“Es inútil que le digan a uno que no razone, sino que crea, de la misma manera que se le puede decir a un hombre que no se despierte, sino que duerma” (Lord Byron).
Uno de los primeros objetivos de la psicoterapia es desarrollar una alianza terapéutica con el paciente. Sin confianza y fe en el doctor, el paciente no pondrá en práctica las recomendaciones dadas con el fin de llevarle sanidad. Esto también es cierto en el plan de Dios para curarnos. Sin una “alianza terapéutica” –sin confianza o fe en Dios-, no aplicaremos a nuestras vidas su plan de curación. Por este motivo, el Señor ha hecho todo lo posible para ayudarnos a construir confianza y fe en él. Entonces, ¿qué es exactamente la fe, de dónde viene y cómo funciona?
Yo sé lo que sé
Un famoso teleevangelista predicaba apasionadamente a su audiencia, diciendo: “Yo sé que sé lo que sé…” Mientras lo veía desde la tranquilidad de nuestra sala, pensé: ¿Cómo sabe lo que sabe? Esperando descubrir el origen de lo que él proclamaba con tanta confianza, continué viéndolo. Desafortunadamente, nunca lo explicó; simplemente, proclamaba que él sabía.
El teleevangelista proclamaba tener fe, pero no exploró claramente el fundamento de lo que creía ni reveló la fuente. La forma en que abordó el concepto de fe me hizo recordar la explicación de un niño pequeño: “Fe es creer que sabes que no es así”. ¿Es esa realmente la esencia de la fe?
Recientemente, asistí a la ceremonia de graduación de un colegio secundario, durante la cual una de las estudiantes de honor comentaba cómo su fe había sido una parte integral de su éxito en su joven carrera. Durante su tesis, ella citó a H. L. Mencken: “La fe es una creencia ilógica en que lo improbable sucederá”. Esta definición suena muy parecida a la frase del niño pequeño. Tener fe ¿significa creer en algo sin evidencia? ¿Creer en algo que no tiene sentido? ¿Acaso tener fe implica convencerse a uno mismo de que algo es verdad, incluso cuando nuestro buen juicio nos indique lo contrario?
Yo sé que estarás bien
Imagina que has estado enfermo por varios días con una variedad de síntomas: fiebre alta, tos, escalofríos y sudoración, dolores musculares y con un sonido crepitante en el pecho al respirar profundamente. Así que, vas a la sala de emergencias más cercana. Al llegar, para tu alegría, descubres que el médico que te atiende es cristiano. Tu ánimo mejora mientras describes tus síntomas y el médico de la sala de emergencia se acerca, inclina su cabeza y ora por ti. Pero se te cae el alma cuando el médico regresa y te dice: “Luego de escuchar todos tus síntomas y después de orar, me ha sobrevenido un buen presentimiento interior de que no hay nada malo. Puedes irte a tu casa: sé que estarás bien”.
¿Qué harías? Quizá le preguntarías cómo sabe que estarás bien. Supón que él te respondiera: “Yo sé que sé lo que sé”. ¿Sería suficiente? ¿Regresarías a casa? ¿O pedirías tener una segunda opinión?
Luego de unos instantes, otro doctor llega, escucha tu historia, revisa tu temperatura corporal, y te toma el pulso y la presión sanguínea. Saca un estetoscopio, ausculta tus pulmones, ordena exámenes de laboratorio, evalúa el conteo de sangre y entonces pide una radiografía de tórax, que examina cuidadosamente. Después de obtener y evaluar toda esta evidencia, llega a una conclusión: tienes neumonía.
Cuando el segundo médico te da su diagnóstico basado en evidencias exhaustivas, ¿te transmite un sentimiento de convicción? ¿Sientes seguridad? ¿Sientes certeza? ¿Tienes fe en que el diagnóstico sea correcto? ¿El sentimiento es la evidencia, o es el resultado de la evidencia?
El sentimiento de convicción emerge en el momento en que la mente llega a comprender la verdad. Y en la medida en que aumenta la comprensión de la verdad, aumentan nuestra confianza y nuestra fe.
La mayoría de nosotros compartimos una reacción similar en tales circunstancias. Cuando el doctor nos comunica el diagnóstico y reconocemos que es verdad, experimentamos una sensación de seguridad: un aumento en la fe. Nos inunda una sensación de alivio. Se siente bien; tan bien, de hecho, que muchas personas inocentemente aceptan el sentimiento como la verdad. Pero no es así.
¿Evidencia bíblica o sentimientos poderosos?
Durante mi residencia, uno de los residentes de mi equipo tenía convicciones religiosas extremadamente fuertes. Aunque él y yo no compartíamos creencias idénticas, pasamos muchas horas discutiendo nuestros diferentes puntos de vista. Desde un principio, al empezar a conocernos, me dijo que creía en la versión King James de la Biblia. Basado en esto, pensé que pasaríamos un buen tiempo estudiando juntos. Inocentemente, pensé que compartiendo un estudio profundo de la Biblia llegaríamos a una sólida evidencia bíblica, que nos permitiría disfrutar de una camaradería espiritual más cercana. Desafortunadamente, no sucedió así.
Durante nuestros estudios, él se mostraba animado al adquirir nuevas perspectivas, solo para regresar al día siguiente contradiciéndose y reafirmando lo que creía anteriormente. Sorprendentemente, nunca presentó un fundamento de lo que creía.
Poco tiempo después, descubrí por qué la evidencia bíblica tenía tan poco impacto para él. Su método para determinar lo que era verdad descansaba en una cita clave de un escritor del siglo XIX: “Y cuando recibáis estas cosas, quisiera exhortaros a que preguntéis a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo; y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas”.
Aunque suena poderoso al leerlo por primera vez, mi compañero lo había interpretado de la siguiente manera: Cuando quieras saber si algo es verdad o no, no necesitas buscar la evidencia, examinar la evidencia con el poder de razonamiento que Dios te ha dado, y compararlo con revelaciones previas. En cambio, ve a tu rincón de oración y ora a Dios para que te impresione, para que te dé un sentimiento de convicción que te diga si algo es verdad o no.
Esta conclusión es similar a la que sostenía el primer doctor en la ilustración anteriormente presentada en este capítulo. Recuerda que él tenía “un buen presentimiento interior de que nada andaba mal”, a pesar de los síntomas obvios. El sentimiento de convicción era más importante que la evidencia. De hecho, el sentimiento de convicción fue aceptado como suprema evidencia que sobrepasaba cualquier otra evidencia.
Sin embargo, Santiago 1:13 y 14 nos previene contra esta subjetividad, al mostrarnos su peligro potencial en otra área: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido”.
La maldad no tiene ninguna verdad de su lado. Por lo tanto, Satanás usa cualquier estrategia que puede con el fin de persuadir a las personas de que no depositen su confianza en la verdad. Mi compañero de residencia no es el único que sustituye la verdad con sentimientos; muchos cristianos bienintencionados actúan de la misma manera, al esperar una señal o sentimiento interno antes de actuar, en vez de implementar la verdad que han adquirido.
El camino a Emaús
Después de la resurrección de Cristo, dos discípulos que estaban caminando rumbo a Emaús recibieron la compañía de un extraño, que sabemos que era Cristo. Estaban desanimados por la crucifixión. ¿Cómo los ayudó Cristo? ¿Realizó una señal milagrosa y declaró que él era el Salvador resucitado? ¡No! En cambio, los llevó a estudiar la Biblia, revelándoles la evidencia bíblica que confirmaba quien era él y cuál era su misión. No les reveló su identidad hasta que ellos mismos no estuvieran convencidos por el peso de la evidencia bíblica. Y al abrirles las Escrituras, sus corazones ardían (Luc. 24:13-32). En otras palabras, la evidencia trajo como resultado un cambio en sus sentimientos. Nuevamente, los sentimientos no eran la evidencia. ¿Por qué es tan importante este punto? Porque cualquier persona puede hacer declaraciones, pero la verdad solo confirmará aquellos que son verdaderos.
Bill Clinton se presentó delante de toda la nación y proclamó que él no había tenido relaciones sexuales con Mónica Lewinsky. Pero cuando ella trajo su vestido, la evidencia expuso su engaño. De la misma manera, Satanás hace afirmaciones, pero Dios tiene la verdad de su lado, y no necesita ni quiere que creamos solo por sus declaraciones. Si seguimos la verdad, siempre encontraremos a Dios. Como Cristo dijo: “La verdad os hará libres” (Juan 8:32).
El Dios más allá del cielo
La guía de un estudio bíblico publicada recientemente incluía el siguiente pensamiento:
“Siempre hay una necesidad de fe, la cual es la creencia en algo que no vemos ni entendemos totalmente. Si pudiéramos verlo o entenderlo completamente, entonces no habría espacio para la fe. No necesitamos fe para creer que el cielo está por encima de nuestras cabezas; podemos mirar al cielo y verlo. La fe es necesaria para creer en el Dios que vive más allá del cielo, porque no podemos verlo”.
Si esta es la correcta comprensión de la fe, ¿crees que cuando llegues al cielo y te encuentres con Dios cara a cara le vas a decir: “Señor, yo solía tener fe en ti, pero ahora que puedo verte, ya no tengo más fe en ti”? ¿O será que tu fe crecerá un millón de veces más fortalecida que antes?
El peligro de creer sin evidencia, de aceptar las cosas basadas en sentimientos emocionales, es que abre la puerta a creer en cualquier cosa. Además, si medimos la fuerza de nuestra fe por nuestros sentimientos, entonces, a la vez que nuestros sentimientos suben y bajan, de la misma manera será nuestra estimación del nivel de nuestra fe. Esto hará que juzguemos la presencia de Dios según nuestros sentimientos inconsistentes, y concluiremos que algunas veces él está cerca y otras veces, no.
La verdad siempre está de parte de Dios
En este conflicto entre el bien y el mal, la verdad siempre está de parte de Dios y siempre refuta a Satanás. Por lo tanto, Satanás debe persuadir a la gente a creer sin valorar la verdad y sin explorar la evidencia. Se pone aún más feliz si puede destruir completamente las facultades mentales de la razón y la conciencia, las avenidas por medio de las cuales la verdad entra en la mente. Sin la razón y la conciencia, somos incapaces de distinguir entre lo verdadero y lo falso.
El espiritismo: una falsificación de la fe
El espiritismo es uno de los más grandes éxitos de Satanás en su plan de falsificar la verdad y la obra del Espíritu Santo. Como descubrimos en capítulos anteriores, el Espíritu de Dios opera por medio de la revelación de la verdad a nuestras mentes en formas que podemos comprender, y entonces nos deja libres para llegar a nuestras propias conclusiones. Cuando decidimos seguir la verdad, recibimos el poder divino para afrontar la prueba. Por medio de este método, Dios está constantemente fortaleciendo y ennobleciendo nuestra naturaleza espiritual –la razón y la conciencia–, y así desarrollamos creciente sabiduría y capacidad de discernimiento. El carácter es purificado, a la vez que se afirma una mayor estabilidad y control propio.
El espiritismo, sin embargo, es la gran falsificación de la obra del Espíritu Santo que, al contrario de curar la mente, lentamente destruye nuestra razón y nuestra conciencia. Es tan sutil que entra en muchos círculos cristianos sin ser notado. Mucha gente se preocupa por el espiritismo, pero no sabe cómo identificarlo.
Hay un denominador común que corre en todas las formas de espiritismo, ya sea brujería, tabla de la güija, las cartas del tarot, el vudú, la magia negra, la astrología o cualquier otra cosa. Si quieres identificar el espiritismo, busca este denominador común y lo distinguirás, sin importar cuán disfrazado esté: el espiritismo es la búsqueda del conocimiento sin el uso de la razón o la investigación de la evidencia.
Dado que la verdad contradice a Satanás, su única esperanza de éxito está en convencer a las personas de valorar otras cosas que no sean la verdad y la evidencia. Por lo tanto, Satanás invita a las personas a buscar conocimiento sin evidencia y sin depender de la razón. Esto resulta en una destrucción gradual de la imagen de Dios en las personas. Las personas se vuelven más supersticiosas, temerosas y llenas de incertidumbre, porque la razón se desvanece cuando las personas transfieren su fe a cosas que no tienen sentido.
La pérdida de la razón trae como resultado cristianos inmaduros, llevados por cualquier viento de doctrina. Es solo con el ejercicio de la razón y el examen de la evidencia como los cristianos crecen a una madurez completa, aprendiendo a discernir lo verdadero de lo falso. La verdad hace ambas cosas, nos libera y nos sana.
La fe no depende de milagros
Satanás también depende de señales milagrosas y maravillas para distraer la mente. Considera a Eva en el Edén, al ver el milagro de una serpiente hablando. A pesar de ser milagroso, el simple hecho de hablar no probaba que lo que dijera la serpiente fuera cierto.
Imagínate que estás en una reunión de junta de iglesia en la cual la discusión gira en torno a dos puntos de vista con respecto al bautismo. Una persona se pone en pie, diciendo que él puede probar que el Espíritu Santo apoya su punto de vista, se acerca a otro miembro de la junta que ha sufrido de polio desde su infancia y grita: “En el nombre del Señor, camina”. Entonces, la víctima de polio se pone en pie y comienza a caminar. ¿Prueba esto que el punto de vista del miembro de la junta está en lo correcto? ¡No! Los milagros pueden ser falsificados. La verdad es la verdad sin importar si está acompañada de señales y milagros. Satanás no tiene ninguna verdad, pero él es un ser sobrenatural que puede fascinar a la raza humana con milagros, que engañan a los que no han aprendido el valor de depender solamente de la verdad.
La fe es clave para la sanación de la mente
La fe es integral para curar la mente. Sin embargo, para poder ser curado por fe, debe estar basada en la evidencia, en la verdad y en los hechos. Los sentimientos pueden acompañar la fe, pero no la determinan. La verdad afirma la fe. Consecuentemente, en la medida en que nuestra comprensión de la verdad aumenta, asimismo lo hará nuestra fe.
El espiritismo, por otra parte, es una falsificación de la fe genuina, y como ya lo hemos notado, involucra la búsqueda del conocimiento sin el uso de la razón o la investigación de la evidencia. El espiritismo sacrifica la evidencia y, en su reemplazo, priman los factores emocionales y las señales milagrosas. Las señales milagrosas y maravillas no afirman la fe, porque pueden ser falsificadas. Como ya lo hemos afirmado, la verdad es la verdad sin importar si está acompañada de milagros o no.
Cuando pienso en mi paciente que aparece en la introducción de este libro, recuerdo cuán molesta se ponía cuando las personas le pedían que confiara en ellos. Se ponía especialmente furiosa cuando alguien le decía que confiara en Dios. Creo que habría estado más tranquila con la idea de que la confianza en Dios debe estar basada en la evidencia que apela a la razón. Como resultado, se hubiera sentido más atraída hacia un Dios que no demanda que simplemente creamos en él, sino que es alguien confiable, que nos invita a conocerlo y decidir por nosotros mismos.