamente arraigados que, a menos que aprendamos intencionalmente uno diferente, ni siquiera podemos pensar sin usarlos.
¿Cuándo fue la última vez que te despertaste y dijiste: Hoy voy a pensar en inglés? A menos que seas bilingüe, nunca eliges usar tu idioma; siempre está ahí, siempre funcionando. Y si, como yo, hablas solo un idioma, entonces todo lo que experimentas en la vida se filtra a través de él. Cuando tus ojos perciben una planta con tronco, hojas verdes y manzanas en sus ramas, ves un árbol. No ves un baum (alemán para “árbol”). Piénsalo: el idioma que hablas, que no está programado en tu ADN, que no es parte de la estructura de tu cerebro, es tan profundamente parte de ti que todo se filtra a través de él. Sin embargo, el cerebro responde al uso de este lenguaje y crea una plataforma de hardware para cargar y mantener este software: el lenguaje.
¿Crees que el idioma es el único software que se cargó en tu mente de esta manera? Nuestras visiones espirituales, nuestros valores, nuestras brújulas morales, nuestras actitudes hacia el sexo opuesto, nuestras creencias sobre personas de otras culturas y razas, y cómo entendemos el mundo que nos rodea se cargan de la misma manera. Cuando ves un ciervo, ¿ves un animal tierno que te hace sonreír, o ves una cena? ¿Cómo procesa tu software los datos?
Nuestras mentes son más amplias y abarcadoras que nuestros corazones. Otra forma de decirlo es que nuestros corazones son parte (una subsección) de nuestras mentes, parte de nuestro software. Por ejemplo, aunque nuestro idioma específico es parte de nuestra mente y no de nuestro cerebro, nuestro idioma es una capacidad de software que nuestros corazones (individualidad) acceden y utilizan. Pero nuestro idioma no es parte de nuestro corazón (carácter). El idioma que hablamos no determina si somos temerosos o valientes, amables o crueles, egoístas o amorosos, honestos o mentirosos. El corazón es nuestro carácter, nuestra verdadera identidad, nuestro yo secreto, que no está determinado biológicamente ni programado genéticamente, sino que se desarrolla a través de la experiencia de vida y las decisiones que tomamos. Por lo tanto, nuestros corazones—nuestros caracteres—son parte del software. Todo el software en conjunto constituye la mente; solo aquella parte que contribuye a formar nuestras identidades centrales—nuestros caracteres—es parte del corazón.
A diferencia de las computadoras torpes y toscas que compramos en las tiendas, nuestros cerebros son máquinas asombrosas construidas para adaptarse y cambiar según las elecciones de la mente y los deseos del corazón. El cerebro no está preconfigurado para jugar ajedrez, leer jeroglíficos antiguos, hacer álgebra o enamorarse de una persona específica. Sin embargo, si eliges participar en cualquiera de estas actividades, el cerebro creará nuevos componentes (neuronas) y se reconectará para formar nuevas redes que te permitan aprender y volverte competente en esa tarea o establecer un vínculo con una persona en particular. Los músicos expertos comienzan desde una edad temprana a usar habilidades motoras particulares y practican esas habilidades durante miles de horas para dominar su instrumento. Estudios de imágenes cerebrales confirman que tales elecciones dan lugar a regiones cerebrales más grandes y desarrolladas que corresponden con ciertas habilidades motoras, auditivas y visuoespaciales que los cerebros de quienes no son músicos.⁴
¡Nuestro software (mente) cambia nuestro hardware (cerebro)! Esta es la función cerebral normal. Es la forma en que fuimos diseñados. Y por eso es tan crucial formar sistemas de creencias saludables: nuestras creencias importan.
Aunque somos libres de creer lo que elijamos, no todas las creencias son igualmente saludables. Una vez tuve una paciente que creía que fumar cigarrillos ayudaba a que sus pulmones funcionaran mejor. Aunque era libre de creer esto, su creencia no era tan saludable como creer que el humo del cigarrillo daña los pulmones. Desafortunadamente, muchas personas han confundido el principio moral de la libertad—dejar a los demás libres para elegir sus propias creencias espirituales—con la falsa idea de que todas las creencias espirituales son igualmente saludables. ¡No lo son! De hecho, algunas creencias espirituales son francamente perjudiciales.
Investigadores de la Universidad de Míchigan examinaron el impacto de la oración sobre la adaptación, la salud mental, el ajuste y el bienestar general tras eventos traumáticos. Encontraron que aquellos sobrevivientes de los ataques terroristas a las Torres Gemelas en Nueva York el 11 de septiembre de 2001 que oraban regularmente mostraban mejor ajuste psicológico un año después. Pero cuando examinaron a refugiados musulmanes de Kosovo y Bosnia, descubrieron que no toda oración es igualmente saludable. El 60 % de los refugiados musulmanes sufría de trastorno de estrés postraumático, y el 77 % de estos practicaban formas negativas de oración, como orar por venganza contra sus enemigos. Los refugiados musulmanes con formas positivas de oración, como extender perdón y gracia, mostraban niveles más altos de bienestar psicológico, esperanza y optimismo.⁵
Epigenética y el cerebro
El cerebro es capaz de reconectarse a sí mismo gracias a alteraciones en cómo se expresan los genes en el ADN. Estos cambios en la expresión genética ocurren en respuesta a experiencias ambientales, ya sean sustancias (comida, drogas, toxinas), ideas o relaciones. A esto se lo conoce como modificación epigenética.
Cada célula del cuerpo humano tiene los mismos cromosomas (con la excepción de personas con trastornos genéticos o cromosómicos poco frecuentes), pero las células óseas son diferentes de las células cardíacas, que son diferentes de las células de la retina, que a su vez son diferentes de las células de la piel. ¿Cómo es esto posible? En cada tipo de célula existen instrucciones distintas sobre los genes que indican qué genes deben activarse y cuáles no; este conjunto de instrucciones se conoce como epi (por encima) genética (el genoma). Aunque no podemos cambiar los genes que heredamos, sí podemos cambiar las instrucciones que están sobre esos genes, modificando así cómo se expresan. Por tanto, nuestro software altera nuestro hardware, pero dentro de las limitaciones de lo que está disponible en nuestro código genético. Una persona nacida con un gen defectuoso de distrofina (que se encuentra en el cromosoma X) desarrollará distrofia muscular—un raro trastorno recesivo ligado al cromosoma X. Ningún cambio de creencia o pensamiento hará que ese gen defectuoso se repare. Así, aunque el software puede cambiar el hardware, lo hace dentro de las limitaciones de los recursos disponibles en el genoma heredado.
Aunque el grado de cambio esté fijado dentro de ciertos límites, la capacidad de cambio es enorme. Estudios recientes han demostrado que los niños con TDAH que participan en meditación consciente experimentan una reducción de los síntomas del TDAH y una mejora en la atención y concentración.⁶ Esta mejora se ha correlacionado con cambios en la estructura cerebral y la conectividad que reducen la tasa de errores y mejoran la precisión del procesamiento.⁷
Nuestra mente—nuestras ideas preconcebidas, creencias y valores—filtra la información que recibimos y altera los resultados de lo que somos y estamos llegando a ser.
Percepción y la mente
El cerebro no toma decisiones—la mente lo hace. El cerebro tiene reacciones cableadas. Cuando una persona observa una obra de arte, el cerebro procesa las formas, colores, texturas y dimensiones, pero la mente interpreta el significado. Así, distintas personas que observan el mismo objeto (una pintura o escultura) pueden ver cosas totalmente diferentes. Un ruido fuerte activará los circuitos de alerta del cerebro provocando una reacción de sobresalto, pero la mente interpreta el evento y saca una conclusión sobre su significado—¿fue el escape de un auto o el disparo de un arma? La interpretación que hace la mente determina si uno se calma o se pone más ansioso.
Consideremos una mujer con opacidades corneales o cataratas (defectos opacos en el cristalino del ojo, el punto más alejado del cerebro en el sistema visual). A cien metros se encuentra un gran danés, pero con sus cataratas ella percibe un león y grita “¡león!”. ¿Hay algo mal en la mente de esta mujer? Si movemos el problema más atrás en el sistema visual, y tiene retinitis pigmentosa, y nuevamente percibe un león en lugar de un gran danés, ¿hay algo mal en su mente? ¿Y si tiene neuritis óptica, inflamación de los nervios que llevan la señal visual desde los ojos al cerebro, y grita “¡león!” al ver al gran danés—tiene un problema en la mente? ¿Y si tiene un tumor en la corteza occipital del cerebro y nuevamente percibe un león en lugar de un gran danés—tiene un problema en su mente?
La mente depende de la información que recibe del cerebro. Cualquier evento físico que perjudique el funcionamiento del cerebro o la calidad de la información que llega a la mente socavará la precisión de las conclusiones que la mente forma, con una cascada posterior de problemas compuestos. Si esta mujer, con problemas visuales, creyera que un león se acerca y comenzara a correr por la calle gritando a todo pulmón, ¿tendría un problema de salud mental? No, tendría un problema de percepción.
Así como un daño en el disco duro de una computadora perjudica su funcionamiento, sin importar qué tan bueno sea el software, una enfermedad física que daña el cerebro socavará la eficiencia de la mente y hará que esta forme creencias inexactas que a su vez activan ciertos circuitos cerebrales, provocando más cambios en el cerebro. Enfermedades como el Alzheimer, la esquizofrenia y el trastorno bipolar son ejemplos de trastornos originados en el cerebro (hardware) que pueden conducir a la formación de creencias falsas y pensamientos distorsionados—un software alterado.
Y debido a que el cerebro es modificable con base en las creencias, pensamientos y decisiones de la mente, las creencias erróneas retroalimentan al cerebro provocando más cambios cerebrales negativos, y pueden generarse cascadas de refuerzo negativo, que es una vía común hacia la enfermedad mental. Un ejemplo clásico de este refuerzo bilateral es el trastorno obsesivo compulsivo (TOC), en el que existen problemas cerebrales que alteran el procesamiento normal de señales y causan miedo e impulsos intensificados, lo que lleva a la formación de creencias inexactas. Estas creencias activan los circuitos de estrés del cerebro, incrementan la ansiedad y el miedo, y ocurren bucles de disfunción. Por eso, el tratamiento más eficaz para el TOC ha demostrado ser el que aborda tanto los problemas cerebrales como los patrones de pensamiento: medicación y psicoterapia.
Por el contrario, así como una computadora con hardware de última generación no funcionará bien si el software está infectado con virus, el ser humano con un cerebro sano no funcionará bien si la mente está corrompida con “virus de software”—sistemas de creencias distorsionados y no saludables.
La devastación es mucho más profunda cuando la distorsión alcanza el corazón (el carácter). Creer falsamente que un amigo murió en un accidente activará los circuitos de estrés y las cascadas inflamatorias, junto con pensamientos negativos y angustiantes—la mente se infectó con una falsedad.
Sin embargo, creer una mentira sobre uno mismo—como sucede con personas abusadas que creen mentiras como “soy fea”, “soy asqueroso”, “no valgo nada”, “no sirvo para nada”—es aún más devastador: la corrupción no está solo en la mente (creencias sobre el mundo externo), sino también en el yo central (el corazón).
Además, la corrupción en nuestro pensamiento puede y de hecho causa cambios negativos en el cerebro y el cuerpo. Patrones de pensamiento no saludables activan los circuitos de estrés del cerebro provocando cascadas inflamatorias que, si no se resuelven, dañan los receptores de insulina e incrementan el riesgo de padecer diabetes tipo 2, infartos, derrames, obesidad, colesterol alto, depresión, demencia y otros problemas de salud.
Guerra espiritual
Para tener una computadora mental eficiente, se necesita un hardware sin daños (el cerebro), un software sin corrupción (la mente, incluyendo un corazón saludable, un sentido saludable del yo que opere sobre principios saludables), y una fuente confiable de energía (el suministro de sangre de un cuerpo saludable). Poseer solo dos de los tres resulta en una computadora (persona) que no funcionará. Se requieren los tres para que el sistema esté operativo.
Comprendiendo esto, obtenemos cierta visión de lo que es la guerra espiritual. ¡Es una batalla por el sistema operativo central—el corazón!
Aunque andamos en la carne, no militamos según la carne;
porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas,
derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios,
y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo. (2 Cor. 10:3–5)
Si hay una guerra sobre argumentos, altivez, conocimiento y pensamientos, ¿dónde está el campo de batalla? En la mente. La batalla entre Cristo y Satanás es una guerra que se libra en las mentes de las criaturas inteligentes de Dios por nuestros corazones, sobre a quién vamos a confiar, a quién le entregaremos nuestro corazón. Por eso Satanás es conocido como el padre de la mentira, porque trabaja para infectar nuestras mentes—nuestro software—con ideas que corrompen su funcionamiento y, por lo tanto, obstruyen la sanación de nuestros corazones (Juan 8:44).
¡Esto, en lenguaje informático, se llama un virus!
Virus y la mente
Los seres humanos pueden tener virus de hardware. Estos son los virus físicos que escuchamos en medicina, como Zika, VIH, hepatitis A, B, C, el resfriado común o la gripe. Los virus físicos dañan el cuerpo físico y el cerebro (el hardware), y requieren soluciones físicas—medicamentos u otras intervenciones físicas. Además de los virus físicos reales, el cerebro humano (hardware) puede dañarse por prácticas no saludables (como fumar, el alcohol, una dieta poco saludable, malnutrición o traumas). Por eso las Escrituras enseñan que los maduros deben cuidar del cuerpo (el templo del Espíritu), porque el daño al cuerpo perjudica el cerebro y obstaculiza el funcionamiento de la mente, dificultando la renovación del carácter.
A diferencia del VIH, la hepatitis u otros virus físicos, los virus de software no son físicos. Son conceptos, ideas y formas de pensar que corrompen la mente, infectan el corazón—provocando miedo, duda y egoísmo—y perjudican el funcionamiento. Estos virus son más comúnmente conocidos como mentiras, distorsiones y falsedades. Piénsalo por un momento: el daño que puede ocurrir al creer una mentira—ya sea una mentira intencional, accidental (mal oída, mal entendida), o dicha por alguien que realmente cree que es verdad. Cuanto más profundamente arraigada esté la mentira, más dañina será.
La noche del 31 de enero de 2016, el gerente de un Burger King en Morro Bay, California, recibió una llamada telefónica urgente de una persona que decía ser del departamento de bomberos de la ciudad. Con tono alarmado y autoritario, el hombre explicó que se había producido una peligrosa fuga de gas metano que estaba llenando el local de Burger King con niveles letales de este gas tóxico, y que se requería acción inmediata. Le ordenó al gerente romper todas las ventanas del restaurante para ventilar los gases mortales.
Aterrorizado, el gerente ordenó de inmediato a sus empleados que rompieran las ventanas. Pero las ventanas eran difíciles de romper, así que el gerente, de forma “heroica”, estrelló su automóvil contra el ventanal, y los empleados finalmente lograron romper el resto de los cristales, “salvando” así el edificio de una devastadora explosión.
Aliviado, el gerente llamó al departamento de bomberos para informar orgullosamente su éxito y recibió una noticia perturbadora: nadie del cuerpo de bomberos había hecho esa llamada.
No fue más que una broma telefónica de alguien que fingió ser un funcionario de la ciudad. El gerente y sus empleados causaron más de 35.000 dólares en daños a su negocio—todo por una mentira.⁸
¿Qué pasaría si alguien te dijera una mentira, que tú creyeras, de que tu hermano estaba abusando de tu hija de cinco años? Solo piensa en el daño—el dolor, el sufrimiento, la angustia, el conflicto—todo por creer esa mentira.
Los circuitos de estrés se activarían, causando un aumento del ritmo cardíaco y la presión arterial. El sistema inmunológico del cuerpo lanzaría una cascada inflamatoria, se alteraría el sueño, el apetito disminuiría—quizá al punto de causar náuseas y vómitos. Probablemente experimentarías ira, miedo y otras emociones negativas, generando múltiples conflictos internos—tentaciones de atacar a tu hermano, verbal, legal o incluso físicamente. ¿Podría infectarse tu corazón con odio y deseos de venganza? ¿Podría endurecerse tu corazón por tal mentira?
Luego, considera las acciones que podrías tomar basándote en esa mentira: llamar a la policía, presentar una denuncia, hacer arrestar a tu hermano o incluso algo peor.
¿Y tu hija? ¿Sería sometida a entrevistas, evaluaciones, terapia?
Las mentiras, cuando son creídas, son devastadoras.
Lo que creemos nos cambia física, relacional, psicológica y espiritualmente.
Si entendemos que Satanás es el padre de la mentira (Juan 8:44) y que estamos en una guerra por a quién creemos que es Dios (2 Cor. 10:3–5), ¿cuál es la mentira más destructiva que ha infectado al cristianismo y ha obstruido nuestra capacidad de experimentar el amor de Dios, manteniendo así a millones en esclavitud al miedo, la violencia y los ciclos de adicción?
La respuesta: cómo se entiende la ley de Dios, lo cual impacta directamente cómo se entiende el uso del poder por parte de Dios y, en última instancia, qué clase de ser creemos que Él es.
La infección insidiosa
Cuando escuchás la palabra ley, ¿qué te viene a la mente?
He hecho esta pregunta a miles de personas, y casi todos responden con “reglas, regulaciones u ordenanzas”. Mencionan los límites de velocidad, las leyes impositivas u otras regulaciones hechas por los seres humanos.
Cuando hago una pregunta de seguimiento sobre la ley de Dios, la mayoría responde de forma similar: “las reglas de Dios, las ordenanzas de Dios, los mandamientos de Dios”.
Pero sucede algo bastante profundo cuando pregunto: “¿Qué te viene a la mente cuando digo ley de la gravedad, leyes de la salud, o leyes de la física?”
De repente, se considera una idea completamente diferente acerca de la ley de Dios.
Dios es el Creador, diseñador y constructor del universo.
Sus leyes son aquellas sobre las que está construida y funciona la estructura misma del cosmos.
La humanidad no puede crear el espacio, el tiempo, la materia, la sustancia de la vida, ni los parámetros para relaciones saludables.
Los seres humanos hacen reglas y regulaciones; Dios construye la realidad.
Los caminos de Dios son más altos que nuestros caminos (Isa. 55:9).
Cuando Dios creó Su universo, lo diseñó todo para operar en armonía con Él mismo.
Dios es amor, y Sus diseños (Sus leyes) son una expresión de Su carácter de amor (1 Juan 4:8). Las leyes de Dios son los protocolos por los cuales la vida funciona, y Pablo lo expresa con precisión:
“Porque desde la creación del mundo, las cualidades invisibles de Dios—su eterno poder y su naturaleza divina—se perciben claramente a través de lo que él creó, de modo que nadie tiene excusa.” (Rom. 1:20)
Los escritores bíblicos entendieron que Dios, como Creador, construyó el universo para operar en armonía con Él mismo.
No diseñó una realidad que estuviera en contradicción con su carácter.
Por lo tanto, la ley de diseño de Dios es una expresión de su carácter de amor:
“El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor.” (Rom. 13:10)
“Toda la ley se resume en este solo mandamiento: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo.’” (Gál. 5:14)
Como dijo Jesús, toda la ley se resume en amar a Dios y al prójimo (Mat. 22:37–40).
Este amor no es sentimentalismo ni emocionalismo; es funcional, operativo.
El amor es el elemento mismo, el código, el principio sobre el que está construida toda la realidad.
Esta sabiduría se conoce desde hace milenios:
“El que sigue la justicia y la misericordia hallará la vida.” (Prov. 21:21)
Encuentra la vida porque la vida fue diseñada para funcionar solamente según el protocolo del amor.
Sería como decirle a alguien en el desierto: “Quien encuentre agua, hallará vida.”
¿Cómo funciona una vida de amor?
Desde un punto de vista funcional, Pablo describe esta ley como amor que:
“No busca lo suyo” (1 Cor. 13:5, RVA).
o
“No es egoísta” (NVI).
Esto significa que el amor funciona según la ley de dar; es desinteresado, no egoísta.
Un ejemplo simple de esta ley en acción es la respiración.
Con cada aliento que exhalamos, entregamos dióxido de carbono (CO₂) a las plantas, y las plantas nos devuelven oxígeno.
La vida realmente está construida sobre esta ley: si querés vivir, tenés que respirar.
Este es el diseño de Dios para la vida: un ciclo perpetuo de entrega gratuita.
¡Es la ley del amor integrada en el tejido de la realidad por nuestro Dios de amor!
Pero seguís siendo un ser libre.
Podés elegir romper esta ley, este círculo de dar, atándote una bolsa de plástico a la cabeza y reteniendo egoístamente el CO₂ de tu cuerpo.
Sin embargo, si transgredís esta ley, el resultado—o salario—de esa elección rebelde es la muerte (1 Juan 3:4; Rom. 6:23).
Este diseño—esta ley de dar—es la base de todo sistema viviente: el ciclo del agua, la polinización, el ciclo del ácido cítrico, el ciclo del nitrógeno (el crecimiento de las plantas, la digestión de las plantas, la fertilización), las economías, los ecosistemas, literalmente todo lo que vive—da.
¡Y todo lo que no da—muere!
¿Cuándo fue la última vez que te despertaste por la mañana y dijiste: Uy no, otro día en el que tengo que respirar?
¿Alguna vez te levantás y te estresás por el hecho de que tenés que respirar?
No, ni siquiera lo pensás—a menos que tengas una enfermedad pulmonar grave. Solo entonces respirar se vuelve difícil, tan difícil para algunos que se necesita respiración artificial.
Estamos espiritualmente enfermos de corazón y conectados al respirador artificial del amor de Dios.
Actualmente, nos cuesta amar bien; necesitamos ayuda externa.
Pero cuando Dios hace Su voluntad en nosotros, cuando Él completa Su plan de sanar y restaurar, amar a los demás será tan natural como respirar.
Fuimos creados por Dios para ser canales de amor.
Los seres humanos fueron construidos para ser el depósito y la demostración de la ley de Dios, porque la ley del amor es una ley viva.
No puede entenderse plenamente escrita en piedra; solo puede verse realmente cuando opera en un ser viviente.
Al amar, experimentamos un aspecto infinito de la naturaleza de Dios.
Cuando se trata del amor, nuestra capacidad de crecer es ilimitada.
Pensá: ¿con cuánto de tu corazón amás a tu cónyuge?
¿Respondés: con todo mi corazón?
Entonces, ¿con cuánto de tu corazón amás a tu primer hijo? ¿Y al segundo, tercero, cuarto?
¿Y a tus padres y hermanos?
Si amás a cada persona con todo tu corazón, ¿disminuye tu amor por los demás?
No. En el amor, podemos expandirnos y crecer sin límite; ¡cuanto más amamos, más capaces somos de amar!
Dios quiere restaurar su ley de diseño de amor en nosotros para arreglar lo que está roto en nuestro interior y liberarnos del miedo y el egoísmo, para volvernos a poner en armonía con Él y restaurar su creación a la perfección.
La ley del amor no es una regla; es un protocolo de diseño integrado en el tejido de la realidad.
Dios tiene muchos de estos protocolos o leyes de diseño.
Exploraremos varios de ellos a lo largo de este libro.
Evidencia histórica
Cuando uno entiende las leyes de Dios como los protocolos de diseño sobre los que la vida está construida y funciona, uno comprende que apartarse de ellos es incompatible con la vida. Además, uno entiende que desviarse de la ley de Dios requiere que el Diseñador sane y restaure al que se desvió (al pecador) para que esté en armonía con Su diseño, porque si Él no hace nada, el resultado inevitable es la muerte.
Así es como la iglesia apostólica entendía la ley de Dios, y observá cómo vivían.
Vivían en comunidad, compartiendo lo que tenían para ayudar a los demás y confiando en Dios en cuanto a los resultados.
Rehusaban involucrarse en conflictos físicos contra Roma (el poder estatal) o contra cualquier otro grupo religioso que creyera diferente.
Amaban a los demás y morían como mártires en los coliseos de Roma, cantando himnos y alabando a Dios—y el evangelio se esparció por todo el mundo conocido en una sola generación.
Pero algo cambió en el cristianismo—¿qué?
Lo que cambió fue cómo los cristianos entendían la ley de Dios y, por lo tanto, cómo veían a Dios.
Aunque esta infección comenzó en el primer siglo, no se volvió dominante dentro del cristianismo hasta la conversión de Constantino.
En ese momento, la comprensión de la ley de Dios cambió: de ser una ley de diseño (la ley del amor) a ser funcionalmente igual a las leyes hechas por seres creados—reglas impuestas y aplicadas mediante amenazas de castigo.
Eusebio, el primer historiador de la iglesia, vivió durante el reinado de Constantino.
En el libro Iglesia y Estado desde Constantino hasta Teodosio, S. L. Greenslade resume cómo el cristianismo llegó a ver la ley de Dios:
“No hay reservas en el elogio pomposo con el que Eusebio cierra su historia,
no hay lamento por las bendiciones de la persecución,
ni temor profético por el control imperial de la Iglesia.
Su corazón está lleno de gratitud a Dios y a Constantino.
Y no solo se siente conmovido; está preparado, con una teoría,
de hecho, con una teología del Emperador cristiano.
Encuentra una correspondencia entre religión y política…
Con el Imperio Romano ha venido la monarquía en la tierra como imagen de la monarquía en el cielo.”⁹
Increíblemente, en solo unos pocos siglos, los seguidores de Jesús manso y humilde—el “Cordero de Dios”, Aquel que se negó a usar poder coercitivo contra sus enemigos, sino que lavó los pies de su traidor y perdonó a sus asesinos—llegaron a adorar a un dios que actuaba como el poder pagano que asesinó a su Salvador.
Y hasta el día de hoy, el cristianismo no se ha liberado de esta visión insidiosa y destructiva de Dios y Su ley.
Thomas Lindsay, en su libro Historia de la Reforma, no solo documenta este cambio en cómo los cristianos veían la ley de Dios, sino que también observa cómo todo el cristianismo occidental aún está infectado por esta perjudicial construcción legal impuesta:
“Los grandes hombres que construyeron la Iglesia occidental fueron casi todos abogados romanos de formación.
Tertuliano, Cipriano, Agustín, Gregorio el Grande (cuyos escritos forman el puente entre los Padres latinos y los escolásticos)
fueron todos hombres cuya educación inicial fue la de un abogado romano—
una formación que moldeó y dio forma a todo su pensamiento, ya sea teológico o eclesiástico.
Instintivamente consideraban todas las cuestiones como lo haría un gran jurista romano.
Tenían el afán del abogado por las definiciones exactas.
Tenían la idea del abogado de que el deber principal que se les imponía era hacer cumplir la obediencia a la autoridad,
ya fuera esa autoridad expresada en instituciones externas o en definiciones precisas de las formas correctas de pensar sobre las verdades espirituales.
Ninguna rama del cristianismo occidental ha podido liberarse del hechizo que estos abogados romanos del cristianismo temprano echaron sobre ella.”¹⁰
Considerá la enorme diferencia entre la ley de diseño de Dios y las reglas impuestas por los seres creados:
los gobiernos humanos pueden promulgar leyes para hacer que el tabaco sea legal;
pero nunca podrán promulgar leyes para hacer que el tabaco sea saludable.
Las leyes de Dios no pueden ser cambiadas por seres creados porque son los parámetros mismos sobre los que existe la vida.
Pero tristemente, la idea de la ley de Dios ha sido cambiada en la mente de los cristianos, y este cambio está tan profundamente arraigado como ortodoxia que la mayoría de las personas ni siquiera lo cuestionan.
La historia confirma las consecuencias devastadoras de reemplazar la ley de diseño por una ley impuesta.
El cristianismo pasó de tener creyentes mansos que vivían en comunidad y morían como mártires,
a personas violentas que marchaban en las Cruzadas con cruces bordadas en sus túnicas,
que llevaban a cabo la Inquisición bajo la dirección de sacerdotes,
y que quemaban personas en la hoguera por creer diferente—todo en el nombre de Jesús.
Sí, hay algo mal en el cristianismo.
La ley de amor de Dios—Sus protocolos de diseño sobre los cuales está construida y funciona la realidad—ha sido reemplazada por una construcción legal caída hecha por el ser humano,
y Dios ha sido falsamente presentado como un dictador castigador.
Esta idea, más que cualquier otra, está en la raíz de la impotencia del cristianismo,
de su incapacidad de conectarse con el poder de Dios para una sanación real y la transformación del corazón.
A lo largo de este libro, examinaremos cómo esta única idea ha penetrado todas las fases del cristianismo, sin importar la denominación,
y ha alterado nuestra comprensión de Dios y Sus métodos, y con demasiada frecuencia, nos ha desviado de cumplir nuestra misión para Él.
Y descubriremos la verdad que nos hará libres,
y que abrirá nuestras mentes y corazones para experimentar el verdadero poder del amor de Dios,
el cual puede transformarnos de nuevo según su diseño original—de vuelta a la perfección del amor tal como se reveló en Jesús.
PUNTOS CLAVE DEL CAPÍTULO 2
- Una infección de pensamiento ha echado raíces tan profundas dentro del cristianismo que muchos la aceptan como ortodoxia, pero destruye silenciosamente millones de vidas.
- ¿Cuál es esta infección de pensamiento?
La idea de que la ley de Dios cambió de ser una ley de diseño (ley del amor) a ser idéntica en la práctica a las leyes humanas—reglas impuestas y aplicadas mediante castigo. - La ley de amor de Dios es el principio de dar sobre el cual se construye la vida.
- La ley de amor de Dios es una ley viva y solo puede entenderse plenamente cuando opera en un ser viviente.