“Las personas egoístas son incapaces de amar a los demás, pero tampoco pueden amarse a sí mismas” (Erich Fromm).
En el principio, Dios creó a los primeros seres humanos (Adán y Eva) a su imagen. En su origen, la humanidad era perfecta, genética, mental y espiritualmente. Los seres humanos poseían una conciencia pura y una razón noble, tenían una experiencia de adoración perfecta, con una relación cara a cara con Dios, y así mantenían todas las otras facultades de la mente en armonía y equilibrio perpetuos. Los principios del amor y la libertad gobernaban su mente. La paz y la alegría brotaban de forma constante de una mente que estaba en un equilibrio perfecto.
Desafortunadamente, este equilibrio perfecto no perduró. La humanidad quebró su confianza en Dios. Por elegir su propia voluntad, la raza humana cortó su íntima conexión con Dios. Las consecuencias fueron devastadoras e inmediatas. Al desestabilizarse el armonioso equilibrio de la mente, un elemento destructivo reemplazó la influencia de Dios. Ahora, un nuevo principio dominaba la mente del ser humano.
El egoísmo –la búsqueda de la satisfacción propia– tomó el lugar del amor y la libertad. Los seres humanos perdieron su sentido innato de seguridad y confianza. Al perder la capacidad de experimentar paz, se fueron cargando de miedo y culpa, lo que los llevo a desarrollar un instinto de autopreservación. Antes de la elección egoísta de Adán y Eva, la mente humana estaba libre de todo miedo. El miedo era una emoción nueva y devastadora, que contaminó la mente humana. Este fue el resultado de una percepción equivocada de Dios y de estar separados de él. Al no poder confiar en Dios y en su cuidado, surgió el principio de la “supervivencia del más apto”.
Debido a que Adán, sin motivo alguno, escogió no confiar en Dios y buscar sus propios intereses, su conciencia lo convenció de que era culpable. A su vez, esta culpa lo condenó. Al ser acusado por su propia conciencia, Adán tuvo temor por su vida y tomó el asunto en sus propias manos. Con su mente ahora llena de temor y duda, sin el poder dominante del amor y la libertad en su corazón y con el principio de autopreservación afirmado con fuerza, Adán se propuso salvarse a sí mismo: corrió y se escondió.
Desde entonces, la humanidad ha estado huyendo y escondiéndose de Dios. Se perdió la confianza en Dios, y el egoísmo ahora reina supremamente. El balance armonioso de la mente quedó destruido, y el principio destructivo del egoísmo ahora dominaba sus facultades. Si no fuera por la gracia de Dios, la raza humana estaría condenada a la perdición.
El egoísmo es el elemento destructivo que infecta la mente. No estaba presente en el diseño original de Dios, pero ha llegado a ser un agente infeccioso, un intruso que contamina nuestras facultades mentales y desestabiliza su funcionamiento. Sin la intervención de Dios y su plan para sanar la mente, la humanidad estaría sin esperanza.

Figura 2: La mente después del pecado y antes de la conversión
Egoístas de nacimiento
Los psiquiatras reconocen el aspecto egoísta de nuestro ser y se refieren a él como egocentrismo. No como una característica adquirida, sino como una característica innata. Porque Adán quebró su confianza en Dios y llegó a ser egocéntrico, todos los seres humanos, por ser descendientes de él, nacen biológica y genéticamente centrados en sí mismos. Así como David escribió en el Salmo 51: “En maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (vers. 5).
¿Cuántos niñitos están interesados en saber si su madre ha descansado bien o si ha comido? Ninguno. Los bebés se concentran en sus propias necesidades. Esto es lo que heredamos de Adán. Cuando Dios lo creó, le delegó la habilidad de crear seres a su imagen. Así como Dios creó a Adán a su imagen, de la misma manera, luego de caer en pecado, Adán tuvo hijos que poseían su misma naturaleza y sus cualidades. Este patrón continúa hasta hoy, como seguramente se habrán podido dar cuenta quienes son padres.
Las tres avenidas del egoísmo
Las personas expresan su predisposición biológica hacia el egocentrismo principalmente de tres maneras. La traducción Reina-Valera para 1 Juan 2:16 describe estas tendencias como “los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida”. En nuestro lenguaje actual, podríamos simplificarlo en tres palabras: sensualidad, materialismo y egolatría. Cada persona tiene una organización diferente de estos tres rasgos, con algunos aspectos más débiles o más fuertes.

Figura 3: La mente después del pecado y antes de la conversión
La mente engañada
Si está familiarizado con los conceptos de Sigmund Freud, sabrá que el egoísmo es una parte de la mente que Freud llama el “Ello”. Freud consideraba el Ello como un impulso genéticamente programado hacia el sexo y la agresión, que domina nuestro desarrollo. La sensualidad es similar a lo que él etiquetó como sexo, y se refiere a todas las formas físicas de placer. Si bien esta categoría involucra el contacto sexual, también incluye las drogas, el alcohol, la glotonería y, esencialmente, todos los placeres sensoriales.
El materialismo es sinónimo de la avaricia, que consiste en la búsqueda de posesiones materiales aun a costa de otros. Y la egolatría significa ponerse a uno mismo por delante de los demás, adorar el yo. Vale la pena enfatizar que tanto el materialismo como la egolatría son comportamientos agresivos.
A menos que sean vencidos, estos intereses primitivos llevarán a la autodestrucción. Pero como Freud no reconocía el papel de Dios en la vida humana, no pudo incluirlo en su plan de tratamiento, así que, escogió la única alternativa lógica disponible para él: el Yo.
La teoría de Freud afirma simplemente: “Donde era Ello, ha de ser Yo”. Como resultado, la teoría freudiana del psicoanálisis tiene que ver con el proceso de orientar el ojo de la mente hacia el interior, para traer el Ello inconsciente al plano consciente, donde pueda ser controlado, modificado y cambiado. En otras palabras, el psicoanálisis es el proceso de enfocar nuestra mente en sus deseos egoístas –que son el elemento destructivo y contaminante de la mente–, con la creencia de que, después de volver conscientes estos deseos, la persona podrá realizar los cambios que sean necesarios en su vida.
Un modelo cristiano de tratamiento agrega algunos puntos de vista adicionales. Jeremías 17:9 nos dice: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” Debemos volvernos a Dios y pedir su ayuda. De otro modo, nuestros intentos por entender la mente sin ayuda divina pueden llevarnos a un mayor autoengaño.
Otro factor importante en el proceso de tratamiento es la ley de la adoración, también conocida como aprendizaje por observación. De acuerdo con esta ley, nos convertiremos en aquello que admiramos o adoramos. Sin importar lo que idealicemos –ya sea una persona, una idea de Dios o algún ídolo–, llegaremos a ser más semejantes a eso. Nos adaptamos a aquello en lo que nos enfocamos. Si nos concentramos en el yo, llegaremos a ser más egoístas. Al entrenar la mente para que se enfoque en el elemento destructivo y contaminante de nuestra mente, su peligroso poder se fortalece.
Este cambio ocurre tanto en nuestro carácter como en nuestro aspecto biológico. El cerebro se reconfigurará basado en las cosas que pensamos, hacemos, vemos y experimentamos. De hecho, las redes neuronales del cerebro están constantemente ramificándose y “podándose”. Las elecciones que tomamos –lo que pensamos, creemos, admiramos y adoramos, así como el comportamiento que asumimos– tendrán profundos efectos sobre el desarrollo ulterior de nuestra red neuronal y, por consecuencia, también sobre nuestro carácter. El software (lo que pensamos) puede cambiar el hardware (la red neuronal).
Quizás algunos de ustedes estudiaron inglés o algún otro idioma en la secundaria. Si es así, podrás recordar la dificultad que encontraste en esas primeras semanas, aprendiendo una palabra a la vez, agonizando mientras tratabas de recordar y pronunciar esa palabra. A medida que estudiabas y practicabas, tu vocabulario aumentaba. Con el paso del tiempo, incluso tu pronunciación y la sintaxis mejoraron. Esto ocurrió gracias a que el cerebro incrementaba su red neuronal, el número de células y la cantidad de conexiones intercelulares necesarias para manejar el nuevo idioma.
Pero si dejaste de hablar inglés después de terminar la secundaria, ¿qué sucedió con tu habilidad para manejarlo? Con el uso continuo, el cerebro fortalece y expande la red neuronal; pero cuando esas vías se debilitan por falta de uso, terminan degradándose y desvaneciendo. Lo mismo sucede en todo el cerebro. Por eso, los hábitos no se eliminan fácilmente: cuanto más fuerte sea el hábito y mayor su antigüedad, mayores serán el tiempo y el esfuerzo necesarios para que esas vías desaparezcan.
Ahora, podrás decir: “Todo esto es muy interesante, pero ¿de qué sirve para sanar la mente?” Esto es importante, porque nosotros tenemos el poder, al usar nuestra voluntad, para escoger qué circuito neuronal usaremos continuamente en nuestro cerebro. Según las decisiones que tomamos, podemos cooperar con Dios para la transformación real de nuestros caracteres aquí y ahora. Cuando escogemos, en cooperación con Dios, comportarnos de la manera que nuestra conciencia y nuestra razón determinan más apropiada, recibimos poder divino para seguir adelante y mantenernos firmes en esas decisiones.
Considera el ejemplo de los fumadores. Pueden orar todo lo que quieran para ser liberados del vicio, pero a menos que elijan dejar de fumar, continuarán fumando. Sin embargo, cuando dejan el cigarrillo y buscan la ayuda de Dios, reciben poder divino suficiente para lograr lo que se han propuesto. El poder divino capacita a los fumadores para tolerar la agonía de dejar el hábito y, finalmente, llegar a ser libres de sus adicciones. A partir de ahí, con el tiempo, su circuitos neuronales cambian, y las vías que correspondían al hábito de fumar poco a poco se degradan, mientras los circuitos neuronales responsables del autocontrol se fortalecen.
En septiembre de 1999, la revista Nature publicó una investigación que apoya el hecho de que nuestras acciones y elecciones tienen como resultado cambios físicos reales en el cerebro.13 Este estudio fue dirigido en colaboración con científicos de las universidades Yale, Harvard y la Universidad del Noroeste de los Estados Unidos, y reveló que el uso de cocaína en una persona causa un cambio en el cerebro que activa genes que antes estaban inactivos.
Esto significa que ciertos comportamientos pueden causar que genes que estaban apagados ahora se enciendan, y empiecen a ejercer su influencia sobre la persona. En el caso del uso de la cocaína, se activa un gen que causa la producción de una proteína que incrementa el deseo de consumir más cocaína.
La televisión y la ley de la adoración
B. S. Centerwall realizó una investigación que demuestra poderosamente la ley de la adoración (aprendizaje por observación). Sus resultados fueron publicados en la revista Journal of the American Medical Association.14 Centerwall desarrolló un elaborado estudio para determinar el efecto de los programas de televisión sobre la violencia en la sociedad, evaluando el nivel de violencia en la sociedad antes y después de la llegada de la televisión. Como quería un indicador claro de violencia, se concentró en las tasas de homicidio en los Estados Unidos.
Para evitar objeciones de que el incremento de la tasa de homicidios fuera debido al fácil acceso a las armas, comparó la tasa de homicidios de los Estados Unidos con la de Canadá, país con características similares a los Estados Unidos, pero con un estricto control de armas. Finalmente, comparó la información de estas dos naciones con las estadísticas obtenidas en Sudáfrica, donde la televisión no fue permitida hasta el año 1970. Como precaución adicional, calculó solamente los asesinatos entre hombres blancos en Sudáfrica, para descartar cualquier posibilidad de que las políticas de racismo del Apartheid afectaran los resultados. Lo que descubrió fue asombroso.
Después de la llegada de la televisión a los Estados Unidos, la tasa de homicidios aumentó un 93% entre 1945 y 1974. Durante ese mismo período, la tasa de homicidios aumentó un 92% en Canadá. Pero en Sudáfrica, donde la televisión no llegó sino hasta los años 70, la tasa de homicidios disminuyó en un 7% desde 1945 hasta 1974. Increíblemente, después de la introducción de la televisión en 1975, la tasa de homicidios aumento en un 130%.
En abril de 2004, la revista Pediatrics publicó una investigación asombrosa que reveló que ver televisión incrementa en los niños el riesgo de desarrollar trastornos de déficit de atención. ¡La cantidad de tiempo que el niño pasa mirando televisión modifica su cerebro!15
Estas evidencias, en conjunto con otras investigaciones publicadas con hallazgos similares, han llevado a la Academia Estadounidense de Pediatría a recomendar que los niños menores de dos años no debieran ver televisión de ningún tipo; y, para niños mayores, debería permitirse bajo limitaciones estrictas.
Claramente, lo que observamos, admiramos, adoramos y aquello en lo que creemos tiene un impacto significativo en lo que llegaremos a ser.
Los efectos del cuerpo sobre la mente
Las facultades de la mente funcionan mejor cuando el cuerpo está sano. La mente y el cuerpo son inseparables. Ya hemos discutido el efecto de la mente sobre el cuerpo. Pero igualmente debemos recordar que el cuerpo afecta claramente el funcionamiento de la mente. Cuando la enfermedad física ocurre, la mente se vuelve menos eficiente. Por ejemplo, ¿quién quisiera rendir exámenes finales con gripe y una fiebre de 40º C?
La maquinaria del cerebro puede tener defectos
Cuando hablamos de la mente, no podemos olvidar que los problemas físicos afectan su funcionamiento correcto. Al romperse la conexión íntima que la humanidad tenía con Dios, no solamente se debilitó la mente con la presencia del egoísmo, sino también llevó al cerebro a sufrir enfermedades y defectos orgánicos.
La enfermedad de Alzheimer y el infarto –así como la esquizofrenia y otros desórdenes– afectan al cerebro mismo (el hardware) y, subsecuentemente, obstaculizan el buen funcionamiento de la mente. Algunas veces, para recuperar la salud se requiere de intervenciones biológicas (para tratar el hardware), pero en otras ocasiones se requiere una intervención social, psicológica o espiritual (para tratar el software). Eso es lo que hace que la psiquiatría sea emocionante y que tenga tantos desafíos.
Como psiquiatra, con frecuencia utilizo medicamentos para estabilizar la bioquímica de la persona. Los medicamentos pueden minimizar el impacto de los defectos genéticos o ambientales sobre el cerebro. Algunos de mis pacientes cristianos tienen dificultades con esto, e incluso sienten culpa cuando toman medicamentos psiquiátricos. Muchos de ellos han enfrentado críticas de parte de amigos bien intencionados.
Les recuerdo a mis pacientes que cuando Adán cayó de la gracia de Dios, comenzaron a entrar en nuestro ADN defectos genéticos. Como raza, llegamos a estar sometidos a la enfermedad y la muerte; de ahí que nuestros cerebros no funcionen tan eficientemente como lo hacía el cerebro de Adán cuando salió directamente de las manos de Dios. Nuestros cerebros pueden tener diversos defectos en su estructura molecular y en el funcionamiento de las células. El hardware de nuestra computadora mental ocasionalmente se vuelve defectuoso, y la medicación psiquiátrica puede llegar a mejorar el funcionamiento del hardware mental.
Un descubrimiento publicado en la revista American Journal of Psychiatry lo demuestra claramente.16 El doctor Michael Egan y sus colaboradores descubrieron que una sola mutación del cromosoma 22 altera la función de la memoria.17 Los medicamentos pueden compensar una debilidad biológica, pueden reducir la intensidad de los sentimientos perjudiciales y mejorar la eficiencia del cerebro, haciendo más fácil para la razón y la conciencia recuperar la fortaleza y restaurar el equilibrio en los procesos mentales.
Al reconocer la relación entre la mente y el cuerpo, debemos también recordar la importancia de una vida sana. Un estilo de vida saludable afecta directamente nuestro estado mental, porque cuanto más sano esté el cuerpo, más sana y eficiente será nuestra mente. Del mismo modo, un estilo de vida malsano impide que desarrollemos al máximo nuestro potencial mental, ya que afecta el funcionamiento saludable del cerebro. Esa es la razón por la que fueron dadas leyes de salud en la Biblia. Dios quiere que su pueblo tenga la mente lo más sana posible, pero para lograrlo se requiere que el cuerpo esté en el estado más sano posible.
13 Max B. Kelz y otros, “Expression of the Transcription Factor ΔFosB in the Brain Controls Sensitivity to Cocaine”, en Nature 401 (16 de septiembre de 1999), pp. 272-276. DOI: 10.1038/45790.
14 B. S. Centerwall, “Television and Violence”, en Journal of the American Medical Association 267 (1992), pp. 3.059-3.063.
15 D. Christaki y otros, “Early Television Exposure and Subsequent Attentional Problems in Children”, en Pediatrics 113:4 (204), pp. 708-713.
16 Michael Egan y otros, “The Human Genome: Mutations”, en American Journal of Psychiatry 159:1 (2002), p. 12.
17 El cerebro está compuesto por miles de millones de neuronas organizadas en redes complejas. Las neuronas se comunican entre sí al liberar señales químicas, llamadas neurotransmisores. Después de que la célula que envía la señal libera su neurotransmisor, rápidamente se activan las bombas recaptadoras de neurotransmisores (como si fueran aspiradoras), para recapturar el neurotransmisor, para reempaquetarlo y reutilizarlo. En las áreas del cerebro donde las bombas recaptadoras son más escasas, algunos de los neurotransmisores liberados permanecen en el fluido por fuera de las células. El cerebro tiene enzimas asignadas para remover lo que quede de los neurotransmisores, para prevenir una acumulación excesiva.
En la corteza prefrontal, parte del cerebro que está detrás de nuestra frente, es donde suceden nuestros pensamientos y nuestro razonamiento. La corteza prefrontal twiene pocas bombas recaptadoras, de modo que más neurotransmisores permanecen fuera de las células después de la estimulación. Hay un neurotransmisor específico que es muy importante para el pensamiento agudo y una buena memoria; este neurotransmisor es la dopamina. La enzima que degrada la dopamina se llama catecol-O-metiltransferasa (COMT). El gen que produce COMT se encuentra en el cromosoma 22. El Dr. Egan y sus colaboradores descubrieron que una mutación aleatoria del gen que produce COMT en el cromosoma 22 ha entrado al acervo génico (gene pool) humano. Por lo tanto, se puede encontrar dos formas del gen: una forma con el aminoácido valina (Val) en la posición 108 del gen, y el otro con el aminoácido metionina (Met), también en la posición 108.
Dado que cada persona tiene dos grupos de cromosomas (uno por parte de la madre y el otro por parte del padre), pueden existir tres posibles combinaciones: Met/Met, Met/Val, Val/Val. Sorprendentemente, el COMT con un gen Met es sensible al calor, y demuestra menor actividad cuando sube la temperatura corporal. Por lo tanto, las personas con las combinaciones Met/Met o Met/Val tienen menor actividad del COMT y, subsecuentemente, altos niveles de dopamina en su corteza prefrontal, en comparación con aquellos que tienen la combinación Val/Val. Test de memoria han revelado que las personas con la combinación Val/Val tienen un desempeño de memoria a corto plazo más deficiente que aquellos que tenían los genes Met. Y aquellos con la combinación Met/Met se desempeñan mejor que aquellos con la combinación Met/Val. Este estudio ha demostrado que una sola mutación genética puede afectar directamente la química cerebral, con una subsecuente alteración del funcionamiento de la memoria.