The First Death: A Manifestation of God’s Grace – Come And Reason Ministries
He visto a muchas personas que valoran el mensaje del carácter amoroso de Dios luchar con la pregunta de si Dios mata. Deseando presentar a Dios de la mejor manera posible —como un ser de amor y misericordia infinitos—, les cuesta aceptar las historias bíblicas que describen a Dios matando a los malvados, como en el Diluvio, Sodoma y Gomorra, los primogénitos de Egipto, los 185,000 asirios, Uza, los pelotones que fueron a arrestar a Elías, entre otros. Por eso, adoptan la postura de que Dios nunca ha matado a nadie, y proponen diversas explicaciones, como que Satanás es el destructor; por tanto, siempre que la Biblia describe a Dios matando, ellos afirman que en realidad significa que Dios dejó de proteger a esas personas y que Satanás es quien hace la matanza.
Respeto el motivo detrás de esas conclusiones, sabiendo que estas personas solo desean presentar a Dios bajo la mejor luz posible, pero tristemente, en verdad, están socavando inadvertidamente el carácter de Dios y malinterpretando Sus acciones. No están presentando la realidad a la luz de la ley del diseño; incluso, presentan a Dios como incompetente y como alguien que debe depender de Su enemigo para lograr Sus propósitos; y eclipsan una de las manifestaciones más increíbles de la gracia de Dios: la experiencia de la primera muerte.
Como sucede en la mayoría de las áreas de confusión, la causa subyacente es intentar explicar los eventos mientras aún se mantiene la visión de la ley impuesta de Dios. Bajo la ley impuesta (leyes como las que crean las criaturas), la justicia consiste en infligir castigo; mientras que bajo la ley del diseño (las leyes sobre las cuales el Creador hizo que opere la realidad, como las leyes de la física y la salud), la justicia es sanar el daño y restaurar a la rectitud a todos los que confían—dejando en libertad a quienes se niegan a rendirse en confianza para rechazar el remedio de Dios y cosechar lo que han elegido: la destrucción eterna.
La visión de la ley impuesta entiende la muerte como un castigo infligido por Dios por el pecado. Aquellos que desean presentar a Dios de la mejor manera posible con razón rechazan la idea de que Dios sea la fuente de la muerte o que actúe de manera similar a Su enemigo.
El problema para esas personas proviene no solo de malentender la ley impuesta y la ley del diseño, sino también de no diferenciar entre la primera muerte y la segunda muerte.
Dos muertes
La Biblia describe dos muertes:
- La segunda muerte es el castigo por el pecado, la paga del pecado, y es la aniquilación total del cuerpo y el alma, de la cual no hay resurrección, y que solo experimentan los que no son salvos.
- La primera muerte es una cesación temporal de la actividad, un sueño, una pausa, un descanso de la vida del cual sí hay una resurrección (Mateo 9:23-24; Juan 11:11–14; 1 Tesalonicenses 4:13–17; Apocalipsis 2:11, 20:6).
Cuando Dios le dijo a Adán que ciertamente moriría el día que comiera del fruto del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, quiso decir que Adán moriría eternamente, la segunda muerte, la paga del pecado, la aniquilación de su ser. Ese es el resultado natural del pecado si Dios no hace nada—como enseña la Biblia:
“Porque la paga del pecado es muerte, pero el regalo de Dios es vida eterna en Cristo Jesús nuestro Señor” (Romanos 6:23 NVI84, énfasis añadido).
“Y el pecado, una vez que ha sido concebido, da a luz la muerte” (Santiago 1:15 RVR).
“El que siembra para agradar a su naturaleza pecaminosa, de esa naturaleza cosechará destrucción” (Gálatas 6:8 NVI84, énfasis añadido).
Si Dios no hubiera hecho nada después de que Adán pecó, Adán habría muerto la segunda muerte (eterna). Por tanto, porque Dios es amor y amó tanto al mundo, intervino. Dios se interpuso—como enseña la Biblia, “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Romanos 5:20 RVR). Dios intervino en el curso natural del pecado para salvar a la humanidad. Jesús se consagró como nuestro Salvador sustituto, siendo el “Cordero que fue inmolado desde la creación del mundo” (Apocalipsis 13:8 NVI84, énfasis añadido).
Dios intervino no solo prometiendo a Jesús como nuestro Salvador, sino también al poner enemistad entre los humanos pecaminosos y Satanás (Génesis 3:15). El Espíritu Santo comenzó inmediatamente a trabajar en los corazones humanos para traer convicción de pecado; un deseo de amor, verdad y justicia; una insatisfacción con el mal; una añoranza por nuestro hogar edénico de paz; y reconciliación con Dios.
Dios también intervino velando Su gloria vivificante que Adán y Eva habían experimentado antes, y colocó a la Tierra en una burbuja artificial de realidad, en la cual Su presencia está oculta, porque si no lo hiciera, Su gloria vivificante consumiría y destruiría a los mismos pecadores que Él desea salvar—como enseña la Escritura: “Nuestro Dios es fuego consumidor” (Hebreos 12:29 NVI84).
En el futuro, cuando el pecado sea eliminado de los corazones humanos, la gloria vivificante de Dios volverá a fluir libremente sobre este planeta. Cuando el Anciano de Días tome Su trono, estará encendido en fuego, ríos de fuego saldrán de Él, y los salvos estarán de pie en ese fuego (Daniel 7:9, 10). Y en la Nueva Jerusalén, el sol no será necesario para iluminar la Tierra, porque la presencia de Dios será su luz (Apocalipsis 21:23). Cuando Dios restaure Su universo y este planeta a la perfección, los santos y ángeles caminarán en las “piedras de fuego” de Su presencia, tal como lo hacía Lucifer antes de su rebelión (Ezequiel 28:14,16).
La Tierra hoy es un lugar oscuro comparado con el cielo y con lo que será cuando la gloria de Dios la cubra nuevamente. Sin embargo, este planeta ahora está siendo protegido por la gracia de Dios, que interviene para crear esta burbuja artificial—es decir, no natural para el reino de Dios—en la cual el plan de salvación puede llevarse a cabo.
La muerte artificial
Como parte de Su gracia, Dios intervino para crear otra condición artificial, otro estado que no ocurriría naturalmente si Dios no actuara para que así fuera, otra manifestación de Su gracia—la primera muerte, la muerte artificial, el estado de sueño en el cual una persona no es destruida sino que se encuentra en animación suspendida, un estado en el que el cuerpo se descompone pero el alma (la mente, la individualidad) se retiene en un estado de sueño esperando la resurrección. Es como una computadora cuyo software está respaldado en la “nube” y cuyo hardware ha sido destruido. Nuestro cuerpo es análogo al hardware, y nuestra individualidad (mente, alma) es análoga al software. Sin el hardware, la computadora no funciona—entonces el software “duerme”, está almacenado, esperando ser descargado en un nuevo hardware. Esto es lo que enseña la Biblia sobre la experiencia de la primera muerte: dormimos esperando ser descargados en nuevo hardware (cuerpos).
El gran reformador Martín Lutero escribió:
“Nos basta con saber que las almas no abandonan sus cuerpos para ser atormentadas con los castigos del infierno, sino que entran en una cámara preparada donde duermen en paz” (Weimarer Ausgabe, 43, 360, 21–23 (sobre Génesis 25:7–10); también en Exegetica opera latina, Vol. 5–6 1833 p. 120 y la traducción al inglés: Luther’s Works, American Edition, 55 vols., St. Louis: CPH, 4:313).
Este estado artificial de ser no es el resultado natural del pecado—el resultado natural del pecado es la muerte eterna, la separación eterna de Dios, la destrucción tanto del alma (individualidad, mente) como del cuerpo. Este estado de sueño no existiría si Dios no interviniera para proveerlo, con el fin de contener el poder destructivo del pecado mientras Él, por medio de Jesús, elimina la causa de la muerte de la humanidad y abre el camino de regreso a la unidad con Él y la vida eterna.
Jesús se refería a este estado artificial de gracia cuando dijo:
“Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees esto?” (Juan 11:25, 26 NVI84, énfasis añadido).
Jesús está diciendo que quienes creen en Él no morirán eternamente; no serán aniquilados; no se destruirá su individualidad; no dejarán de existir; pueden dormir, tener suspendidas sus funciones vitales, y sus almas (individualidades, software) estarán seguras con Jesús en los “servidores celestiales” (el libro de la vida del Cordero), pero no morirán la muerte como paga del pecado.
Luego, cuando Jesús regrese, como describe Pablo, estas almas dormidas que están seguras con Jesús en el cielo regresarán con Él para ser descargadas en nuevos cuerpos:
“Hermanos, no queremos que ignoren lo que sucede con los que ya han muerto, para que no se entristezcan como esos otros que no tienen esperanza. ¿Acaso no creemos que Jesús murió y resucitó? Del mismo modo, Dios resucitará con Jesús a los que murieron en Él. Conforme a lo dicho por el Señor, afirmamos que nosotros, los que estemos vivos y hayamos quedado hasta la venida del Señor, no nos adelantaremos a los que ya hayan muerto. El Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que estemos vivos y hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para encontrarnos con el Señor en el aire. Y así estaremos con el Señor para siempre. Por eso, anímense unos a otros con estas palabras” (1 Tesalonicenses 4:13–18 NVI84, énfasis añadido).
¡Qué buena noticia! ¡Una promesa increíble!
La segunda muerte
Pero la muerte eterna, la segunda muerte, que es el resultado del pecado no removido ni remediado, como se describe en los textos bíblicos anteriores, no es una manifestación de la gracia de Dios ni resultado de Su poder. Esta muerte es el dominio y poder del enemigo de Dios, el resultado de romper con las leyes del diseño de Dios para la vida, y es destruida por Dios, la fuente de la vida:
“Así que, por cuanto los hijos participan de carne y sangre, Él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Hebreos 2:14 RVR, énfasis añadido).
“Cristo Jesús, quien destruyó la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por medio del evangelio” (2 Timoteo 1:10 NVI84, énfasis añadido).
“Luego vendrá el fin, cuando Él entregue el reino a Dios el Padre, después de destruir todo dominio, autoridad y poder. Porque es necesario que Él reine hasta poner a todos sus enemigos debajo de sus pies. El último enemigo que será destruido es la muerte” (1 Corintios 15:24–26 NVI84, énfasis añadido).
La muerte eterna, la segunda muerte, es causada por el pecado, y su poder es manejado por Satanás y destruido por Jesucristo. La muerte eterna es el resultado natural de lo que el pecado causa si no es eliminado del pecador.
Por tanto, estoy de acuerdo: ¡Dios no mata a nadie con la segunda muerte! En cambio, la segunda muerte viene del pecado no remediado en los pecadores cuando la gracia de Dios deja de contener la muerte que el pecado naturalmente causa. Pero Dios, en Su gracia y misericordia, ha hecho dormir (primera muerte) a millones de Sus hijos, y resucitará a cada persona en la resurrección de su elección: la resurrección para vida eterna o la resurrección para condenación. Solo aquellos que se han negado a confiar y a permitir que el pecado sea removido de sus corazones y mentes sufrirán la muerte como paga del pecado, cuando Dios finalmente haga Su extraña obra y deje de usar Su poder para protegerlos de lo que el pecado causa naturalmente: los corta de la vida, y mueren eternamente, tanto cuerpo como alma.
Te invito a regocijarte en la vida eterna que nos ha sido dada gratuitamente por Jesucristo y a celebrar la gracia de Dios—¡y no tienes nada que temer del futuro, porque el poder de la muerte ha sido destruido por nuestro Salvador Jesucristo!
