4. Equilibrio alterado

En los dos capítulos anteriores exploramos un modelo de la estructura jerárquica original de la mente y cómo el elemento destructivo del egoísmo ha infectado la mente. En este capítulo, examinaremos lo que sucede cuando permitimos que los deseos egoístas dirijan nuestra vida. También vamos a continuar nuestra búsqueda para saber cómo restaurar el equilibrio y sanar la mente.

Madre primeriza

Imagina que eres una mujer que acaba de ser madre por primera vez. Ha pasado una semana desde el nacimiento de tu primer hijo. Ahora estás sola en casa, y tu esposo está en un viaje de trabajo, fuera de la ciudad por una semana. Te levantas temprano para cuidar a tu bebé, trabajas todo el día limpiando la casa, y a las 23:30 te acuestas en tu cama, completamente agotada.

A las 2:00 de la madrugada, tu bebé, hambriento y con sus pañales mojados, empieza a llorar. ¿Sientes ganas de salir de la cama para cuidar a tu bebé? No, pero rápidamente razonas en sus necesidades y en tu responsabilidad hacia él. Tu conciencia te da la convicción de que es tu deber ir, y la voluntad te lleva a levantarte para amamantar y cuidar a tu bebé. Luego regresas a la cama y duermes por el resto de la noche.

Al levantarte a la mañana siguiente, ¿cómo te sientes contigo misma? Seguramente con un sentido de satisfacción por un trabajo bien hecho. Quizá con un poco de orgullo maternal. “Realmente soy una buena mamá”. Tu autoestima aumenta un poco, tu confianza propia crece y tu sensación de bienestar general permanece intacta.

Pero veamos qué sucede si cambiamos el orden de la jerarquía mental, y en vez de permitir que la razón y la conciencia dirijan tu vida, dejas que los sentimientos tomen el control. Son las 2:00 de la madrugada y tu bebé empieza a llorar. No sientes ganas de levantarte, así que no lo haces. Te das media vuelta, te cubres la cabeza con la almohada y piensas en cuánto mereces descansar. De hecho, incluso podrías decirte a ti misma que serás una mejor madre en la mañana, porque habrás podido descansar lo suficiente. A la mañana siguiente, te levantas y encuentras a tu bebé agotado de tanto llorar toda la noche, todavía con los pañales mojados y hambriento. ¿Cómo te sientes ahora? ¿Tal vez llena de culpa y avergonzada? Quizás, incapaz de enfrentar tus emociones, miras a tu bebé y le dices: “Todo esto es tu culpa. Si no fuera por ti, no me sentiría de esta manera”. ¿Qué sucede con tu autoestima? ¿Sientes mayor tranquilidad y bienestar general?

Cuando se permite que los sentimientos controlen la voluntad, siempre acabaremos en la destrucción.

Una porrista

Imagina una joven de 16 años de una escuela secundaria que es parte del grupo de porristas del equipo de fútbol. Ella tiene sus ojos puestos en el capitán del equipo. Cada vez que pasa cerca, ella salta un poco más alto y canta más fuerte, esperando que él la note. Finalmente, él se da cuenta, y la invita a salir. En esa primera cita, él intenta aprovecharse de ella. En la mente de ella, su razonamiento y su conciencia le dicen inmediatamente: No, yo no quiero esto. No soy este tipo de mujer. Pero sus sentimientos están confundidos e indecisos, y se dice a sí misma: No quiero que se enoje conmigo. Quiero gustarle. No quiero ser rechazada. Entonces el temor a ser rechazada y el deseo de ser amada la tientan a ceder.

Si ella hiciera caso a su razón y su conciencia y le dijera que no, en ese momento, sola en el auto, ¿cómo se sentiría? ¿Mal, incómoda, ansiosa, tensa? ¿Pero cómo se sentirá en la siguiente semana, mes y año? Su autoestima, ¿disminuiría o se fortalecería? En cambio, ¿qué pasaría si se dejara guiar por sus sentimientos y siguiera sus deseos, pasivamente permitiendo que él haga lo que quiera? ¿Qué sucedería, entonces, con su autoestima? Disminuiría completamente. Cuando los sentimientos toman el control, el resultado siempre es confusión y destrucción.

Dedica un momento para reflexionar sobre tu vida y considera diez de tus acciones más reprochables, esas que desearías cambiar o que nunca quisieras haber hecho. ¿Cuántas de esas acciones fueron hechas luego de una revisión razonable y concienzuda de los hechos y las circunstancias? ¿Cuántas estuvieron basadas en las emociones? Sin excepciones, toda persona a quien le he hecho estas preguntas concuerda en que en la mayoría de las ocasiones sucede lo segundo.

Una esposa de pastor

Las primeras dos analogías demuestran el impacto devastador que tiene sobre la autoestima, el valor y la seguridad propios cuando los sentimientos toman el control. Sin embargo, algunos podrían objetar que el daño es consecuencia de quebrantar valores morales, y no simplemente porque los sentimientos tomaron el control. Otros podrían sostener que, incluso si los sentimientos toman el control de las decisiones, nada malo pasaría si esas decisiones no quebrantan los valores morales. Si compartes esta forma de pensar, te invito a considerar la historia de Ethel.

Esta mujer vino a verme buscando ayuda por sus sentimientos crónicos de depresión, baja autoestima e inseguridad. Como era la esposa del pastor de la iglesia, ella sentía vergüenza de pedir mis servicios. Ethel y su esposo han servido en el ministerio por más de treinta años y han trabajado en muchas iglesias. Como esposa de pastor, en muchas ocasiones ella había aconsejado a miembros de iglesia atribulados, pero ahora era ella la que no podía encontrar paz para su corazón.

Me contó cómo había sido criada en un hogar religioso, por padres estrictos pero amorosos. Aunque no pudo recordar ningún momento de abuso infantil en su casa, sus padres habían controlado su comportamiento de manera estricta y la criticaban por actividades que se alejaban de sus fervientes ideales familiares. Nunca motivaron a Ethel para que hiciera preguntas o pensara por sí misma. En cambio, le decían que simplemente debía seguir las instrucciones de sus padres, y de Dios.

Dado que había sido criada de manera tal que era susceptible a las críticas, constantemente ansiaba la aprobación y la aceptación de los demás. Esto hacía que para ella fuera casi imposible expresar su opinión o defender su punto de vista, por temor a ofender a alguien y tener que enfrentar el rechazo.

Ethel era amable, paciente y generosa, y normalmente era amada y respetada por todos. Nadie en su iglesia podría recordar una ocasión en que ella hubiese sido ofensiva o ruda. Sin embargo, se sentía solitaria, aislada, desvalorizada y deprimida. A pesar de haber servido a los demás por tantos años y haber hecho todo lo que creía que era la voluntad de Dios, no podía entender por qué continuaba sufriendo de tal inseguridad crónica y baja autoestima.

Durante nuestras sesiones juntos, Ethel describió un incidente que reveló el problema oculto en su vida. En cierta ocasión, cuando estudiaba en la universidad, programaron sus exámenes finales para un jueves, de modo que planeó reservarse la noche del miércoles anterior para terminar de prepararse. El martes de esa semana, Doris, la organista de la iglesia, la llamó para informarle que no podría tocar el órgano en la reunión del miércoles, y le preguntó a Ethel si podía reemplazarla ese día.

En su propio razonamiento y conciencia, Ethel inmediatamente concluyó que necesitaba estudiar el miércoles en la noche y que no quería tocar el órgano en la iglesia. Con la misma rapidez, sin embargo, un torrente de sentimientos parecieron sobrecogerla: No quiero que Doris se moleste conmigo. Quiero caerle bien. Ella podría pensar que yo no quiero apoyar a la iglesia ni el ministerio de mi esposo. Basada en su temor al rechazo y a lo que otros pudieran pensar, Ethel decidió cancelar sus planes de estudiar el miércoles y, en cambio, decidió ir a tocar el órgano en la iglesia.

¿Qué pasó con la autoestima de Ethel, con su seguridad y su valoración propia? Se fueron al piso. No porque tocar el órgano en la iglesia fuera inmoral; de hecho, es una actividad bastante sana… cuando se hace por los motivos correctos. Su autoestima se derrumbó porque tomó una decisión basada en sus sentimientos de temor e inseguridad, y no en la verdad y los hechos. Ella decidió ir en contra de su propio juicio y permitió que las emociones de temor e inseguridad la controlaran. En su propia mente, se vio a sí misma vacilante y débil. Y como consecuencia, perdió el respeto por ella misma.

Afortunadamente, Ethel pronto reconoció un patrón de decisiones poco saludables que había ido tomando. Por años, había basado sus respuestas en lo que ella pensaba que haría feliz a los demás, en vez de basarlas en lo que ella pensaba que era lo más correcto y razonable. Reconoció que no había desarrollado la habilidad de razonar por sí misma, sino que había permitido que otros pensaran por ella. Esto la condujo a un círculo vicioso de baja autoestima, causada por la creciente necesidad de aprobación de los demás. Esto también trajo, como resultado, un creciente temor al rechazo, que produjo más decisiones basadas en el temor y en la baja autoestima. Cuando Ethel empezó a tolerar la desaprobación y el rechazo de los demás, y pudo tomar decisiones que eran realmente correctas y saludables, su autoestima y su valoración propia empezaron a aumentar.

¿Qué fue lo que permitió el cambio? Dios, como Fuente de toda verdad, estaba haciendo brillar la verdad alrededor de ella. Pero la verdad no es útil a menos que sea entendida y aplicada. Ethel empezó a ejercitar su razón y su conciencia para pensar y extraer conclusiones por sí misma. Empezó a buscar y aplicar la verdad a su vida por medio del ejercicio de la voluntad para actuar por sí misma y hacer sus propias elecciones, sin importar lo que pensaran los demás. En otras palabras, estaba consciente de sus sentimientos de temor, dolor, soledad y su deseo de ser aceptada; pero reconoció que seguir rindiéndose a tales emociones solo perpetuaría sus problemas. La continua sumisión a sus sentimientos era un rechazo a la verdad, y lo único que hacía era impedir su curación. El siguiente diagrama ilustra esta batalla.

Figura 4: La mente después del pecado y después de la conversión

¿Se supone que debo hacer de cuenta que no tengo sentimientos ni emociones?

Muchos de mis pacientes han tenido grandes dificultades para establecer la razón y la conciencia en el gobierno de la voluntad, porque sus sentimientos son tan fuertes y han confiado en ellos toda su vida a la hora de tomar decisiones. Frecuentemente, me cuentan que no piensan que algo sea real hasta que no se sientan bien con respecto a eso. Con desesperación, preguntan: “¿Se supone que debo hacer de cuenta que no tengo sentimientos?”

Para nada. Recuerda la analogía de cuando acabas de llegar a casa con tu bebé recién nacido. Imagina otra vez que estás en tu casa con tu bebé a las 2:00 de la madrugada. Sin embargo, esta vez, en vez del bebé que llora, suena el teléfono y es tu mejor amiga, que está viendo películas toda la noche y quiere que la acompañes. Tus sentimientos gritan rápidamente: “¡No! ¡Duérmete!” Inmediatamente, tu razón examina tus sentimientos a la luz de las circunstancias. En conjunto con una conciencia clara, rechazas la invitación, haces caso a tus sentimientos y regresas a dormir. Sin embargo, te das cuenta de que, aun en esta situación, los sentimientos no están al control. La razón y la conciencia toman la decisión basadas en los hechos, las evidencias y la verdad, ya que, dadas las circunstancias adecuadas, tú decides lo que es más razonable y apropiado.

Con frecuencia, recuerdo a mis pacientes que los sentimientos son datos, información que debemos someter a evaluación de la conciencia y la razón, basados no meramente en los sentimientos mismos, sino en los hechos, las evidencias, la verdad y las circunstancias asociadas con ese sentimiento.

¡Los sentimientos pueden ser engañosos!

Lo que la mayoría de mis pacientes no se da cuenta cuando viene por primera vez es que ¡los sentimientos pueden ser engañosos! Muchas personas han creído erróneamente que si algo se siente bien, debe estar bien. Pero la Biblia dice, en Santiago 1:13 y 14: “Que nadie, al ser tentado, diga: ‘Es Dios quien me tienta’. Porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni tampoco tienta él a nadie. Todo lo contrario, cada uno es tentado cuando sus propios malos deseos [o sentimientos] lo arrastran y seducen” (NVI). Este texto nos informa que son nuestros deseos el motivo más común por el que perdemos el rumbo.

Alicia estaba desesperada cuando llegó a su primera cita en mi oficina. Su cabello rubio estaba revuelto en todas direcciones, y llevaba un grueso maquillaje. Estaba un poco pasada de peso, usaba jeans dos talles menores que el que le correspondía y su remera tenía una foto brillante de un camión en el frente. Usaba un esmalte rojo brillante en sus uñas y un lápiz labial que se extendía más allá de los márgenes de sus labios. Cada mano tenía por lo menos siete anillos, dos argollitas colgaban de su ceja derecha y tenía un gran número de aretes en cada oreja. Olía a tabaco y aparentaba tener cincuenta años, pero realmente tenía 37.

En nuestra primera sesión fue difícil seguir el hilo de sus comentarios, ya que saltaba de un tema a otro y de un problema a otro. Siempre que tratábamos de abordar un problema, ella inmediatamente recitaba frenéticamente varios problemas, llena de desamparo y desesperanza. Su vida era caótica, sin ninguna dirección y ninguna evidencia de autocontrol. Hacía lo que sus sentimientos la motivaran a hacer. Estaba casada con su tercer marido, tenía tres hijos y consideraba su vida miserable; no tenía idea de cómo podía mejorar. Sufría de una autoestima extremadamente baja y sentimientos crónicos de desvaloración, y no podía recordar un momento en el que hubiera estado feliz y en paz consigo misma.

Después de compartir con Alicia la jerarquía de la mente y la importancia de tomar decisiones basándose en los hechos y no en los sentimientos, ella empezó a comprender los principios e hizo pequeños avances. Desafortunadamente, justo cuando estaba empezando a mostrar una mejoría real, todo pareció desvanecerse.

Un día, reveló que sentía atracción por el esposo de su mejor amiga. Comentó que deseaba tener una aventura con él, algo que repitió numerosas veces durante la sesión: “Pero, Dr. Jennings, eso me haría sentir tan bien…” Así que, empecé a hacerle algunas preguntas basadas en la realidad.

Si tuvieras una aventura con el esposo de tu mejor amiga, ¿sería bueno para tu marido?

No.

–¿Y sería bueno para tu mejor amiga?

De nuevo me respondió que no.

–¿Sería bueno para tus hijos? ¿Los hijos de ella? Y, por último, ¿sería bueno para ti y para el marido de ella?

Ante cada pregunta, respondió “no” sin dudarlo.

Para esa altura, ella se dio cuenta de que debía escoger entre dos opciones: (1) podría aceptar el hecho de que la razón y la conciencia habían determinado lo más correcto, lo que impediría que ella continuara en la búsqueda de una aventura, o (2) podría seguir sus sentimientos, escogiendo involucrarse en una relación perjudicial.

¿Qué crees que hubiera pasado con su autoestima, confianza y valoración propias si ella hubiera tenido la aventura? ¿Qué piensas que hubiera pasado con su estado de ánimo? A Alicia le costó tomar esta decisión pero, al final, escogió seguir las indicaciones de la conciencia y la razónDecidió ejercitar su voluntad y no buscar tener esa aventura. Y ¿adivina qué? En el transcurso de dos semanas, sus sentimientos por ese hombre se desvanecieron por completo, y su nivel de confianza propia continúo en ascenso.