“El estúpido ni perdona ni olvida; el ingenuo perdona y olvida; el sabio perdona pero no olvida” (Thomas Szasz).
“¿Por qué?” “¿Por qué me sigue pasando esto?” Flavia murmuraba entre sollozos, mientras me contaba la historia dolorosa de la más reciente infidelidad de su esposo. Tenía alrededor de cuarenta años, era hija de un pastor bautista, educada en un hogar conservador del sur de los Estados Unidos. Se había casado con su amor de la adolescencia poco después de la graduación del colegio secundario, y al poco tiempo tuvieron dos niños hermosos.
Desafortunadamente, poco después del nacimiento de su segunda hija, Flavia descubrió que su esposo estaba teniendo una aventura. Con dolor, le pidió que se fuera de la casa. Pero él rápidamente corrió al pastor para confesar su error, y con lágrimas en los ojos le explicó que él había pedido perdón a Jesús, pero su esposa lo había echado de la casa.
Confiando en que el pedido del esposo era sincero, el pastor visitó a Flavia y le recordó que el Señor Jesús la había perdonado a ella también. Entonces le pidió que perdonara a su esposo y le permitiera regresar con su familia. Ella hizo como el pastor le pidió.
Sin embargo, el tiempo pasó, y su esposo continuó siendo infiel a sus votos matrimoniales. Flavia ahora estaba en mi oficina, llorando por la sexta infidelidad de su esposo. Me contó que después de cada una de las cinco primeras infidelidades, el patrón fue el mismo. Primero ella lo echaba de la casa, luego él iba llorando al pastor, diciéndole que había pedido perdón a Jesús. Y cada vez, el pastor la instaba a perdonarlo y a recibirlo nuevamente.
Sin embargo, esta vez ella estaba en mi oficina. Flavia reconoció la importancia de perdonar a su esposo. Al perdonarlo, ella se liberaría de amargura, resentimiento y dolor, y eso le permitiría comenzar a sanarse. Pero, lo más importante era que aprendió que el acto de perdonar a su esposo no lo cambiaba a él. Aprendió que su perdón no lo hacía a él una persona confiable. Y hasta que él no fuera una persona confiable, ella sería una tonta al permitirle regresar al hogar. Por lo tanto, Flavia perdonó a su esposo, pero no permitió que regresara.
Muchos de mis pacientes llegan con trastornos crónicos del ánimo. Cuando empezamos a explorar los factores que están detrás del problema, frecuentemente descubro resentimientos que han estado en su vida por mucho tiempo, y una incapacidad de perdonar.
Son incapaces de perdonar porque se han encontrado con una amplia variedad de mitos al respecto. La ley de la adoración tiene implicancias significativas para este problema. Recuerda que la ley de la adoración afirma que llegamos a ser semejantes al objeto que adoramos o admiramos. La gente tiende a perdonar a otros de la forma en la que ellos creen que Dios nos perdona. No es de extrañar, entonces, que la mayoría de los mitos acerca del perdón giren alrededor de ideas erróneas acerca de la forma en que Dios nos perdona.
Mito 1: El perdón viene después de que la persona que nos ofende nos pide perdón
Con bastante frecuencia, escucho que las personas dicen: “Lo perdonaré con mucho gusto, cuando él me pida perdón”. El problema de creer en este mito es que no toma en cuenta que el perdón sana a la parte ofendida, no al ofensor. Las personas que ofenden experimentan sanación cuando ellos se arrepienten. Cuando ambos (perdón y arrepentimiento) ocurren, entonces se da la reconciliación.
En términos cristianos, la reconciliación, más que el perdón, es necesaria para la salvación. Este es un punto bastante malentendido por muchos cristianos bienintencionados, que creen que el perdón es todo lo que se necesita.
Supongamos que un amigo de muchos años viene a mi oficina y, por alguna razón, de repente me da una golpiza, me grita y sale corriendo. Por su puesto, yo no tengo idea de qué fue lo que lo motivó a hacerlo, pero tengo que decidir cómo voy a reaccionar. Puedo elegir enojarme y buscar venganza, llamar a la policía o tomar un palo y perseguirlo. Allí mismo, en mi oficina, tengo que decidir cómo voy a reaccionar.
Quizás elija perdonarlo. De ser así, el hecho de perdonarlo ¿restaura nuestra relación? No, pero porque decidí perdonarlo voy a buscarlo, no para vengarme, sino para averiguar por qué me golpeo y tratar de restaurar nuestra amistad. Pero mi amigo ve que me acerco a él, malinterpreta mis intenciones y asume que estoy enojado, así que, sale corriendo lo más rápido que puede.
Así es nuestra relación con Dios. Escogimos rebelarnos en contra de él, pero él nunca, ni siquiera por un instante, se enoja; en cambio, nos perdona inmediatamente. Pero su perdón no restaura nuestra relación, porque nosotros malinterpretamos sus intenciones y salimos huyendo. Y hemos estado huyendo desde entonces…
¿Y si mi amigo decide arrepentirse y viene a pedirme perdón, pero yo me rehúso a perdonarlo? ¿Se restablecerá nuestra relación? No, para que ocurra la reconciliación se requiere tanto el perdón como el arrepentimiento.
Esto también se aplica en nuestra relación con Dios. Desafortunadamente, muchas personas consideran que Dios es rencoroso y que no perdona, o que es Alguien que pide un pago o sacrificio para poder perdonar. Pero eso, simplemente, no es cierto. De hecho, es la actitud perdonadora de Dios, que viene primero, la que nos lleva al arrepentimiento. El apóstol Pablo declara que la bondad de Dios nos guía al arrepentimiento (Rom. 2:4).
El Señor ha tomado la iniciativa de venir a buscarnos para restaurar nuestra relación con él; pero frecuentemente malinterpretamos sus acciones, algo así como el niño que malinterpreta cuando sus padres le dan las vacunas. Por lo tanto, Dios envió a su Hijo para que sea uno con nosotros, para demostrarnos el tipo de persona que es el Padre, de modo que al revelarnos su carácter pueda guiarnos al arrepentimiento y a la reconciliación.
Desafortunadamente, muchas personas bien intencionadas están confundidas en esto, y creen que Dios no nos perdonará hasta que nosotros imploremos su perdón. Estas personas también tratan a sus amigos de una manera similar, y rehúsan perdonar hasta que el otro pida perdón. Y este malentendido, tan común, acerca de Dios está en la base del mito número 2 acerca del perdón.
Mito 2: El perdón de Dios equivale a salvación
Pero eso simplemente no es verdad. La salvación requiere no solo el perdón de Dios, sino también el arrepentimiento por parte del pecador. Cuando Cristo estaba en la cruz, ¿qué fue lo que dijo al Padre acerca de quienes lo habían llevado allí y condenado? “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Luc. 23:34). ¿Le pidieron perdón aquellos que lo estaban acusando o torturando? ¡No! Sin embargo, Dios el Hijo los perdonó. Aunque ellos no lo pidieron, fueron perdonados por el Único que tiene el poder en el cielo y en la Tierra para hacerlo.
¿Fueron salvos al ser perdonados? El corazón de sus acusadores ¿cambió por el hecho de que Cristo los haya perdonado? ¿Se convirtieron ahora en amigos de Dios, o continuaban siendo los mismos enemigos, burlándose de él, crucificándolo? Continuaban siendo sus enemigos porque no abrieron sus corazones para recibir el perdón que él tan gratuitamente ofrecía. Si hubieran abierto sus corazones al perdón de Dios, esto los habría llevado al arrepentimiento (un cambio en el corazón) y se habría dado la reconciliación. Desafortunadamente, sus corazones estaban tan duros, que no pudieron responder.
Juan era miembro de una denominación cristiana conservadora que creía que para poder ser salvo, debía arrepentirse de cada acto de pecado específico. Esta creencia le causó una gran inseguridad en su vida cristiana. Constantemente se preocupaba porque pudiera olvidarse de confesar algo que le evitara ser salvo.
Llegó a estar tan preocupado, que sufrió un ataque al corazón y tuvo que ser llevado rápidamente a la sala de emergencias del hospital, donde su corazón se detuvo cuatro veces. Cada vez, el personal médico desfibriló su corazón, y cada vez empezó de nuevo. Más adelante, contó que después de cada desfibrilación se despertaba pensando: Espero que no haya ningún pecado que se me haya olvidado confesar que evite que entre al Reino de los cielos. Juan creía que Dios no lo perdonaba hasta que él pidiera perdón.
Imagínese a un niño de primer grado que ve a uno de sus compañeros de clase con una lapicera que se ilumina al ser apretada. Codiciando la lapicera, se la roba. Cuando creció, continuó robando cosas, hasta que un día, ya de adulto, la policía lo arrestó y lo penalizó.
Después de ser capturado, se arrepiente y experimenta un verdadero cambio de corazón. Desde ese momento en adelante, es honesto en todos sus negocios. Incluso va más allá de lo necesario para evitar la más mínima deshonestidad. Si tenía alguna duda acerca del pago de sus impuestos, escogía pagar de más, antes que hacer algo que pudiera ser tomado como trampa. Luego de aceptar a Cristo como su salvador, vivió en armonía con Dios el resto de su vida. Pero nunca se acordó de la lapicera del primer grado. ¿Cree usted que cuando comparezca en el día del Juicio, Dios aparecerá con el siguiente veredicto?: “Has sido un amigo fiel y verdadero, así como David, un hombre con un corazón como el mío. Has sido honesto y fiel, y tu carácter ha sido sanado. Tú corazón es justo, y sé que amas y practicas métodos en armonía con mis métodos. Pero nunca pediste ser perdonado por robar una lapicera en primer grado. Lo siento, pero no puedes entrar en el cielo”.
¡No podemos imaginar que Dios sea tan arbitrario! El asunto, entonces, no es si recordamos cada error que hemos cometido. Por el contrario, la clave tiene que ver con la condición de nuestro corazón y nuestra mente. ¿Hemos sido curados? ¿Ha restaurado Dios su imagen en nosotros?
Mito 3: Perdonar a alguien significa que lo que hizo estuvo bien
Si perdonamos a otros, ¿significa que estamos aprobando lo que hicieron? Obviamente que no. Pero muchas personas creen que si se perdonan a otra persona, entonces lo que hizo ha sido neutralizado o cancelado y, por lo tanto, está bien.
Este error resulta del malentendido básico acerca del pecado, que ya hemos discutido. Si el pecado es fundamentalmente un problema legal, y el perdón es un acto judicial de alguien Todopoderoso, entonces el perdón borra el registro y ¡zas! No hay castigo. La persona queda con un registro limpio.
Pero como ya lo hemos descubierto, el pecado daña al pecador, y aun si la persona es perdonada, el efecto dañino ya sucedió. La herida de nuestras mentes puede ser curada solo por la obra del Espíritu Santo, por medio del arrepentimiento y la aplicación de la verdad. Aquellos que son perdonados por Dios pero no se arrepienten, no permiten que Dios sane sus mentes dañadas y, por ese motivo, permanecen perdidos. Los diversos grupos que crucificaron a Cristo caerían en esta categoría.
Pero aun aquellos que se arrepienten, mientras experimentan la sanación de su corazón y de su mente, no necesariamente escapan de las consecuencias de sus pecados. Por ejemplo, el Rey David cometió adulterio con la esposa de un amigo. Cuando quedó embarazada, David asesinó a Urías, el esposo, para encubrir el pecado. Después de hacer todo esto, David fue perdonado y se arrepintió. Experimentó un cambio real de corazón y fue reconciliado con Dios. Pero Urías estaba muerto y el crimen cometido permaneció. El pecado de David produjo la rebelión dentro del reino, y culminó con la intención de Absalón de destituir a su padre.
Sí, David fue perdonado. Pero ¿se libró de sus pecados? Difícilmente. Aunque David fue perdonado, por siempre llevó las cicatrices de sus malas elecciones. Cuando perdonamos, no estamos aprobando un mal comportamiento; por el contrario, estamos mostrando la única buena respuesta que se puede dar.
Mito 4: El perdón nos lleva a una mayor vulnerabilidad
Muchos de mis pacientes han sido seriamente maltratados, abusados y agredidos. Como resultado, han desarrollado un gran enojo acompañado de un gran resentimiento. La ira los hace sentirse fuertes y menos vulnerables. La idea de no tener este enojo y resentimiento los hace sentir como si perdieran poder, se perciben más vulnerables.
¿Pero acaso el perdón realmente aumenta la vulnerabilidad? Si aquellos que fueron asaltados perdonan a sus ofensores, ¿significa esto que ahora van a tomar menos precauciones, tales como asegurar las puertas o evitar lugares extraños durante la noche? Por supuesto que no. En realidad, estas personas son generalmente menos vulnerables porque han llegado a ser más sensibles y, por lo tanto, están más alerta y toman más precauciones.
Adicionalmente, aquellos que se aferran a su amargura y rehúsan perdonar son bombas emocionales de tiempo, que esperan explotar al más leve toque. Reaccionan fácilmente con rabia, con frecuencia interpretan equivocadamente eventos inocentes e inofensivos y ven insultos donde no los hay. Esta hipersensibilidad trae como resultado menor autocontrol y una mayor susceptibilidad a ser provocados.
Imagina que acabas de regresar de estar recostado en la playa, pero desafortunadamente, te expusiste demasiado al sol y ahora tienes una quemadura profunda. ¿Qué harías, si tu hijo salta sobre tu espalda o tu esposa te da un abrazo? ¿Tal vez, instintivamente, te los quitarías de encima? ¿O quizás automáticamente sientas enojo? ¡Cuánto más si alguien intencionalmente te da una palmada en los hombros! Pero pocos días más tarde, después de que la quemadura ha disminuido, si tu hijo salta sobre tu espalda o tu esposa te da un abrazo, ¿cómo responderías? Cuando perdonamos, sanamos las quemaduras emocionales de nuestro corazón y nos permitimos participar de muchas más experiencias sin dolor o irritación.
Mito 5: El perdón restaura la confianza
Como vimos en la experiencia de Flavia, perdonar a alguien no cambia a la otra persona. La confianza está basada en la confiabilidad del individuo. El perdón es un cambio en la actitud del corazón de la víctima, no del agresor, que resulta en la renuncia a cualquier deseo de venganza por parte de la persona herida. Sin embargo, de ninguna manera restaura la confianza. La confianza no puede ser restablecida hasta que la parte ofensora demuestra que es una persona confiable.
Mito 6: El perdón significa olvidar
Este mito es algo más complicado porque, en cierto sentido, el perdón significa olvidar. Sin embargo, este olvido no significa una pérdida de la memoria.
¿Puedes recordar alguna oportunidad en que tu hijo te mintió y tuviste que disciplinarlo? ¿Se arrepintió y te pidió perdón? ¿Lo perdonaste? Ahora que el perdón, el arrepentimiento y la reconciliación han ocurrido, la próxima vez que tu hijo venga corriendo hacia ti, ¿pensarás: “Aquí viene ese pequeño mentiroso hijo mío”? Por supuesto que no. Cuando la reconciliación ocurre, la transgresión se olvida en lo que se refiere a la relación actual, porque ya no es relevante para la relación. ¿Pero acaso se borra de la memoria? ¿O la ocurrencia de los hechos se pierde de la historia? No. Este tipo de olvido puede suceder con seguridad solo después de la reconciliación. Olvidar antes de que la persona que ha ofendido se arrepienta nos expondría a un riesgo innecesario.
Este mito también proviene de los malentendidos acerca de la manera en que Dios maneja las situaciones. En la Biblia, Dios afirma que si nos arrepentimos él no se acordará más de nuestros pecados (ver Jer. 31:34; Heb. 8:12; 10:17). Muchas personas bien intencionadas han considerado que estos pasajes indican que aquellos que están en el cielo no tienen memoria de los pecados de los justos, y que los pecados de los justos han sido borrados de los registros celestiales. Usemos nuestra razón para explorar esta posibilidad, y ver si resiste la evaluación.
Ya hemos mencionado el pecado de David con Betsabé, del que se arrepintió y fue perdonado. Sin embargo, aún existe un registro de su pecado que puede ser leído. Si ha sido borrado de la memoria en el cielo, ¿significa esto que cuando estamos leyendo nuestras Biblias aquí, en la Tierra, Dios no permite que los ángeles guardianes miren por encima de nuestros hombros?
Piensa en el momento en que David, Betsabé y Urías se encuentren en el cielo, y Salomón se una a ellos. ¿Reconocerán David y Betsabé que Salomón es su hijo? ¿Recordará Urías que Betsabé era su esposa? ¿Tendrá Urías preguntas para David y Betsabé? ¿Tendrán recuerdos de su vida en la Tierra?
Muchas personas tienen problemas con la idea de que en el cielo tendremos memoria de nuestra vida en la Tierra, porque tienen miedo de la manera en que los demás los tratarán por lo que hicieron en la Tierra. No creen que alguien pueda amarlos y ser amables con ellos después de conocer su oscuro pasado. Analicemos la evidencia de las Escrituras con respecto a esto.
Tomemos la historia de la mujer que fue sorprendida en adulterio y llevada ante Jesús. Todos reconocemos que Jesús no la condenó, y nos da ánimo al saber que tampoco nos condena a nosotros. Pero considera a aquellos que trajeron a la mujer a Jesús; sus enemigos, quienes estaban planificando su muerte y eventualmente lo crucificarían. Ahora, ellos traían a la mujer en un intento por tenderle una trampa.
Si Cristo hubiera animado a aquellos que estaban reunidos a apedrear a la mujer adúltera, lo habrían acusado ante los romanos de usurpar la autoridad romana, porque solo el gobierno romano podía sentenciar a alguien a muerte. Y si hubiera pedido que la mujer fuera liberada, lo habrían presentado ante el pueblo como alguien que desprecia la ley de Moisés.
Jesús reconoció que ellos habían urdido la situación para tenderle una trampa. Sabía que eran sus enemigos; también conocía sus pecados secretos. Consecuentemente, pudo haber escogido exponer sus pecados y pedir a la multitud que se volviera contra ellos. En cambio, siguió un camino bastante diferente; uno que los dirigentes religiosos no habían anticipado: inclinándose, empezó a escribir sus pecados en la tierra, sin dar nombres. Cada persona observaba sus propias faltas, se sintieron inculpados, y de a uno dieron media vuelta y se fueron.
¡Qué asombroso que Jesús protegiera la reputación aun de sus enemigos! Si Dios protegió su reputación, ¿cuánto más lo hará con aquellos que son sus amigos?
Aquí tenemos una evidencia concreta por la que Dios demostró de una manera amplia cómo quiere que funcione su universo. En el cielo, la memoria estará intacta, pero nadie usará esa información de maneras destructivas. Nuestros recuerdos, incluso de eventos trágicos, servirán para aumentar aún más nuestro amor y aprecio por Dios y sus métodos. Estos recuerdos protegerán al universo de que vuelva a surgir una nueva rebelión.
¿Y qué, acerca de Judas? Jesús sabía que el discípulo planeaba traicionarlo, pero nunca lo expuso ante el resto de los discípulos. De hecho, cuando Judas dejó el aposento alto para ir al Templo a hablar con las autoridades, los demás discípulos pensaron que iba a comprar algo o a ministrar a los pobres.
Dios no se olvida de la historia de nuestras vidas. Pero cuando hemos sido curados y nuestros corazones están en armonía con el suyo, en lo que concierne a la relación con él, el asunto está olvidado. Ya no es más un problema, y Dios no lo ha de traer ante nosotros de nuevo.
Imagina qué pasaría si tu hijo fuera sometido durante meses a un tratamiento doloroso y miserable contra la leucemia. Este tratamiento deprime el sistema inmune del niño, lo debilita y, frecuentemente, siente nauseas. Su cabello empieza a caerse. ¿Lo tratarías diferente que a los demás niños? ¿Le darías un mayor cuidado, tomarías mayores precauciones y buscarías estar más involucrado?
Pero si la leucemia ha sido totalmente erradicada y tu hijo se encuentra bien, ¿lo seguirías rodeando de todas las restricciones y los cuidados especiales? ¿Y te olvidarías de que estuvo a punto de morir? Por supuesto que no. Pero ya no necesita del tratamiento y los cuidados médicos después de haberse sanado. Así nos trata Dios. Después de haber sido curados, no necesitamos más precauciones especiales. Todavía tendremos memoria de la historia de nuestra enfermedad, y eso hará crecer nuestra valoración y apreciación de Dios por los esfuerzos especiales que él ha hecho por nosotros.
Dios olvida nuestros pecados de la misma forma en que un padre olvida la leucemia que alguna vez tuvo su hijo. El pecado ya no forma parte de nuestro carácter y, por lo tanto, ya no es relevante en nuestra relación con él.
Mito 7: Perdonar significa que la persona culpable se sale con la suya
El último mito –y tal vez el más difícil de reconocer y resolver–, es el que afirma que perdonar a alguien significa que el culpable se escapa de la responsabilidad o las consecuencias de lo que ha hecho. Este mito es el más difícil de reconocer para mis pacientes. Involucra conceptos erróneos acerca Dios, el problema con el pecado y la solución que Dios nos da para curarlo.
En realidad, nadie se sale con la suya con el pecado porque, como lo hemos visto repetidamente, cuando pecamos nos estamos dañando a nosotros mismos (actuamos destructivamente). Con cada acto pecaminoso –y aun con cada mal pensamiento que acariciamos– endurecemos nuestro corazón, nos hacemos más egoístas y malvados.
Algunas personas no ven que el problema con el pecado es que daña al pecador; por el contrario, creen que alguien que peca debe recibir un castigo impuesto. Cuando no hay castigo, tienen dificultades para perdonar, porque parece como si nadie estuviera responsabilizando al pecador. La correcta comprensión del pecado, sin embargo, se establece en el reconocimiento de que nadie se sale con la suya al pecar; por el contrario, aquellos que pecan lentamente se destruyen a sí mismos.
Antonia estaba estresada, molesta e irritable. Su ira era resultado de un conflicto con un compañero de trabajo que frecuentemente pasaba horas hablando por teléfono con familiares y amigos, y trabajaba muy poco. Aunque la negligencia de su compañero de trabajo no le añadía más trabajo a ella, su enojo crecía por su percepción de la injusticia. “No es justo”, decía ella. “Yo trabajo duro y no hablo por teléfono en todo el día”. Antonia estaba perturbada porque no había comprendido la naturaleza del pecado.
Para ayudarla a lidiar con esta situación, le pedí que considerara el siguiente escenario. Si ella acordaba lavar el auto de alguien por cincuenta dólares, aceptaba los cincuenta dólares, pero no lavaba el auto, ¿cómo se sentiría? “Terrible, como una ladrona”, respondió Antonia inmediatamente. Ella reconoció que su autoestima y valoración propia caerían, y la vergüenza, la culpa, la depresión y la ansiedad aumentarían.
Seguidamente, le pregunté cómo se sentiría si ella acordara realizar ciertas tareas por un pago prescrito, aceptara el pago, pero no realizara las labores acordadas. Como Antonia no logró hacer una conexión, le hice la siguiente pregunta: “Si tu esposo no se cepillara los dientes, ¿creerías que él saldrá beneficiado?” Ella se dio cuenta de que esta idea no sería buena, porque sus dientes eventualmente se dañarían si no los cepillara. Ese es el punto, el compañero de trabajo que le hacía trampa al jefe estaba dañando algo más valioso que los dientes: estaba destruyendo su propia alma. El punto, entonces, llegó a ser obvio para Antonia. Ahora fue capaz de ver que su compañero de trabajo no estaba sacando ningún provecho de su accionar, sino que, por el contrario, se estaba dañando a sí mismo.
Los malos entendidos acerca del carácter de Dios y su perdón han circulado por el mundo por siglos. George Mac Donald, el famoso teólogo del siglo XIX, enfrentó estos mismos problemas:
“El Señor nunca vino a liberar a los hombres de las consecuencias de sus pecados mientras esos pecados aún permanezcan […]. Sin embargo, al no sentir nada de ese terrible odio hacia el pecado, los hombres constantemente han considerado que la afirmación de que el Señor vino a liberarnos de nuestros pecados significa que él vino a salvarnos del castigo de nuestros pecados.
“Esta idea ha corrompido terriblemente la predicación del evangelio. El mensaje de las buenas nuevas no ha sido verdaderamente comunicado a las personas. Incapaces de creer en el perdón del Padre celestial, imaginando que no se siente libre de perdonar o que es incapaz de perdonar de manera directa, sin creer realmente que Dios es nuestro Salvador, sino que es un Dios obligado –ya sea por su propia naturaleza o por una ley superior a la que está atado–, a exigir alguna recompensa o satisfacción por el pecado, una multitud de maestros religiosos han enseñado a sus miembros de iglesia que Jesús vino a cargar nuestro castigo y salvarnos del infierno. Pero, con esa idea, han malinterpretado su verdadera misión”.19
Lo que Dios está tratando de lograr en nuestra vida es la sanación y la transformación de nuestra mente y nuestro corazón, aquí y ahora. Esto incluye mucho más que el simple perdón. Al aprender a perdonar a otros, cooperamos con Dios en la sanación de nuestra mente.
Si sigues un poco confundido, considera el caso del asesino serial Jeffrey Dahmer, quien asesinó a muchas personas, las cortó en pedazos y las puso en su refrigerador. Aunque Jeffrey Dahmer ya murió, vamos a imaginar que sigue vivo y que el presidente lo perdona y lo deja libre. ¿Te gustaría que Jeffrey Dahmer fuera tu vecino? ¿Por qué no? Después de todo, fue perdonado. Pero ¿habrá cambiado? ¿Será un vecino confiable con quien convivir? ¿O su mente se habrá retorcido tanto, que no es seguro tenerlo como vecino? Aquí está la pregunta más importante en el problema del pecado. El pecado nos daña, y solo aquellos que cooperen con Dios para la restauración de su imagen en nuestro interior serán salvos.
La Biblia se refiere de varias formas a esta transformación: ser recreados en la persona interior; tener la mente de Cristo; tener la Ley de Dios escrita en nuestro corazón y mente; andar en el Espíritu y no en la carne; tener la circuncisión del corazón por medio del Espíritu; ser una nueva criatura y nacer de nuevo. Todas estas metáforas apuntan a una misma idea: ser cambiados, sanados, restaurados; sanar la herida del pecado; reemplazar el egoísmo por la ley del amor y la libertad; tener una razón ennoblecida y una conciencia pura dirigiendo una voluntad estable, en el establecimiento y el mantenimiento del dominio propio; ser uno con Dios en método, principios y motivos; y funcionar basándonos en la ley del amor y la libertad.
Luego del ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001, muchas personas anhelan una sociedad más segura. Quieren un lugar donde no haya temor, donde no se necesiten guardias de seguridad que patrullen con rifles y donde se pueda confiar en los demás. Este es exactamente el motivo por el que solo aquellos que cooperen con Dios en la transformación del corazón entrarán en el cielo. Allí entrarán solo aquellas personas que estén a salvo, aquellos en los que se pueda confiar. Solo los que recobren la capacidad de controlarse y gobernarse a sí mismos serán capaces de manejar la libertad absoluta en el universo de Dios. Perdonar a otros es uno de los pasos que damos al cooperar con él en nuestra propia sanación y transformación.
19 George Mac Donald, Discovering the Character of God (Mineapolis: 1989), p. 39