Doy una clase llamada La Dinámica de la Vida Cristiana. Un día un estudiante preguntó:
—¿Sería posible reprobar esta clase y aun así ir al cielo?
Otro estudiante invirtió la pregunta y dijo:
—¿Sería posible sacar un diez en esta clase e ir al otro lugar?
Tuve oportunidad de reflexionar sobre estas preguntas un día. Un estudiante que había tomado la clase y había sacado un diez fue a vivir con algunos feligreses míos. No parecía considerar necesario pagar su alquiler. Cuando los miembros de mi iglesia decidieron que ya era hora de que el estudiante buscara otro alojamiento, este tomó varios objetos caros de la casa y se mudó a otro estado.
Cuando escuché la historia, pregunté a las personas qué estaban haciendo para llevar al estudiante ante la justicia. Dijeron:
—Nada. ¿Qué se puede hacer cuando alguien se ha mudado de estado?
Estaba tan molesto con la situación que pensé que tal vez podría escribirle a este estudiante y decirle que, a menos que reparara la situación, cambiaría su calificación de diez a cero. ¡Tal vez eso ayudaría!
Jesús contó una historia sobre el reino que es similar a este episodio:
“Por eso el reino de los cielos se parece a un rey que quiso arreglar cuentas con sus siervos. Al comenzar a hacerlo, se le presentó uno que le debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que él, su esposa, sus hijos y todo lo que tenía fueran vendidos para saldar la deuda.
El siervo se postró ante él. ‘Ten paciencia conmigo’, le rogó, ‘¡y te lo pagaré todo!’
El señor se compadeció de su siervo, le perdonó la deuda y lo dejó en libertad.Pero al salir, aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros que le debía cien denarios. Lo agarró y comenzó a ahogarlo. ‘¡Págame lo que me debes!’, le exigió.
Su compañero se postró ante él. ‘Ten paciencia conmigo’, le rogó, ‘¡y te lo pagaré!’
Pero él se negó. Más bien, fue y lo hizo encarcelar hasta que pagara la deuda.Cuando los demás siervos vieron lo ocurrido, se entristecieron mucho y fueron a contarle a su señor todo lo que había sucedido.
Entonces el señor mandó llamar al siervo. ‘¡Siervo malvado!’, le increpó. ‘Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haberte compadecido de tu compañero, así como yo me compadecí de ti?’
Y enojado, su señor lo entregó a los carceleros para que lo torturaran hasta que pagara todo lo que debía.
Así también mi Padre celestial los tratará a ustedes, a menos que cada uno perdone de corazón a su hermano” (Mateo 18:23-35).
¿ES CONFIABLE ESTE REY?
¿Estarías dispuesto a confiar en este rey? ¿Crees que es un buen rey? Puede que digas:
—Depende de quién soy yo en la historia.
Está bien. ¿Quién eres tú en la historia?
Si eres el que fue al rey a contarle sobre el siervo sin compasión, entonces eres una persona de acción, como el rey. Él resolvió el problema de inmediato.
Si eres el hombre que debía los cien denarios, también eres como el rey. Te alegra ver a tu agresor tras las rejas. Piensas que el rey es justo y equitativo.
Pero si eres el que debía los diez mil talentos y pensabas que habías escapado de la prisión, probablemente no estás muy contento con el rey, ¿verdad?
Y luego Jesús dice: “Así hará mi Padre celestial con ustedes”. Suena como un Dios bastante severo, con fuego y azufre, ¿no es así? ¿Te gustaría que un rey así te entregara a los verdugos?
Esta es una parábola difícil. El significado no está en la superficie. Pero al intentar comprenderla, retrocedamos dos versículos para ver lo que precede. Pedro y Jesús estaban hablando:
“Pedro se acercó a Jesús y le preguntó:
‘Señor, ¿cuántas veces debo perdonar a mi hermano que peca contra mí? ¿Hasta siete veces?’”
¿No te cae bien Pedro? Siempre estaba al frente, ¡abriendo la boca antes de saber qué iba a decir! Pensó que esta vez había tenido una buena idea. Los fariseos limitaban el perdón a tres veces, como un juego de pelota: tres strikes y estás fuera. Pedro duplicó ese número y le sumó uno por si acaso: siete, el número perfecto. Y estaba listo para que Jesús le respondiera:
—¡Qué bendición, Pedro, qué hermoso pensamiento!
Pero en cambio, Jesús le sugirió multiplicar siete por setenta.
Obviamente, estaba recomendando un perdón ilimitado. Entonces Jesús cuenta la historia de un hombre que debía el equivalente a 20 millones de dólares.
Se le perdonó, pero se negó a perdonar a otro hombre que le debía unos 30 dólares. Así que el rey encarcela al deudor perdonado. Y Jesús dice: “Así es mi Padre”.
Parece incongruente, ¿no? Pero examinémoslo más de cerca y tratemos de encontrar la verdad que Jesús quería presentar.
EL DRAMA EN TRES PARTES
Esta historia se desarrolla en tres actos. Veamos cada uno por separado:
Parte I – La Deuda de 20 Millones
Este hombre debía 20 millones de dólares, y Jesús dijo que no tenía con qué pagar. ¡Por supuesto que no! ¿Cuántos de nosotros podríamos pagar tal suma?
Pero el hombre no se daba cuenta de su condición desesperada. Cayó de rodillas ante el rey, suplicando:
—Ten paciencia conmigo, ¡y te lo pagaré todo!
Ahora bien, o era un necio, o intentaba engañar al rey. Finge rendir culto al rey, pero en realidad se adoraba a sí mismo. Creía que, de algún modo, era lo suficientemente grande como para pagar su deuda. Y en esta parábola, que en realidad trata sobre la salvación, el hombre no reconoce ni la magnitud de su deuda ni su incapacidad para saldarla.
¿Estás endeudado? No hablo de la hipoteca, el auto o las facturas. El apóstol Pablo lo expresó así en Romanos 1: “Soy deudor”. Hablaba de la deuda que tenemos con Jesús, una deuda que nunca podremos pagar.
Cuando nos presentamos ante el Rey, ¡qué tontos seríamos si dijéramos: “Ten paciencia y te lo pagaré”! No podemos pagar. Estamos en deuda con Jesús y no tenemos ni un centavo para aportar a nuestra cuenta.
Al hombre en la parábola se le ofrece el perdón. El rey lo perdona. Pero hay algo importante que debemos notar: el perdón es una calle de doble sentido. Para ser perdonados, debemos aceptar el perdón ofrecido. El ofrecimiento no es suficiente.
En la historia legal, ha habido ocasiones en que a una persona se le otorgó un indulto y esta lo rechazó. La primera vez que ocurrió, las autoridades tuvieron que deliberar cómo proceder. Concluyeron que si alguien rechaza un perdón, entonces no ha sido perdonado. ¡Así de simple!
¿Cómo sabemos que el hombre de la parábola no aceptó el perdón? Por su reacción. ¿Cómo reaccionarías si alguien viniera hoy y te dijera: “Todas tus deudas han sido canceladas desde ahora mismo. Ya no debes nada”? ¿Te marcharías sin siquiera dar las gracias? La historia muestra que el hombre ni siquiera hizo eso. Simplemente se fue.
Parte II – La Deuda de 30 Dólares
Lo primero que hizo el deudor perdonado, en lugar de caer a los pies del rey en gratitud, fue salir y atrapar a un compañero que le debía 30 dólares. Lo amenazó, y aunque este compañero le hizo la misma súplica que él había hecho al rey, su corazón no se enterneció. Lo hizo encarcelar.
¿Por qué hizo esto? Tal vez por simple codicia: aunque se alegraba de que le hubieran perdonado 20 millones, pensó que podría conseguir unos pesos para celebrarlo. Pero hay otra posibilidad: si no había aceptado realmente el perdón del rey, quizá planeaba reunir dinero para saldar la deuda por su cuenta. Tal vez no le gustaba la caridad. Tal vez no quería deberle nada al rey. Tal vez no quería vivir con la sensación de deberle algo a nadie.
¡Le esperaba un invierno largo si planeaba pagar una deuda de 20 millones en cuotas de 30! La proporción de las deudas era de varios cientos de miles a uno.
Pero sea cual fuere su motivo, una cosa es clara:
No trató a su compañero como el rey lo había tratado a él.
Parte III – ¡Ahora Está en la Cárcel!
En muchas escuelas, y quizá en el mundo entero, existe un código de no delatar. Los jóvenes tienen un fuerte código ético: no chismear, no soplar, no “buchonear”, como sea que lo llamen. ¡Y todos esos términos tienen connotación negativa! Acusar a otro se considera casi un pecado imperdonable.
Pero el código de ética en el tribunal de este rey era distinto. O tal vez hay cosas tan graves que no se pueden callar. Algunos siervos fueron y contaron al rey lo que pasó, y el rey se enojó. Llamó al hombre, lo sentenció a prisión y lo entregó a los verdugos (el diablo y sus ángeles) hasta que pagara su deuda.
Hoy hay personas que no quieren un Dios que se enoje.
Pero este rey se enojó. No quieren un Dios que actúe en juicio. Pero este rey lo hizo. No solo permitió que el hombre sufriera las consecuencias: se aseguró de que las enfrentara. Y dice que estaría en prisión hasta pagar toda su deuda. Eso iba a tomar un buen tiempo, ¿no?
¡Qué historia tan extraña!
CONTRASTE ENTRE LOS DOS REINOS
Algo que podemos aprender es que existen dos reinos: el de los cielos y el de este mundo. Y su funcionamiento es radicalmente distinto.
En el reino de este mundo, obtienes lo que mereces, y mereces lo que obtienes. Todo es por mérito. Poco sabemos de perdón, regalos y misericordia en este mundo en que vivimos.
Y cuando las personas descubren que el reino de los cielos funciona por gracia, sin mérito, sin crédito, les cuesta comprenderlo.
En el reino de los cielos, somos perdonados libremente, y, a la vez, debemos perdonar libremente. No hay perdón para el que no perdona a otros.
Pero eso plantea una pregunta:
¿Es nuestra disposición a perdonar lo que hace que Dios nos perdone?
En el Padre Nuestro leemos: “Perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. No dice: “Perdónanos porque perdonamos”.
¿Te ayuda eso a entender la historia? ¿O te cuesta la diferencia entre “porque” y “así como”?
Veamos dos posibles interpretaciones. Parece haber dos opciones para explicar cómo alguien que fue perdonado luego se vuelve implacable.
- Nunca aceptó el perdón en primer lugar. El perdón requiere dos partes. Si una relación está rota (con otros o con Dios), ambas partes deben querer reconciliarse. Si no, no hay reconciliación.
¿Has ofrecido perdón alguna vez y te lo han rechazado? Aunque tengas razón, la relación muere.
Jesús, al morir, hizo posible ofrecer perdón a todos, sin importar quiénes somos. Podemos ser perdonados. No importa si debemos 20 millones o 30 dólares. Pero eso no vale nada si no lo aceptamos. Si no aceptamos el perdón del Rey, el juicio y la prisión son inevitables.
No creo que este hombre haya aceptado el perdón del rey. No mostró agradecimiento, parecía querer seguir pagando la deuda, y no entendía lo que era el perdón, como lo demostró con su compañero.
- Es posible que haya sido perdonado, pero luego se volvió implacable.
Quizá recibió el perdón, pero después se apartó del amor perdonador de Dios. Se desconectó de Dios y volvió a su antigua condición.
Si bastara con aceptar el perdón una vez para ser perdonador para siempre, no haría falta la advertencia de esta historia (y del Padre Nuestro).
A esto lo llamamos el principio de “mientras tanto”. Mientras estemos conectados a Dios, el pecado no tiene poder sobre nosotros. Pero si nos desconectamos, volvemos a estar como antes.
La religión de Cristo se basa en relación, no comportamiento. Si venimos a Él, perdona todos nuestros pecados. Pero si nos alejamos, todo nuestro buen comportamiento pasado pierde valor (Ezequiel 3:20 lo dice).
La verdad es simple:
Si estamos en Cristo, seremos perdonadores.
Si no, no lo seremos.
El espíritu implacable no es la causa, sino el resultado de habernos apartado de Dios.
Esto está implícito en el pasaje:
No basta con actuar como si perdonamos. ¿Qué dice el texto?
“Esto hará mi Padre con ustedes, a menos que perdonen de corazón a su hermano”.
La única manera de perdonar de corazón es si nuestro corazón ha sido quebrantado y transformado por el Espíritu de Dios. No es algo que podamos producir. No es algo que le ofrecemos a Dios, sino algo que Él nos ofrece a nosotros.
Y lo tenemos, mientras lo aceptemos.
¿Todavía te incomoda el rey airado?
Recuerda: no dice con quién estaba enojado, solo que estaba enojado, presumiblemente con el siervo sin compasión.
Pero hay otra forma de ver su ira:
Dios siempre ha estado airado contra el pecado. Lo odia, ¿verdad?
Está siempre enojado con el engaño que lleva a sus criaturas a separarse de Él y morir. ¿No quieres que Dios se enoje con eso?
Pero aún puedes ver a un Dios que se ahoga en lágrimas al considerar a quien se ha alejado. Está eternamente comprometido con darnos libertad para elegir. Pero nunca comprenderemos el dolor que siente cada vez que uno de Sus hijos rechaza Su perdón y reconciliación.
No podemos pagar la deuda que le debemos a Dios.
No podemos pagar ni un centavo.
Solo podemos postrarnos y decir:
“Jesús lo pagó todo; todo a Él le debo”.
Y la deuda de amor que tenemos con Él es tan grande como la eternidad misma.