6. Gente sombra

La persona superficial considera la libertad como la liberación de toda ley o de cualquier restricción. Por el contrario, el hombre sabio ve en ella la poderosa ley de leyes” (Walt Whitman).

El médico de cabecera de Shirley la envío a verme porque temía que estuviera sufriendo de depresión. Tratar de conocer la historia de la mujer de 46 años fue bastante difícil. Ella se sentó con sus manos entre sus piernas, evitaba el contacto visual y hablaba en tonos suaves, sin ninguna modulación de la voz.

Si respondía algo, tendía a responder a la mayoría de las preguntas con un “No sé” o un “Supongo que sí”. Después de varios minutos de silencio y de varias preguntas, esta mujer, moderadamente obesa y que se vestía de manera sencilla, empezó a develar su historia de dolor y de abuso físico por parte del esposo.

Con temor y ciertas dudas, me describió un incidente en el que su esposo le dijo que quería la cena a las 17:00. Ella se había esforzado con diligencia preparando la comida, pero la había servido a las 17:02. Llorando, me relató que su esposo empezó a golpearla, quebrándole la nariz y magullándole un ojo. Al golpearla, él decía: “¡Odio cuando me haces hacer esto! ¿Por qué me haces reaccionar así? ¡Si tan solo me sirvieras la cena cuando se supone que lo tienes que hacer, no tendría que golpearte! ¿No sabes que hago esto por tu propio bien, porque te amo?”

Cuando Shirley me contaba su historia, hice un comentario de crítica a su esposo por su comportamiento. Fue entonces que ella me miró a los ojos por primera vez y dijo: “¡Oh, no! No fue su culpa. Si yo hubiera tenido la cena lista a tiempo, él no habría tenido que golpearme”.

La tercera consecuencia predecible cuando uno se somete a una violación de la ley de la libertad es que se destruye la individualidad. Cuando una persona se somete al control de otro durante un período considerable de tiempo, se van destruyendo poco a poco dos aspectos importantes: la identidad única que cada uno posee y la capacidad de razonar por sí mismo. La persona sumisa empieza a pensar como la que lo controla, en vez de usar su propia mente y razón.

Shirley no era un caso inusual. Ya no pensaba por sí misma, había sometido su identidad a la de su esposo violento y había aceptado como propia la versión de la realidad que él le presentaba. Se había convertido en poco más que una sombra de su marido. La violación de la libertad no solo destruye el amor, sino que instaura la rebelión; y si la rebelión no restaura la libertad, entonces la individualidad misma se desvanece y todo lo que queda son solo sombras.

La mayoría de las violaciones de la libertad no son obvias

La mayoría de las violaciones de la libertad no son tan obvias como las que Shirley experimentó. Sin embargo, tienen el mismo poder destructivo.

Jorge era un hombre pequeño, que tenía cerca de sesenta años. Su cabello era blanco, y largo en su lado izquierdo. Él peinaba esos cabellos por encima de su cabeza calva, en un intento inútil de cubrir la pérdida de su cabello. Si bien asistió por un tiempo a la universidad poco después de terminar la secundaria, luego fue un autodidacta, muy inteligente y de gran experiencia. Era supervisor de una compañía de construcción, en la que había trabajado desde joven. Dirigía varios equipos de trabajo, y había recibido hacía poco una bonificación cuantiosa por su excelente trabajo.

Pero Jorge no tenía paz; sus ojos se veían tristes, como si tuviera sentimientos de culpa, y la posición de sus cejas demostraba preocupación. Su voz tenía el retumbo profundo de un tren a la distancia; pero resonaba con un eco de soledad.

Era padre de tres hijos exitosos, había estado casado con una única esposa por más de treinta años. Su negocio continuaba siendo exitoso y su salud estaba bien. Sin embargo, llegó deprimido, desesperanzado, inseguro, sufriendo de desánimo y baja autoestima. Terriblemente confundido, pensaba que debería ser feliz –después de todo, no tenía grandes problemas–, pero su depresión continuaba empeorando.

En nuestro diálogo, Jorge comentó que en sus primeros años de casado, durante una discusión, su esposa amenazó con dejarlo. Dado que la amenaza lo había asustado seriamente, decidió aceptar lo que ella decía y mantenerla apaciguada. Fue describiendo escenario tras escenario en que él evaluaba la situación y llegaba a su propia conclusión; pero, como difería de la opinión de su esposa, aceptaba lo que ella dijera, por temor a su reacción. ¿Se molestaría; se mostraría hosca; haría un escándalo; dejaría de hablarle por días? O, lo peor de todo, ¿lo dejaría?

En sus treinta años de matrimonio, él había vivido un temor constante. A pesar del éxito en su trabajo, cuando regresaba a casa se consideraba un fracasado. Sin importar su forma clara de pensar y cuán buenas decisiones tomara en el trabajo, en casa pocas veces “tenía la razón”.

Jorge contó que aunque frecuentemente estaba en desacuerdo con su esposa, nunca se lo expresaba. Me describió cómo, en muchas ocasiones, rechazaba invitaciones de sus compañeros de trabajo para jugar golf o ver un partido. En vez de pensar: ¿Tengo algún compromiso en mi agenda?, Jorge pensaba: ¿Qué pensará mi esposa? ¿Se molestará? ¿Me dejará ir? Me pregunto si me abandonará… Ya no pensaba por sí mismo; filtraba todos sus pensamientos a través de la mente de su esposa. Lentamente, Jorge estaba perdiendo su individualidad, su capacidad de pensar por sí mismo. En el proceso, se había convertido en una sombra de su esposa.

Desafortunadamente, la ley de la libertad es muy poco entendida y muy a menudo es quebrantada. Y con mucha frecuencia, es violentada “en el nombre de Cristo”. Cuán triste debe estar Dios, cuando ve que las personas usan su nombre y, al mismo tiempo, usan la fuerza, la intimidación y el control del otro para alcanzar sus metas.

Violaciones de la libertad en nombre de Cristo

Durante mi residencia, aconsejé a una mujer hispana de 35 años, perteneciente a una iglesia pentecostal, que había sufrido de depresión por muchos años. Mientras trabajábamos juntos en su caso, Sofía me reveló cómo en su cultura y en su confesión religiosa particulares se esperaba que las mujeres fueran subordinadas a sus esposos. Su iglesia no permitía que las mujeres hablaran en la iglesia. Si ella tenía una pregunta, debía esperar hasta llegar a casa, para preguntarle a su marido. No había mujeres en ninguna de las juntas directivas de su iglesia.

En la casa, experimentaba un trato similar. El esposo era la cabeza del hogar y la esposa tenía que obedecer sus órdenes. En repetidas ocasiones, ella escuchó que Dios había diseñado la sociedad de esta forma por dos razones: las mujeres habían sido engañadas y habían llevado al hombre a pecar, y aunque Dios había creado al hombre a imagen de Dios, había creado a la mujer a imagen del hombre. Con el paso de los años, ella se había rendido a la constante degradación de las mujeres y había permitido que su esposo la controlara.

Como sucede cada vez que se violenta la libertad, Sofía tenía gran cantidad de ira y resentimiento no resueltos para con su esposo, y para con la deidad que habría ordenado tal sistema. Para ella, era extremadamente difícil pensar por sí misma, y había perdido mucha de su sana confianza propia, estima y sentimiento de valor. A medida que su individualidad se iba perdiendo lentamente, estaba muriendo por dentro, en silencio… Estaba en el proceso de convertirse en una sombra de persona, una tenue imitación de su esposo.

Mientras trabajábamos juntos en su caso, Sofía llegó a entender los principios de la ley de la libertad y empezó a aplicarlos a su vida. Poco tiempo después, empezó a razonar por sí misma y a ejercer su individualidad y autonomía, a pesar de que su esposo interrumpió una de nuestras sesiones.

Entró airado con su Biblia en la mano, la azotó contra mi escritorio y dijo: “¡Dígale a mi esposa que la Biblia afirma que las esposas deben someterse a sus esposos!” Cuando dijo eso, noté que la postura corporal de Sofía cambió. Antes de que entrara su esposo se veía tranquila, sentada, con los ojos brillantes, sonriente y hablando con confianza. Pero tan pronto como su esposo presentó esas demandas, ella lentamente se hundió en su silla, agachó su cabeza de tal forma que su mentón llegó a tocar su pecho, sus hombros se encogieron y puso sus manos entre sus piernas. Había asumido la apariencia de una niña triste y asustada. Y me quedó absolutamente claro que temía que su esperanza de libertad estuviera a punto de ser destruida.

Le respondí a su esposo: “Es verdad que la Biblia enseña que las esposas deben someterse a sus maridos. Pero si usted lee el siguiente versículo, la Biblia también dice que los esposos deben tratar a sus esposas como Cristo trató a la iglesia, que se sacrificó por ella (ver Efe. 5:22-25). Ahora, cuando usted empiece a sacrificarse por la felicidad de su esposa, estoy seguro de que ella no tendrá ningún problema en someterse a ese tipo de trato”.

Al decir eso, noté que ella se sentó derecha, enderezó sus hombros y mostró una gran sonrisa. Afortunadamente para Sofía, su esposo realmente deseaba hacer lo que era correcto, pero también era víctima de un concepto sumamente errado acerca de Dios y de sus métodos. Él aceptó las orientaciones dadas, y empezó a asistir a la terapia matrimonial. Juntos, llegaron a tener una relación saludable y mutuamente gratificante para ambos, en la cual se respetaba la individualidad y la autonomía

El matrimonio y la ley de la libertad

Desafortunadamente, muchas personas buenas sufren ignorantemente en un matrimonio que violenta cruelmente la ley del amor y la libertad, y creen que deben permanecer en tal situación destructiva. Pero Dios nunca exigió esto. Su propósito para nosotros es y siempre ha sido nuestra sanación y restauración. Por lo tanto, él desea que nos separemos de todo lo que interfiere con su obra en nuestra vida.

¿Cuál es el mayor de todos los Mandamientos? Jesús lo dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mat. 22:37-40).

¿Qué lugar ocupa el cónyuge en esta afirmación? ¿En la parte que se refiere a “Dios” o la parte que se refiere al “prójimo”? Claramente, un cónyuge no es Dios. Nuestra primera responsabilidad está siempre hacia el Señor, y nuestro cónyuge, en segundo lugar. ¡Cuánto mejor sería el mundo si Adán hubiera recordado esto antes de aceptar el fruto prohibido! Nuestra responsabilidad es presentarnos ante Dios en la mejor condición, para ser usados por él de la mejor forma posible.

Las relaciones matrimoniales que causan o permiten que se afecte la libertad, la individualidad o la autonomía en la pareja tendrán como resultado la destrucción de la imagen de Dios dentro de ellos. Y si no se consigue restablecer la libertad, se arruinará nuestra idoneidad para ir al cielo. Esta es una de las trampas más sutiles de Satanás.

Cuando el amor y la libertad no pueden restaurarse dentro del matrimonio, cuando permanecer en el matrimonio significa permitir que seamos dominados y controlados de forma tal que se borre la identidad y la autonomía, entonces los cónyuges tienen una responsabilidad, dada por Dios, de salir de esta relación destructiva.

Muchas esposas creen, equivocadamente, que deben someterse ciegamente al liderazgo de sus maridos; y muchos maridos promueven esta creencia falsa con la intención de mantener un control enfermizo sobre sus esposas. Pero, como lo discutimos anteriormente, Dios no espera que las esposas se sometan ciegamente a sus maridos. En cambio, la Biblia las llama a someterse a un trato por parte de sus esposos que se asemeje a cómo nos trata Cristo.

¿Cómo trata Cristo a la iglesia? Él vela constantemente por el bien de su pueblo. Siempre buscando el bien de los demás, guía por medio del ejemplo, y no lo hace utilizando el poder ni la autoridad. Cristo nos invita a ser sus amigos, que piensan y entienden, y no esclavos, que no tienen opinión y que solo hacen lo que se les ordena (Juan 15:15). Nuestro Salvador obra revelándonos la verdad en amor y permitiéndonos ser libres de escoger si queremos seguir su liderazgo o no.

Dios no quiere que sometamos nuestra mente a su control directo; no quiere ser el titiritero y que nosotros seamos las marionetas. Esta relación destruiría el amor. Él desea que sometamos nuestro corazón y nuestra mente a él, para limpiarnos y restaurarnos, y solo si estamos completamente convencidos al ver el peso de la evidencia y si aceptamos que él es digno de confianza. Al sanarnos, nos deja libres para que podamos ser individuos que se gobiernan y se controlan a sí mismos, que actúan en armonía con sus métodos de amor y libertad (Gál. 5:22, 23).

De la misma manera, las esposas no deben someter su identidad a sus esposos, para ser controladas por ellos; de hecho, los esposos deben fomentar la individualidad de la esposa y promover la recuperación de la imagen de Dios dentro de ella. El esposo no debería restringir las libertades de ella, sino que debería ayudarla a mejorar y desarrollar su capacidad de pensar y razonar por sí misma. Todos somos llamados a ser seres pensantes, no simplemente reflectores de los pensamientos de otros, sombra de otros. Los esposos deben invitar a sus esposas a una amistad comprensiva, para ser compañeros inteligentes, iguales en valor, amor, lealtad, devoción y autoridad, mientras cooperan juntos por el bien mutuo.

Dios odia que sus hijos se pierdan

Dios creó a la humanidad a su imagen para que pudiera revelar la verdad sobre quién es él mismo. Diseñó el matrimonio para demostrar el amor de Dios. El divorcio es resultado del egoísmo, y sucede cuando se pierde el amor. El divorcio causa heridas y dolor a sus hijos, y Dios lo aborrece (Mal. 2:16). Sin embargo, lo que Dios detesta más que el divorcio es la destrucción y la pérdida eterna de sus hijos. Los matrimonios que continuamente violentan el amor y la libertad son una falsa demostración de los benevolentes principios del carácter de Dios. Estos matrimonios se hacen pasar por refugios del amor, cuando en realidad representan mal a Dios y destruyen tanto al esposo como a la esposa.

La hipnosis viola la ley de la libertad

Las violaciones de la ley de la libertad pueden suceder en diferentes situaciones. Sin embargo, las más destructivas son aquellas que se presentan como baluartes seguros, como las familias, las iglesias o los centros de atención a la salud. Como descubrimos anteriormente, siempre que algo destruya la ley de la libertad, aparecerán patrones predecibles de destrucción, sin importar la situación o las intenciones.

Muchos pacientes me han pedido que los hipnotice o han preguntado si la hipnosis funciona. La verdad es que la hipnosis puede tener un profundo impacto sobre la mente. Pero la pregunta más importante es si la hipnosis cura o debilita las facultades mentales.

La hipnosis es el proceso por el que una persona suspende sus facultades de razonamiento y permite que otra persona dé instrucciones, implante creencias o afecte los recuerdos, mientras que su mente acepta todo sin poder realizar una evaluación crítica. Es un proceso que saltea la intervención de las más elevadas facultades de la razón y la conciencia, y accede directamente a las creencias, los recuerdos, la moral, los valores y la imaginación. Además, desvincula la naturaleza espiritual de su función de supervisión de la formación de creencias, los valores, los conceptos morales y el uso de la imaginación. La hipnosis entrena la mente para aceptar sugerencias sin examinar su confiabilidad.

Como descubrimos anteriormente, lo que creemos ejerce un poderoso impacto en nuestro bienestar. Por lo tanto, en la medida en que la hipnosis puede cambiar nuestras creencias, también podrá alterar la experiencia de una persona. Uno de los problemas más importantes relacionados con la hipnosis es el hecho de que altera las creencias sin emplear la razón, que es el poder dado por Dios para examinar lo que creemos, pesar las evidencias y escoger libremente el camino que fortalece la razón y ennoblece al individuo. Por el contrario, la hipnosis pone a otros a cargo de la mente, y al mismo tiempo entrega también la individualidad. Esto debilita los poderes de la razón, y hace más difícil establecer y mantener la jerarquía mental que Dios diseñó.

La Biblia enseña (Heb. 5:11-6:4; Efe. 4:14, 15) que un cristiano maduro es aquel que ha desarrollado la facultad de discernir lo correcto de lo incorrecto, lo sano de lo perjudicial, lo bueno de lo malo. La hipnosis impide el ejercicio de esta habilidad, ya que entrena a la persona para poner a un lado la razón y la conciencia mientras confía a otra persona sus facultades mentales.

Dios nunca usaría la hipnosis

Muchos cristianos sinceros oran diciendo: “Señor, rindo a ti mi voluntad. Toma el control. Ya no quiero estar más al control”. ¿Hará Dios eso? ¿Tomaría el control de la voluntad de una persona aunque se lo pidiera? Considera este escenario: has desarrollado una tecnología de nanochips que puedes implantar en tus hijos. Estos dispositivos se alojarán en el cerebro, y crearán una red a la que puedes acceder por medio de una computadora usando señales de radio. Seguidamente, usas la computadora para programar a tus hijos para que vengan tres veces al día y te digan que te aman. ¿Sería esto amor verdadero? Como lo mencionamos anteriormente, siempre que la libertad es vulnerada, el amor queda destruido.

De ninguna manera “programar” a alguien produce amor genuino. Lo que sí podría generar es un comportamiento meramente mecánico. Pero Dios nunca haría esto, porque él es amor y solo desea recibir servicio y devoción que sean dados libremente. La hipnosis arrebata a las personas la libertad de pensar y tomar decisiones informadas. En las violaciones de la ley de la libertad por medio de la hipnosis, no existe rebelión porque el individuo que se somete a la hipnosis se ha rendido voluntariamente a ella. La hipnosis paraliza, inmoviliza o inactiva la razón y la conciencia, de tal manera que no se reconocen las violaciones a la libertad. La hipnosis, invariablemente, erosiona la individualidad y la capacidad de pensar y de razonar independientemente. Promueve el desarrollo de “personas sombra”; personas que han perdido la capacidad de pensar por sí mismas.

Existe una técnica que muchas veces es confundida con la hipnosis, pero que, a diferencia de esta, puede ser de mucha ayuda. Esta técnica se llama Imaginación Guiada. Durante la imaginación guiada, en vez de permitir que otro dirija las facultades mentales, la persona aún retiene control sobre ellas; la razón y la conciencia siguen al mando, dirigiendo la voluntad para activar la imaginación. Una persona puede usar la imaginación guiada para meditar sobre la creación de Dios, su carácter y su presencia

Dios no destruye la individualidad

Desafortunadamente, varios de los métodos destructivos que hemos visto pueden a veces ser tan sutiles, que podemos considerarlos como obra de Dios mismo. Pero él nunca actuaría de formas que destruyeran la individualidad. En Gálatas 5 encontramos lo que las personas pueden llegar a ser cuando trabajan con Dios a fin de alcanzar sanidad y restauración. Desarrollarán sus caracteres con rasgos específicos, que la Biblia llama un “fruto” compuesto. Y debido a que estos rasgos surgen por obra del Espíritu Santo, la Biblia los llama “el fruto del Espíritu”: “Amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio” (vers. 22, 23, NVI).

Cuando el Espíritu Santo se hace cargo de nuestra vida, no actuamos como una marioneta controlada por Dios, sino que desarrollamos dominio y control propios. Al ser libres, hacemos todo de acuerdo con los principios de Dios: amor, libertad, verdad y sinceridad. Es solo por medio de una relación con Cristo como podemos encontrar la libertad verdadera: libertad del temor, libertad de ser controlados por otros, libertad de la dominación por nuestras debilidades genéticas.