Jesús contó algunas historias extrañas. Recientemente descubrí que ya usé todas las buenas, así que he estado tratando de entender las difíciles. Es emocionante encontrar cosas valiosas en las historias difíciles y descubrir que Jesús realmente no desperdició palabras, ni siquiera en la historia del rico y Lázaro.
A primera vista, uno se pregunta por qué tuvo que soltarnos esta historia. ¡Quiero decir, quién necesita la historia del rico y Lázaro, que hace que las condiciones en la otra vida sean aún más complejas! ¿Acaso Jesús no se dio cuenta de lo confusa que iba a ser esta historia? ¿Qué está diciendo en Lucas 16? Realmente no quería sacar este tema, pero hay algo en esa voz interior que sigue insistiendo: “Adelante, debe haber alguien allá afuera que necesite esto.”
Algunas personas dicen que esta historia es una parábola. La Biblia no dice que lo sea. La mayoría de las parábolas comienzan con las palabras: “Les habló una parábola…” Esta no empieza así. Pero eso en realidad no marca mucha diferencia: casi todos están de acuerdo en que la historia del hijo pródigo es una parábola, y comienza de la misma manera que esta. Cuando Jesús comenzó la parábola del hijo pródigo, dijo: “Un hombre tenía dos hijos” (Lucas 15:11), y fue directo al relato. Y al comenzar la historia del rico y Lázaro, dijo: “Había un hombre rico…” (Lucas 16:19).
¡Qué forma de comenzar! ¿Te gustaría que eso dijera tu epitafio? “Era rico.” ¡Qué gran mérito! La mayoría de las veces, cuando escribimos un obituario o una lápida, decimos: “Fue bondadoso” o “Fue generosa”, o algo por el estilo. Pero “Era rico”… ese es un obituario bastante triste. Eso es casi todo lo que se podía decir de este hombre, porque, al parecer, eso era todo lo que le importaba en la vida.
La historia dice así:
“Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez. Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a su puerta, lleno de llagas, y deseando saciarse con las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas.
Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado. Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno.
Entonces él, dando voces, dijo: ‘Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama’.
Pero Abraham le dijo: ‘Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado. Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quieran pasar de aquí a vosotros no pueden, ni de allá pasar acá.’
Entonces le dijo: ‘Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre (porque tengo cinco hermanos), para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento.’
Y Abraham le dijo: ‘A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos.’
Él entonces dijo: ‘No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán.’
Mas Abraham le dijo: ‘Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos.’” (Lucas 16:19-31)
Bueno, ¿cuál es la lección? ¿Cuál es la clave de esta historia, de esta parábola? Aparentemente, Jesús estaba encontrando a los judíos en su propio terreno. Era, como hoy, una idea popular que las personas reciben su recompensa al morir. Los romanos, según algunos estudiosos, tenían una fábula muy parecida a esta historia. Jesús adaptó ese relato, aparentemente bien conocido, para enseñar otras verdades.
¿Cómo sabemos que no estaba enseñando sobre el estado de los muertos o las condiciones en el más allá? Bueno, no se necesita mucho pensamiento para llegar a una conclusión. Si esto no es una parábola—si Jesús estaba describiendo una experiencia real—entonces no cuadra en absoluto, porque esta historia muestra el cielo y el infierno a distancia de gritos. ¿Te gustaría que el cielo y el infierno estuvieran tan cerca que pudieras ver y hablar con los de allá?
Una madre cuyo hijo estuviera en el infierno podría verlo y oírlo en tormento, y él podría suplicarle un poco de agua, pero ella no podría dársela. Eso convertiría el cielo en infierno para la madre. Así que las personas que piensan no usan esta historia como base para su creencia acerca del más allá. No tiene sentido.
El contexto de las enseñanzas de Jesús aquí revela varias cosas que aparentemente Él quería comunicar. Una es que las riquezas no garantizan la entrada al cielo—una idea que en esos días era impactante. Una segunda es que llega un momento en que una gran sima se fija. Aparentemente, Jesús estaba haciendo una declaración profética respecto a la nación judía, el pueblo escogido. Y una tercera gran lección es que no debemos buscar señales mágicas o espectaculares para que capten nuestra atención. Tenemos a los profetas, y eso basta—si eso no nos conmueve, nada lo hará. Esto fue comprobado entre la gente de su tiempo.
Ahora profundicemos en algunos de estos puntos…
LAS RIQUEZAS NO GARANTIZAN NADA
Primero, las riquezas no garantizan una entrada fácil al cielo. Los apóstoles eran víctimas de esa manera de pensar: que si uno era rico, tenía asegurada la entrada al país celestial. Incluso le preguntaron a Jesús al respecto. Jesús fue tan lejos como para sorprenderlos diciendo que un rico apenas puede entrar en el reino de los cielos. Dijo que es más fácil que un camello pase por el pequeño portón en la muralla de la ciudad llamado “el ojo de la aguja”. Sorprendidos, los discípulos respondieron: “Entonces, ¿quién podrá ser salvo?” Se sorprendieron porque la idea popular era que si eras rico, estabas bendecido por Dios, y si eras pobre, eras maldecido por Dios. Entonces, si un rico no podía entrar, ¿cómo siquiera un pobre podía pensar en acercarse al cielo?
Jesús intentó corregir eso. Trató de corregirlo con su propia vida. Como recordarán, el apóstol Pablo dijo:
“Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos”
(2 Corintios 8:9)
Jesús se hizo pobre. ¿Cuán pobre? El más pobre entre los pobres—con apenas un lugar donde recostar Su cabeza, apenas una manta con qué cubrirse al pie del Monte de los Olivos o en el jardín. Los zorros y las aves del cielo estaban mejor que Él.
Jesús vino a dar seguridad a los que luchan y esperan, a los que están en pobreza, porque si los pobres pueden lograrlo, entonces cualquiera puede lograrlo. Jesús dijo: “Apacienta mis ovejas”; no dijo: “Apacienta mis jirafas.” Alguien dijo: “Sí, apacienta las ovejas, porque todo lo que las ovejas puedan alcanzar, también las jirafas lo pueden alcanzar si se agachan lo suficiente.” Salvar a los pobres: si puedes salvar a los pobres, entonces el resto puede ser salvo si se humilla lo suficiente.
Jesús también dijo:
“Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”
(Mateo 5:3)
Él se identificó con los pobres y se hizo hermano de ellos, para dar esperanza a los pobres que pensaban que no tenían ninguna oportunidad. Revistió a los pobres de dignidad y sostuvo su cabeza en alto mientras demostraba que la puerta del cielo está abierta para todo hombre, mujer y niño.
Bueno, cuando leemos sobre el hombre rico, supongo que la mayoría de nosotros diría: “¿Cómo puede eso aplicarse a mí? El dinero habla, y lo último que me dijo fue: ‘¡Chau!’” Entonces, ¿cómo puede esta parte de la parábola aplicarse a mí? Olvidamos que cada uno de nosotros es rico en algo, y hay un mendigo acostado a nuestra puerta. Tal vez no seas rico en dinero, pero tal vez seas rico en dones intelectuales. Tal vez seas del tipo de persona que pasa por la escuela y por una profesión casi sin abrir un libro. Y mientras tú estás esquiando durante las vacaciones, tus amigos están dándole a los libros. Ellos son los mendigos echados a tu puerta.
Puede que seas rico porque alguien te ama, y te olvidas de la anciana gruñona de la cuadra, de la que los niños huyen. No sabes nada de su vida ni por qué es así, y tu rechazo la hace aún más gruñona. Ella es la mendiga echada a tu puerta.
Tal vez seas rico en talento, como los que pueden cantar o tocar instrumentos musicales, y yo sería el mendigo echado a tu puerta.
Tal vez seas rico en habilidades sociales, extrovertido y carismático, mientras alguien más solo siente dolor en medio de la multitud.
Esa persona es el mendigo en tu puerta. O tal vez seas bello o bella y no sabes lo que es para otros luchar con su imagen porque no se sienten atractivos. Ellos son los mendigos en tu puerta. Cada uno de nosotros es rico en algo.
Y en algún momento de la vida, la mayoría de nosotros también ha experimentado lo que es ser el mendigo a la puerta. Los golpes y moretones de la vida nos han dejado frágiles, golpeados y abatidos. Hemos experimentado el fracaso y nos hemos preguntado si hay alguna esperanza. Hemos deseado algunas migajas que caigan de la mesa de los capaces. Así que, en algún punto de la historia, puedes encontrarte.
Jesús trataba de dejar en claro que el hecho de que seas rico y bendecido no significa que estarás en el cielo, y que si eres pobre no significa que no lo estarás. También es cierto a la inversa: que el hecho de ser rico no significa que irás al infierno, ni el ser pobre significa que irás al cielo.
La verdad es que el nombre Lázaro significa “Dios ha ayudado.” Lázaro, al parecer, tenía algo de respeto y confianza en Dios. Por otro lado, el rico no necesitaba a Dios. Podía depender de sí mismo y de sus riquezas. La autosuficiencia era su problema, que también era el problema de los religiosos de su tiempo.
No digamos que el hombre rico era totalmente insensible. Seamos honestos: permitió que el mendigo estuviera en su puerta. No mandó a que lo sacaran de allí. No pidió al departamento de asistencia social que lo llevaran lejos. De hecho, puede que incluso haya estado involucrado en actividades sociales y movimientos por la mejora del mundo. Tal vez hasta era presidente del comité de beneficencia, aunque probablemente mandaba a un empleado en su lugar. Puede que haya dado grandes sumas a la caridad. Pero cada vez que pasaba un cortejo fúnebre, cerraba las persianas porque no soportaba la idea de tener que decir algún día “adiós” a las cosas en las que confiaba.
Vivía con esplendidez. Se vestía con lino fino hasta que llegó el final.
YA NO SON LOS ESCOGIDOS
Supongo que algunos podrían decir: “Me gusta esta historia. Me recuerda a los cuentos de hadas antiguos donde el malo recibe su merecido y el bueno triunfa, donde se saldan las cuentas.” Si nos encontramos regodeándonos en eso, hemos perdido el sentido de la historia y quizás la hayamos distorsionado. La pregunta es: ¿Estoy dispuesto a unirme a Lázaro en esta hermosa descripción: “Dios ha ayudado”? Algo que va grabado en la lápida del pobre. Dios ha ayudado; Él es mi esperanza.
Jesús también estaba diciendo algo sobre el pueblo escogido, la nación escogida. Como sabemos, a Abraham se le dio la promesa, y la promesa a los fieles descendió por las generaciones. Jesús vino de esa línea. Esta gente fue escogida y bendecida, no hay duda de eso. Sus habilidades, talentos y dones han sido admirados por las naciones por todas partes, incluso hasta el día de hoy. Pero se habían apartado de Dios, y Dios había sido paciente con ellos siglo tras siglo. Oscilaban entre la idolatría y el avivamiento, idolatría y avivamiento, Baal, Dios, Baal… una y otra vez. Esto continuó hasta el tiempo de Jesús.
Entonces vino Jesús—Jesús, que era Dios—y estaban demasiado ocupados banqueteando con esplendidez en su propia autosuficiencia como para notar que Dios estaba entre ellos. Ahora estaban al borde de intercambiar lugares con los gentiles. A medida que el ministerio de Jesús llegaba a su fin, estaba casi llegando el momento en que los ricos se encontrarían en tormento y los pobres mendigos a sus puertas estarían en el seno de Abraham. El apóstol Pablo tenía algo que decir al respecto. Recuerden que Pablo fue un ejemplo clásico de los nobles de esa raza, de esa cultura, de ese grupo de personas. Pero aceptó a Jesús en el camino a Damasco y comenzó a predicar la buena noticia que ha llegado hasta nuestro día: que si somos de Cristo, entonces “somos descendencia de Abraham y herederos según la promesa” (Gálatas 3:29). Si perteneces a Cristo, entonces eres descendencia de Abraham.
Así que el seno de Abraham y el seno de Cristo son lo mismo en esta historia.
El hombre rico representaba a la nación judía, y Jesús aparentemente estaba enfatizando esto fuertemente, como también lo hizo en otras historias como la de la viña, donde el dueño de la viña envió a sus siervos a recoger el fruto, y fueron apedreados, perseguidos y maltratados. Esa historia concluye con el dueño enviando a su hijo, y los labradores diciendo: “Matemos al hijo.”
Jesús contó este tipo de historias una y otra vez al pueblo escogido de Su tiempo para recordarles que estaban sobre hielo delgado, que estaban a punto de cometer el mayor error de sus vidas. Pero no escucharon.
Hoy en día hay muchas personas que se interesan mucho por los tiempos del fin y las profecías del Antiguo Testamento. Se han escrito muchos libros sobre este tema. Y muchos de esos libros dicen que la nación hebrea será muy significativa al final; que todos los eventos del mundo se centrarán en ella. Pero la gran pregunta es: ¿aceptará la nación hebrea a Jesús como Dios? ¿Lo aceptará como su Mesías? Porque la Biblia es clara en que solo los que aceptan a Jesús estarán en el seno de Abraham. Y lo asombroso es que, aunque toda una nación se apartó de Dios en el pasado, cada individuo de esa nación tiene el mismo privilegio que cada individuo de cualquier parte del mundo, porque Dios no hace acepción de personas. No importa de qué cultura vengas—si aceptas a Jesús, estás en el seno de Abraham. Si eres de Cristo, eres descendencia de Abraham y heredero según la promesa.
¿No es eso una bendición maravillosa y un privilegio? Pablo fue un defensor de esta gran verdad.
¿Va a suceder? Bueno, uno de los problemas es que hay una gran sima establecida, en lo que respecta a las naciones. Esa es parte de la historia. ¿Qué ocurrió? Jesús vino. Hizo todo lo posible por ganar al pueblo que era el escogido como nación. Lo rechazaron. Y un día se paró en el Monte de los Olivos y miró hacia el Gólgota, donde estaría en unas pocas horas. Comenzó a llorar y dijo:
“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados!”
Y luego usó un lenguaje de madre gallina:
“¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de sus alas”—en la tormenta o el peligro, junto a su corazón—“y no quisiste!”
(Mateo 23:37, 38)
Jesús lloró y suplicó, y finalmente tuvo que decir, hablando como Dios: “He aquí vuestra casa os es dejada desierta” (Mateo 23:38).
El pueblo de la nación fue dispersado por todo el mundo, y comenzó el infierno. Los lugares se intercambiaron. Y hoy, el pueblo de esa cultura puede ver a los gentiles llevando el evangelio por todo el mundo, a toda nación, tribu, lengua y pueblo. Hoy aún resuenan las palabras que dijeron en el juicio ante Pilato. Recuerdan cómo Pilato se paró ante el pueblo después de intentar liberar a Jesús.
Tomó una palangana y se lavó las manos diciendo: “Yo soy inocente de la sangre de este justo.” Y ellos dijeron:
“¡Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos!”
(Mateo 27:24, 25)
¡Qué oración fue esa, y ha sido respondida! Pero aun así, cualquier individuo de cualquier raza y cultura es bienvenido al seno de Abraham, el seno de Cristo. ¡Qué asombroso es el amor de Dios!
El mendigo pobre en la puerta del hombre rico representaba a los gentiles. Estaba con los perros. Los perros le lamían las llagas, y él esperaba algunas migajas de la mesa del rico.
Aquí está cómo Pablo describe las ventajas de la nación judía:
“De quienes son la adopción, la gloria, los pactos, la promulgación de la ley, el culto y las promesas; de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén.”
(Romanos 9:4, 5)
Pablo describe las ventajas del pueblo escogido con grandes términos. Incluso indica que Jesús vino de esa línea.
Por otro lado, aquí está lo que dice con respecto a los gentiles en comparación—los gentiles representados por Lázaro a la puerta, viviendo entre los perros:
“En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo.”
(Efesios 2:12)
Pero ahora los judíos y los gentiles estaban a punto de intercambiar lugares:
“Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo.”
(Efesios 2:13)
¿JESÚS LLAMÓ “PERROS” A LOS GENTILES?
Jesús usó el término “perros” para referirse a los gentiles.
¿Jesús lo hizo?
Sí. ¿Recuerdas Mateo 15? La mujer de Tiro y Sidón, allá en la región siro-fenicia. Jesús la visitó por una cita divina, porque vino a sanar a su hija. Y puso a prueba a los discípulos, quienes creían que los gentiles eran perros. Lo primero que hizo fue ignorar a la mujer que clamaba por ayuda. Los discípulos pensaron: “Bien, Él está de acuerdo con nosotros. Saquémosla de aquí.” Luego Él dijo: “No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.” Los discípulos pensaron: “Bueno, eso es exactamente lo que nosotros creemos también. Ella nos molesta.” Luego Jesús dijo:
“No está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos.”
¡A los perros!
Jesús estaba tratando de enseñarles una lección a los discípulos, lo cual se vuelve evidente más adelante en la historia por la forma en que trató a esta pobre mujer después de haber puesto a prueba a los discípulos. Más de una vez Jesús indicó a los discípulos y al pueblo de Su época lo erróneo de su visión sobre los gentiles. El pueblo escogido creía que los gentiles no valían mucho, pero Jesús contó la historia del samaritano que vertió aceite y vino en las heridas del hombre golpeado por ladrones. Fue un samaritano, un “perro”, quien ayudó al pobre con sus heridas. Y en esta historia del rico y Lázaro, también hay algo sobre los perros que vienen a lamer las heridas del pobre.
El otro día estaba rastrillando piedras, que parecen brotar del suelo en Arkansas. (Este es ahora mi nuevo oficio: rastrillador de piedras. Cuando construyes una casa en un prado, arruinas el prado, y terminas teniendo que pasar el resto de tu vida rastrillando piedras). Bueno, al patio entró una perra rottweiler. Me sudaron las palmas. Recordé a la esposa del editor de Signs of the Times, que fue atacada por pitbulls en Texas. Casi la despedazan. Pensé que los rottweilers eran primos hermanos de los pitbulls.
Había visto a esta perra y a su compañero—enorme—merodeando por mi terreno esa misma mañana. Cuando les gritamos por la ventana que se fueran a casa, solo nos miraron. Así que cuando la vi acercarse, se me tensaron todos los músculos del estómago. Luego cometí el error de rascarle detrás de las orejas, y me adoptó. Se quedó el resto del día. Cuando encendí el cortacésped, lo atacó. Así que lo apagué; no quería que perdiera las patas. Nos hicimos amigos, y me trajo consuelo porque pensé que tal vez hablaría bien de mí ante su compañero. Los perros trajeron consuelo al pobre hombre en la puerta del rico.
JESÚS REIVINDICA EL VALOR HUMANO
Esta historia muestra que Jesús vino a darle valor al alma humana. En los días de Cristo no se valoraba mucho al ser humano. Era como hoy en los barrios marginales y entre la mafia, si se quiere. En los días de Cristo, la esclavitud estaba por todas partes. Los historiadores dicen que un esclavo no valía ni la pena pensarlo dos veces.
Cuando los esclavos ya no podían trabajar, simplemente dejaban de alimentarlos.
Y cuando ya casi no podían moverse, los dueños los llevaban para que los recolectores de basura se los llevaran al Gehenna local. Jesús vino a un mundo así para mostrar que los esclavos y los pobres valen todo a los ojos del cielo.
Él vino a mostrar que, si tuviéramos una balanza gigante y pusiéramos al mundo—que pesa seis sextillones de toneladas—en un lado, y a un ser humano, el más débil de los débiles, en el otro, el ser humano inclinaría la balanza. Jesús vino a ser hermano de los pobres y a probar cuán alto estima el cielo a cada persona. Eso te incluye a ti y a mí.
Como sabes, en la historia, el hombre rico muere y va al infierno.
El mendigo muere y va al seno del padre Abraham. Esta expresión no es solo un lenguaje anticuado; también es actual.
Decimos: “Somos amigos del alma.” Bueno, esa expresión ya existía en los tiempos bíblicos. Significaba que el mendigo, Lázaro, estaba cerca del padre Abraham, junto a su corazón. Y el pueblo de esa época daba gran valor a ser hijos de Abraham. El punto es que, en lugar de que el hombre rico terminara allí, fue el pobre mendigo quien terminó allí.
Cuando era niño, tenía un viejo libro llamado Lecturas Sabáticas para el Círculo Familiar. Ese libro contenía una historia sobre un hombre rico en París que salía todos los días en su carruaje al campo. Un día, mientras cabalgaba, escuchó que la gente decía que el hombre más rico de París iba a morir. Él creyó en la palabra del profeta que lo dijo. Así que, pensando que podría ser él, comenzó a preocuparse. Hizo venir a un médico para que estuviera a su lado las veinticuatro horas del día. Le tomaban la temperatura y controlaban sus signos vitales, pero no se enfermó. Ni siquiera tosía. Estaba perfectamente bien.
Unos días después, mientras paseaba en su carruaje por el campo, vio un alboroto entre los arbustos. Bajó del carruaje y apartó las ramas. Allí encontró a un campesino pobre orando. El rostro del campesino resplandecía mientras miraba al cielo, agradeciendo a Dios por Sus muchas bendiciones y Su gran bondad. Días después, el hombre rico se enteró de que el hombre más rico de París había muerto. Para su sorpresa, era el campesino pobre quien había muerto. Él era el hombre más rico de París. Era rico en fe.
APRENDIENDO LA GEOGRAFÍA DEL INFIERNO
Bueno, ¿qué es el infierno? Creo que rastrillar piedras se le parece. Cuanto más profundo rastrillas, más piedras aparecen. Tuve la fantasía de cavar tan profundo que finalmente llegara al infierno. El diablo dijo: “Bienvenido.” Y yo le respondí: “Lo siento, ¡ya he estado allí!”
La gente intenta entender la geografía del infierno. Algunos dicen que es un fuego ardiente en el centro de la tierra. Otros que leen la Biblia dicen: “No, es la tierra misma.” Y otros dicen que está en otro lugar.
¿Qué es el infierno? Aquí se trata de algo más profundo que un fuego literal. Es un tipo diferente de tormento. El infierno es la puerta cerrada. El infierno es la conciencia de que todo se ha perdido para siempre. El infierno es finalmente entender que no hay una segunda oportunidad.
Olvídate de la reencarnación y de todas las demás maniobras que las religiones del mundo han creado. Nuestro destino se decide en esta vida. Y esta es una gran enseñanza bíblica.
Alguien dijo: “El infierno es la separación de Dios.” No, los impíos desearían estar separados de Dios. Para ellos, eso sería el cielo. Es más que separación de Dios. Es la sensación de completa nada que llega, aparentemente, en la segunda muerte, en el momento en que los impíos se dan cuenta de que han perdido todo para siempre. Ese es el tormento del infierno.
Helmut Thielicke describió a un hombre rico que estaba en el infierno y desde allí observaba su propio funeral. Durante su vida, muchas veces se había permitido imaginar, en momentos agradables de vanidad, lo espléndido que sería: habría muchas organizaciones benéficas en el cortejo fúnebre. Y seguramente el mejor predicador de la ciudad lo alabaría, mientras los pobres a quienes había ayudado con miles de donaciones sollozarían en sus pañuelos, porque, después de todo, había estado involucrado en muchas reformas sociales.
Pero ahora estaba realmente viendo su funeral. Lo veía, sin embargo, desde el punto de vista del infierno. Y de repente, y misteriosamente, eso alteraba toda la imagen. Todo era tan opresivamente distinto de como lo había imaginado en su fantasía.
Cierto, era un funeral magnífico, pero ya no le agradaba. Solo le causaba dolor porque era una contradicción escandalosa de su verdadero estado. Oía la pala de tierra caer con estrépito sobre su ataúd y a uno de sus mejores amigos decir: “Vivió la vida por sí misma.” Y el rico interrumpía, aunque nadie lo oía: “¡Fracasé en vivir! ¡Estoy en angustia!” Luego caía otra palada de tierra, y otra voz decía: “Amaba a los pobres de la ciudad.” Y el rico quería gritar: “¡Oh, si tan solo supieran la verdad! ¡Estoy en angustia!” Luego el ministro—el popular y querido pastor de la alta sociedad—arrojaba la tercera palada de tierra: “Era tan religioso que donó campanas, vitrales y el candelabro de siete brazos. Paz a sus cenizas.” Y mientras los terrones de tierra caían sobre su ataúd—¿o era el estruendo del infierno lo que oía?—clamaba: “¡Estoy en angustia! ¡Estoy en angustia!”
Por otro lado, el hombre rico de la historia de Jesús tenía lo que parece ser un toque de amor en las llamas del infierno. Llama a través del abismo al pobre que está en el seno de Abraham y le dice: “Por favor, tengo cinco hermanos. Por favor, que alguien vaya desde los muertos a ellos. Si alguien regresara de la muerte, tal vez crean y se les ahorre este tormento en el que estoy.” Y Abraham responde: “Tienen a Moisés y a los profetas.” Y el rico dice: “No, pero si alguien viniera de entre los muertos, entonces creerían.” Y Abraham contesta: “No, si no oyen a Moisés y a los profetas, no creerán aunque alguien resucite de los muertos.”
“Cinco hermanos.” Hay comentaristas bíblicos que dicen que aquí se representan los cinco colores de la raza humana. Solíamos cantarlo: “rojo y amarillo, negro y blanco.” Deberían haber agregado el marrón. Rojo, amarillo, negro, blanco y marrón: toda la raza humana. Y el hombre rico, con lo que parece amor, dice: “Sálvalos.”
EL DESAFÍO FINAL
Entonces, llega el desafío final de esta historia para vos y para mí: es posible que estemos banqueteando espléndidamente cada día con Moisés y los profetas. ¿Lo estás haciendo? No tenemos que estar echados a la puerta del hombre rico. Podemos disfrutar abundantemente de lo que ha sido provisto. Eso también explica por qué Jesús se mostraba reacio a hacer lo espectacular; por qué mantenía un perfil bajo en muchos de sus milagros. Él sabía que lo espectacular no cambia a nadie.
¿Qué estoy esperando antes de comenzar a alimentarme a plenitud de Moisés y los profetas? ¿Estoy esperando fuegos artificiales en el cielo? ¿Estoy esperando algo espectacular, algún truco de magia? Lo irónico es que alguien fue resucitado de los muertos pocos días después de que Jesús contara esta historia. Su nombre era Lázaro, curiosamente. Y no solo no aceptaron la resurrección de Lázaro, sino que quisieron matar a Jesús, el que lo resucitó, y también a Lázaro, por probar que Jesús tenía razón. Si no obtengo mi religión de la Biblia, no la obtendré de ningún otro lugar. Y los fuegos artificiales del tiempo del fin no marcarán ninguna diferencia.
No existe tal cosa como la salvación solo por gracia. Siempre es salvación por gracia mediante la fe. Y la fe se encuentra en la mesa donde Jesús se reúne con nosotros cada mañana. Si cierro mi oído a Su llamado día tras día, con el tiempo se fija una gran sima, y me resulta difícil cruzarla. La nación judía finalmente cometió el pecado imperdonable y dejó de oír la voz del Espíritu Santo.
Hoy te ruego, y ruego a mi propio corazón, que nos unamos al pobre mendigo en la puerta del hombre rico y aceptemos el nombre “Dios ha ayudado” y todo lo que eso conlleva.
Yo quiero eso. ¿Y tú?