11. Ampliando Nuestra Visión de Dios

El verdadero amor no surge al encontrar
a la persona perfecta, sino al aprender a ver
a una persona imperfecta perfectamente.

Jason Jordan

Un amigo pastor mío creció en una granja en la Península Superior de Michigan en la década de 1950. Era una zona rural y tranquila, con grandes distancias entre las granjas familiares, pero los vecinos eran amables y todos se conocían por su nombre. Sus vecinos más cercanos tenían varios hijos. El más joven, Bobby, tenía cinco años cuando ocurrieron los siguientes hechos.

Era común que los niños que crecían en granjas comenzaran a trabajar desde muy temprana edad. No era inusual ver a un joven de doce años conduciendo un tractor, arando los campos o entregando alimento al ganado. Pero, por lo general, los niños de cinco años no podían estar cerca del equipo agrícola.

Desde temprana edad, Bobby fue difícil. De bebé era inconsolable, de niño pequeño solía hacer berrinches con frecuencia, y de niño estaba fuera de control. Cuando se le pedía que recogiera sus juguetes, lo hacía refunfuñando o directamente no lo hacía. Frecuentemente lo sorprendían robando galletas o dulces, y a menudo tomaba juguetes que no eran suyos. Sus padres le dijeron repetidamente que nunca, jamás, jugara cerca del equipo agrícola. Incluso lo amenazaron con darle nalgadas si lo atrapaban cerca de la maquinaria peligrosa, y tuvieron que cumplir esa amenaza en más de una ocasión. Pero Bobby era un niño rebelde y desobediente.

Un día, cuando mi amigo tenía quince años, recibió la noticia mientras trabajaba en el campo de que Bobby había resultado herido. Los vecinos pedían que su familia viniera a orar por él. Bobby había estado jugando cerca del equipo agrícola y sufrió heridas graves, que amenazaban su vida. En la década de 1950, en la Península Superior de Michigan, no existía el 911 para llamar, ni helicópteros de emergencia que descendieran del cielo, ni servicios de emergencia cerca, así que la familia hizo lo único que sabía hacer. Llamaron a sus vecinos, formaron un círculo de oración alrededor de Bobby y pidieron la intervención de Dios.

Mi amigo me contó con gran detalle su vívido recuerdo de ese día. Uno por uno, vecino tras vecino oró por Bobby, con una oración que iba más o menos así: “Señor, Bobby está herido. Su vida pende de un hilo. Sabemos que puedes sanar, puedes restaurar, puedes salvar su vida. Venimos humildemente ahora a ti y pedimos, si es tu voluntad, por favor restaura a Bobby.” Oración tras oración terminaba igual: “Si es tu voluntad, que se haga tu voluntad…”

Luego fue el turno de orar de la madre de Bobby. Ella dijo simplemente:
“Dios, no me importa cuál sea tu voluntad. Si no sanas a mi hijo, nunca volveré a hablarte.”

Lo que sucedió después es historia, así que se los contaré. Bobby sobrevivió y creció para ser una carga para su familia y la comunidad. Estaba constantemente en problemas, desobedecía a sus padres y era rebelde en la escuela. Se involucró en actos vandálicos, ausentismo escolar, pequeños robos, alcohol y drogas. Robaba dinero y pertenencias a sus padres y vecinos para empeñarlas por drogas, y estuvo entrando y saliendo de la cárcel durante toda su vida.

Actualmente no tenemos el privilegio de ver con visión perfecta y eterna. No sabemos si Dios intervino para salvar a Bobby o si Bobby se recuperó por sí solo. Pero esta historia nos da la oportunidad de hacernos preguntas, explorar posibilidades, y considerar la vida desde una perspectiva más amplia.

¿Por qué estaba Bobby, a los cinco años, en una situación que amenazaba su vida? ¿Actuó Dios para poner en peligro la vida de Bobby, o fueron sus heridas consecuencia directa de sus propias acciones? ¿Es posible que Dios haya intervenido para salvar la vida de Bobby? ¿Es posible que Dios conociera el corazón de esa madre y entendiera que ella cerraría su corazón a Él si no salvaba a Bobby, y que, al no querer perderla, intervino? ¿Es posible que, si la madre hubiera confiado en Dios y orado, “Dios, no quiero perder a mi hijo, pero no conozco el futuro. No sé cómo se desarrollará la vida; no sé qué es lo mejor. Pero sí sé que tú siempre haces lo mejor. Así que, Padre, confío en ti. Por favor, sana a mi hijo si está en tu voluntad”, entonces Bobby no hubiera sobrevivido? ¿Es posible que su supervivencia no se debiera a una gran fe, sino a una falta de confianza en Dios? Si la madre hubiera confiado en Dios, ¿es posible que el Todopoderoso, sabiendo el futuro, no hubiera intervenido para salvar a Bobby y en cambio le hubiera permitido morir como consecuencia natural de sus heridas, evitando así años de sufrimiento a tantas personas, incluido el propio Bobby?

No sabemos si Dios intervino o no para salvar a Bobby, pero esta historia nos da la oportunidad de hacer una pausa y ampliar nuestra perspectiva cuando enfrentamos el dolor, el trauma y la pérdida en nuestras vidas.

Milagros y Fe

Harold era un hombre tranquilo de treinta y siete años, derivado por su oncólogo para una evaluación por posible depresión relacionada con cuestiones del final de la vida. Aunque era un hombre joven, Harold se estaba muriendo. Había sido diagnosticado varios meses antes con un cáncer de esófago agresivo y estaba recibiendo tratamiento, pero su pronóstico era malo.

Harold estaba felizmente casado y tenía tres hermosos hijos, de diez, siete y cinco años. Naturalmente, no quería morir y estaba profundamente tentado por sentimientos poderosos: miedo, tristeza profunda y desesperación. El diagnóstico de cáncer inflamó su amígdala, lo que llevó a su corteza prefrontal a rumiar pensamientos que inducen miedo. Pero Harold no quería rendirse a la desesperación, no quería ser controlado por sus emociones, y ciertamente no quería ser arrastrado al pozo de la depresión. Si esos iban a ser sus últimos días en la tierra, quería vivirlos lo más plena y productivamente posible. Por eso vino a verme.

Aunque Harold era cristiano y se presentaba con una perspectiva valiente, aún tenía dudas, seguía luchando con miedos y batallaba con la incertidumbre. ¿Cómo pudo pasarme esto a mí? ¿Qué hice para merecerlo? He sido cristiano toda mi vida. No he cometido ningún pecado realmente grave. ¿Por qué yo? Dios sabe que mis hijos me necesitan. ¿Por qué debería morir?

Harold estaba luchando por interiorizar y afrontar eficazmente la verdad. Había asistido a una ceremonia de sanación en su iglesia, una ceremonia donde fue ungido con aceite mientras el pastor y los ancianos imponían sus manos sobre él y pedían la intervención milagrosa de Dios. Eso fue dos semanas antes de nuestra cita. Pero Harold no mejoró. En sus visitas médicas de seguimiento, los médicos no encontraron ninguna mejoría; de hecho, el cáncer seguía avanzando. Esto generó aún más dudas, más miedo y más incertidumbre.

¿Por qué Dios no me sanó? Sé que puede hacerlo. Ha sanado a otros. ¿Por qué no a mí? ¿Acaso no soy salvo? ¿No soy lo suficientemente bueno? ¿Me falta fe? ¿Hay algún pecado oculto en mi vida? ¿Estoy siendo castigado? ¿Por qué no fui sanado?

Harold nunca encontraría la verdad que sanara su mente hasta que ampliara su perspectiva. Comencé contándole una experiencia que tuve años antes.

Durante mi primer año en una universidad cristiana ocurrió un evento inusual un jueves por la mañana, cuando durante la capilla, todo el alumnado se enfrentó directamente con la cuestión de la fe y los milagros. Un joven cuadripléjico, a raíz de un accidente de clavado, fue llevado a la capilla. El orador instruyó a los estudiantes diciendo que íbamos a presenciar un milagro: Dios iba a sanar a ese joven. Nos dijo a los dos mil presentes que nos arrodilláramos a orar. Nos indicó que limpiáramos nuestros corazones de todo pecado, elimináramos cualquier duda de nuestras mentes y cualquier distracción de nuestra conciencia. Luego nos dijo que oráramos para que Dios sanara milagrosamente a ese joven.

Harold escuchaba atentamente mi historia, así que continué.

El predicador y varios más rodearon al hombre paralizado, impusieron sus manos sobre él y comenzaron a orar. Nosotros, los estudiantes, oramos y oramos. Había chicas llorando por todo el auditorio. Algunos oraban en voz alta, otros espiaban hacia el escenario, esperando ver un “milagro”. Después de lo que pareció una eternidad, pero que en realidad fueron veinticinco minutos, no ocurrió ningún milagro y el joven no fue sanado.

Mirando a Harold le dije: “Muchos estudiantes quedaron impactados por este evento. Algunos lucharon con preguntas sobre su fe, sobre la oración y sobre Dios mismo. El orador sugirió que había incrédulos en el lugar, y algunos estudiantes comenzaron a sentirse culpables. ¿Vos luchaste con preguntas sobre Dios y la fe desde que se descubrió tu cáncer, desde que no fuiste sanado?”

“Sí,” dijo, “he tenido todas esas preguntas.”

“Hay una creencia no declarada en muchos grupos cristianos,” le dije: “si tenés fe, ocurren milagros; y si no ocurren milagros, es porque tu fe es débil. Pero, ¿es realmente cierto eso? ¿Es bíblica la idea de que los milagros ocurren cuando la fe es fuerte, pero no cuando es débil? ¿O es posible que esta idea esté casi 180 grados opuesta a la verdad? ¿Es posible que los milagros no ocurran para los fuertes en la fe, sino para los débiles? ¿Es posible que aquellos cuya fe es sólida no necesiten milagros, pero que los ‘bebés’ en Cristo sí necesiten señales y prodigios? ¿Es posible que los milagros ocurran a través de los fuertes en la fe, pero no para ellos, que el propósito del milagro sea para quienes tienen fe débil?”

Harold no estaba seguro. Le gustaba la dirección general de mis preguntas, pero necesitaba evidencia que le ayudara a ver la perspectiva más amplia con mayor claridad.

“¿Qué revela la Biblia?” le pregunté. “Cuando Dios llamó a Gedeón para derrotar a los madianitas, ¿pidió él milagros con el vellón porque su fe era fuerte, o porque era débil y necesitaba ánimo?”

“Necesitaba ánimo,” coincidió Harold.

“En el monte Carmelo, cayó fuego del cielo enviado por Dios y consumió el sacrificio ofrecido por Elías. ¿Fue este gran milagro para fortalecer la fe de Elías, o fue para el pueblo, cuya fe era débil?”

“El milagro fue para el pueblo que tenía fe débil.” Harold captó claramente la lección.

Entonces mencioné a Job, de quien Dios dijo que era “intachable y recto”, que “no había otro como él en la tierra” (Job 1:8). Job era un verdadero hombre de fe, sin embargo perdió toda su riqueza, su salud y a sus diez hijos. No hubo milagro que lo librara. ¿Le sucedió esta tragedia a Job porque su fe era débil, o porque era tan fuerte que Dios sabía que nada, por trágico que fuera, lo haría dejar de confiar en Él?

Avancé con otro ejemplo. “Cuando Sadrac, Mesac y Abed-nego fueron arrojados al horno de fuego, Dios intervino milagrosamente para salvar sus vidas, ¿pero con qué propósito? ¿Fue principalmente para prolongar sus vidas, o fue un medio para exponer la impotencia del ídolo de oro, revelar la verdad acerca de Dios y alcanzar a Nabucodonosor, un hombre débil en la fe? En contraste, notá la genuina y madura fe de los tres valientes que, cuando se enfrentaron a la muerte ardiente, pusieron sus vidas en manos de Dios y confiaron en Él con el resultado, sabiendo que podía salvarlos, pero permitiéndole no intervenir. Dijeron: ‘Oh Nabucodonosor, no necesitamos defendernos ante ti. Si se nos arroja al horno de fuego ardiente, el Dios al que servimos puede librarnos del horno y de tu mano, oh rey. Pero aun si no lo hace, debes saber, oh rey, que no serviremos a tus dioses ni adoraremos la imagen de oro que has erigido’” (Dan 3:16-18, énfasis añadido).

Harold reflexionaba. Las ruedas giraban. Su corteza prefrontal trabajaba, así que continué. “Considerá las vidas de los apóstoles. Dios intervino milagrosamente en muchos momentos, pero siempre como un medio para difundir el evangelio. Dios no intervino milagrosamente para salvar a estos poderosos hombres de fe—excepto Juan. ¿Se negó Dios a hacer milagros para salvar a sus apóstoles porque no tenían suficiente fe, o era su fe tan fuerte que confiaban en Dios con sus propias vidas? ¿Era su fe tan intensa que Dios no necesitaba hacer milagros para ayudarlos a mantener su confianza en Él?”

Harold asintió: “Sí, puedo ver que su fe en Dios era tan fuerte que no necesitaban un milagro para mantenerse fieles. Pero, ¿por qué no los salvó Dios simplemente porque los amaba? Yo salvaría a mi hijo de una enfermedad si pudiera. ¿Por qué no lo hace Dios?”

“Excelente pregunta,” afirmé. “Revisemos nuevamente la historia de Job, que da algo de luz sobre esta cuestión…”

“¿Dónde comienza el relato del libro de Job?” pregunté.

“En el cielo,” respondió Harold.

“Exacto, después de contarnos un poco sobre Job—de dónde es, cuántos hijos tiene, y demás—la Biblia cambia la perspectiva al cielo.” Le leí algunos versículos a Harold:

Un día vinieron a presentarse delante del SEÑOR los ángeles, y entre ellos también Satanás.
El SEÑOR preguntó a Satanás: “¿De dónde vienes?”
Satanás respondió: “De recorrer la tierra y pasearme por ella.”
Entonces el SEÑOR dijo a Satanás: “¿Has considerado a mi siervo Job? No hay nadie en la tierra como él; es intachable y recto, un hombre que teme a Dios y se aparta del mal.”
Satanás replicó: “¿Teme Job a Dios sin motivo?
¿Acaso no pusiste un cerco alrededor de él, de su familia y de todo lo que tiene?
Has bendecido la obra de sus manos y sus rebaños se han multiplicado por toda la tierra.
Pero extiende tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no te maldice en tu cara.”
El SEÑOR le respondió a Satanás: “Muy bien, todo lo que tiene está en tu poder; pero no le hagas daño a él mismo.”
Así Satanás salió de la presencia del SEÑOR.
(Job 1:6-12)

Después de leer, le pregunté a Harold qué pasaba en esa escena.

“Dios está reuniendo a sus criaturas inteligentes de todo el universo, y Satanás aparece desde el planeta Tierra.”

“Correcto,” dije. “¿Notaste lo que hizo Dios? Emitió un juicio. Declaró que Job era íntegro, justo, y algunas traducciones dicen ‘perfecto en todos sus caminos’. Entonces Satanás dice, ‘Espera un momento. Él sólo finge ser bueno, finge ser justo porque tú le pagas bien, Dios. En realidad es leal a mí, pero sabe que obtiene mejores beneficios tuyos.’ ”

“Wow, nunca lo había visto así,” exclamó Harold.

“¿Y qué hace Dios?”

“Le da permiso a Satanás para que tenga acceso a todo lo que posee Job. Sólo que no puede tocarlo a él.”

“Esto es crucial,” afirmé. “¿Restringió Dios lo que Satanás podía hacer una vez que le dio permiso? En otras palabras, ¿dijo Dios que Satanás sólo podía hacer daño, o simplemente puso a Job en manos de Satanás y Satanás podía hacer lo que quisiera, salvo matarlo?”

“Satanás podía hacer lo que quisiera, excepto matarlo.”

“¿Y qué hizo Satanás?”

“Mato a los hijos de Job con una tormenta, destruyó sus riquezas y arruinó su salud.”

“Exacto,” dije, “así aprendemos que Satanás es el destructor, no Dios. Satanás fue libre para hacer lo que quiso. Para ganar la lealtad de Job para sí mismo, pudo haber hecho que otras naciones proclamaran a Job rey y le aumentaran riqueza, territorio y poder, pero no lo hizo. ¿Por qué? Porque Satanás es el destructor, no Dios. Pero notá que en la historia los siervos reportaron que ‘el fuego de Dios’ cayó y destruyó las posesiones de Job. ¿Atacaba Dios a Job o eso ocurría por mano de Satanás?”

“Satanás lo hacía, pero Dios lo permitió. ¿Por qué permitiría Dios eso?”

“Pregunta perfecta, justo en el punto,” dije. Era hora de ampliar la perspectiva de Harold, que viera su vida desde un lugar más alto. “¿Dónde comenzó el libro de Job?” pregunté otra vez.

“En el cielo.”

“¿Y quiénes estaban presentes en esa reunión?”

“Dios, sus criaturas inteligentes y Satanás.”

“Y cuando Dios hizo un juicio sobre Job como un amigo confiable, Satanás dijo, ‘Estás equivocado, Dios. No dices la verdad. Job no es como dices. No te ama ni es fiel a ti.’ Aquí está la clave para entender lo que realmente sucede con Job: los seres inteligentes no pueden leer las intenciones secretas del corazón y mente de otros seres inteligentes. Si pudieran, ninguno de los ángeles habría sido engañado por Lucifer en primer lugar. Por lo tanto, si Satanás logra que Job maldiga a Dios, Satanás mira a todos esos seres inteligentes que observan desde el cielo y dice, ‘¿Ven? Les dije que Dios está equivocado sobre Job, y también sobre mí. ¡No pueden confiar en lo que dice Dios!’ Job era un amigo tan confiable de Dios que cuando Dios necesitaba a alguien que subiera al estrado cósmico para decir la verdad sobre Él, Job estuvo allí. Los asuntos en el libro de Job son enormes, mucho más allá del dolor y las luchas individuales de Job.

“Job amaba a Dios y estaba dispuesto a entregarse a las manos de Dios para ayudar a Dios a ganar la batalla por los corazones y mentes de sus hijos inteligentes. Y en Job 42:7-8, Dios felicita a Job dos veces por hablar ‘la verdad sobre mí.’ ¿Cuántos hijos de Dios han sido bendecidos por la historia de Job?

“Harold,” insistí, “¿Has considerado la posibilidad de que sos un amigo así de Dios? ¿Has pensado que Dios puede estar llamándote al estrado del universo para decir la verdad sobre Él? Que Dios puede estar diciendo al universo, ‘¿Han considerado a mi siervo Harold? Es intachable y recto, un hombre que teme a Dios y se aparta del mal.’ Y que Satanás está atacándote, tratando de que, como Job, le des la espalda a Dios? Ninguna cosa mala viene de Dios. Dios es la fuente de todo bien.”

Harold estaba abrumado. Nunca había considerado tal posibilidad. Era asombroso. Luchaba por comprender las implicaciones. ¿Podría ser realmente así? ¿Podrían los eventos en nuestras vidas individuales ser útiles para Dios a escala cósmica?

Le leí en voz alta 1 Corintios 4:9:
“Porque a nuestro parecer Dios ha exhibido a nosotros, los apóstoles, como en una batalla pública; como los que van a morir; espectáculo para el mundo, para ángeles y para hombres.”

“Harold,” pregunté, “¿podría Dios estar llamándote a la arena, el teatro del universo, para declarar la verdad sobre Él? A veces —pocas veces, de hecho, pero a veces— eventos trágicos y experiencias dolorosas suceden porque Satanás está atacando a los amigos de Dios, y estamos dando testimonio ante todo el universo de nuestra aceptación de la gracia de Dios y nuestra lealtad a Él.”

Continué: “Nuestra confianza en Dios no se basa en milagros sino en la realidad de quién es Dios. Dios conquista a la gente para la fe en Él por la revelación de su confiabilidad, revelada en última instancia en la vida y muerte de Jesucristo. Los milagros pueden falsificarse; la verdad revelada por Jesús no. La cuestión nunca es la capacidad de Dios para hacer milagros. La cuestión es: ¿conocemos a Dios lo suficiente como para que nuestra confianza no se tambalee cuando Él no interviene milagrosamente? La fe genuina no es tener confianza en que Dios puede hacer milagros, sino confiar en Él aun cuando Él —a nuestro parecer— no lo hace.”

Orando por un Milagro

Si, como muchos de mis pacientes, has orado por un milagro —un milagro de sanación, de liberación, de rejuvenecimiento— y Dios no ha intervenido milagrosamente, no te desalientes, no dudes de tu fe, y no caigas en la desmoralización. En cambio, amplia tu perspectiva y considera la posibilidad de que tu fe sea de tal calidad, solidez y madurez que Dios sabe que, como Job, no serás sacudido de tu confianza en Él. No importa cuál sea tu dificultad, deja que tu confianza inquebrantable en Dios brille a través de la oscuridad del opresivo asalto del pecado, y declara ante todo el universo que Dios es digno de tu confianza y que no serás removido de Él. Con intervención milagrosa o sin ella, ¡Dios es digno de tu confianza!

Así fue como Harold amplió su perspectiva. Aceptó la verdad de que la fe genuina no significa que Dios intervendrá milagrosamente. La fe genuina es confiar en que Dios no intervendrá si tiene otros propósitos para tu vida. Al principio, Harold no sabía cuál era el propósito de Dios al no sanarlo, pero su desesperación se levantó, su miedo se resolvió, sus dudas desaparecieron, aunque su cáncer permaneció.

Desde entonces, mientras iba al tratamiento, lo hacía con una sonrisa en el rostro. En lugar de centrarse en sí mismo y en su situación trágica, permitió que el amor de Dios fluyera a través de él hacia los demás. Preguntaba por las enfermeras: sus vidas, familias y luchas. Oraba con ellas, las animaba y buscaba compartir el amor de Dios dondequiera que iba. Pasaba tiempo con su familia, no en depresión, sino viviendo, amando y animándolos. Su vida se había convertido en un brillante rayo de amor divino en medio de un mundo oscuro y moribundo.

Dios no trajo el cáncer sobre Harold. Pero cuando el cáncer se desarrolló, Dios eligió no intervenir para sanarlo, porque Dios saca bien del mal cuando confiamos en Él. Antes de morir, Harold tuvo el privilegio de ver la respuesta a su pregunta, “¿Por qué yo, Señor?” Dos de sus hermanos se habían alejado de Dios algunos años antes. Eran exitosos en los negocios, ricos y acomodados, pero no tenían tiempo para Dios en sus vidas. Vivían para el mundo y Harold había estado preocupado por sus almas. Pasó años orando por ellos, por su redención, muchas veces pidiendo: “Usame, Padre, para alcanzar a mi hermano y a mi hermana para tu reino, si es tu voluntad.” Esa fue la oración que Dios respondió.

Cuando los hermanos de Harold vieron su vida desvanecerse lentamente y observaron su alegría persistente, su felicidad firme, su amor decidido por los demás, sus corazones se convirtieron. Vieron que Harold poseía algo que todo el dinero del mundo no podía comprar: paz genuina. Se dieron cuenta de que sus propias vidas eran las que necesitaban sanación. Volvieron a Dios, fueron rebautizados y dedicaron nuevamente sus vidas al Señor, y ahora son miembros fieles y activos en su iglesia. Verdaderamente, Harold había sido llamado a la arena para ser un espectáculo del amor de Dios para otros, quizás incluso para los ángeles.

Poco antes de morir, Harold me dijo:
“Dios es tan asombroso. Cuando el cáncer me atacó, Dios tomó este mal y trabajó su gracia a través de mí como camino para alcanzar a mi hermano y a mi hermana para su reino. Si eso fue lo que se necesitó para alcanzarlos, me siento privilegiado de hacerlo. Ciertamente, ‘en todas las cosas Dios trabaja para el bien de aquellos que le aman, que han sido llamados según su propósito’ [Rom 8:28]. Puede que mi vida se haya acortado varias décadas aquí en la tierra, pero si eso resulta en su salvación eterna, entonces tendré una eternidad para regocijarme con ellos y con el resto de mi familia—en un mundo libre de todo pecado, enfermedad y dolor.”

Harold ya no está con nosotros en esta tierra, pero su testimonio permanece, su memoria permanece, y la lección que nos dio permanece. Al dar un paso atrás y tomar una visión más amplia, Harold pudo trabajar con Dios para sacar bien del mal. Es cuando dejamos de huir del miedo, abrazamos la verdad y amamos a los demás más que a nosotros mismos que el amor sanador de Dios vence el mal y produce el bien.