2. La jerarquía de la mente

Cuantos más pacientes veía con los mismos síntomas presentados por la paciente de mi primera guardia y del sargento Jones, más interés llegué a tener por encontrar un modelo de abordaje de la mente que ofreciera respuestas reales a las personas comunes. Con esto en mente, intensifiqué mi investigación sobre la mente, sus facultades y la naturaleza espiritual de la humanidad. Lo que descubrí fue emocionante, que tiene el poder de cambiar la vida de muchos.

Dios es un Dios de orden. Cuando crea algo, no lo hace en medio del caos sino ordenadamente, de forma organizada. Cuando creó a los seres humanos, diseñó su cerebro para que funcionara de cierta manera. En este capítulo, vamos a explorar la estructura organizacional de nuestro cerebro. Comprender su jerarquía nos permitirá tomar decisiones inteligentes para su proceso de curación.

Las facultades más elevadas

Las facultades más elevadas que poseemos son aquellas que reflejan de forma más directa la imagen de Dios. Muchos cristianos se refieren a estas como la “naturaleza espiritual”. Y Dios tuvo la intención de que estas facultades nos gobernaran. La naturaleza espiritual no es una entidad etérea, mística y vaporosa que entra y sale del cuerpo. Consiste en aquellas cualidades y habilidades que nos hacen más semejantes a Dios, más parecidos a su imagen. Estos son los rasgos que nos diferencian de los animales y que nos hacen responsables ante Dios por las cosas que hacemos.

La capacidad de razonamiento

La más alta facultad de nuestra mente es la capacidad de razonamiento: pensar, sopesar las evidencias y luego sacar una conclusión. Nos permite contemplar y entender.

La perra de mi vecino, Daisy, es un típico perro sin raza, llena de energía, siempre buscando ser consentida y complacer a sus amos. Sin embargo, Daisy tiene un problema. Frecuentemente, va por el vecindario recogiendo lo que sea que encuentre (palos, basura, zapatos viejos) y los deposita a la entrada de la casa de mi vecino.

Si mi vecino está en su patio cuando la perra llega a casa con su última “adquisición”, deja su regalo a sus pies y lo mira con sus grandes ojos color café, moviendo la cola feliz y buscando ser consentida. Daisy no entiende que lo que ha hecho no complace a su dueño sino que, por el contrario, le molesta. Mi vecino no puede explicárselo. ¡Los animales no pueden razonar!

Los seres humanos, por el contrario, sí poseen la capacidad de razonar, y esta es la más elevada de todas las facultades mentales.

Dios diseñó la conciencia

Dado que la humanidad no posee conocimiento infinito, la razón por sí sola no es suficiente para tomar decisiones apropiadas o para discernir. Por esto, Dios creó la conciencia, como una ayuda que trabaja en conjunto con la razón.

La conciencia es el ojo espiritual (ver Mat. 6:22). Es la facultad por medio de la cual el Espíritu de Dios se comunica directamente con nosotros; es la facultad que “escucha” la voz de Dios que habla suavemente (ver 1 Rey. 19:12). Cuando algunos cristianos dicen: “El Espíritu habló a mi mente”, se refieren a la conciencia. Es apropiado que recordemos, sin embargo, que así como nuestro ojo físico puede enfermar, también puede suceder con la conciencia.

Un dermatólogo amigo tiene un estudio bíblico semanal en su consultorio. En cierta ocasión, justo antes de iniciar una reunión a las 18:00, Joel, uno de los miembros de su grupo, llegó a la reunión sin su esposa. Explicó que su perro, ciego, de quince años se había perdido. Su esposa había quedado en la casa para buscar al perro, y Joel había venido al estudio bíblico para pedir a los miembros del grupo que oraran para que pronto encontraran al animal sano y salvo.

Después de que el grupo oró, Joel se fue, para seguir buscando a su mascota. Poco tiempo después, aproximadamente a las 18:30, Jeremías, otro miembro del grupo, interrumpió el estudio bíblico para decir que acababa de ser impresionado con la imagen del perro de Joel en el bosque, y que Joel lo había encontrado. Jeremías contó al grupo que sus oraciones habían sido respondidas, y que el animal había sido encontrado sano y salvo. Asombrosamente, a las 19, Joel llamó para informar que su esposa y él habían localizado a su mascota en el bosque que hay detrás de su casa exactamente a las 18:30. ¿Cómo pudo saber Jeremías dónde estaba el perro?

Dios puede hablar directamente a la mente, ya sea audiblemente o por medio de impresiones. La vía a través de la cual escuchamos sus mensajes puede ser mediante nuestras neuronas auditivas, si la voz es audible, o por medio de la conciencia, si es una impresión mental.

La conciencia es una facultad mental específica, algunas veces mencionada como el “ojo espiritual”. Así como el ojo físico puede convertir la luz en una energía neuronal y transmitir la información al cerebro, la conciencia transmite impresiones espirituales al cerebro, para nuestro entendimiento. Recuerde que el ojo físico puede estar enfermo, y por ese motivo ver cosas borrosas, o incluso ver cosas que realmente no existen. De manera similar, la conciencia puede llegar a estar enferma, y hacer que las personas experimenten impresiones distorsionadas o incluso totalmente imaginarias.

Inicialmente, la información que llega a la mente por medio de la conciencia no tiene mayor valor que la información que nos llega por cualquier otra vía. Nuestro poder de razonamiento debe evaluar esta información, para determinar si la impresión o la voz provienen de Dios, o es un engaño. Por lo tanto, podemos ser impresionados con algún mensaje o idea, pero esta impresión o idea no es una evidencia en sí misma. Solo tendrá validez cuando la razón lo evalúe y encuentre evidencia que lo apoye.

Dios diseñó la razón y la conciencia para que trabajen en armonía mutua, para un adecuado discernimiento y discriminación, como también para realizar un proceso válido de toma de decisiones. Cuando la razón funciona sola, sin la conciencia, podemos desarrollar teorías (como el evolucionismo o el marxismo), que pueden tener apariencia de sabiduría pero niegan la existencia de Dios y los principios de su gobierno.

Cuando la razón trabaja sin la conciencia, también puede racionalizar comportamientos perjudiciales, con el fin de no hacerse responsables y recibir una acción correctiva. Muchos criminales emplean sus habilidades racionales para cometer crímenes y evitar ser capturados; pero eso puede ocurrir solamente cuando la conciencia está enferma o inactiva. Para tomar decisiones sanas, la razón debe tener la acción restrictiva de la conciencia.

Mahatma Gandhi, político y maestro espiritual de la India, afirmó que “atribuirle omnipotencia a la razón es tan deplorable como adorar un ídolo de madera y piedra creyendo que es Dios. No abogo por la supresión de la razón, sino por un debido reconocimiento de aquello que está dentro de nosotros que santifica a la razón”.8

Lo que santifica (da sanidad) a la razón es la influencia de Dios, que obra por medio de nuestra conciencia y por medio de la revelación de la verdad. Sin embargo, no se puede confiar solamente en la conciencia como guía única, sin ser balanceada con la razón. Cuando la conciencia guía nuestras decisiones independientemente de la razón, entonces podemos terminar prendidos fuego, como pasó en Waco, Texas, con la secta de los davidianos; o terminar tomando cianuro como pasó en Jonestown, Guyana; o podemos tratar de irnos con el cometa Hale-Bopp; o llegar a estrellar aviones contra edificios.

Después de todo, actos como quemarse con David Koresh y la secta de los davidianos, cometer suicidio colectivo con Jim Jones o con la secta “Puerta del Cielo”, o convertir un avión de pasajeros en bomba suicida ¿no son acciones guiadas por la conciencia del individuo? Pero ¿qué hay de la razón?

El filósofo alemán Friedrich Nietzsche afirmó: “Una y otra vez me enfrento a esta idea, y una y otra vez me resisto; no quiero creerlo, aunque sea casi palpable: la gran mayoría carece de conciencia intelectual; de hecho, a menudo me parece que demandarla es como estar en medio de las ciudades más pobladas pero sentirse tan solitario como en el desierto”.9

La tragedia de una conciencia irracional

Recientemente tuve un trágico recordatorio del daño que puede ocurrir cuando la conciencia trabaja sin el equilibrio de la razón. Carlos era un profesor jubilado de 69 años que pertenecía a una iglesia cristiana conservadora. Recientemente, se había retirado luego de una exitosa carrera como profesor de Historia por más de 35 años en una universidad privada.

Carlos vivía un estilo de vida extremadamente conservador y adhería estrictamente a una serie de reglas rígidas. Seguía una dieta vegetariana, no consumía alcohol ni tabaco y hacía ejercicio regularmente. Sin embargo, Carlos y su esposa también creían que era pecado tomar medicamentos; en especial, medicamentos psiquiátricos. Estaban convencidos de que estas sustancias podrían dañar el cerebro.

A fines del año 2000, Carlos experimentó una depresión aguda. Perdió el contacto con la realidad y empezó a escuchar voces, se volvió paranoico y creía que era observado por otros. Llegó a perder la capacidad para interactuar apropiadamente con aquellos que lo rodeaban. Carlos y su esposa no sabían qué hacer. Claramente, él estaba enfermo, pero no tenían idea alguna acerca de cómo tratar su problema sin usar medicación.

Desesperados, buscaron ayuda, y finalmente encontraron una institución alejada, con médicos que también compartían su creencia de que la medicación psiquiátrica dañaría su cerebro. Fieles a esta creencia, lo trataron con “remedios naturales”: hierbas, hidroterapia y oración.

Desafortunadamente, Carlos continuó empeorando; pronto se volvió incoherente y gateaba por los pisos. Perdió el control de sus intestinos y vejiga, y empezó a manchar las paredes con sus heces. Se volvió gravemente psicótico, inconsolable y agitado. Dado que ya no estaba comiendo, perdió peso hasta el punto de llegar al borde de la inanición.

Cuando Carlos llegó a pesar 38 kilogramos (su estatura es de 1,75 m), los médicos de la institución le colocaron un tubo en la pared abdominal que conectaba directamente con el estómago, y lo empezaron a alimentar manualmente. Aunque su peso tuvo una leve mejoría, su depresión, paranoia y pensamiento irracional persistían. Carlos recibió ocho meses de este “tratamiento natural”, que no produjo ninguna mejoría. Luego de esto, bajo una total desesperación, su esposa lo trajo a mi consultorio.

El hombre estaba en un estado lamentable. Su piel colgaba de sus mejillas y sus ojos se habían hundido profundamente en su rostro. A Carlos le resultaba doloroso sentarse; sus huesos casi se salían por la piel. Seguía gravemente deprimido y continuaba en estado psicótico. Su esposa, sin embargo, insistía en que su esposo no debía recibir absolutamente ningún medicamento, aun si eso lo llevara a la muerte.

Por más de una hora traté de razonar con la pareja, explicándoles la evidencia científica que demuestra que la psicosis causa daño al cerebro, y que cuanto más tiempo permaneciera psicótico más difícil sería realizar un tratamiento con éxito. Revisé con ellos el historial de cómo Carlos no había mejorado con los “remedios naturales”, y cómo los “remedios naturales” no sirvieron para mejorar las enfermedades mentales en el siglo XIX.

En mi esfuerzo por alejarlos de esos “remedios naturales”, les expliqué la actividad molecular de los nuevos medicamentos y sus efectos específicos en el cerebro. Les informé sobre los efectos benéficos que se esperaban del tratamiento, al igual que los efectos secundarios. Así y todo, no cedieron en su punto de vista.

En un último esfuerzo, les hice pensar sobre los resultados que habían tenido en Carlos esos ocho meses de “remedios naturales”. Él estaba muy cerca de la muerte. Sin embargo, para ellos, era mejor dejarlo morir que tratarlo con medicación, aun si esta lograba restaurar su salud. La situación era muy triste. Esta pareja buscó conscientemente hacer lo que pensaban que era correcto, pero al no utilizar los poderes de la razón, sus elecciones terminaron causando un gran daño.

Solo podemos tomar las mejores decisiones, buenas y saludables, cuando la razón y la conciencia trabajan en forma conjunta, en armonía y equilibrio mutuo. Juntas, las facultades de la razón y la conciencia constituyen lo que se conoce como nuestro JUICIO. Cuando hay una disfunción, ya sea de la razón o de la conciencia, los resultados son un juicio alterado, mientras que cuanto más sanas lleguen a estar nuestra razón y nuestra conciencia, mejor será nuestro juicio.10

Todos adoramos algo

La última facultad que completa nuestra naturaleza espiritual es un deseo innato o impulso de adorar; es parte inherente de nuestro ser y todos lo experimentamos, ya sea que lo admitamos o no. Tal vez no adoremos a Dios, pero sí podría ser a un equipo de fútbol, al dinero, al poder, a algún cantante famoso, al método científico o a nosotros mismos. Pero todos adoramos algo. Algunos lo llaman la búsqueda de sentido o propósito: mirar hacia fuera de uno mismo buscando un marco de orientación, algo que dé a la vida un enfoque, un significado, un propósito y un mayor entendimiento.

En su libro Introducción a la filosofía, Karl Jasper resume la situación de esta manera: “Aquello a lo que te aferras, sobre lo cual basas tu existencia, eso es realmente tu Dios”.11 Richard Creel presenta un concepto similar en Religion and Doubt [Religión y dudas]: “El Dios de una persona es aquello que domina su vida, dándole unidad, dirección e inspiración, ya sea que esta persona se dé cuenta o no”.12

La pregunta no es si adoramos a alguien o a algo, si no ¿a quién o a qué estamos adorando?

Por la contemplación somos transformados

El cristianismo nos enseña que no debemos enfocarnos en nosotros mismos, sino en Cristo. ¿Por qué Dios dice: “Adórame”? ¿Acaso es inseguro? ¿Es que, de algún modo, necesita de nuestra aprobación y aceptación? ¿Importa realmente cuál es nuestro objeto de adoración?

Dios nos dice “Adórame” porque, de hecho, nosotros nos asemejamos a las cosas que admiramos y nos dedicamos (consagramos) a las cosas que idealizamos. La psiquiatría llama a esto “aprendizaje por observación”, “modelamiento” o “modelaje”. En la Biblia, esta es la ley de la adoración: por la contemplación somos transformados. Nuestro carácter realmente llega a ser transformado para reflejar aquello que reverenciamos (2 Cor. 3:18).

Entre los muchos dioses que adoraban en el antiguo Egipto, estaba la rana. Imagina a tu familia reunida en las noches para adorar el ídolo de una pequeña rana de oro. “Querido señor Rana…” ¿Podría ayudar a la mente a crecer y expandirse, para llegar a niveles más altos de desarrollo?

No tenemos que ir al antiguo Egipto para descubrir ejemplos de adoración sorprendentes. Por ejemplo, podemos visitar la India moderna, y encontrar un grupo del hinduismo que adora a las ratas, y tiene un templo dedicado a honrar a las ratas. El templo tiene grandes ídolos en formato de ratas y, por supuesto, está infestado de ratas.

Como parte de su adoración, los miembros de la secta traen granos para alimentar a las ratas que infestan el templo. Mientras nosotros preferiríamos evitar el riesgo de entrar en contacto con estas criaturas, estas personas consideran que es de gran bendición ser mordidos por una rata. Tan fuerte es su dedicación, que los miembros de esa secta oran para poder reencarnarse en forma de rata al morir. Piensa en esto: seres creados a la imagen de Dios, con individualidad, con el poder para pensar y actuar (Sal. 115:5-8; Rom. 1:21-32), que tienen como su objetivo más grande llegar a convertirse… ¡en una rata!

¿Por qué Dios nos pide que lo adoremos? Lo hace porque él es el único a quien podemos adorar que no nos llevará hacia la degeneración. Como seres humanos, estamos en el sitial más elevado de la creación. Por lo tanto, nuestro planeta no tiene nada que podamos adorar y que nos ayude a crecer y desarrollarnos más aún. Adorar cualquier cosa en este mundo simplemente nos llevará a nuestra propia degradación.

Por este motivo, la elección de qué o a quién adoramos tendrá una gran influencia sobre el desarrollo de las facultades mentales. Dado que el dios al cual servimos afecta directamente el funcionamiento de la razón y la conciencia, es esencial practicar formas saludables de adoración. Una adoración sana ennoblece y fortalece nuestra razón y nuestra conciencia, mientras que las formas inapropiadas de adoración las disminuyen y debilitan.

Nuestra naturaleza espiritual, por lo tanto, está compuesta de la razónla conciencia y la adoración, que son las facultades más elevadas de nuestra mente. Nuestra naturaleza espiritual dirige el funcionamiento de todos los otros aspectos de nuestra mente.

La voluntad

Dios diseñó la voluntad –la siguiente facultad de la mente– para que funcionara bajo la dirección de la razón y la conciencia. La voluntad es el centro de acción de la mente (el gobernador o agente ejecutor); es el área de la mente que se encarga de tomar las decisiones. El plan de Dios para el funcionamiento de la mente fue que la voluntad estuviera bajo la dirección de la razón y la conciencia, pero los seres humanos no siempre siguen este orden jerárquico establecido por Dios.

Piensa por un momento en el ejemplo de los fumadores, que pueden mencionar una larga lista de razones por las que fumar es peligroso: incrementa el riesgo de cáncer pulmonar, enfermedades cardíacas, infarto, ACV y enfisema; la posibilidad de causar daño a la salud de los niños, olor desagradable y gastos inconvenientes. Su conciencia puede convencerlos de que dejen de fumar. Pueden, incluso, llegar a decir a sus amigos: “Me gustaría nunca haber comenzado a fumar”, pero si no hacen uso de su voluntad y eligen deshacerse de sus cigarrillos y dejar de fumar, seguirán fumando.

Aunque Dios diseñó la voluntad para que funcionara bajo la dirección de nuestra naturaleza espiritual, en la realidad no siempre sucede así. Cuando las personas ejercitan su voluntad para escoger de una manera que violenta la razón y la conciencia, se dañan a sí mismos, se vuelven intranquilos y se llenan de ansiedad y desasosiego. Pero cuando la voluntad sigue la dirección de la razón y la conciencia, entonces –aunque en un principio puede ser que no se sienta placentero–, con el paso del tiempo sobreviene una paz interna, se desarrolla la confianza, hay sanidad y trae como resultado paz interior, confianza y satisfacción. Exploraremos este aspecto con más detalle en los próximos capítulos.

Los pensamientos

La siguiente facultad de la mente son los pensamientos, que están subordinados a la naturaleza espiritual y a la voluntad. Estos pensamientos incluyen todas las cosas comunes y corrientes en las que pensamos cotidianamente; pero, más específicamente, incluyen nuestras creencias, valores, conceptos morales y la imaginación.

Al ver este esquema, algunos inmediatamente lo objetan, diciendo: “Siempre me enseñaron que mis valores y conceptos morales gobiernan mi vida y dirigen mis acciones. ¿No deberían estar en la parte superior?” Simplemente, destaco el hecho de que la razón puede modificar nuestras creencias, valores y conceptos morales, y que la voluntad puede obrar por encima de ellos. ¿Pueden aquellos que no creen en Dios, cuando se les presentan las nuevas pruebas y verdades acerca de Dios, razonar por medio de las nuevas informaciones y cambiar sus creencias? ¡Claro que sí! ¿Y puede una persona ejercer su voluntad y escoger hacer actividades que contravienen sus propias creencias, valores y conceptos morales? Nuevamente, la respuesta es obvia. La imaginación también está sujeta al escrutinio y al gobierno de la razón, la conciencia y la voluntad.

Lo que he descrito en el párrafo anterior se aplica a personas maduras: aquellas que tienen la capacidad de razonar. Pero para los niños y aquellos cuya habilidad de razonamiento no se ha desarrollado completamente, las creencias entran en la mente y se establecen en el sistema operativo mental sin una evaluación rigurosa de los fundamentos de aquello en lo que se cree. De hecho, todos nosotros llegamos a la edad adulta con creencias, valores y conceptos morales que necesitan ser modificados. Como adultos, tenemos la responsabilidad de evaluarlos por nosotros mismos y conservar todos aquellos que sean saludables, que están apoyados por hechos y por la verdad, y debemos descartar o cambiar aquellos que sean remanentes de nuestra forma de pensar infantil. Pablo lo afirmó elocuentemente: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño” (1 Cor. 13:11).

Los sentimientos

La última facultad de la mente, que Dios diseñó para que se subordinara a todas las demás, son los sentimientos. Incluyen el espectro completo de emociones que todos conocemos: tristeza, enojo, alegría, felicidad y todos los demás. Pero dos de ellos merecen particular atención: el deseo de relacionarnos y nuestros afectos.

El deseo de relacionarnos con los demás: Primero que nada, Dios nos creó con un deseo innato de relacionarnos con los demás. Todos anhelamos ser especiales, amar y ser amados, compartir y que compartan con nosotros, formar parte de relaciones. Este deseo por establecer vínculos está biológicamente programado en todo nuestro ser. Nuestro Creador lo hizo parte de nuestra naturaleza.

Algunas personas se oponen a que esta parte de nuestra mente esté ubicada con los sentimientos, en vez de incluidos dentro de nuestra naturaleza espiritual. Destacan que Dios es un Ser que se interesa en las relaciones, y afirman que los seres humanos, creados a la imagen de Dios, también son seres relacionales. Partiendo de esa premisa, concluyen que deberíamos incluir este aspecto de nuestra mente dentro de la naturaleza espiritual.

Pero es importante reconocer que toda la naturaleza revela algo acerca de Dios (Rom. 1:20), y como todos los que hemos tenido una mascota podemos entender, los animales, además de la humanidad, también son seres que se relacionan. Por lo tanto, aunque ese rasgo demuestra una parte del carácter de Dios, el deseo por establecer relaciones no nos distingue de los animales, así que, no debemos considerarlo parte de nuestra naturaleza espiritual.

En todo caso, deberíamos considerar el deseo de establecer relaciones como subordinado a la razón, la conciencia y la voluntad, ya que estas facultades, de mayor jerarquía, evalúan los hechos, las circunstancias y las evidencias de una posible relación, y entonces permiten o rechazan la posibilidad de que tal relación suceda. De hecho, sin la naturaleza espiritual para gobernar el deseo de establecer relaciones, los seres humanos llegarían a ser “como animales irracionales, [que] se guían únicamente por el instinto”, movidos por la pasión y la lujuria (2 Ped. 2:12, NVI).

Nuestros afectos: El segundo sentimiento importante por identificar son nuestros afectos. Son nuestros apegos emocionales, los sentimientos que vamos creando por la gente y por las cosas.

Imagina que acabas de comprar un automóvil BMW nuevo. Ansioso por mostrárselo a tus amigos, vas donde ellos trabajan. Entras corriendo para buscarlos y, cuando sales, ves un automóvil idéntico al tuyo, con la excepción de que el otro automóvil tiene un gran abollón en la puerta delantera. ¿Cómo reaccionarías? Tal vez, dirías: “Oh, qué lástima”, y regresarías rápidamente a la emoción de ostentar tu nueva adquisición.

Pero ¿qué tal si, al salir, te das cuenta de que es tu automóvil el que tiene ese gran abollón? ¿Lo sentirías de forma diferente? Este es un ejemplo de nuestros afectos; es a lo que la Biblia se refiere cuando habla de “guardar el corazón”. Ten cuidado con las cosas a las que te apegas. Cuando Pablo escribe sobre la circuncisión del corazón por el Espíritu Santo, nos insta a que cortemos todo apego enfermizo, y que fortalezcamos aquellos apegos que son saludables (Rom. 2:29).

La armonía original

Dios diseñó la mente para que funcionara en perfecto equilibrio, beneficiándose de la comunicación cara a cara con él. Mientras Adán pasara tiempo con Dios, no solamente tomaría decisiones inteligentes para seguir la voluntad de Dios, sino además, por medio de la ley de la adoración, cada aspecto de su mente sería permeado y modelado por el carácter divino. Teniendo a Dios como eje central, su mente fue diseñada para funcionar con la razón y la conciencia, evaluando los hechos, las circunstancias y las pruebas para determinar qué curso de acción o conclusión serían los más apropiados. Entonces, su voluntad elegiría el curso de acción que la razón y la conciencia consideraran mejor. También seleccionaría qué creencias, valores y conceptos morales internalizaría y practicaría, cómo usaría su imaginación, a qué se apegaría, cómo se relacionaría con Dios y con los demás; y de este modo, qué carácter formaría. Desafortunadamente, Adán ejerció su voluntad de manera deficiente. Exploraremos las consecuencias de su elección en capítulos posteriores.

Figura 1: La mente antes del pecado

Este modelo representa las facultades originales de la mente, su jerarquía organizacional y cómo se relacionan entre sí. Desafortunadamente, algo muy malo sucedió. En la actualidad, muy pocas mentes humanas funcionan con la armonía original que Dios planificó. La mente está infectada con un elemento destructivo que interfiere con su funcionamiento naturalmente armónico y saludable. En el siguiente capítulo, descubriremos el elemento destructivo que deforma nuestra mente, y empezaremos a explorar formas de eliminarlo.


8 Mohandas Gandhi (1869-1948), Young India, 14 de octubre de 1926. Citado en The Columbia Dictionary of Quotations (Nueva York: Columbia University Press, 1998).

9 Friedrich Nietzsche, La gaya ciencia, trad. José Mardomingo Sierra (Madrid: EDAF, 2002), p. 70.

10 Tres años después de que Carlos salió de mi consultorio, el médico que lo derivó para que lo viera me contó el resto de la historia. Carlos regresó a la institución donde había estado recibiendo su tratamiento de “remedios naturales” y continuó aquel “tratamiento”, sin tener mejoría alguna en otros tres meses. Entonces, el hijo de Carlos, que vivía fuera de los Estados Unidos, descubrió lo que estaba sucediendo, voló inmediatamente hacia allí y llevó a su padre a un psiquiatra que le recetó un medicamento antidepresivo. En seis semanas, la depresión de Carlos había desaparecido por completo. Su apetito volvió a ser normal, comenzó a subir de peso, sus pensamientos eran claros y organizados, y era capaz de cuidar de sí mismo. Después de varios meses, incluso comenzó a dictar clases en jornada de tiempo parcial.

11 Karl Jasper, Introducción a la filosofía (Barcelona: Círculo de lectores, 1989). Citado en Richard Creel, Religion and Doubt: Toward a Faith of Your Own (Nueva Jersey: Prentice-Hall, 1977), p. 31.

12 Ibíd.