16. Cuando el amor arde libre

El amor es el fin último de la historia del mundo,
el Amén del universo.

Novalis

Llegará el día en que, tras haber dominado los vientos,
las mareas y la gravitación, dominaremos para Dios las energías
del Amor. Y en ese día, por segunda vez en la historia del mundo,
el hombre habrá descubierto el fuego.

Teilhard de Chardin

Tengo hambre de la verdad sobre Dios, de experimentar la plenitud de su amor, de vivir una vida de amor, de volver a su universo de amor. Miro a mi alrededor todo el dolor y el sufrimiento en el mundo y me pregunto: ¿Por qué no ha regresado Cristo? ¿Qué está esperando Dios? ¿Por qué seguimos aquí? Pero entonces repaso la historia humana, veo las noticias nocturnas y me doy cuenta de cuán poco preparado está el planeta Tierra para el amor de Dios, de cuán profundamente han penetrado las mentiras sobre Dios.

El amor no fluye donde se retienen mentiras sobre Dios. Nuestros cerebros no pueden sanar hasta que se eliminen esas mentiras. Así que Dios espera. Espera a que las buenas nuevas sobre Él sean llevadas al mundo como testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá su reino de amor. Él no quiere que nadie perezca, sino que todos sean salvos, así que nos espera a nosotros—sí, a nosotros—para que llevemos la verdad sobre Él al mundo (2 Pedro 3:9).

¿Pero lo hemos hecho? ¿Hemos llevado la verdad sobre Dios al mundo—o quizás una falsificación? En Recovering the Scandal of the Cross (Recuperando el escándalo de la cruz), Green y Baker señalan que la imagen predominante de Dios en el cristianismo, la que se ha llevado al mundo, no ha sido efectiva para convertir corazones a Cristo. Esto es lo que observan:

“Si, al menos en una medida significativa, la expiación penal sustitutiva ha sido un ‘producto cultural’ de la vida en Occidente, ¿es de sorprender que la proclamación del evangelio basada en esta teoría haya tendido a caer en oídos sordos en otros contextos sociales? Misioneros cristianos del Occidente, armados con esta afirmación central del evangelio—es decir, las buenas nuevas de que Jesús ha venido a quitar tu culpa, que Jesús fue castigado en tu lugar para que Dios pueda declararte no culpable—han informado a menudo con sorpresa al descubrir enormes poblaciones del mundo para quienes la culpa no es un problema.”¹

¿Podría ser que el Señor espere porque las buenas nuevas de su reino de amor aún no han llegado al mundo? ¿Podría ser que algunos cristianos todavía tengan conceptos de Dios que interfieren con su plan sanador?

Tal vez hayas oído hablar de Edward Fudge y sus preguntas sobre el infierno, o de las investigaciones de Rob Bell en Love Wins (El amor gana). Tal vez también oíste sobre el conflicto, la burla y la oposición que enfrentaron por buscar sinceramente respuestas sobre un tema muy difícil. Muchos luchan con reconciliar a un Dios de amor con la quema eterna en el infierno. ¿Alguna vez te has hecho preguntas sobre el infierno? ¿Qué hace realmente Dios con aquellos que rechazan su amor?

En la mayoría de las culturas, el infierno se describe como un lugar de tortura y castigo. Dentro del cristianismo, la visión más común es la de un lugar de tormento eterno, frecuentemente en llamas. Típicamente, se presenta como infligido por un dios iracundo para castigar a los pecadores no arrepentidos.

Afortunadamente, en las últimas décadas muchas voces han surgido para cuestionar tal enseñanza. En los años 90, la Iglesia Anglicana cambió su posición oficial sobre el infierno, de un lugar de tormento eterno a uno de aniquilación de los impíos, afirmando que la enseñanza del tormento eterno convierte a Dios en un “monstruo sádico.”²

Si Dios es amor, y desea que respondamos con amor, la enseñanza tradicional del infierno requiere una reevaluación seria. ¿Cómo puede Dios incitar al amor amenazando con quemar a quienes no lo aman, ya sea brevemente o por toda la eternidad? Las amenazas violan la libertad, lo cual destruye el amor e incita a la rebelión. Sin embargo, las Escrituras están llenas de referencias sobre fuego eterno y tormento de los impenitentes. ¿Cómo reconciliamos todo esto?

En este capítulo quiero explorar la pregunta: “¿Qué les sucede a los malvados impenitentes al final?” No será una revisión histórica de posturas teológicas ni una exploración de mitos culturales sobre el infierno, ni haré una exégesis bíblica versículo por versículo. En cambio, quiero ofrecer una visión que cumpla con los criterios de estudio establecidos en la introducción de este libro. Específicamente, que usemos toda la Escritura (o tantos textos como sea razonable en este capítulo), armonizándola con las leyes comprobables de Dios, la verdad sobre Dios revelada en Jesús y nuestra propia experiencia. Con este enfoque, veamos si podemos encontrar una conclusión razonable que sea consistente con el registro inspirado y fiel a las leyes comprobables de Dios y a su carácter de amor.

Fuego eterno y llama devoradora

Al buscar en mi Biblia textos sobre el fuego consumidor, leí: “Los pecadores en Sion se espantan, el temblor se ha apoderado de los hipócritas: ‘¿Quién de nosotros morará con el fuego consumidor? ¿Quién de nosotros habitará con las llamas eternas?’” (Isaías 33:14). Conozco a más de un predicador que quisiera hacerme pensar que los impíos vivirán para siempre sufriendo horriblemente en el fuego eterno. Pero seguí leyendo y me quedé totalmente perplejo. De hecho, mi mundo se puso de cabeza cuando leí la respuesta de Isaías sobre quién morará en las llamas eternas. Escucha su descripción: “El que camina en justicia, y habla lo recto; el que aborrece la ganancia de violencias, el que sacude sus manos para no recibir cohecho, el que tapa sus oídos para no oír propuestas sanguinarias, el que cierra sus ojos para no ver cosa mala” (Isaías 33:15).

Tuve que leerlo dos, tres veces. El concepto era tan extraño, tan poco divulgado, que releí el mismo pasaje en varias versiones de la Biblia. ¿Qué estaba pasando? Al principio no podía entenderlo. Estaba tan empapado en la tradición; mi mente era tan dependiente de lo que otros me habían enseñado que nunca había dejado que la Palabra de Dios me hablara directamente. Mis ideas preconcebidas me habían impedido ver la verdad. Por eso, busqué en toda la Biblia con una nueva mentalidad, permitiendo que la evidencia dentro de sus páginas formara mis conclusiones. Aún se me eriza la piel al pensar en lo que descubrí.

Descubrí que, cuando Dios le habló a Moisés desde la zarza, la zarza ardía pero no se consumía (Éxodo 3:2-4; Hechos 7:30-36). Cuando Dios descendió al monte Sinaí, su presencia fue descrita como un “fuego consumidor”, pero los elementos no se derritieron (Éxodo 24:17). Cuando se dedicó el templo de Salomón, los sacerdotes no pudieron entrar porque el resplandor del fuego glorioso de Dios era demasiado grande, pero el templo no se quemó (2 Crónicas 5:14; 7:1-3). Me pregunté: ¿qué mantenía a los sacerdotes fuera del templo? No parecía ser el calor.

Entonces leí que Lucifer, antes de su caída, caminaba entre las “piedras de fuego” de la presencia de Dios (Ezequiel 28:14, 16). Recordé los millones de ángeles viviendo en los ríos de fuego que brotan del trono de Dios (Daniel 7:9-10).

A estas alturas ya estaba entusiasmado. Seguí buscando y leí sobre Jesús, antes de su crucifixión, aún con un cuerpo sujeto a la muerte, siendo bañado en fuego, ¡y no le ocurrió daño alguno! Su ropa ni siquiera se chamuscó (Mateo 17:2). Leí en Hebreos que “nuestro Dios es fuego consumidor” (Hebreos 12:29), y recordé un pasaje en Cantares: “Fuerte como la muerte es el amor; duros como el Seol los celos; sus brasas, brasas de fuego, fuerte llama. Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos” (Cantares 8:6-7).

¿Podría ser este fuego—este fuego consumidor, purificador, inextinguible—el ardiente amor de Dios?

Y finalmente, me quedé asombrado al descubrir que, en el cielo nuevo y la nueva tierra, ni siquiera será necesario que el sol brille, porque la misma presencia de Dios proveerá toda la luz que se necesita (Apocalipsis 22:5).

Por fin lo vi. La mentira, tan largamente oculta en los rincones de mi mente, ahora se mostraba desnuda y expuesta. ¡Cuán oscurecida había estado mi mente! La mentira que Satanás nos ha impuesto, que me tuvo a mí y a millones como yo en esclavitud temerosa, es esta: el lugar al que no quieres ir, el lugar en el que no quieres estar, es el lugar de fuego eterno y llama devoradora. Pero, por asombroso que parezca, ¡ese lugar es la misma presencia de Dios! Y los justos pasarán la eternidad bañados en las llamas de su ardiente presencia.

El regreso de Cristo

Cuando Cristo regrese, no vendrá velando su gloria, sino en el esplendor completo de su ser santo, amoroso y justo—¡más brillante que el sol! Ríos de amor ardiente fluirán de Él, la tierra será bañada en su gloria (Isaías 6:3). Los justos serán transformados por los fuegos vivificantes del amor, así como Moisés fue transformado después de estar en la presencia de Dios. Descendió del monte con su rostro irradiando fuego celestial. Pero Moisés no estaba sufriendo; no tenía quemaduras de tercer grado. Ni siquiera se le chamuscaron los bigotes.

¿Qué hacía literalmente que su rostro resplandeciera como el sol? ¡Un amor increíble y asombroso!

Mientras me regocijaba en mi descubrimiento de este fuego consumidor que no hace daño, sino que es el amor ardiente de Dios, recordé la reacción de los israelitas. Cuando vieron el rostro de Moisés, retrocedieron y le suplicaron que se cubriera con un velo. No podían soportar la luz celestial (Éxodo 34:33-35).

Entonces lo entendí: el fuego del amor es doloroso solo cuando la mente no está sanada. La conciencia culpable, el corazón no regenerado que prefiere la mentira y el egoísmo no puede tolerar la luz del amor y la verdad. “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Juan 3:19).

Mi búsqueda se volvió aún más fascinante. No solo los impíos no pueden disfrutar del fuego del amor de Dios, sino que en realidad son destruidos por el resplandor de la venida de Cristo (2 Tesalonicenses 2:8). Esto me confundió al principio. ¿Cómo podía ser? ¿Cómo puede un fuego que no quema arbustos, edificios ni rostros consumir a los impíos al final? ¿Qué clase de fuego es este? Entonces lo comprendí. Este fuego cumple dos propósitos. Glorifica y protege al pueblo de Dios mientras limpia la tierra del pecado. Este fuego increíble consume total e irreversiblemente la maldad.

¿Un fuego que consume el pecado? ¿Qué es eso? El fuego que conozco es combustible, quema sustancias materiales, cosas hechas de moléculas, como nuestras casas, muebles y libros. Pero el pecado no está hecho de materia física. El pecado está hecho de ideas, pensamientos, conceptos, actitudes, creencias. En su esencia, el pecado se compone de dos elementos: mentiras (de Satanás, el padre de la mentira—Juan 8:44) y egoísmo. Los fuegos de combustión no destruyen ideas. Los fuegos que queman sustancias materiales no consumen mentiras ni egoísmo.

Entonces, ¿qué consume una mentira? ¡La verdad! ¿Y qué consume el egoísmo? ¡El amor! Y el Espíritu Santo es el Espíritu de verdad y amor. Asombrosamente, cuando el Espíritu descendió en Pentecostés, todos vieron lenguas de fuego sobre cada persona (Hechos 2:3), y sin embargo, nadie se quemó. El edificio no se incendió; su ropa no se encendió. Fueron sus corazones y mentes los que fueron tocados—purificados—por ese fuego, el fuego del amor y la verdad. Las distorsiones sobre Dios fueron eliminadas; la envidia, la contienda y el egoísmo fueron erradicados. ¡El amor volvió a arder en ellos! Tal como se había prometido, fueron bautizados con el Espíritu Santo y con fuego—el fuego del amor y la verdad (Mateo 3:11).

Sufrimiento en las llamas

Pero, si los fuegos son fuegos de verdad y amor, ¿por qué sufren los impíos cuando esos fuegos arden libremente? “Perecen por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos” (2 Tesalonicenses 2:10).

¿Qué ocurre en la mente de aquellos que rechazan la verdad y se aferran al error cuando la verdad de Dios resplandece? Lo he visto una y otra vez en mis pacientes. Sufren tormento mental, angustia del corazón y sufrimiento del alma. ¿Y qué sucede con aquellos cuyos corazones están llenos de egoísmo cuando el amor puro y sin diluir de Dios irrumpe con fuerza? “Si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuvieres sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza” (Romanos 12:20). ¿Qué sucede en la mente del no sanado cuando se encuentra cara a cara con el Amor y la Verdad puros?

Tengo muchos pacientes que, cuando eran niños, sufrieron abusos por parte de sus padres. Durante el proceso de sanación, muchos desean que sus padres simplemente reconozcan lo que hicieron, pidan perdón o, de algún modo, admitan su falta. Pero, tristemente, en general, nunca lo hacen. Les pregunto a mis pacientes: “¿Qué pasaría en la mente de tu madre o en el corazón de tu padre si reconocieran el abuso severo que te infligieron? ¿Con qué tendrían que lidiar? ¿Culpa, vergüenza, remordimiento, odio a sí mismos, disgusto, autodesprecio, dolor emocional?”

Nunca podemos evitar la verdad. Solo podemos retrasar el día en que la enfrentamos. Podemos lidiar con la verdad sobre nosotros mismos, nuestra historia, nuestro carácter, nuestros errores aquí y ahora, bajo la gracia de Dios, y experimentar perdón, sanación, restauración, regeneración y, finalmente, vida eterna. O podemos retrasar el enfrentar la verdad, postergarla, negarla, proyectarla y culpar a otros. Pero si no tratamos con la verdad ahora, algún día, cuando Cristo regrese, cada persona se enfrentará cara a cara con la verdad suprema.

¿Cómo será ese día para esa madre abusiva, para ese padre sexualmente desviado, cuando se vean en el espejo de la verdad sin diluir y se vean tal como son, sin distorsión personal, sin mentiras, solo la verdad pura? ¿Qué se sentirá tener plena conciencia de lo que sus acciones hicieron a su hijo? ¿Qué se sentirá cuando esa verdad atraviese su mente ante todo el universo?

Habrá un terrible sufrimiento en las llamas del amor de Dios, pero no como una pena infligida desde fuera. Ese sufrimiento será el tormento inevitable del alma que inflige el pecado no remediado. Cuando Moisés salió de la presencia de Dios con amor y favor en su corazón, el pueblo retrocedió buscando esconderse de su rostro; cuando Cristo venga, regresará con amor y favor, pero aquellos arraigados en las mentiras sobre Dios no podrán soportar la luz del amor y la verdad, y huirán escondiéndose de su rostro (Apocalipsis 6:15-16).

¡Cuánto debe dolerle al corazón de Dios ver a sus hijos tan atrapados en la mentira sobre Él que no puedan soportar estar en su presencia! No es de extrañar que Dios retrase su regreso, anhelando que más de sus hijos estén listos para encontrarse con Él.

Evidencia reveladora

Esto fue emocionante y desconcertante al mismo tiempo. Descubrí más evidencia bíblica que revela que el fuego de la presencia de Dios consume el pecado y no las sustancias materiales. Dios demostró que el “fuego consumidor” que destruye a los malvados no es un fuego que quema elementos físicos. En Levítico leí sobre los hijos de Aarón, quienes, como sacerdotes, ofrecieron fuego no autorizado ante el Señor:

“Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, y poniendo en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó. Y salió fuego de delante de Jehová y los consumió, y murieron delante de Jehová. […] Entonces Moisés llamó a Misael y a Elzafán, hijos de Uziel, tío de Aarón, y les dijo: ‘Acérquense y saquen a sus hermanos de delante del santuario, fuera del campamento.’ Y ellos se acercaron y los sacaron con sus túnicas fuera del campamento, como dijo Moisés.” (Levítico 10:1-2, 4-5, énfasis añadido)

El fuego del Señor los “consumió”, pero sus cuerpos no estaban carbonizados y sus túnicas permanecieron intactas. Como los hombres en el camino a Emaús, mi corazón ardía dentro de mí mientras la verdad de la Palabra de Dios atravesaba las distorsiones que por tanto tiempo se habían afianzado en mi mente (Lucas 24:32).

Dios no quiere perder a ninguno de sus hijos; por tanto, está derramando cada recurso en su arsenal celestial para restaurar su amor en nosotros. Estamos infectados de miedo y egoísmo, diseñados ahora para proteger al “número uno”. Pero Dios está preparando un pueblo que estará listo para encontrarse con Él cuando venga, listo para entrar directamente al cielo, listo para vivir en las llamas ardientes de su amor.

El amor reemplazará al egoísmo en los corazones de los redimidos. Serán transformados—como Moisés, que a los cuarenta años mató a un capataz, pero a los ochenta ofreció su vida para salvar a otros. O como Pablo, que antes del camino a Damasco usó la coerción, la tortura, el encarcelamiento y el apedreamiento para imponer su voluntad, pero que, tras caminar con Cristo, finalmente dio su vida por los demás (Romanos 9:3; 2 Corintios 7:3). De una manera muy parecida, la Biblia describe a aquellos que están listos para encontrarse con Jesús cuando aparezca, los que no temen a la muerte (Apocalipsis 12:11). El miedo y el egoísmo son reemplazados por amor puro, centrado en los demás.

El sol de justicia está saliendo. Sus rayos de amor sanador están brillando (Malaquías 4:2). Su último mensaje de verdad misericordiosa está amaneciendo. ¿Lo ves? ¿Lo amas? Pero más importante aún, ¿lo eliges? ¿Permitirás que la verdad te haga libre? ¿Aceptarás la verdad sobre Dios revelada por Jesús? ¿Permitirás que el fuego del amor de Dios te consuma mientras amas a otros más que a ti mismo?

“He aquí, os digo un misterio: no todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: ‘Sorbida es la muerte en victoria.’
¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?
¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?”
(1 Corintios 15:51-55)

“Porque el Señor mismo descenderá del cielo con aclamación, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.”
(1 Tesalonicenses 4:16-18)

¡Qué día será aquel en que el fuego del amor de Dios arda libremente!

Miles de millones serán transformados por esas llamas eternas de amor. En un abrir y cerrar de ojos, se abrirán las tumbas, los seres queridos se reunirán, los coros de ángeles cantarán.

Daniel Cicciaro y John White volverán a ser amigos.
Laura se reunirá con su madre y nunca más se separarán.
Harold reirá mientras sostiene a sus hijos en sus brazos una vez más.
Fran se regocijará al estar libre de toda enfermedad y dolor.
Desmond Doss llorará de alegría al ver que los ángeles le traen a amigos perdidos a su lado.
Y las heroicas Marian y Barbie Fisher, radiantes en amor, brillando como el sol, caminarán de la mano con Jesús junto al río de la vida.

No habrá más tristeza, ni enfermedad ni dolor. Con los ojos bien abiertos y los corazones renovados, veremos a Jesús cara a cara.

Pero miles de millones más, que prefirieron la mentira a la verdad, la oscuridad a la luz, huirán de Dios, gritando en angustia mental. Sufrirán en el corazón y serán atormentados en su alma al enfrentarse cara a cara con la verdad sobre ellos mismos, sus historias, las oportunidades rechazadas, el dolor y el sufrimiento que causaron—a la luz del amor total, la gracia y la bondad de Dios. Será un gozo triste, una limpieza verdaderamente “terrible” mientras las llamas del amor y la verdad arden libremente una vez más sobre la tierra.

Entonces, en algún momento del tiempo, el último vestigio del pecado desaparecerá. El mal y los malhechores dejarán de existir. Y después de que todos hayan perecido por las consecuencias del pecado no sanado, los fuegos de combustión se mezclarán con la gloria no velada de Dios, los elementos se derretirán con ferviente calor, y la tierra será purificada (2 Pedro 3:12). La tierra se convertirá en un caldero hirviente, un gran lago de fuego, en el que la muerte y el infierno serán completamente consumidos, y todo rastro de pecado y pecadores será totalmente erradicado (Apocalipsis 20:14). La muerte misma será destruida. ¿Y qué podría destruir la muerte? ¿No sería acaso la vida—la vida dadora, la gloria ardiente de la presencia de Dios—limpiando toda desviación del diseño de vida de Dios? Entonces la tierra será hecha nueva, el hogar eterno de los justos (2 Pedro 3:13).³

El amor, anclado en el corazón de Dios, es un hilo tejido a través del tejido de toda la creación; un filamento de energía que sostiene todas las cosas, desde el átomo más diminuto hasta el sol más grande, desde la ameba más pequeña hasta la ballena más inmensa. Muy pronto, muy pronto, el amor “arderá como llama de fuego, como llama poderosa. Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni los ríos lo ahogarán” (Cantares 8:6-7).

Él anhela regresar por ti y por mí, para reconectarnos a su círculo eterno de amor. Pero espera, no queriendo que ninguno se pierda. Espera a que tú y yo abracemos la verdad sobre Él, que seamos renovados para ser como Él en carácter, que practiquemos sus métodos de amor y que llevemos las buenas nuevas sobre Él al mundo; ¡entonces vendrá!

Si estás cansado de este mundo enfermo y egoísta, si anhelas tu hogar celestial, si deseas fervientemente reunirte con seres queridos que han partido, entonces abraza al Dios que es amor. Deja que su amor te transforme, y únete a mí en compartir esta visión sanadora de Dios con el mundo. Porque cuando el evangelio del reino de amor llegue a todo el mundo, como testimonio a todas las naciones, entonces ciertamente vendrá el fin.

La elección es tuya. Mientras tengamos poder sobre lo que creemos, lo que creemos también tiene poder sobre nosotros—poder para sanar y poder para destruir. La pregunta última es:

¿Qué crees tú sobre Dios?